Me llamo Jacob XII

Después de muchos avatares aquí llegan para decir adiós. ¿Felicidad, tristeza, esperanza, rendición? Pasad, espero os guste...

Nota de autor; Varias cosas.

- Por fin he recuperado la información de mi anterior ordenador estropeado. Diversos avatares económicos hicieron retrasarse el poder hacerme con ellos y, de ello, se ha derivado la tardanza en publicar.

- Debido a que empecé el capítulo en ese otro portátil y lo acabé en el notebook que tengo ahora el formato del princpio y del final es distinto. Espero que esta diferencia no entorpezca demasiado la lectura.

- Gracias por vuestra compresión y paciencia. Ojalá que el resultado esté a la altura de lo que esperáis. Por mi parte creo que esta familia ha dicho todo lo que tenía que decir. Quizá aparezcan brevemente en el Spin Off surgido de estas letras pero algo dedicado a ellos solos no estoy segura. Es posible que haya un personaje que merezca su propio relato, Olivia pero aún ha de pasar tiempo para que me decida a volver a ellos. Son mis personajes y les quiero aunque no sean reales pero mi cerebro no es capaz de crear nada digno de ellos ahora mismo.

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Natalie le agarraba la mano con fuerza. Desde que empezó toda aquella historia, desde que la presencia del uno junto al otro se hizo habitual se convirtieron en confesores de sus temores, alegrías, dolores, penas. Y esperanzas. Le habló de quien acababa de ingresar en urgencias, no sabían muy bien porqué, pero con la certeza de que se trataba de algo grave.

El rostro de los padres del muchacho cuando llegaron al lugar fue muestra suficiente.

Y aquellos ojos oscuros, esquivos. Que eran incapaces de mirarles directamente. Incapaces de responder manteniéndose gachos, sumisos y aturdidos.

Peter tragó saliva nervioso. Había salido corriendo de la habitación de Jacob en cuanto la novia de este entró en tromba alarmada diciendo que había visto a Frank llegando al centro sanitario. Que los sanitarios tuvieron que pararse justo a la entrada para volver a reanimarlo. Y que les costó un mundo estabilizarlo.

Oyó los pasos de alguien aproximándose a ellos. Levantó la vista del suelo para encontrarse con la mujer que durante muchos años le había alimentado. Que se preocupaba de mirar desde la ventana de su sala de estar como entraba en su propia casa el solitario amigo de su hijo que pasaba más tiempo con ellos que con sus propios y “desaparecidos” padres.

  • ¿Qué está sucediendo, Peter? ¿Porqué ha hecho esto Frank? ¿Qué ha pasado? - Y ante aquellos iris azules llenos de pena, incomprensión y dolor no pudo seguir callado. La cogió la mano y apartándose de Natalie y del silencioso Liam se sentó junto a ella en las sillas más alejadas de la sala de espera.

Su pelirroja amiga casi podía imaginar las palabras de la misma historia que escuchó hacia ya lo que parecía una eternidad;

me enamoré de Frank mientras él amaba a otro, para cuando se enamoró de mi ya no pude corresponderle...

  • Le encontré en el suelo del baño... - se volvió a mirar a quien había dicho esas palabras. Por fin hablaba.
  • ¿Qué le diste?
  • No... - Nat bufó.
  • Para eso mejor que no hubieras dicho nada.
  • Jamás he pasado tanto miedo... siempre ha sido todo una broma... hasta que ha dejado de serlo. Jamás me he sentido tan asustado...
  • Eres un cobarde... - su ceño fruncido evidenciaba el enfado que la muchacha mostraba. Frank nunca le había caído bien pero eso no era sinónimo de que le agradase encontrarle pasando por una situación así. Y que quien, bien podría ser el responsable de ella, se estuviera escudando en un espúreo terror a ser descubierto en sus chanchullos.
  • No lo niego pero te equivocas...
  • ¿Me equivoco? ¿En qué...
  • Me da igual que se sepa lo que le di... aunque, siendo sinceros, preferiría que no sucediera. Pero al final ese idiota lo consiguió...
  • Sería genial que dejaras de hablar dando vueltas...
  • Logró que me doliera en el alma no poder ser yo quien aliviara su sufrimiento... que fueran esas pastillas y no yo... - Natalie frunció más aún el gesto.
  • No entiendo...
  • Soy lo que soy... tengo bien merecida mi fama... y sé que tu la conoces, como la conoce buena parte de nuestros compañeros sin embargo no significa que no sea capaz de...
  • ¿Enamorarte...
  • O de comenzar a hacerlo...

A Frank le estaban, en esos momentos, haciendo un escaner. Tras tres crisis cardiacas consecutivas y después de hablar con el muchacho que le había encontrado que dijo haberle visto beber mucho les hicieron temer algún daño cerebral.

Natalie entró despacio en la habitación de Jacob. Este la miró.

  • ¿Todo bien? - ella negó con la cabeza.
  • ¿Y Peter? - esta vez fue Maikel quien habló.
  • Sigue en urgencias... - la muchacha se acercó al joven. - Ve con él, Maik... porque si finalmente sucede te va a necesitar junto a él...
  • ¿Frank va a...? ¿Qué ha pasado, Nat? - volvió a intervenir Jacob.
  • Sobredosis...
  • ¿Drogas? ¿Frank? - el castaño silbó. - No me lo habría esperado de él... cualquier otra majadería, sí pero ama ser un deportista intachable... ¿No me dijiste que había ganado el último campeonato de lucha?
  • Sí... al parecer perdió otro tipo de pelea. - se sentó junto a su chico. Cesc y Alex los observaban en silencio. Ella tocó con un dedo su pecho a la altura del corazón. - Perdió su batalla contra lo que nos late ahí dentro. - Se volvió hacia sus cuñados. - Su madre me ha pedido que si se recupera habléis con él...
  • ¿Nosotros? - inquirió sorprendido el rubio. - ¿Porqué?
  • Porque Frank es gay. Porque estuvo enamorado de Jacob, porque se enamoró de Peter... porque al final los perdió a los dos... y porque teme que la sobredosis no haya sido un accidente.
  • ¡¿Estuvo enamorado de mi?! - fue la impetuosa pregunta que surgió del convaleciente adolescente. Nat esbozó una suave sonrisa.

La habitación estaba en penumbra. En el umbral se dibujó la imagen de una mujer que rondaba los cuarenta y tantos. Su pelo era rubio con los mismos rizos que los del adolescente que estaba sentado en la cama con la mirada perdida en el cielo que se veía a través de la ventana.

Frank llevaba dos días consciente. Dos días en silencio. Dos días sumido en un mutismo del que nadie, ni tan siquiera los psicólogos del centro, estaban siendo capaces de sacarle. Finalmente se apartó un poco para dejar paso a quienes la acompañaban.

Los tres se acercaron al lecho. Ella le cogió la mano, con el dedo índice le acarició el dorso. Los ojos de su hijo, apagados, sin esperanza se volvieron.

  • Deja que intenten ayudarte. No tienes porqué hablar. Pero, por favor, escucha... - volvió a desviar la vista al mismo punto en el que se encontraba. Ni siquiera se movió cuando oyó como ellos tomaban asiento.
  • Peter nos contó lo que sucedió. - ni el menor asomo de interés en esas palabras. Cesc carraspeó no muy seguro de cómo seguir.
  • Tenía 14 años cuando me enamoré por primera vez... - intervino Alex. - Mi padre, mi abuelo, mis tíos, mis hermanos eran rudos vaqueros de Wyoming que jamás habían mencionado la existencia de otra forma de sentir que no fuera la que ellos consideraban normal. Un hombre y una mujer. Tampoco es que se hablase mucho de amor donde crecí. Con el tiempo he aprendido que mis padres se quieren silenciosamente. El caso es que aún recuerdo muy claramente el miedo tan atroz que sentí cuando descubrí que soñaba todas las noches con el hijo de 16 años de los nuevos vecinos. Le veía en aquellos días de verano enseñando a montar a caballo a los alumnos que acudían a la escuela que había montado su padre y a mi se me pasaban las horas muertas mirándole. Olvidándome de todas las mil y una tareas que se me habían encomendado en la granja. - Los tres se dieron cuenta de como las manos de Frank se habían aferrado imperceptiblemente a la colcha de cama y cómo, de igual modo, miraba de soslayo hacia el rubio. - Cada noche cuando regresaba a casa siempre era muy tarde porque debía recuperar el tiempo perdido y acabar todo lo que no había hecho, aún así eso no evitaba que mi padre me castigase. Él no entendía porqué de repente me encontraba siempre en las nubes ni qué demonios hacia durante todas las horas del día para no tener hecho lo que hasta entonces siempre, sin fallar un solo día, dejaba finiquitado antes del atardecer. Mi madre si lo supo... - Alex guardó un segundo de silencio. - Supongo que las madres siempre lo saben. - la mujer sonrió suavemente. - sin embargo, al igual que mi padre ella no se podía imaginar que el objeto de mis desvelos no era una chica... ni que para mediados de junio mis anhelos románticos se habían convertido en realidad. Porque una tarde cuando él volvía de recoger algunos de los caballos de la escuela me encontró subido a la verja que corría por el camino de tierra por el que regresaba y me invitó a cabalgar juntos... Cuando salté para aceptar su propuesta el animal se asustó, se encabritó y Sam acabó tirado en el suelo quejándose... cuando me agaché para ayudarle, no pude evitarlo... como hacía mi abuela cuando de pequeño me dolía algo y me besaba allá donde tenía el dolor susurrando que los besos alejaban todo mal yo hice lo mismo... solo que no besé el lugar donde se había hecho daño, sino sus labios... - Alex sonrió. - Jamás olvidaré la sensación de auténtica felicidad cuando sentí que me lo devolvían... pero tampoco olvidaré que a pesar de ser un verano pleno de encuentros estos siempre tenían que ser a escondidas. Si yo tenía miedo, Sam estaba aterrorizado. De cara al resto del mundo solo éramos amigos porque ninguno nos atrevíamos a ir más allá, a cogernos de la mano, a besarnos... ni tan siquiera se nos escapaban sonrisas cómplices cuando nos mirábamos... Y solo nos podíamos encontrar por la noche cuando nos escapábamos de nuestras respectivas casas después de habernos pasado el día fingiendo que no había nada más que una sincera y naciente amistad.

Nuestro refugio era una pequeña cueva junto a un río. Conocíamos tan bien el camino que podíamos hacerlo con los ojos cerrados o eso creíamos. Porque al final del verano los días eran más cortos y la noche llegaba antes. Y un día donde pensábamos que había un asidero para cruzar el río no lo había y Sam cayó al agua. Tuve que recurrir a todas mis fuerzas para que la corriente no lo arrastrara. Toda la noche allí hasta que la partida de búsqueda que nuestras familias habían organizado nos encontraron... justo cuando le rogaba que si me amaba no iba a morirse... Nadie dijo nada pero solo hacía falta ver sus ojos para leer el desprecio, la incomprensión y la repugnancia. Incluso en nuestra propias familias. Nos llevaron con ellos, nos separaron, no permitieron que siguiéramos viéndonos y, llegado septiembre, mis padres decidieron enviarme Cheyenne a vivir con unos tíos lejanos. Cuando cumplí los 18 me fui de allí, cogí los ahorros que había conseguido trabajando durante los veranos y al salir de la escuela y me vine aquí, a Los Ángeles. A día de hoy lo que sé es que Sam se casó con una chica que conoció al verano siguiente, que mis padres siguen negando lo que soy, que continúan pensando que algún día encontrarán una “cura” para el mal que me aqueja y que si quiero volver a pisar la casa en la que crecí a de ser yendo siempre sin Cesc y negando lo que siento y cómo siento así que no he vuelto a ir. Solo me hablo con dos de mis hermanas. Pero sabes qué... - Hacía rato que Alex tenía la completa atención de Frank, de la madre de este y del propio Cesc que aunque había escuchado con anterioridad esa historia ahora mismo se sentía sobrecogido porque su chico hubiera tenido que vivir todo aquel dolor y siguiera viviendo tal incomprensión de parte de la gente que debiera haberle tenido como lo más importante de sus vidas.

  • No... - la voz del adolescente sonó ronca.
  • Un día hará unos 9 años estaba revisando unas fotografías que nos habían hecho al elenco de actores de una de las películas en la que trabajaba. Me encontraba en mi apartamento y tenía puesta la radio. Empezó a sonar una canción justo cuando cogí la foto de uno de mis compañeros de reparto... llevaba un tiempo evitándole pero oí una estrofa de la letra y, de repente, sentí que no solo era mi familia la que me rechazaba por ser lo que era sino yo mismo. Mis relaciones siempre habían sido desde aquel primer amor, erráticas, esporádicas. No buscaba nada más por miedo a tener que luchar por algo que me habían criado para entender como que estaba mal... pero, Frank, qué puede haber de malo en amar a otra persona. Porqué a de estar mal sentir que alguien te deja sin aliento con su sola presencia... ¿qué puede haber de erróneo en eso?
  • ¿Qué canción era? - Alex sonrió suavemente.
  • No frontiers, de The Corrs. Creo que estaban emitiendo su concierto en acústico... “El paraíso no entiende de fronteras y yo he visto el cielo en tus ojos”. Frank, llevaba dos años negando que estaba enamorado y que era mi miedo a sentir eso lo que me impedía ser feliz... y aún tardé unos meses más en darme cuenta de que no me podía permitir el lujo de perder lo único que le daba sentido a mi vida.
  • ¿De quién estaba... - Frank no acabó la pregunta.
  • De este moreno aquí presente. - Alex pasó el brazo por la cintura de Cesc atrayéndolo hacia él. - Solo quiero que comprendas que no está mal lo que sientes, que no es erróneo, que no hay nada malo en ti. Y que debes aprender a quererte y respetarte para entender que tienes mucho amor que dar... y que hay alguien ahí fuera que encenderá la mecha...
  • ¿Y si ya lo ha habido?
  • ¿Jac y Peter? - Frank palideció ostensiblemente. - Para encontrar a quién quiera que sea el que te acompañe has de subir y bajar muchos escalones. Dime, ¿mientras pensabas en ellos o cuando estabas con Pitt cómo te sentías?
  • Me sentía por fin yo mismo...
  • ¿Y qué puede haber de malo en eso? ¿Piensas que haber estado con alguien como ese muchacho puede haber sido un error?
  • Lo fue porque le hice daño... si pudiera volver atrás... si pudiera deshacer todo el sufrimiento que he causado. Todo el tiempo hostigando a Jac, provocando lágrimas y miedo en Peter... me arrepiento y quisiera, preferiría estar muerto a vivir sabiendo que hice tanto daño a quien tanto he querido... Querría estar muerto. - el cuerpo de Franklin era sacudido por espasmos de un llanto cargado de angustia y dolor. Su madre le estrechó fuertemente contra ella. - Preferiría estar muerto, les hice daño y les perdí. A Jac sin siquiera tenerle, a Peter después de... - levantó el rostro y fijo sus inundados ojos en ella, casi avergonzado de reconocer que había habido algo más que esa amistad que Alex y el primer amor del vaquero tuvieron que fingir.
  • Mi bebé... amar no es vergonzoso... ni tienes que bajar la mirada porque reconozcas que has estado con alguien. Sea quien sea este alguien. Frank, te llevé nueve meses dentro de mi... hay un lazo único entre madres e hijos y creo firmemente en él... creado de unos corazones que latieron acompasados mientras compartimos un mismo espacio. Te lo dije... siempre estaré a tu lado. A cada paso del camino...
  • Pero... no me hablabas... después de la reunión en la escuela.
  • Soy humana, Frank y me dolió pensar que algo te pasaba y no había conseguido transmitirte que no hay nada en este mundo que no hiciera por ti. Me sentí, en cierto modo, traicionada. Porque lo sabía... que algo sucedía... que te estabas hundiendo y no estabas acudiendo a mi. - Cesc posó una mano en el hombro del muchacho.
  • Daría mi vida por poder volver a compartir unos instantes con mi madre. - Una lágrima se deslizó por la mejilla del moreno. - Confía en ella, tuve la fortuna de tener una mujer como la que tu tienes junto a ti. Que creyó en mi, que me quiso por encima de cualquier obstáculo o convicción. Que me ayudó a crecer creyendo firmemente que en mi no había nada malo. - Le secó las mejillas con la mano. - Apóyate en ella, en nosotros y en los amigos que tienes y todo irá bien... y créelo... eres perfecto tal y como eres. - Frank suspiró entre hipido, aún sollozante...
  • ¿Me perdonarán?
  • ¿Te perdonarás tu? - inquirió Alex. - Porque a mi no me cabe ninguna duda de que en la habitación 607 del área de oncología hay un mínimo de 5 adolescentes que están deseando ser tus amigos para toda la vida... - E inclinándose sobre el chico susurró unas apenas audibles palabras al oído del mismo. - Y un chaval que suspira porque tu le perdones... - los ojos del joven luchador se abrieron de par en par confuso. No tenía muy claro de a quien se podía estar refiriendo el novio de Cesc. Pero no iba a negar que una pequeña mota de curiosidad había anidado en él.

Una tímida sonrisa afloró a su rostro. Lo ocultó en el pecho de su madre y se dejó acunar por el latido de su corazón y la fragancia embragiadora de quien hacía 17 años le había jurado amor eterno.

Jacob observaba la escena sentado en una silla bajo una amplia sombrilla. Cerró los ojos y sintió la caricia refrescante de la brisa del mar rozarle la piel del rostro. Unos pequeños dedos se aferraron a su mano y ni tan siquiera tuvo que mirar para saber quien era. Su niña, su pelirroja. Su Jean Grey. Ella apoyó la cabeza en su hombro. La oyó suspirar.

  • Algún día tu y yo viviremos un momento así.
  • ¿Me estás pidiendo lo que me estás pidiendo? - ella rió por lo bajo.
  • Creo que sí...
  • Muy segura te veo.
  • Lo estoy. - Jacob esbozó una amplia sonrisa.
  • ¿Hace mucho que no te digo que te quiero, verdad?
  • Han pasado ya 15 minutos desde la última vez.
  • Lo que yo te decía, demasiado tiempo. - Natalie volvió a reír. - Te quiero. - la sintió estremecerse al susurrarle él esas dos palabras al oído. Volvió a abrir los ojos y se detuvo otra vez en la escena que discurría delante de ellos.

Cesc llevaba un elegante traje color crema con una camisa blanca, Alex otro de una especie de violeta muy tenue casi podría pasar por blanco y también un camisa aunque azul pálido. Los cuellos de ambas abiertos. Iban descalzos porque caminar con los elegantes zapatos que habían elegido por la arena de la playa era incómodo. Además a los dos siempre les había gustado sentir el tibio calor de la tierra en la piel.

El cómo y el porqué habían conseguido que aquella ceremonia se celebrara allí no era más que una treta. La de verdad se había producido unas semanas antes en el consulado español sin que apenas nadie lo supiera. Lo de hoy era una escenificación sencillamente única, como ellos, del amor que sentían el uno por el otro. Una representación ante las personas que querían, ante su familia, ante sus amigos. Aquel hombre que hacia 7 años destrozó la vida de Cesc con la peor noticia que le pudiera haber dado se convirtió en un buen amigo con el discurrir del tiempo y se encargaría de intentar dar una pátina de verosimilitud a lo que iban a presenciar.

Se volvieron a encontrar en alguna ocasión cuando el actor español tuvo que arreglar papeleo en las oficinas del consulado y de ahí a trabar amistad solo hubo unas cuantas cervezas de por medio. Hoy él se encargaba de celebrar aquel evento ante los ojos de no más de 40 personas, niños incluidos.

Natalie volvió a hablar.

  • ¿Te imaginas a sus hijos?
  • Claro, no cuesta mucho. Tan solo me tengo que mirar en el espejo o fijarme en mi hermana. No somos menos sus hijos por el hecho de que compartamos la misma madre y el mismo padre que él.
  • Lo sé... sabes a lo que me refiero.
  • Trevor y Dave lo consiguieron y creo que Lucas, su amigo de New York y su pareja, están apunto de lograrlo.
  • Quiero ser tía.
  • Sí, yo también. - Las manos de ambos no se habían separado ni un momento. Oyeron risas tras ellos y se volvieron a mirar. Las sonrisas que lucían se ampliaron.
  • Voy a hablar con ellos. - Natalie se levantó, besándolo suavemente antes de alejarse. Jacob la contempló a ella y a la pareja a la que se aproximaba.

Frank y Liam. El primero aún algo incómodo con aquello de dejarse ver en público con alguien de su mismo sexo pero que al estar rodeado de gente a la que no parecía poderles importar menos que anduviera cogido de la mano de otro chico se permitía alguno que otro tímido beso. Además estaba acompañado de su madre. La mujer sonreía constantemente mientras hablaba apenas unos pasos más allá con una joven de unos 30 años que sostenía en su regazo a un pequeño de apenas un año.

Su prima Sofía era toda una madraza. Y la encargada junto con Olivia de inmortalizar el evento. Había volado desde Londres acompañada de su marido y sus dos hijos junto a su propia madre, su padre y la mujer de este. Jac movió la cabeza divertido. La familia Baranz era una familia de locos.

De nuevo dejó que sus ojos vagaran por el escenario. Los amigos de Alex y Cesc charlaban amigablemente entre ellos. Todos unos adonis embutidos en prendas elegantes de color claro, exigencia de los organizadores, uno de los hombres palmeó la espalda de su hermano mayor. Lucas Evans, que había venido con su pareja, destacaba por lo oscuro de su piel y por su portentosa risa. Todo en él era grande... Y no era broma, el propio mayor de los Baranz lo había afirmado con rotundidad para cabreo de Alex.

A Peter, Maikel, Olivia y Aisha los podía ver a orillas del agua cogiendo de la mano a un par de los niños que habían pretendido zambullirse en el océano. Llegaron a tiempo de evitarlo. Ya sabía Jac que traer a enanos de tan corta edad a un lugar así era sinónimo de que más de uno iba a acabar remojado como un garbanzo.

De nuevo escuchó pasos tras él, su tío Tadeo se detuvo a su lado. Le miró con una seriedad inusitada.

  • Vuelve a hacer algo como lo que has hecho y te prometo, Jacob, que te mato. - y tal cual llegó inició la retirada. No sin antes volverse otra vez. - Vuelve a asustarnos así y te arrepentirás cada segundo de lo que te reste de vida. - Jac rió por lo bajo.
  • Te lo prometo, tío. No volveré a estar en un tris de morirme nunca más.
  • Por la cuenta que te trae será lo mejor. - antes de alejarse para encontrarse con su segunda esposa añadió algo más. - Suficiente tuve con no poder evitar perder a tu padre. No podría soportar que me doliese más el corazón de lo que ya lo hace. No quiero pasarme mi vejez echándote de menos como ya le echo de menos a él... y a tu madre.  - Jac suspiró mientras le veía alejarse.

Exacto ese día estaban todos. Menos ellos. Y, por mucho que fuera inevitable, no dejaba de estar mal. De ser injusto.

Se secó una lagrima antes de que se deslizase por la mejilla. Cesc caminó hacia él con el ceño fruncido.

  • ¿Estás bien? - Jacob asintió.
  • Hoy no te preocupes por mi. Tienes otras cosas de las que ocuparte. - el mayor le sonrió. Le tendió la mano.
  • Es la hora. ¿Te has puesto protección?
  • Creo que ahora mismo mi cara y mis manos reflejan la luz del sol... yo no me pondré moreno pero os voy a tostar a todos. Llevo una especie de armadura a lo Darth Vader. - Cesc se rió.
  • Ya sabes lo que dijo el médico.
  • Sí, protección solar total frente al sol. Vivo en la mejor ciudad para evitarlo. - concluyó sarcástico.
  • Con un poco de empeño lo conseguirás.
  • Por supuesto... no tengo previsto morirme en los próximos 80 años.
  • Por la cuenta que te trae será lo mejor... - Jacob miró a su hermano.
  • ¿Has hablado con el tío?
  • No mucho, ¿por...? - le vio fruncir el ceño. Jac movió la cabeza quitando importancia a lo dicho.
  • ¿Vamos? - volvió a inquirir mirando hacia donde se encontraba esperando Alex. - Es de mala educación llegar tarde a tu propia boda... - los dos muchachos sonrieron ampliamente y avanzaron hacia donde se les esperaba. Todo el mundo había ocupado sus posiciones y aunque no era más que algo de cara a los que les querían, aunque los papeles ya estaban firmados hacía unos días para ellos hoy era el momento.

Hoy Francesc Baranz del Puig contraía matrimonio con Alexander Kent. Hoy se casaban.

Y al mundo que le diesen.

Natalie rozó con la yema del dedo el símbolo que activaba el reproductor. La voz de Sean Paul sonó suave,

She doesn't mind

, una de las canciones favoritas del muchacho que la observaba apoyado en el quicio de la puerta del aseo con una toalla enrollada sobre sus caderas. Recién duchado. Apoyó una mano sobre la pared, dobló una pierna elevándola. Tiró de la cinta que sujetaba la sandalia a su tobillo. El precario equilibrio que adoptó acabó cediendo y cayó al suelo. Uno de los tirantes del vestido de lino y encaje que llevaba se deslizó por su hombro.

Jacob no recordaba haberla visto tan hermosa como en el presente día, y tan atractiva como en el momento actual.

  • Tu y yo dejamos algo pendiente hace seis meses... - murmuró ella. - He aprendido en este tiempo la verdad en eso que sueles decir que nunca sabes cuan rápido pueden cambiar las cosas. Es posible que la vida me ponga más obstáculos, que me haga pasar momentos duros pero creo que jamás sentiré tanto miedo como he sentido mientras te veía en ese hospital. Yéndote sin que los demás pudiéramos hacer nada más que ver como te apagabas. No creo en dioses, no creo en poderes superiores. He aprendido que solo creo en una cosa... que es más fuerte que cualquier enfermedad, que cualquier tropiezo... sólo creo en ti y en mi. Por mucho que cuando nos miren solo vean a unos adolescentes, por mucho que piensen al vernos que lo nuestro será pasajero tengo el presentimiento que lo que tenemos, esto que nos une, es para siempre... - Poco a poco, a medida que hablaba la muchacha se había ido desprendiendo de la ropa que la cubría. Desnuda como el mundo la vio hacia años se presentó ante él. Sincera, honesta, tal y como era. La mujer que sería, la mujer que era... el amor de su vida. Él como ella también lo sabía... no sabría dar una respuesta a el porqué o el cómo pero lo sentía en el fondo de su alma. Que permanecería a su lado hasta que llegara el final... dentro de mucho tiempo. Cuando el pelo fuera gris, cuando las arrugas poblaran sus pieles...

Quizá algo cambiara los planes pero lo sentía... no sería así.

  • Solo sé una cosa, Jac. - Natalie pegó su cuerpo al del muchacho. - Sólo sé una cosa... y es que te amo. Sobre ese amor construiré mi vida. Y mi vida eres tu. - los brazos del chico se cirnieron en torno a su curvilínea cintura. La hizo girar apoyándola contra la pared. Naufragó en sus ojos, buscó salvación en sus labios y encontró hogar en su cuerpo.

Seis meses desde que cayó ante ella para despertar en una fría habitación de hospital. Seis meses de un miedo atroz, de un terror que le atenazaba. Jamás lo diría. Las veces que soñó con ellos. Las veces que revivió el accidente, las veces que aquejado de dolores atroces rezó, rogó porque en aquella tragedia hubiera acabado todo. Para sentirse acunado por sus brazos, para arrepentirse de aquellas súplicas cuando abría los ojos y siempre la veía a su lado... aunque fuera al otro lado del cristal.

La cogió en brazos. Según Natalie él era su vida, para el mediano de los Baranz, la pelirroja no solo era eso, no solo era su mundo... era todo su universo.

Acarició cada centímetro de su piel. Absorbió todos sus temblores, todos sus jadeos, la dilatación de sus pupilas. El sudor de su piel, el olor de su cabello. El ardor de su sexo cuando se adentró en ella para ser físicamente uno. De nuevo, tras tanto tiempo. Dedos entrelazados, sus piernas abrazándole. En su interior. Reclamándole como suya, siendo suyo.

En aquella habitación donde renacían tras tanto miedo. Tras tanto dolor. Tras tanta pena. Tras tanta desgracia. Con todo un camino por andar. Con el futuro por delante empezando entre aquellas cuatro paredes. Enredados en las sábanas de esa cama.

Su nombre resonando como un eco. Una letanía de la mejor música que nadie pudiera componer nunca. Y después...

Estaba agotado. Se acurrucó contra ella. La buscó y acunado por el sonido de su latir se quedó dormido después de renacer de entre las cenizas.

Era más fuerte. Tenía tanta gente queriéndole. La tenía a ella. Con unos ojos en los que leía la promesa de un destino.

Se acurrucó. Se durmió. Y sonrió.

  • ¿te acuerdas? - murmuró en la oscuridad mientras elevaba la mano. Se preguntó cómo era posible que le encontrara sin siquiera verle. Sus dedos atrapados por los de él. - ¿Te acuerdas? - volvió a preguntar.
  • ¿De cómo sabías? ¿Ese primer día? - Sus labios se posaron sobre los suyos. En un beso libiano. Su lengua se adentró en la boca del otro, enlazando salivas y fotografías mentales que empezaban a teñirse de sepia. - Sabías a menta y chocolate... me volviste adicto a ese sabor. - una suave risa murió en su aliento. Separó sus dedos unidos, usó uno de ellos para delinear la invisible línea de su rostro. Conocía cada rasgo. Sus pómulos, su barbilla, sus párpados, la suave franja de sus cejas, el inicio de sus orejas, el perfil de esos labios que siempre le fascinaban y le atraían como un imán. Y que llevaba reclamando como suyos cada 10 segundos. Y que se daban a él sin el menor atisbo de duda. Un suave murmullo volvió a llegar. - Me volviste adicto a ti... Me volviste loco de miedo, de amor... Me dormía suspirando tu nombre y me levantaba empalmado porque no había noche que no soñase contigo. Y te amé desde el primer instante que me miraste, desde el primer segundo que me robaste el corazón al sonreírme.
  • Hay que ver lo cursi que puedes llegar a ser... - rió suavemente el moreno. - ¿Sabes que es lo primero que recuerdo de aquel día?
  • No...
  • Llamar a Londres a mi mejor amiga, mi prima, para chillarle como una adolescente fanática que me había follado el vaquero más atractivo y guapo de todos los Estados Unidos. Con unos abdominales tan duros que serían capaces de romper barras de aceros sobre ellos sin el menor esfuerzo...- estalló en carcajadas al oír aquella descripción tan poco romántica. - Para pasarme colgado 20 minutos al teléfono hablando de ese tipo y quedarme sin palabras cuando esa jodida londinense con acento español me preguntó si el hecho de que no dejase de parlotear significaba que ese tipo había hecho algo más que follarme el culo y robarme la respiración...
  • ¿Hice eso?
  • Estuve casi cuatro años conteniendo la respiración. Podría haber descendido a las fosas marianas a pulmón sin el menor esfuerzo... sabía lo que era vivir sin aire. Te lo llevaste todo. - guardó silencio. - Y debes haberla guardado bajo siete llaves de seguridad porque continuó sin poder respirar cuando estoy contigo... solo lo consigo cada vez que me besas. Cada vez que follamos. - le notó sonreír sobre su boca y volvió a devorársela. De nuevo se separó. - Hazlo... - le pidió.
  • ¿El qué... - bromeó sabiendo perfectamente qué era lo que quería. - pídemelo...
  • Hazme el amor.
  • ¿Así... - le atrajo atrapando su cuello y atrayéndolo hacia él. Se probaron de nuevo. Humedeció la lengua con su saliva y fue descendiendo ahora por su piel. Primero su cuello, pasando por su clavícula, siguiendo por su axila, para continuar hacia sus pezones. Que devoró, mordió, chupó. Arrancando murmullos de éxtasis y placer. Siguió camino por los surcos de su también firme vientre, jugó con su ombligo mientras sus manos no perdían el tiempo y acariciaban sus costados. Volviéndolo un cuerpo tembloroso y anhelante. La lengua continuó periplo, yendo hacia las caderas... depositando tenues besos incandencentes como el reguero de saliva que parecía estarse convirtiendo en un auténtico riachuelo de lava hirviendo. Ahora sus dedos se aferraron a las pétreas nalgas del español, separándolas para permitir mejor acceso. Hundió su rostro y sopló. Un escandaloso gemido se mezcló con la lejana música que llegaba de alguna habitación.
  • No puedo esperar... - gimoteó.
  • ¿Quieres algo más...
  • No juegues conmigo... - fue su presente ruego. - Te necesito. No me queda aliento. - el rubio sonrió. Era único consiguiendo eso... que no hubiera algún momento en el día en que no lograse que se enamorase más de él. Pudiera parecer imposible, una locura. Pero sabía que hasta en el día que todo llegase a su fin conseguiría enamorarle. Después de unos minutos más en los que se dedicó a prepararle se adentró en él con deliberada lentitud. Permitiéndose sentir cada centímetro de su estrecho camino. Un trayecto que ponía a prueba cada terminación nerviosa de su cuerpo. Que le hacía no parar de gemir. Y que parecía conseguir que su chico tocara el cielo con las manos.
  • Eres mío, lo sabes, ¿no? - se inclinó sobre él para encontrarse de nuevo con su boca mientras le penetraba con mayor intensidad. Le notó asentir. - Solamente mío... - Los movimientos eran continuos, cuando salía de él, las caderas del otro se adelantaban acudiendo al encuentro de su endurecido miembro, follándolo él. - Viviría el resto de mis días haciéndote el amor...
  • ummmmmmmmmmmm... - fue todo lo que pudo escapar de la garganta del otro. Que clavó sus uñas en la espalda de su presente amante.
  • Cada segundo entrando en ti... sintiendo tu cuerpo unido al mío, tu alma enlazándose con la mía. No puedes llegar ni tan siquiera a imaginar lo que me haces sentir... - las manos sujetaron esta vez su rostro deteniendo los movimientos. Se miraron. Una lágrima escapó desde el lacrimal del de ojos azules deslizándose por el lateral de su nariz. La bebió... - te amo. - la sentencia brotó del vaquero sin tan siquiera darse cuenta de que la decía. Un empujón más y su columna se arqueó. De nuevo un gemido intenso.
  • Por favor... por favor. - notaba como era prácticamente incapaz de juntar palabras coherentes. Sus penetraciones profundas llegaban hasta ese punto en el que su chico perdía por completo los papeles acercándose cada vez más al inevitable y más poderoso orgasmo que era capaz de proporcionarle... - Aleeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeexxxxxxxxxxxx..., - y se corrió cerrando los ojos fuertemente, frunciendo el ceño, arrancando casi las sábanas del colchón. Intensificando la cerrazón de sus piernas entorno a las caderas del rubio. - No pareeeeeeeeeeeeeeeeeeees... - y así siguió. Hundiendo su polla sin denuedo... bebiendo su sudor, alcanzando con sus dedos el semen que ahora impregnaba su piel, llevándoselo a la boca y compartiéndolo con él. Un movimiento y fue el moreno el que se situó encima suyo guiando el acto, entrando incomprensiblemente más dentro la polla de su ahora marido. Sus manos le acariciaron la piel sin apartar los ojos de los del rubio vaquero al que ahora mismo cabalgaba. Sus epidermis brillaban de sudor. Situó los brazos a ambos lados de su cabeza y se inclinó hacia él para unirse otra vez en un beso infinitamente húmedo. Cargado de erotismo, sensualidad, lascivia y pasión. Le mordió el labio inferior, recorrió cada centímetro de su rostro descargando una constante lluvia de besos solo interrumpida por apenas audibles te quieros que a oídos de Alex eran pura poesía... No había nada más hermoso que el hombre que le hacía el amor, que el hombre que yacía con él, que el hombre al que le había entregado lo que era, quien era. Ahora fue él quien atrapó el cuerpo de Cesc contra el suyo en un abrazo poderoso e irrompible mientras cada uno de sus músculos se agarrotaba y lo que pareció el rugido de un animal salvaje escapaba de su garganta como lo hacia su esencia inundando el interior del otro. Y de nuevo, casi de forma imperceptible, notó el calor de los fluidos de su esposo mojando su ya de por si empapada piel. Sudor, semen, lágrimas, saliva... sexo. Y amor.

