Me masturbó frente a mi marido

En un momento, suspendí mi trabajo manual debajo de la mesa. Estaba toda llena de leche, así que, disimuladamente, empecé a untarme el semen en mis muslos, justo por encima de mis medias...

Me masturbó frente a mi marido.

Por Aria

Esa noche mi esposo Enrique y yo habíamos quedado con mi jefe. Iríamos a tomar una copa. Como yo había sido una de sus secretarias por casi un año y no habíamos tenido mucho contacto, de manera respetuosa me invitó a salir, por supuesto acompañada también de mi esposo. Acepté gustosa la invitación.

Cuando llegamos al bar del elegante hotel, en donde habíamos quedado a las 9:30 de la noche, mi jefe ya nos esperaba. Se veía muy distinguido sentado en una mesa cubierta con un fino mantel que llegaba casi hasta el piso. Caminamos hacia él sonrientes, mientras las miradas de los clientes del lugar seguían cada uno de mis movimientos. Yo me había puesto un vestido corto del tipo que suelo usar cuando voy a la disco. Una tanga minúscula y medias eran las únicas prendas interiores. Mi cabello rubio castaño, caía suelto en mis delicados hombros desnudos. Mi cara lucía hermosa con el cuidadoso arreglo y tenue maquillaje. El rouge en mis labios y las sombras de mis párpados armonizaban con mis ojos y con mi vestido color azul. Culminaba mi arreglo con unos delicados aretes que caían sueltos de los lóbulos de mis pequeñas orejas hasta cerca de la curva de un cuello terso y femenino. Mis manos de dedos largos y delicadamente femeninos, lucían mi sortija de matrimonio y un anillo de brillantes, que me había regalado Enrique en nuestro pasado aniversario de boda. Lucieron hermosas cuando le saludé dejando que me besara con galantería en mi mejilla. Noté el entorno de sus ojos cuando percibió el aroma de mi delicado perfume. Enrique se presentó con su natural amabilidad y se sentó enfrente de mí a la izquierda. Mi jefe lo hizo inmediatamente a mi derecha. "Enrique, con mi respeto quiero decirte que tu esposa ha destacado su belleza en esta noche" comentó con sinceridad. Enrique agradeció el comentario diciendo que estaba orgulloso de que su esposa fuese tan guapa.

Después de algunas copas y de una plática cada vez más relajada, que yo atribuí al efecto del alcohol y a los pocos bocadillos, noté que mi jefe rozaba con sus manos mis rodillas. Pensé que era por accidente y no le di importancia. Sin embargo, poco a poco, al notar que no hacía nada por evitarlo, fue más evidente y me empezó a acariciar lentamente las piernas por debajo de la mesa. Ahora sí me di cuenta que no era accidente y lo miré sorprendida. Él me sonrió guiñándome un ojo de manera sutil. Debo reconocer que me sentí en un estado de ambigüedad, por un lado no me parecía correcto que hiciera algo así delante de mi marido y, por otro, lo consideraba un atrevimiento arriesgado y sorpresivo. Después de un momento de indecisión, pensé dejarlo para ver hasta donde llegaba.

Las caricias, su atrevimiento, su trasgresión, el ambiente y el saber que Enrique no se daba cuenta de que a su esposa la estaban tocando frente a él, fueron teniendo su efecto. Mi respiración se hizo, poco a poco, más agitada. Mi jefe, por su parte, sonreía y mantenía inalterable su expresión sonriente y amable, como si nada pasara debajo de la mesa. Enrique, demostraba que estaba un buen rato platicando con mi jefe. Por mi parte, reconocí que me sentía un poco frustrada cuando alejaba las manos de mis piernas y me sorprendí a mi misma gozando cada vez más de esas caricias.

