Me manosean y follan en el metro.
Siguen las aventuras de Pamela y Noemi. En esta ocasión, Pamela ofrece a Noemi a dos extraños en el metro. Incluye anal, doble penetración y lésbico.
Si no has leído mis anteriores relatos ve a No consentido y busca Violada por una taxista.
Tras regresar al taxi, Pamela me hizo rebuscar en la maleta.
Encontramos una bata de enfermera, muy corta y unas pinzas para pezones.
Pamela se puso a lamer mis tetas, morderlas y tirar de los botones erectos.
Yo jadeaba mirando su pelo moreno, maravillada por todo lo que despertaba en mí. Nunca pensé que podía sentir tanto con otra mujer.
—¿Te gusta que te coma las tetas puta?
—Sí
—Mira cómo se te ponen de duras… —retorció mis pezones y empezó a abofetearlas.
Plas, plas, plas. A cada golpe mi coño se contraía. Estábamos fuera del taxi, con los transeúntes pasando por detrás, viendo lo que ella me hacía. Y eso me ponía a cien.
Cuando tuvo mis tetas rojas colocó las pinzas en los pezones erectos.
Me quejé, tenían como unos pequeños dientes afilados que se me clavaban.
—Shhhhhhh —susurró pasando la lengua por ellos—Pronto pasará la molestia, ahora ponte la bata.
—No me va a caber… Es muy pequeña.
—Mejor, quiero ver esos botones a reventar y que tu culo desnudo asome bajo ella.
Me ayudó aponérmela. Efectivamente mis pezones con las pinzas quedaban aplastados y apenas contenidos. Se veía con claridad lo que llevaba puesto y dado mi volumen la bata se subía a ras de mi coño, mostrando parte de mi culo desnudo.
—Preciosa —dijo lamiéndome la boca para comérmela después. Mi sexo palpitaba con una simple caricia suya—. Ahora vamos a dar una vuelta en metro, es hora puta…
—Dirás hora punta.
—No cielo, hora puta. Voy a hacerte zorrear.
Me cogió de la mano y me llevó a la boca más cercana, la gente seguía mirándome y a Pamela le gustaba tanto como a mí.
Entramos en la estación y me dio sus indicaciones al oído. Debía caminar tres pasos por delante de ella, y dar gracias si alguien me lanzaba cualquier tipo de comentario.
Fue excitante e intimidante, me dijeron de todo, un hombre incluso llegó a hacer ver que tropezaba para magrearme las tetas. Lo miré a los ojos y le di las gracias, mientras me ofrecía una sonrisa lasciva.
Cuando el vagón llegó, estaba atestado, las órdenes eran claras debía situarme de pie, no podía sentarme, buscar un lugar donde viera algún hombre que mostrara interés en lo que veía, sonreírle y ponerme de espaldas a él. Tenía que lograr que me manoseara como la puta que era.
Las puertas se abrieron y apenas me dio tiempo a mirar, fui empujada por la marea humana y encastrada entre dos cuerpos masculinos, el que tenía delante era un hombre trajeado. Parecía que iba a trabajar y miraba mi atuendo sorprendido.
A mis espaldas tenía un hombre mayor, bastante grueso y desaliñado, debía rondar los sesenta, de barriga pronunciada y camisa a cuadros. Su olor rancio a sudor llegaba a mis fosas nasales haciendo que arrugara la nariz.
Pamela estaba cerca observando todo lo que ocurría.
El vagón arrancó y me vi empujada súbitamente hacia atrás. La barriga blanda se clavó en mi espalda y la mano derecha del hombre me agarró del pecho.
—G-gracias —susurré girando el cuello sin apartarle la mano. Su pulgar se puso a trazar círculos sobre la pinza al ver que no hacía nada por detenerlo.
—De nada —murmuro, colando su otra mano bajo la falda para amasar mis nalgas.
El hombre de delante no podía creerse nada de lo que estaba viendo.
—Si quieres, tú también puedes —le invité. Pamela estaba escuchando y quería que se sintiera orgullosa.
Me permití la licencia de agarrar la mano del trajeado y llevarla a mi otro pecho. Sus ojos se cruzaron con los del hombre mayor y le vi sonreír apretando mi pezón. Yo gimoteé la pinza dolía y con su presión más todavía…
—Te gusta, zorrear, ¿verdad? —me preguntó sin dejar de apretarlo.
