Me regalaron 10 orgasmos ¿debo repetir? (2)

Una pregunta atormenta ahora a Cristina. ¿Debe volver a traicionar a su novio y tratar de repetir la mejor experiencia sexual de su vida? Escucha su historia y aconséjala, lo necesita. Esta es la parte 1 de 3. En el capítulo anterior Cristina se entregó a Don Antonio, y en el momento más álgido se llevó el susto de su vida...

Debeis leer la primera parte de esta historia antes de leer esta, o no tendrá sentido.

Trás entregarme a Don Antonio, con su polla en mi boca, me llevé el susto de mi vida.

Oí claramente como una llave se introducía en la cerradura de la puerta de la casa y como alguien la giraba. Sentí que el mundo se me veía encima. Don Antonio también tuvo que sentir lo mismo, a juzgar por el respingo que dio. Mi corazón se puso a cien, mi piernas temblaban, e instintivamente escondí mi cabeza entre las piernas de Don Antonio, fuese quien fuese no quería que me pudiese reconocer.

Su cerebro debió de trabajar rápido con el nerviosismo, y reaccionó justo antes de que se abriese

  • Debe ser mi yerno -me dijo-, no te preocupes, es de confianza.

Oí como se abría la puerta y entraba alguien, luego la puerta se cerré y se escucharon 4 o 5 pasos pesados.

  • Ostias, joder -exclamó una voz de hombre-.
  • Joder -repitió-, mil perdones.
  • Joder -dijo de nuevo-, no sabía. Me voy, me voy, dejo esto y me voy.

Se le notaba tan nervioso como yo o más. Don Antonio no dijo nada, permanecía callado.

  • Dejo esto en la terraza y me voy -volvió a decir el hombre.

Se oyeron pasos hacia la terraza, y pude oir como el hombre descargaba algo pesado, quizá un saco. Don Antonio aprovechó para tranquilizarme.

  • No tienes absolutamente nada que temer -me dijo-, mi yerno es de entera confianza y no se va ir de la lengua.

Cuando el hombre regresó al salón parecía algo más relajado,

  • Cuando abrí la puerta me extraño ver unos calzoncillos colgando de la silla -dijo con voz algo temblorosa-, pero pensé que se habíaa duchado y había dejado la ropa en cualquier parte, como siempre.
  • No, me los había quitado por otra razón -dijo Don Antonio bromeando-. Bueno, en realidad ni siquiera me los quité yo -añadió riendo.

Su yerno, que ya caminaba hacia la puerta, rió también.

  • No le digo que se lo pase bien porque es evidente que no está sufriendo -se burló ya casi con la mano en la manecilla de la puerta.

Me lo imaginé poniendo su antebrazo en vertical para hacer referencia a lo dura que estaba la polla de Don Antonio, que a pesar del susto aún estaba bien tiesa. Antes de que abriese la puerta, Don Antonio lo detuvo.

  • Espera, Pepe, ¿por qué no me haces un favor?

Yo me eché a temblar, ¿pero por qué coño no dejaba que se fuese y podíamos seguir con lo nuestro?, que estaba bien interesante.

  • Dígame -dijo el tal Pepe.
  • ¿Tú venías a regar, verdad?
  • Sí, a eso venía -respondió el yerno.
  • Vale -dijo Don Antonio-, ¿por que no riegas entonces mientras yo acabo aquí? Es que no me va dar tiempo, y a ver como se lo explico yo a la señora.

Pepe dudó un momento, desde luego era una situación muy rara y quizá le resultaba un poco violento quedarse, pero finalmente aceptó.

  • No hay problema, ya veo que usted está algo ocupado -respondió burlón-. Y mejor no intente explicárselo a la señora, no señor.

Me parecía increíble que aquellos dos hombres pudiesen tener aquella conversación de forma tan natural, estando uno de ellos en pelotas, con la polla como una piedra, y con una jovencita que podría tener 50 años menos desnuda entre las piernas.

El tal Pepe además no se dio mucha prisa.

