¿Me romperías el culito? me dijó un día mi sobrina
Durante un verano, mi sobrina Adela nos escucha a mi mujer y a mí haciendo el amor. Los gritos de ella la obligan a abrir la puerta y espiarnos. Desde entonces se obsesiona con que ser mi amante. Historia de su acoso. Contiene filial, anal
Nunca hubiese supuesto que un día la preciosa cría de mi cuñado me hiciera esa pregunta. Para explicaros como llegó a hacérmela, os tengo que contar un poco de mi vida. Casado desde joven con una hermosa mujer llamada Lara, nunca necesité buscar fuera lo que mi esposa me daba con gusto en la cama. Os parecerá increíble que os diga esto, pero la realidad es que siempre había obtenido el suficiente sexo con ella y por eso me parecía incluso una degeneración que hombres casados como yo, buscaran en jovencitas alivio a sus oscuras necesidades. Como pareja era casi perfecta y digo casi porque nadie está al cien por cien satisfecho con lo que tiene, pero ateniéndome a lo que mis amigos me contaban:
¡Lara era insuperable!
Ni siquiera tenía que ser yo quien lo pidiera. Mi mujer era y es una hembra caliente que necesita su ración de sexo casi a diario. Muchas veces su calentura incluso me llegaba a sorprender porque si llevaba tres días sin tocarla, ponía geta y sin esperar a que yo empezara, ella misma buscaba el modo de que lo hiciéramos. Daba igual si estábamos en casa, en un hotel o incluso pasando unos días con sus padres. Si sentía que la tenía abandonada, no dudaba en meterme mano disimuladamente para calentarme. Increíblemente, su propia necesidad fue lo que hizo a fin de cuentas que su sobrina se fijara en mí y decidiera convertirse en mi amante.
Todo empezó este verano. Mi mujer y su hermano decidieron que pasáramos todo el verano juntos y para ello, alquilaron una casa rural en el norte. Como era bastante lógico que desearan pasar una temporada juntos ya que vivíamos en ciudades diferentes, no puse ningún reparo a ello. Lo que no me esperaba es que esa decisión pusiera en riesgo mi matrimonio. Todavía recuerdo la tarde en que llegamos a Colunga, un pequeño pueblo de Asturias.
Cansado del viaje, no pude dejar de fijarme en cómo había crecido Adela, la hija de mi cuñado. Con diecinueve años recién cumplidos, la niña que conocía y que no había visto en mucho tiempo había desaparecido, dejando paso a una preciosa mujercita de grandes tetas. Os juro que en un principio aunque era una monada, no la vi como objeto de deseo sino al contrario, muerto de risa comenté a mi esposa los problemas que debería tener su hermano para espantar a los moscones que sin lugar a dudas revolotearían alrededor de su retoño.
-¿Verdad que está guapa?- contestó Lara, dándome la razón.
Y es que en realidad, era un bombón. A pesar de medir casi el metro ochenta y tener en vez de pechos unos melones descomunales, la cría no resultaba en absoluto caballona sino que estaba dotada de una femineidad difícil igualar. Si de por sí tenía un cuerpo cojonudo, cuyo culo no desmerecía a sus tetas, el colmo era que su cara era perfecta. Os juro que no es una exageración si os digo que parecía cincelada por un artista y no producto de los genes de mis cuñados. Todo en ella era bello, sus piernas, sus muslos e incluso su piel, te llamaban para que los tocaras. Pero aun siendo semejante diosa, no la busqué sino que fue ella la que decidió someterme a un acoso del que desgraciadamente, no pude escapar.
Tal y como estaba contándoos, como la familia de mi mujer había llegado con anterioridad a la casa rural, fue mi cuñada la que distribuyó las diferentes habitaciones. Ajena a la fijación que sentiría su retoño por mí, creyó conveniente que fuera ella la que durmiera al lado nuestro y no sus dos hermanos pequeños.
-Así estos cafres no os molestarán- nos dijo justificando su decisión.
La lógica aplastante de sus motivos no daba lugar a dudas ya que era proverbial entre la familia lo gamberros que eran ese par de gemelos. Incluso mi propia esposa le agradeció el detalle sin saber las consecuencias que eso tendría. A mí, en lo particular, me daba lo mismo y aunque no tardé en enterarme de que había sido un error, os reconozco que no dije nada. Os preguntareis como me percaté que sería incómodo el tenerla tan cerca, pue fue algo bien fácil. Al entrar en mi cuarto descubrí que compartíamos baño con esa preciosidad. En un principio me molestó encontrarme con que esa cría se había dejado las bragas tiradas en el lavabo y señalándoselas a mi mujer, está la disculpó diciendo:
-No sabía que llegaríamos tan pronto- y tratando de quitarle hierro, me prometió: -Tú tranquilo que hablaré con ella para que sea más ordenada.
