Me pone que mi hijo me meta mano (2)

(Segunda parte de la carta en la que una madre relata cómo le excita que su hijo le meta mano y la sobe a placer antes de follar, con el morbo añadido de que suele hacerlo cuando su esposo está delante, a escondidas de él)

Aquella misma noche

Aquella misma noche, mi hijo nos comentó que le dolía la espalda, mi marido le dijo que podría ser un primer síntoma de catarro o de gripe y que, de persistir a la mañana siguiente, en vez de ir al Instituto, se quedaría en casa descansando.

Ni qué decir tiene que mi hijo tomó aquella sugerencia al pie de la letra y al día siguiente, el muy golfo, alegó que su espalda le dolía mucho más incluso que la noche anterior, por lo que decidimos que se quedara en casa haciéndome compañía.

Se levantó de la cama, desayunó y se tumbó en el sofá del salón, tapándose con una manta, estaba en el mismo sofá y bajo la misma manta que lo originó todo, y una de las veces en que miré para él, vi que tenía sus ojos fijos en mis piernas, que en aquél momento yo le mostraba generosamente bajo mi bata, que llevaba semiabierta.

En cuanto se fue mi marido decidí hacer frente a la realidad y hablar con mi hijo seriamente, intentaría hacerle entrar en razón para que no volviera a tocarme y no me hiciera pasar el sofoco y la calentura que me había provocado, aunque en el fondo, estaba deseando que volviera a hacerlo.

-Cariño, apaga la tele, tenemos que hablar. -le dije seria-.

-¿De qué quieres hablar, mamá, de lo que hacemos a veces? –me preguntó en un tono de voz tan inocente que cualquiera lo diría de él, el único culpable de todo lo que estaba ocurriendo en mi casa.

-Pues claro, -le solté haciéndome la enfadada- no querrás que tú y yo nos pongamos a hablar de fútbol, ¿no?

-¿Tú me quieres, mamá? –volvió a preguntarme y antes de responderle, yo ya sabía que el muy cabrón me había derrotado ya, aún antes de haber empezado la batalla.

-Muchísimo, hijo, -fui sincera- te quiero muchísimo, tú eres lo que más quiero en el mundo... es más, casi podemos decir que, para mí, tú eres lo único realmente importante en el mundo.

-¿Te arrepientes de lo que hacemos… no quieres que sigamos haciéndolo?

-Vale ya, cariño –le grité, pero sólo para no tener que contestar a ninguna de las dos preguntas que me había formulado- te he dicho que tenemos que hablar, ¿qué pasa, que tú no sabes hablar si no es preguntando?

-Mamá, ¿a quien crees que le hacemos daño con lo que hacemos?

-Basta ya de preguntas, ¡por Dios!. Vamos a ver cariño, ¿yo qué soy para ti?

-Dijiste que basta de preguntas, mami, y eso es una… -me dijo mientras sonreía con su bonita cara de pícaro-

-Pero necesito que me contestes, mi amor -le dije seria- necesito que me contestes y que me digas la verdad, porque mamá quiere saber el concepto que tienes de ella.

-Tú eres la mejor madre del mundo, mami, y yo te quiero con locura. Pregúntale a tus amigas verás como ninguna tiene un hijo que la quiera tanto como yo a ti.

-Ya sé que me quieres, cariño pero es que, a lo mejor yo esperaba de ti otro tipo de cariño.

-Es que estás tan maciza, mamá… –aquella fue la primera vez en la que le oí referirse a mí llamándome "maciza", y me gustó escuchárselo- eres guapísima y tienes unas tetas preciosas… y unos muslos que me vuelven loco.

-¿Ves a lo que me refiero cariño… tú crees que alguno de tus amigos le llamaría a su madre maciza y se fijaría en sus tetas o en sus piernas?

-Es que ninguno de mis amigos tiene una madre que esté tan buena como tú.

No conforme con llamarme maciza, ahora decía que estoy buena. Yo no sé si estoy maciza o si estoy buena, lo que sí supe en ese momento es que mi hijo, sin tocarme, me había vuelto a poner cachonda, porque disfrutaba con lo que me decía.

-¿Te parezco que estoy buena? –le pregunté pero no para que me contestara, sino para subir mi ego y recreándome en lo que sabía que me iba a responder.

-Estás buenísima, mamá.

-Y cuando sales por ahí con los amigos… -no me atrevía a hacerle la pregunta pero necesitaba hacérsela- ¿…qué hacéis con las tías que están buenas?

-Pues mirarlas… y a alguna, si se deja, meterle mano.

-¿Y se suelen dejar?

-Algunas

-¿Y nada más… sólo les metéis mano y ya está…?

-¿Y qué quieres que hagamos, mamá, que nos las tiremos…?

