Me tiro al hijo de los vecinos

Sexo entre una madura y un adolescente con las hormonas revolucionadas.

Acabo de mudarme a una casa nueva. Con mi marido y mis hijos.

Es una zona residencial de casitas adosadas, cuando vinimos a ver la casa fue amor a primera vista.

Tiene un bonito patio con piscina y los vecinos parecen tranquilos.

Al lado vive un matrimonio con mellizos, tienen la edad de mi hijo mayor, dieciséis años. En cuanto nos mudamos llamaron al timbre para presentarse y nos trajeron unas galletas hechas por su madre para darnos la bienvenida.

Como agradecimiento les dije que extendieran una invitación a sus padres para cenar el fin de semana, que vinieran los cuatro.

Lo pasamos bien. Mis hijos congeniaron con ambos chicos a los que había pillado en más de una ocasión mirándome el escote.

A esas edades las hormonas van revolucionadas, gloriosos dieciséis. Confieso que me halagó que lo hicieran y lejos de cubrirme dejé que se regodearan, me incliné varias veces para servirles comida y gocé cuando uno de los pezones se mostró parcialmente y los vi tragar con dificultad.

Fue un juego divertido.

El lunes me quedé sola en casa.

Adoraba estarlo, porque eso significaba tener mi rato solo para mí.

Salí al jardín trasero, me desnudé y me puse a tomar el sol pensando en la cena con los mellizos y en qué pensarían si me vieran tal y como estaba ahora.

Separé los muslos y empecé a masturbarme. Me sentía cachonda. El sol siempre me calentaba. Pincé uno de mis pezones, mientras que con la mano libre ahondaba en mi sexo. Cada vez me ponía más mala.

Giré la cara y abrí los ojos. Había escuchado un ruido, o eso creí, aunque era imposible. Los mellizos estaban en el instituto y mis vecinos trabajaban. No vi nada. Seguí masturbándome separando los pliegues, follándome el coño con dos dedos hasta que pude encajar el tercero.

Estaba cerca. Otro ruido me sobresaltó y me levanté de la hamaca. Miré a mi alrededor. No había nada, puede que se tratara de un gato. Tenía tanto calor que me tiré a la piscina para dar unas cuantas brazadas. Me hice diez piscinas y el timbre sonó. ¡Qué oportunos! —Salí empapada y me puse un vestido sobre el cuerpo mojado para dirigirme a la puerta.

Cuando la abrí, me sorprendió encontrarme con uno de los mellizos.

—Hola, Olga —me saludó afable—. ¿Te importa si paso y me doy un baño? Es que hoy han anulado todas mis clases y estaba en el jardín cuando escuché que te lanzabas al agua... Y como nos dijiste que podíamos venir a bañarnos siempre que quisiéramos...—Así que ese había sido el ruido... ¿Me habría estado espiando? Fantaseé con ello. Con Aaron, pajeándose entre los setos.

—Claro, pasa Aaron, —le ofrecí. Él me miraba las tetas. El agua había convertido el vestido en una bomba de relojería, se me veía todo. Disimulé, como si no me diera cuenta de nada...

El chico entró desprendiéndose de la camiseta. Tenía un cuerpo bonito. Muy fibrado.

—¿Quieres una limonada?

—¿No tienes cerveza? —preguntó.

—Tienes dieciséis.

—¿Y?

—Vale, pero te la pongo con limón.

—Mientras sea en rodaja —bromeó—. ¿Puedo bañarme mientras? Tengo mucho calor.

—Adelante, pasa a la terraza.

Serví un par de coronitas, me sentía excitada. No debería pero era así, me daba mucho morbo.

Saqué un par de coronitas. Aaron nadaba con mucha gracilidad. Me senté en la hamaca contemplando la gracilidad de sus movimientos. Mis pezones estaban duros. El joven salió  del agua con una sonrisa. Vino hasta mí y se sentó a mi lado en la hamaca cogiendo su cerveza. Empujó el limón dentro y dio un amplio trago. Noté la boca seca.

—¿Te gusta?

—Está buena, aunque tú lo estás más —sonreí.

—Eres un poco descarado, ¿no?

—Y tú muy guapa.

Le sacó la rodajita a mi cerveza.

—¿Qué haces?

—Ven a por ella —me tanteó poniéndosela entre los dientes.

—¿A qué juegas? —Él alzó las cejas y acercó su cara a la mía—. Eres menor y podría ser tu madre —le dije muriéndome de ganas de ir a por ella. La apartó un momento.

—Dime algo que no sepa... —Volvió a colocársela. Me relamí y decidí aceptar el desafío sin tocar su boca. Pero cuando fui a atrapar el limón él lo escupió y me recibió con su lengua y su boca.

Me pilló por sorpresa y solo pude gemir frente a la fogosidad del ataque. Aaron era de los que no perdía el tiempo y además de besarme subió su mano para amasarme una teta.

—Eh —le reprendí apartándome. Él me sonrió pícaro.

—No me digas que no ha sido mejor que comerse el limón.

—Anda, tómate la cerveza.

—Me encantan tus tetas —soltó mirándomelas, agachó la cabeza y me mordió un pezón por encima de la tela.

—Aaron... —jadeé.

—¿Qué? —respondió sin dejar el juego.

—Esto no está bien.

—¿Por qué? ¿No te gusta?

—Ya te he dicho que podría ser tu madre...

—Si lo dices porque podría haber salido de tu coño te confundes, me muero por entrar. Me la ha puesto muy dura verte masturbándote.

—¿Me has visto? —pregunté excitada.

—Pues claro, has mirado unas cuantas veces hacia allí. —Señaló uno de los setos que quedaban a mis pies—. Quiero follarte ese chochazo. Las de mi clase no lo tienen así.

