Me trataron como a un perro (2)
Continúan las aventuras de los tres chicos obligados a comportarse como perros. Sus viciosos amos convierten la reunión en una verdadera orgía.
Me trataron como a un perro (2)
Las horas pasaban rápidas en aquel lugar apartado. Me encontraba completamente desnudo pero no sentía frío. La noche era espléndida y una brisa cálida acariciaba mi piel. Intenté ponerme en pie sin caer en la cuenta de que aún continuaba atado de pies y manos. La única forma de ponerme en marcha era hacerlo a cuatro patas, así que eché mis manos al piso y erguí el trasero. Mientras me acercaba a la casa, desde la que se oían voces y risas, me iba resintiendo de los excesos a los que me habían sometido antes aquellos hombres en la parte de atrás de mi anatomía.
Llegando a la entrada, empujé la puerta con el hocico logrando entreabrirla. Allí estaban todos: los tres amos se habían puesto algo de ropa encima y estaban sentados a la mesa, cenando; mis dos compañeros continuaban desnudos y se paseaban entre ellos a cuatro patas, con sus correas todavía puestas: las que unían los tobillos y las muñecas, la que actuaba como collar, y la que ajustada a la base del pene lo mantenía firme como un garrote.
En aquel momento sentí una punzada de hambre en el estómago. No había comido nada sólido desde que había salido de casa por la mañana. Así que me adentré en aquel salón, con la esperanza de que los amos me dieran algo de comer.
Mi entrada fue saludada con alborozo por Alfredo, el hombre que, para bien o para mal, parecía haberme tomado bajo su tutela: -¡Mirad, parece que la cachorrita se ha despertado por fin!- dijo.
Me dirigí hacia él, con mi trotecillo lastimero. Llevaba una camisa de botones y unas bermudas de lino que dejaban al aire sus peludas piernas. Como no podía hablar, porque nos lo tenían prohibido, y quería darle a entender el hambre que tenía, me situé a su lado y comencé a frotarme de forma zalamera contra sus piernas desnudas. Seguidamente empecé a lamerle las rodillas y las pantorrillas. El sabor de su piel era muy salado y la tupida pelambrera me hacía cosquillas en la lengua.
Alfredo continuaba comiendo, mientras intentaba sosegarme acariciando mi cabeza con su mano libre: -Tranquilo, tranquilo, ¿no ves que estoy ocupado, cachorrito? Espera a que termine.- Simplemente con oír su voz profunda y cariñosa ya se me aceleraba el corazón.
Al olor de lo que estaban comiendo, y al sabor de la piel de Alfredo, mi boca no paraba de segregar saliva; no podía parar de lamer aquellas piernas. Mi amo tomó un trozo pequeño de pan de la mesa y me lo tiró al rincón: -¡Toma, come!¡A ver si me dejas un poco en paz!-
Cogí el pan del suelo con la boca no me resultó fácil-, y cuando terminé de roerlo, me encaminé de nuevo hacia mi amo y retomé mis lametazos. Descendiendo por sus piernas, incluso le lamí los pies, que llevaba desnudos. Esto último pareció gustarle:
-¡Este cachorro me está poniendo a cien! ¡Hala, si tienes hambre, te daré de comer!-
Dejó un momento el tenedor en la mesa y se giró hacia mí; sin levantarse de la silla, se bajó el pantalón hasta los tobillos y comprobé que no llevaba nada debajo. Me ofreció de nuevo su gran polla, medio erecta. Yo levanté las patas de delante hasta lo que me permitían las cadenas, logrando poner mis palmas sobre sus rodillas abiertas y agaché mi cabeza hasta atrapar su mástil con mis labios. Comencé a chupar con verdaderas ganas. Era la tercera vez en unas horas que se la mamaba y cada vez me gustaba más aquel sabor.
Alfredo cogió de nuevo los cubiertos y continuó sentado, comiendo como si tal cosa, mientras yo me ocupaba de darle placer por debajo de la mesa.
Sus amigos se mostraban algo celosos: -¡Bueno, Alfredo, parece que le haces más caso a tu perro que a nosotros!- dijo Justo riendo.
-¿Qué queréis?, el pobre cachorro no ha comido nada y está que se muere de hambre. ¡Toma cachorrito!- y me alargó un trozo de filete hasta mi boca, que interrumpió la mamada para engullirlo.
