Me perteneces. (capítulo 4)

Fantasía femdom

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Capítulo 4

Aún mientras se duchaba, repasando los sucesos de la noche anterior, no se lo podía creer.

Elizabeth no solo no le había dado oportunidad de ser él quien dijera la última palabra, deslumbrándola con su innegable capacidad de brindar placer, sino que ni siquiera le había permitido que la llevara de regreso a su casa.

Por supuesto, cuando ella entró al baño tras aquella charla absurda respecto a marcharse, él se lo había tomado como lo que claramente era, una broma, y había ido a su dormitorio a prepararlo todo, quedándose aturdido al escuchar la puerta principal cerrándose tras ella, tanto que solo atinó a ver el taxi en el que se alejaba desde su ventana.

No sabía si estaba molesto, ofendido o tan solo sorprendido. Esperaba que al volver a verla, su cabeza se aclarara. Eso, si ella aparecía por la oficina, por supuesto.

-       Buenos días, Ryan. –ella le sonreía, ofreciéndole un vaso de café como si nada hubiera pasado- Tu primer caso de hoy ya te espera en tu oficina. Les he ofrecido algo para tomar y he dejado los expedientes en tu escritorio. Si necesitas cualquier cosa, estoy a tus órdenes.

Aquello parecía un maldito universo paralelo.

Normalmente tenía claro qué esperar de una mujer y cómo manejarse, manteniendo todo el tiempo el control de la situación, sin embargo aquella chica bien podría ser el conejo blanco que lo había hecho caer por un agujero hasta el País de las Maravillas.

Sin  más que hacer por el momento, asintió y entró a su oficina, intentando concentrarse en el caso que tenía por delante, algo que sí le resultaba del todo manejable y comprensible.

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Como era lógico, él parecía del todo confundido.

Seguramente había planeado una noche larga e intensa de sexo con ella, en especial porque había decidido llevarla a su propio apartamento, donde no había formalidades que cumplir, ni mucho menos horarios a los cuales atenerse.

No se lo había tomado en serio cuando ella declaró que se iría y, teniendo en cuenta su expresión al verla esa mañana, aún no lograba poner las cosas de la noche anterior en una perspectiva que cuadrada con su forma de ser y actuar.

¡Excelente! Ryan había picado el anzuelo, tal y como lo había planeado. Ahora era tiempo de darle hilo para que sintiera que nuevamente las cosas marchaban de un modo natural y conocido para él, hasta el momento de recoger el cable para tenerlo justo donde ella lo quisiera.

Aunque… antes solo una probada más.

-       Elizabeth.

-       ¿En qué puedo ayudarte?

-       Los señores ya se retiran. Por favor, acompáñalos a la puerta y luego te espero aquí para redactar un documento.

-       De acuerdo, Ryan. ¿Necesitas algo más?

-       Otro café, por favor.

-       Con mucho gusto.

Ella hablaba con sus clientes, sonriendo y meneando su culito de camino al ascensor bajo su atenta mirada, tan feliz como una perdiz, inconsciente del lio mental en que lo había sumido.

No estaba seguro de cómo actuar. Probablemente tocar el tema en la oficina no fuera lo más apropiado, pero tenía que sacarse aquella espina del costado si pretendía seguir trabajando en esos momentos, prestándole la debida atención a sus casos. Con ello en mente, entrecerró las persianas de su despacho para evitar las miradas curiosas mientras ponía las cosas en claro con la señorita “sabes rico, buenas noches”.

Notó que ella regresaba, por lo que cogió una carpeta para aparentar que había estado repasando un caso en vez de esperar ansioso que volviera, manteniendo la vista en los papeles todo el tiempo que ella se tomó en su propio escritorio antes de entrar, y aún después de que cerrara la puerta, por lo que al sentir la húmeda suavidad de su lengua recorriéndole el cuello, mientras que su mano agarraba sin preámbulo su miembro, a poco estuvo de dar un salto, atónito.