Después de algunas pausas, él notaba que cuando nuestras miradas se cruzaban comunicaban un mutuo acuerdo de complicidad. Pasó algún tiempo y ahora disfrutando plenamente del juego, le invité a ir más allá, acercándome más y abriendo mis piernas para prolongar el contacto. Definitivamente no podía contener la excitación que poco a poco iba en aumento. Sin embargo, también me sentía culpable, sobre todo, cuando mi esposo seguía relatando animadamente las historias de su trabajo, mientras mi jefe aparentaba disfrutarlas plenamente.

Entre sentimientos de culpa y sensaciones de placer. Decidí hacer caso omiso a mis pudores y sin que se diera cuenta Enrique, con inusual atrevimiento, le tomé la mano y se la llevé más arriba, a mis muslos y áreas más íntimas. En un momento, cuando Enrique se levantó al sanitario, mi jefe aprovechó para llegar a mi minúscula tanga. Ahí, hizo a un lado la delicada tela y empezó a acariciarme los pliegues de los labios de mi sexo. "uhmmmm" gemí delicadamente y abrí las piernas para dejarlo hurgar más libremente en mi vulva. Cerré los ojos disfrutando más y más de la caricia. Mi jefe me estaba masturbando.

Cuando Enrique volvió a la mesa, me encontraba supervaliente. Sin embargo, haciendo esfuerzos, preferí inhibir esas urgencias y le comuniqué que me acariciara más lentamente, cerrando las piernas y dejando atrapada su mano en mi vulva. Lo entendió e hizo más lenta la fricción. No podía evitar cerrar mis ojos cuando sentía su dedo penetrarme la vagina que para entonces abundaba de humedad.

Un trío de música romántica tocaba inundando con su sonido el ambiente, mientras mi jefe seguía masturbándome por debajo de la mesa, sin que mi marido mostrara sospecha alguna. Yo aguantaba gemidos cuando mi jefe, muy amable con Enrique, le decía que yo era una de sus secretarias más eficientes en la empresa. Enrique, por su parte, agregaba que, además de que me amaba y respetaba mucho, también le agradaba que fuera una mujer muy profesional y con valores de honestidad y recato. Mostrando su acuerdo, mi jefe destacaba que era evidente el recato que siempre mostraba en el trabajo de la empresa. Al decir esto, sus dedos recorrieron mi rajada desde mi vagina hasta mi ano, humedeciéndolo.

Estaba desesperada y temblaba de excitación. Cada vez me era más difícil seguir el hilo de la conversación y sentía que se apoderaba de mi una sensación de placer que irradiaba cada parte de mi cuerpo sin poder controlar las olas de placer cuando llegaban, primero espaciados después más frecuentes, los pequeños orgasmos que anteceden al gran clímax. Me estaba viniendo. En un arrebato y desesperada porque se me iba a notar el gigantesco orgasmo que estaba por llegar, acerqué a Enrique y, sorpresivamente, abriendo mi boca y hurgando con mi lengua, lo besé frenéticamente, disimulando lo mejor que pude la venidota. Al mismo tiempo, mi mano rodeó la verga de mi jefe, que al ver mi reacción aprovechó para sacársela y, mientras se la jalaba, gocé de uno de los orgasmos más intensos que he experimentado. "Qué riquísimo mi cielo, me encantas, uhmmmm" expresé, mientras me inundaban sensaciones de incontrolable ricura. Enrique sorprendido no halló que decir y respondió apenado a mi caricia. "Mi amor, que tenemos compañía" "uhmmm si si, tienes razón, querido, disculpa" dije mientras cerraba los ojos buscando que llegara pronto la calma.

Después de la experiencia, evidentemente sentí que mi jefe estaba muy excitado y aunque se la seguía jalando por debajo de la mesa, aún no se había corrido. Mi mano derecha iba de arriba a abajo masturbándolo. Era rico jalársela de esa manera. Pensé que estaba haciendo mucho esfuerzo para demoraba su corrida. En un momento, mientras Enrique fue a su segunda visita al water, sentí que su verga se inflaba más y más y se la empecé a jalar con más intensidad. En un momento sentí como explotaba llenando con chorros de semen mi mano, mi vestido y mis muslos. "Vente rico, mi cielo" susurré, haciendo que disfrutara su orgasmo. Enrique regresó y aun se la seguía jalando esperando que llegara por fin su satisfacción y se pusiera flácida, pero con sorpresa su venidota parecía eterna y su polla se desinflaba con pasmosa lentitud. No lo podía creer. Su orgasmo había sido muy intenso y, creo que demasiado prolongado. Yo estaba llena de su leche.

