Me llamo ...

Todo parecido con la realidad es pura coincidencia primer intento de describir sexo... veamos que tal sale

Me llamo…

Me llamo Jimena por mi tia abuela que se llamaba igual. Murió justo antes de que yo naciera y mis padres y mi abuelo, que la adoraban, decidieron ponerme su nombre. Mi abuelo nació en un pueblo de Teruel y perdió la Guerra de España: pasó con las últimas tropas a Francia donde se estableció y se convirtió en un “ Hero de laResistance”. Mi tía Jimena quedó atrapada en España pasó por campos de concentración y cárceles de mujeres, condoscondenas a muerte amenazándola permanentemente. Después de acabar la guerra en Europa, mi abuelo, su compañera en la resistencia y voluntarios del interior, consiguieron organizar la fuga de Jimena. Las privaciones y la crueldad de sus carceleras habían quebrado su salud pero no su carácter, seguía siendo la mujer fuerte y con las ideas claras que mi abuelo había amado, en más de un sentido. Mi abuelo y su compañera resistente se casaron y tuvieron una hija en 1950 que la pareja y Jimena criaron en una casita junto al mar en Argelès-sur-Mer. Mi abuela murió en una operación militar en 1955.

Cuando mi madre creció aprendió a amar a Jimena de más de una manera, su fuerte carácter y su vitalidad arrolladora dentro de un cuerpo frágil por las secuelas de su enfermedad empujaban a todos en su entorno a adorarla, a cuidarla, a amarla… Y a través de Jimena mi madre aprendió a amar a mi abuelo de más de una manera. Cuando mi padre apareció en esta historia Jimena ya estaba muy enferma y ahí nací y me crié yo, junto al Mar Mediterraneo y junto a mi abuelo hasta que él murió (fue impresionante ver su féretro cubierto por esa larga fila de medallas españolas, francesas y británicas) y yo me fui a la universidad.

Ahora resido en París. Dirijo el “Séminaire d ' Études Médiévales Hispaniques” de l ' Université Paris 13 en el campus Sorbonne Paris Nord. Por el día escribo sesudos tratados y hago traducciones al francés de clásicos españoles y por la noche, duermo muy poco, escribo en español cosas ligeras, como cartas al director de periódicos y relatos guarros.

Vivo en un enorme y precioso piso en un edificio haussmanniano de fachada de piedra cerca de Notre Damme de Lorette en el 9 e arrondissement, con mis dos maridos Francois y Martin:

Francois es quince años mayor que yo y es el prototipo de sabio. Siempre enfrascado en sus libros, en sus congresos y direcciones de tesis y yo soy su válvula de escape. Me hace el amor como un sabio excitándome con sus palabras, con su aliento y sus manos hasta que yo le pido que me folle, él sigue acariciándome y diciéndome cerdadas hasta que mi petición se convierte en una exigencia, en una súplica y solo entonces él me folla, me lame, me acaricia y me vuelve a follar haciéndome encadenar orgasmos uno tras otro.

Martín es más joven que yo y es un aventurero en el sexo, el mejor compañero para experimentar y encontrar el vicio que se esconde un poco más allá del horizonte. Suele ser con él con el que bajo los fines de semana de invierno a la casita de Argelès donde siguen viviendo mis padres y que compartieron con mi abuelo y mi tía Jimena. Me encanta la playa vacía fuera de temporada.

Pero tres semanas del verano son mías y todos los años vuelo a España sola a recorrer bibliotecas y librerías y a follar con españoles. Los españoles, entre el sentido trágico de la vida y la influencia de la iglesia (mayor de la que estarían dispuestos a reconocer) saben positivamente que follar conmigo les va a condenar al infierno y se esfuerzan por que el placer compense el castigo.

Bueno, no todos.

Volviendo a París al terminar mis semanas en España el pasado verano, desde el aeropuerto de Málaga, me encontré con un enorme lío de vuelos cancelados y retrasados, con poca información que terminó en una cola en un perdido mostrador para que nos diesen cena y alojamiento hasta el vuelo del día siguiente. En la cola se pegó a mí un hombretón de casi dos metros con unas manazas grandes y callosas de fuertes dedos y un cuerpo que, claramente no había pisado un gimnasio en su vida pero que podría levantar uno si hiciese falta. No sé si me lo dijo a mí o lo pensó en voz alta, pero oí claramente un —Que buena estás tía— y yo me hice la loca diciendo algo en francés para que pensase que no hablaba español.