  • Un momento que me cambie de ropa -dijo-, o me llenaré de barro.
  • Rapidito, rapidito, que esta chiquita tiene prisa por recuperar su chupete -bromeo ahora Don Antonio al tiempo que me agarraba la cabeza con una mano, y con su otra agarraba su polla para golpearme la cabeza.

No salía de mi asombro, no podía creer que estuviese escuchando esa conversación. Yo seguía con la cabeza entre las piernas, aunque ya no tenía mucho sentido, tenía la sensación que Pepe me iba a ver la cara antes o después.

Oí como Pepe se desnudaba, allí justo detrás de mi culo, e imaginé como le hacía gestos obscenos a Don Antonio. Estaba deseando que acabase de una puta vez y se marchase al jardín.

  • Ten cuidado -dijo entonces Don Antonio entre risas-, como Cristinina te vea así esto va a acabar mal.
  • ¿Así como? -preguntó el otro curioso.

Yo también sentía curiosidad.

  • Así, en calzoncillos y camisilla, creo que no sabe resistirse a un macho así vestido, la muy putita.

Me pudo la curiosidad, y no pude evitar voltear la cara para mirar. Efectivamente el yerno estaba en calzoncillos y camisilla, y tenía además unos calzoncillos idénticos a los del suegro, de los que me vuelven loca. Imaginé que madre e hija iban de compras juntas.

Pepe era un hombre de algo menos de 50 años, alto y fuerte pero sin la barriga se su suegro, bigotudo. Se me quedó mirando con una sonrisa burlona parecida a la de su suegro, con la misma expresión de seguridad y autosuficiencia. Se le notaba medio empalmado bajo el calzoncillo, y no hacía ningún esfuerzo para ocultarlo, se le notaba bien dispuesto a colocarse tras de mi culo y metérmela de golpe, pero se ve que tenía bien claro de quien era aquella hembra. No se molestó ni en saludar.

  • ¿De dónde sacó esta preciosidad? -preguntó a Don Antonio.
  • Vino ella a buscarme -respondió el otro riendo- Dijo que venía a hacer una encuesta pero en realidad estaba buscando polla.

Debo estar enferma, quizá debería ir a terapia, porque oír a aquellos dos machos hablar de mi como si fuese un trozo de carne prendía mi libido como fósforo en gasolina.

  • ¿Que te parece? -me preguntó a mi, señalando a su yerno-. ¿Verdad que te gusta?

Yo asentí callada. Pepe había cogido un pantalón corto medio viejo, y se disponía a ponérselo.

  • Ese calzoncillo esconde una polla más grande que la mía, ¿no te gustaría descubrirla?

Mientras yo asentía convencida y asombrada, a Pepe se le salían los ojos de las órbitas.

  • Supongo que está hablando en broma -dijo el yerno con cara de no creérselo.
  • No, estoy hablando muy en serio, repuso el suegro.

El yerno nos miraba a ambos indeciso, era evidente la sorpresa.

  • Bueno, pues..., vale, bueno... ¿Será después de regar, cuándo usted acabe, verdad? -preguntó por fin.
  • No hombre, no, no creo que esta putita pueda esperar tanto. ¿Puedes esperar? Cristina.

Yo negué con la cabeza, con la vista clavada en el calzoncillo de Pepe, y en un bulto que la conversación estaba poniendo más y más grande. La expectativa de desnudar de camisilla y calzoncillos a dos hombre el mismo día, y de tener dos pollas para mi sola, me estaba volviendo loca, haría lo que fuese por conseguirlo. No pude creerlo cuando me oí hablar con Pepe.

  • Siéntate aquí, Pepe, hoy no me basta con una polla.

Pepe se acercó indeciso, eso de compartir una hembra con su suegro debía de ser una cosa nueva, a pesar de la evidente confianza que existía entre los dos. El suegro había aludido al tamaño de la polla de Pepe, por lo que seguramente lo habría visto empalmado alguna vez. Quizá habían compartido algo de pornografía.

Don Antonio le señaló el sillón, a su derecha, y Pepe se sentó a menos de un palmo de su suegro. Yo mientras tanto ya había vuelto a mi trabajo, más caliente que nunca, sin importarme que Pepe, o hasta el mismísimo cura, estuviese mirando. Ya había perdido todo rastro de dignidad, y solo pensaba en una cosa, quería entregarme a estos dos machos, hacerlos felices y disfrutar yo de paso.

