Me llamo Sonia 4

Diario y experiencias de una chica de este siglo

Aquel fue un episodio aislado en nuestras vidas; pero creo sinceramente que nos gustó a ambas y en nuestro fuero interno deseamos que se pudiera repetir alguna vez más. Seguramente, cuando las circunstancias fueran propicias; de todos modos, preferíamos los chicos y tener esos encuentros sexuales con ellos. De momento nos conformábamos con desearlo e imaginarlo; no cualquier chico nos podía valer. Eso es lo malo de ser exigente, que reduces mucho el número de aspirantes a entregar tus afectos y tu cuerpo.

Nuestros días fueron pasando tranquilamente, entre el estudio y alguna salida en fin de semana. En casa todo iba con aparente normalidad. Mis padres venían tarde del trabajo y nosotros, mi hermano y yo, a esas horas normalmente ya habíamos tomado algo para cenar y estaba cada uno en su cuarto estudiando. Nuestros padres entraban a saludarnos y a ver cómo nos iba. Nada fuera de lo corriente. Ellos cenaban, se acostaban y al día siguiente, vuelta al trabajo.

La vida de mi hermano transcurría como la mía:  estudios, amigos, deporte y alguna que otra fiesta; nada serio ni definitivo. La mía, como digo, prácticamente igual. Lo de Luz y yo no se había vuelto a dar ni nosotras tampoco le dimos demasiada importancia; ocurrió y ya está. Nuestra relación seguía en los mismos términos que antes, aunque nos mostrábamos más desinhibidas entre nosotras cuando estábamos juntas. Nos confesábamos nuestros pequeños placeres solitarios de vez en cuando; nos reíamos y lo celebrábamos comentando lo de siempre: si los chicos supieran…

A mi hermano lo veía poco; menos de lo que realmente hubiera querido; para mí siempre ha sido alguien a quien admirar (es mayor que yo); pero ya se sabe que los chicos van a su bola y no se les puede pedir más. Creo que algún día tendremos que tener más confianza y mayor amistad entre nosotros.

Sin embargo algo perturbó mis opiniones al respecto. Fue en clase de Antropología cultural, una asignatura optativa que elegí. La profesora nos habló de las relaciones parentales en las diferentes culturas. Descubrí que la relación padre-hijos y entre hermanos era frecuente y por eso se había creado una especie de ley, el tabú del incesto, para proteger la descendencia, pues los nacidos de padres de la misma sangre se empobrecen genéticamente. Pero la profesora nos dijo que a pesar de eso, el incesto era una práctica bastante común; ya Noé se acostó con sus hijas. Y los hermanos eran casos muy frecuentes. Todos los alumnos nos mofamos de aquella situación:

—   Yo con mi hermana o con mi madre ni borracho…

—   Mi hermano es un imbécil… lo odio, decía una chica

Y poco más o menos así todos y todas íbamos reaccionando. Yo, sin embargo, fui a la biblioteca a seguir investigando sobre ese tema, llevada más por la curiosidad que por otra cosa. Leyendo y leyendo, en algún lugar leí:

“El incesto, que tiene esa mezcla de "prohibición", placer, amor filial, y sentir que estas complaciendo de esa forma a alguien que conoces desde siempre, enloquece a cualquiera. El incesto es el néctar de los dioses”.

Pensé que era una exageración y no le di más vueltas. Para nosotros no eran situaciones normales; así que quedaba reducido a mera consulta cultural. Recuerdo que cuando lo comenté con Luz, me miró muy extrañada y me dijo que no hiciera mucho caso; dado que tu hermano es además un idiota, afortunadamente, nada tenemos que temer de él. Nos reímos y seguimos con nuestras cosas.