Me trataron como a un perro (4 y ultimo)
Fin de fiesta. Los amos siguen calientes y nos han guardado lo mejor para el final. Si hubiera sabido lo que pretendían hacerme, habría huido corriendo,... ¡y sin embargo lo disfruté como un perro!
Me trataron como a un perro (4 y último)
De todos los recuerdos de aquel fin de semana, el más intenso, el que vuelve una y otra vez a mi cabeza es la imagen que tengo de nosotros tres, los chicos metidos a perros, huyendo por la calle, libres ya de nuestras cadenas, terminando de recomponer nuestras recuperadas ropas, corriendo sin ni siquiera atrevernos a mirar atrás. En nuestra huida, cada uno tomó una dirección distinta; el instinto nos impulsaba a separarnos en un intento de borrar de nuestra memoria todo lo sucedido. Un intento baldío, por supuesto. Cuando por fin pude detener mi carrera y comprobar que nadie me seguía, me senté en la acera para recuperar el aliento. El corazón me latía a toda velocidad. Dentro del pantalón, sentía la humedad en mi polla, bañada aún por la sangre, por el semen de Mario, el mío propio y probablemente también por el de Tony.
Pero volvamos al punto del relato en el que nos hallábamos: mi amigo Mario, Tony y yo correteábamos desnudos a cuatro patas por entre nuestros amos. Nos sentíamos calientes y muy excitados. Acabábamos de presenciar cómo los tres hombres maduros habían tomado el cuerpo adolescente de Dani y se lo habían pasado de unos a otros como si fuera un simple objeto. Habían invadido el inocente culo con sus veteranos rabos, tiesos y babeantes, y lo habían follado a placer hasta anegarlo con toda la leche que quedaba en sus huevazos.
Y la leche había sido mucha. Dani continuaba sentado en el suelo, en otro mundo. Como un niño al que se le cae la baba, ni siquiera parecía consciente de que el semen fluía desde su ano, dando lugar a un bonito charco entre sus muslos. Había lágrimas en sus ojos.
Los hombres continuaban charlando despreocupadamente mientras se secaban sus cuerpos desnudos con las toallas, ajenos a los sentimientos del joven que acababan de desflorar, y hasta se jactaban ruidosamente de lo mucho que habían gozado:
-¡Joder, Alfredo, hoy sí que nos has traído un culito guapo, virgen y bien cerradito, como a mí me gustan!¡La de leche que me ha sacado!- dijo Víctor.
-Pues si te ha gustado el culo, tienes que probar su boquita, se la he metido hasta la garganta y ni ha tosido. Este chaval ha nacido para comer polla.
-Pues además de comerla él, también parece que le gusta que se la coman. ¿Habéis visto qué cara ponía mientras se la chupabas?- intervino Justo- Este hoy no duerme del gusto. ¡La de pajas que se va a hacer con lo que ha visto hoy!- Hablaban como si Dani no estuviera delante.
-Pues a mí se me ha despertado hambre con el ejercicio. Además, hoy no he desayunado con vosotros- arguyó Alfredo. Y, dirigiéndose a la mesa del jardín, tomó el tarro de mermelada y empezó a comerla directamente con los dedos.
-¡Joder, Alfredo, qué cerdo eres, por lo menos podías utilizar la cuchara!- le recriminó Víctor.
-¡Ja, ja, es que me sabe mucho mejor así! Además, seguro que cualquiera de los perros está encantado de limpiarme los dedos, ¿a que sí, cachorrito?- Alfredo se dirigía a mí.
Intenté enviarle una mirada cargada de resentimiento que sólo consiguió causarle hilaridad.
-¡Ja, ja, ya tengo otra vez a la perrita ofendida!¡Ven, bonita, que te voy a dar lo que a ti más te gusta!- y se magreó los huevos y la polla fláccida de forma incitante.
Me resistí brevemente, pero mi dignidad estaba bajo suelos y al final, el deseo que me inspiraba el cuerpo desnudo de aquel hombre era superior a cualquier cosa. Troté hasta él e introduje mi hocico entre sus muslos. Sin embargo, él tomó la punta de su pene levantándolo fuera de mi alcance y me indicó que esta vez sólo me iba a permitir chuparle las bolas.