—Mucho —susurré separando las piernas para darle mejor acceso a ambos. Miré de reojo a Pamela que asentía.
La mano del hombre de detrás se deslizó entre mis pliegues y el culo. Ungiéndome con mis propios jugos.
Su boca se puso a lamerme el cuello, el aliento olía a cebolla, pero no importaba, incluso eso me excitaba.
El trajeado desabrochó un par de botones y mis tetas salieron disparadas, cualquiera podía verlas. Agachó la cabeza y se puso a lamerlas, yo seguía agarrada a la barra. Los dedos de mis pies se encogían del gusto.
—Estás empapada, puta —murmuró la boca en mi oído y se puso a penetrarme coño y culo, coño y culo, de manera alterna—. ¿Te gusta?
—Mucho, gracias señor —Él rio tenía los dedos rudos, gruesos, rápidamente añadió el segundo.
—Voy a sacarme la polla y me harás una paja, después veré si te premio con mi polla en tu culo.
—Eso me gustaría mucho, señor. —El del traje que me estaba mordiendo la parte de pezón que quedaba al descubierto no perdió tiempo.
—A mí también me pajearás, puta. Mientras te azoto ese coño que pide guerra.
—Muchas gracias, señor —repetí deseosa de lo que quisieran hacerme.
Sacaron ambos miembros, el del hombre a mis espaldas se sentía bastante largo y grueso, además de tener vello espeso cubriéndole los huevos.
El del trajeado era más fino y corto, me daba lo mismo quería masturbarlos a ambos.
Escupí en mis manos para que la experiencia fuera más agradable y me dispuse a pajearlos. Me gustaba el tacto de sus pollas en mis manos y oír sus gruñidos mientras me insultaban.
El que estaba a mis espaldas siguió con el vaivén de agujeros. Y el otro empezó a azotarme. Cada palmada era más intensa que la anterior. Gemía audiblemente y la gente que nos rodeaba no perdía punto a lo que pasaba.
Incrementé la velocidad de mis manos, y ellos la violencia de sus actos. Cuando tuve el culo suficientemente dilatado, el hombre mayor sacó sus dedos de mi culo, y me embistió con urgencia mientras me ordenaba que abriera la boca e introducía en ella cuatro dedos que empujaban hasta rozar mi campanilla.
Me dieron arcadas, cuando ocurría él presionaba la mano contra mi lengua y pedía que relajara. Todo eso sin dejar de follarme el culo.
El trajeado había empezado a tirar de las pinzas a la vez que me prodigaba unos azotes tan fuertes que notaba mi coño adormecerse. Me ardía y el flujo goteaba por mis piernas.
—Es muy puta —le dijo el hombre mayor al de delante.
—Lo es —corroboró el otro.
Yo jadeaba como una animal. El trajeado se cansó de golpearme y pidió que subiera una pierna a su cintura. Él también me quería follar.
Miré a Pamela quien estaba siendo masturbada por una mujer, le había subido la falda hasta la cintura, bajado las bragas y le estaba metiendo mano en su bollo de crema.
Sus labios se abrieron diciendo: Fóllatelos, puta. Su orden era lo único que necesitaba para levantar la pierna y que la polla delgada se colara en mi coño vacío.
Gemí, sentirlos a ambos dentro era una gozada, estaba tan rellena, me sentía tan usada que solo podía pedirles más.
Ellos reían comentando que nunca habían tenido una mujer tan guarra.
Les dejé que me follaran, recreándome en el aroma a sudor y sexo, el entre chocar de nuestra carne que me llenaba de lujuria. El primero en correrse fue el hombre de la camisa de cuadros, sentí los chorros de semen caliente entrar por mis intestinos, ello provocó que me corriera del gusto, arrastrando conmigo al hombre del traje quien rellenó de leche mi coño.
Cuando terminaron de descargar me ordenaron que los limpiara. Me puse de rodillas y dejé sus pollas relucientes.
Pamela me ordenó que gateara hasta ella, le dijo a la mujer que la estaba masturbando que se detuviera y me ofreció a mí el premio de su corrida.
La engullí agradecida, el sabor de su coño era adictivo.
El vagón se detuvo, me ayudó a que me levantara, recompuso su atuendo y me abrochó los botones del mío.
Salimos del vagón agarradas de la mano y comiéndonos la boca con hambre.
Espero que os haya gustado.
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