Me uní a mi suegra
En un viaje de trabajo de mi mujer, para dejarme libre en lo concerniente al piso, dispuso que durante su ausencia, viniera del pueblo su madre para ocuparse de todas las labores domesticas.
Esta historia que voy a relatar no es excesivamente erótica, pero para mi ha entrañado un giro en mi vida que me ha reportado una enorme felicidad y desearía compartir con vosotros los momentos en los cuales se produjo este cambio tan sublime. Ya se que puede haber muchas vivencias similares o parecidas, pero esta es la mía y me apetece enormemente narrárosla.
Ante todo voy a presentarme: mi nombre en Roberto, tengo 32 años y vivo en Barcelona. Trabajo en una empresa como asesor financiero, compaginando este empleo con el de profesor en la Facultad de Empresariales.
En el momento de comenzar mi historia estaba casado desde hacía dos años con una hermosa joven de 22 años, y a pesar de la diferencia de edad, creía estar completamente enamorado de ella, aunque últimamente las cosas no iban demasiado bien.
Para que conozcáis un poco más como llegué a casarme con una mujer tan joven, os diré que a Inés, como se llama mi esposa, la conocí en la facultad donde daba clases de contabilidad de costes.
Siempre he intentado no mezclar el trabajo con relaciones sentimentales, y aunque Inés, que asistía a una de las clases que yo impartía no pasaba desapercibida a mi vista, no le presté mayor atención que el mero interés de ver un rostro y un cuerpo bonito.
Habría pasado como una más de mis alumnas, si no hubiera sido porque en su proyecto de final de carrera me asignaron como su tutor. En esos momentos de tutoría fui conociéndola mejor y después de varias entrevistas comenzamos a intimar, hasta que me dejé seducir de sus encantos y nuestra relación terminó en boda.
El primer año de matrimonio, nuestra ligazón de pareja fue sensacional, nos compenetrábamos maravillosamente tanto en el terreno sexual como en el sentimental. Era un autentico placer disfrutar de una mujer tan joven y tan bella.
Pasaban algunos meses del primer año de casados, cuando fui notando en Inés un cambio sustancial, y aunque ella lo negaba, yo veía que difería notablemente de la relación que habíamos tenido. Sobre todo en lo que respecta al sexo. No existía por parte de ella ese ardiente deseo de poseerme que siempre había manifestado.
Nuestra conexión hasta entonces en la cama era espectacular, ella siempre tomaba la iniciativa. No se cansaba de entregarse con verdadero apasionamiento, dándome todo el placer que se puede uno imaginar. Por supuesto que yo también contribuía a que ella disfrutase al máximo en nuestra constante actividad sexual.
Una cosa si tenía en cuenta Inés: aunque yo no usaba preservativo, ni a ella le gustaba, no dejaba en absoluto tomar pastillas anticonceptivas para no quedarse embarazada. En mi ánimo estaba el tener un hijo cuanto antes, pero ella decía que todavía era muy joven y que ya habría tiempo.
Volviendo al cambio que noté en Inés, puedo decir que se produjo al cabo de unos pocos meses que comenzó a trabajar en una empresa, a la cual pudo ingresar gracias a mi recomendación, ya que esa empresa tenía con la que yo trabajaba una gran vinculación.
En principio estaba encantada y no paraba en agradecerme haberla conseguido ese trabajo, pero poco a poco nos íbamos distanciando y nuestras relaciones conyugales tan prolijas anteriormente, ahora dejaban mucho que desear. Ella aludía que necesitaba centrarse en su empleo y venía muy cansada.
Yo hasta cierto punto lo admitía. Tenía en cuenta que hoy en día hay mucha competencia y era necesario poner los cinco sentidos en el desempeño de nuestro cometido en el trabajo.
Así iban las cosas, hasta que un día me comentó que se tenía que desplazar a Alemania durante un mes, para efectuar un reciclaje en la sede central de de la empresa que estada ubicada en Munich.
No me hizo mucha gracia, iba a comenzar el mes de Junio y en ese mes se incrementaba mi trabajo. Entre la empresa y preparar los exámenes finales en la facultad, no me quedaba tiempo en absoluto para dedicarme a ninguna otra cosa. Le comenté si no lo podía posponer para otro mes. Además pensé que era un viaje muy precipitado y me escamaba mucho, aunque esto no se lo llegué a decir, ni tampoco me preocupe en indagarlo.
Inés me contestó que era una oportunidad única y no podía rechazar. Ante el mes que se me avecinaba, me comentó que no me tenía que preocupar porque estaría bien atendido. Tenía dispuesto que durante su ausencia vendría del pueblo su madre, para ocuparse de todas las labores domesticas.
Me negué rotundamente. Solo faltaba que su madre viniese a nuestra casa para terminar de arreglar nuestra actual situación de pareja. No tenía nada contra mi suegra, las dos o tres veces que nos habíamos visto me pareció una mujer agradable, pero no me satisfacía en absoluto tenerla en casa durante un mes. No le dí demasiada importancia porque pensé que su madre se negaría en redondo en venir. Tenía una pequeña fábrica de conservas y no creía que la abandonase un mes para venir a nuestra casa para hacer de sirvienta. Además la relación que tenía con su hija no era para echar cohetes. Inés era muy suya y apenas iba a visitarla. Decía que no tenía tiempo.