Sabiendo que podía ser un error y que el hecho de que fuera cuadriculado en cuestión de orden era una de mis manías, decidí olvidar el asunto aunque tal y como se demostró, no iba a ser cuestión fácil compartir el baño con esa rubia y más cuando como en tantas otras casas rurales, dicho aseo tenía dos puertas y cada una de las cuales daba a una de las habitaciones. Satisfecho por la explicación, decidí dejarlo en sus manos y con la confianza que dan los quince años que llevábamos casados, la dejé sola para irme a tomar unas cervezas con mi cuñado.
José siempre había sido un tío muy simpático y el hecho que me llevara diez años, no había sido nunca un problema. No tardé en encontrarlo porque lo único que tuve que hacer es preguntar dónde estaba el bar más cercano. Tal y como había supuesto, lo hallé pegado a la barra y por eso tras los típicos saludos, pedí al camarero la primera cerveza de las muchas que me pediría ese verano. Habíamos dado cuenta cada uno de al menos cinco cuando su hija vino a buscarnos.
Como os imaginaréis la entrada de semejante monumento en ese bar lleno de paletos causó conmoción y los parroquianos sin cortarse lo más mínimo, la agasajaron con piropos y silbidos de admiración. La muchacha que a pesar de su recién estrenada mayoría de edad, ya conocía el efecto que su belleza causaba en los hombres, se los quedó mirando y dotando a su voz de todo el desprecio que pudo, les gritó:
-¡Babosos!
Os reconozco que me hizo gracia su reacción y para evitar males mayores, la agarré de la cintura mientras le daba la razón:
-Tranquila, pequeña- y dirigiéndome al respetable, les eché en cara que solo era una cría.
Lo que no me esperaba es que Adela se molestara por el modo en que la había defendido y separándose de mí, me soltó bastante enfadada:
-Sé defenderme sola y aunque mi padre y tú no lo sepáis, ¡No soy una niña!
Descojonado, su viejo soltó una carcajada mientras decía:
-Tienes la misma mala leche que tu madre.
Indignada, salió del lugar dando un portazo no sin antes informarnos de que nos esperaban para cenar. Su aviso no evitó que al terminar esa ronda, nos pidiéramos otra, de manera que cuando llegamos a la casa, todo el mundo nos estaba esperando. Mi esposa visiblemente enfadada, me pidió que me sentara con ella y nada más hacerlo, empezó a regañarme en voz baja.
-No te cabrees- le contesté y para calmarla, empecé a acariciarle la pierna.
-¡Quédate quieto!- enfadada, me soltó al ver mis intenciones,
Decidido a congraciarme con ella y sabiendo que era incapaz de seguir enojada si la calentaba, no hice caso a su orden y disimulando fui en busca de su entrepierna. Lara al sentir a mis dedos acercándose por sus muslos, juntó las rodillas en un vano intento. Interiormente descojonado pero con gesto serio, le pregunté a mi cuñada que pensaban hacer al día siguiente mientras mi mano empezaba a acariciar la tela de sus bragas bajo el mantel.
-Iremos a la playa- contestó Inés, sin saber el acoso al que estaba siendo sometida la hermana de su marido.
Mi mujer intentó retirarme la mano de entre sus muslos pero haciéndome fuerte, no solo no la quité sino que la obligué a abrir un poco las piernas. Me percaté de que se había dado por vencida cuando acercando su boca a mi oído, me dijo en voz baja:
-Si me dejas, ¡Te prometo una noche loca!.
Sabiéndome vencedor, la besé en los labios cerrando el acuerdo, sin saber que nuestro juego había sido observado con interés por Adela. La cría se había quedado impresionada por mi actitud dominante pero más aún por la calenturienta y sumisa de su tía. Descubrir que al meterle mano en público, Lara se había calentado como una perra, fue algo que no se esperaba y contra lo que siempre había supuesto, a ella también le había puesto cachonda. No lo supe en ese momento, pero fue entonces cuando empezó el interés de mi sobrina por mí.