-Bueno… yo no quiero nada… pero no me hables en ese tono, porque me parece que, últimamente, en esta casa el único que quiere algo eres tú

-¿Qué pasa, que papá nunca quiere…?

No quise responderle a mi hijo que la timidez de su padre le impide tocarme si yo no le busco, pero tampoco quería hablar de mi marido; yo estaba cachonda, manteniendo aquella conversación con él, solos los dos, en el salón de mi casa, y deseando que hiciera lo mismo que había hecho en un par de ocasiones anteriores: meterme mano y ponerme tan caliente como una caldera.

Porque puesto que estábamos solos y que él sabía que yo le volvería a permitir meterme mano en cuanto quisiera, deseaba que empezara a hacerlo, pero el muy cabrón ni se movía, ahora que teníamos toda la casa para nosotros solos, habitaciones incluidas, parecía no valorar esta situación y no hacía nada.

Por un momento, pensé en irme hacia él, amorrarme a su boca y decirle que ansiaba sus manos en mis muslos, pero me contuve, ya que fue él quien dio los primeros pasos para abrir el tarro de mis olvidadas esencias eróticas, quería que fuera él también el que diera el primer paso para hacerme suya. Ya sé que, después de todo lo que le había permitido, esto puede parecer una tontería, pero para mí no lo era; yo era su madre, quería seguir teniendo esa superioridad sobre él y no quería perderla comportándome como una ramera cualquiera, otra cosa es que me entregara a mi hijo (pensaba hacerlo en cuanto él me lo propusiera) pero sólo si era él quien había llevado la delantera, porque siempre podría decirle que lo había hecho por el enorme amor que le profeso.

-Mamá –me dijo de pronto- todavía no me has contestado a las dos preguntas que te hice antes

-¿Qué preguntas? -le sonreí- me hiciste tantas

-Te pregunté si te arrepientes de lo que hacemos… y si quieres que sigamos haciéndolo o que no lo hagamos más

-Mira hijo, no, no me arrepiento de lo que hemos hecho, te quiero tanto que por ti sería capaz de esto y de mucho más que me pidieras pero

-¿…Pero qué, mamá?

-Verás, mi amor, a vosotros los hombres, y más si sois jóvenes como tú, hay veces en que os basta con rozaros un rato contra una mujer para… -no quería ser tan fresca la primera vez que hablara con mi hijo de sexo- ¿entiendes cariño…? para manchar el pantalón, en cambio, las mujeres, si nos acarician como tú lo haces conmigo, nos gusta tanto que necesitamos algo más… nos quedamos tan "malitas" que nos hace falta otra cosa, mi amor

-Mamá –exclamó lleno de alegría en un tono que casi me asusta- ¿eso quiere decir que a ti también te gustó lo que hicimos?

-Claro, mi amor… claro que me gusto, y mucho; ¿o qué pensabas, que mamá es de piedra?

-Déjame hacerte otra pregunta, mamá, sólo una ¿vale…?

-Venga, dispara

-Pero antes júrame que vas a ser sincera –me suplicó con su vocecita preciosa-

-Hasta ahora lo he sido, ¿no? –le contesté-

-Sí, pero ahora quiero que jures que me vas a decir la verdad

-Te lo juro –le dije temiéndome lo peor-

-Mira mamá, hace un ratito me dijiste que no te arrepientes de lo que hicimos y que me quieres tanto que por mí serías capaz de esto y de mucho más que yo te pidiera… ¿serías capaz de todo… todo?

-Sí, mi amor, yo por ti sería capaz de todo… todo

-¿Y si te pidiera…?

-¿El qué? –le pregunté sonriendo y haciéndome la tonta, quería que él diera el primer paso y estaba a puntito de conseguirlo.

-Si te pidiera que fueras mi novia hoy

-¿Quieres que juguemos a ser novios? –le pregunté excitada.

-No, mamá -me respondió- no quiero jugar a que seas mi novia, quiero que lo seas.

-Pues seré tu novia hoy y siempre que me lo pidas, mi amor

En ese momento -bendito momento y bendito mi hijo- se levantó y vino hacia mí, yo me hice la recatada y, aunque estaba deseando saltar sobre él, no lo hice, esperé a que él llegara hasta mí, y cuando colocó las manos en mi culo y pegó mi cuerpo al suyo, mis tetas contra su pecho y mi pelvis contra su polla, ya no aguanté más, rodeé su cuello con mis brazos y le entregué mi boca entreabierta, fue el primer beso lujurioso que le daba a mi hijo y, mientras nos besábamos, intercambiamos frenesí, lenguas, saliva, lujuria y placer.

Mi hijo se separó un poquito de mi, agarró mi mano y me la llevó para que le acariciara la polla por encima del pantalón y a su vez, me acarició el coño por encima de la braga, metiendo la mano por la apertura de mi bata, y cuando sus dedos empezaron a jugar con la goma de la entrepierna de mis braguitas le pregunté:

-¿Y qué le harás a tu novia, mi cielo?

-Quiero follar contigo mamá, quiero que me enseñes a no dejarte "malita" cuando te toque, quiero hacerte muy feliz para agradecerte lo buena que eres conmigo, y todo lo que me has has dejado hacerte cuando estaba papá.

Entre beso y beso, nos íbamos calentando, él ya me había levantado la bata hasta la cadera, cosa en la que parece que es un maestro, y me acariciaba las nalgas, ahora por debajo de mis braguitas, entonces le susurré.

-Pero esto no tiene que saberlo nadie, cariño… esto tiene que ser un secreto entre nosotros.

-Claro, mamá, ¿qué crees, que se lo voy a comentar a papá a la hora de la cena?. No, esto sólo lo sabremos tú y yo, como lo otro que hacíamos antes

Apagamos la tele y nos fuimos abrazados hasta mi habitación. Quería que el estreno de mi hijo conmigo fuera a lo grande, y para ello nada mejor que hacerlo sobre la cama en la que duermo con mi marido; y cuando mi hijo se percató de que entrábamos en ella, me dio un beso y me preguntó:

-¿Aquí, mamá… estás segura…?

-No cariño –le dije- mamá no está segura de nada… sólo estoy segura de una cosa… de que quiero ser tuya… y de que esto todavía me pone más caliente, cariño, que entremos juntitos en la habitación en la que cada noche duermo con papá

Mi hijo me tumbó encima de mi cama, aún desecha después de haber dormido mi marido y yo en ella, y empezó a besarme, diciéndome:

-Qué ganas te tenía, cariño

-¿Cómo me has llamado? –le pregunté separándome un momento de sus labios

-Cariño… ¿no te gusta?

-Me encanta

-Tienes un unas tetas divinas, cariño… y unos muslazos deliciosos, unos muslazos que me gustan muchísimo, tanto como me gustas tú

Sus palabras me llevaron al cénit de la calentura, me icé en la cama y fui a buscar su polla. Por primera vez en mi vida iba a vérsela en plenitud de excitación y me encantó; puse mis labios sobre su glande acariciándole los huevos y, ¡oh maldición!, mi querido hijo se vino en mi boca antes siquiera de que tuviera tiempo de demostrarle lo mucho que podría hacerle gozar con mi boca.

Lo que sí hice fue saborear su deliciosa corrida, mamé la polla de mi querido hijo hasta que él hizo ademán de meter la barriga hacia dentro como si con ello quisiera retirarla de mis labios, señal de que mis chupadas ya le daban más cosquillas que placer, y en ese momento me centré en disfrutar yo de la situación.

Mantuve toda la lefa dentro de mi boca, saboreándola y recreándome con ella, empujé mi lengua contra el paladar superior, para que la leche de mi hijo se quedara a ambos lados de ella, y disfruté de su sabor, me gustó tantísimo que me di cuenta de una cosa: en mis 43 años de vida, nunca, había entrado en mi boca nada tan sabroso como aquello, era una delicia, tanto por su sabor como por el hecho de pensar de dónde había salido, y decidí que a partir de ese día haría disfrutar a mi hijo con las delicias de mis labios, y él me haría disfrutar a mí llenándome la boca de su deliciosa leche.

Aunque en aquél momento, más que una madre, era una mujer desesperada de sexo, no quise aparentarlo ante mi hijo, ya habíamos traspasado la frontera de lo ilícito y teníamos toda la vida por delante, así que, en vez de pedirle que me la metiera para apagar el fuego que inundaba mi entrepierna, no tuve valor para decirle nada, me hice la recatada y esperé su iniciativa para entregarme a él; y cuando mi querido hijo se disculpó diciéndome:

-¿Ves las ganas que tenía de hacer esto contigo, mamá?, en cuanto me tocaste ya ves… no pude aguantar mucho, lo siento

Le respondí: - Nunca me digas "lo siento", cariño… mamá quiere hacerte feliz… y tiene toda la vida para ti

-Cuánto te quiero, mamá… -me dijo dándome un ligero beso en los labios… -¿sabes? ahora quiero que seas tú la que disfrute conmigo.

-Ya lo hago, cielo, para mí esto es la gloria

Yo estaba tumbada a su lado cuando mi hijo se arrodilló entre mis piernas y me las separó con sus manos, solamente con ese pequeño gesto, mis labios vaginales se abrieron y empezaron a dejar fluir tanto líquido que pensé que me había meado, y cuando mi hijo puso su boca en ellos, creí volverme loca de placer.