El caso es que llegó el día de su partida a Alemania y gracias a una nota que me dejó en la cocina me enteré que su madre venía al día siguiente de su marcha y que por favor fuese a recogerla a la estación de autobuses que llegaba a las siete de la tarde.
Alguna maldición salió de mi garganta, pero no me quedaba otra opción que ir a buscarla. Además la mujer no tenía ninguna culpa. A saber que artimañas se había valido Inés para que abandonase el pueblo, al que estaba muy atado, para venir a nuestro piso y hacer de chacha.
Ese día estuve muy ocupado y llegué a la estación de autobuses con veinte minutos de retraso. No pude llegar antes a causa de un importante asunto que no podía abandonar, y aunque intenté llegar a la hora que me indicó Inés de la llegada del autobús, me fue imposible.
En información me dijeron que el autobús donde debería llegar la madre de Inés, había llegado a su hora y que su estacionamiento era el anden once.
Me dirigí hacia el anden indicado y en ese apeadero distinguí a una señora de pié junto a una maleta. Tuve que acercarme bastante para reconocer a mi suegra. Era una mujer más bien tirando a alta, y su aspecto denotaba un aire de mujer de pueblo que no pasaba desapercibido. Llevaba puesto un vestido largo de una pieza de bastante amplitud, que impedía ver si su cuerpo albergaba alguna curvatura. Su pelo castaño, a diferencia del de su hija que era negro con larga melena, lo llevaba recogido en una especie de moño. Le daba un aire de mujer que no cuidaba o no le importaba en absoluto su fisonomía y vestimenta.
Cuando llegué a su altura me fijé más en su rostro y dejando aparte el resto de su cuerpo, su cara tenía cierta belleza en la que se apreciaba un enorme parecido al de su hija o mejor dicho su hija tenía un enorme parecido a su madre. Rápidamente antes que se diera cuenta de mi análisis, me dirigí a ella.
-Perdone señora Carmen por la tardanza, pero me ha sido imposible llegar antes.
-No te preocupes Roberto, no tiene importancia. Pero por favor, no me des el tratamiento de señora que aunque no sea una jovencita tampoco soy tan mayor.
Pensé que quizá con otra apariencia parecería mucho más joven, pero con esa vestimenta y ese pelo recogido era difícil adivinar su edad. Dejé aparte mis observaciones y le dije:
-Bien Carmen, cuando quieras nos vamos… ¿Es este todo tu equipaje? –le señalé la maleta que estaba a su lado e hice mención para recogerla.
-Sí es todo lo que traigo, pero deja que la puedo llevar yo.
Me negué a que la cogiese y nos dirigimos a mi coche. Lo tenía aparcado en una calle cercana a la estación.
Ya dentro del vehiculo, en dirección donde se encontraba mi piso, rompí el silencio que llevábamos. La tenía tachada como una mujer muy prudente y su silencio lo denotaba.
-Siento que su hija le haya hecho venir. La verdad es que en su ausencia me podía haberlas apañado sin necesidad de haberla molestado.
-No es ninguna molestia. Mi hija me dijo que era muy importante que viniese y aquí me tienes para poder ayudarte en lo que te haga falta. Además me viene muy bien, cambio un poco de aires y me tomo un descanso del trajín que llevo en la conservera.
-Su hija creo que ha exagerado en lo de ayudarme. Creo que no le voy a molestar mucho porque prácticamente estoy casi todo el día ocupado, así que le quedará mucho tiempo libre para disfrutar de estos días en Barcelona.
-Ya veremos. Tu lo que necesitas es que estés centrado en lo tuyo y no preocuparte de otra cosa. No quiero que mi estancia te distraiga para nada de tus obligaciones.
Como decía, era una mujer muy discreta y eso lo fue manifestando a lo largo de los días que estuvo en casa. Apenas salía y aunque yo le animaba, me decía que como mejor se encontraba era en el piso leyendo algún libro de los que disponíamos.
Muy a pesar mío, tuve que reconocer que su compañía me resultaba tremendamente agradable. Me encantaba llegar a casa y ver como me esperaba para cenar juntos y disfrutar de las cenas tan apetecibles que preparaba.
Esos días fueron para mí de lo más relajante. Sobre todo después de la cena en las que nos sentábamos en el sofá saboreando el café, manteniendo una tertulia de lo más variado. Nunca entrábamos en lo privado, pero a mí me reconfortaba enormemente su conversación. Se notaba que leía mucho y tenía una cultura más que aceptable.
Fui descubriendo a una mujer completamente diferente a como me la había imaginado. Veía en ella una mujer excepcional, pero en ningún momento pasaba por mi cabeza otro deseo que el de admirarla.
Podría ser que no levantase en mí otro interés, el hecho de que no cambiaba su aspecto recatado en su vestimenta. Siempre la veía envuelta en una serie de batas que lo único que las diferenciaba era el color, porque la hechura era prácticamente igual: tremendamente anchas y largas.
Una noche, después de que la estancia de Carmen en mi piso llevaba algo más de tres semanas, me dijo:
-¿Mañana viernes dime si vendrás a casa a cenar y si es así sobre que hora podrás estar?
-¿Porqué lo dices?
-Porque es mi cumpleaños y como entro en los 40 quiero preparar una cena especial para celebrarlos y preciso la hora para tenerla en su punto.
