Me regaló un sueño

Una noche de tormenta, una primera vez, un sueño y un regalo.

Tantas veces había soñado con ella.

Se la había imaginado en todo tipo de escenarios, y con todo tipo de vestidos, desde lo más provocativo a lo más elegante. Se la imaginaba con vestidos de seda, largos e insinuantes, bailando con él a la luz de las velas, una orquesta tocando suave al fondo, estrellas brillando en el suelo y en sus ojos, sintiendo su calor atravesando la ropa y llegando hasta él en oleadas eléctricas. Se la había imaginado desnuda sobre sábanas negras, velos cubriéndolo todo, meciéndose ligeramente por la brisa, su boca entreabierta, húmeda, susurrando su nombre, llamándole a su lado.

Cambiaban los lugares, las posturas, la ropa, pero la cara siempre era la misma, al igual que las sensaciones. Y el dolor al despertar. La mezcla de frustración y erección. La sonrisa en la boca al recordarla en sus ensoñaciones… las lágrimas en los ojos al ver la soledad de su cama.

Y otro día más en el trabajo. Dulce, amarga, cruel tortura. Verla allí sentada. Tan cerca. Tan lejos. Su mesa enfrente, apenas a millones de kilómetros de distancia. Sus ojos, su pelo, su boca. Sus pechos, sus piernas. A un saludo de distancia. Tan lejana como la más distante galaxia.

Y un día y otro ante el espejo, preguntándose porqué. Y de nuevo en el trabajo. Su sonrisa, su voz. ¿Idealizada? Quizá. Él no existe. Para ella no es nada. Pero ella lo es todo para él en sus sueños. Muchas veces ha dudado de su ética, de su cordura. Ya no le importa. Lo ha aceptado. Él nunca será feliz.

Excepto en sus sueños.

Decisiones.

No estar con ninguna mujer. Esperar el momento correcto. Esperar la mujer ideal. Y el tiempo pasa. Y la mujer ideal no llega. Y la decisión se hace rutina. Y ya no importa nada. Ni siquiera importa que la gente lo sepa. Y aguantar y aceptar y superar comentarios. Extravagante. Raro. Cosas mejores. Cosas peores. Siempre la duda del sentimiento de ser compadecido o menospreciado.

Pero ya no importa.

Dicen que el primer paso de la felicidad plena es aceptarse a uno mismo. No le interesan todas esas ideas autocomplacientes, pensadas por gente con peores problemas que el suyo. Él es feliz en sus sueños. En ellos ella es suya. Y todo es perfecto. Ha dejado de aspirar a algo más. A algo mejor. Porque sabe que no hay nada mejor para él.

Un día un cambio. Reorganización. Nuevas funciones. Y los eones de distancia se convierten en metros. Y la idealización, el sueño de todas las noches se hace carne. Un día se encuentra trabajando con ella, codo con codo, latido con latido. Y descubre asustado que ella sabe quién es, cómo se llama. Descubre aterrado que sabe que existe en esa sala inmensa llena de ordenadores y empleados. Siempre se había considerado anónimo. Ahora tenía un nombre y una cara. Y el terror se apoderó de él.

Los días pasan y los sueños cambian. Ahora hay una voz en sus sueños. Unos gestos más reales. Hay una persona. Mira a su derecha. Y esa persona está allí. Pero es diferente. No es como en sus sueños. Es real.

Y deja de soñar.

Las sílabas se convierten en palabras. Las palabras en frases. Las frases en conversaciones. Su ser idealizado ha cambiado, se ha hecho un ser de carne y hueso y sangre y vísceras y sudor. Y la confusión se apodera de él. Descubre que la amante que comparte sus sueños no puede competir con ella. La realidad se ha vuelto más poderosa que sus ensoñaciones y fantasías. No lo comprende. Pero le gusta. Y ya no la imagina bailando a la luz de la luna, ni desnuda a sus pies. Ahora solo la ve como es. El terror y la confusión han desaparecido.

Un saludo. Una pausa. Un café. Una risa. Y la vida adopta una nueva forma de crueldad. Más cerca que nunca. Más real que nunca. Y más lejos que nunca.

