Me llamo Rebeca. Soy una puta, casada e infiel.

Una noche de copas con unas amigas, me llevó a disfrutar en los baños de un bar con un desconocido. Nunca había sido infiel hasta que se cruzó ese maduro en mi vida y descubrí que el sexo podía ser guarro, salvaje y divertido.

Esa noche maldita estaba de copas mientras mi marido se había ido a ver el fútbol con unos colegas. Quizás por eso, me sentía sola a pesar de estar con unas amigas. Cabreada por llevar casi una semana sin follar, miré a mi alrededor, mientras soñaba inconscientemente en vengarme de mi hombre por preferir a 22 tíos corriendo detrás de una pelota a mí. Nunca le había sido infiel pero en ese momento pensé que no me importaría echarme en brazos de un desconocido.

Justo en ese momento, decidí ir a por una cerveza y mientras me acercaba a la barra, descubrí que el único sitio libre estaba junto a un hombre alto, bastante mayor pero que curiosamente me miraba sonriendo.

Os confieso que me pareció conocido pero no caía en quién era y por ello cometí la tontería de decirle hola.

-Hola preciosa, te estaba esperando- contestó con una voz gruesa y varonil que contra mi voluntad, me puso los pezones como escarpias.

-¿Nos conocemos?- respondí alucinada mientras entre mis piernas comenzaba a arder un pequeño incendio.

El tipo en cuestión, soltando una carcajada, respondió dejando caer su mano entre mis muslos:

-Todavía no, pero si no me equivoco esta noche nos vamos a conocer profundamente.

En cualquier otro momento, le hubiese cruzado la cara con un bofetón por insinuarse de esa forma pero esa noche algo me lo impidió y más excitada de lo que nunca reconoceré a alguien contesté:

-Estoy casada.

Esa confesión pareció no importar al desconocido y llamando al camarero, le pidió dos whiskies. Impactada por mi reacción y mientras notaba como su mano acariciaba sin reparo mi pierna, solo pude murmurar que me apetecía una cerveza.

-Conmigo, beberás lo que yo diga- respondió usando una autoridad que me resultó atrayente.

Callada y muerta de vergüenza, me quedé sentada temiendo que alguna de mis amigas se percatara del modo en que ese tipo me estaba metiendo mano.

«¡Que voy a decir!», pensaba al tiempo que se iba acrecentando la hoguera que amenazaba achicharrar mi sexo.

Lo peor fue notar justo cuando el empleado me ponía la copa, un dedo recorriendo la tela del coqueto tanga que me había puesto y sin ser capaz de protestar, solo atiné a beber un sorbo, quizás deseando que eso apaciguara lo que estaba sintiendo.

Desgraciadamente para mí, ese sujeto sabía que ocurría en mi cuerpo y acercando su boca a mi oído, comentó:

-Abre tus piernas.

«¿Qué estoy haciendo?», me pregunté en el interior de mi mente mientras obedeciendo separaba las rodillas, aun sabiendo que eso le iba a dar un mejor acceso a mi encharcado coño.

Mi inesperado amante aprovechó mi entrega para introducir una yema debajo de mis bragas y sin importarle la presencia del resto de la gente, empezó a masturbarme. Un gemido me salió de dentro confirmando mi disposición a ser manoseada por ese misterioso hombre y tratando de tapar lo que ocurría debajo de la falda, puse mi bolso encima.

-Por favor, pueden vernos- casi sollozando, murmuré.

-Me da igual- respondió dejando entrever su carácter dominante.

No supe en ese momento que fue lo que me empujo a permanecer ahí, si las ganas de vengarte de mi marido o la calentura que ya me envolvía, lo cierto es que con la respiración entrecortada, le imploré que se diera prisa.

-Acompáñame- contestó y dejando su silla, ante mi desconcierto, ese maduro se dirigió al baño sin mirar hacia atrás.

«¿Qué coño se creé? Me está tratando como una puta», mascullé indignada sin darme cuenta que respondiendo a su llamada, me levantaba y corría tras él.

Justo cuando estaba a punto de entrar, la cordura me hizo dudar pero ya era tarde porque cogiéndome de la cintura, sentí como ese desconocido me lanzaba dentro y cerraba la puerta.

-¿Qué haces?- por primera vez, muerta de miedo, protesté.

Sonriendo, el maduro contestó:

-Voy a follarte.