Lo miré fijamente y abriendo mis ojos, buscaba comunicarle que ya terminara. El parecía que su único deseo es que se la siguiera jalando. Yo abría más mis ojos como preguntando hasta cuando y él sólo hacía un sutil ademán de afirmación. En un momento preguntó que si me sabía una canción, le dije que no lo escuchaba y cuando se acercó me dijo, al oído, que estaba aún muy excitado. "¿Cómo es posible?" pensé.

En un momento, mejor suspendí mi trabajo manual debajo de la mesa. Estaba toda llena de leche, así que, disimuladamente, empecé a untarme el semen en mis muslos, justo por encima de mis medias y hasta mi tanga, incluso, me froté la vulva con una parte del blancuzco líquido. Después de tratar que mi piel absorbiera toda la leche y para evitar que Enrique notara algo, me llevé las manos a la boca y empecé a chuparme los dedos aún con restos de semen, dando, también, pequeños sorbitos a mi copa. "¿Ricos? preguntó mi jefe mirándome anhelante. "Si, muy ricos" respondí. "Es rico mi amor, no, ricos" corrigió Enrique. "Si, claro, cielo. También el trago es rico" dije, mirando a mi jefe con expresión de complicidad. Él sonrió lujuriosamente. Enrique se quedó serio.

Mi piel olía a semen y me había chupado el de mis dedos. También mi vestido tenía manchas por los chorros que había recibido. La verdad, temí continuar en esa situación, además, notaba las intenciones de mi jefe para que se la siguiera jalando con mi esposo presente. Así que decidí proponer que mejor fuéramos a nuestra casa a probar un vino muy especial que el hermano de Enrique nos había traído de España. Buscaría, así, una oportunidad para no dejar que mi jefe volviera a su casa sin la satisfacción de haberme cogido. Mi esposo me ha dicho que para un hombre es horrible quedarse a medias.

Enrique, aunque sorprendido con la propuesta, accedió. Me dijo al oído que iba a ser una buena oportunidad para que yo afianzara mi posición en la empresa de una manera adecuada y como él estaba conmigo no había peligro de malos entendidos que pusieran en peligro mi reputación. Le devolví el comentario con una sonrisa de agradecimiento. "Gracias mi amor", le dije melosa.

Mi jefe comentó que no quería de ninguna manera molestarnos. Sin embargo, accedió mostrándose como un hombre educado. También, propuso que al día siguiente yo podría llegar más tarde a la oficina si le ayudaba a organizar en mi casa unos expedientes que tenía en la oficina. Por supuesto que accedí. Luego, se atrevió a proponer. "Miren, yo no se donde está su casa. Así que les propongo que Aria se venga conmigo y una vez que recojamos los papeles ella puede guiarme a vuestra casa. No creo que nos tardemos mucho". Enrique pensó la propuesta brevemente, pero reconoció que confiaba plenamente en la relación tan profesional que había visto entre mi jefe y yo. Era evidente que después de más de un año que como su secretaria; entre nosotros sólo podía existir una relación de trabajo. Así que, expresó su acuerdo. "Excelente, me parece una buena idea, así tendré tiempo de preparar algo para picar y acompañar ese excelente Rioja de reserva que te va a encantar".

Mi jefe se guardó su polla y cerró la bragueta de su pantalón. Yo, con apuro, me aseguraba de que no se notaran los restos de semen en mi vestido y en mis piernas. Posteriormente, mi jefe insistió en cubrir la cuenta y, después de una generosa propina, salimos del bar.