Después de ese bocado vinieron otros, entre los cuales retomaba mi labor de sacarle brillo a la verga. Mi boca no paraba de producir saliva, y el sabor de la polla y el de la carne cocinada se mezclaban en mi lengua a partes iguales.
Aunque la carne había mitigado algo mi apetito, estaba echando en falta la salsa; sentía la imperiosa necesidad de conseguir que se corriera en mi boca y poder llenar mi estómago con su caliente descarga. Por eso, mis chupadas eran cada vez más rápidas, frenéticas, casi desesperadas, ya que aquel grifo no terminaba de abrirse.
Alfredo continuaba apurando el plato. Cuando ya no quedaba carne en él, me ofreció un poco del puré de patata, pero en lugar de dármelo a la boca, me lo esparció alrededor de la boca para que lo recogiera con mi propia lengua, como así hice. Luego, cada vez me lo iba poniendo más alejado de mi boca, y se reía al ver mis esfuerzos para llegar con la lengua.
Me dio rabia que se estuviera riendo de mí y apuré mi mamada; iba a conseguir que se corriera en mi boca aunque fuera lo último que hiciera, estaba loco por probar de nuevo su leche.
Mirándome a la cara y observando los restos de puré sobre ella, Alfredo me dijo con sorna: -Tendrías que verte el hocico, estás hecho un cuadro, parece que ya se te hubiera corrido alguien encima.- dijo intentando una sonrisa, pero mostrando una expresión de placer que indicaba que le tenía ya casi a punto. Su polla estaba completamente endurecida, sus bolas contraídas, todo su cuerpo tenso, y percibí el sabor inconfundible de las primeras gotas.
Pero, los planes de Alfredo no incluían saciar mi hambre aún, sino que poniéndose en pie de improviso, me tomó con fuerza, me dio la vuelta poniéndome a cuatro patas sobre el suelo, abrió mis nalgas con sus manos buscando mi ano y me ensartó hasta el fondo de un solo golpe, con aquella enorme polla que comenzó inmediatamente a derramarse dentro de mi ser. Yo, por mi parte, embargado por un dolor lacerante, apenas podía dejar de aullar como un perro y se me escapaban las lágrimas. En realidad, lloraba no tanto por el dolor como por el esperma de Alfredo que hubiera deseado más tener en mi boca.
En mi recto noté sus eyaculaciones, una tras otra, ardientes, poderosas, mientras el cuerpo de mi amo se desfogaba una y otra vez sobre mi culo desgarrado. Luego, extrajo su verga de mi interior, y, por lo menos, me ofreció su polla para que la limpiara. Me puse a lamerla como si de cada gota dependiera mi vida, desquiciado, fuera de mí. Mi lengua profanó incluso el orificio de la punta de su capullo, en busca de los últimos restos de aquella corrida, sin lograr obtener, no obstante, la ansiada satisfacción.
Alfredo, como leyéndome el pensamiento, se apiadó de mí y procedió a alimentarme, pero esta vez de una forma que no hubiera esperado: introdujo tres dedos en mi recto, y extrayendo una cantidad del semen que en él había dejado, lo llevó a mi boca para alimentarme. Repitiendo este gesto cinco o seis veces, pude por fin aplacar mi apetito, paladeando aquella crema de sabores entremezclados.
Ya saciado, levanté por fin mi cabeza sonriendo y miré a mi alrededor. Encontré a mi querido amigo Mario mirándome con cara de asombro tras haberlo contemplado todo. Seguía a cuatro patas, apoyando su cuerpo contra las piernas de su amo Víctor, quien le acariciaba mansamente el lomo.
En aquel momento sentí la mayor sensación de vergüenza que había tenido en toda mi vida, viéndome totalmente sometido, desnudo, a cuatro patas, a los pies de aquel hombre mayor, mendigando su esperma y permitiendo que me lo diera a probar de mi propio culo, mientras mi mejor amigo me observaba sin perder detalle, sin acabar de creer que era yo, y no otro, aquel perro vicioso que tenía enfrente. En aquel momento pensé que cualquier respeto que pudiera tenerme Mario habría desaparecido para siempre. Había visto cómo me dejaba humillar por el puto dinero y, lo que era peor, lo estaba disfrutando. Y para atestiguarlo, mi polla, dura como un tronco, pregonándolo a los cuatro vientos, mientras mi ano, abierto como una flor, no podía impedir que los restos de la corrida de Alfredo gotearan hasta el suelo.
