Me llamo Jacob VII

Tú a Washington yo a California... o lo que es lo mismo viaje de ida y vuelta. O de como un mes pueden ser incluso una eternidad.

NOTA DE AUTOR; Le prometí a cierto lector que le incluiría en el reparto de la historia. Espero que sepa  que Maikel va por él. Ojalá le guste el personaje porque intuyo que ha llegado para quedarse... jejejeje...

Igualmente quiero dedicarle en especial este capítuloa una persona que me envío un mail el pasado 2 de junio de esos que supongo que todo escrit@r anhela recibir y más si estás en esos comienzos en los que sueñas que quizá no sea tan descabellada la idea de dedicarte a lo que ha sido tu sueño toda la vida. Juntar palabras, crear emociones y, llegar de alguna manera, aunque sea en pequeñas gotas, a los demás.

A, por cierto, un comentario de este lector me hizo desear reivindicar en esta séptima parte a las componentes femeninas de la historia. Y señalar que  Olivia adora a sus hermanos y eso es lo más normal pero quiero afirmar y afirmo que Natalie ama profundamente a Jacob y este a ella. Y que el amor no depende del sexo de las personas sino de la capacidad de dar y recibir. Cesc y Alex beben los vientos el uno por el otro y han superado muchos obstáculos, Peter y Frank pueden llegar a amarse o no eso lo decidirá el destino (que en este caso es mi propia mente ;P). En este capítulo surgen otras dos parejas una que puede llegar a ser y otra que es... Todas, ya sean parejas gays o heteros tienen algo en común, aman con toda la fuerza que da el sentimiento. Un sentimiento que como digo no depende ni del sexo, ni de la raza ni de la edad... sino del corazón. Y es que soy una puñetera romántica.

-------------------------------------------

Pestañas largas y postizas. Labios rojo pasión. Pelo negro y con ondas. Vestido blanco con estampado de cerezas de tirantes con escote palabra de horno y el cuerpo ajustado así como falda con algo de vuelo. Zapatos de tacón de vértigo. Gafas con forma de corazón.

Olivia necesitaba divertirse y la fiesta Pin-up organizada por Aisha era una buena oportunidad. Aquel ambiente cargado de sufrimiento estaba haciendo estragos en su habitual carácter alegre y jovial de ahí que aquella jovencita afroamericana de cabello rizado y ojos profundamente negros se decidiera a acudir en rescate de su mejor amiga para distraerla. No necesitaba ver más lloros, más miradas perdidas ni más suspiros y charlas desesperanzadoras.

Al igual que todos Aisha rezaba cada noche porque el hermano de la muchacha se repusiera y se uniría a las celebraciones si se conseguía porque Jacob le caía extraordinariamente bien y sabía cuánto lo necesitaba Olivia pero había llegado el momento de sacar de ese pozo depresivo a la morenaza latina de palabras explosivamente sinceras. Y ella se había erigido en directora del proceso.

Oyó sus pasos en el piso superior y se situó en el rellano de la escalera. Como una novia expectante. A veces así se sentía. Y ella sabía que a Olivia le encantaba y que quizá en un futuro podría imaginar que dejaban de ser solo amigas. Las veces que había intentado dar un paso más atrevido a sus jóvenes 14 años ella le había detenido medio insinuando que la diera tiempo y que su respuesta no era un no definitivo.

Desde su posición se podía ver la cocina donde se encontraban Alex y Cesc haciendo como que no miraban al lugar. No es que quisiera que no lo hicieran, al fin y al cabo casi se podía palpar la emoción de que alguien fuera a pasar, por fin, una buena velada. Y tanto ellos como la propia Aisha sabían lo necesitada que estaba Olivia de unas horas de relax. Finalmente oyó esos pasos aproximarse. La jovencita apretó un botón de su i-phone, sonrió y con el comienzo del descenso empezó a sonar una de las canciones de su película favorita;

Be my baby

de Dirty Dancing...

Estaba absolutamente radiante. Hermosa como pocas veces. Atractiva, sexy. Y se dejó llevar para estirar el brazo y la mano a la espera de que ella la cogiera. Cosa que hizo con una enorme sonrisa. Desde el umbral de la puerta los dos hombres prorrumpieron en aplausos;