Tenía un billete especial de marino y cada vez que lo esgrimía alguien de la compañía le atendía por una puerta lateral y cada vez que sucedía eso me cogía del codo, sin decir una palabra, y me arrastraba con él, pedía el favor para mí porque no hablaba español, y cuando descubrían que eran vuelos distintos y no teníamos ninguna relación, ya era más fácil terminar el trámite que devolverme a la cola . Nos dieron el vale de alojamiento para el mismo hotel y, como no se despegaba de mí, nos colocaron en el mismo taxi. En el hotel nos asignaron habitaciones contiguas y sin haber intercambiado ni diez palabras nos encontramos juntos andando por el pasillo de la planta. Cuando abría mi puerta dijo algo como —Habrá que follar antes de dormir— y se coló en mi habitación detrás mío.

Sorprendentemente no me dio ningún miedo, más bien entre risa, curiosidad y perplejidad, cuando empezó a desnudarse a toda velocidad —Venga… desnudate— y yo como una autómata empecé a quitarme la ropa, tan despacio que él terminó de desnudarse y, con la polla tiesa, empezó a ayudarme, con el mismo mimo y la frialdad con los que habría desnudado a su hija para bañarla. No prestó ninguna atención a mi sujetador transparente, a mis braguitas de encaje… simplemente me desnudó, y con un gesto firme pero nada violento me llevó a la cama y me tumbó allí.

Sin preámbulos, sin caricias me metió esa polla durísima en mi coño y empezó un vaivén rápido que me hizo pensar en que, lo que se había metido en mi cama, no había visto una mujer nunca y le calculé cuarenta segundos para que acabara todo, máximo un par de minutos. Para no quedarme completamente frustrada, y tener al menos municiones para una pajita de buenas noches, decidí ayudarle. Cambié un poco la postura para que las penetraciones alcanzasen mis rincones favoritos y llevé mis manos a mis pezones esperando el final. Pasaron los dos minutos y otros dos sin que cambiara el ritmo o saliera de su ensimismamiento, y mi cuerpo empezó a tomarse de otra forma sus embestidas, mis jadeos anunciaban que mi excitación crecía y empecé a ver posible un orgasmo antes de que terminara. Le pedí que no parara y me dijo —hablame en francés, no lo entiendo pero me pone cachondo— Lo comprobé diciéndole unas obscenidades en francés y su polla dio un saltito dentro de mi coño y pareció hasta más dura (si es que se puede poner más dura que una reja de arado, que es como estaba antes)

Con mi coño lubricado y mis pezones sensibles el metisaca había pasado de sentirse rutinario a potente y el orgasmo que había preparado llegó. Un orgasmo de salvar los muebles, un no estuvo mal, un menos es ná, pero ya no me quedaría frustrada. O eso creía yo porque cuando sintió mi orgasmo nos hizo rodar de lado y me puso encima echando mano a mis tetas sin ninguna consideración y marcándome el ritmo de la follada tirando de ellas arriba y abajo. Mis tetas saben disfrutar de un tratamiento riguroso y ese hombre con sus manos conseguía lo que otros con pinzas, pesos y palmetadas a veces ni consiguen. Con mi nueva libertad pude elegir amplitud y ángulo de la follada y empecé a disfrutar de la máquina de vapor que seguía con un ritmo siempre igual e incansable, un largo túnel de sensaciones que sólo empezó a cambiar cuando un nuevo orgasmo comenzó a crecer en mi interior, y este no iba a ser de los pequeños. Cuando notó que desordenaba mi movimiento por la excitación, soltó mis tetas y agarró mis muslos soportando mi peso, y me ayudó a mantener el ritmo y la amplitud, y así seguía cuando explotó un violento orgasmo que casi me desvaneció. Mis piernas dejaron de empujar e incluso de sostenerme, pero él no pareció ni notarlo, sus muñecas y sus antebrazos me manejaban continuando la penetración lo que producía rebotes y ecos de mi “petite mort”.