Al terminar de cenar, mi mujer puso por excusa que estaba cansada y por eso no retiramos a nuestra habitación a que ella cumpliera su promesa. Nada más cerrar la puerta, Lara se lanzó sobre mí y sin dejarme siquiera quitarme los pantalones, me bajó la bragueta y sacando mi pene, se abrazó con su piernas a mi cadera, diciendo:
-¡Fóllame!-
De un solo arreón y sin más prolegómeno, la penetré hasta el fondo. Mi mujer chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina con esfuerzo. Sabiendo que todavía no estaba lo suficientemente bruta, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones, y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. Manteniéndola en volandas, disfruté de sus orgasmos mientras mi cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima del tocador sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Pequeños pero duros y con una rosada aureola se movían al ritmo de su cuerpo, pidiendo mis caricias. Contestando su llamada, los cogí con mi mano, y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Lara aulló como una loba, cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de sí, me clavó las uñas en mi espalda. Su dura caricia me obligó a iniciar un galope desenfrenado encima de ella. Al hacerlo, olvidé toda precaución introduciendo mi pene totalmente en su interior.
-Me encanta- gritó de placer al sentir mi simiente en su sexo.
- Vamos a la cama -, pedí a mi mujer en cuanto se hubo recuperado un poco.
La cama no me defraudó: sobre una tarima el colchón de dos por dos se me antojaba un campo de futbol. Nada más tumbarnos, se acurrucó a mi lado y en silencio comenzó a acariciarme con sus piernas. Sus pies se restregaban contra los míos a la vez que con sus rodillas y muslos hacía como si estuviera reptando por mi cuerpo. En un principio, pensé en decirle que se estuviera quieta pero para cuando quise hacerlo, la pasión ya me dominaba. Acercando su sexo cada vez más a mi pene, se retorcía excitada, pidiéndome que no me moviera, ya que quería hacerlo ella.
Suavemente se incorporó en las sábanas y agarrando nuestras camisas, ató mis muñecas al cabecero. Enervado por su juego, colaboré quedándome quieto mientras ella me inmovilizaba, y todavía más cuando usando la funda de la almohada tapó mi ojos, de forma que no viera lo que ella hacía.
Oí como se levantaba al baño, buscando algo en su neceser. Sabiendo que iba a ser nuevo lo que iba a experimentar, esperé con nerviosismo su vuelta. No la escuché volver, pero sin previo aviso sentí como sus manos repartían por mi pecho un líquido aceitoso, tras lo cual fue su cuerpo por entero el encargado de extenderlo. Suspiró cuando sus senos entraron en contacto con mi piel, y ya sin ningún pudor se puso encima mío, buscando su placer. Era alucinante sentir como resbalaba y subía, acariciándome por entero, pero sin acercarse a mi extensión que la esperaba inhiesta y dura. De pronto, aprecié como una densa humedad absorbía mi pene, sin llegar a descubrir si era su boca o su sexo, el que poco a poco lo hacía desaparecer en su interior.
Con mis venas a punto de explotar, empecé a moverme, tratando de profundizar más la penetración, pero ella protestó diciendo que era su hora, que tenía prohibido participar.
Su orden no hubiese sido más efectiva y sin poderme negar, la obedecí quedándome inmóvil mientras gemía mi calentura. Nuevamente, sentí que mi pene volvía a penetrar en ella pero esta vez sí supe que parte de su cuerpo estaba usando, al notar las dificultades que tuvo para introducirse mi capullo. Lara se estaba empalando por detrás, su ojete me recibió con dificultad, de manera que pude percibir como sus músculos circulares se abrían dolorosamente mientras mi mujer gemía en silencio. Centímetro a centímetro, toda la extensión de mi sexo iba desapareciendo en una deliciosa tortura.
No debía de moverme pensé, si lo hacía podía provocarle un severo desgarro y lo que deseaba era darla placer, por lo que aguanté pacientemente hasta que mis huevos chocaron con su trasero, en una demostración que ya había conseguido metérselo por completo. Parecía imposible que lo hubiese conseguido, pero con un gruñido de satisfacción empezó a menearse con mi falo en su interior mientras que con sus manos se masturbaba.
Paulatinamente fue resultando para ella más fácil el empalarse, mi sexo iba consiguiendo relajar su recto, a la par que sus dedos conseguían empapar su cueva con sus toqueteos. No me podía creer lo que estaba sintiendo, su esfínter parecía ordeñarme dándome lo que más deseaba, que era la completa posesión de mi mujer.
Completamente excitada, Lara saltaba sobre mi cuerpo, introduciendo y sacando mi pene con rapidez. El flujo ya manaba libremente de su sexo cuando empezó a notar los primeros síntomas de placer. Y en vez de esperar a recibirlo, aceleró sus acometidas de forma que sus nalgas sin control se retorcían al ritmo con el que sus dedos torturaban su clítoris al pellizcarlo.