-¡Vaya! Felicidades anticipadas, pero de ninguna manera te voy a dejar preparar cena en tu cumpleaños. Mañana vamos a celebrarlo fuera de casa. Conozco un restaurante que no está muy lejos de aquí que te va ha encantar.
-Por mí no te molestes. No hace falta que salgamos a celebrarlo a un restaurante, lo podemos celebrar tranquilamente aquí.
-Bueno Carmen, no se hable más. Mañana ponte elegante que lo vamos a celebrar a lo grande. No todos los días se cumplen 40 años y me gustaría que guardases un buen recuerdo de tu aniversario.
-Acepto con una condición…,-no le dejé terminar.
-Mira Carmen no voy ha aceptar condiciones. Ya está bien de que no salgas de estas cuatro paredes, así que mañana a las nueve estate preparada porque tendré reservada una mesa en el restaurante para las nueve y media.
-Bueno, simplemente iba a decir que invito yo.
-Me parece bien tu gesto pero este va ha ser el regalo que te haré en tu cumpleaños, que bien lo mereces.
El día siguiente estuve muy ocupado durante todo el día y no recordé la celebración de Carmen hasta el atardecer. Entonces me puse en movimiento. Reservé por teléfono mesa en el restaurante y pasé por una floristería para comprar un ramo de rosas.
Llegué a casa sobre las nueve menos cuarto y me llevé una sorpresa mayúscula, si me pinchan no me sale una gota de sangre. Encontré a Carmen con el pelo suelto con una media melena que le llegaba hasta el cuello. Vestía una blusa escotada que le asomaba el nacimiento de sus pechos y un vestido ceñido corto, que ensalzaban unas magnificas curvas y dejaban ver unas piernas muy bien contorneadas.
“¡Madre mía!”. -dije para mí. Aquella visión era lo más deslumbrante que recordaba haber visto. Su hija se quedaba corta ante lo espectacular de su madre. ¿Cómo podía ser que en el casi un mes que llevaba en casa ese cuerpo hubiese pasado tan desapercibido?
Creo que se dio cuenta de mi asombro y con una sonrisa encantadora y dándose un giro de 180º me dijo:
-Te parece bien como voy vestida o es demasiado atrevido.
No sabía que decirle porque todavía no me había repuesto de mi sorpresa y no se me ocurrió otra cosa que decirle:
-Déjame que te diga que estas guapísima y para mí será un honor ser tu acompañarte.
Quería darle una sorpresa con las rosas que llevaba en la mano derecha escondida en mi espalda y mira por donde la sorpresa fue mía. Por lo visto había aprovechado el día en ir a algún salón de belleza y comprar ropa. No creo que la que llevaba en esos momentos hubiera salido de su maleta.
Reaccione como pude y le ofrecí el ramo de rosas dándole un beso en la mejilla deseándole feliz cumpleaños.
-Muchísimas gracias… Es el mejor regalo que me han hecho por mi cumpleaños. Eres un encanto.
Se acercó a mí, me abrazó y me dio dos sonoros besos en las mejillas.
Necesitaba cambiarme para ir al restaurante ya que estaba sudado del trajín que había durante todo el día y dije a Carmen.
-Dame diez minutos y salimos rápidamente para el restaurante.
-Tomate el tiempo que necesites que no tengo ninguna prisa.
Me metí en la ducha y no podía apartar la imagen de Carmen de mi pensamiento. “Que tremenda mujer” -me dije. Pensé que era fantástica. Aparte de las cualidades como persona que poseía, encima tenía un cuerpo imponente. No me explicaba que una mujer como esa permaneciese todavía viuda. Bueno, tampoco sabía mucho de ella a nivel personal. Me propuse en la cena averiguar algo sobre su vida intima.
No tardamos mucho en estar dentro del restaurante y como imaginaba, a Carmen le encantó. Era un restaurante pequeño pero muy elegante, con un trato muy familiar y una cocina esplendida. El comedor constaba de diez mesas lo suficientemente espaciosas como para mantener cierta intimidad entre los comensales. Yo tenía cierta amistad con el dueño y al vernos, no tardó en colocarnos en la mesa que tenia reservada para nosotros.
Carmen estaba alucinada por el trato atento que nos dispensaba el dueño. Observaba como inmediatamente después de sentarnos nos llenaba la mesa con unos platitos de diversas exquisiteces, al mismo tiempo que descorchaba una botella de rioja que yo le había solicitado.
-¿Y todo esto? –me preguntó Carmen al ver los platos de picapica que nos iban trayendo sin haber solicitado nada.
-Esto son los entremeses. Lo único que tienes que pedir es el segundo plato. Lo he dejado a tu elección.
-¡Pero sin con lo que nos están poniendo hay más que suficiente!
-No te preocupes que tenemos toda la noche por delante. Así que vete saboreando estos platos exquisitos que hoy es tu día.
La cena fue trascurriendo de lo más entretenida. Carmen saboreaba con delicadeza cada uno de los platos. Le propuse beber vino y aceptó, aunque comentó que no acostumbraba hacerlo.
Cuando observé que se encontraba bastante animada me propuse sonsacarle algo de su vida privada y comencé a decirle:
-Perdona Carmen, ¿me dejas que te haga una pregunta de tipo personal?
-No se lo que quieres saber de mí, pero pregunta lo que quieras. Ya veré si merece contestación.