-       Shhh, quietecito, guapo. Aquí tengo tu café y no quiero que vayas a derramarlo y quemarte con él por error.

-       Pero…

-       Pero, ¿qué, nene? ¿Estás tan enfadado conmigo que te vas a hacer el difícil? Porque con lo dura que está tu polla en mi mano, no creo que piense secundarte en ese plan.

-       Ayer te fuiste…

-       Te lo había dicho.

-       No creí que lo hicieras.

-       Ya veo… -aún con el amenazante vaso de café en su mano, se las arregló para abrir el cinturón, soltar el botón y bajar la cremallera de su pantalón con la otra mano, mientras le susurraba al oído- ¿Y qué te quedaste haciendo?

-       Nada.

-       ¿Nada? Pobrecito mío. ¿Me dirás que ni siquiera te tocaste?

-       ¡Quería tocarte a ti! –eso era absolutamente cierto. Cuando ella se había marchado, no era autosatisfacción lo que quería. Necesitaba a Elizabeth gimiendo de gusto en muchas diversas posiciones con respecto a su cuerpo- ¡Mierda! Sí que quería hacerte gozar, mujer.

-       Lo sé. –Elizabeth metió la mano bajo la ropa interior, buscando con movimientos lentos y ondulantes hasta descubrir su glande caliente y lubricado, humedeciendo su piel antes de masturbarlo lenta y profundamente- De seguro habría sido una noche muy placentera, pero, como te dije, ambos debíamos estar temprano aquí.

-       ¡Dios, me estás haciendo arder!

-       Me gusta sentirte caliente.

-       Mmmm… quisiera tenerte ahora en mi cama y recorrerte entera con mi lengua…

-       Lo sé, bonito. –cuando estaba a punto de correrse, sin motivo aparente, ella retiró la mano, cogió un pañuelo de papel para secarla y abrió las persianas justo antes de salir, sin un pelo fuera de lugar de su elegante cola de caballo- Estoy segura de que podrías conseguirlo, Ryan. Eres un excelente litigante.

¡Otra vez!

Pero ahora no disfrutaba del relajo de haber tenido un potente orgasmo, no.

En esos momentos la presión en sus huevos y la frustración general que sentía no resultaban para nada gratas.

Y ella volvía a tomar tranquilamente su lugar en su escritorio, como si nada.

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¡Que difícil era resistir las tentaciones del cuerpo e Ryan! Pero si quería ponerlo a punto de caramelo, no quedaba otra que concentrarse y respirar.

Aunque… ¡Dios! Él era suave y duro, exudaba vigor y sensualidad por cada poro, además de ser inteligente y bien educado… ¡Calma! Un poco más de templanza antes de “invitarlo a participar” y entonces podría tenerlo como y cuantas veces quisiera.

Pese a que había debido secar la humedad de su palma tras masturbarlo, no pensaba lavarse las manos aún. Jamás había sido melindrosa y cada vez que se retiraba un mechón rebelde de la cara, podía sentir su aroma en su propia piel y la mezcla resultaba deliciosa.

Sabía que él estaría tenso y era un buen momento para catar su autocontrol.

Si desquitaba su frustración contestando mal o subiendo la voz, sería comprensible para alguien inexperto, sin embargo Elizabeth había descubierto que podía tenerle mucha fe, él solía dar la talla correctamente y eso le encantaba.

Sin embargo no quería atormentarlo, por lo que antes de volver a entrar a su despacho, se ocupó de pedir para él un delicioso almuerzo, segura de que permanecería en la oficina durante el tiempo que tenía para salir a comer. Con el estómago lleno se sentiría menos presionado y, con suerte, apreciaría el gesto de preocuparse por sus necesidades sin que él se lo pidiera directamente.

Cuando la comida llegó, su imaginación ya la había puesto contra las cuerdas un buen rato, pensando en alimentarlo… Debía tomarse las cosas con calma, darle tiempo al tiempo para llegar a su meta, pero, ¡mierda! Incluso para alguien con experiencia como ella, al encontrar a su ideal, ¡era tan difícil resistirse!