El clímax de mi mujer era cuestión de tiempo. Su respiración entrecortada, el sudor impregnando su cuerpo y su sexo empapado eran síntomas de que estaba a punto de correrse. Justo cuando explotó y se corrió dando gritos, me pareció que se abría la puerta del baño. Al mirar hacia allá, la vi cerrada y uniéndome a Lara, eyaculé en su interior. Creyendo que había sido un error, la abracé y así pegados, nos quedamos dormidos.
Adela me confirma que nos había oído:
A la mañana siguiente, me levanté temprano para salir a correr mientras Lara se quedaba descansando. Satisfecho por la noche anterior, decidí dar una vuelta por los alrededores y así saber ubicarme dentro del valle. La naturaleza agreste y salvaje de Asturias me contagió nuevos ánimos de forma que estuve más de una hora recorriendo sus montes. Al retornar a la casa rural, me encontré a mi cuñada Inés desayunando con sus tres hijos. Si hubiese previsto lo que iba a pasar, os juro que no me hubiera sentado junto a mi sobrina. Justo cuando su madre estaba regañando a los gemelos por la juerga que habían montado la noche anterior, Adela me susurró al oído:
-Para escándalo: ¡Los gritos de mi tía!
Sabiendo a que se refería me quedé sin saber que decir ni cómo actuar y entonces la chavala muerta de risa, insistió:
-¡Menudo semental debes de ser! ¡Gritaba como si la estuvieses matando!
Completamente cortado, fui incapaz de responder. Afortunadamente, su padre hizo entrada en el comedor y se puso a mi lado. La cría al ver que no iba a poder seguir con su guasa, se levantó de la mesa dejándome solo con José. Os podréis imaginar que agradecí su retirada y mientras charlaba con mi cuñado, no podía dejar de pensar en las palabras de mi sobrina. Asustado me di cuenta que debía de ser ella la que abrió la puerta del baño mientras estábamos follando por lo que no me quedó ninguna duda de que ¡Nos había visto! Y aunque parecía imposible, eso le había gustado. Temiendo que mi esposa montase un espectáculo, decidí no contarle nada de lo que me había dicho su sobrina. Aunque teóricamente no se lo dije porque temía que le echara en cara su actitud, la realidad y ahora lo sé, es que deseaba en mi fuero interno que nos siguiera espiando.
Lo ocurrido durante el desayuno solo fue una antesala de lo que ocurriría a continuación. Tal y como habíamos quedado, ese día iríamos a la playa todos juntos. Por eso al levantarse mi mujer, tuvimos que esperar a que se terminara el café para irnos las dos familias hacia la playa. Como íbamos solos en el coche, Adela le preguntó a mi mujer si podía acompañarnos. Lara no viendo nada extraño aceptó sin caer en mi cara de terror y por eso, su sobrina se montó con nosotros. Ni siquiera habíamos salido de la casa rural, cuando comprobé sin lugar a dudas que iba a resultar muy largo ese día:
Al mirar por el retrovisor, descubrí a la sobrina de mi mujer echándose crema en los pechos mientras me miraba. Por si fuera eso poco, en cuanto descubrió mis ojos en el espejo sonrió y sin taparse se empezó a pellizcar los pezones mientras me sacaba la lengua. Su descaro me dejó pasmado y retirando mi mirada, me intenté infructuosamente concentrar en la carretera. Bastante más excitado de lo que me gustaría reconocer, tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para no volver a mirarla.
Mi mujer que no se había coscado de nada, charlaba por teléfono con una compañera. Al llegar a la playa y mientras bajaba las toallas, la zorra de la niña se acercó a mí y poniendo un tono de puta, me preguntó si me había gustado. Asustado, ni me digné a , no pude ni contestarla. Incapaz de enfrentarme con ella, salí rumbo a la arena sin mirar atrás. Ya me había unido a mi cuñado y al resto de su familia cuando me giré para descubrir que Lara y Adela venían muertas de risa. Os juro que no me atreví a preguntar de qué hablaban y cada vez más incómodo me puse a plantar la sombrilla.
Aunque la playa no estaba repleta de veraneantes y fácilmente la jodida muchacha podía haber extendido su toalla lejos de nosotros, la colocó junto a la mía. No pudiendo objetar nada, no fuera a ser que mi queja levantara las suspicacias de sus padres, me vi colocado entre mi mujer y esa criatura.