Nada más escuchar su afirmación, comprendí que era cierto pero nunca me esperé que sin dirigirme la palabra, ese maldito me diera la vuelta, me subiera la falda y bajándome las bragas, de un solo empellón, me penetrara.

-Dios- conseguí decir mientras todo mi ser temblaba de placer al sentir mi conducto hollado por un pene que ni siquiera había visto ni tocado y para colmo, de cuyo dueño desconocía hasta el nombre. Lo que si sabía es que lo tenía enorme por la forma en que una y otra vez, ese tipo machacó mi coño.

Con treinta años, casada y con varios novios en mi haber, comprendí que me habías encontrado con un verdadero portento cuando todas mis neuronas comenzaron a vibrar y olvidando que me podían oír fuera, le empecé a gritar que no parara.

-No pienso hacerlo- escuché que respondía mientras mi cuerpo era zarandeado con violencia y mi cara era aplastada contra los azulejos del baño.

La rudeza con la que la verga de ese sujeto campeaba en el interior de mi chocho me tenía tan excitada como confundida. Nunca jamás nadie me había usado de esa forma, se podía decir que ese capullo me estaba violando y a pesar de que lo lógico hubiera sido que hubiese intentado huir, todo mi ser deseaba que no terminara ese suplicio.

«¡Qué asco me doy! ¡No me pudo creer que lo esté gozando!», sollocé en mi mente mientras mi cuerpo disfrutaba.

En mitad de ese placentero suplicio, mi amante afianzó su ataque cogiéndome de los pechos. Al sentir sus garras clavándose en mis tetas mientras su pene destrozaba mi cordura a base de fieras embestidas, me llevó a un estado de lujuria sin igual:

-Cabrón, ¡me estás volviendo loca!- alcancé a decir totalmente entregada. Jamás había experimentado algo igual, el placer de ser tomada en ese lugar, la humillación de haberme entregado a un tipo anónimo y la destreza con la que me estaba follando, hicieron que mi coño pidiera más.

-Todavía no he terminado- contestó “mi agresor” al oír mi suplica y pellizcando duramente uno de mis pezones, me exigió que me moviera.

Obedeciendo, bombeé mis caderas hacia adelante y hacia atrás siguiendo el ritmo de la dura verga que me hoyaba mi sexo. Mi nuevo entusiasmo le pareció poco y mostrándome su disgusto con un azote sobre una de mis nalgas, ese cerdo me obligó a incrementar mi bamboleo.

-Me vas a romper- chillé al sentir su pene golpeando contra la pared de mi vagina.

Para entonces todo mi mundo estaba concentrado en lo que ocurría dentro de mi coño y en el violento asalto al que estaba sometido y por eso no me importó que ese maldito estuviera castigando mi culo con duros manotazos. Es más cada uno de esos golpes incrementaron el placer que sentía y sin poder hacer nada por evitarlo, me corrí cuando sin avisar experimenté que mi conducto se llenaba de su semen.

-No te corras adentro- protesté sin dejar de moverme.

Nada pude hacer por evitarlo. Mientras todo mi cuerpo era sacudido por ese cúmulo de sensaciones, ese maduro me sujetó de la cintura y me obligó a ser receptáculo de su simiente.

-¡Por favor! – supliqué al recordar que no estaba tomando la píldora y que podía quedarme embarazada.

Obviando mi sufrimiento, el desconocido vació sus huevos en mi interior con decisión. Solo cuando se sintió satisfecho, sacó su verga y buscando mi completa humillación, la puso frente a mi boca y soltando una carcajada, me ordenó:

-Límpiamela.

Como un zombi sin voluntad, saqué mi lengua y comencé a lamer ese enorme tronco con un fervor que me dejó aún más consternada porque, no en vano, me percaté que seguía excitada y que en lo único que podía pensar era en que volver a sentir ese pene incrustado dentro de mi chocho.

El inexpresivo sujeto advirtió el fuego que me estaba consumiendo al notar que me estaba excediendo y que en vez de estar limpiando de mis restos su verga lo que realmente estaba haciendo era mamársela. Haciéndome saber que me consideraba una guarra, se guardó la polla y cerrando su bragueta, murmuró:

-Me apetece una copa- tras lo cual salió del baño dejándome todavía más despreciada.

Vejada, ofendida, desdeñada, avergonzada… todo apelativo era poco para definir mi estado. Roja como un tomate y casi llorando, volví a la mesa donde mis amigas seguían sentadas. Afortunadamente, ninguna me había echado de menos porque la verdad no sé si hubiese podido aguantar un interrogatorio.