  • ¡¡¡Esa chica guapaaaaaaaaaa!!! - exclamó Cesc sintiéndose quizá un poco abrumado de lo mucho que había crecido la pequeña de la familia.
  • Seguro que no te refieres a mi... - río Olivia mirando a Aisha de arriba abajo. Aquel short tan corto y amarillo así como la blusa negra con un escote en forma de corazón y unos zapatos peep toes también oscuros como el carbón la hacían lucir increíblemente bonita. - ¿Dime de nuevo como convenciste a tu madre de que nos permitiera hacer esta fiesta?
  • Siendo una buena hija, prometiéndola no discutir en las próximas dos semanas y comportarme con educación y corrección en la próxima reunión familiar sin dejar entrever siquiera que haría algo más que darle un besito en la mejilla a la hija del ama de llaves de mis abuelos...
  • Y yo pensando que bebías los vientos por mi...
  • Y lo hago pero mientras te decides tendré que entretenerme con algo o con alguien... - Vio que Olivia se volvía hacia su hermano y Alex yendo luego hacia ellos para abrazarlos.
  • ¡Gracias, de nuevo, por dejarme ir! - Cesc la estrechó entre sus brazos con fuerza.
  • Tu ocúpate de pasarlo bien, peque. - Luego cedió aquel pequeño y vivaracho cuerpo al rubio quien depositó un suave beso en la frente de la joven.
  • Estáis guapísimas las dos... disfrutad de la noche... Pasaré a por ti a la hora de comer. Procurad no quemar la casa. - Olivia le devolvió el beso al novio de su hermano y se despidió de ambos con una mano. La otra la uso para coger a Aisha de la muñeca y tirar de ella para apremiarla y salir corriendo dando gritos entusiastas como si fueran niñas delante de sus amores platónicos antes de un concierto.

Alex y Cesc se miraron mientras se echaban a reír. Olivia siempre tenía ese efecto en ellos. Irradiaba alegría y la contagiaba. Y ambos intuían que no tardaría en dejar de jugar a la cuerda con su amiga. Solo esperaban que decidiera lo que decidiera ninguna de las dos saliera dañada.

Su hermano mayor estaba convencido de que el sentido común y la sensatez que había demostrado siempre evitasen que dieran un paso en falso.

Frank pensó que le daría tiempo a ir corriendo a casa, deshacer la cama para que sus padres no se percatasen de que no había dormido allí y volver a su regazo antes de que despertase. Pero se equivocó y cuando quiso salir de su propio domicilio fue para ver con angustia como el otro estrechaba la mano de un joven, como cogía una maleta, la metía en la parte trasera de un coche y se alejaba con él calle adelante.

¿Ni un mísero adiós? ¿Aquella maravillosa noche no había significado nada para Pitt? ¿Decirle que su vida no era nada sin él no bastaba?

¿Porqué? ¿Porqué no le creía?

Agachó el rostro mientras se tragaba las lágrimas que sus propias recriminaciones estaban a punto de hacer surgir;

porque aún no le quieres lo suficiente... porque aún está Jac...

Y Peter lo sabía.

Terapia musical. Así lo llamaba ella. Conocía a su novio, su pasión por todo lo que oliese a arte. Escribir, pintar, fotografiar, filmar, la música. Se pasaba las horas muertas encerrado en su cuarto creando historias con sus lápices y encontrando inspiración en cualquier canción que sonase en la radio o en su reproductor. Así que desde un comienzo pensó que una buena ayuda para que Jacob se evadiese de lo que le rodeaba y sucedía era escucharla también allí.

Por el hilo musical de la habitación se escuchaban las voces de Antonio Orozco y Alejandro Fernández cantando Estoy hecho de pedazitos de ti ... Con él había aprendido a amar un país y una tierra que nunca había pisado porque por muy lejos que estuviera Jacob jamás dejó de sentirse arraigado en la tierra que nació y le vio crecer durante sus primeros once años. Le gustaba soñar que algún día volvería para recorrer las calles y reencontrarse con los amigos de su infancia. Para visitar, por ejemplo, el campo donde solía jugar al fútbol con sus amigos.

Natalie disfrutaba escuchándole hablar emocionado de los rincones que recorría de la mano de su padre y una de las cosas que tenía pensado hacer cuando cruzara con él el océano era visitar el lugar en el que estaban enterrados sus suegros. Para presentarles su respetos y agradecerles que hubieran traído a su vida al chico por el que suspiró desde que le vio hacerle frente intelectualmente al capitán del equipo de fútbol americano. Y que se presentó delante de ella con una caricatura de la muchacha vestida de superheroína y una pregunta; ¿puedo ser tu Peter Parker? ¿Quieres ser mi Mary Jane Watson? Ella sonrió cuando recordó su propia respuesta; No, siempre me ha gustado más Jean Grey . Y a partir de ese día pasó a ser el sobrenombre con el que se dirigía a ella cuando nadie les miraba. Se lo susurraba al oído, la llamaba su pelirroja de poderes ocultos capaz de levantar objetos con su sola presencia. Afirmación esta que hacía sonrojar a la chica hasta la raíz del pelo.

