¡Me violaron, qué rico!

Estando sola en un cybercafe, se me ocurrió masturbarme y fui sorprendida por los dueños del lugar quienes me usaron como se les vino en gana.

¡Me violaron, qué rico!...

Hola queridos lectores, me perdonarán por no haberles escrito antes pero no he tenido tiempo, además que aún no he asimilado del todo lo que les voy a contar… Aún tengo que seguirles contando lo que me ocurrió después del balneario, con mi primito, ¿se acuerdan?; es algo que tengo pendiente y que se los voy a cumplir sin embargo esto es más prioritario.

Producto de mis relatos, he recibido infinidad de emails que ocasionó que mi PC se contagiara de virus, (creo que fue producto de un grupo religioso a quienes no les gustó lo que hasta la fecha he enviado a TR). El caso es que me tuve que ir a un cybercafé para poder consultar mis correos. Cual sería mi sorpresa y frustración al encontrar cerrado el local donde siempre asistía y con la idea cachonda que traía en mente de meterme mis deditos en mi caliente gruta pera liberar mis tensiones sexuales que ustedes saben que son muchas.

El caso es que no quería regresarme a mi casa pues ya traía el gusanito y mi plan era la de copiar en un disquete algo de lo que mis amigos me habían enviado y leerlo en la PC de mi casa, a mis anchas. Pensé en ir al cyber que queda atravesando una avenida pero me dio pereza y decidí ir al que nunca había entrado pero si lo tenía ubicado… Es un localito con tres o más maquinas y al que nunca había ido, pues me queda más lejos.

Eran ya más de las ocho cuando entré al cybercafé y elegí una computadora. Cuando terminé de revisar y consultar mi correo, no pude evitar leer lo que me habían enviado:

Quiero tenerte aquí, cabrona, sentadota en mi verga… -, me escribía en el inicio del escrito mi cachondo amigo Gustavo.

No quise ahondar más pues me lo imaginaba muy bueno, pero quise echarle un vistazo a la página de Todorelatos que consulto muy a menudo, aún a pesar del letrero que tenía justo frente a mí:

"Se prohíbe el uso de sitios con contenido pornográfico".

El café estaba prácticamente vacío, pues además de mí, sólo había dos hombres atrás del mostrador que no parecían ponerme atención, pues miraban un partido de futbol en una pequeña televisión. Sin embargo mi aspecto no es como para ignorarse (modestia aparte), pues tengo unas nalgas bastante grandes y bien formadas; pero sobre todo mis senos, que están para que se terminen de criar… Esa tarde llevaba una minifalda sumamente pequeña, unos guaraches y una blusa roja, muy ceñida, de tirantes, donde se apreciaban muy bien mis ricas chichotas.

En cuanto comencé a ver dicha página, me sentí muy excitada. No sabía qué hacer, me moría de ganas por masturbarme, pero no me atrevía, pues ya bastante nerviosa me sentía con estar revisando páginas pornográficas, como para encima tocarme ahí, en pleno cybercafé . Ya no aguantaba más, así que eché un vistazo, y al ver que los dos muchachos del mostrador estaban más que concentrados viendo su partido, deslicé mi mano por debajo de mi falda, entre mis piernas. Sentí la humedad de mi pantaleta y la hice a un lado y acaricié suavemente mis labios. Hice muchos esfuerzos por no dejar escapar los suspiros que mis propias caricias me provocaban. Sentí cómo a través de mi blusa, mis pezones se ponían más duros cada vez.

Seguí navegando por sitios porno mientras me tocaba, pensando que nadie me veía. El lugar estaba por cerrar, pues ya casi eran las nueve. «Me meto el dedo, me vengo, pago y me voy» , pensé. El orgasmo ya se anunciaba y no pude evitar emitir un pequeño gemido, imaginado que una gruesa verga se me incrustaba hasta lo más profundo de mi vagina, cerré los ojos y me estremecí sintiendo mi propia humedad se anidaba entre mis nalgas. El orgasmo duró unos segundos, fue muy intenso y placentero, aunque sabia que en casa me esperaba un buen momento. Confiada quise parecer natural y seguir disimuladamente mientras veía más cosas picantes, pero… ¡Sorpresa!, cuando abrí los ojos, ya relajada por mi orgasmo, sentí que alguien estaba detrás de mí.

Giré con la silla y vi a uno de los chicos del mostrador mirándome. Inmediatamente traté de incorporarme, me sentía muy avergonzada, debo haberme puesto más roja que un tomate.

¿Sabías que está prohibido navegar por sitios Web de contenido pornográfico?... -, me preguntó con un tono bastante irónico.

Disculpa... ¡Qué vergüenza!... -, no sabia qué decir. - Lo siento mucho... Te pago y me voy–, dije yo rogando salir de ese aprieto.

Pues no es tan fácil como decir "lo siento mucho", porque acabas de infringir una de las reglas de este establecimiento, y esa infracción amerita el pago de una multa… ¿Cómo la ves?–, sentenció recorriendo mi cuerpo con sus ojos y acercándose a mí de una manera que me intimidaba.

Está bien… -

Además, preciosa, tú no sólo estabas navegando en páginas pornográficas, sino que además estabas haciendo cosas bastante inmorales, cosas que no se permiten en este negocio, así que la multa tendrá que ser más alta, ¿estás de acuerdo?... –

Mientras me decía todo eso se me acercaba cada vez más, me ponía muy nerviosa y me hacía sentir sumamente apenada, además, yo no llevaba mucho dinero, y estaba empezando a asustarme. Entonces dije:

Mira, casi no tengo dinero, pero estoy dispuesta a pagar la multa. Sólo dime cuánto es y deja que me vaya cuanto antes, por favor… -

Muy bien, linda, me debes 200 pesos por revisar material prohibido, y 500 por masturbarte aquí–, dijo con una sonrisa burlona mientras yo me moría de la pena.

¡¿Qué?!... ¿Estás pidiéndome 700 pesos?... ¡Oye, estás loco, me porté mal, pero no es para tanto, ni siquiera traigo los 200!... No puedo pagarte ese dinero-

Cuando yo respondí eso él ya estaba muy cerca de mí, se había inclinado un poco y su cara estaba justo frente a la mía. Sus ojos me veían fijamente y sus manos me tomaban de los hombros, en una actitud impositiva y amenazadora. Era un tipo alto, muy atractivo, como de unos 30 años. No negaré que me hizo sentir un poquito excitada, pero también me dio miedo. Estaba muy preocupada.

¿Qué vamos a hacer entonces, mi reina? Tú no tienes dinero, pero tienes que pagarme. No quisiera llamar a la policía, ¿verdad que no te gustaría que esto se hiciera público?... El barrio es chico y tus conocidos se pueden enterar, máxime con lo escandalosas que son las patrullas–, me amenazó apretando mis hombros con sus enormes manos.

Oye, no exageres, no es como para llamar a la policía, no fue tan grave... Dime qué puedo hacer para enmendar mi falta, si quieres vengo mañana a pagarte... –

No, no, no…Eso sí que no, me pagas ahorita mismo. Además, estás tan guapa que no necesitas dinero para reparar tu mal comportamiento–, dijo mientras me acariciaba el pelo.

Me quedé muda. Seguía excitada y asustada a la vez. Nunca me había sentido así, el tipo me hacía sentir como una mujerzuela. Me acariciaba de una manera muy atrevida. Yo estaba aterrada, pues el otro muchacho estaba cerrando el café y bajando la cortina metálica, dejándonos ahí encerrados. Mientras tanto, el tipo que me amenazaba, casi burlándose de mi miedo, me hizo un pequeño interrogatorio que me atemorizaba más, pues lo hacía ver más fuerte, más alto, más seguro de sí mismo y de mi temor.

¿Cómo te llamas?–, me preguntó.

Edna Paola… -

Y supongo que tienes novio… -

Si, si tengo mi novio-

Seguramente te dará unas mamadotas en estás tetotas-, dijo pellizcándome un pezón por encima de la blusa y haciéndome ruborizar.

¡Qué te pasa!... ¡No me toques!–, protesté.

Escúchame muy bien, estúpida-, contestó, – acabas de portarte mal, y me debes un dinero que no puedes pagarme, por lo tanto aquí soy yo el que manda… Te vas a quedar quietecita, y vas a contestarme todo lo que te pregunte, de lo contrario te mando a chingar a tu madre con la policía. El café cerró hace más de diez minutos, y cómo ves, estamos solos. El negocio está cerrado con llave, nadie va a oírte si gritas, así que puedes hacerlo si quieres, pero te advierto que será más fácil si te portas bien... ¡Mario!, ven a ver a esta chulada, a que no te habías dado cuenta de que estaba aquí–, dijo llamando a su amigo, quien acudió inmediatamente.

El tal Mario se paró frente a nosotros mirándome lascivamente. Era un muchacho más o menos de mi edad, bastante guapo, con un aspecto interesante y unos lentes que le quedaban muy bien. Me recorrió de pies a cabeza con la mirada y le contestó a su compañero:

Te equivocas, compadre, sí me había dado cuenda. Llevo un rato mirándoselas-, dijo refiriéndose a mi tetonas, - y creo que tienes razón, la niña se portó indebidamente, pero no la martirices más, que está temblando de miedo, mejor vamos a darle un poquito de lo que tanto le gusta–, dijo mientras se paraba detrás de mí restregándome su bulto en mi culo y sobando mis senos.

¡No vuelvas a tocarme, imbécil!–, protesté.

¿Me dijiste imbécil? No, nena, a mí no me vas a decir imbécil–, contestó Mario mientras sonreía y me levantaba de la silla.

Teniéndome en brazos, y aún a pesar de mis intentos por zafarme, Mario se sentó en la silla de la que me había levantado y me acomodó bocabajo, sobre sus rodillas. Parecía no estar molesto por mis insultos, al contrario, se veía divertido. Mientras tanto, Raúl se iba quitando la ropa sin dejar de canturrear algo. Su amigo me tendió sobre sus piernas, metió su mano por debajo de mi falda y sobó mis nalgas, jugó con el elástico de mi pantaleta y acarició mi ano sin meter su dedo. Yo gritaba y forcejeaba, ante lo que Raúl decidió atar mis manos con una cinta canela que sacó del mostrador.

¿La amordazamos?–, preguntó Mario.

No, me encanta que grite, al fin y al cabo, ya se la llevó la chingada–, respondió el tal Raúl.

Mario siguió acariciando mis nalgas. Yo estaba aterrada y excitada. No sabía si seguir quejándome o ceder. No pude evitarlo y se escapó un suspiro de mis labios.

¿Te gusta tanto como a mí, Paola?, mira nada más qué mojada estás, cabrona... Quieres que te la meta, ¿verdad?, pero vas a tener que esperar un poco, porque no te has portado muy bien que digamos-

Después de decir eso, me quitó la falta, y todavía con mi pantaleta puesta me dio una nalgada que me dolió muchísimo. Grité y gemí, pero él siguió nalgueándome sin clemencia y con mucha fuerza. Cuando se cansaba, me pellizcaba la nalga, me la apretaba, como si fuera yo una muñeca de hule y no una chica de carne y hueso.

Qué buen culo tienes, puta, que nalgotas te cargas… Me gustan mucho tus nalgas, y quéjate todo lo que quieras, me excitan tus gritos. Berrea cuanto quieras, que aquí nadie va a oírte, pendeja... Te encanta que te nalguee, ¿verdad reina?, mira qué mojada estás–, decía mientras me nalgueaba y me acariciaba los labios de la vagina de vez en cuando. – ¿Verdad que te gusta, perra?-, dijo mientras se engolosinaba con mi tremendo culo. - ¡Contéstame hija de tu puta madre, que estoy hablándote!-, yo no podía contestar pues estaba como conmocionada.

Raúl nos miraba y había empezado a masturbarse. Yo seguía teniendo miedo, pero me sentía más cachonda y encendida que nuca. Comenzaba a gozar las nalgadas que me propinaba Mario, y gozaba extrañamente con la mirada de Raúl sobre mí, mientras su amigo me metía la mano entre las cachas de mi culo y me sobaba toda por dentro, sin olvidar mi rajita que le empapaban sus dedos. En el café sólo se escuchaban nuestras respiraciones agitadas y el chaz-chaz de las nalgadas de Mario sobre mi carnoso trasero.