—¿Ya lo has hecho? —pregunté.

—¿Tú que crees? —Dio un trago a la cerveza, se puso de pie y se bajó el bañador. Tenía una polla preciosa, grande, recta enmarcada por vello rubio recortado. Necesité beber pasando la lengua por el borde de la boquilla, como si fuera su glande—. Te gusta, ¿eh? ¿Por qué no me la chupas? Lo estás deseando.

—Eres muy joven...

—Cuando la tengas en tu boca no pensarás lo mismo, anoche te morías por enseñarme las tetas y hoy seguro que te tocabas pensando en mí. ¿Me equivoco? —Tampoco es que fuera a mentir. Él rio y la acercó a mis labios pasándola por ellos—. Abre.

Obedecí. Separé los labios y me la metió hasta el fondo. Me dio una arcada pero él me sostuvo la cabeza contra su ingle rotando las caderas. Mi marido nunca me había hecho eso y tampoco la tenía tan grande. Hice un aspaviento y agarré su culo por inercia.

—Eso es, Olga, toma mi regalo. —Se puso a bombear y lo único que pude hacer fue recibir y respirar. Quizá Aaron solo tuviera dieciséis pero no se movía como un inexperto.

Me folló la cara y yo disfruté amasándole las tersas nalgas. Estaba húmeda y mi coño pedía a gritos ser colmado.

Aaron la enterró hasta mi campanilla y me presionó con fuerza. Mi garganta se contrajo y él gruñó.

—Qué boca tienes, esto no me lo hace mi novia, si se la meto tanto pota. —Yo estaba al borde de las lágrimas. Sacó el miembro rígido y me golpeó con él la cara mientras mis babas caían sobre el vestido y yo tosía. Me dio una bofetada—. Respira... Anda, quítate esa mierda.

Cogió el vestido y me lo quitó por encima de la cabeza, cuando me tuvo desnuda me pidió que apretara las tetas y se puso a follármelas.

—Eso es, apriétalas, ¿te gusta sentirme? Chúpame el glande, zorra. —Saqué la lengua y gocé del tacto sedoso y salado de la punta. Aaron se cansó rápido—. Ponte a cuatro.

Me puse sobre la hamaca y él me separó los glúteos para lamerme el ano y el coño chorreante. Sus dedos hurgaban en mí, insertando en cada acometida uno, conté hasta cuatro.

—Mira cómo se te abre, seguro que te cabe el puño. ¿Tu maridito te lo mete?

—Mi marido no me hace estas cosas.

—Pues él se lo pierde. Vamos a por el quinto. Tócate, esto es mejor que una porno.

Lo hice, me masturbé deseando aquel quinto dedo y cuando lo hubo enterrado llegó a encajar la muñeca.

Chillé.

—Eso es puta, menudo coño tragón que tienes, estás haciendo una segunda piscina en la hamaca. —El puño entraba y salía con fluidez, y yo aullaba del morbo y el placer.

—Me voy a correr.

—De eso nada. Deja de tocarte o se termina la fiesta.

Coloqué la mano en la hamaca y aguardé a que se diera por satisfecho. Una vez me folló con el puño me escupió en el culo.

—Ahora voy a montarte como lo zorra que eres. —Se abrió camino encajándola hasta los huevos y se puso a embestir como un bestia. Dolía, mucho, demasiado, llevé la mano a mi entrepierna y volví a tocarme para obviar el daño y excitarme—. Eso es, tócate, voy a meterte los dedos.

Le costó, porque al tener la polla en el culo el canal se había estrechado, aun así me metió cinco y yo chorreaba chillando como una cerda.

—No puedo más Aaron, no puedo... —Me quejé al borde del orgasmo. Abandonó mi cuerpo e hizo que me sentara. Me ofreció sus pelotas para que las lamiera. Me las comí con deleite, además de bajar la lengua hasta su ano mientras le hacía una paja.

—Cómemela otra vez, quiero correrme en tu boca...

—Pero ha estado en mi culo, protesté.

—Hazlo o llevaré el vídeo a comisaría y te denunciaré por abuso de menores. —Abrí la boca sorprendida.

—¿Qué vídeo?

—Hay una cámara en el seto, lo estoy grabando todo, así que si no quieres arruinar tu vida y la de tu matrimonio, vas a hacer lo que te diga. Abre la boca, puta y más te vale comérmela bien.

Separé los labios, él sonrió cínico, haciendo que paladeara mis propios restos en ella. La arcada que me dio hizo que la bilis subiera por mi cuello.

—Shhhh, mama, chupa, sácame la leche.

Las caderas empujaron y empujaron. Yo mamé como nunca recorriendo aquella porción de carne joven y cuando la corrida estalló en mi garganta bebí saciándome con su jugo.

Aaron se apartó hizo que me tumbara y cogió la manguera. Me dio una ducha de agua helada y después me la metió por el culo encendida a modo de enema. Yo no me aguantaba. Su mano volvió a mi vagina y me folló con el puño.

Tenía el abdomen a reventar. No contento con eso me exigió que tironeara y retorciera mis pezones y él se puso a comerme el coño.

El orgasmo fue brutal, tan bestia que la manguera salió despedida y de mi culo salió agua y un charco de mierda.

—Ves cómo eres una cerda —dijo Aaron lanzándose de cabeza a la piscina.

Estaba hecha un desastre, pero me había corrido como nunca, con un puto crío de dieciséis años... Me levanté como pude, pasé la manguera. Me metí bajo la ducha y después yo también me tiré al agua.

Jugamos como dos críos, le comí la boca y volví a follármelo, esta vez, sin reservas.


Espero que lo hayáis disfrutado. Espero vuestros comentarios