“Mierda, ¿A qué juega?”, mascullé en silencio.
Adela disfrutando de mi embarazo, preguntó a su tía si la podía echar crema. Mi esposa respondió que sí y pasando por encima de mí, se puso a extenderle el bronceador ajena a las verdaderas intenciones de su sobrina. Si ya fue duro el observar a Lara acariciando sin querer ese cuerpo que me tenía obsesionado, más lo fue escucharla preguntarle si no prefería quitarse la parte de arriba del bikini para que no le quedara marca.
La cría soltando una carcajada, contestó:
-No creo que a mi padre y a mi tío les guste verme en tetas.
-No seas boba- rio mi mujer y colaborando involuntariamente con el acoso de Adela, le ayudó a quitárselo, diciendo: -Si son tan anticuados, ¡Que no miren!
Aunque intenté mirar, no pude y cuando lo hice, creí que me iba a dar algo al descubrir la perfección de los pechos de mi sobrina. No solo era su tamaño ni siquiera lo bien formados que los tenía, lo que me dejó alelado fue los maravillosos pezones que decoraban ese par de bellezas. Grandes y rosados eran una tentación demasiada intensa para soportarla y cerrándolos ojos, me imaginé con ellos en mi boca. Juro que intenté evitar ponerme cachondo pero mi calenturienta mente me traicionó y me vi mordisqueándolos mientras mi sobrina se retorcía de gusto.
Viendo que mi pene se empezaba a endurecer bajo mi bañador, me di la vuelta para evitar que todo el mundo se percatara de mi erección. Desgraciadamente, la jovencita se dio cuenta y poniendo cara de no haber roto un plato, me preguntó si me ocurría algo.
No recuerdo si llegué a responder porque al entreabrir mis ojos, me encontré con la visión de su culo a escasos centímetros de mi cara. La sorpresa de toparme con dos nalgas duras y apenas cubiertas por un tanga, fue demasiado y levantándome de la arena, me fui al mar intentando que el agua fría calmara mi calentura. La temperatura del cantábrico consiguió su objetivo y ya más tranquilo me puse a jugar con los dos gemelos cogiendo olas. Mientras los hermanos competían entre sí a ver quién era mejor tomándolas, mi mente estaba hecha un lío, pensando en el porqué de la fijación de esa niñata pero sobre todo en cómo iba a hacer para evitar su acoso.
Llevaba media hora a remojo cuando desde la orilla me llamó mi mujer. Cansado de esos enanos, salí a su encuentro. Nada más llegar a su lado, Lara me cogió de la mano y poniendo una expresión pícara en su rostro, me preguntó si la acompañaba a dar una vuelta por la playa. Conociéndola como la conocía, reconocí la cara de puta que ponía cuando quería hacer una travesura y encantado con la perspectiva, le pregunté qué quería hacer mientras le daba un pellizco en el trasero.
-Llevo mucho tiempo sin que me hagas el amor en el agua- contestó tirando de mí rumbo a una zona desierta.
Al ver hacia donde me llevaba, no puse reparo alguno de forma que en menos de diez minutos, ya estábamos besándonos entre las olas. Mi amada esposa ni siquiera esperó a que nos hubiésemos alejado de la orilla para subirse encima y abrazándome con sus piernas, intentar que la penetrara. La calentura que demostró provocó que mi pene saliera de su letargo y con una erección endiablada estuviera dispuesto.
Lara al notarlo, separó con los dedos su bikini y sin más preparación se ensartó con el mientras ponía sus pechos en mi boca. La facilidad con la que mi glande perforó su sexo me reveló que estaba cachonda y forzando su entrada con un movimiento de caderas se lo ensarté hasta el fondo.
-¡Cómo me gusta!- gritó al sentirse llena y obviando que nos podían ver desde la arena, se puso a saltar sobre mi verga.
No llevábamos ni cinco minutos haciendo el amor cuando al levantar mi mirada, descubrí a mi sobrina agazapada tras unas rocas mirándonos. Si de por sí mi mujer me ponía bruto, el estármela follando mientras Adela nos observaba fue algo brutal y dejándome llevar por el placer, empecé a machacar con mayor intensidad su amado cuerpo.
-¡Sigue cabronazo que me tienes ardiendo!- chilló al notar que había incrementado la velocidad de mis ataques.