Esta nueva humillación pasó casi inadvertida para mi condición de perro sumiso y obediente, y me apliqué a deslizar mi lengua ensalivada por la superficie aterciopelada de sus cojones. El sabor era intenso, salado, acre, dulce, añejo, erótico, animal y cien adjetivos más. Entre lametazo y lametazo, hundí mis fosas nasales en aquel enjambre de pelos y aspiré profundamente. Reconozco que perdí nuevamente por completo el control sobre mí mismo. Mientras yo insistía en extraer con mi lengua todo el sabor de sus huevos, Alfredo alargó una mano para acariciar tiernamente mi orificio anal.
-Es una pena que me haya corrido ya, porque este culito está pidiendo guerra.- dijo Alfredo.
-Ya,- contestó Justo- los tres necesitamos un descanso. Pero los perros están calientes.
-Es verdad- intervino Víctor- pero podemos hacer como el año pasado, ¿os acordáis?- y guiñó un ojo a sus amigos.
-Sí, todavía nos queda ver cómo se aparean entre ellos.- Justo le devolvió el guiño.
-Sólo de pensarlo ya casi se me vuelve a empalmar, ja, ja- rió Alfredo.
-A ver, ¿a cuáles cruzamos primero?- inquirió Víctor- ¿Lo echamos a suertes?
-¡Cómo que a suertes!- interrumpió Justo- Yo estoy deseando ver el rabazo del rottweiler en acción. ¿No os habéis fijado el aparato que se calza? Puede coger a cualquiera de los otros dos y partirles el culo por la mitad.
Interrumpí mis lengüetadas sobre los huevos de Alfredo y dirigí mi vista hacia la dura verga de Tony y la imaginé entrando por mi canal.
-¡Mirad a la perrita, si parece que se le hace la boca agua sólo de pensarlo!- aseveró Alfredo- ¡Tiene su verguita como la pura roca!- y alargó su mano para jalármela un par de veces, comprobando que no sólo dura, sino que empezaba a tenerla húmeda también.
-¡Decidido!- exclamó Justo, alborozado.
Entre Alfredo y Víctor me sujetaron, para asegurarse de que no iba a escapar, aunque en aquél momento yo estaba tan caliente, que no tenía intención de ir a ninguna parte. Justo trajo hasta mí a Tony y le liberaron las patas de delante, para que pudiera montarme con comodidad. Yo continuaba a cuatro patas y él se instaló detrás de mí, con sus patas delanteras sobre mi espalda y las traseras tan pegadas a mis ancas, que notaba cómo su inmenso miembro se apretaba contra la raja de mi culo.
Me preparé para ser ensartado, pero Alfredo nos detuvo:
-¡Espera, espera, que no sea tan fácil, ¿creéis que mi perra se cruza con cualquiera? Quiero que tu perro se lo curre un poco.-
Todos se quedaron paralizados. Sin perder tiempo, Alfredo fue hacia la mesa del desayuno en busca de algo. Imagina todo lo que pudo cruzar mi cabeza durante esos diez segundos, mientras me encontraba a cuatro patas, sujeto por aquellos hombres y con el rabo de un negrazo entre mis nalgas pugnando por entrar dentro de mí. Oí los pasos de Alfredo volviendo hacia mí y lo siguiente que sentí fue una caricia fría y suave sobre mi ano. Enseguida entendí que estaba embadurnando mi culo con la mermelada.
Sólo puedo decir que aquello era la sensación más deliciosa que había tenido nunca, pero todavía fue mejor cuando soltaron a Tony y le obligaron a que me la limpiara con la lengua. Sentir aquella lengua recorriendo los pliegues de mi ano, el periné, mis huevos, una y otra vez Tony no tenía suficiente con lo que podía recoger por fuera, y tuvo que introducir su carnoso apéndice incluso por dentro de mi ano. Eso fue como si hubiera apretado un botón para producirme el orgasmo y no me quedó sino correrme en un número interminable de espasmos.
No sé cómo, pero logré mantenerme a cuatro patas sin desplomarme, a pesar de que el orgasmo me había dejado en un estado de laxitud total. Mil oleadas de placer recorrían todo mi cuerpo partiendo desde mi orificio anal hasta la nuca.