«Soy una puta barata», pensé de mí al sentir el esperma del maduro discurriendo por mis muslos, «¿cómo es posible que lo haya permitido».

Sin respuesta que explicase mi actitud, me sorprendí buscando entre la gente al cincuentón.

«Vete a casa, ¡no vayas a hacer una tontería!», mi conciencia me aconsejaba pero negándome a hacerla caso, me quedé como anclada a mi silla al ver que el desconocido estaba pagando su cuenta.

Como perra sin dueño, me lo quedé mirando deseando que me hiciera una seña para que lo acompañara, aunque eso significara mi perdición. Lo más humillante de todo es reconoceros que durante el par de minutos que tardó en vaciar su copa, estaba sufriendo pensando en que me dejaría tirada.

Por eso cuando, pasando por mi lado, ese cabrón me susurró al oído que le acompañara, pegué un grito de alegría y sin ponerme a pensar en que dirían mis conocidas, agarré mi bolso y le seguí.

-¿Dónde vamos?- pregunté al pisar la calle.

-A seguir follando- fue su lacónica respuesta mientras me empujaba dentro de su coche.

Ni siquiera en ese momento recapacité en lo que estaba haciendo y con todas mis hormonas en ebullición, esperé callada en mi asiento mientras ese hombre me llevaba a un destino desconocido.

Lo creáis o no, en mi mente solo había un pensamiento:

“Estaba emocionada con su promesa que me iba a follar”.

Durante todo el trayecto, el silencio se adueñó del vehículo pero eso lejos de enfriar mi calentura, la exacerbó porque sin otra cosa que hacer me puse a pensar en lo que se avecinaba y en las sorpresas que me depararía ese maduro.

Por mi imaginación y como si fuera una película, pasaron diferentes opciones en las que me dejaba usar por él. En unas, me vi cautiva, sometida y violada, mientras en otras yo llevaba la voz cantante y usando el trabuco que ese tipo tenía entre sus piernas, satisfacía hasta la última de mis fantasías.

«No tardaré en saber», medité al oír que me decía que estábamos a punto de llegar. Curiosamente en ese instante, me entraron las dudas sobre cómo reaccionaría mi amante al verme desnuda y empecé a temer que no le gustara mis gordas tetas o que le repeliera observar mi sexo totalmente depilado.

«A lo mejor le parezco una guarra», dudé, «las mujeres de su generación suelen llevar el chocho poblado de pelos».

Pero entonces ese tema pasó a un segundo plano al ver que ponía el intermitente y aparcaba al lado de un edificio que conocía a la perfección.

-¿Qué hacemos en mi casa?- pregunté indignada creyendo que había sido burlada por ese maduro y temiendo que actuara en connivencia con mi marido.

-También es la mía- respondió cerrando mi boca con sus labios mientras una de sus manos se hundía entre mis piernas.

La angustia se mezcló con el morbo de saber que ese sujeto era mi vecino y actuando como hembra en celo, dejé que sus yemas torturaran mi clítoris mientras se reía diciendo:

-Siempre tuve ganas de follarme a la pelirroja del cuarto.

La lógica me decía que saliera de allí sin mirar atrás pero lo que realmente ocurrió fue que mis pezones se me pusieron duros como piedras al oírle. Os parecerá ridículo pero saberme deseada por él, me puso como una moto y dejándome llevar, como una energúmena tanteé el bulto de su entrepierna. No me costó comprender que era mucho más grande que el de mi marido y soñando con el placer que con semejante aparato me podía dar ese maduro, quise un anticipo por lo que intenté bajar su bragueta.

-Quieta ¡puta!- me gritó –Aquí ¡mando yo!

Ese insulto me dejó paralizada y cachonda. El sujeto comprendió mi estado y sacándome casi a rastras de su coche, antes que me diera cuenta me encontré dentro del ascensor de mi edificio.

Una vez allí, sin importarle que alguien pudiera vernos, me ordenó que le hiciera una mamada. Mi calentura era tal que no dudé en obedecer y al ver que se cerraba la puerta, me arrodillé frente a él.

-Date prisa, no tengo toda la noche- dijo sacando la polla de su pantalón.

