Me llamo Jacob (III)

Sin esperanza. Sin lágrimas, sin mentiras.

Los médicos se habían enfrentado a un dilema. Las perspectivas eran malas, muy malas. Tanto que no habían ocultado el muy posible fin de todo aquello a la familia del paciente pero tampoco querían perder la esperanza. Al fin y al cabo apenas era un muchacho saliendo de la niñez y se merecía el esfuerzo de que hicieran incluso lo imposible.

Solventar la acumulación de líquido en el pericardio antes de que provocara un fallo del corazón que hiciera insustancial tratar lo que había provocado la pericarditis. Tras el suministro de corticoesteroides y antiinflamatorios y viendo que los mismos no hacían remitir el problema se vieron abocados a pasar por el quirófano.

Jacob se encontraba tumbado en la mesa del cirujano con los ojos fijos en el techo. Había pasado los últimos cinco días haciéndose a la idea de que muy probablemente el periplo llegaba a su fin. Conteniendo las lágrimas para no agobiar más a Cesc al que sorprendía llorando en silencio muchas veces cuando pensaba que estaba durmiendo y no le veía.

A veces les oía hablar en voz baja. Alex insuflando ánimos a su pareja cuando realmente se podía notar claramente que tenía la voz tomada y que él mismo ni se creía las palabras que decía. Una tarde, días antes de pasar por la operación, despertó para encontrarse sentada a su lado a Jean Constine. Hacía tiempo que dejó de pasar por su consulta pero no había dejado de verla. La mujer se había convertido en una buena amiga de la familia y solía visitarlos o salir con ellos a tomar algo. Sobretodo con Alex y Cesc. Ahora se encontraba a su lado. Hizo un gesto inclinándose sobre él, apartándole el flequillo, besándolo suavemente en la frente.

  • ¿Estás dispuesto a luchar, Jac?
  • ¿Servirá de algo?
  • Creo que vivir merece la pena... y vivir la vida contigo a nuestro lado será una realidad más fácil de sobrellevar. Si el final es que te vayas así será pero no lo vas a hacer sin plantar cara y luchar para permanecer con nosotros.
  • Los médicos dicen que no hay muchas posibilidades. De hecho les oí decirles a los chicos y a Nat que se fueran haciendo a la idea... - la vio fruncir el ceño. La verdad es que no había vuelto a ver al profesional que les había dicho aquello.
  • Ese médico no va a volver a tratarte. El resto de los que están implicados en tu caso creer que merece la pena luchar. Nadie está dispuesto a bajar los brazos ahora solo queda que tu estés por lo mismo. Lucha, Jacob... por favor, lucha. - su voz era serena y firme. Agachó la cabeza intentando encontrar en su voz el valor que no sentía. Se oyó decir que lo haría, que lucharía pero en el fondo ya sabía que se había rendido. Pensar que quizá si todo terminaba podría reunirse con sus padres no era mal destino. Habían pasado seis años pero no ha habido ni un solo día en que no les echara de menos. Y aunque han sido unos momentos cargados de buenas cosas y rodeado de gente maravillosa tampoco era mala idea cerrar los ojos. No sufrir más e irse con ellos.

Jean permaneció una media hora más con él hablando hasta que finalmente le dejó en una habitación que había empezado a encontrarse en penumbras. Jacob apoyó la cabeza en la almohada y desde su posición miró al cielo. Suspiró. Seguía tan cansado como cuando entró. Por muchos medicamentos, por muchos sueros nada parece ir mejorando. La perspectiva del quirófano le asustaba. De morir quería hacerlo rodeado de las personas que le amaban y no sobre la fría mesa de un hospital. Quería irse abrazado por el cálido regazo de su hermano. El regazo que le consoló cuando ellos se fueron, los labios que le colmaron de besos y susurros prometiéndole que todo saldría bien y que no habría más sufrimientos.