-¡Mirad, la perra se ha corrido!- señaló Justo.
-Es lo mismo, ¡que la monte igual!- sentenció Alfredo.
Así que Tony adoptó de nuevo la postura de perro montador y yo la de perrita montada. Esta vez sí noté cómo su polla dura como el acero me penetraba de un solo golpe, y sentí bastante dolor, pese a estar dilatado por el masaje de su lengua. Enseguida comenzó a cabalgarme, primero despacio, y después a gran velocidad. Mi pene estaba fláccido y se bamboleaba libremente, chocando contra mi abdomen como un péndulo de carne. El pollón del negro, en cambio, estaba duro como un pepino y dilataba todo el canal de mi recto de una forma brutal e inapelable; su grosor parecía seguir creciendo a medida que me montaba. He de decir que aunque no lo podía disfrutar al cien por cien al haberme corrido ya, la sensación de plenitud y de ser poseído que me estaba transmitiendo aquel miembro ardiente resultaba indescriptible. Era como si toda la persona estuviera entrando en mi cuerpo y me rompiera desde dentro.
Cuando parecía que mi verga comenzaba a ofrecer señales de recuperación, el negro se detuvo, parecía que iba a eyacular. Hizo ademán de desalojar mi culo antes de correrse, pero los tres hombres se lo impidieron.
-¡No!¡No te salgas ahora!¡Preña a la perra, préñala!- gritaron al unísono.
El rottweiler obedeció y noté cómo su picha se endurecía aún más y comenzaba a lanzar trallazos de leche dentro de mi intestino. Tras expulsar toda su carga, sus acometidas continuaron durante un buen tiempo, con una serie de folladas que me produjeron un inmenso placer, favorecidas sin duda por la buena lubricación proporcionada por la propia lefa. Por último, su polla perdió tono y la extrajo de mi ser.
Los hombres felicitaron al rottweiler por su demostración como semental y volvieron sus ojos hacia mi polla, que volvía a estar erecta.
-¡Joder, con la perra, es insaciable!¡Todavía quiere más!¡Menos mal que todavía nos queda el otro perro!- exclamó Víctor.
Dirigí mis ojos hacia Mario y suspiré. Después del largo fin de semana, por fin iba a poder hacer realidad mi sueño de follar con Mario. Su polla estaba totalmente erecta. Los hombres lo agarraron y le desengancharon las cadenas, tal como habían hecho con Tony.
Alfredo comenzó a untarme el culo nuevamente con mermelada, poniéndome otra vez en el disparadero.
-¡Mario me va a chupar el culo y me va a follar!- no paraba de pensar yo. Parecía que el corazón se me iba a salir.
Para ponerle todavía más pimienta a la situación, a Víctor se le ocurrió que me podían vendar los ojos. A los demás les pareció buena idea. Yo no daba crédito, por fin iba a poder entregarme al que había sido tanto tiempo mi sueño sexual, y ahora no me iban a dejar contemplarlo con mis propios ojos.
-¡Bah!- pensé- ¡Lo vea o no, al fin voy a tener a Mario dentro de mí!- Estaba delirando de deseo.
Cuando ya tuve los ojos vendados y me encontraba a cuatro patas, esperando la lengua de mi querido Mario, mi excitación era tal que no podía parar de moverme. Con amplios movimientos, mi culo buscaba la cara de mi amigo para que se fundiera de una vez con ella en un beso negro. Yo no podía ni imaginar entonces lo perversos que podían llegar a ser aquellos tres hombres.
Por fin, noté la lengua, recorriendo primero mis nalgas rebozadas en mermelada. Luego, paulatinamente, la lengua se acercaba más y más al orificio, con un movimiento sorprendentemente ágil y constante. ¡Qué bien chupa Mario!- pensé- ¡Como siga así, voy a correrme antes de que me penetre!
