Me pone que mi hijo me meta mano (3)

(Tercera parte de la carta en la que una madre relata cómo le pone que su hijo le meta mano y la sobe a placer, con el morbo añadido de que suele hacerlo cuando su esposo está delante, a escondidas de él)

Al día siguiente de mi total disposición a ser la madre-esposa-esclava-novia-amante de mi hijo y a que él hiciese lo que le viniera en gana conmigo, me levanté más feliz, más sonriente, más cachonda y más puta. Sabía que había traspasado unos límites que ya no admitían vuelta atrás, pero estaba dispuesta a afrontarlos, con todas las consecuencias.

(Quiero hacer un inciso aquí para señalar que algunas veces, mis corridas son más cerebrales que físicas, pero no me importa porque disfruto enormemente de ellas; digo esto porque hay veces en las que mi hijo va a su puta bola, a saciar su placer sin importarle el mío y apenas me da tiempo a entrar en calor, pero el peligro, la calentura y el morbo de las situaciones, hacen que me corra del mismo modo que se correría una colegiala adolescente que tuviera dos vibradores funcionando simultáneamente).

Por la tarde, ignoro la razón, mis hormonas estaban revolucionadas y me encontraba especialmente cachonda; mi marido leía el periódico, mi hijo estaba estudiando mientras yo deambulaba por la casa, salida como una perra en celo.

Le pedí a mi esposo que saliera a hacer unas compras, aduje un fuerte dolor de cabeza para no ir yo y, además, le pedí que hiciera la compra en un supermercado alejado de nuestro barrio, aduciendo unas ofertas que no sé si existían. En cuanto mi marido salió, fui derecha a la habitación de mi hijo; cerré la puerta tras de mí, quedándome apoyada en ella sonriéndole, y esa fue señal suficiente para indicarle a mi hijo que yo estaba disponible para él.

Mi macho me sonrió y se levantó de un salto, viniendo a mi encuentro con los brazos abiertos para recibirme entre ellos, yo rodeé su cuello para besarle en los labios y después de un interminable beso, me separé de su boquita y le susurré:

-Aquí me tienes, amor mío, dispuesta para ti… pero vamos a volver a mi cama ¿quieres…? … hacía tanto tiempo que no me corría en ella...

-¿Y papá? –me preguntó en voz baja, como temiendo que estuviera por la casa

-¿Qué más da papá, mi vida…? –le pregunté a mi vez, sin responderle

Nos fuimos a mi habitación sin dejar de besarnos, parecíamos dos adolescentes a punto de traspasar una barrera prohibida y en parte lo éramos, porque si bien mi adolescencia hace tiempo que la dejé atrás, la candidez de mi hijo y la sensación de ocultarnos de mi marido para dar rienda suelta a nuestra lujuria pecaminosa, me empujan a comportarme como si de nuevo tuviera la misma edad que mi hijo.

Nada más traspasar el humbral de mi habitación, me abrí la bata dejándole ver a mi hijo mis tetas desafiantes y un tanguita blanco que apenas me tapa nada; después de quitarme la bata me tumbé en la cama sin quitarme el tanga, porque tiempo tendría mi hijo de arrancármelo; él estaba en silencio y sólo miraba, aquella situación seguramente se escapaba a todas las situaciones que él habría pensado para nosotros, porque sólo supo decirme:

-Qué maciza estás mamá… tienes un polvo

-Pues ven a echármelo, mi vida… -le susurré insinuante-

Se desnudó y en seguida se tumbó a mi lado, chupándome las tetas y metiendo sus manos bajo la goma del tanga, acariciando con una mi ardiente coñito y con la otra mi lujurioso culo, y siguió diciéndome:

-Estás buenísima, amor mío

-¿De verdad que te gusto, hijo… …no me lo dices para contentar a esta vieja que está loquita por tí, mi amor?

-No, mamá, estás muy buena, de verdad.

-Lo que sí estoy es coladita por tí, mi amor...