Ajena a que la hija de su hermano estaba siendo testigo de nuestra lujuria, mi señora aulló de placer al sentir mis dientes mordisquear sus pezones. Coincidiendo con su orgasmo, comprendí que la muchacha con se había dado cuenta que la había descubierto y en vez de esconderse, con todo el descaro del mundo se empezó a masturbar ante mis ojos. No os podéis imaginar lo que sentí al verla separar sus piernas y meter una mano bajo su bikini mientras con la otra se acariciaba los pechos.
El cúmulo de sensaciones unido al movimiento de mi mujer hicieron inútil mi intento de controlarme y casi sin poder respirar, me corrí en el interior de su coño, sabiendo que unos metros más allá Adela se retorcía disfrutando de la dulce tortura de sus dedos. Mi esposa al sentir mi semen en su vagina, me besó con una pasión inaudita que me dejó pensando si acaso ella sabía que la cría nos estaba mirando. Lo cierto es que entonces los gritos de unos niños nos hicieron separarnos y acomodándonos nuestros trajes de baño, salimos del agua rumbo a las toallas.
Al llegar a donde habíamos dejado a su familia, su cuñada le preguntó si la acompañaba a por unas cervezas al chiringuito:
-Por supuesto- contestó y cogiendo su pareo se lo puso en la cintura, dejándome con su hermano y su sobrina.
Desgraciadamente, en ese momento, los gemelos llamaron a su padre y ya solos, Adela aprovechó la circunstancia para con toda la desfachatez que le permitían sus pocos años decirme:
-No te imaginas lo que voy a disfrutar este verano, teniéndoos en la habitación de al lado.
Cortado porque no tuve que ser un genio para comprender el significado de sus palabras solo pude balbucear una queja. La chavala al ver mi cara de espanto, separó sus piernas y señalando su bikini, me soltó riendo:
-¡Mira como me tienes!.
No pude dejar de mirar su sexo y con autentico terror, descubrí que una mancha de humedad revelaba que lo tenía totalmente encharcado. Sacando fuerzas de mi nerviosismo, me encaré con ella recordándole que era su tío. La niñata haciendo caso omiso a nuestro parentesco, se dio la vuelta y mostrándome las nalgas, me preguntó:
-¿Te parece que tengo un trasero bonito?
Anonadado por el poco tacto de la cría, me quedé con la boca abierta mientras ella, usando sus dos manos, se separaba los cachetes e insistía:
-¿Me romperías el culito? O ¿Tendré que pedírselo a otro?
Juro que si no llega a ser la hija de mis cuñados, no hubiera podido rechazar tamaño ofrecimiento porque el ojete virginal que me mostró podía ser catalogado como una de las siete maravillas del mundo. Indignado con la muchacha pero también conmigo por lo cerca que estuve de ceder, me negué en rotundo amenazándola con decírselo a sus padres. Ella al oírme, soltó una carcajada y me respondió en voz baja al darse cuenta de que su madre y su tía estaban volviendo:
-Sé que no será capaz de decírselo y desde ahora te digo que serás tú quien me lo haga.
La llegada de las dos mujeres rompió el silencio que se había instalado entre nosotros y disimulando pregunté a mi mujer por mi cerveza. Lara, desconocedora de lo ocurrido, me alargó un bote mientras se tumbaba a mi lado. Abriendo la birra, intenté apagar el fuego que había prendido en mi interior.
Adela cumple su amenaza:
El resto del día transcurrió sin novedad. Si es que se puede decir eso cuando me pasé todo el tiempo, evitando el quedarme nuevamente solo con mi sobrina. Cada vez que veía que eso iba a ocurrir, salía despavorido de su presencia, sabiendo que esa brujita aprovecharía cualquier instante para continuar acosándome. Aunque sabía que tenía que dejar de huir y enfrentarme con ese engendro del demonio, no pude hacerlo porque temía no tener la suficiente entereza para evitar caer en su tela de araña.
Ya de vuelta a la casa rural, Lara e Inés se pusieron a preparar la cena por lo que decidí darme una vuelta con mi cuñado. José para eso era un facilón y no me costó convencerle de tomarnos unas copas. Agradeciendo la complicidad masculina, entramos al bar y sin esperar a que vinieran a pedirnos la comanda, llamé al camarero y pedí dos whiskies. Dos horas después y con un par de copas de más, volvimos con nuestras familias. Al llegar descubrimos que tanto su mujer como la mía estaban enfadadas y que sin esperar a que llegáramos, se habían metido en la cama.