Igual que hizo en mi anterior orgasmo, cambió de postura. No es que me pusiera en cuatro, mis brazos y piernas no me sostenían, más bien me tiró boca abajo y levantó mis caderas a pulso hasta ponerlas a la altura de su polla y me volvió a penetrar. Pareciera que estaba ya buscando su corrida con penetraciones largas y profundas y yo empecé a colaborar según iba recuperando el control de mi cuerpo. Succioné su verga con los músculos de mi vagina en cada salida y los relajé para facilitar sus entradas, forcé mi cadera en cada embestida y noté los choques entre mi culo y su pelvis que parecían un aplauso a lo bien que lo estábamos haciendo. Le grité todo el arsenal de “mots crus” que me vinieron a la cabeza y retuve mi orgasmo para correrme con él, pero su corrida no llegaba, su ritmo no se aliviaba y mi resistencia comenzó a quebrarse. Empecé a restregar mi cara por las babas que no era capaz de retener en mi boca y mis uñas se clavaron en la colcha, me concentré en parar lo que estaba sintiendo y mi cuerpo empezó a difuminarse cuando la ola de un orgasmo extremo lo barrió todo.

Pensé que pararía como había hecho con mis otros orgasmos, pero esta vez siguió con la misma regularidad, parecía carecer de importancia cualquier ayuda por mi parte, si mis brazos y piernas empujaban él adaptaba el ritmo y si dejaban de hacerlo su fuerza era suficiente para sostener lo que quedaba de mí y mantener ese ritmo regular y mecánico. Dejé de sentir mis brazos, mis piernas, mi espalda y pareciera que todas y cada una de las neuronas de mi cuerpo se concentraron en sentir lo que sucedía en el triángulo definido por el contacto de sus manos en mis caderas y su verga en mi sexo. Y ese pequeño triángulo encadenó un segundo orgasmo con la primera ola y cuando se convirtió en meseta sobre ella se montó una tercera ola que hubiese soportado la siguiente si él no me hubiese sacado de ese estado de ultraconcentración tirando de mi pelo y pasando un brazo bajo mi pecho para levantarme hasta tocar con mi espalda en su pecho, y una vez allí, con sus brazos cruzados en mis tetas, berreando como un ciervo en el monte, dio sus últimos golpes de cadera mientras me llenaba en oleadas calientes, disparando un último orgasmo en mí, menos animal y más consciente, que se prolongó hasta el momento en que se derrumbó sobre mi y todo quedó tranquilo y en silencio.

Noté como perdía fuerza su erección dentro de mi y él me empezó a decir —En mi pueblo no hay mujeres como tú. Las de más de treinta solo piensan en sacar una plaza en la Osikadetza y casarse, y las de menos van todas con el pelo corto de colores un piercing en el ombligo y vestidas como si hubiese manifestación todos los días. Dime algo en francés.

—La plume de ma tante est sur le bureau de mon oncle.

—Si es que me encanta que digas guarradas, siente como se me está poniendo.

Y efectivamente sentí como volvía a crecer y endurecerse dentro de mí.

—Pues ahora es toda para ti. Ya verás como dura.

Lo que parecía una oferta yo lo sentí más como una amenaza, aunque una parte de mí no se opuso a que apoyase mis pies en sus hombros y empezase a bombear encima mío con profundisimas penetraciones favorecidas por la postura. Otro orgasmo estaba bien, pero necesitaba un descanso y recuperar el control así que me esforcé en acelerar y suavizar el que viniese, que vendría, con la seguridad total de que ese hombretón iba a mantener el ritmo de sus embestidas con la regularidad de un tren expreso. Y allí en las profundidades de mi sexo se empezó a gestar mi septimo orgasmo que yo moldeé a mi gusto y me permití el placer de gritarlo, alargarlo y retorcerlo hasta que en su cola apoyé mi mano en su pecho y le pedí ir al baño. El, gentilmente, salió de mí y me ayudó a recuperar la verticalidad. Le dejé arrodillado en la cama y sentí su mirada en mi culo durante todo el corto trayecto, me senté en el inodoro, más para descansar que para hacer otra cosa y entonces apareció él diciendo que era difícil hacer pis con todo duro.