Sin poder aguantar más, me incliné sobre mi hijo, agarré su polla y me la llevé a la boca, empecé a chupársela con la misma suavidad y ternura como sólo una madre sabe chupar el falo de su hijo, y entre chupada y chupada le pregunté:

-¿Voy aprendiendo, verdad cariño?

-Eres deliciosa, mamá

Mi hijo fue retirándose de mi boca, empezó a apretarme las tetas como si quisiera ordeñármelas y en la posición en la que yo estaba disfrutando de su verga, a cuatro patas, se puso detrás mío, colocó su rabo a la entrada de mi ardiente cueva, retiró un poquito la cinta de mi tanga y, sin quitármelo, sólo le hizo falta un ligero empujón para que la punta de su glande empezara a escarbar las encharcadas paredes de mi vagina; mi hijo tenía las manos en mis caderas y en un momento determinado, sentí en una nalga un azote bestial, no era un cachecito cariñoso, no, era un azote dado para provocar dolor, pero aquél dolor mezclado con el inmenso placer que sentía al ser penetrada por el rabo de mi semental, me enloquecía, así que le insté a que siguiera pegándome, giré la cara hacia él y le susurré:

-Pégame, cariño, pégame en el culito que me da muchísimo gusto... pégame mientras me follas, mi vida… venga… pégame... pégame...

Mi hijo siguió azotando mis nalgas, ahora con menos fuerza acaso porque no pretendía hacerme demasiado daño, y entre embestidaa y embestida me dijo:

-Mamá, te estoy azotando y te la estoy metiendo en tu cama, en la que duermes cada día con papá... ¿te gusta esto?

-Me enloquece, mi vida… ¿y a ti…?

-A mí también, mami… pero ¿y si papá te ve los azontes en las nalgas…?

-No te preocupes, mi vida… tú sigue follándome y azotándome… así… más… más… que papá no se enterará de nada, mi vida... me corro... ya… ya

Mi hijo me dio cinco o seis azotes más, fuertes y dolorosos, mientras se derramaba dentro de mí y cuando empecé a notar su leche inundándome, absorví con mis labios vaginales la polla de mi semental y se la ordeñé al máximo, jugué con mis nalgas meneándolas mimosas para mi hijo mientras aún tenía su verga metida en mí, fue una corrida bestial, apoteósica y cuando terminamos, apenas me dio tiempo a arreglar la cama antes de que regresara mi marido "oficial".

Aquella misma noche, mientras cenábamos los tres, no dejé de mirar a los ojos de mi hijo con toda la lujuria que una mujer caliente pone en su mirada, a pesar de la reciente corrida que me había proporcionado mi hijo, yo volvía a ser una hembra en celo deseosa de su macho; y a mi macho lo tenía a menos de un metro de mí, sólo tenía que evitar las miradas del "macho dominante" para que el "macho joven" volviera a cubrirme tal y como lo había hecho aquella misma tarde encima de mi cama, y además tenía la completa seguridad de que, a partir de ese día, le cedería el papel de macho dominante a mi hijo, en cuanto tuviera la menor ocasión. Estaba caliente y quería que me volviera a follar, así que puse todo mi empeño en conseguirlo.

Nada más terminar de cenar, mi marido fue a ducharse y esa era la ocasión que yo esperaba; en cuanto entró en el baño, abracé a mi hijo besándolo en la boca con toda la calentura que tenía y le dije:

-Mi vida, tu novia necesita que le hagas otra vez mimitos… pero calladitos, ¿vale…? porque si papá nos oye, nos mata

-¿Todavía quieres más, mamá? –me preguntó mi hijo extrañado-

-Shhhhhh, mi vida… no digas nada… ven

Me incliné sobre la mesa de la cocina meneando el culito, mi hijo se puso detrás de mí y me volvió a subir el vestido hasta la cintura; todavía llevaba en mi coño y en mis bragas parte de su corrida anterior y eso me calentó todavía más; giré la cara sonriéndole para darle ánimos, pero él no necesitaba que nadie le instigara para volver a entrar en el conejito de su mamá, apenas tuvo que retirar nada porque su polla, dura como un mástil, retiró a su paso la cinta de mi encharcadísimo tanga, como hubiera retirado al 7º de Caballería que se hubiera interpuesto en su camino, empezó sus embestidas en silencio, taladrándome con su hermosa polla; había pasado sus manos bajo mis brazos para sobarme las tetas, y mientras me besaba el cuello me susurró:

-¿Sabes una cosa, mamá?

