Me lié con la sobrina y después, con la tía.
Esta historia es de una guapa azafata a la que el protagonista conoció cuándo fue a pasar unos días de sus vacaciones en el domicilio de su tía. Creo que es uno de los más completos que he escrito.
La primera vez que la vi fue en el portal del edificio en el que resido. Me quedé mirándola ya que reunía todo aquello que siempre me ha agradado en una fémina. Era una joven de cabello rubio largo que llevaba recogido en forma de cola de caballo, alta, sumamente delgada y provista de un físico de lo más deseable que iba vestida con un top escotado y una cortísima falda vaquera. Se encontraba acompañada por Covadonga, una de las vecinas del inmueble, que es una mujer de complexión delgada, estatura normal, con el pelo ligeramente rizado en una tonalidad gris plateada que la da un aspecto muy seductor, que se había quedado viuda hacía unos años y tiene dos hijos ya mayores, que no aparenta su edad puesto que se conserva joven estando aún de lo más apetecible y potable hasta el extremo de que, sin olvidarme de dos jóvenes hermanas que viven tres pisos por debajo del mío, es la hembra del vecindario por la que siempre me he sentido más atraído. Es periodista y después de especializarse en temas culturales, trabaja por la mañana en un diario local mientras que por la tarde y desde su domicilio, suele colaborar habitualmente con diversas publicaciones. Resultaba evidente que la joven acababa de llegar de viaje puesto que llevaba una maleta de un tamaño considerable mientras Covadonga arrastraba otra más pequeña lo que me hizo suponer que eran familia. Al subir las dieciocho escaleras que, en dos tramos de nueve, separan el portal del acceso a los ascensores, me puse detrás de la joven pero viéndome en la obligación de dejar varios peldaños entre medias para que entrara la maleta que empujaba. Observé que, al tirar de ella, se la subía la falda lo que me permitió verla la parte superior trasera de las piernas, los muslos y el finísimo tanga multicolor que llevaba puesto. En cuanto entró en el aparato elevador colocó la maleta delante de ella lo que me impidió seguir recreándome con sus piernas aunque pude observar que, a través del escote del top, mostraba un apetitoso canalillo y una porción de la parte superior de sus tetas marcándosela el resto a la perfección en la prenda.
Aquello sucedió un lunes y tanto el martes como el miércoles volvimos a coincidir al mediodía, al llegar a casa para comer. En ambas ocasiones me resultó evidente que regresaba de alguna piscina a donde acudía para tostar aún más su piel ya de por sí morena puesto que, según me indicó más adelante, aunque se defendía no sabía nadar muy bien por lo que no permanecía mucho tiempo dentro del agua pero la gustaba tomar el sol y cuándo se cansaba, se encaminaba a los vestuarios donde se quitaba el bikini y se daba una larga y reconfortante ducha. Siempre la vi vestida elegantemente pero sin renunciar a lucir su canalillo a través de escotes pronunciados y sus largas piernas usando faldas con muy poca tela. Los dos días intenté mostrarme amable, educado y simpático y me enteré de que se llamaba Paola.
Me pareció que existía una fuerte atracción física entre nosotros e influenciado por el hecho de que llevaba casi dos meses sin “mojar”, los tres días en que habíamos coincidido salí del ascensor con la chorra bien tiesa por lo que pensé que si quería sacar algún provecho de semejante preciosidad tendría que intentar un acercamiento sexual y actuar de inmediato puesto que el tiempo pasaba deprisa y siempre en mi contra. El jueves, a la misma hora, nos volvimos a encontrar y mientras esperábamos a que uno de los aparatos elevadores llegara a la planta baja ideé lo que iba a hacer y me decidí a actuar de inmediato por lo que, en cuanto el ascensor comenzó su marcha ascendente, lo bloqueé entre dos pisos y sin que Paola tuviera tiempo para reaccionar, la cogí con fuerza de la cintura, la arrastré hacía mí obligándola a apretar su cuerpo contra el costado derecho del mío y la besé en la boca. La joven respondió de maravilla y no sólo besándome puesto que empezó a restregar su entrepierna contra mi cuerpo y por su agitada respiración deduje que se estaba “poniendo” muy deprisa. No tardó en tocarme el cipote a través del pantalón con lo que se dio perfecta cuenta de que me encontraba totalmente empalmado. Separando sus labios de los míos, me sonrió y me dijo:
“Qué maravilla de nabo. Que gordo, largo y tieso lo tienes” .
Dejé que me bajara la cremallera del pantalón y el calzoncillo para poder sacármelo al exterior y manteniendo deslizada la piel, lo miró detenidamente en todo su esplendor mientras decía:
“Que apetitoso y rico está” .