-No me contestes si no te apetece, pero me muero de curiosidad de saber porqué una mujer como tú no ha vuelto a casarse de nuevo o tiene nueva pareja. Porque supongo que pretendientes no te faltarán.
-¡Vaya! , ¿esa es tu curiosidad?..., pues a ti no tengo ningún problema en contártelo. Me lo han preguntado numerosas ocasiones y se quedan con la pregunta. No suelo dar explicaciones a nadie en lo que respecta a mi vida privada.
-No me gustaría entrometerme en tu vida. Si no te apetece no me cuentes nada. Comprendo que la vida de cada uno es muy suya y no tiene, si no quiere, airearla.
-No, no, Roberto. No tengo ningún problema en explicártelo. En este mes que llevamos juntos me has parecido una persona sensacional y creo que hemos cogido la suficiente confianza como para conocernos un poco más, aunque mi vida no creo que tenga mucho interés.
-Ya lo creo que tiene interés. Es tu vida y no hay cosa mejor que la vida de cada uno y como ves al igual que a otros, a mí también me ha despertado curiosidad por saber algo más de ti…, para no ser menos, si tú deseas saber algo de mi no tienes más que preguntar.
-Eres de lo más amable Roberto, pero como tú has sido primero en preguntar, empezaré yo.
Antes de comenzar se tomó una copa de vino, me miró a los ojos como expresando que lo que iba a contar era como si fuese una confesión.
-Para no cansarte intentaré hacer un resumen para poder contestar a tu curiosidad…: me casé excesivamente joven con una persona bastante mayor que yo. Más que por amor fue por insistencia de mis padres. Era un hombre que no era del pueblo y entró a formar parte como socio en la conservera que había montado mi padre. Me lo metieron tanto por los ojos que al final accedí contraer matrimonio con él. Vine embarazada del viaje de novios y puedo decir que los primeros meses mi marido se comportó conmigo francamente bien. Me convirtió en mujer e hizo despertar en mí algo que desconocía. Pero poco duraron esos momentos dulces. No tardamos mucho en conocer una faceta de él que tanto yo como mis padres desconocíamos. No tenía ningún reparo en dejarme sola para salir y divertirse con una pandilla, que al igual que él, montaban unas juergas impresionantes, en las que incluían mujeres. Como puedes suponer no precisamente las suyas. Eso sí, efectuaban todas sus jaranas fuera de nuestro pueblo para guardar las apariencias.
Había cambiado el semblante risueño de Carmen y los ojos comenzaban a sonrojarse, así que le dije.
-No hace falta que continúes, comprendo tu antipatía por los hombres y ya está satisfecha mi curiosidad. Aunque te voy a decir que no hay que meter a todos los hombres en el mismo saco.
-Ya lo sé Roberto. Por ejemplo tú eres una persona maravillosa.
-Bueno, bueno…, no te fíes que al principio, al igual que tu marido, todos somos buenos –dije para romper un poco el hielo, lo que hizo asomar una sonrisa en Carmen.
Notaba que me estaba interesando Carmen más de la cuenta. Dejaba de ver en ella la madre de Inés y se convertía en una mujer deseable que me estaba cautivando, pero había algo que debería respetar “era mi suegra”.
Dejé mis pensamientos para otro momento y dejé que prosiguiese.
-Si no te importa Roberto, déjame que siga descargándome en ti. Me sienta bien contándotelo.
-Adelante Carmen. Es una satisfacción para mí si te sirvo de algo.
-Eres un encanto.
En un acto espontáneo extendí mis manos y estreché las suyas. Ella no me las rechazo y me las apretó fuertemente.
Le iba a decir algo con nuestras manos unidas, pero tuvimos que separarlas al venir el camarero para solicitarnos que queríamos de segundo plato. Dejé que fuera ella la que decidiese y se decantó por pescado a la plancha.
Al marcharse el camarero, Concha continuó:
-Bien, voy a terminar de contar mi historia de forma rápida porque si no va a parecer un serial por capítulos… Como te decía, mi vida se fue convirtiendo en un infierno. Tuve a Inés y me volqué totalmente a ella. Su padre pasaba completamente de las dos y solo tenía tiempo para ir con sus amigotes y emborracharse. Mi vida al lado de él fue un autentico calvario, hasta que a los cinco años de casados tuvo un accidente de coche en una de sus correrías. Murieron dos personas y una de ellas era él. Está mal decirlo, pero no sentí nada por su muerte. Fueron cinco años que no los deseo para nadie. Después de esto, no he querido saber nada con ningún hombre y como bien dices, si que he tenido algún moscardón que me ha ido detrás, pero se ha ido por donde ha venido. Una manera de haber conseguido que me dejaran en paz, es vestir de la forma que me has visto hasta hoy. Ya se que parezco una vieja, pero funciona, de esta forma los hombres pierden interés y me miran de otra manera. Cuando quiero ya busco la manera de vestirme adecuadamente.
-¿Quieres decir que hoy te has vestido así por mí?
-Pues claro, no iba a dejar que te sintieras avergonzado de traerme a un restaurante con esas prendas de vieja.
-Desde luego a mí me has impresionado. Si alguno de tus admiradores te ve así no te los quitas…
Se cortó de nuevo nuestra conversación cuando vino el camarero con los segundos platos. Una vez se retiró, Carmen retomó la conversación.