Jacob sabía que era injusto. Que no podía reprocharle nada a Cesc. Todo lo contrario. Había sido un hermano, un padre, maravilloso. Solícito. Comprometido. Divertido. Consecuente. Firme, riguroso. Pero también comprensivo. Un padre que les escuchaba cuando era necesario y que sabía imponerse cuando era menester. Que les había regalado a Alex. Un hombre único y maravilloso que convirtió sus días en una sucesión de instantes cargados de significado. ¡Cómo les quería!

Recordó el dolor del accidente. El rostro triste de Olivia. Igual que el que tenía ahora cuando venía a verle. Triste y enfadado porque no lo entendía. Cerró los ojos intentando aislarse de todos aquellos abrumadores sentimientos. Oyó la puerta abrirse de nuevo y sintió como le agarraban la mano. Reconoció la piel suave de su pequeña hermanita apoyando la frente sobre su brazo.

  • No me dejes... - fue un susurro. - por favor, no te vayas.

Pero no tenía fuerzas.

Frank no era el mismo. Deambulaba por los pasillos de la escuela. Por el gimnasio. Por los terrenos que rodeaban el recinto. Por su habitación. Sin rumbo fijo. Perdido en sus pensamientos.

Había sido incapaz de mirar a la cara de Peter al día siguiente. Llevaba rehuyéndolo desde entonces. Muerto de vergüenza. Su cerebro era un remolino de sentimientos y pensamientos encontrados. Quería ir al hospital para gritarle al mierda de español que no se rindiese. Que le diese la oportunidad de arrodillarse delante de él para decirle que le amaba con todo su corazón aún a costa de que le mandasen al carajo. Pero también quería ir al encuentro de su mejor amigo para suplicarle un perdón que no estaba muy seguro de querer... más que nada porque no estaba del todo convencido de no desear que algo como lo sucedido no volviera a pasar.

En esas estaba cuando levantó la vista del tartán rojo de la pista de atletismo y vio sentado en la colchoneta del salto de altura a la persona que había accedido sin rechistar a que le usase como lo usó. Tragó saliva y por un momento estuvo tentado de darse media vuelta para alejarse de él. Algo le empujó a hacer lo contrario. Con un millar de agujas clavándosele en el corazón se acercó lentamente hasta su amigo.

Vio como el rostro del mismo perdía color al verle y se levantaba. Antes de darle oportunidad de irse le habló.

  • No me dejes... - fue un susurro. - por favor, no te vayas.

Cesc estaba desesperado. Desde el mismo momento que oyó a ese estúpido dictar sentencia sobre el futuro de su hermano apunto estuvo de empotrarle contra la pared y saltarle todos los dientes a base de hostias. Jacob no iba a morir. No. No iba a suceder. No lo iba a permitir. No le iba a perder y punto.

Ahora solo quedaba convencer a su nene

de que no se rindiera. Pero que le dijeran cómo porque no tenía ni idea.

Y ahí estaban de nuevo sentados juntos sobre aquella superficie blanca y azul. Sin decir ni una sola palabra. Sobraban. El sol empezaba a ponerse y ambos sabían que debían abandonar el lugar pero les faltaban las ganas de hacerlo.

Empezaba a refrescar. Peter alargó la mano para coger la chaqueta de su chandal. Descubrió que se la había dejado en el interior de la taquilla. Suspiró. Y se frotó la piel de los brazos que se perlaron de pequeños puntitos, erizada por el frío que comenzaba a sentir. Cerró los ojos sin saber muy bien qué pensar, qué hacer, qué decir...

Oyó un movimiento a su lado. La negra chaqueta de su acompañante le cubrió los hombros y el calor que había quedado impregnado en la prenda le bañó como si estuviera tumbado en la playa recibiendo la calidez del astro rey. Una vez colocada las manos no le abandonaron. Más bien acariciaron el nacimiento de su cabello y le enviaron escalofríos por toda la piel. Se volvió a mirarle y descubrió una suave sonrisa bailando en los labios del otro. Un murmullo salió de los suyos.

