Me llamo Jacob (V)

De refugios inesperados, destrozos furibundos, encuentros apasionados y nudillos solícitos.

Por primera vez en mucho tiempo agradeció que fuera invisible para sus padres. Eso y haber adquirido con el tiempo la capacidad de imitar la voz del Sr. Falls así como su firma. No hubiera podido explicar adecuadamente las ligeras marcas de dedos que se vislumbran en su cuello así que optó por tomarse unos días libres y no acudir a la escuela hasta que se sintiera lo bastante seguro como para regresar sin que se tuviera que enfrentar a preguntas que no quería responder.

A modo de venganza y porque realmente quería hacerlo pasó la mayor parte de ese tiempo con Jacob. El cual aunque miró esos hematomas con un pequeño fruncimiento de ceño fue capaz de callar la boca. También es que bastante ocupado estaba intentando no perder el estómago y negándose en rotundo a comer nada. Su hermano mayor, Alex, Olivia, Natalie e incluso el propio Peter se turnaban para convencer a ese enérgico cabezota consiguiendo al final del día que ingiriera los nutrientes suficientes como para que no fuera el propio tratamiento y, no la enfermedad, el que se lo llevara por delante.

Alex entró en la habitación acompañado de su chico charlando afablemente. Se fijó en el muchacho que estaba sentado al lado de la cama de Jac leyéndole una revista e intentando distraerlo de las evidentes nauseas.

Se acercó a él y poniéndole una mano en el hombro le indicó con un gesto que salieran fuera. El muchacho lo hizo. Una vez en el pasillo ambos se aproximaron a la ventana que ocupaba el final del mismo.

  • ¿Cómo va ese cuello? - le preguntó el mayor. Peter le miró incómodo.
  • No me duele... - murmuró finalmente.
  • ¿Y el que lo hizo lo ha vuelto a hacer...? Molestarte, me refiero. - negó con la cabeza. - Natalie me ha dicho que no estás yendo a clase, algo evidente dado que te pasas el día aquí. ¿Tus padres no dicen nada o no lo saben?
  • Ni lo saben ni les interesa saberlo. - Vio como el otro enarcó una ceja sorprendido. - Mi padre está en Seattle con un cliente del bufete de abogados del que es socio, mi madre andará por Aspen disfrutando de las diferentes formas en las que el ser humano puede esquiar... - el otro asintió comprendiendo.
  • ¿No hay nadie contigo en casa? - Peter hizo un gesto de negación. - ¿Sucede a menudo?
  • Supongo que depende del concepto que tenga cada uno de lo que significa a menudo... pero no me preocupa. Sé valerme por mi mismo...
  • No lo dudo pero Nat también me ha comentado que ese tipo vive al lado tuyo... y que se supone que es uno de tus mejores amigos.
  • Usted lo ha dicho, se supone...
  • ¿Te sientes seguro viviendo apenas a unos metros de él?
  • Sr. Kent, ¿a dónde quiere llegar?
  • Bueno... la verdad es que Cesc y yo no habíamos oído hablar mucho de ti antes de que todo este asunto de la enfermedad comenzase y ni siquiera voy a intentar comprender porqué te estás volcando en cuidar de Jacob tanto porque el caso es que lo estás haciendo y por nuestra parte solo sentimos agradecimiento... Únicamente queremos ofrecerte nuestra casa como refugio si llegas a necesitarla. Nuestras puertas están abiertas para ti si quieres buscar un lugar en el que te sientas seguro. - Peter sonrió suavemente asintiendo.
  • Gracias. - el muchacho miró al hombre con curiosidad. - Sr. Kent, ¿puedo preguntarle algo? - el otro asintió. - Su cara me suena mucho y no de verle ir a recoger a Jac y Oli a la escuela ni de estos días. Me parece que le he visto antes y no consigo ubicar donde... - se sorprendió al notar que el rubio se sonrojaba ligeramente. Pero también cuando se agachó un poco, se situó a la altura de su oído izquierdo y le susurró. Ahora el que enrojeció poderosamente fue él. - ¡¡¡Oh, ya... bueno... gaynet, ¿no?... - en esos momentos hubiera hecho el mayor de los ridículos si alguien le hubiera pedido siquiera que sumara dos y dos.

La mayor parte de la noche se la pasaba vigilando. Tras las cortinas a través de las cuales podía ver si en la otra habitación se encendía o apagaba la luz. Intentando adivinar su silueta. A veces lo conseguía, acosándose o quedándose tumbado en la cama mientras veía alguna cosa en el portátil que tenía. Y siempre solo. Como solía suceder los padres de Peter nunca estaban en casa.

Llevaba una semana sin aparecer por clase. Más de un profesor le había pedido que le llevase las tareas sabiendo que eran amigos y vecinos pero acumulaba los encargos sobre su escritorio sin atreverse a cruzar el patio y llamar a la puerta. A este paso no solo iba a ser responsable de las marcas que sabía había dejado en él sino de que recibiese una buena reprimenda cuando quisiera regresa a la escuela.

Esta vez no sería distinto. Enfrente se encendió la lámpara de techo de su cuarto Las cortinas estaban totalmente corridas y le vio entrar hablando por teléfono. Quedarse parado en medio de la estancia sin mover la boca para instantes después casi poder palpar el grito que debió salir de su garganta. Y como estrellaba el auricular contra la pared para caer destrozado en mil pedazos.

El corazón le dio un vuelco. ¿Qué pasaba?

Las noches eran lo peor porque no les permitían pasarlas junto a él. Para Cesc todo aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla continua y se preguntaba a veces si la familia estaba siendo castigada por algo a través de Jacob. ¿Cómo era posible que alguien tan joven cómo su hermano hubiera sufrido ya tanto?

En tratamiento psicológico desde los 8 años, perdiendo a sus padres a los 11, recayendo de su problema cuando se empezaba a recuperar al cien por cien para volver a tener que ser atendido durante 4 años. Dos años de tranquilidad, viviendo como un chico común con una vida normal. Destacando en los estudios, enamorándose de una chica fantástica, teniendo un futuro prometedor y brillante por delante. Y de repente esto.

No era justo. No, no lo era.

Se volvió al oír pasos detrás de él. Alex le ciñó la cintura y le besó el cuello.

  • Estás muy tenso, amor. - sintió las manos del otro por encima de la ropa. - ¿No te duele la espalda?
  • Me está matando. - reconoció.
  • Vete desvistiendo y túmbate en la cama, anda. Ahora vuelvo. - Cesc sonrió suavemente. Desde que comenzó toda esta infortunada historia había descuidado la intimidad que tanto gustaban de disfrutar. Sabía que Alex tampoco tenía muchas ganas, de hecho, el trabajo se había convertido en algo cercano a una tortura y daba gracias a que ahora fueran más productores que actores porque le costaba un mundo excitarse y todavía más mantener una erección. Cuando volvió a entrar lo hizo cargando un par de frascos de aceite, unas cuantas velas y una cinta de satén negro... - Hoy me vas a dejar que tome el control... - le dijo desde el borde de la cama, deshaciéndose de su propia ropa. - Ponte poca abajo...
  • ¿Dónde está Oli? - murmuró Cesc mientras obedecía.
  • ¿No lo recuerdas? Con su amiga Aisha. - Alex vio la sonrisa pícara que afloraba al rostro de su chico. Se situó arrodillado y con las piernas abiertas sobre los glúteos del moreno. Se inclinó sobre su espalda y pasó la cinta por sus ojos. - ¿Vas a hacer todo lo que te pida? - el movimiento que Cesc hizo pegando aún más su trasero a la entrepierna de su pareja le sirvió de respuesta. El rubio se tuvo que morder el labio inferior para acallar el gemido que apunto estuvo de exhalar. Terminó de atar la cinta dejando “ciego” al otro. Se inclinó un poco hacia un lado y cogió uno de los botes, vertió una pequeña cantidad sobre la espalda de su novio. Deslizó un dedo haciendo eses por su piel, erizándosela en el proceso. - Puedes gemir pero no hablar... tan solo siente... relájate... disfruta... - murmuró sin apenas elevar la voz. A Cesc siempre le había fascinado la capacidad de poner ese tono lascivo, ardiente y excitante cuando estaba en situaciones como aquellas. Esas cuerdas vocales del rubio eran un nuevo y desconocido órgano sexual... por lo menos para él, quien cuando la oía sentía como automáticamente se le ponía dura.

El aceite se unificaba con cada poro de su piel, deslizándose entre sus dedos. Resbalando, relajando músculos contraídos y preparando el camino para una invasión que no tardaría en llegar. El madrileño la podía sentir en su retaguardia. Al mismo tiempo que el más mínimo roce hacia que prácticamente cada fibra de su ser gritara de éxtasis.

Alex había apagado las luces y encendido las velas creando un ambiente íntimo y sensual en el cual solo existía cabida para sus sentimientos, para sus almas. Que hacía tiempo dejaron de ser dos para convertirse en una sola. O eso sentía el moreno en situaciones como aquella. Echando un vistazo al pasado no podía imaginar un futuro en el que no estuviera su vaquero cabalgándolo... Amaba cada fibra de ese cuerpo que le atraía como un imán, de esa mente afilada y aguda que retaba a la suya cada día, de ese corazón espléndido y generoso en el que tenía cabida buena parte del suyo.

Tras lo sucedido meses después de la llegada de la familia a los Estados Unidos y cuando iniciaron el lento camino de reconstrucción de lo que a punto estuvo de irse por el sumidero descubrió un día a Alex hablando con un compañero en un rodaje y refiriéndose a Jacob y Olivia como sus hijos. Cuando regresó herido de New York, en el transcurso de la conversación que mantuvieron con Jean supo que amaba hasta el delirio al ojos azules pero en ese momento supo que sí, que Alex sería por y para siempre para él. Y no pudo ser más feliz.

Percibió sus manos abriendo sus glúteos, el aliento acariciar el perineo, la punta de su lengua deslizarse arriba y abajo por esa zona. Cesc mordió la sábana y gimió casi como un animal sacudido por una ola de placer sublime. Casi instintivamente elevó el ángulo de su cadera necesitado de ser tomado ya, sin más demora. Su deseo se vio satisfecho pero con una lentitud enloquecedora.

Solo podía jadear. Retorcerse de lujuria. Sentir cada centímetro de piel de su amante, buscar el encuentro con ella. Acompañar los movimientos del otro para ayudarle en la penetración. No dejaba de sorprenderle que a estas alturas no hubiera oído nada de los labios de Alex. Y lo echaba de menos. Necesitaba besarle. Esa conexión que tenían volvió a funcionar y de alguna inexplicable forma entendió que debía incorporarse. Arrodillados los dos, con los brazos del rubio rodeando su cintura, Cesc echó la cabeza atrás entrelazando el cuello de su chico y sumergiéndose en uno de esos besos que les enloquecían.

El de Wyoming se fijó en el reflejo que le devolvía el espejo sobre la cómoda. Ambos parecían un único cuerpo, una sola persona. Pieles brillantes, ojos ocultos, rubor, bocas sedientas, manos exploradoras, torso erizado, cabellos revueltos... El olor a sándalo, el baile de la llama de las velas y como música los suspiros, los gemidos, la melodía de los fluidos al encontrase. Descendió la mano desde su cuello, pasando por sus pectorales, entreniéndose en pellizcar los pezones y excitarlos más si cabe, se perdió posteriormente en los costados, en su abdomen, pasó por alto lo que más poderosamente le llamaba la atención para continuar camino por sus fuertes muslos. La lengua acompañaba este periplo dibujando cada rincón de su cuerpo en la pequeña zona que unía los oídos con las clavículas. Finalmente volvió a ascender para aferrarse a esa erección que estaba seguro comenzaba a ser dolorosa. Inclinó el cuerpo de Cesc hacia delante y sosteniendo su propio peso sobre un brazo profundizó las penetraciones y mantuvo la masturbación...

No podía amarle más. No podía no desearle como lo deseaba. Y no había segundo del día que no se sorprendiera de la profundidad de lo que experimentaba estando tan solo a su lado. Momentos como aquellos eran instantes robados al paraíso.

Le oyó gemir escandalosamente, apreció el calor sobre la palma de su mano cuando el otro eyaculó entre sus dedos. Fue el pistoletazo de salida para que él mismo se dejara llevar. Inundó su interior con unas cuantas poderosas y repetidas penetraciones. Y entonces sí, entonces habló por primera vez mientras le hacía el amor.

  • ¡¡¡Ceeeesc!!! - Y se desplomó sobre su cuerpo acompañando el movimiento para trasladar el del otro y quedar tumbados los dos sobre las revueltas ropas de cama con él aún penetrándolo, con su cabeza apoyada entre su hombro y la almohada. Con sus labios acariciándole. Y las manos de ambos aferradas.
  • Te quiero. - le oyó murmurar con voz apagada y soñolienta. El sueño le acunaba. Había llegado la hora de descansar.

Había tanto dolor que sufrir que más valía dejarse llevar. Mejor no luchar contra la tregua del descanso.

Una ardua batalla que luchar. Y ganar.

Frank estaba detenido en la puerta del otro. Indeciso de llamar o no. Después de que le hubiera visto destrozar el teléfono pudo contemplar como el muchacho se sentaba en el suelo enmoquetado ocultando su rostro entre las manos. Estuvo sin moverse lo que a él le pareció una eternidad.

Algo le decía que debía ir allí. No hacer caso al sentimiento de vergüenza que le inundaba. Peter era su mejor amigo, o por lo menos lo había sido. Le había acompañado durante las largas tardes en las que el chico se encontraba solo en casa sufriendo un abandono que no parecía tan aparente como realmente era. Pocas personas sabían de la soledad en la que vivía el castaño. Franklin sabía que sus propios padres se negaban a reconocer que esos vecinos a los que veneraban por las brillantes carreras y exitosas vidas que llevaban habían dejado de lado a lo que debiera haber sido su única y primera prioridad. Peter creció entre niñeras hasta que llegó a una edad en la que se consideró podían prescindir de ellas y ahorrarse el gasto. A partir de entonces se despertaba solo, desayunaba con el mismo, comía de igual modo, estudiaba de la misma manera, cenaba con su propia compañía y se iba a dormir sin que nadie se preocupase de taparle y proporcionarle calor.

Nadie a excepción del propio y tosco vecino que nunca le vio como más que su mejor amigo. Hasta el día en que traicionó esa amistad para hacerle sufrir una nueva traición. Una nueva soledad.

Finalmente abandonó la entrada principal para adentrarse en el patio trasero y penetrar en la casa como tantas otras había hecho. Trepando por el árbol que había frente al cuarto de Peter. Rezando para que la rama que le sostuvo cuando era pequeño aguantase ahora su peso el tiempo suficiente para que el otro se diera cuenta de que eran sus nudillos los que le pedían permiso.

Le vio levantar la mirada. Le vio clavar los ojos en los suyos.

Algo debió ver en ellos...