Para ella era un suplicio sentarse cada tarde después de la escuela frente aquel frío cristal esperando que llegaran buenas noticias y se encontrase un donante adecuado. Más de media escuela había pasado por los laboratorios, un buen puñado de compañeros de trabajo de Cesc y Alex. La prima de los hermanos, Sofía, se había realizado las pruebas en un hospital de Londres así como los dos niños habidos de su matrimonio con un periodista británico, el mismo que no tuvo reparos en meterse en un centro sanitario de Hanoi donde estaba cubriendo algún tipo de cumbre internacional de las Naciones Unidas para realizarse él también las pruebas. Y que hubiera estado dispuesto a, si salían positivas, dejarlo todo para viajar a Los Ángeles y meterse sin titubeos a salvarle la vida al muchacho al que tanto amaba su esposa.

Pero a día de hoy no había habido ningún resultado y Nat le veía apagarse. Cada vez más débil, más pálido, con esas ventanas al alma que eran sus ojos cerradas a cal y canto. Noche tras noche antes de irse apretaba el interruptor del comunicador y le susurraba que no se rindiese. Y que le quería.

Y cada noche cuando se montaba en el coche junto a su padre o su madre estos la recibían entre sus brazos o estrechando su mano.

Ese día no fue diferente en nada o por lo menos todo seguía el ritmo habitual hasta que cuando se colocó el cinturón de seguridad le sonó el móvil. La melodía One Last Breath del sonido Seattle que identificaba al interlocutor como su recientemente descubierto amigo Peter Falls sonó en el vehículo. Al descolgar y tras escucharle lo único en que podía pensar es que jamás hubiera imaginado que la esperanza cantara grunge .

Con el solo transcurso de un mes Pitt volvía a pisar el suelo del aeropuerto acompañado del mismo joven colaborador de su padre. Maikel Van Der Vleu, holandés de origen que mezclaba en su sangre la ascendencia europea con la venezolana lo cual otorgaba a sus rasgos un exotismo único. Formal, atractivo, ambicioso y lo que desde que se había marchado obedeciendo órdenes de su padre se había convertido en lo que el castaño calificaba como lo que realmente se merecía. Alguien que le cuidaba, que le escuchaba. Que le valoraba lo suficiente como para no negarle.

Maikel con sus recién 22 años cumplidos y actuando de pasante en el mismo bufete que el padre de Peter había sido adjudicado para ocuparse del hijo díscolo de uno de los socios más relevantes de la firma de abogados. Lo que no esperaba es encontrarse con un adolescente tan dolido, furioso y perdido.

Mucho menos con que durante las tres horas que duraba el vuelo consiguiera establecer una conversación tan intensa, reveladora y fascinante con aquel joven de 17 años. Lo que ya resultó una total locura es que prácticamente se casi notara saltar de júbilo cuando le vio entrar, a los dos días de llegar, en la sede de la firma en la ciudad más grande del estado de Washington. Y casi se cayó de la silla cuando le escuchó decirle a su padre qué, o le permitía hacerse unas determinadas pruebas médicas o pedía la emancipación de sus progenitores provocando de paso uno de los mayores escándalos a los que se podía enfrentar el prestigioso grupo de letrados.

De nuevo el Sr. Falls le pidió que acompañara al muchacho de regreso a Los Ángeles para que cuando todo acabara volviese con él a la ciudad de la Aguja Espacial. Lugar al que poco después de llegar a aquella urbe y tras haber amenazado a su padre con plantarle cara Maikel se lo llevó. Aún recordaba como Pitt casi se volvió loco al darse cuenta de que estaba en uno de los escenarios de dos de sus series clásicas favoritas; Fraiser y Anatomía de Grey . Cuando el joven veinteañero comentó qué sobretodo el segundo de los show le resultaba demasiado intenso el otro le espetó que, a veces tirando de tópicos, los homosexuales resultaban demasiado excesivos. Maikel se le quedó mirando evaluando la situación.

  • Como tu dices eso no es más que un tópico... no te veo a ti demasiado excesivo. - Pitt le sonrió sin disimulo. - Aunque la espontaneidad tiene su punto atractivo.
  • ¿Tu eres espontáneo? - el moreno holandés siguió escrutando el rostro níveo que tenía delante suyo y que protegía su cuerpo de la fina lluvia con un paraguas gris decorado con dibujos de botes de cerveza en negro. Aquellos delicados y rosáceos labios le atrajeron como un imán a otro y sin casi pretenderlo se encontró así mismo agarrándole de las solapas de su abrigo de paño oscuro, tan formal y tan poco adecuado para alguien como ese chiquillo para aproximarlo a su figura y proporcionarle lo que al propio Maikel le pareció el beso más estremecedor de cualquier vida pasada, presente y futura. Cuando se separaron para poder respirar una pícara sonrisa brillaba en los ojos del adolescente.
  • Si tu padre se entera me va a despedir de un puntapié...
  • Pues entonces será mejor que no se entere...
  • No me apetece ir escondiéndome cada vez que se me antoje besarte.
  • Bueno... también está en tu contra que soy un menor y te podrían acusar de pervertidor...
  • Tienes 17 años... creo que no hay nada que yo pueda hacer para evitar que me seduzcas... - Peter sonrió de nuevo, se volvió a pegar al tipo que su señor progenitor había encargado que le vigilase, cernió sus brazos entorno al cuello del mayor y esta vez fue él quien le besó. - No... creo que no... que no puedes hacer nada para evitarlo.
  • Suerte la tuya que tampoco quiero que hagas nada para evitarlo...

Cesc y Alex le abrazaron con fuerza aguantando a duras penas las ganas de echarse a llorar. Que el chico se hubiera enfrentado con tanta determinación a la negativa de sus padres para acabar teniendo como resultado que sus células sí eran las idóneas para ese transplante era mucho más de lo que podían desear y soñar.

Peter se vio abrumado por otro nuevo abrazo. Esta vez por parte de las mujeres de la familia Baranz, Olivia y Natalie le estrecharon contra ellas dejándolo sin aliento. Un extraño sonido detrás de ellas las hizo cesar en su efusivo gesto.

  • Señoritas, les agradecería que le dejasen un par de costillas sanas, por favor. - Tanto ellas como Cesc y Alex miraron al que había emitido esas palabras. No conocían de nada a aquel tipo pero desde que Pitt había vuelto había estado tras él como una sombra.
  • Oh, sí... perdóname... - el joven miró a la familia de Jacob y al holandés alternativamente. - Chicos os presento a Maikel, el encargado por mi padre de velar por mi seguridad.
  • ¿Tienes guardaespaldas? - inquirió sorprendida Olivia.
  • Sí, algo así. Aunque es más guapo que Kevin Costner. - rió el adolescente.

Alex carraspeó y se acercó al tipo escrutándole con la mirada.

  • Por su propio bien espero y deseo que trate a Peter todo lo bien que se merece...
  • ¿Esa frase implica algo, Sr. Kent?
  • Que no pienso permitir que nadie vuelva a jugar con él... a jugar ni a hacerle daño.
  • ¿Y esa extraña querencia?
  • ¿Extraña? - intervino Cesc. - Lo que Pitt ha hecho por nosotros, lo que va a hacer... sin pedir absolutamente nada a cambio, ¿no le parecen motivos suficientes como para defenderlo de cualquier cosa que pensemos puede hacerle daño? - Maikel sonrió suavemente.
  • Por mi no han de preocuparse. - El de 22 años se aproximó casi celosamente al castaño. - siempre procuro llevar a cabo lo que se me encarga con total diligencia y profesionalidad.
  • De acuerdo... pero se lo repito. Será mejor que no se le ocurra permitir que nada ni nadie le hagan daño... porque no le gustaría tenerme a mi y a mi pareja de enemigos. - Maikel miró a Alex sin arredrarse.
  • Lo tendré en cuenta, Sr. Kent... Y ahora si nos disculpan acompañaré a Peter a su casa para que descanse. Al fin y al cabo mañana empezará la batería de pruebas para iniciar cuanto antes el transplante. Mejor que nadie saben que tiene que encontrarse en las mejores condiciones posibles. - Ambos asintieron. Cesc se aproximó al tipo tendiéndole la mano.
  • Cuídele, por favor... - Maikel le respondió con un gesto afirmativo. Puso una mano en el hombro del adolescente y le hizo un gesto.
  • Mañana a primera hora estaremos de vuelta... Un placer haberles conocido. Buenas tardes.

Peter no puedo evitar sonreír socarronamente cuando se encontró apoyado en la puerta de su casa una vez esta se hubo cerrado tras ellos.

  • ¿Un guardaespaldas tiene entre sus obligaciones ayudar a su protegido a ponerse cómodo?
  • No estoy convencido de cuáles son sus tareas específicas... pero las de un pasante aspirante a abogado implican conocer en profundidad a sus clientes... sobretodo a los primeros que tiene... así que será mejor que te estudie con detenimiento... para no pasar por alto absolutamente nada de ti. - Maikel se había ido aproximando al cuerpo delgado pero sensual del chaval. Aferrándose a su cinturón fue avanzando con él, trastabillándose y llegando, finalmente,al dormitorio de chico.

Una vez allí los botones de la camisa regaron el suelo, los pantalones cayeron y unas manos aferraron lugares escandalosos de su anatomía para adueñarse de su cuerpo con total y completa dedicación.

Al otro lado del patio, al otro lado de la verja, al otro lado del césped, al otro lado del cristal. En otro cuarto, en otra casa un corazón saltaba hecho pedazos, unos ojos azules se anegaban.

Y Frank probó definitivamente la hiel de perder, por segunda vez, lo que nunca llegó a tener.