Se decidió a “cascármelo” lentamente lo que aproveché para introducir mi mano derecha por debajo de su falda y tras comprobar que llevaba puesto un diminuto tanga que apenas la tapaba nada, la acaricié la masa glútea. Pero el hecho de que una chica tan atractiva como Paola me estuviera moviendo el pene me excitó demasiado y viendo que mi eyaculación era eminente, la hice abrir un poco más las piernas y metiendo mi mano entre ellas, la separé la parte textil del tanga de su raja vaginal para tocársela lo que me permitió comprobar que la tenía muy abierta y que estaba húmeda. Aquello me “puso” tanto que, inmediatamente, hicieron su aparición las gotas de lubricación previas para, pocos segundos más tarde y sintiendo un gusto realmente intenso, soltar chorros y más chorros, espesos y largos, de leche que fueron cayendo en las paredes y en el suelo del ascensor mientras Paola, que exclamó “Madre mía” al ver la gran cantidad de lefa que estaba echando, continuaba moviéndome la picha para “vaciármela” bien antes de volver a besarnos mientras ella me acariciaba el miembro viril y los huevos y yo seguía sobándola la almeja cada vez más empapada. Sus gemidos denotaban que la faltaba poco para alcanzar el orgasmo por lo que me decidí a introducirla dos dedos y masturbarla frenéticamente. El que estaba llegando al clímax me resultó bastante evidente al moverse para facilitar que los dedos la entraran más profundos hasta que, en medio de un buen número de contracciones pélvicas, expulsó una notable cantidad de flujo con el que se mojó la parte interna superior de las piernas para, sintiendo todavía las delicias de un estado de sumo placer, mearse al más puro estilo fuente empapando con su pis el tanga, la falda y las piernas y formando un buen charco en el suelo. Ante semejante espectáculo deduje que había disfrutado de un orgasmo intensísimo y que había quedado plenamente satisfecha por lo que la saqué los dedos, que me llevé a la boca para chuparlos, antes de lograr quitarla el tanga que como el del primer día era multicolor aunque con predominio del color amarillo para quedarme con él como recuerdo. Una vez que nos pusimos bien la ropa y volvimos a besarnos y esta vez con lengua, desbloqueé el ascensor para que continuara funcionando y nos llevara a nuestros respectivos pisos. Me sentí sumamente halagado cuándo Paola me pidió que fuera su acompañante durante su estancia. La contesté que mis ocupaciones laborales me mantenían muy ocupado a lo largo de la semana pero que estaría encantado de serlo los sábados y domingos además de que, como mi jornada laboral acababa sobre las ocho y medía de la tarde, podíamos quedar a diario para salir a dar una vuelta ó a tomar un café ó un refresco.
Aquella misma noche salimos juntos por primera vez. Quedamos después de cenar y decidimos dar un breve paseo antes de sentarnos en una terraza. A través de nuestra conversación me pude ir enterando de muchas cosas sobre ella como que tenía veintiséis años; que trabajaba como azafata de vuelo en una empresa aérea nacional; que compartía vivienda con otra compañera llamada Yasmín que, aunque era española, tenía unos marcados rasgos físicos asiáticos, que la daban un toque de lo más sensual y sugerente, que había heredado de su madre que era tailandesa y que estaba pasando su periodo vacacional junto a su tía para hacerla compañía al mismo tiempo que disfrutaba de su estancia en una ciudad que siempre la había encantado y que consideraba como una de las bonitas y tranquilas del país. Por dos veces intenté conocer detalles de lo que había sido hasta entonces su vida sexual pero Paola no pareció demasiado dispuesta a hablarme de aquel tema y se limitó a decirme que era bisexual y que, hasta aquel momento, había obtenido mucho más placer a través del sexo lesbico que del hetero. Unos minutos más tarde intentó sonsacarme sobre la mía comentando que con aquella majestuosa pilila de la que estaba dotado tendría todo el sexo que deseara. La contesté que, aunque intentaba mantener una actividad sexual bastante normal, nunca había sido demasiado activa puesto que las féminas siempre se mostraban bastante estrechas en este terreno por lo que la relación más duradera que había mantenido fue con una estudiante a la que di clases particulares durante casi tres cursos seguidos llegando a masturbarla y a cepillármela a diario. Como Paola iba bastante “ligerita” de ropa, en cuanto salió un poco de viento comenzó a sentir frío lo que nos hizo abandonar nuestra conversación y la terraza para, cogidos de la mano, emprender el camino de regreso a nuestros domicilios. Estoy completamente seguro de que a Paola la hubiera encantado volver a “cascármela” en el ascensor pero tuvimos la mala suerte de coincidir en el portal con otro vecino que subió con nosotros impidiéndola que lo llevara a cabo por lo que nos tuvimos que separar sin poder darnos un beso y al menos en mi caso, muy caliente y con la pirula bien erecta y deseosa de “descargar”.