-Dime, mi vida… -le respondí con una voz apenas audible más que para nosotros

-Mira que papá no aprovecharse de lo buena que estás

-Pues aprovéchate tú de mí, cariño –le susurré- porque ahora soy tuya...

Y vaya si se aprovechó, estuvimos follando durante todo el tiempo que mi marido estuvo en la ducha, como oíamos caer el agua estábamos tranquilos, aunque nos motivaba el que pudiera salir en cualquier momento.

Tal y como mi hijo me tenía ensartada, en ese momento yo no me sentía una madre, me sentía una mujer viciosa y en celo que estaba follando salvajemente a menos de veinte metros de mi marido y con la polla de mi hijo taladrándome.

Estaba agotada, inclinada sobre la mesa con el coño al rojo vivo de las embestidas que me daba mi hijo, sentí que mis piernas empezaban a flojear en el mismo momento en que un orgasmo apoteósico invadió mi coñito, apreté más mi culo contra el rabo de mi hijo y le supliqué:

- Taládrame ahora, mi vida, que me corro… venga… ahora… córrete tú conmigo, mi vida... así... así...

Agité el culito con la intención de absorver con mi coño todo lo que mi hijo estaba metiendo en él, y cuando noté que ya me lo había dado todo, me giré bajándome el vestido y abrazándome a mi hijo le morreé en agradecimiento y le dije:

-¡Qué gustazo me da ser tu novia y tu amante, cariño…! muchísimo más que ser tu madre… ya no quiero ser tu mamá… quiero ser tu amante, para que me folles cuando quieras y como quieras hijo, porque te quiero...

-Qué morbosa eres, mamá, casi tanto como yo… -me susurró mi hijo mientras nos acomodábamos lo mejor posible para esperar a mi marido.

-Si supieras como se encharca mi chochito cada vez que me tocas, amor mío... –es lo único que podía decirle en ese momento- si supieras lo feliz que es mamá cuando se aparta las braguitas para ti...

A la semana siguiente, una noche después de un tiempo más que prolongado, hice el amor con mi esposo; utilizo la frase "hacer el amor" para referirme a lo que hice con él porque es completamente distinto a lo que hacemos mi hijo y yo; aunque tengo que ser sincera y reconocer que me gustó hacer el amor con mi marido; mentiría si dijera que jodí con mi marido pensando en mi hijo: NO, jodí con mi marido, pensando en mi marido y disfruté de ese polvo.

Lo único que hice fue intentar hacerlo en silencio, porque no quería herir a mi hijo en caso de que me escuchara gemir y, además, jugué en mi subconsciente a que esa noche, estaba follando con mi marido poniéndole los cuernos a mi hijo y escondiéndome de él.

Una de las cosas que tiene mi esposo es que, en cuanto hace el amor, cae dormido como una marmota, podría venir un terremoto y agitar la casa que dudo que él se enterara, así que, en cuanto se durmió, yo empecé a cavilar sobre si el polvo entre mi marido y yo podría considerarse "ponerle los cuernos" a mi hijo, y me reí del círculo vicioso al que había arrastrado mi vida.

Me encontraba en esta reflexión cuando escuché a mi hijo ir al baño; en ese momento me acordé que aún tenía en semen de mi marido en mi interior y me sentí sucia, así que decidí darme una ducha y ¿qué mejor momento para hacerlo que estando mi hijo en el baño?

Cuando entré en él, mi hijo se disponía a mear, yo cerré la puerta con el cerrojo y mientras le acariciaba la polla, le pregunté en voz muy baja:

-Qué quieres, cariño… mear…?

Mi hijo no me dijo nada, acaso porque ignoraba la intensidad del sueño en el que estaba incurso su padre, sólo hizo con la cabeza el gesto de asentimiento y en ese momento me transformé, hice algo que nunca había pensado hacer ni, por supuesto, había hecho antes, pero lo hice como un tributo de gratitud a todo el placer que mi hijo me estaba proporcionando.