Nos dirigimos al aparcamiento. Yo del brazo de Enrique, que miraba insistentemente las manchas de mi vestido. "Te manchaste, querida" me comentó. "Ah si, ya ves como soy torpe cuando bebo, me calló un poco de vino, pero ya está, en casa lo limpiaré mejor ¡Que observador mi rey!" dije, acercándome a él con un mohín. Mi jefe no hizo comentario alguno y, muy serio, caminaba hacia nuestro coche que era el que estaba más cerca. Cuando llegamos al vehículo, mi jefe se despidió de mi marido agradeciéndole la invitación a nuestra casa y prometiéndole que no tardaríamos en llegar para disfrutar ese buen vino de Rioja. Yo le di un cálido beso en sus labios y proseguí, con mi jefe hasta su Mercedes Benz. Caminamos separados, sin asomo de contacto. No había duda de que se veía que nuestra relación era eminentemente profesional y yo una dama casada de principios, recato y valores.

Noté que Enrique nos seguía con la mirada hasta que, satisfecho, encendió el auto y se dirigió con rumbo de nuestra casa. También noté que los chicos del valet parking no perdían detalle y despreocupadamente miraban mis piernas y las curvas de mis nalgas que destacaban gracias a la minifalda que entallaba las curvas de mi cuerpo.

Me abrió la portezuela del coche y generosamente le regalé una espectacular visión de mis hermosas piernas. El tipo que acompañaba a la chica del coche de al lado, también se quedó boquiabierto con la imagen, mientras aguantaba la reprimenda de su chica.

Mi jefe, por su parte, rodeó el coche, abrió su portezuela y colocó las llaves en la ignición. Sin encender el motor, me recorrió con su mirada. "Eres una mujer espectacularmente bella, Aria, y lo sabes muy bien" comentó. Sin mediar palabra me acerqué a él, le rodee su cuello con mis brazos y le ofrecí mis labios con pasión. Mientras tanto, sus manos recorrieron mis tetas y me subió el vestido hasta la cintura. "Me tienes loco, amor mío". Era la primera vez que escuchaba un expresión así del hombre que, hasta ese día, había considerado el más controlado y formal de los jefes de la empresa.

Me abrió el cierre del vestido y, mientras me acariciaba y besaba con desesperación, quedé con solo mi tanga de hilo dental y medias. Noté el impacto que tuvo el estar casi desnuda en su coche. Su erección era evidente y temblando recorrió mi cuerpo con sus manos mientras me besaba como poseído. "Estás hermosísima Ária, mmmm, hueles riquísimo" Yo dejaba que gozara de mi cuerpo mientras me curvaba como gatita. Insistía que mi aroma era increíblemente delicioso. Me quitó las bragas y empezó a recorrer con sus dedos mi clítoris hasta metérmelos en mi vagina. Después, los olía y chupaba palpitando de placer. "Qué riquísimo sabes, mi reina" murmuraba extasiado.

En eso estábamos cuando: "toc, toc, toc" "diiiscuulpe" Era el chico del valet parking, que con una mezcla de timidez y excitación y sin quitar la vista de mi cuerpo desnudo, nos pedía que nos retiráramos de ahí porque estaba prohibido, "besarse" en el estacionamiento. Mi jefe, con una pasmosa tranquilidad sacó la cartera y le enseñó un billete. El chico no lo vio porque estaba como hipnotizado viendo mi cuerpo desnudo, así que de nuevo le dijo: "hey, hey, jovencito ¿me puedes poner un segundo de atención?" "Siii, siii, siiii, disculpe" Con tranquilidad mi jefe le pidió que tomara el dinero y que le dijera si había algún lugarcito, que de seguro él conocía, para estar un momentito sin interrupciones. El joven, aliviado porque nos iríamos y quedaría bien con su jefe y con nosotros, le señaló un recoveco entre los árboles del jardín en donde podíamos estar muy bien sin molestias.

