Me llevé una sorpresa

Mi aventura con los chicos moros me trajo nuevos amigos.

Hola de nuevo a todos. Como recordareis de mi último relato, estaba teniendo relaciones con tres chicos árabes, que me ponían a vivir cada vez que estaba con ellos. Ahora ya no están aquí, pues resulta que un día les pilló la policía, y como no estaban con la situación regularizada, pues les expulsaron de España. La verdad es que fue una pena, pero bueno, ellos me prometieron que volverían otra vez, y de broma me decían que se iban a traer más gente de su pueblo con ellos para que me conocieran. Yo les decía también de broma, que si venía alguien, que fuera con unas pollas más grandes que las de ellos, porque eran muy pequeñas. Bueno, el caso es que mi relación con estos chicos, me llevo a una situación muy extraña con otras personas.

En una de las ocasiones en que me estaban follando los tres, me pareció oír un ruido que venia de un pequeño cuarto que usaban para guardar comida, escobas y todo eso. Pero como lo escuche cuando me estaba corriendo y todos estábamos gimiendo y gritando, pues no le di más importancia.

A las dos o tres veces siguientes que estuve en la casa, también volvió a suceder lo mismo, pero en esta ocasión me pareció ver que la puerta del pequeño cuarto, que estaba entreabierta, se movía un poco. Eso ya me mosqueó más, y pensé que estos cabroncetes habían metido a algún amigo ahí, para que se pajeara con el espectáculo. Lo que me pareció una bobada, porque ya que estaba allí que el chaval se uniera al grupo. Ya sabéis que donde caben tres pollas, caben cuatro.

El caso es que tampoco le di más importancia, y si ellos no querían que su amigo se uniera a la fiesta, pues él se lo perdía. Poco después, fue cuando a ellos les enviaron otra vez a Marruecos, y yo me metí en problemas con mi divorcio, con lo que me olvidé de aventuras extrañas por algún tiempo.

Algunas semanas después volvía a casa, y cuando ya estaba cerca, se me acercó un señor y después de darme los buenos días, me dijo que si podía hablar un momento conmigo. Era un señor de unos 65 años, con poco pelo, barba de 2-3 días, tirando a gordito, y con la camisa abierta hasta medio pecho, por donde asomaba una camiseta interior. La verdad es que mi primer pensamiento fue que qué educados se habían vuelto los mendigos pidiendo, aunque la cara me resultaba algo familiar.

Me dijo que quizá estaríamos más tranquilos en su coche, que lo tenía aparcado justo delante de donde estábamos, y que si yo quería podía dejar abierta la puerta para que no tuviera miedo de nada. Al final nos montamos, y él me dijo que teníamos conocidos comunes, y que ellos me habían dado una cosa para mí. Me dio una cámara digital, en la que había unas fotos mías bastante comprometidas donde se me veía follando con mis tres moritos. En alguna foto aparecía con sus pollas dentro del culo y del coño, en otras con sus pollas dentro de mi boca, incluso en una se estaban corriendo encima de mí. En esta foto incluso se veía toda su leche por mis tetas. Me puse a pensar, y por la posición de las cosas en la habitación, me di cuenta que aquel era el cabrón que estaba dentro del cuarto, y que había aprovechado para sacar aquellas fotos, además de pajearse a mi salud. Y me acordé de quién era:

  • Tú eres el casero de los moros, ¿no?. Y estabas en el cuarto sacando estas fotos.

Me dijo que sí, que me había visto muchas veces saliendo del piso de ellos, y que les había preguntado que quien era yo. Le habían contado que me follaban cuando ellos querían, y el casero les hizo la oferta de una rebaja en el precio del alquiler si le dejaban mirar. Y entonces allí estaba él metido mientras estábamos en el cuarto.

