Medianoche

Apenas habían pasado unas horas cuando sentí el movimiento de Mario, que tenía un sueño inquieto. Lo estuve contemplando por un rato, luego le di la espalda y volví a dormirme, o eso creí.

MEDIANOCHE

Poco después de la medianoche Mario se dio una vuelta sobre la cama. Parecía experimentar un sueño inquietante porque su pecho poderoso subía y bajaba rápidamente, y emitía de vez en cuando algunos jadeos cortos. Hacía un minuto sus movimientos me habían despertado, y en la penumbra que envolvía la habitación podía ver claramente su rostro joven, iluminado por una emoción desconocida. Se quedó quieto unos segundos, lo suficiente para que controlara una cierta desazón que me había envuelto desde que él se había movido y me despertara. Poco a poco la tensión se fue aminorando.

Ismael nos invitó muchas veces a varios jóvenes a su casa, en Acapulco, y ese fin de semana habíamos decidido aceptar cuatro. Era otoño, y la ciudad en esa época del año era cálida, sin llegar a calurosa. Veníamos del centro del país, y allí empezaba a hacer un poco de frío, por lo que el clima del puerto se nos antojaba delicioso.

Luis y Adrián se quedaron en la recámara de Ismael, que era grande. Todos los cuartos tenían una sola cama, pero esa habitación era bastante espaciosa y bajamos un colchón para que se acomodaran los tres. Mario y yo nos quedamos en la de huéspedes.

Mario era más pequeño que yo, pero tenía un torso de toro, un cuerpo atlético con músculos de hierro y una piel algo más morena que la mía, como tostada por el sol. Antes de dormirnos nos dimos un baño y nos quedamos con el cuerpo fresco y oliendo a jabón. Yo me bañé primero, y como el baño estaba fuera, en el fondo de un pasillo, salí con camiseta y un short largo, de una tela como de pijama, muy ligera. Mario salió del baño y entró en la habitación vestido con un calzón de baño negro y todavía escurriendo agua. Terminó de secarse mientras yo observaba de reojo su hermosa figura, comparándola con la mía, más bien delgada.

Un poco cohibido me dejé la camiseta y el short para dormir, en tanto que él buscaba en el fondo de la maleta hasta hallar un calzón blanco que se puso delante de mí, vuelto de espaldas, en la penumbra de la habitación. Luego, muy fresco, tomó su lugar en la cama, cubriéndose con las sábanas. Yo sentía que el corazón había empezado a latir más aprisa desde que él se quitó su bañador, mostrándome los músculos de la espalda bien delineados y sus glúteos apretados, la parte trasera de sus bien torneados muslos. A pesar de mi desazón, él se durmió pronto, dejándome a mí despierto. Un rato después el sueño me venció.

Apenas habían pasado unas horas cuando sentí el movimiento de Mario, que tenía un sueño inquieto. Lo estuve contemplando por un rato, luego le di la espalda y volví a dormirme, o eso creí. En un momento dado desperté sintiendo que se apretaba contra mí, y que sus manos me abrazaban tomando mis caderas, juntando su cuerpo con el mío. De la sorpresa pasé a la expectación: sentía claramente su bulto contra mis glúteos, el calor de su miembro rozando la tela del short con el que dormía, sus manos jalando ligeramente mi cuerpo contra el suyo una y otra vez, muy delicadamente. Lo dejé hacer, fingiendo que dormía, hasta que estampó un beso húmedo detrás de mi oreja, lo que me provocó un estremecimiento. Me volví de frente, tratando de frenar su acción, pero mis manos toparon con su macizo de carne detrás de ese calzón blanco que usaba. El, resuelto a no soltar a su presa se acercó más a mí y me pasó sus brazos por la espalda. Mis manos tantearon ese bulto enorme, caliente, completamente erecto, y mi corazón golpeaba ya el pecho en señal inequívoca de excitación. Mi verga, ya parada, se rozaba con la suya, arrancándome un gemido apagado de placer. Sus labios buscaron los míos en un beso suave, todavía tímido, y el vaho caliente de su aliento retumbó contra mi pecho.