Me tragué de nuevo entera la polla de Don Antonio y durante un rato la sentí palpitar, de nuevo, bien dentro de mi garganta. Pera además esta vez alargué la mano y agarré el bulto en el calzoncillo de Pepe.

  • ¿Es puta o no es puta? -preguntó riendo Don Antonio.
  • Joder que si es puta -respondió Pepe acercándose un poco más.

Me asombró de verdad lo que hizo entonces, con su mano izquierda agarró los huevos de Don Antonio y la base de la polla, y con la derecha me  agarró la cabeza y me empujo para que me enterrase bien la polla de su suegro. Me tuvo allí unos segundos, que me hicieron sentir como en el cielo de nuevo, tal era el placer que sentía. Me resultaba extremadamente morboso que un hombre me estuviese obligando a mamar la polla de otro.

Mientras tanto mi mano izquierda agarraba y masajeaba su paquete, cubierto por el calzoncillo. Cuando me soltó me incorporé un poco y me incliné hacia aquellos calzoncillos blancos relucientes, lamí y mordisqueé como pude, aunque me quedaba un poco lejos estando ente las piernas de Don Antonio.

Dándose cuenta de mis dificultades, el suegro puso su brazo sobre el hombro del yerno y lo atrajo hacia sí. El yerno por su parte pasó también su brazo izquierdo sobre el hombro de Don Antonio, de forma que quedaron los dos bien pegaditos, las dos pollas a menos de un palmo una de la otra, para que yo las pudiese atender a ambas.

Los dos estiraron la piernas y yo coloqué una de las mías entre las de Pepe, y la otra entre las de Don Antonio, y empecé a moverme como una loca entre una polla, al aire y bien tiesa, y la otra, aún escondida bajo el calzoncillo. Una la chupaba y me la tragaba entera, la otra la besaba, la lamía y la mordisqueaba sobre la tela del calzoncillo.

  • Vete quitándole la ropa a Pepe -dijo entonces el suegro riendo-, debe tener calor, al menos yo lo veo bien caliente -dijo al tiempo que agarraba y apretaba el bulto de su yerno.

Me admiraba la confianza que había entre aquellos dos machos, cada uno de ellos tocaba el cuerpo del otro como si fuese el suyo.

  • Permítame disfrutarlo un minuto más -dije suplicante a Don Antonio-, ya sabe lo mucho que me gusta un macho en calzoncillos yy camisilla.
  • Venga, putita, disfrútalo.

Moví de nuevo mis piernas y me puse ahora entre la piernas de Pepe. Este respondió abriéndose bien de piernas y brazos, como había hecho antes su suegro. Dejó su mano izquierda sobre el hombro del suegro, y puso la derecha sobre el respaldo del sillón. Abrió también las piernas, pasando la izquierda sobre la pernas se su suegro de modo le rozaba su polla. Dios mío, que espectáculo, pensé, aquella imagen de aquellos dos maduros tan próximos entre sí, permitiéndome lamer sus cuerpos, iba a quedar fijada en mi retina para siempre.

No los quiero aburrir, así que simplemente les diré que seguí con Pepe el mismo ritual que con su suegro para desnudarlo, lentamente y dejando la polla para el final, solo que esta vez tenía otro macho al lado metiéndome mano por todos lados. Al bajar los calzoncillos de Pepe, descubrí que Don Antonio tenía razón, su polla era aún más grande y gorda que la del suegro, y apuntaba como la otra derechita hacia el techo. La vista de aquella preciosidad hizo que me excitase aún más, y me lance a chuparla como una loca.

Pepe estaba circuncidado, y, quizá por esa razón, su polla tenía una cabeza enorme, que llenaba toda mi boca. Mi lengua daba vueltas y vueltas en el borde de la cabeza y trabajaba intensamente el frenillo. Esto último volvía especialmente loco a Pepe, que no paraba de halagarme frente a su suegro.