Afortunadamente, la lengua se detuvo sin llegar a ingresar en el canal, porque de lo contrario creo que me habría corrido allí mismo. Al contrario, la lengua se retiró y lo siguiente que sentí fue la punta extremadamente dura de una polla pugnando contra el orificio externo de mi ano. Como imaginaba, la polla de Mario era de un diámetro inferior al de Tony, y se introdujo hasta el fondo sin mayor problema. Por fin, el momento tan esperado, ahora ya no lo podía tener más dentro de mí.
Yo continuaba con los ojos vendados, y sólo estaba deseando que Mario comenzara de una vez a follarme. Lo que me sorprendió fue la forma de follar que tenía; de repente comenzó con un mete-saca vertiginoso, con una frecuencia rapidísima. La sensación dentro de mi recto era sensacional; la polla frotaba mi próstata con una intensidad que me ponía los ojos en blanco del placer. Habría terminado en unos pocos segundos si la mano de Alfredo, siempre atenta, no me hubiera cortado la erección mediante un oportuno y doloroso apretón de polla.
-¡Qué importa!-pensé. Mario follaba tan duro, que pronto volvería a sentirme en la gloria.
Efectivamente, mi pene recuperó enseguida su lozanía y continué disfrutando como un loco de la embestida frenética de aquella verga.
De repente, una nueva polla hizo acto de presencia chocando con mis labios. Como estaba vendado, no alcanzaba a adivinar de quién se trataba. La polla de Alfredo no era, porque la había conocido con mi boca a fondo y era mucho más gorda y larga que aquella. Mis dudas sobre quién sería el dueño se repartían, por tanto, entre Justo y Víctor, aunque las dimensiones que captaba mi boca me llevaban a apostar por el apuesto Víctor.
La polla estaba bien dura, y me dispuse a extraer de ella todo el jugo extremando mis lametones y succionando profundamente con mi boca hambrienta. La polla comenzó a crecer milagrosamente entre mis labios y yo no me hartaba de saborear sus fluidos.
Ahora me sentía en la gloria, mis dos orificios siendo satisfechos por dos pollas de primera, supe que pronto alcanzaría el clímax, y que sería una experiencia de la que nunca iba a olvidarme. No sabía bien hasta qué punto.
La polla seguía taladrándome sin aflojar ni un momento y yo no hacía sino contraer mi esfínter de forma rítmica para acentuar el placer de ambos. A la vez, yo seguía relamiéndome con la polla que tenía en mi cavidad bucal: aquel sabor era realmente exquisito. Me sentía más perra que nunca. Mi boca era como un ano al que le gustaba ser penetrado una y mil veces. Mi ano era como una boca que sabía cómo succionar una buena polla.
En un determinado momento, la verga que me habitaba comenzó a escupir una y otra vez dentro de mi recto, con una fuerza increíble, y yo sentía que el chorro me abriría las entrañas. Tal fue la intensidad, que creí que el chorro había subido por mi intestino hasta la boca, pero enseguida me di cuenta de que el sabor que llenaba mi boca era el de la polla que había estado chupando, y que derramándose, inundaba también mis fauces, traspasando incluso la garganta. En ese mismo momento sublime, mi polla, sin llegar a ser tocada, comenzó a correrse como loca, fuera de control, en una serie de contracciones gozosas que me trasportaron directamente al paraíso.
Luego sentí que ambas vergas, la de la boca y la de mi culo se retiraban de mi cuerpo y quedamos todos en silencio.
Sin perder mucho tiempo me retiraron la venda de los ojos. Yo seguía a cuatro patas como un perro. Abrí los ojos poco a poco, acomodándome a la luz y, para mi sorpresa, lo primero que observé fue otra polla más, a escasos centímetros de mi cara, en estado de completa erección. Era la polla de Justo, gorda y rodeada de hirsutos pelos, que apuntando contra mi rostro, me lo ensució con seis o siete chorretones más de lefa. Cuando terminó, lamí el grueso miembro con voracidad, antes de que se perdiera ni una gota, mientras él me acariciaba agradecido la cabeza.
Pronto me percaté de que allí todos los asistentes se habían estado pajeando mientras me veían follar, y ahora, como fin de fiesta, tenían la intención de pasar por turnos y eyacular todos sobre mi cara.