¿Dime que no te gusta, hija de la chingada?, dime cuánto te gusta, perra–, y nalgueándome una y otra vez, repetía lo mismo… – ¿No vas a contestarme, puta?–, decía mientras me jalaba de mis mojados vellitos vaginales con mucha fuerza.

Sí… –, respondí por miedo a que me siguiera pegando con mayor intensidad.

Eso es, mamita, contesta cada vez que Raúl o yo te preguntemos algo... Dime cuánto te gusta que te nalguee-

Me gusta… -, dije sobriamente.

¡Así no, hija de tu pinche madre!, dilo bien-

¿Cuánto te gusta?... –

Me quedé callada pues no soy de las que hablan mucho durante el coito.

¿No me escuchas perra? ¡Te pregunté cuánto te gusta!, o me contestas o te reviento tu puta madre-, gritó mientras masacraba mi trasero.

Me gusta mucho, pero me duele... ¡Auch!... sí, me gusta que me nalguees pero hazlo suavecito, por favor... –

Ya estás aprendiendo, Pao, muy bien… -

Esta hija de su puta madre, no entiende a la primera, hay que reventarle el culo para ponerla a tono… -, siseó Raúl.

Mario una y otra vez hizo con mis pompas lo que quiso, hasta dejármelas tan escarlatas como nunca en mi vida. Raúl seguía mirándonos, seguía masturbándose y yo me preguntaba por que carajos seguía ahí, qué iban a hacer conmigo esos dos hombres que me asustaban tanto, pero que me excitaban y me hacían sentir como nunca. No podía decidir cuál de los dos me gustaba más, pues la verdad es que los dos estaban muy buenos.

Raúl jaló otra silla y se sentó sobre ella, cerca de nosotros, poniendo su pene frente a mi cara. Soltó una carcajada cuando vio mi expresión de miedo.

Esta hija de la verga se nota que es nuevita, pero no te preocupes, vas a terminar siendo una auténtica putona después de que salgas de aquí–, me dijo, – sólo voy a metértela en tu boquita y la vas a mamar y nada malo te va a pasar. No harás nada que no hayas hecho antes, nena, pues desde que te vi supe que eras bien puta… -

Y mientras decía eso iba acercándome su enorme chorizo a mis labios hasta que los hizo abrirse para que su verga entrara de lleno en mi boca. Apenas la probé y de inmediato empezó a cogerme por la boca. Me tomaba del pelo y movía mi cabeza a un ritmo frenético. Al principio permanecí quieta, pero después participé: pasaba mi lengua por su glande, succionaba una y otra vez, chupaba y mamaba como desesperada, dejando escapar unos cuantos gemidos. Mario había dejado de nalguearme y ahora acariciaba mi culo adolorido y metía sus dedos en mi cosita y en mi ano.

Yo estaba que ardía, me retorcía de placer y dolor, sentía los dedos de Mario penetrándome, usándome, y la verga de Raúl llenando toda mi boca.

Así, nena, así mi reina… Sigue mamando mi verga, cosita rica, sigue chupándola como la puta que eres... Eres una buena niña, y te vas a tragar tu lechita, sigue mamando… -, decía mientras se reía y su amigo le festejaba la gracia.

Las palabras de Raúl en vez de molestarme me ponían más y más caliente. En mi vida entera había tenido un instrumento de ese tamaño entre mis labios, ¡en mi vida nadie me había tratado de esa manera tan vulgar, pero me encantaba y sabía que eso era lo mío!... Sentí cómo Mario metía uno, dos, tres, cuatro dedos en mi charca, los metía y los sacaba a un ritmo perfecto; después hizo lo mismo con mi culo. Me dolía pero era excitante.

¡Qué culona estás, tienes unas nalgas deliciosas, nena, qué mojada!-, me decía Mario sin dejar de manosearme como se le venía en ganas.

Esta hija de su reputa madre está tan cliente caliente, que pide verga a gritos, ¿verdad mamita?... -, dijo Raúl.

Estás chorreándote de placer, porque te encanta que te meta los dedos y que te nalgueé. Te mueves como la puta que eres, sigue retorciéndote, como perra, cabrona-, volvió a decirme Mario.