El viernes Paola y su tía se pasaron toda la tarde de un lado para otro para que la joven pudiera comprarse ropa un poco menos veraniega que la que había traído en su equipaje con el propósito de que no volviera a suceder lo de la noche anterior sobre todo pensando en que, al ser bastante propensa a sufrir los efectos de unas molestas cistitis que la provocaban incontinencias y pérdidas urinarias, uno de los factores determinantes era el coger frío en su zona vaginal. Un día más quedamos al terminar de cenar y en esta ocasión, la joven se presentó algo más abrigada al ponerse una chaqueta de punto encima del top y un pantalón de los denominados de cintura baja que dejaba al descubierto su cintura y la parte superior del tanga. Paola se empeñó en que nos uniéramos a mi habitual grupo de amigos y amigas para poder conocerse mutuamente. La joven, de inicio, se mostró sumamente interesada en conocer a cuales de aquellas jóvenes, a las que consideraba mis amigas, me había follado y al no estar demasiado acostumbrada a beber, no tardó en “entonarse” para ponerse a bailar con unos y con otros evidenciando que se lo estaba pasando de maravilla. Pasadas las cuatro de la madrugada y viendo que se encontraba bastante “cargadita” decidí abandonar la reunión y agarrándola por la cintura, me dispuse a acompañarla hasta la vivienda de su tía. Por el camino y al sentirse mareada, nos tuvimos que sentar en un banco antes de que devolviera en una esquina, lo que la ayudó a encontrarse mejor y cuándo nos acercábamos al portal del edificio me indicó que se iba a mear. Intenté localizar con mi mirada un lugar entre dos coches en el que pudiera hacer pis de la manera más discreta e íntima posible pero, antes de que diera con el sitio, se lo hizo encima por lo que su estado era un tanto deplorable cuándo entramos en el ascensor. Al llegar a su planta quise aprovecharme de que hubiera cogido un “pedo” de consideración y la pedí que me hiciera una paja puesto que estaba muy caliente. Paola me tocó reiteradamente el pito a través del pantalón antes de cogerme de la mano y decirme:
“Sal que te voy a hacer algo mucho mejor ahora que lo tienes con un fuerte olor y sabor a pis” .
Poniéndose en cuclillas en el rellano de la escalera se ocupó de hacer descender, hasta quedar a la altura de mis tobillos, el pantalón y el calzoncillo y después de movérmela un poco con su mano, se metió entera la polla en su boca y procedió a chupármela lentamente. La costó un poco hacerse a su tamaño, tuvo algunas arcadas y expulsó una gran cantidad de saliva pero me dio tanto gusto que no tardé en soltarla una espléndida ración de leche en la boca y en la garganta que Paola “degustó” antes de tragársela. Continuó chupándomela un buen rato más hasta que, en el momento en que se la sacó del orificio bucal, la ayudé a incorporarse y bajándola el pantalón y el tanga hasta las rodillas empecé a frotar mi rabo contra su zona pélvica mientras la hembra me decía:
“Al tardar en perder la erección y aunque seas de corrida única tiene que ser una delicia que se la metas a las mujeres con la escopeta descargada y te las trajines con movimientos de mete y saca muy rápidos haciéndolas disfrutar de un montón de orgasmos” .
Como me pareció que con aquellas palabras Paola me estaba pidiendo a gritos que me la tirara, procedí a desnudarla por completo; la puse “mirando para Cuenca”; me despojé del pantalón y del calzoncillo que aún permanecían en mis tobillos y haciéndola abrir lo más posible las piernas, procedí a “clavársela” a estilo perro. La hembra llegó al clímax en cuanto se la metí para, a continuación, echarme encima unos apetitosos y largos chorros de pis. Durante casi medía hora la di unos buenos envites notando como la fémina, que no dejaba de gemir, contraía frecuentemente su pelvis lo que indicaba que estaba alcanzando un nuevo orgasmo con una salida bastante masiva de flujo que siempre iba acompañado de una corta meada hasta que, tras haber llegado varias veces al clímax, se volvió a hacer pis al más puro estilo fuente con lo que me “puso” a tope pero, aunque me gustaba, sentía gusto y en unas cuantas ocasiones me pareció que estaba a punto de producirse, no fui capaz de volver a eyacular pero sí que la solté una copiosísima y larga meada dentro del chocho antes de extraerla la verga. El “trajinármela” me había resultado tan sumamente delicioso y placentero que, al ver a Paola cachonda y completamente entregada, no la dejé que cambiara de posición y procedí a efectuarla un fisting vaginal al mismo tiempo que la hurgaba con dos dedos en el culo. Aquello no duró mucho puesto que, con la respiración muy agitada y unos gemidos que subían de volumen por momentos, se “vació” con suma rapidez y mis dedos no tardaron en entrar en contacto con su caca lo que me hizo pensar que, si continuaba hurgándola, defecaría de inmediato. Sacándola el puño y los dedos, recogí nuestra ropa y ayudé a Paola, agotada y totalmente desnuda, a abrir la puerta de acceso al domicilio de su tía; a ir al water para que soltara una masiva defecación mientras me volvía a acariciar la chorra a la que llegó a calificar de divina; a llevarla una botella grande de agua que se bebió casi entera para recuperar líquidos y a acostarse para, después de taparla bien, vestirme, quedarme con su sujetador y su tanga que, de nuevo, estaba empapado en su pis y salir de aquella habitación y de la vivienda haciendo el menor ruido posible.
