Medias negras
Sus piernas vestían medias negras, un fetiche especialmente excitante. La suavidad de las medias me hacía vibrar con cada caricia.
Medias negras
A la protagonista de este relato la conocí en una reunión de viejos amigos. Su nombre es Nerea y venía acompañando a Teresa, una amiga mía de tiempos del instituto, con la cual, por cierto, tuve un par de rollos interesantes. Recuerdo con cariño la calidez de su boca y la suavidad de sus pechos... pero no quiero desviarme de la historia que iba a contar.
Yo fui de los primeros en llegar a casa de Roberto, que era donde íbamos a celebrar aquella reunión. Apenas habían llegado un par de colegas, y a los incautos que habíamos llegado pronto, nos tocó colaborar en la preparación de la cena y parte de la organización. Fui yo quien recibió a Teresa y Nerea, lo que quizá contribuyó al shock que me causó aquella morenaza. Me quedé varios segundos congelado, de pie en la puerta con una botella de cerveza en la mano y la boca casi desencajada. En ese momento no lo noté, pero luego supe que había hecho el ridículo una vez más.
Nerea poseía un cuerpo esbelto y bonito, bien proporcionado y conjuntado con una bonita cara con pinceladas de inocencia ocultas bajo el maquillaje. Sus profundos ojos negros causaban impresión al verlos y su melena morenada rizada caía por sus hombros desnudos. Llevaba puesto un vestido negro con escote "palabra de honor" que, por alguna razón, pensé que le sentaba fabulosamente bien. Una vez que me recuperé del breve ridículo que había protagonizado y que pude dejar de bucear en sus ojos azabache, pude comprobar que su atuendo se completaba con unas medias negras y unos zapatos de tacón del mismo color. Sus andares destilaban elegancia y los modales de los que hizo gala parecían colocarla bastante fuera de mi alcance.
La velada fue transcurriendo entre batallitas e historias de todo tipo que todos ya conocíamos sobradamente, pues eran un tema ciertamente recurrente. Ya se sabe, cualquier tiempo pasado fue mejor y tal. Tras una opípara cena, pasamos a una animada sobremesa regada con algún copazo de licor en la que contamos más historias de nuestras experiencias juntos.
De vez en cuando, mi mirada volaba inconsciente hacia Nerea. Esa chica me había marcado. Dicen que la primera impresión es la que cuenta, y a mí me había dejado sin habla. Resultaba ser simpática risueña y poco tímida, integrándose a la perfección en el grupo contando sus propias historias o escuchando con atención y riendo las nuestras. Su risa era música para mis oídos y su pecho escotado estímulo para mi miembro. Porque sí, además de que era simpática, era un bocado apetecible y gran parte de la atracción que sentía por ella era física. Por si fuera poco, sus bonitas piernas vestían medias negras, un fetiche especial para mí que me resultaba particularmente excitante. Varias veces nuestros ojos se cruzaron, y puedo asegurar que había feeling. Saltaban chispas cuando nuestras miradas coincidían. Por otro lado, era la única mujer presente que no me había cepillado, morbo añadido.
Llegó un momento en que el hielo comenzaba a escasear y había que ir a por más para poder continuar sirviendo copas. Me ofrecí voluntario para ir a buscar más hielo y Roberto me indicó que en el garaje tenía un arcón frigorífico donde podría encontrar alguna bolsa para rellenar la cubitera. Para mi sorpresa, Nerea se ofreció a acompañarme. Su resolución me hizo sentirme cohibido, por lo que apenas coordiné palabra alguna mientras salíamos del salón y nos dirigíamos al garaje. Ella tuvo que volver a tomar la iniciativa.
- Me he dado cuenta de que no me has quitado el ojo de encima en toda la noche.
Dijo en cuanto entramos en el garaje. Su mirada había cambiado y sus ojos brillaban de un modo especial. No tenía nada que perder, así que simplemente la cogí por la nuca, acerqué mis labios a los suyos y la besé. Si pasados cinco segundos no me había roto la cara, algo bueno podría salir de todo aquello.
Pasaron cinco segundos y en lugar de arrearme un guantazo, su boca se abrió receptiva dejando paso a mi lengua intrusiva. Pasó más tiempo y Nerea se dejaba llevar con tremenda facilidad. Di un paso más allá y mis manos tocaron sus pechos incitantes. Ella seguía a mi merced. Le palpé el trasero y seguía dejándome avanzar. No sería yo quien se frenara, y si me dejaba, pensaba follármela allí mismo.
Sus manos se paseaban alegremente por toda mi espalda, alcanzando de forma espontánea mi trasero y dánole algún que otro meneíllo. Yo, por mi parte, saqué con facilidad sus pechos del vestido y pude echarles una ojeada en primer plano. Después de que mis ojos se saciaran de su belleza, mis manos toquetearon a placer sus meloncitos de piel morena, y más tarde, mi lengua se despachó a gusto con sus pezones, los cuales quedaron impregnados con una buena capa de saliva.
A intervalos cortos de tiempo, nuestras bocas se enzarzaban de nuevo en frenética y pasional lucha, interrumpida para poder disfrutar de sus tetas al descubierto. Como quiera que Nerea seguía dándome cancha, empecé a meterle mano por el bajo del vestido, continuando el trayecto de sus medias, las cuales finalizaban a medio muslo. Le levanté el vestido y vi el resto de ropa que llevaba, un liguero y un tanga negros, este último transparente. La tomé en volandas y la senté en el arcón. Acto seguido, mis manos se deslizaron por la suavidad de sus medias arriba y abajo, disfrutando de la delicada textura. Entre tanto, nuestras lenguas seguían peleando con pasión. Le quité el tanga con algo de ayuda por su parte y, tras humedecer con saliva mis dedos, empecé a tocarle el chochito pelón. Realmente, la saliva no resultaba necesaria, porque Nerea había demostrado lubricar a la perfección.
Me incliné sobre su delicioso coñito y le dediqué la atención que se merecía con mi lengua hábil. Por suerte, Nerea era de las calladitas y no había excesivo riesgo de que sus jadeos se oyeran en la casa. Tras llevarla al punto álgido de excitación, cesé en mi tarea y me dispuse a follarla. Ella misma me ayudó a liberar mi miembro aún prisionero. En un momento como aquel, habría esperado que me chupara la verga aunque sólo fuera un poquito. Sin embargo, parecía no ser una tarea de su agrado y se limitó a manipular mis partes bajas con más o menos brío hasta que, algo contrariado por su actitud, volví a tomar las riendas.
Situé el capullo de mi verga a la entrada de su vagina y empujé sin miramientos. Durante unos instantes, me sentí rabioso porque no me la hubiera chupado, y mis embestidas fueron más violentas de lo habitual. Intenté controlarme pero cuando pude dominar la rabia, la excitación pasó a un primer plano y las penetraciones rápidas y profundas continuaron. Sus piernas cubiertas por las medias me rodeaban la cintura y se cruzaban en mi trasero. Incluso cuando yo relajaba el ritmo, ella misma me hacía acelerar dándome golpecitos con el tacón de los zapatos en las nalgas. Nerea se colgaba de mi cuello con los brazos y notaba su aliento en el pescuezo. De vez en cuando, me daba un importante chupetón en el cuello. Iba a ser difícil dar explicaciones acerca de los moratones más tarde.
El polvo bestial se prolongó durante apenas un par de minutos más. Ella comenzó a correrse antes que yo. Su coño transmitía en estéreo su orgasmo y notaba perfectamente sus vibraciones. Aceleré entonces el ritmo hasta conseguir eyacular en su interior. Aguantamos alrededor de un minuto recuperando la respiración. Saqué la verga aún erecta de su interior y goterones de esperma emanaron de su raja húmeda y colorada. Mientras nos recomponíamos el vestuario, eché un vistazo al reloj. Habían pasado quince minutos desde que habíamos salido a por el hielo. Habría que inventarse algo, aunque sólo fuera por guardar las apariencias. Estaba pensando en ello y apenas pude oír que lo Nerea me había dicho mientras se recolocaba las bragas:
- Me agrada comprobar que todo lo que me ha contado Teresa era cierto.
- Qué? Cómo dices?
- Nada, que follas bien.
Cuando regresamos, me di cuenta de que ya no sentía tanto morbo hacia Nerea. Me la había follado y la excitación salvaje había desaparecido. Sin embargo, sus ojos profundos y esas medias negras me la seguían poniendo dura. Así que, cuando se acabó el hielo, volvimos a por más.