Me llamo Jacob (II)
Un duro golpe. Nuevos personajes.
Cuando volví a recobrar la conciencia no solo vi al novio de mi hermano junto a mi, sino al propio Cesc. El primero sentado en un sofá al lado de donde estaba acostado y el segundo en la propia cama, agarrándome la mano con los ojos fijos en el rubio que tenía por pareja. No hablaban pero como siempre se lo decían todo con la mirada. El incesante movimiento de uno de sus dedos por el dorso de mi mano me hizo saber con meridiana claridad que estaba nervioso y... preocupado.
Carraspeé. Los dos se volvieron hacia mi.
- ¡Nene! - exclamó Cesc poniéndose en pie.
- ¿Qué ha pasado? - murmuré confuso. Ambos volvieron a cruzar la mirada. - Cesc...
- Estás en el hospital... - enarqué una ceja moviendo mis ojos entre las dos vías que me suministraban algo por vena y el rostro de mi hermano mayor.
- Evidente. - acabé murmurando. Alex sonrió.
- Natalie avisó en la escuela de que habías perdido el conocimiento. Te llevaron a la enfermería y en vista de que no te recuperabas llamaron a emergencias. - me noté enrojecer. Ante eso volvió a sonreír ahora más ampliamente. - Nat te subió los pantalones antes de que el directo y el médico de la escuela llegaran. - Me cubrí los ojos muerto de vergüenza. A estas alturas el 90% de mis compañeros sabían cómo y cuándo había sido encontrado.
- No es momento de pensar en eso, Jac... - intervino mi hermano mayor. - Es momento de que me digas porqué no nos hiciste saber cómo te sentías y desde cuando te sentías así...
- ¿Sentirme?
- Agotado hasta la extenuación, Jac. Perdiste el conocimiento porque tu cuerpo dijo basta... desde cuándo... - fruncí el ceño ante su tono de reproche.
- No pensaba que fuera tan grave... pensé que era normal. ¿Qué me sucede?
- Aún no tienen los resultados de las pruebas...
- Pero no pinta bien, ¿verdad? - algo debió notar en mi voz porque relajó su expresión y se aproximó a mi. Me cogió el rostro con las manos.
- Te lo prometo, Jacob. Sea lo que sea vamos a superarlo juntos... - Mis ojos clavados en los suyos. Sentí como Alex me cogía la otra mano y me la apretaba.
- Somos una familia. Como dice tu hermano lo superaremos juntos.
Frank notó un terrible escozor en los ojos. Sus manos se ciñeron en sendos puños cuando desde su pupitre escuchó como Natalie informaba al tutor del curso de lo que semanas después de lo sucedido habían dictaminado; pericarditis debida a una leucemia linfoide aguda. El resto de compañeros que alcanzaron a escuchar las palabras de la muchacha enmudecieron mientras veían como los ojos de ella quedaban inundados de lágrimas.
El Sr. Emmerys no salía de su estupor y tan solo pudo balbucear una titubeante pregunta; ¿qué posibilidades había? La respuesta de ella hizo que Frank ahogara un gemido
- Ninguna... - Natalie se refugió en los brazos de su profesor angustiada ante la cruel realidad de que iba a perder a su primer amor.
Una lágrima brillante quedó enganchada en las pestañas del más rudo alumno de la clase. Franklin pudo notar como su corazón se hacía pedazos. Reconociendo en ese momento lo que hasta entonces nunca se atrevió a reconocer. Que todos sus exabruptos, sus malos modos, sus desplantes e incluso sus amenazas escondían un corazón perdidamente enamorado. Natalie y él amaban a la misma persona.
Se levantó bruscamente haciendo caer la silla en el proceso. Ni siquiera fue consciente de que salía corriendo. Huyendo de un dolor que le ahogaba. De un sufrimiento que no podía encarar más que a solas consigo mismo. Con el nombre de él repitiéndose incansable entre las paredes de su cerebro.
Poco después o mucho después, no lo tenía claro oyó pasos aproximándose al lugar en el que se había refugiado. Reconoció el calzado de quien se acercaba. Su mejor amigo, Peter Falls quien sin apenas dudar se metió bajo las gradas del pabellón deportivo y se sentó a su lado sin decir ni una sola palabra. Frank ocultó el rostro entre sus brazos y sollozó.