  • ¿Y por qué me enseñas las fotos?, le pregunté.
  • Tienes que ir hoy por la tarde a las cinco a esta dirección. Y allí hablamos mejor. Si no, le daré las fotos a tu marido. Te he seguido y sé donde vives.
  • Cabrón, hablar, tú lo que quieres es follarme. Hijo de puta.
  • No te pongas así, Patricia. Podemos arreglarlo.

Me marche dando un portazo. Encima el tío cuando me pedía que fuera, tenía un aire tímido, de hecho, no levantó la vista en ningún momento, menos cuando me dijo que podíamos arreglarlo. Como si hubiera algo que arreglar. Lo que el tío quería era follarme por la cara. El caso es que lo que me venía muy mal ahora era que mi marido se enterara del tema de las fotos, porque lo podía usar para el tema del divorcio. Después de mucho pensar, decidí que haría lo posible por recuperar las fotos.

En resumen, que allí estaba a las cinco a punto de llamar a la puerta. Llamé y me abrieron. Subí al segundo y cuando estaba a punto de llamar me abrieron la puerta.

Entré. El piso era tirando a viejo, y por la decoración parecía el de una persona mayor. Detrás de la puerta estaba el casero. Me dijo que estaba muy guapa hoy, y que si quería pasar al salón. También me dijo que no me lo había dicho, pero que se llamaba Eulogio. Nos sentamos en el sofá y me preguntó si quería beber algo; le dije que algo suave, y va el animal y me atiza un copazo de coñac. Entramos en faena y le pregunté que era lo que pasaba con las fotos.

  • Patricia, desde que te vi una vez que nos cruzamos por las escaleras, me pareciste una mujer estupenda y muy guapa, por eso cuando noté que venias muchas veces a ver a esos extranjeros, supe que algo raro pasaba. Hasta que ellos me contaron qué era lo que hacían contigo. Un día les dije que les rebajaría el alquiler de la casa si me dejaban mirar mientras follabais, y me metí en el cuarto durante cuatro veces de las que estuviste con ellos. Desde ese día solo pienso en estar contigo.

Todo esto me lo decía todo colorado y con mucha vergüenza, mirando siempre hacia abajo. Se me paso por la cabeza que a su edad podía ser hasta virgen todavía. Noté que entre el coñac y la situación me estaba empezando a calentar un poquito. No en vano llevaba varias semanas sin estar con un hombre desde que se fueron los moros.

  • ¿Es esta tu casa?
  • Sí, aquí vivo solo.
  • ¿Y tu mujer?
  • No estoy casado
  • ¿Y no tienes ninguna amiga?
  • No, solo he vivido con mi madre hasta que murió.
  • Pobrecillo.

Entonces, le di una bofetada y le dije que se levantara. Esperaba no haberme equivocado, pero me pareció que era del tipo de personas que querían que alguien les mandara, y más si era una mujer, porque parecía que había vivido bajo las faldas de su madre todo el tiempo. Si me equivocaba me podía ganar una buena paliza, pero lo único que dijo fue:

  • Lo que tú digas, Patricia, me dijo mirando para abajo.

Había dado con un juguete en mis manos. Solo pensando en lo que iba a hacer con Eulogio, noté como mis braguitas se mojaban. Le ordené que se desnudara, cosa que empezó a hacer nada más se lo dije. Primero se quitó los zapatos y los calcetines, siguió con la camisa, y cuando se la fue a quitar, levantó la cabeza y aproveche para darle otra bofetada en la cara, y le dije:

  • No te he dado permiso para mirarme.
  • Perdón, Patricia.
  • Sigue quitándote la ropa.

Cuando se quitó toda la ropa pude ver que a pesar de que tenía un cuerpo bastante asquerosillo, tenía un buen aparato entre las piernas, a pesar de que estaba todavía en reposo, mediría sus buenos quince o dieciséis centímetros.

  • Vamos al baño, quiero bañarme.
  • Si, Patricia.

Me fue guiando hacia el baño.