El abrazo no disminuyó en intensidad. Cesc ocultó el rostro en el cuello del otro respirando profundamente. Era cierto, Alex le robaba el aliento. Igual que le robó el corazón, la coherencia, el sentido. No podía imaginar sentirse más feliz de que hubiera sucedido.

Y no podía imaginar mejor destino que dormirse entre los brazos del hombre que amaba. Dormirse oyendo susurrar contra su oído un dulce y estremecedor;

te quiero

.

Olivia avanzó hasta situarse a escasos centímetros del agua. Una suave ola le mojó los pies. Había anochecido hacia rato. Tras ella las luces del hotel donde se alojaban su familia y los invitados de la boda otorgaban un extraño e íntimo aspecto al mar que bañaba la playa. Una escalera de madera descendía suavemente regadas sus barandillas de pequeños farolillos que iluminaban el recorrido. Respiró profundamente abrazándose a sí misma. Una ráfaga de viento movió la falda del elegante vestido del que aún no se había despojado. Unos labios le besaron el cuello apartando a un lado la oscura media melena que cubría su cabeza. Un abrazo la envolvió.

Apenas pudo ocultar el temblor que la recorrió.

Permaneció meciéndose en sus brazos lo que le pareció una eternidad.

  • Me gustaría quedarme así hasta el fin de los días. - murmuró la suave voz de su acompañante. - pero supongo que dado que te vas eso es imposible.
  • No me voy a los confines del planeta... y solo será apenas un mes.
  • Me parecerán años...
  • Qué dramática. - murmuró divertida y conmovida al mismo tiempo. - bien sabes que volveré.
  • Quizá algún día no lo hagas ¿Y si te enamoras definitivamente de la cámara y la fotografía? ¿Y si se convierten en lo más importante de tu vida?
  • Eso es imposible que suceda... - Liv frunció el ceño mientras hablaba.
  • ¿Por qué...
  • Porque ya estoy enamorada... - murmuró sonrojándose. Los ojos de la afroamericana se abrieron de par en par, casi pudo sentir que se le detenía el corazón. Olivia no era en absoluto tímida pero un nido de mariposas acababa de empezar a revolotear en su estómago. - Ya lo estoy... - volvió a repetir. - de ti. - desde lo alto de la escalera llegaban las voces de Andrea Corrs y Bono cantándole a las estrellas que se apagaban. Un fugaz pensamiento, como una de esas estrellas moribundas, cruzó la mente de la más joven de los Baranz. Las estrellas se apagaban al mismo tiempo que su primer amor nacía.

Todo era perfecto.

De madrugada Jacob bajó a una de las terrazas exteriores del hotel. Sentado en uno de los rincones más tenuemente iluminados divisó la figura de su hermano mayor. Cogió una silla, se aproximó a él y se sentó a su lado en silencio. Cesc le sonrió.

Instantes después los dos vieron subir desde la playa a la más pequeña cogida de la mano de la que era su mejor amiga. Tanto el mayor como el mediano se miraron cómplices al verlas. Liv se percató de su presencia y depositando un suave beso en la mejilla de Aisha se despidió de ella. La chica la sonrió alejándose.

Segundos después la más joven se unió a sus hermanos. Los tres elevaron los ojos al cielo.

  • Una estrella fugaz. - murmuró Jac al ver caer el objeto de manera rápida.
  • ¿Has pedido un deseo? - inquirió su hermano.
  • Sí pero si lo digo no se cumplirá. - Liv se rió.
  • Es el mismo deseo que hemos pedido los tres. - sus dos hermanos mayores la miraron. - Que hoy se hayan sentido orgullosos de nosotros. - ellos la sonrieron conformes. Apenas un parpadeo después volvió a hablar. - Que sepan que no hay día que no les echemos de menos Que les quisimos, les queremos y les querremos... siempre.
  • Siempre. - murmuró Cesc más para sí que para ellos.
  • Siempre. - coincidió Jac.

El silencio volvió a rodearles. Liv se sentó en el regazo del más mayor y apoyó la cabeza en su hombro. Cesc estrechó la mano del mediano.

Y siguieron buscando, juntos, en el firmamento alguna señal de que ellos,

papá y mamá

, les observaban. Y les amaban.