Me llamo Sonia 3
Diario y experiencias de una chica de este siglo
Nunca hay que forzar las cosas; éstas acaban sucediendo tarde o temprano. Solíamos quedarnos alguna vez una en casa de la otra a dormir y a pasar el día siguiente. Los padres de Luz estaban de viaje y como ella es hija única, vieron con muy buenos ojos que yo me quedara con ella en su casa a dormir. Salimos de fiesta hasta bien entrada la madrugada y veníamos ambas con una copa de más. Habíamos ligado y nos habíamos calentado manoseadas por los chicos y aunque no habíamos llegado a mayores volvíamos a casa medio borrachas y calientes. Subimos a su habitación y nos tumbamos en la cama de sus padres; era muy amplia y pensamos que estaríamos más cómodas que en las estrechas camas de su habitación. Tumbadas nos contamos cómo nos había ido a cada una con los chicos; nos reímos y confesamos mutuamente lo insatisfechas que habíamos vuelto.
— es que los chicos no saben acariciar, me confesó Luz
— ¿ah no? Le dije
— de sobras sabes que no; son muy brutos y solo saben ir al sexo
— ¿y cómo te gusta a ti? Le pregunté con toda intención poniendo mi cara cerca de la suya
— Me gusta así: mira, te voy a enseñar, tonta
Tomo mi cara entre sus manos y empezó a besarme suavemente por los párpados, por las mejillas; sentía sus labios carnosos sobre mi cara; su lengua la recorría con delectación; me besó la punta de la nariz y bajó a mi boca. Yo la esperaba con los labios entreabiertos. Me los lamió, los chupó, los sorbió y estampó los suyos en los míos mientras su lengua buscaba la mía para jugar con ella, enredándose, saboreando el interior de mi boca, mordisqueando la lengua y los labios tiernamente. Sus tetas rozaban las mías, sus pezones, los míos, las restregaba hábilmente contra mí. Múltiples sensaciones recorrieron mi cuerpo. No podía pensar, solo sentir esas nuevas sacudidas que me erizaban la piel y aumentaban mi ansia.
Sus manos desnudaron mi torso; yo me dejaba hacer, entre deseosa y pasmada. Ella se quitó su vestido igualmente. Me bajo los tirantes del sujetador y paso su lengua por mi canalillo. Aquello me estaba empezando a gustar. Yo mientras le acariciaba sus lindos cabellos, que le caía en amplias ondas sobre su espalda; pasaba mis dedos por su oreja y por su cuello mientras ella me besaba y me lamía. Finalmente me despojó del sujetador en su totalidad y tomó mis pechos en sus manos. Yo sentí un escalofrío que envolvió todo mi cuerpo y le dejé hacer. Apretó mis pechos con sus manos y su boca buscó mis pezones, ya de punta y excitados. Su lengua recorrió las morenas aureolas y sus dientes mordisquearon los pezones. Yo empecé a gemir presa de un estremecimiento placentero. Chupando y mordiendo casi me lleva a mi primer orgasmo; pero aún me esperaban nuevas y mejores sensaciones. Realmente Luz era una maestra. Me estaba haciendo sentir como nunca había sentido y yo me entregaba a ella, a sus expertas manos.
Me tumbó boca arriba y su lengua, luego de jugar tiempo con mis pechos, bajó hasta mi ombligo; allí se detuvo lamiéndolo en círculos ampliándolos lentamente con su lengua hasta abarcar todo mi estómago. Yo me contraía en espasmos de placer y seguía gimiendo, como invitándola a seguir.
Se irguió y me separó las piernas. Empezó a acariciarme los pies; me besó los dedos, uno por uno, los chupó y los lamió. Nadie me había hecho nunca semejante cosa; pero me gustó y me excitó. Subió por las piernas; primero una y luego la otra, hasta los muslos. Me hizo poner las piernas en ángulo para poder lamerme mejor el interior de los muslos. Uffff… Aquello me estaba poniendo a mil… Mis manos apretaban la colcha de la cama; la apretujaba, la arrugaba… gemía y gemía, aun con suaves gemidos guturales.