Por eso fue Adela la que nos dio de cenar. Quizás temiendo la autoridad paterna, se mostró comedida evitando reiniciar su ataque. Incluso tengo que reconocer que de algún modo dio pábulo a la sed de su viejo y comportándose como una hija cariñosa, rellenaba su vaso sin esperar a que hubiera terminado el vino. La realidad es que al poco rato, tanto José estaba borracho y por eso tuvo que ayudarme a subir a su padre por las escaleras. Al llegar a su habitación, Inés estaba tan dormida que ni siquiera se despertó cuando lo dejamos caer a su lado.
Cuando salimos, pensé que la cría iba a empezar con sus tonterías pero despidiéndose de mí en la puerta de su cuarto, me dijo “hasta luego”. Os juro que en ese momento no caí en que no fue un “hasta mañana” y creyéndome a salvó entré en mi cuarto. Al saludar a Lara, tampoco me contestó. Su actitud no me extrañó porque cuando mi mujer se enfadaba, una de sus costumbres era no hablarme y por eso sin más, me empecé a desnudar.
No llevaba ni cinco minutos en la cama, cuando escuché que se abría la puerta del baño. Asustado por la intromisión, me incorporé para descubrir a mi sobrina totalmente desnuda de pie en la habitación. Os juro que tardé en reaccionar porque me parecía inconcebible que esa cría tuviera la caradura de presentarse así en mi cuarto y más cuando a mi lado dormía su tía.
Molesto, le dije en voz baja qué hacía. La muchacha sin contestar, se acercó hasta el colchón y pidiéndome que le hiciera un lado, me soltó que venía a hacerme el amor. Os juro que la creí loca y ya bastante irritado le dije si no se daba cuenta que despertaría a mi esposa. Fue entonces cuando soltando una carcajada, me respondió diciendo:
-No creo que lo haga hasta mañana. Aprovechando que no estabais, he puesto un somnífero en la copa de ella y en la de mi madre.
-¿Qué has hecho qué?- respondí aterrorizado.
-Ya lo has oído- me respondió tranquilamente mientras su mano se posaba en mi entrepierna: -No quería que nadie nos molestara esta noche.
Sin llegarme a creer todavía que pudiera ser tan perversa, le pregunté por su viejo. Sonriendo me confesó que lo había emborrachado a propósito pero que no lo había sedado por si yo me negaba.
-¡No te entiendo!
Poniendo cara de niña buena, me contestó:
-Como no estaba segura de que quisieras acostarte conmigo, me he guardado una baza- y descojonada mientras acercaba su boca a la mía, prosiguió diciendo: -O lo haces y nadie se entera, o empiezo a gritar y lo despierto. ¿No querrás que crea que me estás violando?
Os juro que me quedé helado al oír su chantaje y sin poder evitarlo, la muchacha posó sus labios en los míos mientras sin esperar mi respuesta se subía sobre mis piernas. Dándome por vencido, decidí cerrar los ojos y concentrarme en no sentir nada y que ella al ver mi falta de pasión, comprendiera la inutilidad de sus actos.
-Aunque lo intentes no vas a poder ponerme bruto- le solté creyendo que iba a cejar en su empeño.
Lo que no me esperaba es que poniendo voz dulce, se restregara contra mi cuerpo mientras me respondía:
-Por lo que siento aquí bajo: ¡Estás mintiendo!
Lo malo es que esa zorrita tenía toda la razón. Al sentir la suavidad de su trasero contra mi pene, este se irguió bajo mi pijama, descubriendo de antemano mi excitación. Cómo si me hubiese apaleado, humillado, intenté sepárame de ella mientras su risa confirmaba mi derrota.
“¡Será puta” pensé excitado y hundido con su carcajada retumbando en mi oídos y mi deseo acumulándose en las venas.
Intentando otra estrategia, abrí los ojos y cogiendo sus pechos entre mis manos, los pellizqué diciendo:
-¡Tienes demasiado pecho para mi gusto!
Adela volvió a reírse y poniéndomelos en la boca, me preguntó que tenían de malo. Debía haberle contestado otra impertinencia pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al ver su rosado pezón a escasos centímetros de mi cara. Sé que hubiera podido alargar la lengua y lamer esa maravilla pero tratando de mantener un resto de cordura, retiré cerré nuevamente los ojos deseando cesara esa tortura. Adela envalentonada por mi supuesta indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y no contenta con ello, al comprobar que mi pene no era inmune a sus caricias, se empezó a restregar contra él. Esperando que no culminara el acto, me quedé quieto mientras ella se frotaba con sensualidad el clítoris contra mi polla. Sin dar su brazo a torcer, se tumbó sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba dejar esa pose y follármela ahí mismo.