-¿Ya estás otra vez empalmado, perrito?-dijo Alfredo, tomándome la polla con dos dedos y agitándola delante de sus amigos. Creo que es el momento de ponerte otra vez esto- y sacó de su bolsillo el anillo de cuero que me habían quitado antes, y con el que nuevamente capturó mis huevos y mi polla por la base.
Luego me envió al rincón, advirtiéndome de nuevo que ni se me ocurriera aliviar de ningún modo la erección que llevaba entre las patas de atrás. Me tumbé como pude e intenté relajarme. Los amos continuaron charlando un rato y pronto el tema se desvió a temas sexuales. Víctor y Alfredo no paraban de agradecer a Justo las molestias que se había tomado en contratarnos, limpiarnos y dejarnos listos y dispuestos para ser utilizados. En especial, Víctor se mostraba encantado con mi amado Mario y no paraba de jugar con él, tocarle, manosearle Le metía los dedos en la boca para que se los chupara y le excitaba pellizcándole los pezones.
Poco a poco ambos se mostraban cada vez más y más excitados, tanto perro como amo. Mientras seguía sentado charlando, Víctor se bajó el pantalón y tomó de la cabeza a Mario para que le hiciera una mamada. Este emprendió el trabajo con alegría, primero lamiendo solo el capullo con la punta de la lengua, como jugando, después lamiendo rápidamente el pubis afeitado de Víctor, para finalmente introducirse en las fauces hasta el último centímetro de la ardiente estaca.
Víctor realizaba gestos de aprobación con una sonrisa en la boca, animándole: -¡Qué bien la chupas, perro, sigue así!-
La estampa de mi amigo dedicado en cuerpo y alma a chupársela a un desconocido me tenía obnubilado, pero en el otro extremo de la mesa, Justo tampoco perdía el tiempo y ya tenía a Tony, su rottweiler favorito, con la cara hundida en la pelambrera de su pubis, buscando una salchicha que llevarse a la boca.
Tras un rato de mamársela a sus respectivos amos, Tony y Mario se vieron obligados a parar, ya que los dos hombres querían intercambiarse los perros; sólo que ahora, en lugar de dedicarlos al sexo oral, les iban a dar por el culo. Así que poniéndose de pie, cada uno detrás de su perro, acercó cada uno su verga a la entrada del ano del perro, y comenzaron a empujar con fuerza, hasta ingresar la totalidad de aquellos enhiestos rabos en el interior de sus nuevas mascotas. Luego, al unísono, los tomaron con las manos por las caderas, y empezaron a follárselos, con grandes muestras de regocijo, palmeando a sus bestias en las nalgas y profiriendo entrecortados gemidos de placer.
Tony y Mario aguantaban como podían las embestidas de sus amos, las cuatro patas firmemente ancladas en el suelo, el culo erguido lo más posible, el rostro vuelto hacia el pecho, escondido, con los ojos cerrados y los labios fruncidos en una expresión en la que me resultaba imposible discernir si se traslucía dolor o placer.
El movimiento de Víctor y de Justo se hizo luego mucho más rápido, como si estuvieran compitiendo entre ellos por ver quién terminaba antes. A los diez minutos, casi simultáneamente, me pareció que ambos estaban llegando al orgasmo, visto el ímpetu de sus acometidas. Extrayendo sus pollas del agujero caliente que habían gozado, confirmaron mis impresiones empezando a eyacular sobre sus perros. El líquido, jugoso y abundante, regó las espaldas de ambos animales.
Yo estaba que no me perdía ningún detalle. Observé cómo los amos, empleando sus manos, esparcían generosamente la lefa caliente y pringosa por todo el cuerpo de sus perros, dejándolos completamente embadurnados, sin olvidar las vergas de ambos chuchos, que se obstinaban en seguir igual de tiesas.
Yo no entendía tanta dedicación en rebozar a los perros por completo, hasta que escuché la sugerencia de Víctor:
-¡Ahora, perros, os podéis chupar el uno al otro!