El siguiente fue Alfredo y su monstruoso badajo, terminó de masturbarse delante de mi cara con su sonrisa maliciosa hasta que del cráter de su volcán un nuevo mar de lava blanca hizo erupción, poniéndome perdido incluso los párpados y las cejas. Luego me permitió que se la limpiara con la lengua, con lo cual pude recrearme en aquel sabor agridulce que se había metido tan dentro de mí y que ya nunca me abandonaría.
Pero es que después apareció también Tony, que no sé cómo se había recuperado, y de su negra polla de animal brotó un chorro de leche caliente que me alcanzó en toda la boca. El sabor de su semen era dulce y se adhería al paladar como una lengua de azúcar.
Empecé a perder la cuenta, ¿es que todas las pollas del mundo estaban haciendo cola para correrse sobre mí?.
Tras Toni apareció Dani. El chaval se pajeaba a toda velocidad pero como no terminaba de correrse, yo mismo atrapé su miembro con mis labios y lo chupé furiosamente, mientras notaba que sus fluidos se mezclaban con el semen de sus antecesores. Cuando se estaba corriendo, solté su polla y permití que me regara la cara a placer, dejándome hecho un cuadro.
Y cuando estaba empezando a recuperar un poco el control sobre mí mismo
-¡Sorpresa!- Apareció Víctor con su circuncidada polla en ristre, ¡más tiesa que un bate de béisbol! Su polla babeaba líquido preseminal mientras se masturbaba resoplando y me restregaba la punta de la polla por los labios.
Mi mente quedó en blanco, ahora sí que las cuentas no me salían. Era imposible que Víctor hubiera recuperado la erección en tan poco tiempo.
Víctor prefirió no embadurnarme la cara (apenas quedaba sitio libre para ello); en lugar de eso hundió su hierro candente hasta el fondo de mi garganta, y allí dio rienda suelta a una cascada de lefa hirviente, que descendió por mi esófago y yo acepté sumiso.
Mientras disfrutaba de la intrusión total de la verga de Víctor empecé a razonar: la única verga que no había visto correrse en mi cara era la de Mario, pero alguien se había corrido en mi recto. Una negra sospecha invadió mi mente. Volví mi rostro bañado en semen hacia el poste en el que habían dejado atado a Rocco, el perro de Dani: ¡Rocco no estaba!
Me di cuenta de que los tres amigos apenas podían contener la risa. La inmensa mole de Alfredo ocultaba detrás de sí a Rocco. Acudí allí y comprobé con espanto que unas gotas de esperma pendían de la polla medio erecta del perro. Me senté, mientras una oleada de asco recorría todo mi cuerpo. Llevé mis manos a mi ano, de donde escapaba un fluido blanquecino espumoso. Aquello podía corresponder a cualquier cosa.
Busqué con la mirada a Mario, mi amigo, quien la esquivó sospechosamente. ¡Sentí una mezcla terrible de vergüenza y asco! Me había dejado follar por un perro, y encima lo había disfrutado. Claro, que yo en aquel momento estaba delirando de placer pensando que era mi amigo Mario el que me penetraba. ¡Cómo había podido ser tan estúpido!
Y encima, ni siquiera tenía la certeza de que todo hubiera sucedido así, no dejaba de ser una sospecha que no podía demostrar. Por lo menos quise pensar que mientras había estado con los ojos vendados el que se había corrido en mi boca era Mario, porque la forma y el tamaño de aquella polla eran humanos, no los de un perro ¡Dios!¡Ni siquiera tenía la seguridad de que eso no hubiera sucedido tampoco! Una náusea hizo que casi vomitara.
Un sentimiento de furia creció incontenible desde mi interior. Sin embargo, los demás hacían caso omiso de mis tribulaciones, la fiesta había llegado a su fin, y los amigos se pusieron la ropa y lo recogieron todo. Contemplé por última vez el cuerpo de mi amo Alfredo mientras se ponía los pantalones y la camisa. El sentimiento de rencor se mezclaba todavía con la atracción sexual que ejercía sobre mí. Estaba lamentándome porque habían dejado que un perro me enculara y todavía se me volvía a levantar la polla.
