Me operaron de apendicitis
Mi experiencia en un sanatorio, cuando con 16 años me iban a operar.
Me operaron de apendicitis
Hola, soy Mónica; hace poco tiempo relaté en estas mismas páginas mi historia con Tessa " La fotógrafo ". Hoy os voy a contar mi experiencia en un sanatorio, cuando con 16 años me iban a operar de apendicitis. ...Y después de la operación.
Yo llevaba varios días quejándome de dolores en el bajo vientre, cerca de la ingle; a veces devolvía la comida y algún día no pude ir al colegio por tener fiebre; consecuencia: médico, análisis, ecografía, ... y el diagnóstico: apendicitis y hay que operar.
Yo estaba como un flan de nervios, ¿para qué negarlo? Tenía miedo, estaba en tensión, no sabía lo que me podía pasar, sólo tenía 16 años, ... Os recuerdo cómo soy: rubia, delgada, alta, ojos verdes, media melena.
Total, que mis padres me llevaron a un importante hospital privado de mi ciudad. Después de los trámites oportunos ingresé en una habitación particular, sólo estaría yo en ella. Me abrieron la cama, dispuse mi pequeño equipaje en el armario y el neceser en el cuarto de baño; me desnudé, me quité blusa, minifalda y sostén y me puse una especie de camisa horrible con lazos por la espalda, dejándome las braguitas blancas que solía usar.
Yo seguía muy nerviosa, le daba vueltas al tema. Mis padres me acompañaban e intentaban distraerme, que no me preocupara, que era una operación sencilla, que a mucha gente se la hacían, que muy pronto iba a estar otra vez con mis amigas, ... En esto, llaman a la puerta, yo pensé para mis adentros :"¡Ya está!", pero me había equivocado: era una enfermera la que entraba. Dijo que venía a prepararme y dijo a mis padres que mientras tanto se fueran a la cafetería a tomar algo.
La enfermera era bastante joven, unos 22 años, menudita, morena, ojos marrones, pelo corto y sus pechitos resaltaban en el uniforme blanco que lucía; no era espectacular, pero estaba perfectamente proporcionada. Venía con una bandeja con una jofaina con agua y una serie de instrumentos que no me fijé mucho. Me destapó con cuidado y levantó la camisa que yo llevaba. Vio mis braguitas blancas y a mí me entró una cierta vergüenza. Nadie me había visto así. Con suavidad tiró de ellas hacia abajo y me las quitó. Yo noté una ligera sensación interior y empecé a humedecerme.
La enfermera se quedó un momento con la mirada fija en mi pubis; como soy muy rubia, mi escaso vello era casi transparente. Me quiso tranquilizar con palabras, pero sus ojos brillaban. Tomó unas tijeras sin punta y recortó los pelitos más largos, incluso se permitió la broma de hacer un comentario sobre ellos y me los enseñó; más o menos vino a decir que ahora ya era todavía más niña de lo que aparentaba, pero que había que llegar hasta el final.
En efecto, tomó una brocha de afeitar, hizo espuma y me la extendió por el pubis. Tomó luego una cuchilla de afeitar; a mí me dio miedo de que me fuera a cortar, pero me dijo que estuviera tranquila. Poco a poco fue pasando la maquinilla por la zona; cada pasada yo me ponía en tensión, pero al mismo tiempo notaba que mis jugos aumentaban. Pasó a continuación una toalla mojada en agua templada y me limpió los restos de espuma; no quedó satisfecha con el resultado y empezó a rebuscar por mis recovecos interiores. Yo abría ya las piernas sin disimulo, ofreciéndome a sus tocamientos; mientras tanto ella buscaba cualquier pelito. Introducía sus dedos con mimo, me hacía dar giros en un sentido y en otro y llegó, ¡claro está! a donde tenía y quería llegar: a mi botoncito de amor, un botoncito que nadie me había tocado todavía.
Con mucha suavidad me lo masajeó, me lo frotó entre sus dedos. Yo empecé a notar una sensación de gusto, no sabía lo que era, pero aquello me gustaba. Yo estaba como concentrada disfrutando esa sensación nueva en mí. Mi botón se hinchaba, se endurecía y mis jugos corrían abundantes, yo vibraba, se me disparaba el vientre en movimientos que no podía controlar. Se detuvo un momento y me quejé; me miró a los ojos con un gesto interrogatorio, yo puse cara de que siguiera, y entonces acercó su boca a mi rajita recién afeitada, introdujo su lengua entre mis labios y lamió, buscó con sus labios mi clítoris y lo aprisionó con ellos; con la lengua le dio unos ligeros golpecitos y desde mi interior surgió una llamarada que me hizo creerme en el paraíso. Cerré mis piernas sobre su cabeza para que no se me escapara, noté cómo mis jugos se derramaban en su boca y un espasmo me hizo arquearme.