No podía más y tuve un orgasmo en verdad desgastante, mientras Raúl se vaciaba en mi boca diciendo:

Te lo vas a tragar todo, preciosa, no quiero que quede ni una gota-

Yo gozaba mi orgasmo mientras tragaba el semen de Raúl y sentía ese calor salado recorriéndome la garganta. Cuando terminé de tragar y estremecerme, Mario se levantó de la silla conmigo en brazos, me desató las manos, se quitó la ropa, me quitó la blusa a tirones y volvió a sentarse en la silla, sentándome a mí sobre sus piernas, de frente a él. Masajeó mis ricas tetonas de una forma exquisita, mordisqueó mis pezones y los apretó provocándome un dolor delicioso. Yo gritaba de dolor, de desesperación, de gozo mientras él tocaba mi vagina y mi clítoris de vez en cuando, pero más bien estaba concentrado en mis tetas. Se las comió hasta el cansancio. Yo estaba agotada, pero algo me incitaba a seguir moviéndome, a seguir gimiendo de placer.

Mario me levantó como si fuera de trapo y me dejó caer sobre su pene erecto. Era una verga gigantesca y ya lo sentía clavada dentro de mí.

¡Ayyy!–, exclamé.

No te quejes, zorra, que esto sólo es el principio. Si se ve que te encanta tener la verga adentro… Estás retorciéndote de placer y te gusta como te la meta, puta… ¿O me equivoco?-

Sí, si me gusta… -, dije yo tímidamente.

¡Quiero oírte decir que te gusta mi verga, perra!–, me ordenó Mario dándome una bofetada.

No me pegues por favor… -

Te voy a reventar tu puta madre si no me obedeces, piruja-, volvió a ordenar golpeándome de nuevo.

Sí, sí, me gusta sentir tu verga dentro de mí, me gusta que me cojas y que tu verga me penetre… Me gusta mucho, papi-

Ja, ja, ja… -, rió Raúl, - Te dije que esta hija de la chingada es de las nuestras, les gusta que les partas su madre para que solitas pidan verga-, dijo agarrándome del mentón y mordiéndome la mejilla golpeada.

Pero no dejes de moverte, cabrona-, me dijo Mario desprendiéndose de la teta que mamaba.

Me embestía como un animal, me mordía el cuello y me pellizcaba las nalgas. Todo era muy doloroso, muy agradable. Yo incliné la vista y vi cómo su garrote me atravesaba, vi cómo mis labios envolvían ese trozote de verga que tanto placer estaba dándome. De repente, sacó su falo de mi vagina y me dijo:

Voy a darte por el culo, Paola, pero como no es premio, sino castigo, te la vas a tener que enterrar tú solita-

Por favor, no, no hagas eso, nunca lo he hecho por atrás-, mentí pues era una cosota demasiado grande para mi hoyito.

Me vale madre, así que mejor coopera, linda, así va a dolerte menos... De todos modos te voy a partir en dos, así que más vale que seas buena y obedezcas. ¡Ponte de cuatro patas!... Quiero verte en el piso en posición de perra para que mi verga te perfore ese culote que tienes-, decía mientras me agarraba del culo con mucha fuerza.

Yo obedecí temblando. Me puse de cuatro patas en el piso. Él acercó su chorizote a mis nalgas y me ordenó metérmelo mientras me soltaba dos sonoras nalgadas. Intenté meterlo, pero era demasiado grande.

¡Hija de tu pinche madre, hazlo bien o te parto el culo con el palo de la escoba!-, me amenazó.

Abrí mis nalgas lo más que pude, ensalivé mi dedito y jugué con mi hoyito por breves momentos como cuando me masturbaba yo sola; usé la baba de mi concha para poder lubricarlo mejor, hasta que lo sentí expandirse lo suficiente como para recibir al semejante animal que esperaba ansiosa a las puertas de mi culo. Logré meterme la cabeza de la verga y aunque era un tanto doloroso, me gustaba. Permanecí así un momento tratando de acostumbrarme al gigantesco invasor hasta que me relajé, empujé más mis nalgas metiéndome así la mitad de la verga.