Siguió subiendo hasta las ingles. Me las lamió de arriba abajo y su lengua se empezó a acercar a mi monte de Venus. Primero me olió y después pasó sus dedos por mi húmeda vagina, llena de fluidos; los mojó y me dijo:
— Chupa, siente como sabe tu coño.
Yo chupé sus dedos ansiosamente y noté el sabor entre ácido y salado de mi entrepierna; los lamí y los mordisqueé. Ella igualmente los lamió después y los chupó. Me miró sonriendo y se abalanzó sobre mi sexo, y con su lengua comenzó a acariciarlo.Sintió mi clítoris palpitante, y lo palpó con cuidado, a una velocidad incitante pero moderada. Yo me retorcí un poco, gimiendo; me asió por el cuello, pero luego levantó mi rostro a la altura del suyo y me comió la boca. La besaba mientras sus dedos me complacían. Mis caderas habían comenzado a moverse, buscando arrancarle más intensidad a sus caricias. Me separé un poco y me quedé viéndola fijamente. Entonces me dijo:
— ¡Aun eres virgen!
— Si, Luz, aun… de tan excitaba que estaba, la voz casi no me salía del cuerpo
— Eso lo vamos a arreglar enseguida
Sacó de un cajón de su habitación un pequeño consolador y se dirigió hacia mí.
— Relájate, me dijo
Yo intenté relajarme, no sin cierto temor. Con mucha paciencia comenzó a empujar el consolador contra mi himen. Apretó lentamente hasta que pude sentir que algo se introducía en mí. El himen cedió, sentí que muchos alfileres picoteaban la entrada de mi vagina. No sé cuánto había entrado, pero me dolía mucho, me parecía que una cuña trataba de partirme en dos. Ella se quedó quieta, besando mis labios, mi nariz, mis mejillas con una ternura que me parecía infinita. Me calmé, noté como se desvanecía el dolor y suspiré con un impulso que venía de mi alma. Poco después continuó con su tarea. Ya no sentía dolor. Su ternura y mi excitación aliviaban esa primera vez. Mientras lo hacía, ni siquiera me atreví a quitarle la vista de encima. Ella me miraba y yo a ella. Estaba igual que excitada que yo, podía verlo en sus ojos. Retiró un poco el pene artificial, lo impulsó nuevamente, mi vagina se distendía extrañada al ser invadida por un hierro candente. Repitió la operación dos o tres veces, a cada empuje, me salía un gemido cada vez más profundo.
Retiró aquel objeto de mi interior y pasó a lamer la entrada de la vagina; metía la lengua, ya sin barreras, hasta dentro y allí me masajeaba. Mientras lo hacía, sentía de nuevo la misma ansiedad. Agobiada por su paciencia, empujé las caderas, envolviéndola por completo. Me sonrió pícaramente y yo le devolví la sonrisa. Luego, dejando muchos besos por todas partes, fue descendiendo, hasta que sus dedos se introdujeron donde tanto había estado esperando. Sus dedos salían y entraban en mí; yo estaba a punto de estallar de placer; los dedos, cuando salían masajeaban mi clítoris; allí se detuvo un rato hasta que me llegó el orgasmo. Fue brutal. Me retorcí y jadee hasta casi el ahogo. Luego vino la relajación; con la respiración entrecortada me fui sosegando con los ojos cerrados. Al abrirlos me encontré con la sonrisa entre pícara y burlona de mi amiga.
— ¿Qué, te ha gustado, no?
— Ufff… de sobras sabes que sí.
— Pues ahora me toca a mí gozar. A ver cómo te portas.
