Me vuelve loca este cura

Los curas también saben follar

Me vuelve loca este cura

Que Dios me perdone, y estoy segura que lo hará, porque mi pecado aunque sea mortal, el Señor sabe de sobra que es un pecado derivado de algo tan humano y sublime como el amor. Y juro solemnemente, que sólo el amor y nada más que el amor, me llevó a cometerlo.

Vivo en una localidad de poco más de diez mil habitantes. Tengo 40 años; me llamo Isabel, y soy la viuda del Marqués de Los Alcores, fallecido hace cinco años. Mi marido era la imagen viva de la localidad, el hombre más respetado y el que gracias a su donación, el pueblo ha llegado a las cotas más altas de crecimiento. A mí, me ha dejado el palacete donde vivíamos, y una renta mensual que me permitirá vivir holgadamente el resto de mi vida.

Antes de morir, a solas, dos días antes de su óbito, tomándome de las manos me dijo con aquella voz tan varonil de la que sólo le quedaba un pequeño hilo.

-Isabel, sólo te pido una cosa después de mi muerte.

-¡Calla, calla, cariño! Qué no te vas a morir.

-Sabes de sobra que sí, que mis días están contados.

-Dime esposo mío, dime.

-Quiero esposa mía, que tu "furor uterino" no manche mi memoria después de muerto, que sigas manteniendo la postura de esposa decente que durante nuestros quince años de matrimonio has mantenido.

--Pero Adrián, (así se llamaba mi esposo) contigo y gracias a tu tolerancia, podía desfogar mis ansias de sexo en los viajes que hacíamos al extranjero, tú eras mi tapadera. Pero ahora sin ti... dime esposo mío ¿Cómo voy a consolarme?

--Cuando el ansia te supere, ve a la capilla y pide a Dios que te de fuerzas para superarlas, verás como el Señor te dará la solución.

--Así lo haré, esposo mío.

--Otra cosa Isabel: He pedido al padre Ángel que sea tu confesor espiritual, que cuide tus pasos, y que mantenga en tu espíritu la decencia a la que te obliga su estatus.

--No conozco al padre Ángel. ¿Quién es?

-Un sacerdote que llegará de inmediato a nuestra Parroquia para hacerse cargo de ella, mandado por el Obispado bajo mi recomendación; es de mí total y absoluta confianza.

-¿Y el padre Senén?

-Le jubilan por la edad, el pobre está casi peor que yo. ¡Ah! Otra cosa Isabel.

-Dime esposo mío.

-Que guardes mi memoria durante al menos un lustro, después has lo que quieras, cómo si quieres casarte, pero si lo haces, vende todo y abandona el pueblo. En esta localidad nadie puede sustituirme de tu memoria.

A los dos días murió mi marido, y sus últimas palabras retumbaban en mis oídos: ¿Cómo iba a poder mantener mi honestidad, si a cada hora necesitaba un hombre que culminara mis ansias? Tenía ganas de llorar. No podía defraudar la memoria de Adrián, pero me parecía imposible vivir sin sexo durante cinco años. Tenía que maquinar algo, porque eso de que El Señor me iba a "consolar" desde el altar, no me lo creía ni borracha.

Al día siguiente, sobre las doce de la mañana Adela, mi sirvienta me comunica una visita.

-Señora, un cura pregunta por usted.

-¿Un cura?

-Si señora, al menos esa es la pinta que tiene.

Allí estaba, en el recibidor, de pie. ¡Madre mía! Qué pedazo de hombre, de unos 35 años; por lo menos de un metro noventa de estatura y de unos ochenta kilos; y más guapo que los guapos. No llevaba sotana, vestía el traje clerical de un corte impecable, le sentaba tan bien que parecía más apto para rodar una película que para administrar los sacramentos. Quedé anonadada ante su presencia.

-Señora, disculpe que me presente sin anunciarme, pero es que acabo de llegar, y al no tener su teléfono a mano he decido personarme.

Repuesta de mi impresión, le dije.

-Es usted el padre Ángel ¿verdad?

-Exacto señora Marquesa, me figuro que su extinto esposo, el excelentísimo señor Marqués, le habrá hablado de mí.

-Sí, antes de fallecer me puso al tanto de su misión en "mi espíritu". Dije con cierta coña.

-Debo informarle señor Marquesa...

-¡Por favor! no me llame así, llámeme simplemente Isabel.

-Como guste Isabel. Le decía, que, debo informarle que mi destino no es ser el párroco de la localidad, a última hora se han producido unos cambios. Voy destinado al Obispado, pero estaré al tanto de usted conforme a los deseos de su difunto esposo.