Fue oír esto y lanzarse ambos a devorarse mutuamente con la boca. Tony, que tenía mayor empuje, se hizo con las ancas traseras de Mario y empezó a darle lametazos en las piernas, en las nalgas, incluso en el ano. Pero su compañero, se revolvía también, retorciéndose, buscando con su boca el cuerpo de Tony, en una lucha que finalmente llevó a ambos al suelo.
Mientras los amos reían, divertidos ante la lucha, los dos cachorros, acostados de lado en el suelo, el uno contra el otro, hacían lo que buenamente podían para obtener con la lengua algo de la leche que ya se estaba mezclando con su propio sudor. Los movimientos de ambos estaban limitados por las correas que los ataban de pies y manos, pero aún así lograron acomodarse en un 69 que les permitió limpiar, primero el semen que manaba del culo de su oponente, y luego el que aderezaba su verga.
El espectáculo de ambos cuerpos enroscándose entre sí, frotándose, proporcionándose mutuo placer con la boca, había terminado de calentarme, pero, desde mi rincón, solo podía esperar y mirar, mientras mi polla saltaba como si tuviera vida propia golpeando mi abdomen.
Finalmente, ambos perros se corrieron profusamente, el uno en la boca del otro, sin dejar escapar ni una gota, egoístas y hambrientos, todavía impregnados de los fluidos de sus amos, pero ahora mezclados con los suyos propios, sus babas y su sudor.
A los amos sólo les faltaba aplaudir, de lo que habían disfrutado de la escena. Luego, viendo lo sucios que habían quedado, Justo se llevó a los dos cachorros al cobertizo para limpiarlos y adecentarlos un poco, mientras Alfredo y Víctor se tomaban una copa y yo me quedaba en mi rincón, esperando a que se me bajara un poco tanta calentura.
Pero era una esperanza inútil, porque en la atmósfera de aquel cuarto solo se respiraba sexo. Alfredo y Víctor pasaron, completamente desnudos como estaban ahora, a sentarse a un sofá grande de cuero que se hallaba en la estancia. Allí continuaron con la copa y la conversación. Sólo de pensar en el tacto del cuero fresco bajo las nalgas prietas y desnudas de Víctor, ya no podía aguantar más tumbado sobre el suelo. Así que me levanté, con la polla en ristre y, siempre a cuatro patas, me aproximé a ellos.
El enorme cuerpo velludo de Alfredo ocupaba por completo una de las plazas del sofá. Sus gruesos muslos se hundían en el mullido cojín, mientras con los dedos de los pies hacía dibujos en la alfombra, jugueteando con la lana rizada. Su tronco descansaba relajado sobre el respaldo del sofá, mostrando un verdadero bosque de pelo de tonalidad castaño-rojiza que lo cubría por completo. En algún lugar perdido de su piel, sus pezones como dos botones oscuros, tensos, captaban mi atención. Bajo ellos, ningún atisbo de músculos abdominales ni nada parecido, sino toda una señora panza, peluda, carnosa, una barriga suave y acogedora sobre la que reposar mi cabeza, o también una barriga cuyo peso pudiera sentir sobre mi verga mientras él me penetrara.
Mi imaginación volaba al acercarme a aquel cuerpo que me había poseído ya dos veces y, por supuesto, mi propia polla seguía reclamando toda mi atención. Necesitaba liberar toda esa tensión sexual, me aproximé a mi amo y, como había visto hacer alguna vez a algún perro, me abracé a una de sus poderosas piernas, aplasté mi polla contra su pantorrilla, y me puse a frotarla contra ella con energía, con movimientos muy rápidos.
Me estaba comportando como un perro, pero no me importaba porque lo estaba gozando a tope. Sin embargo, Alfredo no estaba dispuesto a ponerme las cosas fáciles.
-¡Esta perra es una viciosa, ya está bien! ¡Deja de frotarte!¿No has tenido ya bastante por hoy?- dijo apartándome bruscamente.