-Eres un cerdo- me soltó y señalando a Lara que dormía a un lado del colchón, se rio diciendo: -Te da morbo tenerla ahí ¿Verdad Tío?
Su respuesta terminó de derrotarme y cogiéndola entre mis brazos, busqué su boca con la mía. Mis manos no tardaron en recorrer su cuerpo y su culo mientras ella no dejaba de frotar su sexo contra mi pene. Poseído por la lujuria, hundí mi rostro como tanto había deseado entre sus pechos. Mi sobrina aulló con placer al sentir mi lengua recorriendo sus pezones y cogiendo uno entre sus dedos, dijo:
-¡No que no te gustaban!
Obviando su recochineo, metí la aureola en mi boca mientras pellizcaba el otro con fuerza. Mi ruda caricia le hizo gritar mientras su trasero se rozaba contra mi verga sin parar. Al oír su calentura, me volví loco y cambiándola de posición, le separé las piernas y hundí mi cara en su sexo. Su aroma y su sabor recorrieron mis papilas mientras ella no paraba de reír histérica al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
-¡Sigue!- me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y sin darle tregua alguna, me puse a mordisquearlo buscando sacar el néctar que ese coño escondía.
-¡Qué gusto!- gimió como una loca al sentir que su sueño se iba a cumplir.
Para aquel entonces me importaba un carajo que fuera mi sobrina o que mi esposa estuviera dopada a escasos centímetros de nosotros. Necesitaba follarme a esa preciosidad y sin ser capaz de esperar más, cogí mi pene entre las manos y mientras apuntaba a su coño, susurré en su oído:
-¡Te voy a dar lo que has venido a buscar!
Mis palabras la hicieron sonreír y colaborando conmigo, colocó mi glande en la entrada de su vulva, gritando:
-¡A qué esperas!
Tuve que contenerme para no metérselo a lo bestia. Aunque la cría se merecía eso y más, decidí hacerlo lentamente. De forma que pude sentir como mi extensión recorría cada uno de sus pliegues hasta que, profundizando en mi penetración, choqué contra la pared de su vagina. Adela al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró que me moviera. Sin hacer caso de sus ruegos, lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo, como con pereza, hasta el fondo de su cueva.
Mi sobrina, sintiéndose ansiosa de mis caricias, no dejaba de buscar que acelerara mi paso, retorciéndose. Pero no fue hasta que volví a sentir, como de su sexo, un manantial de deseo fluía entre mis piernas cuando decidí incrementar mi ritmo. El deseo acumulado en su joven cuerpo rompió su entereza y berreando como una cierva en celo, se corrió sonoramente, para acto seguido, desplomarse sobre las sábanas.
Fue al verla morder con fuerza la almohada cuando decidí que aunque me lo hubiera dicho solo con el ánimo de molestar, esa cría iba a amanecer al día siguiente sin poderse ni sentar y por eso, la obligué a levantarse y a colocarse arrodillada, dándome la espalda.
-¡Qué vas a hacer1- preguntó al comprender mis intenciones.
Ni siquiera la contesté y separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido.
-¡Ten cuidado!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la cría temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó mordiéndose los labios.
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado no fuera a despertar al resto de la casa y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase.
-Dime cuando estés lista- le pedí
Adela moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
-¡Me encanta!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
Mi querida y zorra sobrina se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, coloqué mi glande en su ojete:
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con él.
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
-¡Cómo duele!- exclamó cayendo rendida sobre el colchón.
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla.
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Adela con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no caer.
-¡Sigue!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior. Mi sobrina ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa putita, temblando de lujuria mientras mi mujer dormía tranquilamente a un lado.
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su precioso culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo síntoma de su orgasmo. Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su intestino mientras la chavala no dejaba de aullar desesperada.
Mi orgasmo fue total, todo mi cuerpo compartió su gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Adela, la cual me recibió con los brazos abiertos y en esa posición, intentó quedarse dormida.
Satisfecho, la dejé descansar pero sabiendo que no podía quedarse en mi cama, la cogí entre mis brazos y la llevé a su habitación. Ya salía hacía la mía cuando la escuché decir:
-Gracias, tío. ¡Ha sido mejor de lo que me imaginaba!- y soltando una carcajada, me informó: -¡Mañana quiero más!
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En él, encontrareis este y otros relatos ilustrados con fotos de las modelos que han inspirado mis relatos- En este caso se trata de una mujer tan perfecta que parece REALIZADA POR ORDENADOR llamada: