Me llamo Nati.

Hundido, una familiar desconocida me devuelve las ganas de vivir.

No me enorgullezco de lo que voy a contar, tampoco lo busqué, simplemente pasó.

Me llamo Julio, 55 años y viudo. Tengo una hija de 32 años, Rosa, y gracias a ella, he conocido a la que hoy en día me ha devuelto la ilusión de vivir.

Esta historia se remonta 3 años atrás.

Después de duros años de lucha contra una enfermedad, degenerativa e incurable, que se llevó a mi esposa de mi lado, caí en una profunda depresión. Ni amigos ni médicos lograron sacarme de ella, solo Rosa, mi hija, cansada de mi comportamiento, dio con la clave para librarme del estado en que me encontraba.

Soy un hombre maduro, con las carnes flojas por la falta de cuidado, calvo y no muy atractivo. Mi punto fuerte para con las mujeres, es que siempre me ha gustado escuchar y empatizar con quien lo necesita. Todo esto, unido a mi alarmante timidez con respecto al sexo opuesto, hizo que no tuviese ganas de salir de casa más que para ir al trabajo y a la compra de lo poco que necesitaba. Estuve un año así, sin ganas de nada, acudiendo a psicólogos que me aconsejaban salir y divertirme; socializar, dicho en una sola palabra.

Por más que insistían yo seguía a lo mío, quedándome en casa encerrado sin querer saber nada del mundo exterior. Mi hija se había independizado hacía cinco años, justo al terminar sus estudios universitarios, haciéndonos visitas más o menos regulares.

Desde la muerte de mi esposa, esas visitas se convirtieron casi en un tormento para mí. Verla me recordaba constantemente la pérdida de mi amor, ya que su parecido físico es extraordinario. Lloraba desconsolado mientras ella hacía las labores de la casa, y al marcharse, siempre me regañaba -desde el respeto y con el cariño que le tiene una hija a su padre-, instándome a salir más y buscar a otra mujer que llenase mi vida. Sus palabras no hacían más que entristecerme y sumirme más en mi depresión.

Estaba tan hundido, que llegué a pedir una excedencia de dos años en el trabajo a riesgo de perder mi empleo, siendo mi estado cada vez más lamentable. Esa fue la peor temporada, ni siquiera salía a hacer la compra. Cuando tenía hambre, llamaba a algún restaurante con servicio a domicilio, casi siempre de comida rápida, empezando a comprometer mi salud y mi estado físico.

No tenía ganas ni de bañarme, siempre iba por casa en ropa interior o desnudo, me levantaba de la cama y me sentaba en el sofá, encendía la televisión y pasaba las horas delante sin prestar atención a la programación.

Rosa, empezó a hacer visitas semanales, preocupada por mi estado, temiendo que fuese a peor. Entraba y salía a su antojo, y fue la encargada, durante esa época, de mantener la casa ordenada y limpia.

Fue en una de esas visitas, estando yo en el sofá sentado con la ropa interior de hacía una semana, cuando decidió tomar cartas en el asunto y acabar con mi depresión de una vez por todas.

Me llevó al baño, me desnudó y me metió en la bañera. Yo no sentía nada, ni vergüenza ni pudor, me limité a quedarme quieto mientras ella se ocupaba de mi aseo personal. Al terminar, me aplicó por todo el cuerpo una capa de crema hidratante, me vistió y terminó las labores de limpieza del resto de la casa. Al marcharse, me besó con dulzura y se despidió de mí hasta su siguiente visita.

A partir de ese día, su dedicación a mí fue casi absoluta. Cada día, después de trabajar, me visitaba ocupándose de que todo estuviese en orden. Si necesitaba un baño, era ella la encargada. Afeitarme, cortarme el pelo, la uñas y vestirme adecuadamente, fueron su obsesión hasta que un día, mientras me untaba con la crema hidratante, noté como mi pene cobraba vida. Para mí fue como si nada, ningún sentimiento de culpa, pero ella se ruborizó, abandonando su labor para dedicarse a vestirme.

  • Papá, esto no puede seguir así. Mamá no va a volver y tú has de rehacer tu vida.

  • Lo sé, cariño, pero no tengo razones para seguir viviendo. Tu madre lo era todo para mí, y tú, ya no me necesitas. No hace falta que vengas todos los días, ni siquiera es necesario que vengas, puedo cuidarme solo, aunque más me valdría que la muerte viniese a buscarme. Nada me queda que hacer en esta vida, solo soy un estorbo.

  • No digas eso, papá, yo te necesito -los ojos se le inundaron de lágrimas y se marchó apesadumbrada.

Durante dos día no apareció por casa. Pensé que por fin había aceptado que su padre no quería seguir viviendo y esperaba a la muerte de la forma más triste que existe. Al tercer día, apareció cargada de bolsas. Me hizo entrar al baño, desnudándome por completo, y me metió en la bañera. Después de bañarme me afeitó y me hizo pasar a la habitación. Yo seguía desnudo, caminando como alma en pena. Me hizo sentarme en la cama y se marchó. Previamente, me había dicho que no me moviera de allí, y en el estado en que me encontraba, poco me costó seguir sus instrucciones.