Pero yo, evidentemente, no había tenido todavía bastante, así que volví mis ojos hacia Víctor, pero este tampoco estaba dispuesto a que me corriera sobre su pierna. Me quitó de encima como pudo y me obligó a tumbarme a su lado, pero en la alfombra. Luego comenzó a estirar uno de sus pies hacia mí. Pronto entendí lo que quería hacer y me apresuré a facilitarle las cosas. Me abrí de piernas lo que pude, teniendo en cuenta que seguía atado, mientras el pie de Víctor seguía avanzando hasta colocarse entre mis muslos.
Una vez allí, comenzó a tocarme la polla con la punta del pie, a removérmela, a acariciármela, hasta que me la atrapó contra la alfombra y empezó a frotármela suavemente, trasportándome al séptimo cielo.
Después de unos minutos mi excitación alcanzó el límite y mi polla empezó a inundar la alfombra. Mientras me corría, podía observar la cara de Víctor, sonriendo de forma traviesa, mientras con la planta del pie exprimía hasta la última gota de mi verga.
Luego me quedé ahí tirado en la alfombra, indiferente al mundo, con mi pene por fin exhausto, pegado a través del semen a la lana de la alfombra y al parecer volví a quedarme dormido unos minutos, hasta que noté que me tiraban del collar. Era Justo, que había vuelto con los dos perros ya limpios.
-¡Vamos todos al dormitorio!- nos indicó. Allí encontramos una cama enorme que no iba a ser para nosotros.
-Los perros a dormir al suelo- dijo Justo, y nos ató por las correas a cada uno a una pata de la cama, bien separados, de modo que no pudiéramos tocarnos entre nosotros. Se suponía que deberíamos dormir en el suelo como perros, mientras ellos empleaban la cama.
Lo que no sospechábamos era que los amos todavía conservaban un cartucho en la recámara, y que no iban a utilizar la cama para dormir, al menos de momento.
Mientras Justo terminaba de atarnos a los tres, desde el suelo contemplé una vez más el hermoso cuerpo del amo Víctor, orgulloso y esbelto, permaneciendo de pie en el centro de la habitación. Su piel bronceada por el sol no conservaba un solo vello en toda su extensión, incluyendo el cráneo, mientras todos sus músculos se marcaban armoniosamente, conformando un vientre plano y firme, unas piernas contorneadas y robustas, y sobre todo, un culito redondo y duro, que haría las delicias de cualquier boca hambrienta.
Alfredo se acercó a él por la espalda, mientras el otro lo esperaba, como aguardando sus caricias. El abrazo desde detrás resultó apasionado y caliente, como el de dos amantes que se reencuentran tras una larga ausencia. Las manos curiosas de Alfredo exploraron ávidamente todos los rincones del cuerpo de Víctor, hasta encontrar la polla medio erecta de éste. Una vez el botín en su mano, fue besándole, siempre desde detrás, comenzando por la nuca hasta llegar, descendiendo por su musculosa espalda, hasta sus carnosas nalgas.
Soltó entonces la polla, abrió bien con ambas manos las nalgas, y hundió su rostro entre ellas, aspirando profundamente el aroma embriagador de aquel viejo conocido. Seguidamente, no contento con su olor, quiso probar también su sabor; observé cómo sacaba una lengua tan larga como hábil y la introducía por el agujero sonrosado y libre de vellos.
El rostro de Víctor lo decía todo. Las incursiones de la lengua de Alfredo dentro de su ano le tenían completamente trasportado, pero su expresión de placer fue todavía más intensa cuando apareció Justo, se arrodilló frente a él, y cogiéndole la verga, se la llevó a la boca. Ahora los dos amigos se habían puesto de acuerdo para hacer que Víctor gozara, tanto por delante como por detrás al mismo tiempo. Tenía a sus dos amigos a los pies, mientras nosotros tres, los perros, observábamos desde el suelo el bello y excitante espectáculo, al que esta vez no estábamos invitados a participar más que con la mirada.
Porque estaba claro que, por una parte, los tres amigos sabían cómo disfrutar de sus cuerpos entre ellos tres, viendo cómo se acariciaban, cómo se estimulaban concienzudamente todos y cada uno de sus puntos erógenos. Alfredo le comía el culo a Víctor, sin parar ni un solo instante de penetrarlo con la lengua; hundiéndose hasta el fondo sin tregua en sus entrañas; exhalando el caliente aliento sobre su ano e hidratando la sensible mucosa del orificio con su amorosa saliva.