En un acto reflejo, al decirme mi querido hijo que quería mear, me quité el camisón por encima de la cabeza, me metí en la bañera arrodillándome dentro de ella y le supliqué:

-Pues mea por encima de mamá, cariño… que quiero saber a que sabe tu meada, mi vida...

Yo misma agarré la polla de mi hijo y apunté el chorro de su meada; primero a mi cara, luego a mis tetas y por último, abrí la boca para recibir gran parte de su delicioso líquido amarillo y calentito que me transformó, su líquido estaba tan caliente como yo, y sentirlo caer en mi cara y en mis tetas me llevó al clímax, tanto que cuando llevé su rabo a mi boca, no dudé ni un momento en tragarme todo cuanto pudiera.

Me gustó su sabor, no era intenso sino muy ligero, mi hijo, como deportista que es, bebe mucho agua al día, lo que contribuye a diluir las sales y hace que su orín tenga un sabor claro y delicioso que vuelve loquita a mamá.

Cuando soltó el último chorro, le lamí el glande limpiándoselo con mi lengua y aún arrodillada a sus pies, le susurré:

-Tan calentita y tan rica como tu polla, mi amor

Salí de la ducha oliendo al orín de mi hijo, cosa que no nos importó a ninguno de los dos, nos dimos un beso mientras mi hijo limpiaba con su lengua los restos que su meada habían dejado en mi cara y en mis labios y me la metió al estilo perro, yo apoyada en el lavabo y él de pie, tras de mí, acariciándome las caderas y los muslos.

Después de un rato en esa posición, se sentó en la taza del water y yo me senté insertándome dentro de su polla, dándole la cara y saltando suavemente sobre su mástil, mientras me encontraba abrazada a su cuello y le susurraba muy bajito:

-Despacito, hijo, para que tu padre no se despierte, despacito disfrutaremos más los dos, mi vida… y harás muy feliz a mamá… qué gustazo, hijo... me corro otra vez… ya… ya… tú también mi vida… así… así

Otra noche, estábamos mi marido y yo en sofá mirando la televisión, mi hijo creo que estaba conectado a Internet o algo por el estilo, y como la película me aburría, cerré los ojos y empecé a recrear la primera vez en la que mi hijo me metió mano, precisamente en ese mismo sofá; puse tanto empeño en la recreación, que mi coñito empezó a babear, quería algo más pero me contuve, porque no era cuestión de ponerme a acariciármelo delante de mi esposo.

Al rato, vino mi hijo al salón y se sentó en un sillón situado frente al sofá en el que estábamos mi marido y yo; mi nene fijó su vista en mis piernas y me alegré de que lo hiciera, porque me sentí una mujer deseada así que decidí premiarle abriéndolas para él; muy despacio y no tanto como hubiese querido porque tenía a mi marido al lado, abrí las piernas para mi hijo y cuando lo vi meter la mano disimuladamente por la cintura del pantalón para colocar su preciosa polla, tuve que cerrar las piernas porque necesitaba frotar una contra otra para mitigar lo caliente que me había puesto exhibiéndome para mi nene.

Estaba caliente y me encantaba estar así, cachonda como una perra en celo; me levanté y dije que me iba a preparar un sandwich ofreciendo algo a mis hombres, mi marido declinó la invitación, pero mi hijo aceptó y vino a la cocina conmigo; nada más entrar, se sentó en una silla y se sacó su hermosísima polla; yo lo único que tuve que hacer fue separar un poco la cinta de la braguita y sentarme sobre él; aquello era el súmmum de la calentura; mi marido estaba en el salón mirando la tele y yo estaba con mi hijo en la cocina, dándole la espalda… pero ensartada en su polla.