  • Frankie... - un dedo se posó sobre su boca.
  • No hablemos. Solo quiero estar contigo a mi lado. - Peter asintió. El brazo le atrajo hacia el otro. Apoyó la cabeza en su hombro. Cerró los ojos de nuevo dejándose mecer por su respiración y por el olor que desprendía su amigo.

No sabe cuándo acabaron tumbados. Estrechados sus cuerpos, tan solo disfrutando de la compañía mutua. Sin buscar nada más que el consuelo de no estar solos y de la silenciosa compresión. La mano de Frank estrecha la suya. Ya es de noche, noche cerrada. Peter sabe que sus padres le echarán la bronca del siglo pero es uno de esos momentos que merecen ser vividos. Uno de esos instantes eternos e inolvidables que se guardan en la memoria para cuando lleguen las malas épocas.

Y esta no es que sea especialmente buena. Sabe que Frank no le ama. No de la misma manera en que ama a Jac pero tampoco le repudia. Tampoco le rechaza y eso ya es algo. Es a él a quien ha buscado. Es en él en quien se refugia.

Gira la cabeza para mirarle sin atreverse a decir esta boca es mía. Sin pretenderlo se encuentran mirándose el uno al otro. Los ojos azules del rubio luchador frente a los grises del castaño de pelo lacio. Peter ha sido siempre su mejor amigo pero siempre se ha sentido poca cosa frente a los imponentes músculos del otro. Son muy distintos y sabe que sino hubiera sido porque sus casas están la una junto a la otra, sino hubiera sido porque se asomó por encima de la valla con 7 años para ver a su vecino chapoteando en la piscina de su patio nunca habrían cruzado palabra y mucho menos diez años después hubieran echado el polvo con el que había estado soñando tanto tiempo.

Frank se movió y para sorpresa de su acompañante se situó a horcajadas sobre él. Uno de sus dedos le recorrió el perfil del rostro. Luego paseó por sus cejas, descendió por su nariz, se entretuvo en el mentón y volvió a ascender hasta sus labios. Peter los entreabrió y sacando casi tímidamente la lengua lo lamió ligeramente.

  • Te mereces mucho más... - apenas puede creer esas palabras y no sabe de dónde demonios sacó el valor para responder lo que le respondió.
  • Te equivocas... tengo lo que me merezco. - Frank le miró con el ceño fruncido. - Te tengo a ti... no quiero nada más. Me conformo con tenerte de esta manera.
  • Pero no puedo... - esta vez fue Pit el que le cerró la boca.
  • Si es lo que puedo tener, es lo que quiero. Nada más. - le vio cerrar los ojos.
  • Esto es una locura. - Se incorporó ligeramente. - Y duele...
  • Lo sé... pero duele menos cuando me besas. - sus miradas se volvieron a encontrar. Peter se atrevió a enganchar el cuello de su amigo y atraer su cabeza hacia la suya. Los labios volvieron a unirse. - Pero esta vez sin lágrimas, Frank...
  • Sin lágrimas. - aceptó el chico empujando ese cuerpo no tan musculoso como el suyo pero si atrayente y excitante. De nuevo sus manos se deslizaron por debajo de la camiseta. De nuevo su lengua recorrió la piel de su rostro. Otra vez le desnudó para poder alcanzar cada rincón de su torso. Encandilado por los suaves gemidos que oía. Por el temblor que le recorría, por la potente erección que sentía contra la suya propia. Esta vez fue él quien desabrochó el pantalón de su amigo dispuesto a dar placer en vez de recibirlo. Peter se lo merecía. Algo de reconocimiento por ser como era. Tan leal, tan buena gente... levantó los ojos y se fijó en el rostro arrebolado de ese crío que le había acompañado desde que tenía uso de razón. Si las cosas no se estuvieran dando como se estaban dando podría ser algo más que un buen amigo. Algo dentro de él sintió que era probable que Pit era lo mejor que le podía suceder. - Puedo llegar a que...
  • No prometas algo que quizá no puedas cumplir. Tan sólo hazme tuyo de nuevo, por favor. Sin lágrimas... y sin palabras. Por favor, Frank. No me digas que me quieres o que puedes llegar a hacerlo sino lo sientes. Folla conmigo pero no me mientas. - El corazón se le encogió ante esas palabras pero las aceptó. Sumergió su boca en la polla de Peter y a eso se dedicó. A no amarle como se merecía pero si a no mentirle.