Al día siguiente, sábado, Paola pasó buena parte del día bajo los efectos de una gran resaca. La aconsejé que la aliviara tomándose una cerveza pero me contestó que las bebidas con gas la producían flatulencias pero, viendo que su estado no evolucionaba satisfactoriamente, decidió beberse un montón de gaseosa con un poco de cerveza con lo que mejoró pero dio origen a que se pasara el resto del día tirándose pedos. Como se acostó por la tarde quedamos en vernos por la noche para ir a cenar a un restaurante en el que es típico hacerlo a base de raciones. Mientras cenábamos intentó conocer lo que había sucedido la madrugada anterior, desde el momento en el que se había “entonado”, mostrando un interés especial por saber si me la había cepillado. La indiqué que me había hecho una mamada impresionante en el rellano de la escalera y que, después, se la había “clavado” por vía vaginal colocada a cuatro patas pero que, aunque me había hecho pis en su interior, no había eyaculado dentro de su coño. Después de oírlo me pareció que se sintió bastante más tranquila por lo que dejó de mostrarse interesada en el tema. Cuándo acabamos de cenar y como Paola no estaba para muchas fiestas, decidimos irnos a la “sesión golfa” de un cine en el que me la volvió a “cascar” pero dejándome en varias ocasiones a “punto de caramelo” para, pasados unos minutos, volver a acariciarme los huevos y a moverme el cipote hasta que me dejó eyacular echando una soberbia cantidad de leche con la que lo puse todo perdido. Unos minutos más tarde y después de dejarla las tetas al aire, me pidió que se las mamara al mismo tiempo que la masturbaba lo que hice gustosamente verificando que, además de estar provista de unas “peras” de buen tamaño y muy tersas, su seta se mantenía siempre muy abierta y disponía de unos labios vaginales y un clítoris bastante abultados lo que originaba que se excitara fácilmente. Llegó al clímax en dos ocasiones y en ambas, tras echar un montón de flujo, se hizo pis mojando el asiento y como ocurrió el primer día en el ascensor y la noche anterior en el rellano de la escalera, formando un buen charco en el suelo por lo que no la quedó más remedio que comentarme que, aunque fuera en poca cantidad, solía mearse al alcanzar cada uno de sus orgasmos. Antes de que acabara la película la hice poner los pies en el asiento con la intención de poder hurgarla en el culo con dos de mis dedos cosa que reconoció que nunca la había hecho nadie. Aquella nueva experiencia la resultó muy satisfactoria a pesar de que, a cuenta de los hurgamientos anales, se vio en la obligación de abandonar la sala un tanto precipitadamente para ir al water a defecar ya que la había dejado bien predispuesta para ello.
El domingo por la tarde quedamos después de comer y dimos un largo paseo por el campo lo que Paola aprovechó para chuparme, con sumo esmero y muchas ganas, el nabo varias veces dejándome siempre a punto de eyacular. Cuándo regresábamos y aprovechando que había anochecido, la efectué una exhaustiva y larga comida de almeja a la orilla del río hasta que alcanzó unos cuantos orgasmos y por dos veces se meó abundantemente en mi boca. Aquella fue la primera vez que bebí pis femenino y debo de reconocer que me gustó. Unos minutos más tarde y después de permitir que me sostuviera el pene mientras meaba, sin perderse el menor detalle de la salida de mi pis hasta el punto de reconocer que la excitaba ver como lo echaba y que deseaba recibirlo tanto en su boca como dentro y fuera del chocho, me chupó la picha con más ganas que en las ocasiones precedentes diciéndome que, tras una larga meada, estaba mucho más apetitosa y sabrosa. Me apretó con frecuencia los huevos para demorar lo más posible mi eyaculación hasta que me resultó imposible retenerla por más tiempo y la solté una gran cantidad de leche que, como era su costumbre, “degustó” y saboreó antes de tragársela.
Después del paseo la invité a cenar en plan íntimo en mi domicilio por lo que, al llegar, me pidió que la diera unos minutos para subir a la vivienda de su tía con el propósito de cambiarse de ropa y ponerse cómoda. Como la cocina nunca ha sido mi fuerte preparé una sopa de sobre; unos platos con embutido y el contenido de unas latas que abrí; unas patatas fritas de bolsa y un poco de fruta. Acababa de colocarlo todo en la mesa cuándo Paola llamó a la puerta. Me quedé con la boca abierta al abrirla y verla, con una bata en el brazo, luciendo un picardías transparente a través del cual pude contemplar sus espléndidas tetas con unos sugerentes pezones completamente erectos y uno de sus tangas multicolores que casi no la tapaba nada. La hice pasar y después de pedirme que me “aligerara” de ropa, es decir que me quedara en calzoncillo, cenamos mientras mi mirada se mantenía fija en sus “domingas” y en sus pezones que parecía que iban a estallar. Después de fregar los platos y de recoger la cocina me propuso ver la televisión para que, puesto que era evidente que deseaba hacerlo, pudiera mamarla las tetas todo lo que quisiera al mismo tiempo que la mordisqueaba los pezones para ponérselos más en orbita. No empleé demasiado tiempo con ello ya que Paola había dado con un canal extranjero en el que echaban una película de alto contenido pornográfico y en cuanto observé que, metiendo su mano en el tanga, empezaba a acariciarse, nos dirigimos hacía la habitación en donde la terminé de quitar el picardías; la despojé del tanga; la volví a poner “mirando para Cuenca” y se la “clavé” a estilo perro para follármela con tantos deseos que mi eyaculación fue rapidísima aunque tan copiosa como en las ocasiones anteriores. Paola me pidió que, ya que la erección se mantenía, continuara tirándomela echado sobre ella con movimientos de mete y saca muy rápidos para favorecer que alcanzara un mayor número de orgasmos hasta que, incitado por la salida masiva de su flujo y sus frecuentes meadas, sentí una más que imperiosa necesidad de hacer pis y sin pensármelo y de la misma forma que había hecho la madrugada del sábado, se lo solté íntegro en el interior del coño sintiendo mucho gusto mientras la chica llegaba, una vez más, al clímax para, cuándo terminó de disfrutar de aquellos momentos de máximo placer sexual, decirme que la había resultado de lo más delicioso, grato y excitante que la hubiera “mojado” de esa forma. Al quedar visiblemente complacida y satisfecha y una vez que, tras el orgasmo, me echara encima otros dos buenos chorros de pis, se la saqué. Como estábamos cansados después de nuestro largo paseo no tardamos en abandonar nuestra actividad sexual para acostarnos bien. Paola, dándome la espalda, me pidió que me apretara a ella para colocarla la pilila en la raja del culo y que con una mano la sobara la seta al mismo tiempo que con la otra la apretaba las tetas. Esto se convirtió en habitual todas las noches hasta que nos dormíamos al igual que el entregarme Paola por la mañana el tanga que había usado el día anterior y el dejar en mi domicilio el picardías para, al levantarme a las siete de la mañana y despertarla, subir a la vivienda de su tía sin más ropa que una corta y fina bata que volvía a utilizar, aunque poniéndose debajo un tanga, por la noche al bajar a la mía una vez que llegaba después de finalizar mi jornada laboral.
