Me recitó mi poema
Dicen que el roze hace el cariño. sin duda. la historia que me pasó kn mi compañero de piso.
Salí a la calle a comprar el pan en la panadería que hay debajo de mi piso. Estaba llena, pues era domingo y suele haber mucha gente. Me puse en la cola a esperar, y cuando me tocó, pagué y volví a mi casa.
Tenía diecisiete años y vivía sólo. Cuando mi padre murió, mi madre consiguió rehacer su vida con otro hombre y se compraron un chalé en la periferia de la ciudad. Al principio querían que yo fuese con ellos, pero aún no conocía muy bien a Fernando, mi padrastro, y no quería estorbar en su relación. Así que me vi con dieciséis años, emancipado y con la casa donde había vivido años atrás con mis padres. No había hipoteca, y los gastos que generaba me lo pagaba mi madre. Era todo un chollo. Tenía toda la libertad del mundo en traer a cualquier tío a casa, en hacer cualquier fiesta ¡En todo!
Era bastante independiente, y viviendo solo lo pasaba en grande, pero buscaba compañero de piso por el consejo de mi madre. Aunque lo hacía sin mucho énfasis. Había puesto un anuncio en el diario y esperaba sin ganas que alguien me llamase. Ponía que cobraba 200 euros, lo que era una ganga, pues se trataba de compartir el piso entero, no sólo una habitación.
Cuando llegué a mi casa, me saqué la camiseta y me hice el desayuno. Me tumbé en el sofá y encendí el televisor. Odiaba los programas de los domingos por la mañana. Sólo había series patéticas, Megatrix ya no era lo que había sido, y no encontraba un puto canal serio.
Era un chaval sociable, aunque me reservaba a un grupo reducido de amigos. Era verano, y en septiembre empezaba segundo de bachillerato de humanidades. Físicamente era atractivo, raro, no el típico prototipo. Mi pelo era rubio, lo tenía corto (unos tres o cuatro dedos de largo) aunque siempre lo llevaba revuelto y despeinado y llevaba una mosca debajo del labio inferior. Mi cuerpo era algo atlético, por salir a correr por las mañanas desde que había empezado junio. Tenía vellos en el pubis en exceso, en mis piernas, peludas, en las axilas, donde eran de un marrón claro, algo en el pecho, pero sólo pelusilla, y ese caminillo de la felicidad desde el ombligo hasta mis partes. Mis partes mi polla era normal, unos 17 cm más o menos, y mis huevos colgaban eróticamente. Solía llevar ropa negra, con alguna pulsera de pinchos por aquí y otra para allá. Algunos me llamaban emo, pero me consideraba más que nada punk. E ideológicamente, tenía pensamientos socialistas, ya que sabía que la anarquía era algo utópico, y tenía cosas mejores en que gastar el tiempo que haciéndome el héroe profesando la anarquía. Era bastante realista.
Estaba viendo una serie de Megatrix, aburrido, y casi quedándome dormido otra vez, cuando mi móvil empezó a vibrar en el cristal de la mesa del comedor. Era un número que no conocía, y dada la manía de cierta gente que no responde si no sabe quien es, a mí me encantaba encontrarme la sorpresa de haber quien me encontraba al otro lado del auricular. Un viejo amor, mi madre, un tío que quería repetir noche muchas opciones.
-¡Hola!- saludó una voz masculina alegremente
-Hola -contesté yo algo extrañado.
-Llamo por el anuncio del periódico, eso que buscas compañero de piso- me anunció la voz.
-Ehmm - no sabía que se respondía en esos casos-. ¿Cómo te llamas? ¿Qué edad tienes?
-Tengo diecinueve, me llamo Anto, mi DNI es - y soltó una risa-. Sé que soy joven pero puedo pagar ya que
-Bah, tranqui, yo tengo diecisiete- le corté.
-Ostras, ¿y ya vives solo?- dijo sorprendido
-Sí, bueno, mi padre murió, mi madre se compró otra casa y me quedé con ésta- le resumí brevemente-. ¿Eres de aquí?
-Sí, vivo abajo del pueblo con mis padres, pero quería independizarme bueno,
lo que es
-Ya ves bueno, si quieres pasarte a verlo
Charlamos unos minutos, le dije la calle y quedamos media hora después. Me fastidiaba un poco tener que renunciar a parte de mi independencia, pero me hacía ilusión.
Ordené un poco la casa, preparé su cuarto por si de caso se quedaba (le había dicho que si quería que se trajese las cosas) y me duché de paso. Mientras estaba bajo el agua, sonó el timbre. La ley de Murphy
Me sequé rápidamente, fui a mi habitación, me puse un calzoncillo bóxer, un vaquero negro y estrecho, y una camiseta negra de tiras. Me puse colonia Black XS y abrí algo exhausto.
-Hola, soy Anto- dijo por el citófono.
-Sube, es el último piso.
Me miré un poco en el espejo, esparramé mis pelos para que no me quedasen aplastados por el agua que hacía un minuto los rociaba y esperé en el recibidor. Lentamente, se abrió la puerta y apareció.
Anto era de mi estatura, y delgado. Tenía el pelo negro, casi igual que yo e igual de revuelto, aunque él con cera, y tenía una sombra de barba de unos tres o cuatro días. Sus ojos eran verdes claros, y sus labios rosas y carnosos, agujereados por un aro en el lado izquierdo, y otro en la nariz. Llevaba una camiseta de mangas cortas de rayas negras y rojas, un tejano algo caído, sujetado por un cinturón de tachuelas, y un par de pulseras de pinchos en sus muñecas. Llevaba una guitarra colgada de la espalda y tórax por una cinta, y traía dos bolsos de deportes llenos de ropa, por lo que supuse, vamos.
-Hey Dani- me saludó con esa alegría que me había contagiado el día.
-Hola Anto- me acerqué a él para darle la mano. Soltó las mochilas en el suelo y me la apretó.
Le enseñé el piso, lo que sería su habitación, bla, bla, bla.
-Joder, ¿y todo esto sólo por doscientos euros?- dijo asombrado al ver mi acomodado hogar.
-Sí, si es que ya está pagado, y sólo sería para compartir los gastos- y le conté un poco por encima la historia-.¿Pues que te parece? ¿Te quedas?
-Hombre claro, además me gustan tus pintas- nos reímos-. Congeniaremos. Un piso de estudiantes- chilló y se abalanzó a mí abrazándome energéticamente y haciéndome saltar a mí también.
Le ayudé a colocar su ropa, le dije que podía decorar su habitación como quisiese, y que las tareas eran alternas: un día él hacía esto, el otro día hacía lo otro Llamó a su madre para decirle que se quedaba ya instalado. Comimos juntos, pedimos unas pizzas, y eran las tres por ahí cuando me dijo si podía darse una ducha, a lo que le dije que podía hacer lo que quisiese.
Yo seguí en internet en mi habitación, donde habíamos comido. De repente, oí que me llamaba. Desde afuera, le grité que quería
-Entra, anda, que no pasa nada- me dijo. Me extraño, pero lascivamente entré. Él estaba en la ducha, mirándome inocentemente. Tenía el tipo de cuerpo que me encantaba. Era delgado, pero no musculoso, aunque si tenía una pequeña tableta de chocolate en sus abdominales y los brazos marcados. Tenía algo de pelo negro en el pecho y en las axilas, y tenía una mata de pelo en la polla, que estaba flácida, pero tenía un grosor alucinante, y en ese estado, mediría unos 10 cm. Me quedé mirándole, esperando para saber que quería-. Oye, ¿me puedes dejar una toalla? Es que me he dejado la mía y bueno.
-Sí, sí claro- se la dejé y me fui de allí pitando hostias.
Me enamoré de él. Ya llevaba unos seis meses viviendo conmigo, y sentía una obsesión que me superaba. Se había convertido en mi mejor amigo, era lo que más quería en éste mundo. Lo hacíamos todo juntos. Ir de fiesta, al cine, a comprar, nos dejábamos la ropa... era mi razón para vivir. Cuando despertaba, mi primera imagen era él, con su cara de niño malo, con su cuerpo que me enloquecía, con sus abrazos amistosos, con su manera de hacerme sentir bien y hacerme sentir querido.
Nuestra relación era algo peculiar. Estábamos todo el día abrazados, acariciándonos, pero no era más que una amistad. No dejábamos de decirnos Te Quieros, y sabía que yo para él era imprescindible. Cuando más mal lo pasaba era cuando hacíamos alguna fiesta o nos íbamos de copas, pues acababa liándose con cualquier puta a la que se la follaría en el baño. Pero me complacía saber que al final volvería conmigo, a dormir en la habitación contigua o incluso conmigo, en unas de esas noches donde necesitábamos el calor de otra persona pero sin pasar de eso, simple afectividad.
Al final llegó ese día, el que tanto temía pero tanto anhelaba. Durante esos seis meses había empezado a escribir un diario en el cual anotaba todos mis sentimientos, desde la desesperación al más tierno afecto hacía Anto, mi compañero. Lo guardaba debajo de mi ropa interior, suponiendo que no la registraría a no ser que me pidiese permiso a mí antes. Era un simple cuaderno de tapas duras, pero era mi objeto con el cual desahogarme de todo ese sufrimiento. La verdad es que creía morir por él. ¿Habéis amado tanto a alguien hasta el punto de creer que no existís? ¿Hasta el punto que se te congela el aliento, que sientes no poder respirar, dormir, vivir ? ¿De despertar sudando por las noches con angustia y un nudo en la garganta? ¿Hasta la desesperación? ¿Hasta la muerte? Es lo que sentía. La verdad es que fui algo estúpido al no decirle lo que sentía. No, estúpido no es la palabra Simplemente era un chico de 17 años asustado, con las ideas claras pero con la mente demasiado densa como para decidirse a dar el siguiente paso.
Habíamos pasado las vacaciones de Navidad. Habíamos preparado una cena familiar, con las dos familias juntas en nuestro piso. Pero por tal cosa u otra, habíamos acabado cenando en mi cama, tapados hasta el cuello, con pizza en mano y mirando la televisión, mientras nos dábamos los regalos, solos. Había sido una imagen tierna. Desde ese momento supe que estaría siempre con él, y comprendimos que sólo nos teníamos el uno al otro.
Empezaba el instituto, el frío era insoportable, y dormíamos juntos abrazaos para no tener que poner la calefacción. Era insoportable dormir apoyado en el pecho de la persona que más amas, sintiendo su olor, tocando levemente su cuerpo, sin poder llegar a más.
Llegué a casa, a las 14:45, al acabar las clases. No esperaba encontrarme con Anto en casa, pues solía estar trabajando hasta bien pasadas las 15:00. Pero estaba. Cuando oyó mi portazo por la mala leche que traía, salió de mi cuarto algo raro. Me saludó nervioso, aunque no distante. No hice mucho caso, entré en m habitación para ponerme cómodo. Me despojé de mis ropas, abrí el cajón de la ropa interior, y ahí estaba mi diario, encima del pilón de slips y bóxers, cuando normalmente estaba enterrado entre ellos. Me aterroricé. Me giré. Él estaba allí en la puerta, preguntándome que quería para comer. Le contesté que no tenía mucha hambre, y me tumbé en mi cama. Necesitaba descansar, aclarar las ideas.
Estuve dándole vueltas, sin poder dormirme. Me sentía sumamente extraño. Temía ante todo lo que hubiese podido leer. Y entre pensamiento y angustia, me quedé dormido.
En sueños lo pasé fatal. Estando en estado de inconsciencia, sentía como si algo me quitase el aire, como si no quisiese estar dormido. Luego sentí paz, sentí un olor que me encantaba, sentí como si todo volviese a la normalidad, como si la mano de Dios me guiase a su camino a pesar de mi blasfemia.