-Mira Roberto, para terminar esta historia. Si supiera que iba a encontrar un hombre como tú, no me importaría arriesgarme a comenzar una nueva vida, pero como dudo encontrarlo mejor sigo así.
-Ay Carmen, no me idealices tanto que no debo ser todo lo bueno que tú crees.
-Venga ya. Inés está loca por ti y por lo poco que sé, os lleváis divinamente.
No sabía en ese momento si hacerla participe de mis desavenencias actuales con Inés. Pero tampoco me parecía bien que estuviese equivocada en sus apreciaciones, así que le dije.
-A ver Carmen, como te he dicho antes, todo el mundo no es tan bueno como parece y yo no debo ser una excepción. Últimamente Inés y yo estamos pero que muy distanciados.
-No me lo creo –puso ojos de incredulidad, mientras yo se lo afirmaba con la cabeza- ¡pero si sois una pareja envidiable!... ¿Cuál es el motivo por el que os habéis alejado el uno del otro?
Le conté mis apreciaciones y ella replicó que debería tener paciencia con Inés, dijo que era una chica caprichosa criada en la ausencia de un padre. La había mimada demasiado y cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde. Continuó diciendo que ella también tenía sus desavenencias con su hija, pero en el fondo era una buena chica y no tardaríamos en conciliarnos. Terminó diciendo:
-Además sería muy tonta de dejarte escapar. Yo desde luego, sería lo último que haría.
Esto que oía era demasiado. Con tantos elogios que recibía de ella, más que sentirme orgulloso, me producía una excitación que iba más allá del agradecimiento.
Cada vez veía más en ella una mujer muy apetecible a la que solo me separaba de ella una mesa.
Llegaron los postres y pedí una botella de cava para brindar con Carmen por su cumpleaños. Después de la segunda copa, ella desbordaba una alegría desbordante y yo no le iba a la zaga. Cualquier cosa que decíamos nos causaba una risa contagiosa. Había quedado atrás la conversación de nuestras desavenencias conyugales y hablábamos de cualquier cosa que se nos ocurría.
Terminamos nuestra velada en el restaurante y cuando salíamos, Carmen me agarró del brazo y me dijo:
-Gracias Roberto por esta cena que me has obsequiado. No la olvidaré nunca –riéndose remarcó-. Sobre todo porque la bebida se me ha subido a la cabeza y se me traba la lengua.
-¿Quieres que cojamos un taxi que nos lleve a casa?
-No, no. Quiero que esta noche se alargue un poco más. Además no estamos lejos de tu casa y un paseo me irá muy bien.
-Continuamos paseando, ella agarrada a mi brazo y yo de vez en cuando mirándola. Me entusiasmaba esa mujer. Me producía una sensación placentera estar junto a ella, que no recordaba haberla experimentado con Inés.
Cuando estábamos cerca de casa de desató una tormenta que nos obligó a echar a correr. Caía el agua a cantaros. Yo le puse la chaqueta que llevaba puesta por encima de la cabeza de Carmen hasta que nos pudimos refugiar en nuestro portal.
Dentro del piso Carmen exclamó:
-¡Vaya como te has puesto!... Ven, déjame que te seque.
Me cogió de la mano y me llevó al baño. Cogió una toalla y me la pasó por la cabeza secándome el cabello. Después me dijo:
-Será mejor que te quite esta camisa, la tienes empapada.
Entonces no pude más. Estaba quitándome los botones y verla tan cerca de mí me atraía de tal manera que en un impulso mis labios se acercaron a los de ella y se unieron a los suyos en un fuerte beso.
No tardó ella en separarse de mí y se quedó mirándome fijamente a los ojos. Esperaba en esos momentos una recriminación, pero su reacción fue abrazarme y unir sus labios fuertemente a los míos.
Fue un beso pasional en el que los dos nos entregamos ardientemente. Sus manos se apoyaban en mi cabeza y me apretaba mientras nuestras lenguas se abrían paso y se enlazaban en calidos y largos besos.
No pude por menos que cogerla en mis brazos y con nuestras bocas permaneciendo unidas la llevé a mi habitación.
La tendí en la cama y continuamos besándonos desenfrenadamente. Mi boca se separó de la de ella y continué besándola poco a poco por toda la cara bajando hasta su cuello. Me incorporé un poco y mis manos fueron a quitar los botones de su blusa mientras ella aprovechaba para quitar los que faltaban por desabrochar de mi camisa. Le retiré también el sujetador que apretaba su busto y florecieron dos hermosos pechos en los que destacaban unos pezones rígidos que enfocaban hacia el cielo. Nuestros cuerpos se unieron en un abrazo y nuestros labios se buscaron para fundirse en un nuevo beso. No tardó mi boca en desplazarse por su cuello para llegar a sus pechos turgentes y succionar sus pezones completamente erectos mientras ella me agarraba del pelo tirando fuertemente de él y entre jadeos me decía: “muérdelos corazón…, son para ti”. Me estaba entrando tal fogosidad, que no pude por menos incorporarme e ir directamente a desprender de su cuerpo la falda que envolvía parte de su cuerpo. No perdió tiempo Carmen, porque aprovechó para quitarme el cinturón del pantalón, desabrochar la bragueta y quitarme los pantalones. Mi acaloramiento era tal que mi boca fue directamente hacia sus braguitas de encaje. Se encontraban enormemente mojadas por sus jugos y mis labios besaban toda la humedad que las empapaban.