Confieso que me costaba moverme. La atraje hacia mí, recostándola sobre mi cuerpo. La abracé y empecé a besarla; ahora era yo la activa y ella era la que recibía. Acariciaba su espalda y mis manos bajaban hasta su cintura y hasta sus nalgas. Los apretaba y masajeaba. Ella apretó su sexo contra el mío, frotándolos primero suavemente y poco a poco con mayor fuerza. Yo mientras seguía masajeándole los glúteos, se los abría y cerraba con fuerza; aquello le gustaba; lo notaba en las pequeñas convulsiones de su cuerpo pegado al mío. Le hice chupar mi dedo y así, mojado, lo deslicé por en medio de su culo, acariciando su agujero de arriba abajo, hasta que me paré en él e introduje u poco el dedo en él. Luz gimió. Entonces noté que estaba a mi merced; que su placer y felicidad dependía de mí. No la pensaba defraudar.
Me separé de ella y la puse boca abajo en la cama. Monté sobre ella a horcajadas y con mis manos masajee su nuca; acariciaba su pelo a contrapelo, desde el nacimiento de su cabello, hacia arriba y hacia abajo, después; besé entonces su nuca y le di pequeños mordiscos. Su piel se erizó completamente. Pasé a la parte lateral de su cuello para llegar al lóbulo de sus orejas; los lamí, los chupé y los mordí. Mi amiga jadeaba ya. Se estremecía y abría su boca para poder respirar mejor.
Entonces utilicé mis uñas. Las pasé por su espalda; quería que las sintiera deslizarse por ellas, quería señalarla; los estremecimientos se convirtieron en espasmos. Baje con las uñas hasta los glúteos; los arañé, los pellizqué y los azoté suavemente; enrojecieron y esa llamada de la sangre le proporcionó calor y placer. Después los abrí y mi lengua recorrió la entrada virginal de su lindo e inmaculado culo. Aquí Luz tuvo su primer orgasmo, aun callado y contenido. Yo continué con mi lengua bajando más; me recreé entre su culo y su vagina; le lamí una y otra vez, notando como a Luz le gustaba y la volvía a excitar sobremanera.
Entonces la volteé. Aproveché e introduje mi lengua en su sexo, la moví lo mejor que pude, esperando que mi mejor esfuerzo no la desilusionara. Su cuerpo siguió tensándose, y la vi sujetar las sábanas con fuerzas. Seguí con mi boca entre sus muslos. Movía mi lengua con movimientos circulares, luego la presionaba intermitentemente, acercando más mis labios para intentar atrapar su clítoris entre estos, y chuparlo y succionarlo a mi antojo, pero a veces se me dificultaba, y terminé con sus labios mayores entre los labios de mi boca. Ella volvió a estremecerse.Su cuerpo se tensó una vez más mientras la punta de mi lengua bordeaba de nuevo, pacientemente, su clítoris.
Una vez más me sentí tentada a penetrarla con mis dedos, pero esta vez introduje dos y comencé a explorarla, a llenarla con movimientos circulares, rápidos y lentos, separando mis dedos dentro, intentando meterlos hasta donde ya no pudiera más. Mientras lo hacía ella se reincorporó un poco, se sostenía con sus codos, sus piernas cada vez más abiertas mientras me miraba fijamente, yo le despegué la vista únicamente para seguirla besando ahí donde tanto me gustaba saborearla. Porque me gustaba su sabor. Al inicio no me había terminado de acostumbrar, pero después simplemente me encantó.
Se terminó de reincorporar aplastando mi mano en el proceso. Me abrazó y me besó. Mis dedos seguían prisioneros en su interior.
—Me cortarás la circulación —rió medio en broma medio en serio.
Se movía sobre mi mano mientras yo intentaba que mis dedos conservaran una posición rígida. Sus caderas subían y bajaban rápido y lento. Ella se sostenía de mi cuerpo pero luego se sostuvo echando sus brazos para atrás. De esa manera pude ver como ella misma hacía todo el esfuerzo para que mis dedos la penetraran a su antojo. Al fin noté que un puñado de flujos llenaba mi mano. Luz estalló en un orgasmo magnífico, expansivo y enérgico, hasta tal punto que casi se desmayó.
Después, nos abrazamos muy fuerte y, así, juntas, nos dormimos. No tuvimos necesidad de decirnos nada.