Me sentí como una puta

Me sentí como una puta, la cuestión es si me comporté como tal...

Me sentí como una puta

Anoche mi mente navegaba junto con mis dedos entre los pliegues de mi vulva mientras imágenes tórridas de nuestro encuentro se cernían en mi mente. La fantasía comenzaba entrando en una cafetería de Gijón en la que habíamos quedado para conocernos. Vestía unos vaqueros piratas ceñidos y una blusa que, ladeada, dejaba al aire uno de mis hombros, el cual tenía adherido el tirante mi sujetador negro. Ese sostén negro que me hacía unos pechos más firmes y voluminosos. Por detrás la blusa tenía una abertura, un círculo. Se me veía el hombro y parte de la espalda. Sensual, pero recatado. Mi estilo, supongo.

Estaba nerviosa y las piernas me temblaban cuando traspasé la puerta de entrada con esas típicas sandalias romanas que, tan cómodas, eran. Miraba ansiosamente y sin apenas poder disimular el rubor de mis mejillas. Había quedado contigo. En Gijón. A solas. Y estabas allí. Sabíamos que algo pasaría entre los dos. Siempre lo supimos.

Llegué a tu altura y con esfuerzo conseguí levantar la vista. Tú sonreías, viendo mi timidez. ¡Quién lo hubiese dicho! Ahora era tímida, cuando en nuestros escarceos era tan apasionada. Me diste dos besos, uno en cada mejilla. El último, cerca de la comisura de los labios. Andaba ya nerviosa y no podía articular palabra. Observando mis reacciones, decidiste quitarte la máscara de amo y convertirte en mi amigo, "por poco tiempo, preciosa" con una sonrisa maliciosa.

El ambiente se relajó bastante después de merendar y las tortitas en mi estómago. La tensión había desaparecido y todo parecía ir normal. He escrito bien, "parecía". Tú tenías en mente otros planes maléficos

Te he traído un regalo –dijiste en un momento dado.

¿El libro? –pregunté alegremente mientras aún me quitaba una macha de chocolate de mi boca con mi lengua inocentemente.

Algo más que eso… -insinuaste cambiado tu mirada de amigo alegre por la de hombre hambriento.

Intrigada, me limpié las manos y la boca con la servilleta de turno y tomé la bolsa con rapidez para ver su contenido. Estaba tan tranquila y era tan distendida nuestra charla que casi olvidé nuestro objetivo. Cuando fui a abrirla, me susurraste impidiéndomelo:

Ve al servicio, entra en un servicio y ábrela allí, por favor.

Descolocada y curiosa, no pensé en lo de su interior. Bueno, o, quizás sí. Supuse que sería algún vestidito ceñido.

Entré en el servicio que estaba más o menos desierto. Uno de los urinarios estaba ocupado y me adentré en el otro. Sentándome en la taza del wáter, procedí a abrir la misteriosa bolsa. Estaba convencida de que sería algún vestidito mono y no me equivocaba. Era un vestido de gasa rojo que se transparentaba. Era muy bonito y elegante, aún siendo ropa de sport. Me gustó sí. Seguí viendo la bolsa, pues parecía que, en su interior, se escondían más regalitos. De repente, vi un tanga. Eso me sobresaltó bastante, sabías que no los usaba. No obstante, este tanga era especial traía una especie de saliente similar a un pene junto a una nota con tu rúbrica.

"Zorrita, ponte para el Sr. Gutiérrez, única y exclusivamente lo que viene en esta bolsa. Mete el resto de tu ropa en ella. Para ayudarte a meterte la polla de plástico, deberás masturbarte hasta casi alcanzar el orgasmo. Cuando estés en ese estado, quiero que te la metas entera y de golpe".

El devenir de la gente se sentía en el servicio. Entrada y salida. Gente instándola a que saliera. ¿Qué haría? Lo único que debía. Obedecer. Comencé a quitarme mi ropa y cuando me quedé en ropa interior dudé. ¿Con o sin sujetador? Ha dicho solo lo de la bolsa. Así que

Me quité el sujetador y me coloqué el precioso vestido. Tomé el inusual tanga y lo colé por mis piernas hasta tener la puntita rozando mis labios. Vale, eso no lo habías dicho… Pero.. Una tiene vocación de obedecer

Pronto, mis dedos comenzaron a recorrer cada labio de mi húmedo coño mientras la otra se hacía con el clítoris y pensaba en ti en aquella cafetería, tenso, ardiente y deseoso de que cumpliera tus órdenes. Seguro que me recompensarías más tarde.