Y el espejo le sigue recordando quién es y porqué está así. Fue feliz por unos días. Hasta que el espejismo desapareció. Su vida es más confusa que nunca. Y más oscura. Y recuerda todos los errores. Confundió un saludo, una mirada, una sonrisa. Se comportó como un adolescente. Y sus sueños se han convertido en pesadillas. Y su ser real en algo peor.

Se maldice, se odia, se desprecia. Lo intenta arreglar y todo es peor que antes. Y suplica por volver a la antigua ignorancia, a situarse a millones de años luz de distancia.

Y se distancia. Se esconde. Desaparece. Huye a un mundo irreal. Encuentra consuelo en Internet. Y su furia, su rabia se reflejan en semen que mancha sus manos, sus sábanas. Noche tras noche. Encuentra espacios donde compartir su frustración, su amargura. Y conoce gente. Un mundo nuevo de perversión y degeneración. El caos se apodera de su vida. Ya no sueña.

No sabe qué quiere. No sabe qué busca. No sabe qué necesita. Todo es amargura y confusión. Una vida sin sentido que se precipita por un abismo sin fondo. Un agujero negro en el que es fácil entrar pero no salir. No hay alcohol, ni drogas, ni sexo. Solo autodestrucción.

Y el tiempo pasa. Y el túnel no acaba nunca.

Y sigue sin soñar.

Llora, grita, aúlla. Pero no hay consuelo. La salida final le atrae. Pero las dudas sobre el método para llevarlo a cabo son tantas que lo descarta.

El móvil suena. Un mensaje. "Olvidemos los malentendidos". Una oportunidad para empezar de cero. Para poder volver a mirarla sin despreciarse a sí mismo. No pide más. Ella seguirá siendo tan inalcanzable como la más lejana estrella. Pero está bien. Es un precio pequeño.

Días. Semanas. Meses.

Y algo se abre en su mente. Y una noche sueña.

En sus sueños sabe cuál es la respuesta al enigma. La clave es el miedo. Miedo al fracaso. Miedo a caer. Sueña que trepa por una pared rocosa. Nunca lo ha hecho antes, pero aquí está, trepando como si hubiera nacido para ello. Buscando apoyos para manos y pies donde no hay nada a simple vista a lo que agarrarse. Y centímetro a centímetro asciende lentamente, hasta que finalmente llega a la cima. Y se da cuenta de lo alto que está, y lo lejos que está todo. Lo lejos que está ella. Te das cuenta del miedo que tienes. Miedo de hacer algo estúpido. Pero ¿y qué? si haces algo estúpido. La voz de su cabeza habla. La voz en su sueño. A veces es un error trepar. Siempre es un error no hacer siquiera el intento. Si no trepas no caerás. Pero ¿tan duro es fracasar?¿tan duro es caer? A veces te despiertas, y la caída te mata. Pero a veces, cuando caes, vuelas.

Y despierta. El sudor cubre su piel y su cuerpo tiembla. Y no recuerda nada. Pero está tranquilo. Porque ya no tiene nada que temer.

Una pausa, un café. Una sonrisa. Un cigarrillo. Un buenos días. Un hasta mañana. Nada ha cambiado, y todo ha cambiado.

Es de noche. La lluvia cae con violencia y forma ríos en las calles. Agradece tener coche con el que volver a la soledad de su casa. Por un momento se queda quieto, sin arrancar, contemplando las gotas golpear contra el parabrisas. Y entonces la ve. En la puerta, sin decidirse a salir, sin paraguas. La hace señas, le ve y corre hacia él. Entra en su coche empapada, riendo. Es como una ráfaga de alegría.

Recorriendo las calles oscuras y vacías ella propone parar en algún sitio a tomar algo caliente. Recuerda su sueño, no sabe porqué, pero lo recuerda, y sonriendo acepta encantado.