Dani tomó a su perro del collar y salió por la verja en dirección a su casa. Justo nos quitó las cadenas y los collares y nos llevó hacia la furgoneta. Nos metió a la parte de atrás, donde encontramos nuestras ropas. Víctor tomó esta vez el volante y sus amigos quedaron en tierra. Mientras la furgoneta se alejaba de la casa, adelantamos por el camino a Dani, y me quedé contemplando a Rocco, pensando en que quizás aquella bestia había tenido su picha dentro de mi cuerpo unos minutos antes.
Mi indignación estaba empezando a dar paso a la cólera.
Cuando llegamos a la ciudad estábamos los tres ya vestidos, ningún vestigio en nosotros de los perros en que nos habíamos convertido durante el fin de semana. Víctor detuvo el automóvil, bajó y abrió el portón de atrás.
-Fin de trayecto, podéis bajar.- ordenó.
-¿No se te olvida algo?- preguntaron casi al tiempo Tony y Mario.
-Ah, claro, el dinero. ¡Tomad!- y con un gesto despectivo arrojó un par de billetes al suelo de la furgoneta.
En aquel momento yo ni me acordaba del dinero, pero la ira por mi humillación seguía in crescendo .
-¡Oye!- hablé por primera vez en todo el fin de semana- ¡Que ya no somos perros, no nos trates como tales!
-¡Eso, y además, aquí no está todo el dinero prometido!- gritó Mario.
-¡Pues no vais a obtener más!- contestó Víctor con toda su insolencia.
Los ánimos de nosotros tres no estaban para bromas en ese momento y los acontecimientos se precipitaron inesperadamente. Mario cerró el portón de un golpe, quedando dentro de la furgoneta los cuatro. Tony se encaró con Víctor, lo agarró por un brazo y lo tiró al suelo con violencia. Luego comenzó a darle patadas en los costados, hecho una furia. Creo que de los tres era el que más necesitaba el dinero.
Víctor no lograba defenderse del aluvión de patadas que le estaba cayendo encima. Además, cada vez que intentaba levantarse, Mario y yo se lo impedíamos. Estábamos furiosos por el dinero, pero también por la forma en que nos habían tratado. Lo que le habían hecho a Dani tampoco estaba bien; nosotros sabíamos a lo que íbamos, pero al pobre chaval lo habían engañado; y en cuanto a dejar que el perro me follara Puede que Víctor no fuera el peor de la banda, pero estaba claro que iba a pagar por lo que habían hecho los tres.
Cuando se cansó de patearle, Tony levantó a Víctor del suelo y lo empujó contra uno de los asientos. Allí, lo sujetamos entre Mario y yo, doblado por la mitad, con el tronco vencido sobre el asiento. Tony había cogido carrerilla y estaba fuera de sí: manoseó el culo y las piernas de Víctor, como si le estuviera registrando, a ver si llevaba más dinero. Al no encontrar nada, su enfado se convirtió en furia y, de un tirón, le rasgó los pantalones de lino. Luego le bajó hasta los tobillos tanto los jirones del pantalón como los boxers que llevaba. El culo depilado y respingón de Víctor quedó a la vista. Un culito tan redondo estaba diciendo a gritos "rómpeme".
Tony no tuvo la delicadeza de lubricarlo. Se sacudió la polla unas cuantas veces hasta empalmarse y luego se la dejó ir hasta dentro de un solo trayecto. Mario y yo sujetamos al infeliz mientras aullaba. Luego se lo folló salvajemente, sin piedad, mientras le gritaba en su rudimentario lenguaje lo puto que era y que así aprendería a no engañar a nadie.
La estampa de aquel negro musculoso follando era poderosa aun sin quitarse la ropa. Su verga emergía por la bragueta del pantalón, dura como una percha de madera. El cuerpo de Víctor era un juguete a su merced. Al ir a correrse, lo penetró aún más profundo, como si lo fuera a dejar clavado contra el asiento. El cuerpo esbelto de Víctor quedó aplastado, mientras sus nalgas se abrían como un melocotón al que estuvieran deshuesando.
Luego Tony sacó su verga, chorreante de esperma, y se la dio a la boca para que se la limpiara. Mientras, nos indicó a nosotros que ocupáramos su lugar. Víctor quedó exangüe, sin mostrar apenas capacidad de resistencia. Aquel hombre altanero del fin de semana había quedado reducido ahora a un pelele, con la boca babeando semen.