Con delicadeza desposeí de su cuerpo esa pequeña prenda que escondía su tesoro y puse al descubierto su fascinante vulva adornada con un ligero vello, que se me antojaba de lo más apetecible. Separé sus piernas y mi boca se dirigió sin remiso hacia su monte de Venus, besando suavemente toda su zona genital. Mi lengua fue apartando el vello de sus labios vaginales hasta que con verdadero ardor acariciaba su clítoris. Notaba claramente como con el contacto de mi lengua este se engrandecía.
Carmen se encontraba totalmente excitada y el movimiento de su pubis provocaba que mi lengua se hundiese más en su vagina llegando a producirse en ella tal orgasmo que por su conducto se desprendía tal cantidad de flujo, que mi boca se dispuso a absorber sin contemplación. Su sabor ligeramente amargo me sabía a gloria.
Mi cabeza soportaba placenteramente los impulsos de Carmen en agarrarla fuertemente, mientras entre jadeos exclamaba:
-¡Me estas matando Roberto!... ¡Me estas matando!... ¡Que placer tan inmenso!...
Aproveche ese momento para despojarme del slip y como si fuese un preso que salía en libertad, mi pene saltó como un resorte.
Me alcé teniendo entre mis rodillas su cuerpo y me paré a contemplar esa magnifica figura que tenía ante mí. Su cuerpo deslumbrante era el de autentica diosa y lo tenía a mi disposición. Me acerqué a su boca y nuestros labios se unieron con autentica furia. Fue un frenético beso en el que los dos apretábamos nuestras bocas como intentando absorbernos el uno al otro.
Una vez se separaron nuestros labios los dos jadeábamos enormemente, y sin saber como, de mí boca salían estas palabras:
-Quiero hacerte mía Carmen… quiero hacerte mía para siempre…
-Si mi amor…, si mi vida…- me respondía mientras el movimiento de sus pechos acompañaba a sus jadeos. -¡Poséeme Roberto… hazme tuya! –repetía Carmen entre gemidos.
Si los latidos de mi corazón estaban alterados, no podía decir menos de los de Carmen. Notaba sus palpitaciones como si fueran mías propias. Y sus magníficos turgentes pechos, acompasaban sus jadeos.
No pude más y mi pene buscó desesperadamente el orificio de su vagina. Una vez enfocado, fui introduciéndoselo con suma suavidad. Se notaba que hacía muchísimo tiempo que esa soberbia madriguera no había sido invadida.
El flujo que desprendía su vulva ayudó a la total penetración de mi miembro. No tardó mi pene a desplazarse a lo largo de todo su conducto vaginal con suma facilidad. Carmen ayudaba también contrayendo y dilatando sus músculos vaginales.
Mientras, nuestras bocas se buscaron. Más que besos, era una verdadera mordida de labios, mis manos apretaban su cabeza como si la fuese a estrecharla y sus uñas se clavaban en mi espalda con verdadero ahínco.
Tenía tal enardecimiento, que el desplazamiento de mi pene en su vagina se fue acelerando, mientras sus nalgas se alzaban como pidiendo que mi miembro se clavase en lo más hondo de su ser.
Dos gritos prolongados de placer se escucharon en la habitación. El tremendo orgasmo de ella, se unió a una torrencial descarga de semen de mí pene, perdiéndose en lo más hondo de su vagina.
Acabamos los dos extenuados y sudorosos extendidos a lo largo de la cama con nuestras respiraciones profundas. No tardó mucho Carmen en acercarse a mí y con voz entrecortada susurró:
-Me has hecho la mujer más feliz del mundo Roberto… ¡te quiero muchísimo!
-Yo también te quiero Carmen –le contesté.
Me dio un beso en los labios y continuó dándome besos por toda la cara. Siguió acariciando con sus labios todo mi cuerpo, hasta llegar a mi pene que en ese instante estaba flácido.
Se paró como no sabiendo como continuar y le animé a que siguiera. Ella puso sus labios en mi glande y yo acompañando a su cabeza, le ayudé a introducir todo el pene en su boca. Se notaba que era completamente inexperta en estas lides pero acompasándola con mis manos fue cogiendo el ritmo deslizando su boca a lo largo de mi pene.
Nuestro ardor volvió nuevamente cuando mi pene alcanzo toda su plenitud. Carmen se irguió sentándose sobre mi vientre, se incorporó un poco, agarró mi miembro y lo apuntó a su vagina introduciéndoselo totalmente. Su cuerpo acompasaba a su vagina que se iba deslizando a lo largo de mi pene. Mis manos se desplazaron a sus hermosos pechos. Los abarque como queriéndolos poseer y mis dedos fueron deslizándose suavemente por ellos encontrando sus ricos pezones que se manifestaban sublimemente erectos.
Mi respiración iba acelerándose, mientras, Carmen emitía unos gemidos de placer y unos jadeos al mismo tiempo que inclinaba la cabeza hacia atrás y se mordía los labios. Mis manos se trasladaron a sus nalgas tersas y duras apretándolas fuertemente.