Un bar tranquilo. Pobres almas sorprendidas por la tormenta se refugian en su interior, apurando sus copas en silencio, en la penumbra, envueltas por la suave música de la radio. Una mesa apartada, dos vasos y dos seres que comparten intimidad por primera vez en sus vidas. Minutos que se convierten en horas. Cafés que se convierten en alcohol. Intrascendencia que se convierte en confidencia. Él solo pide que la magia no se acabe nunca.

Pero el momento del adiós llega. Y el recuerdo le asalta de nuevo. Miedo a fracasar. Miedo a caer. Y él solo quiere volar. Por primera vez en su vida.

Una propuesta. Sorpresa en su cara. Él no respira. Segundos que parecen siglos. Y ella acepta. Una última copa en su casa, por qué no. Por el camino él se siente torpe, ella se ríe por dentro notando su nerviosismo.

Llegan y comienza la visita turística obligada, la amabilidad, la educación. Cuando ella le pide que se relaje, él sonríe y se disculpa. Sabe que ha empezado a volar. Música, una copa, conversación, confidencias, risas. Y un beso.

Él no sabe cómo reaccionar. No recuerda haber sentido nunca nada tan maravilloso. Sus labios posados en los suyos han sido como una descarga eléctrica. Si quisiera describirlo con palabras jamás podría. Se da cuenta que ha dejado de respirar. Ojos que se miran y se dicen todo. Transmiten todo lo que no se puede de otra manera. Cada uno ve algo en el otro, cada uno es diferente, cada uno sabe lo que busca y lo que quiere, no hay necesidad de palabras. Ni razones, ni explicaciones. Es ahora. Aquí. Y nada más existe. Ni ayer ni mañana. Nadie más. Solo ellos. No hay tiempo ni espacio. No hay realidad. No existe nada. Y ella le besa otra vez.

Las manos reaccionan y se mueven con vida propia. Ella le guía y le hace descubrir una geografía que solo había soñado, y que nunca pensó que pudiera abrírsele de esta manera. Como un explorador en tierra virgen, subiendo y bajando colinas y valles, recorriendo con los dedos planicies y bosques. Y manos en su propio cuerpo, que no son suyas. Que buscan lo que nadie ha buscado antes. Lo encuentran, lo acarician, lo adoran. Y lágrimas empiezan a correr por sus mejillas. Ella las besa. Una explicación intenta salir de sus labios, una vergüenza largamente reprimida quiere salir a la luz, pero ella no le deja hablar. Le susurra que lo sabe, que lo ha intuído, que lo comprende, que lo acepta, y que hoy todo eso acabará.

Las prendas caen al suelo con precipitación y desorden. La cama, grande, fría, vacía, pronto se llena de vida y de calor. Labios, caricias, dedos, piel, ansia. Yemas que recorren todos los recovecos de los cuerpos. Lenguas que prueban sabores, que se introducen donde nunca antes han estado, para llevar luz a la oscuridad. No hay miedos. No hay dolor. No hay vergüenza. La pasión lo llena todo. No hay palabras. Solo susurros, gemidos, jadeos. La noche se llena de sonidos animales, de olores, de líquidos, de sensaciones, de luz y de color. De secretos, de deseo, de lujuria. Ella le enseña todo lo que hay que aprender. Él aprende y pide más. Y la magia envuelve la habitación.

Algo se ha roto. Algo ha nacido. Algo ha cambiado.

Despierta de repente. Aún sudor cubriéndole el cuerpo, y por un momento no sabe qué ha pasado, ni dónde está. La realidad se abre paso lentamente en su cerebro y se vuelve para observar algo que no esperaba ver nunca. Su cama no está vacía. Y entonces recuerda y sabe lo que ha pasado. Y llora. Y sonríe. Y contempla el cuerpo desnudo que duerme a su lado, que llena el vacío de su cama. Contempla su espalda desnuda, su pelo extendido en olas sobre la almohada, sus brazos blancos. Y la huele. Huele su piel y su pelo, deseando poder conservar ese aroma para siempre y poder olerlo cada día.

No sabe lo que ha pasado, ni lo que esto significa. No sabe qué ocurrirá mañana. Solo sabe que esta noche ha caído.

Y ha volado.

(Este relato está dedicado a alguien especial, aunque él diga que no es Max)