La semana siguiente fue memorable puesto que Paola, al no tener otra cosa mejor que hacer, me visitó a diario en mi trabajo y viendo que disponía de un despacho para mi solo, decidió aprovechar para, una vez que cerrábamos la puerta con llave, proceder, en unas ocasiones, a “cascármela” mientras permanecía tumbado boca arriba en la mesa y con la joven colocada entre mis abiertas piernas para hurgarme con sus dedos en el ojete y apretarme los cojones en los momentos más idóneos para retrasar la eyaculación hasta que me permitía echar una gran cantidad de lefa cuyos chorros, además de en mi cuerpo, la mesa y el suelo, llegaron a depositarse en la pared a pesar de que estábamos bastante alejados de ella mientras que, otros días, me la chupó para poder recibir en su boca y en su garganta la leche que la encantaba saborear antes de tragársela. Pero lo que más la agradaba era que estuviera en buena disposición de echarla una meada en la boca ó en el exterior de la almeja.
La mañana del miércoles, tras salir de mi despacho, se encontró con una antigua compañera de estudios. Hacía mucho tiempo que no se veían y las causó una enorme alegría encontrarse de aquella manera en una ciudad distinta a la de su origen y en el caso de Paola, de residencia. Después de hablar durante un buen rato, Paola decidió volver a entrar con ella en mi despacho para que pudiera conocerla. María Elena ( Elena ), que así se llamaba la hembra, era alta, de constitución delgada, llevaba su cabello de color claro a media melena y estaba dotada de unos llamativos ojos negros y un tipo muy fino. Al igual que a Paola la gustaba lucir sus largas piernas usando faldas muy cortas y aquel día llevaba una abierta por delante tan mini que, al sentarse en una de las butacas bajas que tenía frente a mi mesa, la prenda se la abrió y subió dejando al descubierto durante unos segundos su blanco tanga con encajes. Como ellas hablaban sin parar me limité a escucharlas y a pesar de que no las prestaba demasiada atención me enteré, entre otras cosas, de que Elena estaba casada y tenía dos niñas gemelas de cuatro años y que, además de trabajar a media jornada en una empresa dedicada al transporte público de viajeros pero por carretera, era la propietaria de un comercio de complementos y moda íntima femenina y había estado inmersa en todos los líos imaginables ya que, después de haber sido enlace sindical y alcalde en la localidad de nacimiento de su marido, había logrado convertirse en concejal del Ayuntamiento de la capital, cargo en el que llevaba más de dos años. Lo que me hizo mucha gracia, a pesar de que resulta bastante frecuente entre las féminas, es que, después de haber estado hablando durante más de hora y media, decidieran quedar por la tarde en el domicilio de Elena para continuar con su conversación al mismo tiempo que tomaban un café.
Por la noche, aunque me acordé de su cita, Paola no me comentó nada al respecto por lo que me centré en el sexo y tras el éxito obtenido al intentarlo el lunes, en cuanto llegué a casa me efectuó una intensísima cabalgada vaginal para sacarme una cantidad impresionante de leche al mismo tiempo que ella alcanzaba su tercer orgasmo y lograr que, mientras echaba sus habituales chorros de pis, me meara copiosamente dentro de su chocho. Al terminar de cenar y mientras Paola fregaba me ocupaba de recoger la cocina para, acto seguido, ver la televisión ó una película en el vídeo antes de irnos a la cama en donde, esta vez con la fémina colocada a cuatro patas, volvía a cepillármela. El lunes, al ser el primer día, tuve miedo de no ser capaz de responder adecuadamente a sus estímulos pero el temor desapareció en cuanto “descargué” en el interior de su coño lo que indicaba que había tenido tiempo para recuperarme y echarla un nuevo, largo y placentero polvo antes de que nos acostáramos de la manera que, desde el domingo, se hizo habitual.
La noche del viernes fue especial ya que, después de echarla por dos veces la leche, Paola me ofreció su culo para que la lamiera el ano durante un buen rato antes de proceder a hurgarla en su interior con mis dedos. Me indicó que, hasta el momento en que se lo realicé en el cine, no la habían hecho nada parecido pero, como la había resultado muy agradable y satisfactorio, pude lograr que apretara con ganas para, después de ponerla una cazuela de gran tamaño entre sus abiertas piernas, ir sacándola lentamente la caca con mis dedos con lo que recibió tanto gusto que se vio obligada a tocarse hasta que alcanzó el orgasmo y se meó. Me pareció que, después de mis hurgamientos anales, se encontraba de lo más salida por lo que procedí a masturbarla con dos dedos y a comerla la seta hasta que Paola me aseguró que estaba agotada y que no podía más puesto que la había sacado todo el flujo y el pis.
El sábado tuve que trabajar por la mañana. No me faltó la visita de Paola que me efectuó una mamada excepcional, con más ganas que nunca, diciéndome que la quedaba poco tiempo para poder darse semejante gustazo. Por la tarde quedamos a las ocho con la intención de dormir una buena siesta que nos permitiera reponer energías para la noche y después de echarla un buen polvo cuándo bajó a buscarme, esta vez con la joven acostada a lo largo de la cama mientras permanecía de pie delante de ella lo que la permitió levantar la cabeza para ver como se la metía, me la follaba y las convulsiones de mi pirula al eyacular en su interior, decidimos salir a cenar para, acto seguido, tomarnos un par de copas y regresar a mi casa con muchas ganas de sexo. Aquella noche la eché otros tres polvos, el primero y el último colocada a cuatro patas y el segundo tras una intensa y larga cabalgada.
El domingo nos despertamos casi al mediodía y Paola me comentó que estaba un tanto decaída porque su periodo vacacional estaba a punto de finalizar y aquel era el último día que íbamos a poder pasar juntos. Mientras nos besábamos, acariciábamos y tocábamos me indicó que cuándo coincidía con Yasmín, su compañera de piso, solían reducir su mutuo deseo carnal mediante una masturbación prolongada y penetrándose, por delante y por detrás, con una braga-pene provista de un “instrumento” de un grosor y largura similar a los de mi pito para acabar poniéndose un par de enemas anales seguidos que las provocaban unas defecaciones muy abundantes y placenteras por lo que, considerando que estaba acostumbrada al sexo anal, no quería irse sin poder sentir mi descomunal polla dentro de su culo. Aunque me pareció una propuesta sumamente excitante, al no esperármela me corté bastante. En cuanto logré reaccionar me vi en la obligación de comentarla que no tenía ninguna experiencia en el sexo anal puesto que todas las mujeres con las que había mantenido relaciones hasta entonces se habían opuesto a ello alegando que, a cuenta de las excepcionales dimensiones de mi rabo, era impensable que las entrara en el trasero por lo que a lo único que había llegado era a “descargar” en el interior del culo de la joven estudiante con la que mantuve contactos estables y regulares pero introduciéndola únicamente el capullo cuándo estaba a punto de eyacular. Paola me animó a que, al menos, lo intentara con ella y aunque estaba segura de que la iba a caber perfectamente puesto que su ano dilataba bien y rápido, nos quisimos asegurar más por lo que me hizo darla una abundante cantidad de vaselina en el orificio anal para que se lo fuera introduciendo en el trasero con la ayuda del dedo gordo de mi mano derecha antes de que ella me untara toda la piel de la verga. Después se acostó boca abajo, abrió todo lo que pudo las piernas e intentó mantener bien despejado y dilatado su ojete con las manos mientras me decía que colocara en él la punta para irme echando sobre ella hasta que se la “clavara” entera. Lo hice así y después de comprobar que mi chorra había entrado “hasta los huevos”, empecé a moverme lentamente mientras la hembra me instaba a que metiera mis manos por la sabana para que la sobara la almeja, que estaba sumamente húmeda y la apretara con fuerza las tetas al mismo tiempo que la enculaba. Como había escuchado varios comentarios señalando que la práctica sexual anal resultaba sumamente dolorosa e incomoda para las hembras y tenía miedo de llegar a causarla algún tipo de daño físico continué moviéndome despacio hasta que Paola me pidió que aumentara considerablemente el ritmo y que no dudara en darla unos buenos envites anales con lo que llegué a sentirme muy a gusto poseyéndola por el trasero al mientras la hembra colaboraba moviéndose y apretando sus paredes rectales contra mi cipote para incrementar el placer de ambos. Debió de percatarse de que, aunque pretendía disfrutar durante más tiempo de su precioso culo, me encontraba a punto de eyacular cuándo me indicó que moviera el nabo en círculos mientras la soltaba la leche. Acababa de decírmelo cuándo sentí un gusto previo increíble y haciendo lo que me había pedido, la eché un soberbio polvo mientras la fémina, sin dejar de moverse, me decía:
“Que gusto. Continúa todo el tiempo que quieras que mi culo y todo mi cuerpo sólo desean darte placer al mismo tiempo que me lo das a mí y me vacías” .
Y por supuesto que seguí enculándola y durante un buen rato puesto que, al intentar sacarla el pene, me percaté de que tenía el capullo aprisionado en su intestino y aunque mis movimientos fueron bastante más lentos y Paola dejó de apretar sus paredes rectales, pasaron varios minutos antes de que comenzara a perder la erección, lo que me permitió liberarlo de su aprisionamiento y extraérselo momento en el que Paola me confesó que había notado que el trasero se la hinchaba como un globo en el momento en que mi picha la perforó el intestino y que se deshinchó al sacársela, sintiendo en ambas ocasiones una sensación realmente grata. Como no quiso salir ya que quería aprovechar al máximo su último día en mi compañía mantuvimos una actividad sexual de lo más frenética centrada en su culo puesto que, al terminar de comer y sin necesidad de volver a recurrir a la vaselina, me efectuó una cabalgada anal, dándome la espalda para que mi pilila la entrara más profunda, poder tocarme y apretarme los huevos frecuentemente con el propósito de demorar al máximo mi eyaculación e imprimir un ritmo realmente rápido a sus movimientos mientras que, por la noche, la volví a encular, esta vez colocada a cuatro patas y de acuerdo a sus deseos, metiéndosela de la manera más bárbara y bestial que pude y dándola unos envites impresionantes haciendo que sus tetas no dejaran de moverse ni un solo instante hasta culminar “descargando” en el interior de su trasero inmerso en un gusto indescriptible mientras la leche salía a borbotones.
Como no nos era posible conciliar el sueño puesto que, al hecho de nuestra próxima separación, se unió el que la joven tuviera que levantarse cada poco tiempo para ir al water a expulsar su defecación ya que, tras haberla poseído por el culo en tres ocasiones, sufría un proceso diarreico que la tuvo en danza toda la noche, durante una de sus ausencias me dio por pensar en la cantidad de polvos que la había echado a lo largo del fin de semana quedándome asombrado de que mi potencia sexual hubiera llegado a tanto al darme cuenta de que mientras el sábado habían sido cinco el domingo me había superado al soltarla la leche en siete ocasiones: tres en el interior de su culo; dos dentro de su chocho; otra en la boca y la última mientras me la “cascaba” colocado a cuatro patas al mismo tiempo que me lamía el ano. Paola, por su parte, encontró un buen entretenimiento para los ratos que podía permanecer acostada a mi lado en mirarme la pirula, que seguía manteniéndose bien tiesa a pesar de que durante el día anterior había estado mucho más tiempo erecta que en reposo hasta que decidió hacerla dos ó tres fotografías para poder conservarlas como recuerdo de la misma forma que se quedó con el calzoncillo que había usado el sábado ya que el domingo no llegué a ponérmelo.
Al amanecer me indicó que, si estaba de acuerdo, nuestra despedida podía convertirse en una separación temporal puesto que, aunque no fuera con toda la frecuencia que ambos desearíamos, podía venir a pasar conmigo y en mi domicilio, todos los fines de semana que librara. Aquella propuesta me llenó de alegría y después de darnos unos cuantos revolcones acabé echado sobre ella y me la tiré. La chica me deleitó haciéndose pis al más puro estilo fuente mientras mis movimientos de mete y saca eran muy rápidos hasta que, tras soltarla un nuevo polvo, me meé dentro de su coño. La besé apasionadamente antes de decirla que aceptaba y muy complacido lo que me había propuesto de la misma forma que podía tener la seguridad de que intentaría visitarla siempre que me fuera posible aunque sólo fuera para pasar unas horas con ella. Un poco más tarde me mencionó que había hablado con su tía de mí, de las magnificencias de mi pito y del intenso gusto que la había dado al tenerlo en el interior de su boca, culo y seta y que Covadonga, entendiendo que el hacerlo conmigo era la mejor manera de poder disfrutar del sexo de una forma muy discreta, se había mostrado en buena disposición para suplirla por lo que, a lo largo del día, se pondría en contacto conmigo para que concretáramos y que aquella no sería la única sorpresa con la que me iba a encontrar en los próximos días. Después de darme el picardías y el último conjunto de ropa interior que había usado, abandonó mi domicilio mientras empezaba a vestirme para subir a la vivienda de su tía con mi calzoncillo en la mano, lágrimas en los ojos y vestida con la corta y fina bata. Intenté llamarla varias veces a lo largo de la mañana antes de que se fuera pero, al suponer que lo haría y para que no fuera aún más difícil nuestra separación, mantuvo descolgado el teléfono fijo del domicilio de Covadonga y apagado su móvil.