  • Joder, Antonio, ¿de donde ha sacado a esta maestra mamadora?
  • Pues que sepas que es la segunda polla que chupa en su vida.
  • ¿que me dice? -preguntaba asombrado Pepe-, ¿que la de usted fue la primera? Me cuesta creerlo.

Yo asentí sin sacar la polla de mi boca, lo mío era pura intuición, se podría decir que era puta por naturaleza, pensé. Me llamaba la atención que Pepe no tuteara a su suegro, era curioso que lo tratase de usted al tiempo que le podía agarrar la polla con la mano para metérmela en la boca. Mientras yo le hacía una mamada bien sabrosa a Pepe, el suegro se había puesto en pie detrás de mi culo y, flexionando las piernas, me agarraba las tetas desde atrás y me restregaba la polla entre las nalgas. Sin embargo, esa no es la posición más cómoda para un hombre de casi 80 años, así que rápidamente Don Antonio sugirió que subiésemos a la habitación en el piso alto, para darme lo que yo tanto deseaba, en sus propias palabras. Y no se equivocaba. Tras más de una hora de sexo con dos machos, y tres orgasmos, ya era hora que alguien me la metiese, estaba realmente desesperada.

Me enviaron a mí delante escaleras arriba, y subí moviendo el culo como una auténtica puta. Ellos reían tras de mi, comentando lo putita que era. Me quedé en pie junto a la cama, esperando instrucciones, y el primero que se me acercó fue Pepe. Me rodeó con sus brazos y me besó en la boca, aun no me había besado. Me metió la lengua hasta la campanilla, en un beso bronco y caliente, de amantes desesperados por follar. Don Antonio se colocó enseguida al lado nuestro, agarró un culo con cada mano, metió su polla entre los dos cuerpos, y apretó un culo contra otro.

  • Que rica escena, que bien se llevan estos dos cuerpitos. ¡Es verdad! -dijo de pronto-, tú aún no habías probado la boca de esta putita
  • Sabe a polla, a macho -dijo Pepe riendo.
  • Pues mejor prueba entonces ahora el chocho, antes de que te sepa a leche de macho -replicó Don Antonio riendo también.

Don Antonio me mando acostarme en la cama boca arriba con las piernas bien abiertas. Se colocó a 4 patas junto a mí e invitó a Pepe a hacer lo mismo. Empezaron de nuevo por las tetas. No podía creer que aún tuviese que esperar más. No dije nada, pero estaba a punto de gritar por polla. Se alternaba con sus bocas de una teta a la otra. Naturalmente cada vez que cambiaban se encontraban la teta ensalivada del otro, pero eso no pareció importarles. Luego Pepe me dijo que se iba a comer mi conejito, mirándome con cara de burla, y su boca empezó a descender barriga abajo.

  • Espera que te acompaño -replicó el suegro.

No podía imaginar como iban a caber las dos cabezas entre mis piernas. Pepe empezó primero, lamiendo y chupando el clítoris, para luego bajar con su lengua hacia la vagina. Me folló un rato con la lengua, mientas su suegro miraba y le ponía la mano en la cabeza, apretándola de vez en cuando contra mi chocho. No tardé en correrme, por cuarta vez esa mañana, estaba claro que no podía resistirme a una boca en mi conejito, sería porque soy muy puta, como decía Don Antonio.

Pepe chupo y lamió mi chocho con pasión mientra me corría, y Don Antonio reía entretanto, pajeandose su polla. Pepe entonces cambió de posición, tendiéndose de lado en la cama, colocando mi pierna izquierda sobre su pecho y colocando su cabeza de lado sobre la cama, con la boca dirigida hacia mi conejo. De esta manera le resultaba más fácil acceder a mi vagina, y empezó de nuevo a follarme con la lengua y a saborear mis fluidos.

Esa posición dejó, además, sitio para la cabeza de Don Antonio, que empezó a lamerme el clítoris. Yo pensé que me desmayaba, tal el cúmulo de placer que sentía en mi entrepierna. Animado por los grititos que empecé a emitir cuando la boca del suegro atacó mi clítoris, y atribuyéndolo a la alta sensibilidad del mismo, Pepe subió su lengua hasta encontrase con la de Don Antonio en mi clítoris. Ambas lenguas se retorcían una en torno a la otra, jugueteando y masajeando esa parte tan sensible de mi coño. Nunca pensé que se pudiese sentir tanto placer, tanto que me sobrevivo un quinto orgasmo casi sin esperarlo, haciéndome gritar y gemir de nuevo.