A través de la puerta del salón, que estaba abierta, veía difuminaba la imagen de mi esposo sentado y pensé que lo vería si se levantaba, así que me atreví un poco más y saqué una de mis tetas por el escote del vestido, ofreciéndosela a mi hijo, él no podía chupármela como hubiera sido mi deseo porque yo le daba la espalda, pero me la sobó un rato, luego me agarró el pezón apretándolo entre sus dedos índice y pulgar y me lo retorció a placer, sabiendo que yo no podía chillar.

Lejos de dolerme, aquél apretón en mi teta hizo que sacara rápidamente la otra para recibir en ella el mismo tratamiento, y cuando oímos moverse a mi marido, pensamos que podría levantarse y venir a la cocina, y ese ligero movimiento de mi esposo actuó como detonante: sentí un potente chorro de esperma, caliente, que inundó completamente mi coño, y el orgasmo que me invadió fue bestial. Al acabar, me separé de mi hijo pero tuve que colocar en mi coño un trozo de papel de cocina y sujetarlo con las braguitas, porque no era cuestión de ir regando la casa con el semen de mi semental.

Cuando nos relajamos un poco, mientras nos arreglamos la ropa, me susurró muy bajito, para que sólo yo pudiera oírle:

-Me has dejado seco, mamá… no puedo más.

-Pues ya lo sabes, cariño… yo voy a estar aquí siempre que quieras...

La primera vez en la que decidimos sacar nuestro vicio fuera de las cuatro paredes de mi hogar, fue un fin de semana que fuimos a pasarlo a casa de mis padres; el primer día, al terminar de cenar, mi padre y mi marido se pusieron a ver un partido de fútbol por la tele y mi madre se quedó dormida en el sofá, entonces le dije a mi hijo:

-Ayúdame, anda, recoge tú la mesa mientras yo friego los platos.

Fui para la cocina con el conejito ya ardiéndome de la emoción y nada más entrar en ella me quité las braguitas y las guardé en la mano, apoyé el culito contra la repisa y me dispuse a esperar a mi hijo que llegó al momento cargado con los platos, los soltó en el fregadero y se acercó a mí sacándose la polla mientras yo me subía la falda hasta la altura de la cintura; en cuanto llegó frente a mí, mi macho me la enchufó en mi ardiente conejito susurrándome:

-Qué buena estás, mamá… y que ganas te tenía

La situación era electrizante, mi marido estaba en el salón acompañando a mis padres, mientras su mujer se había quitado las bragas en la cocina para que su hijo la follara todo lo que quisiera, y cuando mi semental empezó a entrar y salir dentro de mí, con la suavidad y el silencio que la situación requería, me susurró al oído:

-Qué suerte tengo contigo, mamá, estás buenísima y además eres la madre más caliente del mundo

-No, hijo, -le respondí en un hilo de voz- la que tengo suerte soy yo, estoy siempre caliente porque te tengo a tí a mi lado, cariño, y cada vez que pienso en ti, me derrito

-¿Sabes, mamá? –prosiguió él- no hacía falta que te quitaras las braguitas, te la podía meter igual, bastaba con retirarla un poquito...

Cuando mi hijo hizo mención a mis braguitas, me acordé que aún las tenía en la mano, así que las llevé hasta mi nariz y aspiré su olor, olían a mujer caliente, a hembra en celo, y cuando mi hijo me las quitó para olerlas también él, le musité:

-Ya lo sé, cariño, pero si supieras lo que se calienta mamá cuando se quita las braguitas para ti… y cuando te espera con ellas en la mano...

Mi hijo entonces empezó a bombearme en silencio pero con fuerza, me la metía a fondo, y me sobaba, más que me acariciaba, las tetas y permanecía con su herrmoso rabo dentró de mí, balanceándolo en mi interior, hasta que me fui; me corrí en silencio, lamentando no poder gritar, pero sí le susurré al oído:

-Mi amor… mamá acaba de correrse como la puta que es… córrete tú ahora para mamá, mi vida… así… asiiiiiiii…. Mmmmmmmmmmm

Mi hijo me inundó el coño de semen, tanto que necesité ponerme de nuevo las braguitas para evitar que se saliera de mi interior, porque era mi intención dormir toda la noche con una parte de mi hijo dentro de mí.

A la mañana siguiente