Noté su erección y su mirada insistente. Al ver su turbación mi jefe le preguntó ¿Qué no habías visto a una mujer? "No señor, le juro que como su novia jamás, señor, perdóneme, está más bonita que las del Play Boy" "Vale, vale, vete o si no, devuélveme el billete, chaval" Acto seguido, se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la puerta del bar. A los pocos metros se volvió y dijo "mu, muuchas gracias, perdóneme señor, es que la verdad, se lo juro, nunca había visto a alguien tan bonita, discúlpeme señorita" Mi jefe, serio, le dijo: "Ya no te disculpes tanto y lárgate de aquí, Y calladito ¿eh???" Siguió hasta entrar al bar. "Se va a masturbar, estoy segura", pensé.

Mi jefe encendió el vehículo y se detuvo en el lugar señalado y continuamos follando.

Me mamó las tetas y me recargó la portezuela para ponerse frente a mí y acariciarme las nalgas mientras me abría las piernas para mamarme los pliegues de mi sexo. "Me tienes loco, Aria, que rico hueles y sabes delicioso, mmmm". Yo, gemía y curvaba mi cuerpo para aumentar el placer. En un momento, me incliné hacia él, le abrí el cinto y le bajé su pantalón hasta que pude liberar su polla erecta. "Ricura, te la voy a mamar, papasito" le dije con lujuria. Le rodee con mano su falo erecto y me agaché para recorrerlo con mi lengua de la punta hasta sus testículos. Me detuve para lamérselos y continué de nuevo con su glande inflamado. Sentía como temblaba con cada caricia de mi boca. "Qué rico, chiquita" decía con excitación.

Abrí mi boca y se lo empecé a chupar. Mis labios, femeninos y turgentes, rodeaban la carne de su verga y notaba como se dilataban sus venas. Estábamos tan excitados que se llenaba el auto con jadeos guturales graves y profundos de él y las notas más agudas de mis gemidos deliciosamente femeninos y sensuales. Quería más, así que decidí expresarme plenamente. "¿Te gusta tener a una putita como yo mamándotela, mi rey?" le dije al oído, mientras me montaba encima de él buscando que me penetrara. "siiiii, muchooo" dijo, mientras agarrándome por la curva de mi cintura me la metió profundamente. Como quedaba frente a él agachó un poco su cabeza y se aplicó a chuparme mis pezones erectos. "Qué rico" expresé sintiendo su tronco erecto dentro de mi. "Eres una puta, Aria, y me encanta, eso" "mmmm".

Sentía su verga entrar y salir de mi vagina. Nuestros fluidos se mezclaban y todo era humedad en nuestro contacto. Yo curvaba mi cuerpo totalmente desnudo y gritaba de placer. Estaba poseída y perdía el control con aquella verga que me penetraba hasta las entrañas. Dentro del coche se escuchaban nuestras respiraciones agitadas, mis gemidos y mis nalgas que chocaban con su vientre cada vez que caía sobre su polla rígida. "Hummmmm". Yo hacía pausas para disfrutar su verga haciendo movimientos hacia los lados y de enfrente a atrás. Mientras me cogía me acariciaba las nalgas y me metía sus dedos en mi culo.

En un momento, cambió de posición. Me volteó y me atrajo de nalgas hacia él. Sentí su lengua recorriendo la raja en mi trasero y en ocasiones dentro de mi culo. Estaba poseída por sensaciones extraordinariamente intensas. Se acomodó y me atrajo de nalgas hacia él. Yo pensé que me la iba a meter por la vagina, pero, en su lugar, me empezó a penetrar por mi ano. "Uhummm" gemí, sintiendo un placer inmenso cuando su verga se hacía paso entre los tejidos de mi culo. Se acercó a mi oído y me preguntó "¿Te la habían metido por el culo, Putita?" "Mmmm, siiiiii" le respondí sintiendo que me venía. "¿Tu esposo?" "Noooo, a él noooo le gusta, tampoco se la mamoooo, máaaassss, cógeme másssssss" decía excitada. "Así que eres putisima, Aria. "Siiiiiiii, me encanta la verga" grité. "Pinche puta, eres una guarra de mierda" decía cuando sentía su inminente orgasmo. Temblaba. "Si soy una putota, que cojo y follo con cuanto tío me pide las nalgas ¿A poco no te habías dado cuenta?" "Me estoy corriendooooo, mmmm, qué ricooo" dijo, mientras me atraía hacia el y me besaba y chupaba con pasión el cuello. Súbitamente, sentí cómo se inflaba su polla y cómo se inundaba mi culo con su semen. Yo me vine, también, sintiendo cómo dentro de mí se liberaba un volcán de energía que se apoderaba de todo mi cuerpo con olas de placer. "Hazme en el clítoris con el dedo" le pedí. Vinieron más orgasmos seguidos hasta que sentí que su pene se ponía flácido.