Tras la sorpresa inicial, cogí su pene entre mis manos y al comprobar que era todavía más enorme de lo que me había imaginado, conseguí murmurar antes de llevar mi boca ese trabuco:

-Es enorme.

Mis palabras le hicieron gracia y mientras seguía calibrando su tamaño, soltando una carcajada insistió en que empezara dejando caer sus pantalones al suelo del ascensor.

Poseída por el morbo que me daba hacérselo en ese lugar, restregué mi cara sobre su polla y agarrándola entre mis manos, comencé a besuquearla sin apartar la mirada de sus ojos.

-Pareces una actriz porno en vez de una mujer casada- susurró el muy cabrón al notar que empezaba a lamer su extensión.

Muerta de vergüenza, noté que mi coño se humedecía y no queriendo alargar el momento, no fuera a llegar otro vecino, sin dilación engullí ese maravilloso falo hasta topar con sus huevos. Confieso que para entonces me sentía una puta y eso me calentó tanto que deseé demostrarle que no se había equivocado al suponer que además de infiel era una consumada devoradora de pollas.

-Se la mamas a todo el que te lo pide o solo al cornudo de tu marido- murmuró satisfecho al comprobar que sin que me lo tuviera que pedir, le estaba comiendo los huevos.

Sacando su verga de mi boquita y mientras le hacía una paja, contesté:

-Solo al cornudo.

Su carcajada resonó en el estrecho habitáculo mientras con sus manos me obligaba a embutir por completo su pene hasta el fondo de mi garganta.

«¡Me encanta!», alcancé a pensar cuando presionando mi cabeza hacia adelante y hacia atrás, empezó a follar mi boca cada vez más rápido.

La sensación de sentirme un coño de alquiler me hizo soñar con ser, aunque fuera por una noche, su sumisa y deseando que se hiciera realidad, aceleré mi mamada mientras fantaseaba con ese carnoso capullo deslizándose por mis tetas. Mi vecino pareció leer mi pensamiento porque llevando sus dedos hasta uno de mis pechos, pellizcó mi pezón.

-Uhmmm- sollocé presa del deseo- ¡déjame hacerte una cubana!

El sujeto escuchó mi ruego y asumiendo que podía dar un paso más en mi conversión en puta, me levantó del suelo y girándome, usó su corbata para vendar mis ojos mientras susurraba en mi oído que esa noche me iba a hacer conocer otra clase de sexo.

Su tono provocó que mi coño terminara de anegarse y sintiendo como mi flujo rezumaba de mi cueva, desbordándose por mis muslos, a ciegas dejé que me condujera fuera del ascensor. Sin saber que se proponía ese maduro, permití sumisamente que me llevara por el pasillo hasta que el ruido de unas llaves me hizo saber que estaba abriendo su casa.

«Estoy loca», pensé al sentir que me cogía en sus brazos y que violentamente me depositaba sobre una cama.

A pesar de ese duro trato, no dije nada cuando sentí que me ataba las muñecas al cabecero porque bastante tenía con tratar de no chillar que me follara como a una guarra. Tampoco me quejé cuando ese sujeto inmovilizó mis tobillos, dejándome con las piernas abiertas sobre el colchón.

Sentirme indefensa acrecentó mi calentura y sin necesidad que me tocara, me corrí al escuchar su profunda voz decir:

-Solo una puta como tú lleva el coño depilado.

La vergüenza que sentí con ese imprevisto orgasmo se volvió angustia cuando sin pedirme opinión, colocó sobre mi boca una mordaza. Viéndome incapaz de quejarme pero sobre todo al ser consciente que era imposible cualquier huida, por primera vez, me arrepentí de haber aceptado su compañía.

Estaba temblando de miedo cuando de pronto noté que un objeto grueso y frio se introducía en mi coño. Todavía no me había hecho a la idea de tener ese objeto dentro de mí y por ello intenté repeler otra nueva agresión, al sentir mi ojete se vio violentado por otro artefacto.

-Tranquila putita, ahora los enciendo- escuché que me decía muerto de risa. Segundos después cumplió su amenaza y mis dos agujeros se vieron zarandeados por la intensa vibración de esos dos consoladores a pleno rendimiento.

«Esto me ocurre por infiel», sollocé aterrorizada temiendo por mi vida.

Reconozco que me terminé de asustar cuando escuché que salía de la habitación, dejándome sola a expensas de las dos pollas de plástico que vibraban sin parar en mi interior.