A los pocos minutos escuché la puerta de entrada, era Rosa. Traía consigo un artilugio que había ido a buscar al coche. Lo soltó en el suelo y comenzó a manipularlo; era una camilla de masajes plegable.

Me hizo tumbarme en ella y sacó de las bolsas varios tipos de aceite para masajes. Colocó los botes en una mesa auxiliar, que también había traído, y volvió a hurgar en las bolsas sacando de ellas parafernalia diversa para masajes. Cogió una de las bolsas y salió de la habitación.

Al cabo de unos minutos volvió a entrar vestida de forma muy sugerente; medias negras sujetas por un liguero, tanga y corpiño; todo muy sensual. La miré escandalizado.

  • ¿Qué haces así vestida?

  • Nada, papá, no te asustes. Voy a darte un masaje.

  • ¿Te tienes que vestir así para eso? ¿No te da vergüenza?

  • No, papá, no me da vergüenza. Soy tu hija, no te estoy enseñando nada que no hayas visto ya. Relájate y déjame hacer.

No tuve ganas de discutir. A decir verdad, no tenía ganas de nada, por lo que la dejé a su aire. He de decir que mi hija no es una mujer cañón, ni mucho menos, es una mujer entradita en carnes, con la piel muy fina, casi perfecta. Es muy guapa, y no es pasión de padre, los hombres siempre la han acosado y yo he sufrido por lo que pudieran hacerle a mi pequeña.

La he criado lo mejor que he sabido, haciendo todo lo que estaba en mi mano por complacerla. Reconozco que la he mimado en exceso. En su etapa de adolescente, procuré ser más un amigo que un padre, y siempre que necesitaba consejo, tanto en relaciones humanas como con sus primeros ligues, me ha tenido a su entera disposición.

Era una especie de pacto que tenía con mi difunta esposa, ella se encargaba de su educación, para hacer de ella una mujer de provecho, y yo de sus relaciones personales e inquietudes. Creo que acertamos haciéndolo así, Rosa es una mujer independiente, culta, inteligente y triunfadora. ¿Qué más puede pedir un padre de sus hijos?

Tumbado en la camilla como estaba, boca abajo, solo podía verle las piernas, enfundadas en unas sugerentes medias unidas a un no menos sugerente liguero, y a sus pies, vestidos con un par de sensuales zapatitos de tacón.

Esparció una generosa cantidad de aceite por mi espalda y empezó a frotar con mucha delicadeza. Sus manos acariciaban dulcemente mi piel. Me estaba produciendo una sensación tan agradable, que mi pene empezó a cobrar vida. Estaba avergonzado, era mi hija la que me estaba tocando y yo, me estaba excitando. Las lágrimas acudieron a mis ojos.

  • ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?

  • Esto no está bien, Rosa, soy tu padre y estoy sintiendo cosas que hacía años que no sentía.

  • ¿Te estás empalmando? -por respuesta solo obtuvo un llanto desconsolado- No te preocupes, mi amor. Rosa se ha ido, me ha dejado a mí a tu cargo, me llamo Nati .

Alcé la cabeza para mirarla a la cara. Un halo de luz bañaba su silueta. Mechones de su larga melena ondulada le caían por la cara. Me miraba con ojos tiernos, enmarcados por sus gafas cuadradas de diseño y una dulce sonrisa en sus labios. La vi más guapa que nunca. No era mi hija, era una Diosa.

  • Sí, cariño, me llamo Nati , y voy ha hacer de ti un hombre muy dichoso.

Volví a agachar la cabeza dispuesto a disfrutar del masaje. De la espalda pasó a los hombros, volvió a la espalda y lentamente se fue acercando al culo, frotando y apretando las nalgas con energía. Me hizo abrir las piernas para untarme por el interior de los muslos. Aplicó aceite a las piernas y pies, una vez acabó con la parte trasera, me hizo dar la vuelta. Mi erección era ya más que notable.

Mentiría si dijese que tengo un gran miembro, es más bien pequeño, aunque nunca me ha supuesto un problema en mis relaciones sexuales; lo importante en estos casos, es saber usarlo. Solo he tenido una pareja en toda mi vida, Clara, mi difunta esposa, y jamás he sentido atracción por otra mujer, ella era mi mundo desde que iniciamos nuestra relación con 15 años, por lo que mi experiencia se reduce a ella. Nunca tuvo queja.

Rosa, perdón, Nati , continuó su masaje por el pecho, vientre y piernas. Sus movimientos eran muy eróticos, y cuando pensé que había terminado, se quitó el corpiño mostrándome sus apetecibles senos, grandes pero bien proporcionados, como los de su madre, coronados por una gran areola y un pequeño pezón, del tamaño de un guisante, en el centro.

Se aplicó aceite en el torso, prestando especial atención a sus senos, que masajeó de manera sensual durante un buen rato, provocando que mi miembro expulsara una considerable cantidad de líquido pre seminal.

  • ¿Te gusta esto, cariño? ¿Quieres que te de un masaje con mis tetitas?