Me desperté de repente, aunque no sobresaltado. Tardé en recordar donde estaba. La oscuridad era penetrante, pero las rejillas de la persiana dejaban pasar la luz de la noche. Sabía que era de noche, se nota. Estaba cubierto de sudor. Y un brazo me rodeaba en pecho. Mi cabeza estaba apoyada en un brazo, y la mano de éste, me acariciaba el pelo. Me giré lentamente, pues quien fuese, me tenía abrazado por la espalda. Me encontré con la cara de Anto, sonriéndome compenetradamente, como sólo él sabía hacer. Se acercó un poco más y pude sentir nuestros cuerpos pegarse, untarse de sudor. Apoyó su pierna encima de mi muslo, y se acercó más. Estaba desnudo. Acercó su cara a la mía y la apoyó en mi cuello. Notaba su olor, su sudor, su fragancia, su corazón latir. Aun no me había despejado del todo, y no sabía que hacía allí metido en mi cama. Empezó a darme pequeños lametazos con la lengua en el cuello, casi imperceptibles, pero con los cinco sentidos en alerta, era todo un goce. Con su mano izquierda, la que me abrazaba por la espalda, me acariciaba ésta. Fue bajando hasta mis nalgas, donde las acariciaba con una suavidad que me estremecía. Mientras, empezaba a besar mi cuello. Yo estaba inmóvil, abrumado por la situación. Se acercó a mi oído y me susurró:
-Posiblemente nunca olvide el momento en que me di cuenta de todo
Que te amaba, deseaba, soñaba, quería y moría como un loco
Pero sólo hoy sé que no te puedo olvidar
No hay pausa más
Te amo
Me quedé atónito. Había leído un fragmento de un poema que había escrito para él. La vergüenza invadió mi cuerpo. No sabía si me lo había recitado para burlarse, para vacilarme o era una declaración. Mi mente se vio corroída por la culpa. No podía permitirme perderle. Aunque de otra forma, estaba en mi cama desnudo, pegado a mí por el sudor, acariciando mis nalgas y besándome el cuello. Yo simplemente no tenía fuerzas ni para respirar. Inconscientemente, empecé a sollozar, y las lágrimas, repentinamente, brotaron de mis ojos y empaparon sus mejillas. Él me abrazó con más fuerza, mientras yo la iba perdiendo en él. No sé que me pasó, pero simplemente necesitaba llorar, y allí estaba él para calmar mi sufrimiento, para hacerme entender que él estaba allí. Con su mano, delicadamente, fue levantándome el mentón hasta llegar a la altura de su boca. Acercó sus labios a los míos, y los roció suavemente, mientras se iba subiendo lentamente a mí. Empezó a besarme con pasión, mientras yo abría mis piernas y el rozaba nuestras pollas.
Empecé a gemir de placer. Me besaba, nuestra saliva se mezclaba, nuestras lenguas chocaban violentamente. Con sus manos en mis muñecas, me fue levantando los brazos para ponerlos bajo mi nuca. Bajó su boca a mis tetillas, duros como piedras, mientras me los lamía y mordía. No podía evitar soltar pequeños gemidos.
Subió su lengua hacia mis axilas. Las olió y sonrió. Me las empezó a lamer, a sacarle su jugo. Y me besaba, mientras él iba moviendo sus caderas arriba y abajo para que nuestros troncos palpitasen ente ellos. Estaban duras. Tanto que incluso dolían.
Estábamos empapados de sudor. Olía su olor, a macho, a la persona que más quería. No podría evitarlo. Me enloquecía. Con todo esto, se acercó a mi oído, y me susurró nuevamente.
-Te quiero. Te quiero más que nada en mi vida, cariño. No dejaré que nada te pase. Estarás siempre conmigo, te lo prometo, no dejaré que nadie te haga daño, nunca me separaré de ti.
La situación era algo surrealista, no conseguía creérmelo. Estaba con Anto, desnudo y casi follando, mientras me decía que me amaba. El éxtasi subió hasta mi corazón y empecé a participar en mi primera vez con él.