Era algo apoteósico. Me hacía vibrar de una forma brutal. Notaba que mi pene estaba llegando al punto de eyacular de nuevo y ayude a Carmen a incrementar sus movimientos empujando amparándome de las nalgas. Carmen se dio cuenta, e incremento el deslizamiento de su vagina sobre mi miembro siendo acompañados por unos gemidos entrecortados que emitía: “toma…, toma…, toma…”, hasta que le vino un tremendo orgasmo produciendo un grito con un: “¡Sííííí….! No tardé ni un segundo en unirme a su grito al producir mi pene tal eyaculación que mi semen inundó todo el interior de su vagina con tal fuerza, que se perdió en más fondo de su saco vaginal.
Carmen cayó encima de mí y nos abrazamos y besamos acaloradamente. Nuestros cuerpos sudados y exhaustos se mantenían abrazados, y su cabeza se recostaba en mi pecho dando pequeños besos en mi pecho. Yo le acompañaba efectuando lo mismo en su frente y en el cabello.
Era tal el agotamiento que teníamos que no tardamos en quedar profundamente dormidos.
Cuado me desperté, vi que Carmen no se encontraba en la cama y rápidamente fui en su busca deseando darle los buenos días con un calido beso y agradecerle la imponente noche que me había obsequiado por su aniversario.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando la encontré en su habitación, vestida con su indumentaria que había lucido durante todo el mes y metiendo toda su ropa en la maleta que había traído.
De mi boca en lugar de los buenos días salió:
-¿Qué haces Carmen?
-Me voy a mi pueblo Roberto. Como comprenderás no me puedo quedar aquí ni una hora más. No sé lo que me pasó anoche. Supongo que influyó mucho el alcohol que bebimos. Perdí completamente la cabeza, pero esto no puede volver a suceder.
Me dejó de piedra. Era lo último que esperaba.
-Carmen, yo no me arrepiento de nada de lo que hicimos. Es más, te puedo decir que siento por ti algo que no había llegado a sentir con ninguna otra mujer. Es verdad que nunca había llegado a gozar tanto con una mujer pero aparte de esto, hay muchas más cosas en ti que no me gustaría perder.
-No me digas esas cosas Roberto que todavía me lo pones más difícil. Yo también sé, aunque me duela decirlo, que llegué a pasar la mejor noche de toda mi vida. Me llegué a sentir la mujer más feliz del mundo e hice y dije cosas que jamás me hubiera imaginado. Me gustas muchísimo Roberto, pero hay algo que no me puedo perdonar, tú eres el marido de mi hija. Me siento muy sucia…, he traicionado a mi propia hija.
-Tu hija nunca lo va ha saber y esto siempre quedará entre nosotros. No dejes que estos momentos felices que hemos pasado juntos se vayan de esta manera. Además tu hija vuelve dentro de dos o tres días y querrá saludarte antes que te vayas.
-No puede ser, sería incapaz de mirarla a la cara.
Por mucho que insistí diciéndole lo mucho que representaba para mí, no conseguí que se quedara.
La acompañé con el coche hasta la estación de autobuses y aunque yo mostraba una actitud como negándose a que se marchase, ella me cogió una mano y me dio dos besos en las mejillas.
-Carmen –le dije-. Lamento mucho que te marches de este modo. Te repito que siento por ti algo que no me había ocurrido nunca y jamás te podré olvidar.
Unas lágrimas aparecieron en sus ojos, me dio un beso, esta vez fue en mis labios y rápidamente dio media vuelta metiéndose en el autobús.
Me quedé de pié como una estatua hasta que el autobús se perdió de mi vista.
En los días siguientes noté un vacío en casa que no lograba sobreponerme. Carmen se había adueñado totalmente de mí en ese casi mes que habíamos compartido.
Aparte de la paz que me había dado su compañía, su cuerpo me había proporcionado el mayor de los placeres que había recibido hasta ese momento.
Mi mujer Inés se retrasó un par de días más en regresar de Alemania según la fecha que según ella tenía acordada. No se que me pasaba pero yo no la echaba de menos, mi pensamiento se encontraba junto a Carmen.
Cuando apareció por casa Inés, aparte de contar las excelencias de su estancia en Alemania, me sorprendió enormemente por el comentario que hizo después de preguntar por su madre. Yo le explique que se había tenido que marchar porque le habían requerido en la conservera y no podía esperar más. Ella sin pedirme más explicaciones me dijo:
-Supongo que os habréis entendido bien. Los dos sois como almas gemelas.
No sabía a que venia esto y le respondí:
-Pues la verdad es que me he encontrado muy a gusto con ella y ha sido un placer tenerla a mi lado.
-Ya sabía yo que os compenetraríais muy bien.
-Porqué lo dices.
-Por nada.
Me dejó con la palabra en la boca y comencé a pensar si no había sido una maniobra de ella el provocar este encuentro con su madre. No volvimos a efectuar ningún comentario más al respecto.
Pasó casi un mes y nuestra relación iba de mal en peor, hasta que un día me dijo que lo sentía mucho y aunque yo era una persona que quería, había conocido a otro hombre y deseaba emparejarse con él.
No me pilló de sorpresa. La persona con la que deseaba unirse era su jefe con el que había ido a Alemania. Entendía entonces su interés por ese viaje y el desinterés por mí desde hacía tiempo.
Le manifesté que lo mejor era separarnos, a lo que ella no puso ninguna objeción. Era lo que deseaba.