-¡Ah sí! Seguí con mi tono irónico. ¿Y cuál son esos deseos de mi esposo?

-Que no le falte de nada, y que los cumpla en todo lo que me pida.

Quedé dubitativa, no podía relacionar "todos mis deseos" literalmente, creía que se referían a los espirituales, no a los materiales. Pero me quedé con "la mosca en la oreja", y decidí comprobarlo.

-Bien Padre Ángel, mi primer deseo es confesarme.

-¿Pero aquí? No vengo preparado...

-No se preocupe, el padre Senén siempre me confiesa en nuestra capilla. ¡Venga, venga!

El confesionario no es la clásica casilla; se compone de un reclinatorio frente al confesor que se sienta en una silla forrada del mismo color.

Me arrodillé, y reparé lo que jamás había reparado las cientos de veces que me confesé con don Senén: que mi nariz y mi boca, quedaban ubicadas a la misma altura que su bragueta y escasos 50 centímetros. El corazón se me aceleraba por momentos, y mi vista no se apartaba de aquel bulto que empezaba a emerger de una forma espontánea.

-Ave María Purísima.

-Sin pecado concebida, hija. Dime ¿Tienes muchos pecados?

-Sólo una padre Ángel, sólo uno.

-¿Y cuál ese pecado?

-Referente al Sexto Mandamiento, no puedo vivir sin hacer el amor dos o tres veces...

-¿A la semana? Me cortó el Padre Ángel.

-¡Qué va! al día... al día...

-Pero eso hija, es imposible pedirle a un hombre.

-La confesión es un secreto inviolable ¿Verdad padre?

-Claro hija, antes me dejaba matar que revelar un secreto de confesión. Dime cuál es ese secreto.

-Mi difunto marido sabía como satisfacerlo.

-¡Él solo, imposible, imposible a su edad!

-No padre, él me buscaba los hombres fuera de aquí, y me satisfacía sobradamente. Pero ahora que ha muerto... No sé cómo voy a satisfacer mi furor.

-Dios proveerá hija, Dios proveerá.

-Pues que surta ahora, porque al aroma que sale de su bragueta me está poniendo a mil.

-¡Qué haces hija! Me dijo exaltado al notar mis manos entre sus piernas.

-Nada padre Ángel, comprobar si los curas también se empalman teniendo una mujer a su lado emanando sus efluvios.

¡Joder! que si estaba empalmado. Le desabroché la bragueta con suma delicadeza para no pillarle un pelo con la cremallera, y afloró a mi vista una de las pollas más hermosa que he visto en mi vida.

Separé el reclinatorio que me estorbaba y me situé junto a aquel monumento de polla. Se situó en el borde de la silla y estiró las piernas de forma que queda en la postura ideal para hacerle una mamada.

También liberé sus testículos de su ubicación acariciándoles a la vez que succionaba de aquella verga descomunal.

Durante cinco años, follamos, casi todos los días; me sentía tan llena de la polla del Padre Ángel, que "un polvo" de los suyos me dejaba aliviada todo el día. Y cuando me daba por el culo (fue él el que me desvirgó por ahí) me dejaba tan llena, que casi no me quedaban ganas de follar en una semana.

Me hizo jurar, que nadie jamás sabría de nuestra relación, que debería llevarse en el más absoluto secreto. De lo contrario se acabaría, y eso no lo quería por nada del mundo.

Pasaron esos cinco años, y un buen día me dijo después de dejarme el coño y el culo bien satisfechos.

-Isabel.

-Dime Ángel.

-¿Te quieres casar conmigo?

Quedé anonada, sólo pude exclamar: ¡¡¡Cómoooooo!!!

Juré al Marqués que sólo te lo diría al pasar los cinco años que me puso de plazo...

Seguía agilpollada.

-No soy sacerdote Isabel...

Por poco me caigo de la cama...

-Tu marido me contrató para satisfacer tu hipersexualidad sin que su memoria se viera afectada.

--¡Joder... joder... joder...! Qué bien lo has llevado. ¿Tanta confianza tenia mi marido contigo?

-Soy hijo natural suyo, Isabel. Mi madre era una sirvienta a la que dejó embarazada hace más de cuarenta años. Y se ha llevado en el más absoluto de los secretos.

-Entonces... ¿Tienes más de cuarenta años?

-Cuarenta y tres.

-Pues pareces más joven.

Repuesta de la impresión, y ante la perspectiva tan halagüeña de mi futuro, al ver que la polla de aquel falso cura la tenía otra vez más dura que "el pan de ayer", le dije que sí, que me casaba con él; a la vez que me subía a sus "ijares", y me la volvía a meter hasta lo más profundo de mis entrañas.