Me quedé un momento en un estado de semiinconsciencia relajante. Me dijo a continuación que me tenía que poner un enema, para vaciar y lavar mi intestino y que no tuviera necesidades después de la intervención, que eso me evitaría dolores posteriores. Me hizo poner boca abajo y me introdujo con cuidado una sonda por el ano. Mientras yo notaba cómo el líquido me entraba en mi interior, ella me acariciaba mis glúteos, que yo tenía (y sigo teniendo) duros; se puso a mi lado, por la derecha y me dejó que yo también le tocara, primero la pantorrilla y luego fuera subiendo hasta llegar a sus nalgas. También ella las tenía duras, aunque yo sólo se las tocaba a través de sus medias y braguita.
Una vez terminada la tarea de ponerme el enema, me dijo que aguantara un momento para que hiciera su efecto, y así seguimos un rato, contándonos cosas mientras nos acariciábamos. Cuando ya no podía aguantar más, me dejó ir al cuarto de baño para aliviarme. Al volver terminó de empolvarme mi rajita afeitada, para que no estuviera muy irritada y dándome un besito cariñoso en la boca, me deseó felices sueños (en ese momento me enteré que hasta el día siguiente no me operarían) y suerte en la operación, asegurando que nos volveríamos a ver.
Durante la noche tuve una crisis bastante fuerte y tuvieron que llamar a la enfermera. Vino, me hizo poner nuevamente boca abajo y me inyectó un calmante, aprovechando para darme otro ligero masaje y un azotito cariñoso en mis nalgas.
De la operación recuerdo más bien poco, vinieron a buscarme muy temprano con una camilla de ruedas, me bajaron en un ascensor, entré en un quirófano y me hicieron pasar a una mesa de operaciones. Me sujetaron el brazo y me pusieron una aguja conectada a un gotero y ... desperté mucho después en mi habitación.
Sí recuerdo entre sueños, aunque tengo dudas si fue sueño o realidad, una imagen blanca que vino, me destapó, miró entre mis piernas, que me hizo separar, y terminó acariciando suavemente mi almejita y su bichito. Si fue realidad, desde luego fue muy rápido.
A media tarde ya me fui espabilando, estaba casi sin dolores, y como mis padres tenían una cena en casa de unos amigos, les dije que se podían ir con tranquilidad, que en caso de urgencia ya les llamaría.
Vino un médico a interesarse por mí, otra enfermera algo mayor, cambió el apósito, me trajeron unos zumos como cena, ... y me llegó la hora de dormir, pues tenía una paliza encima bastante grande.
Como hacia las 2 de la madrugada se abrió suavemente la puerta de la habitación y entró ... ¡mi enfermera! Estaba de guardia y venía a ver cómo me encontraba yo. Me hice un poco la remolona, le puse caritas, la verdad es que simulé un poco de más, y al final conseguí lo que yo quería: que se quedara un rato largo conmigo. Bueno, un rato largo no fue, fue casi una hora. Le pregunté muchas cosas sobre el sexo, pues yo lo desconocía casi todo y aceptó a meterse en la cama conmigo.
Se quitó su uniforme para no arrugarlo, así como el sostén y las medias. Abrazadas como amigas, nos contábamos cosas y nos acariciábamos. No quiso que yo llegara al orgasmo por miedo a que se me soltaran los puntos, pero me masajeó mis pechos, me besó en la boca haciéndome la lengua, pero lo que más disfruté yo fue el poder devolverle esas caricias y otras, pues me enseñó cómo masturbarla, le hice un dedo que la hizo estremecerse, me dirigió mis dedos por su interior, notando yo la diferencia de ella a mí en su carencia de virgo. Ella chorreaba y me hacía chupar sus jugos que yo recogía con mis dedos, incluso mi hizo introducirla un dedo por su ano, mientras frotaba su clítoris.
Pero lo bueno siempre acaba; no podía quedarse más, estaba de guardia, y nos tuvimos que despedir. Al día siguiente no trabajaría, pero quedó en venir al otro día. No pudo ser, dada la evolución de mis heridas, me mandaron a casa para reponerme; desde allí nos fuimos una temporada a la finca. Cuando volví, quise pasar por el hospital para verla, pero me dijeron que había cambiado de ciudad.
Elena, si lees este relato, espero que te reconozcas en él y que contactes conmigo. Ya sabes mi e-mail: nadie18@terra.es . Para todos los lectores, también está disponible. Un beso muy fuerte. Mónica