Mario insertó su polla en el ano del que había sido su amo, pero la holgura que había dejado la follada de Tony era tan grande, que apenas sentía resistencia. Entonces Tony nos indicó que lo penetráramos los dos a la vez. Y así fue como Mario y yo compartimos el agujero de aquel hombre maduro que tanto nos había humillado. Dándole la vuelta lo sentamos sobre el respaldo inclinado del asiento y le hicimos abrir las piernas hasta tal punto que pareció descoyuntarse. Luego levantó sus rodillas al cielo mientras se las sujetaba con las manos. De esta forma nos mostraba completamente toda su región anal, perfectamente rasurada, en la que se veían los restos de lefa de Tony. Mario y yo nos juntamos todo lo que pudimos y cada uno acercó la punta de la polla a su esfínter.
Tony miraba desde fuera y nos apremiaba para que le forzáramos ya. Empezamos a empujar al unísono y poco a poco le fuimos metiendo las dos pollas al mismo tiempo. Estaba muy apretado y caliente, pero a estas alturas Víctor se dejaba hacer cualquier cosa. Lo follamos al mismo ritmo, sintiendo cómo el orificio iba adaptándose a la anchura de dos vergas juntas, y sus gemidos aunaban el dolor y el placer. La sensación irrepetible de cabalgar junto a Mario logró que al menos me resarciera en parte de las frustraciones del fin de semana. Mientras me abrazaba a Mario, ambos nos corrimos al tiempo, para luego abandonar por fin el abrigo cálido del culo de nuestro rehén.
Como si aún no hubiera quedado satisfecho, Tony derribó de nuevo a Víctor, que quedó boca arriba sobre el suelo de la furgoneta, hecho un verdadero asco, el cuerpo magullado y varios hematomas adornando su cara. De su culo, desgarrado, escapaba un hilo de semen y sangre.
Tony sostuvo su propio pene en el aire con una mano, apuntando hacia Víctor, como esperando que sucediera algo. Enseguida, un chorro dorado y caliente de orina brotó de su miembro y empapó el rostro de Víctor. Tony ni siquiera sonrió. Mario y yo nos mirábamos atónitos. Guardamos nuestras respectivas pollas, todavía manchadas de sangre y semen, dentro de nuestros pantalones y terminamos de arreglarnos un poco.
Antes de salir al exterior, todavía se oyó a Víctor, suplicando con un hilo de voz, pero en vez de ayuda, lo que pedía era que también nosotros le meáramos encima. No le quisimos dar ese gusto y salimos de la furgoneta.
Una vez fuera, observamos que Alfredo y Justo se acercaban en otro coche y echamos a correr. Cuando por fin pude dejar de correr, Mario ya no estaba a mi lado. De hecho nunca más lo he vuelto a ver. Creo que ni aunque nos encontráramos ahora me atrevería a preguntarle por lo que sucedió mientras tuve los ojos vendados.
Eso no quita para que cada vez que recuerde aquellos días sienta de nuevo crecer en mi interior un deseo sexual irreprimible. ¡Cómo olvidar momentos como cuando los tres perros tuvimos que desnudarnos bajo la mirada lúbrica de Justo, o cuando nos bañó uno por uno en aquel balde de agua tibia! Por no hablar de cuando nos despojó de toda nuestra dignidad de hombres poniéndonos las cadenas y el collar. También recuerdo a menudo el sabor de la primera mamada a Alfredo o la sensación de ser penetrado por el consolador en forma de hueso. Evocar cualquiera de estos momentos es suficiente para que alcance una erección y tenga que ir corriendo a aliviarme. A veces, en la soledad de la cama por las noches me acuerdo de los momentos íntimos con Alfredo en el cuarto de baño, cuando recibí su primera orina de la mañana dentro de mí, o cuando esparció toda su esencia sobre mi piel, y eso resulta suficiente para que manche las sábanas sin apenas tocarme. Es como si de nuevo escuchara la sensual voz de Alfredo diciéndome:
-¡Ven aquí, cachorrito!¿Quieres jugar?