«Tranquilízate, solo está jugando contigo», me repetí una y otra vez mientras se incrementaba mi nerviosismo.

El sonido de esos aparatos fue mi única compañía durante largos minutos. Contra mi voluntad, poco a poco la acción de ellos en mi sexo y en mi trasero me llevó a un estado de excitación tan grande como mi miedo.

«Me voy a correr», comprendí al notar que mis caderas tomaban vida y se empezaban a mover siguiendo el estímulo de esa maquinaria. Tal y como preví, no tardé en sentir mi cuerpo colapsando y llorando deseé que ese maldito volviera y me follara.

Justo cuando todas las neuronas de mi cerebro estaban disfrutando de un prolongado clímax, sentí que alguien volvía al cuarto. El placer que sentía junto con el pavor que me paralizaba al no saber qué era lo que iba a hacerme, me hicieron suplicar mentalmente que ese suplicio terminara.

Desgraciadamente, comprendí que mi captor tenía otros planes cuando sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo, sentí su lengua recorriendo los bordes de mis pezones.

Sé que no tuvo sentido pero al experimentar esa húmeda caricia sobre mis pechos, me tranquilicé y comencé a disfrutar de ese asalto con una pasión desaforada.

«¡Qué gozada!», exclamé en silencio cuando sin dejarme de mamar, ese maldito empezó a recorrer mi cuerpo con sus manos.

Aunque era consciente que era inmoral, sentí un latigazo en mi entrepierna al notar esa caricia. La forma tan sensual con la que me pellizcó mis areolas, asoló mis defensas y convencida que no podía más que dejarme llevar suspiré totalmente cachonda al sentir su lengua recorriendo los bordes de mis pechos mientras sus manos bajaban por mi espalda.

La temperatura de mi cuerpo subía por momentos. Ese tipejo me tenía al rojo vivo y por ello creí morir al sentir que sus dedos se hacían fuerte en mi trasero.

«¡Diós!», gemí en silencio al saber que si seguía con esas caricias iba a correrme: «No quiero» pensé temiendo que mi cabeza sería incapaz de pensar con claridad, si seguía tocándome.

Fue entonces cuando ese siniestro amante mordió mi oreja y bajando sus labios por mi cuello, lo recorrió lentamente. Os reconozco que me estremecí cuando mientras una de sus manos había vuelto a apoderarse de mi pecho y lo acariciaba rozándolo con sus yemas, la otra comenzaba a sacar y a meter el consolador que tenía en mi coño.

Mi captor comprendió que me tenía en sus manos al observar cómo mi cuerpo se movía al ritmo con el que machacaba mi coño y apiadándose de mí, me quitó la mordaza.

-Cabrón- susurré sin quejarme, agradecida que me hubiese liberado.

El sujeto castigó mi insulto mordiéndome los labios y pellizcando mi pezón. Reconozco que incrementó mi deseo y comportándome como una cerda en celo, me corrí sobre las sabanas mientras le imploraba que me hiciera suya.

  • ¡No aguanto más!- exclamé al sentir noté una mano bajando por mi estómago mientras la otra me acariciaba las piernas.

Traté de evitar que siguiera por ese camino juntando mis rodillas pero ese maldito lo evitó dando un fuerte manotazo en el interior de mis muslos.

-Uhmm- sollocé indefensa mientras las abría de par en par y dándole entrada, temblé de placer mientras sentía a mi vecino separando con sus yemas los pliegues de mi sexo.

Al escuchar mi suspiro, debió de comprender que era incapaz de negarme a cualquier ataque por su parte y por ello comenzó torturar mi clítoris mientras retiraba el consolador de mi chocho.

Completamente entregada, intenté morderle como un último intento de evitar que retirara ese artefacto que estaba haciéndome disfrutar pero entonces ese cabronazo, deslizándose por mi cuerpo, me besó los bordes de mis pliegues.

-Fóllame- grité al notar que volvía a recoger mi botón entre sus dedos.

Haciendo caso omiso a mi petición, hundiendo su cara entre mis muslos, se dejó de prolegómenos y sacando su lengua, se puso a lamer y a morder mi indefenso coñito con una tranquilidad que me dejó pasmada. Completamente excitada, comprendí que no podría seguir aguantando mucho más. Al borde del colapso, moví mis caderas deseando que me tomara. El debió notar mi urgencia y acelerando el ritmo de su boca, me llevó desbocada hacia mi enésimo orgasmo.