-       Me imaginé que no saldrías a comer, así que te he traído el almuerzo, espero que te guste.

Ryan no estaba metido en sus papeles. Estaba de pie junto a la ventana, observando el paisaje de la bahía varias decenas de metros por debajo.

Una vez que había conseguido calmar su cuerpo, no había tenido la suficiente reserva de energía para concentrarse en el trabajo, por lo que decidió darse un tiempo para apreciar aquel paisaje.

Llevaba más de un mes como socio del bufete, puesto por el que había trabajado y luchado años, pero aquella misma intensidad no le había dejado tiempo para disfrutar de algunos beneficios.

-       Mira.

Él le tendió la mano, invitándola a acompañarlo. Elizabeth dejó la bandeja sobre una mesa auxiliar y se acercó. Ryan jaló suavemente de ella y la atrajo más, rodeándola con un brazo, mientras que con la otra mano señalaba algunos barcos a lo lejos.

-       ¿Había notado lo bonita que es la vista desde aquí? Yo no…

-       Sí, el paisaje es muy hermoso.

-       Y ahora… -él la giró hacia si y retrocedió un par de pasos para contemplarla contra el amplio ventanal- …ahora es casi perfecto.

-       Gracias.

-       No me des aún las gracias, señorita Miles. Mucho del mérito no es tuyo de forma deliberada…

-       ¿Devolviendo el tiro, señor Williams?

-       Puede…

-       A veces es bueno que seas un poco trabajólico.

-       ¿Por qué lo dices?

-       Todos los demás salieron a almorzar…

-       Genial.

Ryan la tomó por la cintura, la sentó sobre su escritorio y, por un segundo, pensó en seducirla lentamente, tentándola y jugando hasta que ella le pidiese que fuera más intenso, sin embargo había acumulado ya demasiadas ganas de tomar a la señorita “me gusta calentarte” como para darle tiempo al preámbulo.

Separándole las piernas, bajo su atenta mirada, se arrodilló frente a Elizabeth, atrayéndola hacia el borde para poder colarse entre ellas. Iba a coger la inocente braga blanca de encaje que podía apreciar envolviendo su premio, cuando ella puso su pequeño y perfecto pie contra su pecho.

-       ¿Qué pasa? ¿No quieres que…?

-       Sí quiero.

-       ¿Entonces?

Ella le sonreía con un brillo pérfido en la mirada. Suavemente, aunque de improviso, movió el pie, poniéndolo casi frente a su cara.

Ryan lo tomó en su mano, y en un impulso, cerró los ojos y rozó su mejilla con él, pequeño, suave y perfecto, viéndola luego con un dejo de disculpa ante su actitud.

-       No. No te avergüences, me gusta.

-       Es…

-       De verdad, -¡Increíble! Ryan Williams no solo era físicamente perfecto para ella. Él parecía desear instintivamente lo que Elizabeth quería enseñarle- me gusta lo que haces. Continúa.

-       Si algo te llegara a molestar…

-       Tranquilo, nene. Lo sé.

Él volvió a cerrar los ojos y a frotar suavemente su pie contra su mejilla, llevándolo hasta sus labios para besar todo el empeine lentamente.

Aquello era peculiarmente excitante. Mientras sus labios aprendían su forma y sentían su calor, no pudo evitar desear más, besando ahora la parte inferior de cada dedo, tirando con cierta molestia de sus medias, renegando de que las llevara puestas, impidiéndole el contacto directo.

-       Quítamelas.

-       ¿Qué?

-       Si te molestan las medias, puedes quitármelas.

Tan concentrado estaba, que no notó cuando ella las había soltado del liguero para que pudiera sacárselas.

Con expresión entre aliviada y agradecida, enrolló hacia abajo la prenda y la dejó caer al suelo, volviendo a besar sus dedos con ansias, quedándose viéndola cuando ella empujó el pulgar dentro de su boca.