Sin embargo, eso no hizo a aquellos machos separarse, y estuvieron así como unos cinco minutos, en los que es posible que haya perdido el conocimiento y lo haya vuelto a recobrar varias veces, pues yo estaba fuera de mí, gozando de aquellas lenguas juguetonas que daban vueltas y vueltas en mi chocho. Bajaban juntas hacia mi vagina, me follaban las dos a la vez, y volvían a subir para atender el clítoris. Finalmente alcancé un sexto orgasmo, temblando de arriba a abajo, con espasmos de placer. Cuando mi respiración se había apenas recuperado grité, por todos los santos y las vírgenes, que alguna polla me folle este coño, dije al tiempo que separaba mis piernas lo más que podía, levantándolas de la cama, y con las dos manos tiraba hacia los lados de los labios vaginales para invitar a aquellas pollas a penetrarlo.

  • Usted la vio primero -dijo Pepe poniendo la mano en la espalda de Don Antonio e invitándolo a colocarse sobre mi.

El viejito no se hizo de rogar esta vez. Sin decir palabra de puso de rodillas entre mis piernas, apuntó hacia el chocho, e inclinándose hacia delante me la clavó entera de golpe. Nunca me habían metido una tan grande, pero yo estaba tan caliente y tan lubricada que apenas sentí molestias. Únicamente sentí una oleada de placer que recorrió todo mi cuerpo, y no solo placer físico. Me sentía como en una nube por el hecho de que aquel machote hubiese por fin tomado lo que era suyo. Me hacía enormemente feliz tener enterrado en mi cuerpo aquel cipote del que yo ya me consideraba sirvienta fiel. Pepe estaba a mi lado observando embobado como el suegro bombeaba aquella hermosa pinga en mi conejo. Yo sólo jadeaba y disfrutaba.

  • Más fuerte -imploré a mi macho-, más fuerte, más adentro.
  • Vamos, Antonio -dijo el yerno poniendo una mano sobre las nalgas de su suegro y empujando también en cada embestida-. Dele a esta putita más polla.
  • Métesela tú en la boca -respondió Don Antonio-, se ve que no tiene con una sola.

Pepe se puso entonces en cuclillas justo detrás de mi cabeza, y yo incliné ansiosa la cara hacia detrás buscando su polla. Don Antonio se incorporó un poco apoyándose en sus brazos, sin dejar de meterla fuerte, lenta y profundamente, porque así dejaba más sitio para que Pepe me follase la boca. Pepe levantó un poco el culo sobre sus rodillas, apoyándose sobre los hombros de su suegro, y yo incliné aún más hacia atrás la cara. De esta manera conseguimos que me pudiese meter la polla hasta la garganta. Ambos machos acompasaron sus embestidas, ambos metiéndola bien adentro al mismo tiempo. No pude aguantar así mucho rato, entre otras cosas no podía respirar, pero estoy segura que mientras duro era la mujer más feliz de la Tierra, tanto que antes de que acabasen esos 30 segundos de mete y saca, tuve mi séptimo orgasmo. Claramente no podía gritar, pero mis espasmos y mis temblores hacían más que evidente mi estado de gozo.

  • Esta putita hoy lo esta pasando bien -dijo Pepe.
  • No cabe duda -respondió su suegro, con la respiración entrecortada a causa del mete saca.

Tuve que sacarme la polla de la boca para respirar, y me quedé jadeando a causa del orgasmo. Pepe dejo su polla y sus huevos descansando en mi cara, y Don Antonio siguió dale que te pego en mi coño. Empecé a lamer aquellos huevos peludos de Pepe, me metía uno en la boca, luego otro, luego los dos. Él mientras masajeaba mi clítoris, haciéndome entrar en un estado de confusión, me costaba saber dónde estaba disfrutando más, si en la vagina, el clítoris o la boca. Pepe hizo entonces un movimiento que no esperaba...

Continuara...