"¡Ocupado!" – exclamé indignada mientras me agitaba cada vez más.

Mis pezones cada vez estaban más duros y se notaban en la forma del vestido. Mis fluidos incontrolables amenazaban con bosar su continente y comenzar su huída hacia mis ingles y muslos. El orgasmo cada vez era más apremiante, pero debía de hacerte caso: colocarme en la cumbre y mantenerme firme para después traspasarme con aquella polla sin vida y corazón. Mi corazón palpitaba con furia y nerviosismo, mientras exaltada repetía las mismas palabras que hacía unas décimas de segundo. Otra vez interrumpiendo. Ufff… ¡Qué calor sentía! Necesitaba explotar. Pero no, no sería así. En ese instante álgido y agitada por la vivencia… Me introduje la polla de plástico, recoloqué las cosas en la bolsa, tiré de la cisterna y me dirigí hacia fuera del cuarto de baño y a la cafetería.

Pronto, te localicé. Estabas en nuestra mesa. Conforme me fui acercando a ti, mi deseo era más intenso. De pronto, algo comenzó a vibrar. ¿Mi móvil? ¡No! Era en mi interior… Me quedé parada, en aquel lugar. ¿Qué debía hacer ahora? Mi interior resonaba y yo, inexperta, no quería parecer aquello: una puta.

Las miradas escudriñaban mis gestos una y otra vez. ¡Maldición! ¿Para qué habría ido a ese lugar? ¿Por qué le estaba haciendo caso a ese "desconocido"? Ambos sabíamos qué ocurriría el día en que nos encontráramos, pero de ahí a formar un espectáculo en la que yo quedara como lo que realmente era, había un abismo.

Levanté la vista y te encontré con aquella sonrisa enigmática, marcada con la perversión que tan ardiente me ponía. La vibración no paraba de hacer mella en mi interior. Podía sentir mis fluidos resbalar por mis muslos en dirección descendente. ¡Por Dios! ¡Que acabara aquello! Pareció que con mis miradas de súplica, él pareció entender mi sufrimiento y sentí como aquel aparato me producía electrizantes espasmos y mis piernas a duras penas se movían.

Llegué a la mesa a duras penas. Cuando llegue a la misma, me agarré a su borde jadeando igual que cualquier deportista tras haber hecho una maratón interminable. Él, perverso hombre, sonreía sin temor a equivocarse con su comportamiento. Frío, implacable y sin remordimientos o, al menos, eso parecía.

Ven, preciosa. Dame un beso –me dijo sonrientemente.

Sin dudarlo, yo fui a besarle en la mejilla pero él hábilmente me hizo besarle en sus finos y hambrientos labios. Aquel beso no pretendía transmitir cariño, sino posesión. Quería devorarme viva y, la verdad, no me habría negado.

De repente, las sacudidas de aquel trasto aumentaron a puntos exorbitados. Quise sentarme para relajarme puesto que mis piernas no se me tenían en pie. ¡Dios mío, me iba a desmayar! No tuve más remedio que agarrarme a él mientras discretamente me acariciaba los pezones. ¡Dios! ¡Parecía una prostituta de verdad! Parecía que había quedado con aquel hombre, uno bastante más mayor que yo, para ofrecerle sexo a cambio de dinero. ¡Y encima estaba a punto de correrme! No me lo creía, ni tampoco me lo creo aún. Con bastante recato, mi estimado señor me enseñó el mando de aquel cachivache y, sin dejarme arrebatárselo, accionó la velocidad máxima. Quería que la tierra me tragara. ¡Iba a tener un orgasmo allí delante de todos! Mi cuerpo se estremecía sin contemplaciones, mi agitación era patente mientras aquel canalla, mi señor, de todas maneras, me decía las cosas que descubriría si subía con él al hotel más cercano.

Me sentí como una puta, la cuestión es si me comporté como tal

Escrito por Universitaria

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