Su mano se posó sobre la mía, y la llevó directamente a su polla. Se había bajado el calzón y sus genitales asomaban ya libremente. Su glande estaba húmedo por el líquido preseminal. Olía a sexo, un aroma dulzón que me enervaba. Me sorprendió la elevada temperatura que encontré en sus testículos grandes y redondos, rodeados de un vallo púbico suave y sedoso, como de terciopelo. Estábamos los dos en una suave penumbra que proporcionaban las luminarias de la calle, proyectadas sobre las cortinas del amplio ventanal. Yo tenía una visión perfecta de su rostro y su torso, aunque todavía nos encontrábamos tapados a medias con las sábanas. Las hicimos a un lado, y sin decir palabra me indicó que le quitara el calzón. Se lo bajé lentamente mientras él me despojaba de la camiseta, y posteriormente me ayudó con el short y el slip que yo usaba. Nos quedamos desnudos en la cama, él acostado boca arriba, yo de costado. Su enorme falo sobresalía en la penumbra como un faro brillante, reflejando los rayos de luz que desde algún lugar caían sobre él. Sí, era enorme, como de unos 23 centímetros de largo y unos 6 de grueso, tan ancho que una sola de mis manos no podía apresarlo. Yo mostraba una verga de unos 16 centímetros, muy normal en comparación con esa mole descomunal que se cargaba. Y eso que era menos alto que yo, que sobresalía por unos cuatro o cinco dedos de su cabeza. Ese tamaño me tenía hechizado, me parecía irreal, y tuve que volver a palparlo para apreciar sus dimensiones. Subí y bajé la piel de su prepucio, intentando que cubriera el glande, pero fue imposible. Estaba hinchado a más no poder, y al contacto con la palma de mi mano parecía haber crecido más.

Me tomó de los hombros y jaló mi cabeza hacia abajo, en dirección de su pene, que quedó colocado al nivel de mis labios. Entendí lo que quería y rocé con mi boca esa cabeza enorme, pulida, echando sobre ella mi aliento. Con la punta de mi lengua acaricié ese orificio coronado por el líquido preseminal: Se sentía algo salado, y emanaba un suave aroma. Me tomó de la cabeza y dirigió su flecha hacia mi boca. Lo admití y escuché ese aaahhh que se prolongó varios segundos, mientras yo movía su miembro de un lado al otro, como si saboreara una paleta de dulce.