Al mismo tiempo, y en perfecta sintonía con sus movimientos, Justo daba buena cuenta de la polla de Víctor, alojándola en su garganta como si fuera una segunda lengua; sin dejar que sus labios perdieran en ningún momento el contacto con aquella barra de carne palpitante, ni siquiera cuando la polla salía casi por completo de la boca y emergía brillante y húmeda, con el glande rojo y tenso, como un globo de caucho a punto de reventar. Al tiempo, Víctor le acariciaba la cabeza a sus amigos, una mano adelante y otra detrás, acompasando sus manos con los movimientos de sus cabezas.
Pero si estaba claro que ellos tres sabían montárselo solos, por otra parte, también nos habíamos dado cuenta de lo mucho que les excitaba el que nosotros los estuviéramos mirando. Porque, aun inmersos en aquella orgía de placer, aún tenían tiempo para volver la vista hacia nosotros y mirarnos a los ojos, estudiando la reacción que nos producía lo que estábamos presenciando, sonriendo ante la expresión embobada de nuestras caras y la de nuevo vigorosa reacción de nuestras pollas.
Y es que estábamos asistiendo a algo verdaderamente hermoso, una demostración de cómo se puede extender el goce de los cuerpos hasta el límite, un festival de movimientos sensuales y de lubricidad explícita. Tres cuerpos en perfecta comunión, compartiendo una misma pulsión sexual, palpitando al unísono, transpirando placer por todos sus poros, dedicados en cuerpo y alma a mantener la llama del deseo sexual permanentemente encendida.
Cinco minutos, diez minutos, el tiempo iba pasando y el cuerpo de Víctor, bañado en sudor, no daba muestras de tener suficiente y su verga continuaba incólume, horadando la boca de Justo con la misma fuerza. Por la parte de atrás, la lengua de Alfredo vivía dentro de su recto, y no sólo ella sino también la boca y hasta el mentón lograban ya ingresar por el dilatado esfínter de Víctor.
A los veinte minutos Víctor se detuvo y extrajo su verga de las fauces de Justo, logrando contener con dificultad la eyaculación. Tocaba cambio de postura. Ahora Víctor se tumbó en la cama boca arriba, mientras Alfredo, de rodillas sobre la cama y entre las piernas de Víctor, cargó las piernas de este sobre sus hombros, y le levantó el culo con intención de penetrarlo. La polla de Alfredo era enorme, larga y gruesa, pero ingresó sin dificultad en Víctor, gracias al devoto trabajo de lengua que acababa de recibir. Sin más dilación, comenzó a follarlo con movimientos largos y rítmicos.
Justo también se subió a la cama y, con una agilidad sorprendente, se colocó a cuatro patas sobre Víctor, con sus manos en la cabecera de la cama y las rodillas hincadas entre los hombros de Víctor, de tal modo que su polla recaía sobre la boca de Víctor, quien la abrió y la engulló por completo.
Enseguida Justo empezó a mover también su pelvis de arriba abajo y de delante atrás, follándose la boca de Víctor, quien con el roce de sus labios le producía el más dulce de los placeres, a juzgar por los ruidosos gemidos.
Nosotros, mientras tanto, seguíamos sus evoluciones sin poder evitar que se nos cayera la baba, muriéndonos de envidia por no estar en el lugar del amo Víctor, cuyo cuerpo se tensaba y retorcía, atravesado alternativamente por aquellas dos lanzas calurosas.
Asistíamos mudos a un concierto de violín y flauta, en el que Alfredo frotaba su firme arco contra las cuerdas tensas del orificio de Víctor, y la boca de éste se fundía con la flauta de Justo, extrayendo de ella las notas más dulces.
Yo, desde mi posición, tenía una perfecta visión de la verga de Alfredo entrando y saliendo del ano de Víctor, de cómo desaparecía enterrada hasta que los huevazos de felpa de Alfredo acariciaban las nalgas afeitadas de Víctor, y cómo volvía a emerger en toda su extensión, segura, victoriosa, con la promesa de volver adentro para entregar otra nueva dosis de placer.