Su voz era sensual, excitante. Oírla decir aquello, haciéndose pasar por otra persona, me estaba excitando a límites lujuriosos, pero en el fondo de mi corazón, sabía que era mi pequeña la que estaba detrás de todo.

Se acercó lentamente a la camilla, colocándose en la cabeza, e inclinó su cuerpo con los brazos estirados, apoyando sus manos en mi vientre. Al hacerlo, sus senos quedaron aplastados contra mi cara. Movió el torso en círculos, sus pechos masajeaban mi rostro mientras sus manos acariciaban mi pecho. Se incorporó al cabo de unos minutos, caminó al lateral de la camilla sin dejar que sus manos se separasen de mi cuerpo. Una vez situada, se inclinó hacia mí y agarró sus pechos. Guiados por sus manos, sus senos trazaron círculos hasta llegar a mi miembro, colocando este entre ellos, y dando inicio a una sensual y espectacular cubana. Me sentí en el paraíso, había olvidado por completo quién me estaba llevando a ese lugar y me abandoné a mi condena.

Mi cuerpo se tensó, un ahogado gemido salió de mi garganta, estaba apunto de entrar en erupción, pero Nati , no estaba dispuesta a que aquello acabara tan pronto y cesó en su movimiento.

Abrió mis piernas e inició un masaje en los testículos y perineo, dando pequeños y suaves golpecitos con sus dedos. Continuó avanzando suavemente hasta alcanzar mi ano, al que propinó una ligera caricia por su contorno con la yema del dedo durante unos segundos, posicionándolo después en el centro, e introduciéndolo con delicadeza para luego volver a sacarlo. Repitió este movimiento una y otra vez, agarrando mi miembro con la otra mano, acariciándolo despacio de arriba abajo. Con los labios aprisionó el glande, lamiéndolo con la lengua. Dejó de frotar el pene con la mano, agachó su cabeza para introducirlo más profundo e inició una deliciosa mamada que me dejó fuera de juego explotando en su interior. Un quejido, mezcla de dolor y placer, salió de mi garganta inundando la habitación. Mi pene continuaba en su boca, que trataba de tragar toda mi esencia sin dejar escapar ni una gota.

Me llevé las manos a la cabeza, no daba crédito a lo que acababa de suceder. Noté como Nati se apartaba ligeramente de mí, sin soltarme el miembro. Con una toallita me limpió los restos de semen que pudieran quedar, repitiendo la operación hasta asegurarse que todo estaba bien limpio. Una vez hecho se retiró por completo.

En ese momento me sentí abandonado. Me incorporé, quedando sentado en la camilla, y observé como Nati recogía todos los botes y bártulos diversos, guardándolos en una maletita que no sé bien de dónde salió.

  • ¿Por qué lo has hecho? -pregunté compungido.

  • Tengo mis motivos, y no estas en condiciones de saberlos.

  • No quiero que vuelvas a hacerlo, me siento sucio.

  • Y yo no quiero tener que volver a hacerlo, pero si no me dejas otra opción, lo haré.

  • No sé lo que quieres decir, yo solo quiero estar tranquilo esperando que llegue el momento de reunirme con tu madre.

  • A eso me refiero. Has sido el mejor padre que pueda tener y no estoy dispuesta a perderte, bastante he sufrido con la pérdida de mamá, pero si insistes en convertirte en un ermitaño, tendré que usar métodos más drásticos.

  • ¿Eso te enseñaron en la facultad?

  • Sí, me enseñaron que la mente está llena de misterios que, hoy por hoy, no podemos comprender, y que en psicología, a veces, hay que saltarse las reglas.

Rosa se había decantado por la sexología, estudiando en primer lugar psicología para seguir con una serie de masters que complementaron su formación. Sus métodos no seguían la doctrina establecida por los límites de la medicina, por eso eran tan controvertidos.

  • Espero que no hagas esto con todos tus pacientes.

  • Puedes estar tranquilo, es la primera vez que pongo en práctica los consejos que les doy. Si esto sale bien, tendré la oportunidad de escribir si no un libro, si un buen artículo para revistas especializadas. Con un poco de suerte, me haré un hueco entre los grandes.

Rosa recogió sus cosas y se marchó, me dejó solo, meditando sobre lo que había pasado y lo qué la había llevado a hacer lo que hizo. Me di cuenta de que estaba siendo egoísta al querer reunirme con mi difunta esposa dejándola a ella totalmente sola. Mi vida dio un giro inesperado, no tengo claro si por su tratamiento, o porque no quería que aquella situación se volviese a repetir.

Durante los días que siguieron, Rosa continuó con sus visitas diarias para comprobar si mi actitud cambiaba. A las pocas semanas, con el ánimo completamente renovado, me apunté a un curso de masajes donde conocí a la que ahora comparte su vida conmigo.

Cada fin de semana, mi hija viene a comer a casa y se queda a dormir con nosotros, nunca hemos vuelto a hablar de lo que pasó ese día, y no creo que lo hablemos nunca, ese será nuestro secreto.