-Úsame- aullé avergonzada mientras trataba de controlar mis convulsiones agarrándome a las ataduras que mantenían presas mis muñecas contra el cabecero de la cama.

A modo de respuesta, mi odioso vecino metió con suavidad dos dedos en mi coño, provocando un nuevo suspiro y sin dejarme que me acostumbrara a ese nuevo asalto comenzó a follar mi culo con el consolador que todavía mantenía en mi ojete.

-¡Necesito que me folles!- conseguí gritar antes de verme nuevamente inmersa en el placer.

Una dulce carcajada llegó a mis oídos. Todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al darme cuenta que era la risa de una mujer y temblando de vergüenza comprendí que de alguna manera mi vecino me había vendido. Incrementando mi turbación, me quitó la venda de mis ojos y descubrí que la zorra que me había estado acariciando era casi una niña.

-¡Suéltame! ¡Puta! ¡No soy lesbiana!- sollocé mientras intentaba infructuosamente desprenderme de los grilletes que me tenían maniatada.

La desconocida, con una sonrisa en sus labios, me susurró:

-Antes de saber quién era, ¡no te quejabas!

Mi desconsuelo se magnificó al saber que era cierto pero lo que realmente me dejó paralizada fue darme cuenta que en ese momento y aunque no quisiera reconocerlo, la humedad de mi entrepierna me estaba traicionando al estar todavía cachonda. Incapaz de huir, la vi incorporarse y coger un arnés de un cajón.

-¡Hija de perra! ¡Ni se te ocurra!- chillé aterrorizada al ver que con estudiada lentitud, se lo colocaba en la cintura.

Mis quejas no tuvieron efecto en la muchacha, la cual con un extraño brillo en sus ojos, colocó la punta de ese enorme glande en la entrada de mi cueva mientras susurraba en mi oído:

-¡Qué ganas tengo de follarte!

Su amenaza no tardó en hacerse realidad y con un movimiento de sus caderas, forzó mi entrada de un modo tan lento que pude sentir el paso de toda la piel de su tranca rozando mis adoloridos labios mientras me llenaba.

-¡Maldita!- aullé con la respiración entrecortada cuando ese pene de plástico chocó con la pared de mi vagina.

Ese insulto fue tomado por esa rubia como el banderazo de salida y acelerando el ritmo de sus embestidas, convirtió mi coño en un frontón. Sabiéndome expuesta y violada, sollocé humillada al saberme dominada por el placer. La mujer, asumiendo que no podía hacer nada por evitarlo, siguió apuñalando mi interior con su estoque.

-Sigue, zorra. ¡Sigue follándome!- grité declarando de ese modo mi claudicación al sentir que todas las células de mi cuerpo estaban a punto de colapsar.

La cría se rio al escuchar mi petición y actuando como jinete aventajado, montó mi cuerpo con renovada pasión mientras usaba mis pechos como agarre. Al sentir sus garras en mis tetas, no pude aguantar más y cual ganado al ser sacrificado por el carnicero, me corrí chillando. Mi orgasmo fue brutal, nunca en mi vida había sentido algo tan desgarrador y por ello creo que perdí el conocimiento.

Y digo creo, porque de pronto me vi sin ataduras sobre las sábanas. Mi sorpresa se incrementó al descubrir que estaba sola en la habitación. Avergonzada recogí mi ropa y me vestí dándome toda la prisa que pude, temiendo que mi vecino o la puta que me acababa de violar volvieran.

Al salir del cuarto, encontré en el salón al maduro tomando una copa mientras la rubia le hacía una mamada. Desgraciadamente, ese maldito me descubrió mientras intentaba escurrir el bulto.

-Putita, espero que hayas disfrutado- comentó sin hacer ningún intento por evitar mi huida y justo cuando salía por la puerta, escuché que me decía:- Mañana cuando se vaya tu marido a trabajar, ¡te quiero aquí!

No pude contestar y escapé casi llorando. Ya en el descansillo, traté de analizar las razones que me habían llevado a serle infiel a mi marido de ese modo pero me fue imposible porque no en vano esa noche me había sometido a un pervertido, me había violado la zorra con la que vivía y para colmo, ¡me había gustado!

Las lágrimas que en ese momento poblaban mis ojos ratificaron mi vergüenza al saber que aunque no quisiese reconocerlo al día siguiente, ¡volvería irremediablemente a entregarme a esa pareja!



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