Sus labios recorrían esa tersa piel deleitándose con su sabor. Notando la dureza que le llenaba. Los dedos izquierdos acariciaron la sensible zona de perineo. Los de la mano derecha se entretuvieron sacando exclamaciones de placer de sus pezones. Hacía frío pero no lo sentía. El cuerpo de Peter se retorcía bajo sus inexpertos pero exhaustivos cuidados. Le encantaba regalarle a él esos instantes. Momentos en los que su mente no se ocupaba más que en hacer feliz, aunque fuera por un corto espacio de tiempo al de los ojos color plata.

  • Frank... hazlo, por favor, hazlo. - Peter se revolvió para darle la espalda pero el otro le retuvo negando con la cabeza.
  • Quiero ver tu rostro. Quiero besarte mientras te hago mío. ¿Me dejas? - el rubor en las mejillas de su amigo le sirvió de respuesta afirmativa. Se humedeció los dedos y se adentró con ellos en su estrecho ano. Esta vez procuraría no buscar su solo placer. Esta vez le cuidaría y mimaría. Se merecía algo más pero le había dicho que él era lo que se merecía. Le había dicho que no le dijese que le podía amar pero en cierta forma lo hacía. Ese resquicio que le decía que era lo mejor que le podía pasar seguía estando ahí. Silencioso pero constante. Cuando le notó preparado se adentró en él con lentitud. Las manos de Peter se aferraron a su espalda, arqueó la suya acrecentando el contacto de las pieles. Húmedas, ardientes, brillantes de placer y pasión.

Las bocas se buscaron, se encontraron, se unieron. Las lenguas danzaron un baile tan antiguo como el propio tiempo. Se probaron y se deleitaron la una en la otra.

  • Más duro, te lo ruego. Más, más, más... - Frank ocultó su rostro en el cuello de su amante. Surcó con su aliento la piel, mordisqueó el sensible lóbulo de su oído derecho. Enredó sus dedos en el cabello del otro. Aferró el trasero con la otra mano, le pegó a su pelvis. Aumentó el ritmo de las penetraciones por un momento, luego dejó que fuera Pit quien guiará los movimientos. Le permitió follarle. Se permitió a si mismo disfrutar de todo lo que le hacía sentir. Del estremecimiento que le recorría cada vez que se notaba profundamente enterrado en su cuerpo. Del intoxicante olor que emitía. Sexo y lujuria. Su piel resbaladiza y brillante de sudor. Sus labios se reencontraron de nuevo en un beso hambriento. Como si sintiera que jamás volverían a probarse y quisieran guardar el camino que les conducía hacia el otro. Memorizarlo. No lo dijo en voz alta pero su mente le gritó, su corazón explotó con el reconocimiento. Podía amarle, podía hacerlo...

puedo quererte

. Pero no lloró. Esta vez sin lagrimas. Sin palabras.

Su esencia le inundó las entrañas. No salió de él inmediatamente, aferró la erección del otro para masturbarlo estrechamente unidos sus cuerpos.

Correte

, le susurró al oído,

correte para mi, Peter. Hazlo, ojos grises.

El muchacho gritó su nombre mientras cumplía con la petición. Enterrado su rostro en su cuello.

Frank seguía dentro de él. Rogó al cielo porque aquella unión no acabase jamás. Y porque no le dijese que le podía amar con palabras cargadas de mentiras.