Permanecimos unidos unos minutos. Al cabo de un momento, me voltee y le besé lentamente. "Te amo Aria" expresó mirándome a la cara. "No precioso, no me amas, me deseas que es diferente" le respondí. "En serio, Ar…" le puse delicadamente mis dedos índice en su boca y no le dejé continuar. "Mira, mi rey, yo amo a mi esposo, por eso no puedo amar a otro, y, seguramente hay, también, una esposa que amas. Dejemos las cosas así ¿vale?" Le seguí besando mientras mis cabellos acariciaban su pecho. "Pero, es que yo pensé que podía tenerte otra vez" Me sonreí cuando dijo esto "cómo son niños los hombres, no entienden" pensé. "Mira, cariño, no amarte no necesariamente significa que no podamos follar" abrió los ojos y expresó "Entonces… ¿si podemos coger de nuevo?" "Cuantas veces queramos, cariño. Anda vamos, que nos está esperando Enrique".

Me coloqué el vestido y me di cuenta, al verme en el espejo retrovisor del auto, que tenía un área roja en mi cuello. "Me dejaste un tremendo chupetón, mi cielo" le dije entre seria y divertida. Él, sin decir palabra no perdía detalle de cada uno de mis movimientos. También, me di cuenta que estaba empezando con otra erección, así que le conminé a que se vistiera. No era la idea pasar ahí toda la noche.

En el trayecto, tuve que quitarle más de cuatro veces sus manos que subían a mis muslos. Me decía que estaba aún muy excitado y que yo era la mujer más hermosa, inteligente y sensual que había conocido en su vida. "Y me vas a seguir teniendo, hermoso, pero por ahora lleguemos a casa, ¿vale?"

A la media hora llegábamos a casa. Mientras aparcaba el coche noté que Enrique se asomaba por la ventana, recorriendo un poco la cortina. No dije nada y con naturalidad, dejé que mi jefe me abriera la portezuela y bajé haciendo esfuerzos para que no se me vieran las piernas al bajar y recatadamente. Sin tocarlo siquiera le señalé el camino a la puerta de entrada.

Al llegar le di un beso a Enrique y le expliqué que nos habíamos tardado porque no encontrábamos los expedientes. Finalmente, desistimos y nos venimos lo más rápido que pudimos. "¿Se vinieron?" preguntó Enrique. "Si amor nos vinimos a casa" expresé muy seria.

La velada fue muy breve. Después de los pinchitos y dos copas de vino, nos despedimos con distante camaradería. Enrique, serio, le agradeció a mi jefes sus atenciones de la noche.

Al quedarnos solos Enrique se me acercó y preguntó "¿Estás cansada Aria?" "Si, un poco mi amor". Entendí que Enrique deseaba coger. Así que sin decir palabras le tomé de la mano y me dirigí con él a nuestra recámara. Ahí lo besé y me empecé a desvestir. Se dio cuenta del área rojiza de mi cuello, sin embargo, no hizo comentario alguno. Finalmente, tampoco encontraría restos de semen en mi vagina.

En un momento, mientras me penetraba, me dijo al oído "eres una mujer muy hermosa, mi amor, no quiero que me dejes nunca" "Claro que no mi amor. Yo también te amo".