  • No me mires mientras me desnudo.
  • No, Patricia.
  • No me mires mientras me quito mi blusa justita.
  • No, Patricia.
  • No me mires mientras me quito mis zapatos de tacón
  • No, Patricia.
  • No me mires mientras me quito la falda apretada.
  • No, Patricia.
  • No me mires mientras me quito las medias negras.
  • No, Patricia.
  • No me mires mientras me quito el sujetador que sostiene mis grandes tetas.
  • No, Patricia.
  • No me mires mientras me quito mis braguitas mojadas y dejo al aire mi coño depilado.
  • No, Patricia.

Me metí en la ducha, y le dije que me fuera enjabonando con la esponja despacito, pero con la mitad de la cortina corrida, para que no pudiera verme del todo y le ordené que no mirara mientras lo hacía. Yo también le eché un vistazo y pude ver como mis órdenes no le desagradaban, porque vi que ya tenía su verga empalmada en toda su extensión, y joder, vaya extensión.

Empezó a enjabonarme por las piernas, despacito y recorriéndolas varias veces de arriba abajo, siguió por mi culo, donde se detuvo un rato en la rajita, y mientras pasaba la esponja, me metió un dedo en el agujero, moviéndolo en círculos despacito. Este medio idiota me estaba poniendo a mil.

Subió por la espalda, haciendo todo muy despacito. Cuando llegó a la cabeza, me senté en el borde de la bañera y dejé que me la lavara con champú. Mientras hacía esto y cuando se movía yo notaba como me rozaba en la espalda su dura polla.

Me aclaró la cabeza y entonces ya se dedicó a mis pechos. Me los empezó a masajear despacito, deteniéndose un largo rato en los pezones, que bajo la esponja se estaban poniendo como garbanzos, y también en la parte inferior de mis tetas, que es una parte que tengo muy sensible. Oleadas de sensaciones salían de allí, tanto que me tuve que sujetar con las dos manos a la barra de la ducha. Noté como se ponía más nervioso, y mientras me enjabonaba con una mano, con la otra noté como se empezaba a pajear.

  • Esto es lo que hacías cuando mirabas detrás de la puerta, ¿no?
  • Sí, cuando me dejaban me hacía unas pajas monumentales.
  • ¿Y que era lo que más te gustaba?
  • Cuando te ponías a cuatro patas y te metían una polla por detrás y tú chupabas otra.
  • ¿Te gustaban las pollas de los moritos, eh?
  • Eran grandes, sí.
  • Pero la tuya también es grande.
  • Sí, esto me decía mamá.
  • ¿Ella te veía tu polla?
  • Si, se la enseñaba una vez a la semana.
  • ¿Y qué más te decía?
  • Me decía: La tienes mucho más grande que tu padre, Logio. Ella siempre me llamaba así, y después me hacía una paja hasta que me corría.
  • Vaya con mamá, ¿y que más hacíais?
  • Nada más, luego me acostaba y a dormir.
  • Pobrecillo, y te ibas con todo el calentón, menos mal que aquí está ahora mamá Patricia para calmarte, ¿verdad, Logio?
  • Sí, Patricia.
  • Ahora sigue enjabonándome, te falta todavía alguna parte de mi cuerpo.

Lo entendió rápido y empezó a enjabonar el vientre, pero poco a poco fue bajando la esponja hacia mi coño, y después de enjabonarlo bien y de pasar la esponja varias veces, cosa que me hizo sentir mucho placer, dejó caer la esponja y se dedicó a darme placer con los dedos. Metió dos de ellos hasta el fondo y empezó un movimiento de mete y saca y a la vez los giraba. Yo ya estaba con las piernas un poco agachadas para facilitarle la penetración, lo que aprovechó el casero para rápidamente meter un dedo en el culo y empezar a moverlo. Vaya con Logio, casi sin darme cuenta, estaba haciendo que me corriera por primera vez. En cuanto acabé de sentir los temblores del orgasmo, salí del baño, y agarrándole de su rabo, le dije que fuéramos a la habitación enseguida.

