Me llamo Jacob (XI)

Truenos.

Nota de autor@; No me matéis por la tardanza. Algunos ya sabéis que mi inspiración decidió irse de vacaciones si pedir permiso y ha tardado en volver. Perdonadme la tardanza. Espero, que aunque sé que es corto, sea de vuestro agrado. Lo noto más intenso que los anteriores. Vosotros me diréis. Un besazo, mis queridos lectores.

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Frank se encuentra en el gimnasio. Mira fijamente las gradas recordando unas palabras y una escena.

  • Pues entonces sigues así hasta que suceda de nuevo. Hasta que vuelvas a enamorarte y vuelvas a perder.

  • ¡Cómo dolían aquellas primeras y proféticas palabras! Definitivamente estaba solo. Sin Jac y, por supuesto, sin Peter. Sentado en el centro de la cancha mira a su alrededor sin tener muchas ganas de abandonar el lugar. Realmente no tiene muchos lugares a los que desee ir. Prometió intentar mejorar sus notas pero la mera idea de encerrarse durante horas con la sola compañía de los libros y su errático cerebro le resulta impensable. ¿Ir a casa? ¿Para qué? Su padre le miraría con esos ojos cargados de decepción y su madre seguiría jugando a una suerte de guerra fría. Ella que le había prometido quererlo y apoyarlo pese a todo. Ahora le salía con esas. Las competiciones habían terminado así que la evasión en forma de ejercicio intensivo era igualmente fútil. Se llevó las manos a la cabeza pasándoselas por el cabello en un claro gesto de desesperación. Ni puta idea de qué hacer...

La algarabía de los primeros días tras la consecución del campeonato de lucha habían dado paso a los rumores de pasillo en los que se escuchaba que estar a su lado era sinónimo de que los profesores no te quitaran el ojo de encima. De héroe a apestado en apenas dos semanas. Batiendo record de popularidad e impopularidad. Eso era lo suyo pulverizar marcas no superadas.

De amado a gilipollas en apenas diez segundos.

Oyó la puerta del lugar abrirse. Desvió la mirada para ver quién entraba. Lo reconoció como uno de los miembros del equipo de atletismo. Se cruzaba con ellos todos los días cuando iban a ejercitarse a las pistas que rodeaban el centro. Frunció el ceño intentando recordar el nombre.

  • Sumpter, el director te llama... - el otro se quedó en la puerta como esperando a que Frank se levantase pero este no tenía intención de moverse. Le vio encogerse de hombros. - ¿No vas? A mi me da exactamente igual oí a uno de los profes decir que llevaban veinte minutos buscándote y recordé haberte visto entrar pero realmente me la trae al fresco.
  • Pues esfúmate... - murmuró el rubio luchador sin apenas elevar la voz.
  • Pues vale... - volvió a oír los goznes. Creyéndose a salvo de nuevo volvió a ocultar la cabeza entre las piernas. Ensimismado como estaba en aquella autoflagelación casi murió de un infarto cuando a dos centímetros de él volvió a escuchar la voz del otro. - Tengo algo que te puede hacer sentir mejor... - con el sobresalto reflejado en los ojos le miró. La oscura mano de su compañero le tendía dos pastillas que destacaban por la brillantez de su blancura.
  • Yo no tomo... - el otro le sonrió sarcástico, se arrodilló a su lado, le cogió la muñeca haciéndole estirar el brazo y abrir los dedos que tenía cerrados en un puño. Las depositó en la palma.
  • Haz lo que quieras con ellas. Considéralas un regalo de Santa Claus...
  • Es prácticamente verano...
  • ¡Qué suerte entonces! Se te ha adelantado la Navidad. - el atleta se incorporó alejando sus pasos camino de la salida. - Suelo estar en el

Ceys

los viernes por la noche, si resulta que las pruebas y te gustan. Además, quizá pueda proporcionarte algo más que sea igualmente de tu agrado... a ti y a tu trasero. - Dijo esto si mirar para atrás. No se detuvo para comprobar el efecto de sus palabras. La puerta se cerró tras él dejando de nuevo en soledad a un Frank que ahora sí que tenía motivos reales para encontrarse totalmente desubicado. Desubicado e incapaz de apartar la mirada de aquellos dos pequeños y alvinos objetos.

En la radio del coche sonaba una antigua canción de los Eagles,

New Kid in town

. Cabría suponer que para dos personas jóvenes como ellos aquel grupo sería un total desconocido pero era una de las muchas cosas que habían descubierto que tenían en común. Les gustaban las canciones de los años 70 y 80. Maikel y Pitt unieron sus voces para entonar junto a los cantantes del grupo el famoso estribillo de la canción;

  • Johnny come lately, the new kid in town, everybody loves you, so don't let them down.

Una risa cantarina brotó de la garganta del adolescente cuando acababa la última palabra. Le brillaban los ojos gracias a que ya llevaba meses conforme con todos los aspectos de su vida. Tener al pasante a su lado había sido lo mejor que le podía haber sucedido. Estaba deseando acabar las clases para dar comienzo a lo que le esperaba en Seattle. El día anterior había mantenido una charla vía Skype con su padre y este por primera vez le escuchó. La nueva actitud de su progenitor le sorprendió pero quizá, aquel arranque de iniciativa cuando puso todas las cartas sobre la mesa le hicieron ver al prestigioso abogado que su hijo distaba mucho de ser el niño desangelado, tímido y gregario que solía dejar tras él en la casa de Los Ángeles.

Con agrado comprobó que no rechazaba su condición sexual. No le parecía ni bien ni mal. Como le dijo era lo que era y punto. Otra cosa más peliaguda fue insinuarle su relación con Maikel. Un rictus de seriedad e inconformidad apareció en el rostro del Sr. Falls;

no me parece mal que tengas pareja pero no sé qué pensar de que sea obstensiblemente mayor que tu...

Fue su respuesta.

Mamá y tú habéis hecho que sea más mayor y adulto que lo que marca mi año de nacimiento, papá.

Ante aquella afirmación no le quedó más remedio que asumir que su hijo sabía lo que estaba haciendo.

Peter, evidentemente, no vio como después de la conversación su padre se quedaba mirando pensativo hacia el exterior. A la noche de la ciudad con la mirada perdida en la negrura tomando la decisión de que quizá había llegado la hora de dejar de ser un progenitor invisible.

Tampoco como su progenitor cogía unos papeles depositados en su mesa. Ni pudo leer como él, el acuerdo de divorcio redactado por su firma. Una copia para él y otra para Maddie. El matrimonio Falls llevaba mucho tiempo haciendo aguas. La sensación de que debía recuperar su vida había ido apoderándose de él desde que Peter se plantó frente a él pidiendo dejar de ser miembro de la familia. La noche de aquellas palabras no pudo dormir. ¿En qué momento de sus 45 años había acabado haciendo que su propio hijo le rechazase?

Maddie puso el grito en el cielo cuando le contó las intenciones del chico pero incidió en lo que pensarían sus conocidos y amistades. En la imagen que darían. No en que aquel bebé que llevara hacía 17 años en el vientre les detestara tanto como para querer que dejaran de ser sus padres. Las palabras de la mujer no dejaron de sorprenderle. Por mucho que estuvieran distanciados en algún momento del pasado la había amado y ella a él. Se habían casado. Habían creado una familia propia. ¿Qué había sucedido para que todo acabara de aquella manera?

Oliver Falls se sumió en una vorágine de recuerdos. Fallos. Desaciertos. Un recorrido plagado de éxitos profesionales en pos de conseguir para ellos una estabilidad económica que solo derivó en que convirtiera eso en lo más importante. Vivía para trabajar y no trabajaba para vivir. Por el camino olvidó quienes eran los puntales de su vida.

No estaba dispuesto a dejar que siguiera siendo así. Había contagiado la sed de poder a Madelyne. La amó y el amor naufragó en el exceso de ambición.

Peter era otro asunto. Y pensaba recuperarlo. Ese orgullo que sentía por él deseaba que fuera recíproco. Quería ver los ojos de su hijo brillar de felicidad cuando le mirase. El frío del desprecio que leyó en ellos aún le rasgaba el corazón.

No sabía qué era exactamente lo que le dio pero aunque era evidente que no le llevaría a buen puerto se las tomó de una sola vez. Le sirvió para permanecer toda la noche en vela estudiando y aprobar el examen de álgebra con una de las mejores notas que se le habían visto.

Parecía más alegre. Más eufórico. Como si algo en él hubiera cambiado para bien. Quizá estaba empezando a superar lo que fuera que le tenía en el depresivo estado anterior. ¿Cómo imaginarse que esa alegría era productor de Liam? Y de sus suministros. Solía encontrarse con él en la discoteca que había mencionado. El atleta le advirtió que aquella primera vez fue una excepción y que aquellas cosas las hacía fuera de la escuela. Aunque muchos de sus compañeros fuera ya casi clientes habituales.

A Frank le parecía raro que no le pidiera nada por proporcionarle aquellas blancas entradas al olvido, la paz y el bienestar. Hasta el día en que lo hizo. En los sucios baños de aquel garito. Y ocultos los sonidos por la música ambiente dejó que el otro lo follara a cambio de una nueva dosis. Queriendo creer que él mismo aceptaba el juego. Liam le dijo que no solía hacer cosas como aquellas pero que la mera visión de su trasero se la ponía dura. Así que si el rubio aceptaba convertirse en su eventual compañero de polvos no tendría problemas para darle lo que le pidiera. Siempre y cuando lo que pidiera fuera razonable y estuviera a su alcance.

Ya era habitual para él encontrarse en situaciones así. Desnudo de cintura para abajo, apoyadas sus manos en la cisterna del aseo, con la camisa de ese día desabrochada dejando expuestos sus abdominales al acecho de aquellas oscuras manos que le recorrían cada centímetro de piel. Las leyendas acerca de la envergadura de los hombres de color habían probado ser ciertas en el caso de su fogoso compañero. Perder la virginidad podría haber resultado más doloroso de lo que fue pero aún sin saber a quien dar gracias, Liam se había comportado con cierta consideración con él.

Tan solo estuvo un par de días sin poder sentarse con comodidad.

También descubrió que ese momento y el dolor residual que le quedó solo servían para empalmarle y acabar masturbándose en cuanto encontraba un momento. Le había excitado sobremanera sentirse poseído por el otro. Notar su cuerpo ciñéndose sobre el suyo.

De ahí que le fuera tan sencillo creer que no se estaba vendiendo. Creer que aquello no acabaría posiblemente tan mal como pintaba.

El agua corría por el sucio lavabo mientras intentaba eliminar de sus dedos el semen que momentos antes Liam había dejado en ellos. Un vaso de tubo aún prácticamente intacto lleno de whiskey. El cuarto de la noche. Le había costado que se le levantara de la borrachera que llevaba encima pero aún le quedaron fuerzas para fulminarle con la mirada cuando el otro se atrevió a decirle que lo que le proporcionó el viernes anterior debería haberle durado por lo menos quince días más.

Le fulminó con la mirada y le espetó un furibundo; o te callas la puta boca o me la chupas pero no quiero oír tu voz...

Liam se dedicó a lo último con una maestría única pero cuando le hizo acabar y se levantó le susurró al oído en tono cortante que dada la situación sería mejor que guardase las formas y recordase quien le tenía cogido por las pelotas.

Y seguidamente aferrándole la muñeca le “obligó” a hacerle una paja hasta explotar en la mano del rubio. Cuando se fue y antes de salir se volvió a mirarle. Y de nuevo le habló;

  • Querubín, no olvides nunca que no debes morder la mano que te da de comer.

Frank odiaba con todas sus fuerzas el sobrenombre que le había puesto el otro. Lo odiaba porque así era como le llamaba su abuela materna cuando era apenas un niño de 5 años todo mofletes, rizos dorados y ojazos azules. Cuando quedaba tan lejanos los días en los que se descubriría a sí mismo enamorándose del sexo que no debía y de las personas menos indicadas.

O por lo menos y, a pesar de lo que dijera su madre, así es como se le había educado. Y en eso creía. Si Jac nunca sabría lo mucho que lo había amado, sí Pitt le volvía la espalda a pesar de confersarle que él era su vida es que era cierto. Aquello estaba mal. No debería sentir aquello salvo para dejar que de vez en cuando alguien, Liam, se lo follara y le permitiese evadirse de tanto dolor.

¿Porqué tenía que ser todo tan difícil?

Fuera llovía lo cual dado el clima de la ciudad ya era de por si extraño. Llovía y lo hacía con fuerza. Con rayos y truenos. Desde la habitación del hospital observaban aquel asombroso fenómeno con la ilusión de quien espera la mañana del día de navidad, o en el caso de Cesc, Jac y Olivia la mañana del día de Reyes.

La puerta de la estancia se abrió y por ella entraron unos empapados Peter, Maikel y Natalie portando bolsas con el logotipo de una famosa casa de hamburguesas. Era viernes noche y habían decidido que la mejor manera de pasar un día como aquel era acompañando al mediano de los Baranz en la primera de gustación de una especialmente suculenta y grasienta. El muchacho lo llevaba desde que empezó a mejorar. Pasadas las semanas e incluso los meses y cuando ya era más que evidente que por delante solo quedaban días de completa mejoría el médico que llevaba su caso había autorizado que se complaciese su deseo.

Claro que eso era algo que el otro no sabía.

De ahí sus ojos abiertos como platos cuando vio como su chica depositaba sobre el mueble que hacia función de mesita de noche y mesa de comedor aquel paquete abriéndolo ante él. El olor llenó sus fosas nasales, aspiró fuertemente. Y una estúpida lágrima se deslizó mejilla abajo. Su hermano se la secó sonriéndole.

  • Hoy es una excepción...no te acostumbres.
  • Aguafiestas... - murmuró Jac cogiendo el suculento bocadillo con las manos. Y volvió a llorar cuando sintió el sabor en su boca. ¿Cómo una estupidez como aquella podría resultar tan atrozmente abrumador? Miró a su alrededor. Como su familia, Peter, Maikel, Nat, se situaban cerca de su persona para comer igual que él. Hablando y sumiéndose en una monotonía de la que siempre había huido pero que ahora bendecía con todas las ganas.

Un trueno especialmente intenso resonó e hizo temblar hasta lo que parecieron los cimientos del centro médico.

La lluvia se intensificó más aún.

  • ¡¡¡Liam... - gritó alguien acercándose al desgarbado pero atractivo joven negro. - El tipo que te la sacudía hace diez minutos está tirado en el suelo de los baños... No parece encontrarse en muy buen estado.
  • ¿Y... - fue la respuesta del otro.
  • No sé pensé que te interesaría saber que ese precioso culito que te follas últimamente no está pasando por su mejor momento. - El tipo que le hablaba se encogió de hombros alejándose de él. El joven atleta se mordió el labio inferior. Los focos de distintos colores iluminaban la zona en la que se encontraba y distorsionaban la visión del pasillo que conducía a los aseos. Finalmente suspiró y se dirigió hacia allí. Frank era gilipollas.

Lana

Sumpter desvío sus cristalinos ojos de la página que estaba leyendo. El trueno la sobresaltó. Frunció el ceño y un escalofrío le recorrió la columna.

Se frotó los brazos intentando volver a recuperar el calor que había perdido tan repentinamente. Le resultó inútil.

Peter se dio cuenta de que tenía una nueva llamada perdida. Frank no se cansaba. Si a lo largo de la semana no le había telefoneado veinte veces no lo había hecho ninguna.

Siempre descolgaba para seguidamente colgar.

Claro mensaje diciendo que no quería saber nada del otro.

Esta vez no fue distinto.

Borró el registro.

Los goznes oxidados de la puerta ni siquiera se oyeron mientras esta se abría. Liam divisó el cuerpo de Frank sobre un charco del suelo. Junto al muchacho el vaso roto con el ambarino líquido vertido a su alrededor.

  • Querubín no sabes controlarte... - le dijo arrodillándose a su lado. No hubo respuesta. Le tocó el rostro. Un sudor frío le cubrió la piel. - ¿Frank? - le sacudió. Mirando a su alrededor se dio cuenta de que justo debajo del cuerpo del otro se encontraba abierta y con el contenido esparcido, la bolsita que le diera cuando se encontraron esa noche. Contó las pastillas. Sus broncíneos ojos vagaron entre ellas y el chico. - ¡¿Qué has hecho?! - Le cogió por los hombros volviéndolo. Una especie de espuma blanca asomaba de sus labios. La limpió y se inclinó hacia él no sin antes gritarle al primero que apareció por la puerta que llamasen a una ambulancia. Su mano se aferró a lo que quedaba de las pastillas y las hizo desaparecer por el sumidero que había en el centro del lugar.

Luego intentó volver a hacer latir su corazón.

En la sala de estar del señor Sumpter se oía la televisión emitiendo un partido de los Lakers. Desde allí se podía ver la luz encendida de la cocina.

Sonó el timbre de la puerta.

Fuera seguía lloviendo.

Natalie aspiró fuertemente el olor a ozono que dejaban los truenos. Había bajado a la calle para hablar con su casa al abrigo del tejado que circundaba la pared del área de urgencias.

El haz de luz de uno de los vehículos de emergencia iluminó su rostro mientras entraba en el área y paraba con celeridad frente a las puertas. Dos sanitarios saltaron del interior, dos personas salieron a su encuentro y les ayudaron a bajar una camilla con alguien sobre ella.

Reconoció el rostro lloroso de Liam mientras éste bajaba del vehículo.

Y reconocería aquellos rizos rubios en cualquier lugar y situación.

Y volvió a tronar.

Y esta vez no fue únicamente el edificio lo que pareció temblar.