Preguntándome si había terminado y sin esperar respuesta, me levantó y giró haciéndome apoyar las manos en el lavabo y exponiendo mi culito. Me puse de puntillas y volvió a penetrarme de un golpe, como parecía habitual en él, y volvió a iniciar un metisaca rítmico, casi mecánico. En cada empujón sentía como mis pies perdían contacto con el suelo y durante un momento sólo me sujetaban sus manos en mis caderas y su sexo en el mío, más aún por el ritmo de sus movimientos y la inercia de los míos, durante unos milisegundos todo el peso de mi cuerpo descansaba sobre su polla durísima y esta presionaba en zonas de la pared vaginal posterior “jamás hoyadas por el hombre” y trasmitía la presión a ano y recto a través de los tejidos blandos. En cada embolada sentía como toda mi espina dorsal enviaba corrientes electricas a todo mi cuerpo y mi cerebro, casi no podía hablar ni pensar, había perdido el control de nuevo y a buena parte de mi cuerpo no le importaba en absoluto. El orgasmo que vino ni lo planeé, ni lo alenté, ni lo frené, solo lo sentí y fue espectacular, sentí unas contracciones casi epilepticas que salian de mi nuca y se extendían por todo mi cuerpo, y sentí cada poro de mi piel receptivo y sensible.

Era una experiencia mística y busqué sus ojos en el espejo para fundirme con él, pero no había fusión posible. Él miraba mi cuerpo con una sonrisa medio curiosa medio divertida, como la de un niño travieso viendo la cola de una lagartija retorcerse separada de su antiguo dueño.

Cuando paró tras mi orgasmo caí de rodillas ante él y lo vi claro. Agarré su miembro con las dos manos y me lancé a pasar mi lengua por su capullo haciendola vibrar. Con poco éxito porque lo único que conseguí de él fue un —Pero chica, ¿qué haces con la boca?— que me recordó que no era de gustos refinados. Así que cambié la estrategia a una engullida rápida y profunda que fue recibida con un admirativo ¡Hostia! por su parte. Repetí el tratamiento consiguiendo la misma reacción: entraba rápido, casi violentamente hasta notar el choque de su capullo en el fondo de mi garganta, entonces cerraba los labios y succionaba aumentando la presión al retirar mi cabeza hasta que mis labios aferraban el escaloncito de la base de su glande donde recibía su exclamación admirativa, y vuelta a empezar.

—¡Hostia!… ¡Hostia!… ¡Hostia!… ¡Hostia!… —Los artistas, cuando trabajamos para un público entregado, nos superamos, y no creo haber mamado nunca una polla con tanta fuerza y profundidad. Más cuando empecé a sentir sus movimientos pélvicos y su líquido preseminal.

—¡Hostia!… ¡Hostia!… ¡Hostia!… ¡Hostia!… … ¡La rehostiaaaaa!…—Gritó mientras llenaba mi garganta y mi boca de un semen casi dulce y espeso. Y ¿creeis que le importó si me lo tragaba o me goteaba por las tetas o sobraba por la comisura de mis labios?. Os juro que era la primera vez que le chupaba a un tío el nabo para que dejara de follarme y la primera en la que un tío después de chuparsela salía corriendo. Cuando llegué a la cama, que me costó, ya estaba terminando de vestirse.

—Si pasas por Bermeo pregunta por mí, en el puerto me conocen todos… Que tengas buen viaje. Agur— y desapareció.

Al llegar al CDG me estaba esperando Martin, que admiró lo guapa que iba con mis pantalones de pinzas beige, mis mocasines, mi blusa de manga corta, mi pañuelo de Hermes y mi rebequita de cuello redondo (que ya sabemos como va eso de aire acondicionado de los aviones).

—Francois quería venir, pero ya sabes como es. Te esta esperando en casa, tiene muchas ganas de verte.

—Y yo a vosotros —Le dije antes de darle un larguisimo beso de enamorados.

Por cierto no os he dicho que publico mis relatos cochinetes con el nombre de …