Me reincorporo a mi vida

Después de muchos días de mi ausencia Dino me da lo que en esos días no había sido posible

ME REINCORPORO A MI VIDA

Mi viaje a reunirme con mi esposo y otros dos colegas alteró mi rutina. Regresé el pasado domingo por la tarde. Hubiera deseado haber ido a La Casita inmediatamente llegando. En realidad, hubiera sido únicamente para sentirme en mi mundo íntimo y haber iniciado escribir mi relato de mi estancia al reunirme con Horacio y otros dos colegas de él, amigos también míos, en Atlanta, pero mi empresa requería de mi presencia, aunque ya Paty me había ordenado los temas y sólo tenía que revisar, yo tenía que preparar lo que me correspondía.

La semana pasó muy rápido, no se laboró desde el jueves. Para Nochebuena atendí parte del restorán de Olga, principalmente la cobranza. Llegué el viernes a La Casita, el Dino ya esperaba su baño, así que se lo di, pero Olga me pidió prestadas las mesas y sillas que tenemos almacenadas en la bodega de La Casita, y las necesitaba de urgencia, quería estar lista para que cupiera más gente para la cena de Nochebuena, así que tomé algo de ropa propia para trabajar, subí las mesas que me cupieron y algunas sillas plegadizas y fui al restorán.

La cena que ofreció el restorán de Olga fue todo un éxito, y, como se acostumbra, al día siguiente el recalentado, al que llegaron muchos clientes, pero terminamos muy temprano por la tarde.

“¡Me voy, me llevo las mesitas que me quepan en la camioneta y en otro viaje me llevo el resto de las sillas!” le dije, ya con la intención de retirarme.

“¡Espera, metemos sillas en mi coche y vamos juntas, allá bajamos todo entre las dos!” me pareció una buena idea. Las dos íbamos muy cansadas, así que no se me ocurrió mas que bajar las cosas y, después de un baño, relajarme. Comida ya del restorán me había traído.

Llegamos, yo no contaba con Dino, pero no nos estorbó para descargar. Al terminar le ofrecí a Olga algo de beber, aceptó, pero el Dino la traía asoleada, no la dejaba en paz. Ella llevaba un jean puesto, pero el Dino insistía en lamerle la entrepierna, encima de los pantalones.

“¡Te ha estado echando de menos! ¿Hace cuánto tiempo no lo habías acariciado?” le pregunté.

“¡Uy, ya son meses, pero ahora me agarra muy fatigada, será otro día en que me des oportunidad!”

“¿Pero para qué te agarra cansada? ¡Anímate, dale una pequeña oportunidad!” le dije

“¡Mm, se me hace que sí!” se quitó los pantalones y sus pantis.

“¿Aquí queda bien?” preguntó acomodándose sobre la alfombra calientita.

Fueron muchas palabras de preámbulo, al Dino no le importaba lo que Olga me estaba diciendo. Ella se sentó en el sofá y el Dino se le encimó inmediatamente, luchaba por acomodársele. Hizo multitud de intentos fallidos.

“¡A ver! ¡Chambona, ya se te olvidó! ¡Baja las nalgas y coloca tu pecho en el suelo! ¡Abre las patas, separa las rodillas y ya verás!” efectivamente, al Dino se le facilitaron las cosas, pero tardó todavía en meterle su pene.

“¡AYY, CONDENADO ya me lo metiste! ¡ahora juégale, juégale fuerte! ¡que yo sienta tu bola que me entre!” Gritó Olga. El Dino empujaba una vez y otra más, pero su bola no le entraba hasta que le sacó totalmente el pene y se lo volvió a meter de un solo golpe. Ahí si le entró la bola, le faltaba lubricación.

“¡Vente papito, siente hermoso como yo lo siento, verás que te está gustando!” y ella movía su cuerpo de tal manera que los impulsos del Dino ayudaran junto con los de ella, a aumentar sus sensaciones. El Dino, sin considerar el cansancio de Olga, se echó encima de ella y solamente esperó que su organismo hiciera la labor de bombear eyaculando. Olga le ayudaba con movimientos encontrados. Estuvieron gozando por bastante tiempo. Se separaron acompañados de la tradicional chorreadura que el Dino ayudó a limpiar, solo en una pequeña parte, al momento de desanudarse.

Me despedí de Olga, cené un poco y me acomodé sobre la cama, pude recuperarme, dormí bastante y acabo de despertar, son casi las 12. Hoy no hay compromisos, ni trabajo. El Dino ha de estar calmado, ayer se desahogó con Olga, hoy me dejará en paz. Le dí su desayuno, yo me preparé el mío e intenté ver algo de televisión. En el momento en que me senté en la silla de mi escritorio, vino ese latoso. Me lamía, con una desesperación increíble, todo mi cuerpo. Duermo cubierta con un camisón de pana que me llega hasta media pierna, y duermo con calzones puestos.

Estando sentada, éste me metía su cabeza por debajo del camisón y me lamia alrededor de mi cosita, me dejó escurriendo. Yo no lo tomaba en serio, creí que solo eran reacciones para complacerme, pero noté algo raro, él me lamía todo mi cuerpo, pero no mi vagina. No comprendí el porqué, yo me metía mis manos, me la abría para que me lamiera ahí, pero no, todo le apetecía, pero mi vagina no. Se lo platiqué a Horacio en nuestra llamada y me dijo que lo que pasaba era de que él me olía a otro macho que me había montado.