- Díselo... - murmuró minutos después su acompañante.
- ¿Ahora que le voy a perder?
- No puedes perder lo que nunca has tenido. - Frank le fulminó con la mirada. - Es cierto, Frankie... te encargaste muy bien de que no sintiera más que desprecio por ti haciendo caso omiso a mis consejos. Tuve que aguantar que me mandases al infierno en cuanto mencionaba la posibilidad de que hubiera algo más que asco en tus palabras. Y ahora qué... te lo dije, Frank, te lo dije. - Peter guardó de nuevo silencio. - Y aún así creo que debes decírselo.
- ¡Se muere! ¿¡De qué puede servir?! De qué mierda puede servir que sepa que tiene a un gilipollas como yo postrado a sus pies, suspirando por él...
- Servirá para que, de manera egoísta, tu puedas vivir contigo mismo reconociendo y aceptando quien eres y lo que eres.
- No estoy preparado para eso...
- Pues entonces sigue así hasta que suceda de nuevo. Hasta que vuelvas a enamorarte y vuelvas a perder. - Frank levantó la mirada del suelo y la fijo en su amigo. Un suspiro cargado de llanto escapó de sus labios. Peter le atrajo hacia él y su regazo sirvió de refugio cálido y seguro.
Peter aspiró el aroma que emanaba el cabello del otro. Cerró los ojos y se mordió los labios frustrado. ¿En qué cabeza cabía que le dijese que se declarase? ¿En qué cabeza cabía que le dijese al tío por el que bebía los vientos desde que el mundo era mundo que se declarase a otro que estaba por morir de aquí a no mucho tiempo?
En fin es lo que había. Decirle que no siguiera negando lo que era pero no actuar el mismo en consecuencia. Muy coherente. Sin embargo en estos momentos todo daba igual. Abrazar el tembloroso cuerpo de Frank y consolarlo le era más que suficiente. Quizá llegase un momento en que todo cambiase.
Le notó moverse y entre abrió los párpados. Encontró su rostro a escasos centímetros del suyo. Y entonces aquellos húmedos y salados labios le besaron. Dejándose llevar por la irracionalidad se permitió devolverle el beso. Perdiéndose en sus propias lágrimas. Aquello no era amor era desesperación. Una vía de escape para un dolor que era evidente Frank no podía soportar.
Peter aceptó gustoso cargarlo sobre sus hombros. Aligerarlo. Y sumar el del otro al suyo propio.
Sus manos se perdieron en los rizos rubios que coronaban el cogote del fornido muchacho. Tan suaves. Su boca recorrió el rostro del chico bebiendo la humedad que empapaba sus mejillas. Le notaba ansioso, le sentía desabrocharle el cinturón y el botón de sus vaqueros. Sentía como sus manos se perdían debajo de la camiseta acariciándole la piel del abdomen y perdiéndose en sus caderas. Le oía rogar que no le detuviera, que necesitaba todo aquello como un sediento beber agua fresca.
Frank desconocía que ni en los más locos sueños de su amigo se habría imaginado deteniendo nada como aquello.
El mismo Peter desabrochó apresuradamente la cremallera de la chaqueta del uniforme dejando al descubierto un torso fuerte y musculado fruto de las muchas horas que ocupaba el otro en entrenar en el equipo de lucha. Su lengua se perdió ahora recorriendo el espacio comprendido entre la comisura de sus labios, el cuello y sus pezones a los que dedicaron las caricias más suaves y tenues de las que fue capaz. Su único propósito era proporcionarle tanto placer que olvidase por un momento el sufrimiento que le inundó poco antes y le volvería a asaltar más tarde.
Le miró a los ojos mientras tiraba del cordón de sus pantalones de deporte, su compañero levantó ligeramente las caderas permitiendo que deslizase la prenda por sus muslos y que fuera seguida por su ropa interior. Le sonrió suavemente antes de sumergirse en el inhiesto falo que se levantaba retardo delante de él.
Una exclamación brotó de los labios de Frank que se vieron silenciados por la mano de su mejor amigo. Lamió los dedos en un intento casi infructuoso de encontrar algo con lo que mantener ocupada su boca. Le acarició el cabello a Pit, aferrándose a su pelo para pocos minutos después guiar sus movimientos. Dejó de ser la primera y mejor felación que recibía para convertirse en la primera boca que se follaba. Necesitaba tomar el control de lo único que era capaz de controlar en aquel nefasto día.
En el cuerpo del chico, del niño que creció junto a él no veía a este sino al muchacho del que llevaba enamorado casi tres años. Cuando vio a Jacob con sus ojos pardos, su cabello castaño, su cuerpo desgarbado y ese acento tan inconfundible y sensual no pudo luchar contra el deseo que se apoderó de él. Le odió por hacerle encarar algo que odiaba ser. Le odió por hacerle ver que era maricón descubriendo que jamás tendría ninguna posibilidad de arrimarse al objeto de sus sueños y poluciones nocturnas. Jac resultó más hetero que el más vaquero y varonil americano. Y encima tuvo que soportar que no se cortara un ápice a la hora de morrearse casi delante de todo el mundo de su chica. Le odió y envidió poderosamente a Nat por poder amar sin miedo a aquel muchacho venido del otro lado del océano. Al muchacho de mirada triste y hermosa.
Cuando una noche en la soledad de su cuarto descubrió que “su chico” tenía por hermano a una de las mayores estrellas del porno homosexual se preguntó porqué se reía el universo de él. Porqué no podría haber sido al revés. Cesc el hetero y Jacob el gay enamorado del luchador una escuela secundaria de Los Ángeles.
Así que efectivamente en esos momentos no veía a Pit, veía a Jacob. No era la boca de su amigo la que se follaba, era la del primer amor de su vida. No era su cuerpo el que acariciaba, ni las piernas que abría, ni el ano que perforaba con sus dedos. No era su quejido ahogado el que escuchaba cuando se adueñaba de él. No era su trasero el que ocupaba con su verga, ni su espalda sobre la que se doblaba. No eran sus caderas las que le servían de ancla mientras penetraba sin compasión. No, no era Peter.
Era Jac. Su Jac. El Jacob que estaba muriendo en una cama de hospital lejos de conocer que uno de sus más despreciados compañeros de escuela perdía la virginidad con alguien que se dejaba usar siendo receptáculo de uno de los mayores dolores que un corazón puede sufrir.
En un último y errático movimiento se adentró de nuevo. Clavó sus uñas en los muslos de su amigo, mordió la piel de su espalda, derramó sus ardientes lágrimas sobre él al mismo tiempo que le inundaba. Con un grito en el que no pronunció el nombre de quien se encontraba bajo él se desplomó.
Peter aguantó el peso del cuerpo vencido sobre el suyo ahogado en su propio y más amargo llanto. El charquito de semen a la altura de su pelvis daba cuenta del placer que había acompañado a aquel humillante pero al mismo tiempo altruista polvo. Dejarse usar de esa manera no estaba seguro de si le convertía en el más santo varón de los altruistas o en el más gilipollas. Una de las dos cosas. Estaba por creer más en lo segundo.
Frank no dejaba de murmurar el nombre de la persona a quien amaba y no el suyo. Y cada letra de ese nombre era un puñal en sus entrañas. Un puñal que le desgarraba y le mataba lentamente.
Un pequeño hálito de esperanza era lo único que le servía para no quedarse sumido en la más profunda desesperación. Quizá todo aquello sirviese para que, a la larga, Frank le mirase con nuevos ojos. No quería seguir siendo su mejor amigo. Quería ser el amor de su vida. Quería ser quien le hiciese latir el corazón. Quería ser su alma. De igual modo que para él el rubio luchador hacía tiempo que se había convertido en todo eso.
Salió de él y se sentó a su lado mirando al suelo. En ningún momento había parado de llorar. Peter buscó su mano y la estrechó entre las suyas. De sus labios brotaron tres palabras:
- Todo saldrá bien... - y Frank volvió a besarle.