Empecé a agitar mi culo de un lado a otro, me daba la impresión de estar recibiendo una descarga eléctrica en mi útero, mi coño no paraba de soltar agua y mi clítoris estaba tan duro que me escocía, menos mal que mi niño estaba intentando ablandarlo a base de lametazos que me transportaron al séptimo cielo.

Mientras me lamía el clítoris, metió dos dedos en mi coño y, lejos de dejarlos quietos, parecían dotados de vida propia, los metía y sacaba con tanta rapidez que yo apenas podía seguir su ritmo, hasta que llegué a tal punto de calentura que me dejé ir para mi hijo, cerré los ojos, apreté los labios, agarré la cabeza de mi hijo para apretarla contra el mismo lugar por el que había salido 19 años antes y me corrí como nunca antes recordaba haberlo hecho.

Tuve que cerrar las piernas con fuerza porque pensé que mi vida se escapaba a través de ellas y grité… grité tanto que temí que me oyeran todos los vecinos, menos mal que mi hijo se tumbó a mi lado y tapó mi boca con la suya… fue una corrida apoteósica, bestial... que me había dejado para el arrastre, pero al recuperarme y ver la polla de mi hijo desafiante, supe que tenía que sacar fuerzas de algún sitio en el que no tenía ninguna, y continuar para mi hijo, para que recordara su estreno con mamá el resto de su vida.

Me recosté a su lado, le agarré las dos manos y se las puse sobre mis tetas para que jugara con ellas, tenía los pezones casi tan duros como la polla de mi hijo y me gustaba el contacto de sus manos.

-Tócamelas hijo –le supliqué- mira que suaves son las tetas de mamá… si supieras el placer que me das cuando me las acaricias

-Pues voy a hacerlo cada día, mamá, siempre que tú quieras

-Mamá va a querer cada día, mi vida

Estuvimos un rato besándonos y mientras él acariciaba mis tetas yo sobaba su polla, y cuando noté que si seguía acariciándole se correría en mis manos, cosa que yo no quería, le susurré:

-Ven, cariño… ven encima de mamá… que la matas de gusto

Me penetró con toda la facilidad que le permitió mi lubricadísimo coño y empezó a bombearme con fuerza, como queriendo decirme que ya era todo un hombre y necesitara demostrárselo a su hembra; él jadeaba con sus labios en mi oído y yo le besé repetidamente el cuello y le susurré:

-Despacito mi amor… despacito… no tengas prisa… disfruta de mamá

Aquellas palabras parecieron calmarlo, pero mi coño no estaba en absoluto de acuerdo con lo que yo le había propuesto a mi hijo, quería recibir los latigazos que me proporcionaban su polla y cuanto más fuerte mejor, estaba a punto de correrme por segunda vez en muy poco tiempo y quería que mi hijo se derramara dentro de mí, quería sentirle soltándose dentro de su madre y le insté a ello, puse mis manos en su espalda apretándolo contra mí, para que mis tetas rozaran su pecho y le dije:

-Ahora, mi vida... ahora... dame fuerte ahora que me corro en tus brazos...

-Quiero correrme mamá, ¿me dejas hacerlo dentro?

-Claro, cariño… dentro de mí… dentro de mamá… mi vida… suelta toda tu lechecita dentro de mamá así... así...

Nos quedamos exhaustos, mi hijo seguía dentro de mí mientras yo estrujaba los labios de mi coño hasta sacar con ellos la última gota de la deliciosa polla de mi hijito, y en un ataque de sinceridad, entre beso y beso, le dije:

-Quiero decirte una cosa y quiero que me creas, mi amor: nunca había gozado tanto, ¿sabes? nunca

-¿Ni siquiera con papá...? –me preguntó-

-No cariño, ni siquiera con él… ¿y tú… te quedaste a gustito con mamá?

-Para mí fue maravilloso

Y a continuación dijo la frase que marcaría el inicio de todas nuestras locuras posteriores:

-Mamá, ¿no te parece que todavía hubiera sido mejor si papá hubiera estado en casa?

-¿Qué quieres decir, mi amor? –le pregunté sabiendo lo que iba a responderme.

-¿No te calientas más cuando papá está cerca de nosotros…?

-Sí, mi vida… cuando me metes mano delante de papá me pones muy cachonda, mi amor… así que ya sabes… aunque él esté en casa, yo voy a estar aquí siempre que quieras...

Sé que aquella era frase implicaba mi total disposición para que mi hijo hiciera conmigo todo lo que quisiera y cuando él, quisiera, pero no me importó; yo lo único que quería en ese momento es que él supiera que me tenía a su completa disposición.

Al día siguiente

(Hasta aquí la 2ª parte de esta extensa carta).