“¿Cómo, si estuve con ustedes hace casi dos semanas? ¿cómo es posible que aún perciba olor a otros?” “¡Pues así es!”

Jalé al Dino de las orejas y materialmente me lo incrusté entre las piernas, lo forcé a que me chupara mi cosita. Medio ahogándose, ya tuvo mis jugos y mi olor en sus narices. Ya fue que sí cambió la dirección de sus acometidas, que ya iban dirigidas a mí. Le permití me lamiera todo lo que quisiera e iniciara su lucha por quedar ensartado conmigo.

En realidad, sí fue una verdadera lucha. Hicimos muchos intentos y cada vez fallábamos. Pasó mucho tiempo, ya me estaba rindiendo. Puse mis hombros sobre la alfombra, mis talones lo más cerca de mis nalgas, mi cadera quedaba levantada, abrí las piernas, mi posición no podría haber estado mejor para que éste viniera con ganas, derechito, con su miembro ya apuntado y sin miramientos, y debería insertarlo en su lugar. Pero no sucedió, le dio por montarme por el lado de mi cabeza y ahí hacer sus movimientos. Me lo retiré un par de veces. Ya molesta, él lo notó, me obedeció e hizo un intento, todo desganado, pero muy efectivo, sin ninguna dificultad inició su labor.

Creo que él no lo creía porque ya estando una gran parte dentro de mí, se dejó salir. Yo ya desesperada, impaciente, lo jalé. Como pude me lo eché encima y entendió perfectamente cuál era su obligación.

Me entró un poco, él bombeaba, como siempre, con mucha fuerza y repetidas veces. Me entraba, se me volvía a salir, pero ya funcionó todo, ¡AAHHJJ, YA … ¡ ¡Ya me tenía bien asegurada, pero su bola no estaba adentro!

“¡PUSHALE MÁS, VEN …. PUSHALE, CARIÑO! ¡Ya sabes que sí me va a entrar!” raro, aunque a veces se dificultaba, hoy se negaba, después de unos jadeos me dio un empellón, causó me raspara los hombros, fui a dar contra la cama, pero quedó bien acurrucado, calientito, pulsando. Se dio la vuelta, yo tuve que rodar también, me lastimaba quedándome en la posición de casi misionera en el aire.

¡QUE HERMOSURA! Se siente riquísimo después de tanto tiempo sin tener ese pene carnoso, calientito, muy cariñoso que se mueve dentro de mí, como víbora en busca de más espacio, soltando en episodios ese algo calientito y viscoso. Abundante que por falta de espacio comienza a escurrir por las piernas, aún antes de terminar de eyacular dentro de ti. Pero él sigue depositándome más y más de esa lechita.

Seguimos amarrados uno con la otra, los espasmos se van espaciando, pero siguen dándome el placer de recibir su semen dentro y aún tienen la fuerza igual que al principio. Mi cabeza sigue golpeándose contra la cama a cada embestida de este joven depravado ¡Que me está cogiendo, haciéndome suya como si yo fuera su novia!

Estuvo precioso, nos mantuvimos amarrados por bastante tiempo. Él ha de haber sentido mucho placer, no hizo ningún intento de zafarse, hasta el final que se salió solito, eso sí, como creo nunca antes lo había oído, con el sonido de destapando una botella de champaña. ¡Que placer! Quedé totalmente debilitada, me dejé caer de lado, acaricié esa herramienta del Dino, él me lo agradeció e hizo muy pocos intentos de limpiarme, desapareció, mientras tanto mi pobre vaginita dejaba salir bastante de esa lechita que quedaba manchando el piso.

Por el cansancio y la flojera me mantuve un rato ahí, recostada de costado solo observando y analizando la cantidad de semen que me escurría. No lo creía, pero viéndole el pene al Dino, grandote, gordito y largo, y pensar que en su bola ahí tenía guardado todo este semen, se me ocurría exigirle me diera más de su semen, pero ya había recibido lo que yo deseaba, más sería para después.

Mis intenciones ya estaban preparándose para algo extra. Pensé, iba a seguir por varios días sola, me sobraba un día más y Horacio me animaba, claro, para que después le contara mi aventura pornográfica, cada vez que llamara. Pero ¿qué le iba a contar si después de este fin de semana van a pasar varios días separada de Dino? Probablemente él me va a animar a venir el próximo fin de semana. Veremos, no podré hacerme del rogar, él lo pide y yo me sacrificaré para darle ese gusto.

Además, no iban a ser muchos días de separación, en unos días más venía el puente de Año Nuevo, los suficientes días como para recuperarse una misma, aunque iba a ser el mismo traqueteo en el restorán para la preparación de la cena tradicional, en que todo terminaría mucho más tarde.

“Así que mañana no te me escapas. Saldré después de la comida, hay tiempo para que cumplas con tu obligación, aunque solo vaya a ser un rapidín.” Le advertí al pobrecito de Dino, mi semental adorado.

“Yo regreso el jueves, hacemos la cena del viernes al sábado y después ya sabes, seré tuya y tu mío.”