Me llamaba Adriana (3)

Adriana y su hija van acostumbrandose a su nueva condición...

El entrenamiento: Nuevas rutinas

Los dias fueron pasando rapidos, aunque nosotras no eramos conscientes de ello embutidas como estabamos en nuestra monotona y rutinaria nueva existencia . Nuestras extremidades inferiores, nuestras patas y ancas, se fortalecieron considerablemente y ya eramos capaces de correr varias horas casi sin sentirlo, por otro lado las plantas de nuestros cascos se habían encallecido de tal forma que eramos capaces de trotar y galopar por prácticamente cualquier superficie por agreste y accidentada que fuese, ya fueran laderas infestadas de ramas secas y espinas, que caminos repletos de afilados guijarros . Nuestros cuerpos, otrora blancos y palidos, mostraban ahora un saludable color moreno oscuro sin duda debido a las largas jornadas, de sol a sol, pasadas a la intemperie .

Y nuestra piel, suave y femenina, habiase ido endureciendo a base de azotes y latigazos, casi de tal manera que apenas sentiamos ya dolor cuando se nos aplicaban . En cuanto a nuestras manos, ya no las usábamos absolutamente para nada, ya que las antiguas ligaduras de los primeros dias, habían sido sustituidas por unas comodas muñequeras de cuero grueso que llevábamos unidas mediante unos pequeños mosquetones de acero por detrás de la espalda, y que solo nos quitaban durante 15 minutos al dia, para que pudiéramos desentumecer nuestros brazos y no quedaran atrofiados .Yo, por mi parte habia empezado a padecer del síndrome de estocolmo con respecto a Josefa, y esperaba ansiosa el momento del dia en que aquella me lavaba y me sobaba por todas partes a su antojo llevándome siempre al limite del placer .

El amo esporádicamente se pasaba por nuestro campo de entrenamiento y hablaba brevemente con Josefa acerca de nuestro rendimiento y evolucion . Tras una de esas charlas Josefa se dirigio a nosotras, como siempre por nuestro nombre equino y nos comento que habia llegado el momento de que empezaramos a aprender técnicas de guiado . El procedimiento era sencillo, se nos vendaban los ojos impidiéndonos cualquier tipo de vision o referencia, y luego nos ordenaban que nos moviéramos desplazándonos de un lado a otro, siguiendo las ordenes aleatorias de nuestra instructora . Dejándonos guiar y confiando ciegamente, y nunca tan mejor dicho, en su criterio .

Asi, a base de zanahoria y palo, fuimos aprendiendo poco a poco las ordenes mas tipicas y rudimentarias : ¡ arreeee !, ¡ Soooo ...., Jaca !, a girar a izquierda o derecha según los tirones de las bridas..... Sin dejar nuestros acostumbrados ejercicios de resistencia, solo que tambien sufrieron una ligera modificación . Con el fin de acostumbrar nuestros cuerpos para su definitiva finalidad que no era otra que tirar de un carro de paseo o de un arado, según el humor o el talante de nuestro dueño, cada vez que corriamos lo haciamos ahora con una pesada mochila de lona basta, cargada de piedras, que iban incrementando el peso conforme ibamos respondiendo al tratamiento . Algunas veces al termino de una jornada en la que habiamos estado especialmente brillantes o nos habiamos aplicado con especial fervor Josefa nos premiaba con un terroncito de azucar, que nosotras lamiamos avidamente de su mano, hasta que èsta con un cariñoso ¡ basta, yegua ! nos instaba a detenernos .

Y es que el dulce, aunque en la vida corriente no le dabamos ningun valor por considerarlo algo normal y cotidiano, en nuestra actual situación era un lujo del que rarísima vez podiamos disfrutar . Un dia especialmente memorable en el que yo debi hacer algo realmente escepcional, sin ser consciente de ello desde luego, cuando Lucerito termino de lamer su correspondiente terron de la mano de mi estimada cuidadora-preparadora, y yo esperaba impaciente que me llegara el turno, Josefa bajándose los pantalones y las bragas hasta los tobillos coloco el preciado terroncillo a la entrada de su cueva y mirándome significativamente a los ojos, me hizo arrodillar a sus pies y señalándose su sexo con un dedo en un gesto harto elocuente, me instò a lamer el codiciado néctar en tan preciado e inesperado envoltorio .

El coño de Josefa, porque lo de Josefa era un verdadero coño y no una simple vagina, era bastante grande y elástico, señal de una vida sexual muy activa y continuada, y estaba enmarcado por una espesísima mata de vello muy negro y rizado que campaba a su entera libertad por el pubis, y hacia mucho tiempo si es que alguna vez lo habia sido, recortado o acicalado . El aroma que desprendia era profundo y salvaje como la misma Josefa, y estaba compuesto de una mezcla de sudor, jugos vaginales y orina, que a mi en ese momento me parecio el afrodisiaco mas potente que jamas hubiera existido . Asi que me lance a lamer y chupar como una perra en celo y en pocos segundos el azucar desaparecio, pero segui lamiendo y lamiendo hasta que Josefa dando un profundo y prolongado gemido seguido de un salvaje aullido se corrio en mi boca llenándomela de jugos vaginales mezclados con un ligero chorrito de orina que no pudo o no quiso evitar en el momento de mayor intensidad del orgasmo, y que yo bebi encantada sin derramar ni una sola gota . No cabia duda, yo debia ser la favorita de la cuadra, lo cual me lleno de orgullo.