-       Chúpalo… -él la miraba con expresión entre excitado y algo atónito por sus propias reacciones, sin embargo al verla evidentemente disfrutando, se relajó y comenzó a desinhibirse- …eso es, bonito. Usa tu lengua. Muy bien.

¡Dios! Estaba tan caliente que apenas podía pensar. Sí podía notar que ella tenía el control de la situación y lo guiaba a su antojo, pero en parte eso era lo más excitante de todo.

En un momento ella acarició su cabeza, coló sus dedos, enredando su pelo entre ellos, haciéndolo subir para acercarse más al borde del escritorio y apretarlo contra el vértice de sus piernas.

-       Ven, nene, ya van a volver todos.

-       ¡No!

-       Anda, ven, vamos al baño.

-       Sí.

Aunque no era lo que había pensado, cuando Elizabeth lo guió para quedar pegada a sus espaldas, él de frente al cubículo de la ducha, y le abrió los pantalones para agarrarlo firmemente y masturbarlo rápido, no pudo oponer resistencia, menos aún cuando ella le abrió algunos botones de la camisa y llevó sus dedos directamente a retorcer y tirar de sus pezones.

-       Te has portado muy bien, guapo, así que tu premio será una buena paja para que te corras y puedas trabajar concentrado, ¿de acuerdo? Pero no cuando se te ocurra, vas a acabar cuando yo lo diga…

-       Mmmmmm….

-       Sí, eso es, bonito, ya puedo sentirte más duro, a punto de explotar… ¿Quieres correrte ahora?

-       ¡Sí!

-       No, no, no, aún no… -Sin soltarlo, Liz apretó fuertemente las yemas del índice y el anular contra el perineo, haciendo retroceder la inminente eyaculación- ¿He dicho yo que ya podías tener tu orgasmo?

-       No…

-       Te has portado mal, tal vez debería dejar de masturbarte…

-       ¡No, por favor!

-       Pero te mereces un castigo.

-       …

Sin parar de acariciarlo, arriba y abajo, pellizcó con fuerza el pezón que tenía en ese momento entre sus dedos, arrancándole un ahogado gruñido de dolor.

-       ¡Ahora! –sabía perfectamente que dejarlo acabar en ese momento asociaría en su cerebro la leve dosis de dolor con el máximo placer- ¡Córrete, Ryan!

-       Mmmmmmmmmmmmmmmmhhhhhhh………

-       Eso es, muchacho, bien hecho. –Elizabeth lo ayudó a sentarse, antes de dejarle un beso en la frente y salir del baño- Te traeré tu café para que te pongas manos a la obra.

Definitivamente aquello no era algo usual.

Elizabeth tenía el poder de excitarlo de formas que antes le eran absolutamente desconocidas, sin embargo le resultaban tan placenteras como no habría podido imaginar. Y a ella eso le encantaba.

De nuevo lo había dejado más que agotado y, una vez que su mente se despejó un poco, se quitó del todo la ropa y se metió a la ducha para poder volver a la realidad.

Si no dejaba de darle vueltas al asunto, iba a acabar ardiendo otra vez tan solo de pensar en la forma en que ella lo guiaba y… ¡Mierda! Al frotar su pectoral izquierdo, un agudo pinchazo de dolor le recordó aquel “castigo” que Elizabeth le había impuesto por desear correrse antes de que ella se lo ordenara… ¡Una orden! Y no era la primera, sino la segunda vez que alcanzaba un orgasmo demoledor precisamente en el momento en que ella se lo había indicado… aún más arrollador cuando había sido mezclado con una dosis exquisita de dolor.

Confundido por aquellos pensamientos, dejó que solo agua fría manara de la ducha para poder acallar todas aquellas cosas que giraban en su mente, rescatando de aquello una sola idea clara y fija, la que se prometió a si mismo.

La próxima vez sería él quien llevaría repetidas veces al climax a la señorita Elizabeth Miles.