No tardamos mucho en hacer las diligencias oportunas para mover todo el papeleo ya que estábamos de mutuo acuerdo. Además iba a comenzar el mes de Agosto, e Inés quería dejarlo arreglado para irse con su nueva pareja de vacaciones.
No fue una ruptura traumática ya que para mí Inés había perdido todo el interés. Mi mente no dejaba de pensar en Carmen. El caso es que cuando nos despedimos amigablemente, me dijo:
-Siento Roberto que lo nuestro se halla acabado. Te he querido y has sido un buen marido. Guardaré siempre un grato recuerdo de ti.
-Gracias Inés. Espero que seas muy feliz con esa persona que has elegido.
-Tú también puedes ser muy feliz. Sabes muy bien donde puedes encontrar la persona adecuada.
La conversación no dio para más al personarse su nueva pareja, pero me dejó otra vez sorprendido. ¿Se refería a su madre cuando manifestó que sabía donde encontrar la persona que me pudiera hacer feliz? No me cabía duda de que algo distinto había notado en mí en los sucesivos días después de su regreso de Alemania.
Las mujeres tienen ese sexto sentido que les hace apreciar algo que para los hombres pasa inadvertido.
La verdad es que no me lo pudo poner mejor. Comenzaba el mes de Agosto y yo también tenía vacaciones, así que no perdí ni un momento para ir en busca de Carmen.
Me personé en su pueblo lo antes que pude y allí estaba llamando a su puerta. Salió ella a recibirme y se quedó paralizada al verme. Reaccionó enseguida y me preguntó:
-¿Y Inés?
-Vengo yo solo.
-¿Y eso?
-Si me dejas entrar, te lo explico.
Deduje que su hija no le había contado lo de nuestra separación, ni su nuevo amorío.
Entré en su casa y observé en ella un estado de intranquilidad, al parecer producto de personarme solo en su casa. Estaba completamente nerviosa y no sabía donde dirigirse hasta que le dije:
-Quieres dejar de moverte y sentarte.
Sin llegar a sentarse me preguntó:
-¿Cómo es eso de que vengas solo?... ¿Qué te ha traído por aquí?
-Vengo a por ti Carmen. Si tú no me rechazas.
-¡Estás loco!…, no juegues conmigo…, dime de una vez donde está Inés.
Le explique mi separación con Inés y sin poder contarle la causa aludió:
-¡Dios mío que es lo que he hecho! Esto ha sido todo por mi culpa.
Pude explicarle que la decisión había sido por su hija, ya que había encontrado a otro hombre, y en su vida yo ya no entraba.
Se quedó inmóvil y le dejé un buen rato para que asimilara la idea.
No se que iba rondando por su mente que le hizo llorar estrepitosamente y se fue rápidamente al baño.
Cuando volvió yo seguía sentado en el sofá de la sala donde me había dejado. Se sentó a mi lado y me dijo:
-¿Y tú como te encuentras?
-Ya te he dicho que vengo a por ti. Eres lo más maravilloso que me ha pasado y por mi parte quiero pasar el resto de mi vida contigo.
-Tu estas loco, eso no puede ser. Soy mayor que tú y todavía no se me va de la memoria que has sido el marido de mi hija.
-Mira Carmen lo de la edad vamos a dejarlo, porque solamente eres unos pocos años mayor que yo, y en lo que respecta a tu hija ya no nos une nada. Además creo firmemente que ha sido ella la que ha provocado el llegar a conocernos y aceptaría de buen grado nuestra unión. Así que los dos somos libres para hacer de nuestras vidas lo que nos interese. Además te quiero con locura y no quiero separarme de ti.
Ella se quedó mirándome a los ojos me agarró las manos y enseguida me abrazó dándome un beso en la boca. Me fue besando por toda la cara al mismo tiempo que me decía.
-Yo también te quiero Roberto… No sabes cuanto te quiero.
Se levantó me cogió de la mano y me invitó a seguirla diciéndome:
-Quiero que verdaderamente me demuestres cuanto me quieres.
Me brindaba el poder desahogarme del sufrimiento que me había causado la incertidumbre de no poseerla más.
Disfrutamos y gozamos de nuestros cuerpos hasta que quedamos extenuados. Me encontraba en la gloria. Carmen estaba dichosa y no dejaba de pronunciar las palabras “te amo…, te amo…, te amo…”.
En un momento ella se incorporó un poco y en susurros me dijo:
-Tengo que decir una cosa que no se si te gustará.
-Si es para decirme que te arrepientes porque algo te ha hecho perder la cabeza, será mejor que no me lo digas.
-Mira que eres tonto. Lo que quiero es que no te arrepientas tú. Pero tampoco quiero que te condicione.
-No me tengas en ascuas, ¿que es lo que me quieres decir?
-Pues que aunque no he ido al ginecólogo, creo que hay algo dentro de mi vientre que nos pertenece. Tengo todos los síntomas de que estoy embarazada.
-¡Qué me dices! –exclamé en voz alta, creyendo ella que con el tono de voz que había emitido, era algo que no deseaba.
-Sabía que no te gustaría. Pero voy a tener este hijo aunque no sea de tu agrado.
Me abracé a ella con locura y la colmé a besos.
Acababa de darme la mayor alegría que podía imaginar. Un hijo y con ella.