Debieron pasar varios meses, yo ya no era consciente de ello, hacia ya mucho que habia perdido la noción del tiempo . Para mi solo ya contaba el dia a dia, cada uno igual al siguiente, y la unica diferencia era el cambio climático, eran frecuentes las lluvias tropicales, aparecian de pronto y volvían a desaparecer tan súbitamente como habían llegado . Pero eso no era obice para nuestros ejercios, que seguían imperturbables a pesar de las inclemencias atmosfericas .

Un dia por fin Josefa nos comunico, que consideraba que ya estabamos lo suficientemente preparadas para cumplir nuestro cometido y que en breve pasaríamos a desempeñar las funciones de nuestra nueva y desgraciada condicion de yeguas humanas . Pero que antes debiamos pasar por el proceso de "embellecimiento" y utillaje .

Los adornos

El complemento principal que seria parte de nuestra indumentaria de faena era el arnes, que consistia en una cincha de cuero negro que rodeaba nuestra nuca por detrás, para acabar juntándose en una correa que pasaba por entre los senos hasta ceñir nuestra vagina y nuestro ano, para a continuación subir por la espalda hasta cerrarse en el cuello . Se nos pondria todos los dias que tuviéramos que ser utilizadas y solo se nos quitaria al termino de la jornada .

Lo peor vino después, el amo habia decidido implantarnos varios piercings por diversas partes de nuestro cuerpo . Mi hija Lucerita, fue mas afortunada que yo . A ella tan solo le implantaron dos pequeñas anillas de acero atravesando cada pezón, de las que pendian dos pequeñas camapanillas que producían un continuo cascabeleo al minimo desplazamiento . Mi pobre hija no paro de llorar durante todo el proceso de implante, el dolor de las perforaciones hechas de forma primitiva y sadica con una aguja de punta casi roma, unido a la profunda humillación de verse convertida en un mero objeto de carga, para el uso y disfrute del Amo y de cualquiera a quien fuera cedida, fueron demasiado fuertes para la poca madurez y resistencia mental de Lucerita, que prácticamente aun no habia dejado atrás la adolescencia .

En cuanto a mi no se si fue la propia Josefa, aunque imagino que seria el amo quien decidio que en vez de los pezones, se me perforasen los labios de mi vagina . Me pusieron dos pesados anillas en cada labio mayor, y una mas fina y pequeña en cada labio menor y lo hicieron por el mismo procedimiento lento y doloroso que habían empleado con mi querida y desvalida hija . El veterinario, que era el encargado del proceso, debia ser un verdadero sadico, una mala bestia que disfrutaba infligiendo dolor a los pobres e indefensos esclavos que poblaban la hacienda, porque ademas durante el proceso tenia en su rostro una expresión de lujuria mezclada con un toque de locura que lo hacia repulsivamente temible . Yo, a mi vez en la hora larga que duro el proceso de perforación vaginal, no parè de dar gritos y aullidos terribles, que hubieran estremecido y enternecido a cualquier persona normal, pero la mala bestia hasta se permitia una desagradable risita mientras babeaba de placer con mi suplicio .

Lucero Lucerita

Para completar mi atuendo me colocaron un enorme y anchísimo collar de cuero negro y muy rigido que me cubria prácticamente todo el cuello, impidiéndome agachar la cabeza, y del que pendia una campana 3 o 4 veces mayor que las de mi hija y que me llegaba al nacimiento de mis senos . Pero lo peor aun estaba por llegar, procedieron a amarrarme de pies y manos a una viga de madera que habia en un extremo de las cuadras . Y luego pasaron una cincha de cuero por encima de mi frente que a su vez rodeaba la viga apretándome la cabeza contra èsta evitándome cualquier movimiento imprevisto . Para mas seguridad el veterinario ordeno a dos peones que me sujetaran la cabeza a cada lado de las mandibulas fuertemente para asegurarse del todo ante cualquier movimiento o espasmo involuntario .

Yo ante tanta preparación y sujeción a la que me estaban sometiendo, a esas alturas estaba tan aterrorizada que estaba a punto de tener un shock nervioso, pero me veia impotente y por otra parte llena de curiosidad ante mi inminente destino . Cuando el carnicero considero y comprobo que no iba a moverme ni una pulgada, hizo una seña a dos esclavos que inmediatamente salieron del establo y volvieron a entrar portando entre ellos un pequeño braserillo provisto de un trípode, y que estaba repleto de ascuas ardiendo . Entonces saco de su maletin una aguja larga y gruesa y la metio entre las brasas para que se pusiera al rojo vivo . Yo a esas alturas y al imaginarme lo que se me venia encima, me orine encima incapaz de dominar mi terror, ante los comentarios irónicos del "doctor" que se movia lentamente hasta la exasperación en un intento de alargar mi tormento para su exclusivo placer .

Al cabo de unos minutos èste considero que la aguja ya debia tener la temperatura debida y cogiendola con ayuda de unas pequeñas tenacillas, la acerco lentamente ..... ¡ al puente de mi nariz ! . Yo empece a gritar histericamente, implorando y rogando pero un bofetón seco y potente freno en seco mis ruegos . En los siguientes minutos sufri el mayor dolor que hubiera imaginado existiera en la tierra, fue tan terrible que no tengo ni palabras para describirlo, y acto seguido me desmaye . Cuando recobre el conocimiento una gran argolla de acero pendia de mi nariz dándome un extraño aspecto mitad humano, mitad res.