Abrí más mis piernas para dejarle acomodarse más.
-Fóllame- le dije. Me pareció poco romántico, pero era lo que quería, deseaba.
No dudó en cumplir mis deseos. Sin dejar de lamerme, bajó hasta mi polla.
Se quedó mirándola, y se la metió entera en la boca. Me la comía, de arriba a bajo, mientras yo contraía mi abdomen para que me diese más placer. Con mis manos en su nuca, le follaba la boca. Se la metía hasta el fondo, mientras él rozaba con sus labios mi glande. Yo no podía más. Gritaba de gusto, gemía como una puta. Era la mejor mamada que jamás me habían hecho. Puede que fuese con la persona que más amaba, pero me estaba dando un placer celestial. No pude más, y me corrí.
Llené su boca del semen que había guardado durante días sin pajearme. Solté unos 5 chorros dentro de su boca, y el se lo tragaba, mientras seguía limpiando mi polla, de arriba abajo. Luego bajó a los huevos. Los absorbía hacía dentro y me los mordisqueaba suavemente.
Levantó mis piernas, mis muslos. Yo le ayudé en su tarea y me las aguanté con las manos. Empezó a hurgar dentro de mi orto. Con la lengua hacía círculos. Pero se cansó de tanta sutilidad y comenzó a comerme el culo como un manjar riquísimo. Se fue ayudando con un dedo, me lo metió hasta el fondo mientras seguía lamiéndome el ano. Luego pasó a dos dedos, los revolvía dentro, los sacaba y los chupaba.
-No quiero dilatártelo mucho- me dijo-. Quiero que sientas mi polla abrirse paso dentro de ti, mi amor.
Paró de esa comida que me estaba volviendo loco y se subió a mí, mientras mis piernas le rodeaban la espalda. Sentí su capullo hurgar mi aro, como que no encajaba. Cuando dio con la entrada, apretó un poco más. Me dolía, pero mientras él me besaba, y me escupía su saliva a mi boca.
Su polla entraba más en mí. Sentía como se abría paso mientras él me tenía abrazado por el cuello. De repente, la metió entera, y yo grité como una zorra de las que se follaba en el baño. Esperó unos minutos allí dentro y luego la sacó. Pensaba que me la metería despacio, pero no, me la volvió a ensartar bruscamente hasta entrar a mis entrañas.
Y así empezó el mete y saca. Me follaba como un perro. Sentía su polla entrar y salir de mi, encima de mi, mientras me miraba a los ojos. Su sudor caía encima de mí. Ya estábamos chorreando.
Seguía follándome. Mi culo ardía, pero mis piernas lo apretaban más. Sin saber muy bien como ni porque, grite Más Anto, pétame el culo. Maldito de mí. Como el mejor, empezó a follarme a dos metidas por segundo. Casi no podía ni respirar. De golpe paró.
Salió de mí y sentí el vacío.
Se tumbó en la cama y me hizo un gesto para que fuese yo ahora quien me follase. Pude contemplar su polla. Era enorme. Tenía el grosor de unos 6 cm, y la largura de unos 22 cm, fijos.
Me senté en su vientre, mientras él me abría las nalgas. Me levanté un poco y busqué la punta de su polla. Fui bajando, mientras sentía como mi culo se rompía.
Como no acababa de decidirme, él me la metió de golpe. Me agarró de la cintura y empezó a bombearme cruelmente, mientras yo le besaba. No sabía como lo aguantaba, pero me estaba destruyendo.
De repente, empezó a follarme más rápido que nunca. Y sentí sus chorros inundar mi culo. Se corrió tanto que salía afuera, en forma de lengua blanca.
Totalmente exhaustos, nos acostamos. Me apoyé en su pecho, y dormimos.
Gracias por leer el relato. Es el primero que hago, y me gustaría que me comentaseis. Que coño, me da igual si me comentáis o no xD pero como es lo típico que se dice, pues eso.