Finalmente, deshicieron de nuevo la postura, y adoptaron la que resultaría definitiva en aquel maratón de sexo: Alfredo pasó a tumbarse boca arriba sobre la cama, dejando que su polla completamente tiesa quedara apuntando hacia el techo. Justo se colocó cuidadosamente en cuclillas sobre él, un pie a cada lado de las caderas de Alfredo y empezó a flexionar las rodillas, haciendo descender su propia pelvis. Ayudándose con una mano, embocó su orificio anal a la polla turgente de Alfredo.
Al mismo tiempo, Víctor se puso de pie sobre la cama, y colocándose de cara a Justo, tomó su cabeza por la nuca y le metió la polla por la boca hasta que ya no cupo más dentro.
Justo, al sentir el tacto suave de la polla en sus fauces, sintió que sus fuerzas se vencían, y relajando las piernas, permitió que la verga de Alfredo lo invadiera de golpe. El grito de placer resonó en toda la casa.
Luego permaneció unos segundos estático, recreándose en la increíble sensación de plenitud que le proporcionaban aquellos dos rabos insertos en su culo y en su garganta a la vez. Tomó aire y comenzó a levantar su pelvis hacia arriba, haciendo que la verga que lo estaba empalando volviera a emerger ante nuestros ojos, para inmediatamente volver a enterrarse en su recto.
Alfredo asió entonces a Justo por las caderas y le ayudó induciéndole un movimiento arriba y abajo para que su polla entrara y saliera por el ano de Justo una y otra vez.
Mientras tanto, Víctor seguía de pie y había tomado la cabeza de Justo y la apretaba con fuerza contra su vientre, hasta sentir la nariz de éste aplastándose contra su depilado pubis.
Cuando los tres hombres encontraron el ritmo, parecían una máquina perfectamente engrasada, en la que cada pieza funcionaba en sincronía con las demás. La energía invertida en cada movimiento se transformaba necesariamente en placer, y no había junta, gozne u orificio que no fuera atendido debidamente.
La resistencia física de Justo, de todos ellos el de más edad, me tenía asombrado. Observaba sus piernas en tensión, soportando el peso de su cuerpo o dejándolo caer para ser penetrado, o su boca enfrascada en devorar la polla de Víctor, al mismo tiempo que con sus manos rodeaba las nalgas de éste, y le introducía los dedos por el ano.
Tampoco podía quitarle los ojos a la cara de Víctor, transida de placer, ni a su forma de resoplar como una caldera a la máxima presión.
Tarde o temprano, aquellos tres hombres tendrían que reventar de placer.
Eso fue lo que ocurrió cuando a la postre Alfredo, que continuaba tumbado y follando a Justo, alargó una mano a la polla de éste y comenzó a masturbarlo. Esto último resultó demasiado para Justo y empezó a correrse sin ningún control en la mano de Alfredo, quien sintiendo en su polla las contracciones del esfínter que estaba penetrando, se derramó también de puro placer.
Desde mi sitio, observé cómo la lefa de Alfredo escurría por el ano de Justo, pero al no interrumpirse el movimiento de mete-saca, la leche se iba batiendo para transformarse en una crema más espesa, que finalmente babeó hasta la raíz de la polla de Alfredo, adhiriéndose a la cabellera rizada y oscura de su pubis y de sus huevos.
Ya sólo quedaba por correrse Víctor, que seguía volcando toda la fuerza de su cuerpo sin cesar contra la boca de Justo, hasta que por fin se detuvo, con todos sus músculos en tensión, la tiesa verga enterrada hasta las cachas en la boca de Justo, y supongo que un río de esperma fluyendo libremente por la garganta de su amigo.
Luego cayeron exhaustos los tres sobre la cama, y sólo mucho más tarde, cuando las manchas de semen se habían secado sobre sus cuerpos, permitieron que nos acercáramos y los limpiáramos con nuestras lenguas.
Tras esta larga sesión de sexo, los tres amos y sus tres obedientes perros se dejaron llevar por el cansancio y el sueño. A fin de cuentas, al día siguiente sería otro día, y el contrato seguía en pie. Mientras conciliaba el sueño, me preguntaba qué más experiencias nos tendrían preparadas aquellos tres hombres. Pero sobre todo me preguntaba cuál sería mi respuesta si pretendieran llevar aquella locura aún más lejos.