Mi culo se iba distendiendo y eso me provocaba molestias pues nunca antes me habían enculado de una forma tan ruda y poco caballerosa. No podía más, estaba cansada y las rodillas me dolían por lo duro del suelo. Me quedé quieta, creyendo que iba a desmayarme. Entonces Mario me dijo:

Hiciste un buen intento, nena, ahora va el resto por mi cuenta-, y de un solo fregadazo me la enterró toda hasta que sentí los vellos de su pubis hacerme cosquillas en las nalgas y sus bolas golpear mis labios vaginales.

Yo grité como loca, mientras Raúl sentado frente a mí, me agarraba del pelo, me obligaba a levantar mi cara desde el piso hasta la altura suficiente para besarme y mordisquear mis labios hinchados y me sobaba las tetas. Mario estuvo quieto unos segundos y después empezó a bombear una y otra vez, dándome una nalgada de vez en cuando, acariciando mi clítoris y tironeando de mis labios vaginales. El dolor se volvía más tolerable, y el placer se hacía presente. Así, penetrada por el culo, Mario me cargó y me colocó sobre él, volviendo a sentarse sobre la silla, conmigo sobre él, penetrada por su pene, con el culo adolorido.

Estando sobre él, Raúl se puso frente a mí y me ordenó:

Separa bien las piernas, hija de la verga, que voy a darte la mejor cogida de tu vida-, yo creí que moriría: nuca me habían penetrado dos hombres al mismo tiempo; sin embargo obedecí.

Separé mis piernas y Raúl me lamió mi cuquita y el clítoris, separó mis labios con sus dedos, posó su pene ante mi grieta y después me atravesó de un solo golpe. Sentía el calor de los dos miembros dentro de mi cuerpo y gritaba de placer y dolor. Ellos me tocaban las tetas y las nalgas, me besaban y mordían el cuello, los labios, los hombros.

¿Te está gustando, putona?–, preguntó Mario (me excita tanto que me digan putona).

¡Ohhh, si!... Me encanta muchísimo-, contesté. – Me gusta mucho, papito, pero ya no me lastimes más-

Parece que le hubiera pedido lo contrario, inmediatamente comenzó a penetrarme con más violencia, haciéndome gritar y gemir desesperadamente. Mientras tanto, Raúl pellizcaba mi clítoris y me provocaba sensaciones antes desconocidas.

Me encantan tus chichotas y como se bambolean -, dijo Raúl. - Tienes buenas tetas, muy buenas nalgas, y unos labios como inventados para mamar vergas, así que no te quejes, que tu cuerpo está configurado para coger. Eres una puta caliente, así que muévete y sigue gritando-

Y deberías de probar este culito–, le dijo Mario, – está muy estrechito, a mí se me hace que lo estoy estrenado, ¿verdad perra?-

Sí, eres el primero en penetrarme el culo-, le mentí entre gemidos.

¿Y lo estás disfrutando, chiquita?-

Sí, me está gustando mucho… -

¿Y qué es lo que te gusta?-

Me gusta sentirte dentro de mi culo… -, dije materialmente traspasada por ambas vergas.

Me gustaría ser tu padrote y ponerte a putear cuantas veces yo quiera-

Ya lo eres mi rey, ya lo eres-, balbucí presa de incontrolables sensaciones en todo mi cuerpo.

Un vibrante orgasmo me hizo presa e involuntariamente apreté ambas vergas con mi culo y con mi concha y entonces los dos se desbordaron dentro de mí. Me inundaron por completo. Era un vaivén de cuerpos, suspiros, sudores y estertores de placer. No les miento, ha sido el palo más violento y excitante que había tenido en mi vida. Cuando terminaron se salieron de mi cuerpo y se vistieron como si nada hubiera pasado. Yo me quedé en la silla, como desmayada.

Puedes vestirte preciosa, y también puedes irte–, dijo Raúl mientras me apretaba una nalga.

Me incorporé, me puse la ropa y salí del lugar sin decir nada. No estaba del todo consciente y vacilaba, algo avergonzada, pero la experiencia había sido muy intensa, muy interesante. Volví al cybercafé un par de veces, pero el sexo con Mario y Raúl no fue tan bueno como la primera vez, así que nunca más regresé. Aunque no he vuelto a verlos, los recuerdo con mucho placer pues ellos me hicieron más puta de lo que ya era, y me abrieron más aún al horizonte del dolor.

Edna Paola rivera

esclavasexual_1@hotmail.com