En el paroxismo del placer sus manos pasaron a mi espalda y bajo mis ingles, buscando por igual mi sexo y mi orificio anal, como si un náufrago buscara su tabla de salvación. Una vez que encontraron ambas cosas exploraron todas las regiones, mientras yo seguía cumpliendo con mi tarea. Sentí como una mano aprisionaba mi verga, también enhiesta, y como los dedos de la otra palpaban buscando mi culo, moviéndose ansiosamente. Una vez que hallaron su objetivo, se curvaron clavándose sobre él, y haciendo fuerza, haló contra su cuerpo, haciendo que su pene irrumpiera hacia el fondo de mi garganta, provocándome una arcada. Yo lo solté instintivamente y erguí mi cuerpo tratando de zafarme de su abrazo, pero él me tenía sujeto el ano con el índice, como quien aprisiona una bola de boliche. Se acercó a mí todo lo que pudo, restregando su cuerpo caliente contra el mío, mientras su otra mano acariciaba mis glúteos, sin dejar de introducir su dedo en mi orificio. Lo soltó y se irguió poco a poco, sostenido por sus rodillas entreabiertas, y tomó mis caderas y me volteó boca abajo. Se inclinó sobre mí y su boca recorrió mi espalda, sus dientes mordieron suavemente la parte interior de mis glúteos, mientras sus dedos –¡oh, sus dedos!- se ocupaban de masajear en círculos alrededor de mi ano, hasta introducir su pulgar. Yo sentí la presión de su dedo, y el ligero dolor que me provocó, porque él se salió inmediatamente, y puso saliva sobre su palma, aplicándola después sobre mi culo. Volvió a introducir su pulgar, y lo movió hacia adentro y hacia fuera unas dos veces, para lubricar más mi entrada, después de lo cual introdujo el dedo medio suavemente pero hasta el fondo. Jugó un poco y después volvió a morderme, sin que su dedo abandonara su guarida, y poco después sentí como la enorme cabeza de su miembro se regodeaba alrededor, presionando algunos puntos. Volvió a poner más saliva, mientras su dedo entraba y salía, dilatando mi agujero. Colocó dos dedos y de nuevo puso su glande, dirigiéndolo hábilmente con sus dedos hacia mi dilatado culo que ya lo esperaba. No intentó entrar de golpe, sino que se apoyó despacio, y poco a poco fue aumentando la presión hasta que consiguió abrirse camino. Su cabeza se introdujo mientras yo exhalaba un quejido que él interpretó como un signo de dolor. En realidad, yo estaba tan enervado, tan excitado, mi corazón retumbaba en el pecho y mi cabeza apenas daba crédito a lo que estaba pasando, que no sentí tanto dolor en ese momento, sino hasta cuando empujó toda su virilidad dentro de mí, y mis carnes se abrieron para darle cobijo a ese cilindro de carne maciza que horadaba mis intestinos. Pujé y resoplé, mientras intentaba acostumbrarme al enorme falo que me iba empalando lenta pero de manera segura, hasta alojarse en el fondo. Una vez allí se quedó quieto unos momentos, mientras yo recobraba el aliento. Mario tomó una de mis manos y la guió hacia sus testículos, para que yo apreciara hasta donde se había hundido. Tenía esa cosa metida hasta el tronco mientras las redondas pelotas rozaban mi piel. Apenas lo podía creer. 6 centímetros de grosor y 23 de largo estaban dentro de mí. Unos segundos después empezó a culearme, moviéndose con un mete saca rítmico casi tan puntual como un reloj suizo. Apenas se interrumpía para soltar una apagada exhalación de placer. Una de sus manos se introdujo por debajo para acariciar mi verga firme, que se estremecía mientras él introducía la suya. Durante unos momentos estuvo pajeandome mientras intentaba no perder el ritmo de lo que hacía. Yo estaba ya viendo estrellas mientras mi aliento escapaba en sucesivas oleadas de gemidos y suspiros, ora pujando, ora exhalando mientras él bombeaba mi culo y acariciaba mis bolas y mi verga. Era otro, trastornado por una noche de placer que no había soñado. Tal vez el sí, y por eso había despertado en la madrugada buscando mi cuerpo.

Me dio duro hasta que me acostumbré a su metisaca rítmico, y entonces, cuando ya creí que había probado todo de él, echó su cuerpo atrás y sacó su verga, tan sólo para volverla a clavar de una sola embestida, provocando un grito apagado que solté, en una nueva oleada de placer que me inundaba de manera salvaje. Se clavó hasta el fondo, sosteniéndose ahí por unos segundos, aplastando sus ingles contra mis nalgas, tocando todas mis partes internas. Yo sentía el palpitar de su verga porque había apretado mi culo fuertemente, tan sólo para sentir el grosor de su pedazo de humanidad perforando mi ser. Y otra vez las estrellas, y otra vez el mete y saca, mete y saca, mete y saca, hasta que noté que sus movimientos se hacían más frenéticos, sus movimientos más violentos, menos rítmicos, y advertí que había llegado a su clímax. Contuvo el aliento por unos segundos y después exhaló un aaaahhhh tembloroso pero potente, mientras derramaba su masculinidad dentro de mí con espasmos tan claros que sentía estremecer su falo después de arrojar cada chorro. Por seis o siete veces lo sentí venirse, y al final se derrumbó sobre mí, ahogando en mi espalda sus gemidos de placer, mientras yo me derretía con su vaho caliente. No soporté más, y me vine copiosamente sobre la palma de mi mano, en un intento de no manchar las sábanas blancas de la cama ajena donde Mario y yo habíamos descubierto que el sexo entre hombres puede ser placentero.

Duramos unos minutos recobrando el aliento, y poco después me levanté para buscar en mi maleta un pañuelo para limpiar mi culo, y después su falo ya adormecido. Dormimos unas dos horas desnudos, abrazados, y muy temprano nos fuimos a bañar para gozar nuevamente de un día de playa en Acapulco, entre los juegos y risas de nuestros amigos que jamás sospecharon lo que pasaba en nuestro cuarto. La siguiente noche nos esperaba otra medianoche de pasión, pero ya no empezamos a que llegara la madrugada.