  • ¿Me vas a dejar hacerte todo lo que te hacían los moros?
  • Claro, Logio.
  • ¿Y me podré correr dentro, Patricia?
  • Si te portas bien, sí.
  • Haré todo lo que me digas, mamá. Hace mucho tiempo que no me corro dentro de una mujer, solo me hago pajas.

Entramos en la habitación y me tumbé en la cama.

  • ¿Por donde quieres que empiece?
  • Por donde tú quieras, Logio.
  • Vale.

Para mi sorpresa, empezó por chuparme los pies de arriba abajo y por todos los sitios, y la verdad es que lo hacía de una forma fantástica.

  • ¿Dónde has aprendido esto?
  • Se lo hacía a mamá muchas veces.

Vaya con mamá.

  • Hazme más cosas de las que le hacías a mamá.
  • Vale

Subió con su lengua hacia arriba poco a poco dejando un rastro de saliva en mis piernas, y luego por el interior de mis muslos, hasta llegar a mi rajita. Allí se sumergió y recorrió todos los rincones de mi vagina, haciendo parada en aquellos en los que veía que mis gemidos eran más fuertes. Estuvo más de veinte minutos chupando y sorbiendo todo lo que salía de mi coño. Solo paró un momento para decirme:

  • Haces los mismos ruidos que hacía mamá.

Dijo esto y volvió a meter la lengua. Me había llevado a una corrida que había durando por lo menos dos minutos. Ya no es que tuviera la vagina empapada, es que solo era agua. Mientras tenía los ojos cerrados, llegué a pensar que me había meado.

De repente se paró unos segundos. Pensé que me iba a decir algo, pero noté que apoyaba algo más grande en la entrada de la vagina, y de repente ya estaba bombeando con su aparato dentro de mí. Se notaba que tenía ganas de correrse dentro porque todo el tiempo que aguantó estuvo moviendo las caderas como un condenado. Yo pensaba que ya tendría tiempo de domesticar a esta fiera y enseñarle a ser mejor follando. Aun así me corrí una vez más justo antes de que el casero empezara a rugir y a ponerse tenso mientras me soltaba todo el contenido de sus huevos, antes de que se derrumbara encima de mi. La verdad es que debía de llevar bastante tiempo sin descargar porque cuando sacó la polla de mi vagina la leche salía en una cantidad que yo no había visto otras veces.

Se tumbó a mi lado. Y le pregunté:

  • ¿Que tal?
  • Ha sido increíble
  • Pues si no me das las fotos, no me volverás a ver. Aunque se lo digas a mi marido.
  • No, eso no.

Se levantó y me dio la cámara donde estaban las fotos. Pensé que igual había hecho copias, pero la verdad es que no me pareció que fuera tan espabilado. De repente, le di una bofetada, y el bajó los ojos y me preguntó:

  • ¿Por qué me pegas ahora?
  • ¿Qué pasa, que no te gustan mis tetas, no las has hecho ni caso?
  • Perdón.

Se dedicó a pasar la lengua por toda la superficie, aunque sabía exactamente donde pararse para darme el mayor placer posible. Mientras, con una mano, se dedicaba a mi rajita, llenándose los dedos de una mezcla de semen y flujo vaginal, que luego chupó hasta dejarse seca la mano. Como mientras tanto, su verga se había puesto tiesa de nuevo, hice que se tumbara abajo, y después de cabalgarle durante un rato, le regalé una mamada de las de campeonato, recorriendo con la lengua toda la longitud del miembro, y parando en la parte de debajo del glande, cosa que le hizo poner los ojos en blanco. El mismo color del semen que descargó en mi boca, y que yo le pasé a la suya metiéndole la lengua hasta el paladar, y que los dos tragamos sin dudar.

Este fue mi primer contacto con el casero. Os iré contando más historias que tuve con este ejemplar de macho ibérico.

Si queréis enviarme cualquier comentario o alguna foto, ya tenéis mi correo ( pmrm1970@mixmail.com ). Besos a todos