Al finalizar el día me encontraba un tanto decaído pensando en que no iba a poder disfrutar de los encantos femeninos de Paola hasta que Covadonga llamó a mi puerta. Al abrir observé que había bajado bastante “ligerita” de ropa, aunque sin llegar a los extremos de su sobrina y con la cena preparada. Diciéndome que aquellos alimentos estaban en su punto, se empeñó en que nos sentáramos para dar debida cuenta de lo que había preparado para cenar al mismo tiempo que aprovechábamos para hablar de lo que, en el caso de que la aceptara como sustituta de Paola, iba a ser nuestra actividad sexual que me indicó que podíamos llevar a cabo por la noche, a partir de las nueve, una vez que terminara con sus ocupaciones laborales y dejara todo preparado a sus hijos y con la discreción que suponía el relacionarse con un vecino que, según dijo, estaba buenísimo. Me indicó que estaba dispuesta a que me la cepillara a diario, excepto durante los periodos en que Paola me visitara y que iba a hacer todo lo posible por convertirse en una autentica fulana deseosa de complacerme, “sacarme” una gran cantidad de leche y darme mucho placer y que, como no podía resultarme tan deseable sexualmente como su sobrina, pretendía ofrecerme una serie de contraprestaciones a cambio de echarla mis polvos como era el ocuparse de mantener mi domicilio en las debidas condiciones; lavarme y plancharme la ropa y prepararme el desayuno, la comida y la cena. Me decidí a “catarla” esa misma noche y aunque sólo la eché un polvo, me la follé a conciencia tumbado sobre ella durante bastante tiempo hasta que la fémina, que no estaba habituada a pasar de dos, perdió la cuenta de sus orgasmos y sin ser capaz de retener su pis por más tiempo, me deleitó con una meada sublime mientras me la tiraba. Covadonga, avergonzada, me indicó que nunca la había sucedido nada similar y que debía de haberse producido a cuenta de la excitación pero que tenía que perdonarla por haberse hecho pis, lo que calificó como de autentica “cochinada”, al entrar en éxtasis durante el acto sexual aunque no debió de ser ninguna “cerdada” cuándo hice lo propio en el interior de su almeja y la hembra, mientras lo recibía, sintió tanto placer que me apretó con todas sus fuerzas contra ella y me dijo:
“Dios mío, que gustazo. No dudes en echarme dentro tu pis siempre que quieras” .
Después de mi colosal meada decidí que, para una primera toma de contacto, era suficiente por lo que la hice acostarse en la cama boca arriba a mi lado. La acaricié su empapada raja vaginal al mismo tiempo que la indicaba que me agradaba que hiciera “cochinadas”, como la de mearse, mientras me la cepillaba y que, si nuestra actividad sexual se desarrollaba de acuerdo con mis deseos, estaría encantado de poder follármela todos los días. Covadonga se puso muy contenta y después de dejar que fuera al water para volver a mear, la obligué a acostarse dándome la espalda para que, al igual que había hecho con Paola, poder apretarme a ella, colocarla mi polla en la raja del culo y acariciarla con una mano el chocho mientras con la otra la apretaba las tetas hasta quedarnos dormidos.
A la mañana siguiente la dejé un juego de llaves de mi vivienda en la mesilla para que pudiera bajar cuándo quisiera y esperarme hasta que llegara de mi trabajo. Por la noche decidí hacer con ella lo mismo que con Paola por lo que me la tiré antes y después de cenar dándome cuenta de que era bastante clásica a la hora de “hacer el amor” puesto que sólo estaba habituada a las pajas y a que su difunto marido se la cepillara tumbado sobre ella por lo que la resultó de lo más excitante que la enseñara a chuparme el rabo; a cabalgarme ó que me la follara a estilo perro, acostada sobre mi ó echada a lo ancho de la cama mientras permanecía de pie delante de ella con lo que podía levantar la cabeza para observar como se la metía y me la tiraba, que sabía que era algo que “ponía” mucho a las mujeres. La mayor diferencia que encontré entre tía y sobrina fue que Covadonga no resultó ser tan meona como Paola y que, aunque la gustaba mucho que me hiciera pis en su interior, no acababa de acostumbrarse a vaciar su vejiga urinaria durante el acto sexual por lo que, a pesar de reconocer que tenía muchas ganas de mear, la costó habituarse a tal “cochinada”. Más adelante aprendió a efectuarme mamadas sin dejar de pasarme la lengua por el capullo y la abertura de la verga y aunque, al principio, sintió nauseas al tener que metérsela entera en su orificio bucal ó al recibir la leche, acabó por acostumbrarse llegando a darme mucho gusto cuándo se introducía los cojones en la boca para chupármelos mientras me sostenía la chorra que, sin que necesidad de que me la moviera, se ponía totalmente tiesa. Durante una buena temporada el sexo anal se convirtió en nuestra asignatura pendiente ya que, aunque Covadonga nunca se opuso a que la diera por el culo, tenía mucho miedo a que la “perforara” el trasero a pesar de que no la importaba, aunque al principio también llegó a considerarlo como una “cerdada”, que la lamiera el ano ó que la hurgara con mis dedos en el culo hasta provocarla una masiva defecación que, según me comentaba, la venía de maravilla expulsar ya que era muy estreñida. Esperé a una noche en que la vi completamente cachonda y entregada para proceder a desvirgarla el trasero penetrándola de la misma forma que a su sobrina la primera vez que la di por el culo, es decir acostada boca abajo en la cama y con las piernas muy abiertas. Aunque, tras consumar la penetración anal, la di una buena cantidad de crema en el ojete sufrió los devastadores efectos de un proceso diarreico bastante virulento y múltiples molestias anales pero la experiencia no la resultó tan desagradable como pensaba aunque, al estrenar su culo, sufrió lo indecible hasta que, tras echarla la leche con la que la provoqué la cagada que se vio obligada a retener al no ser posible expulsarla, pude liberar el cipote de su aprisionamiento intestinal y la fémina, sin ser capaz de moverse, echó su primera y gran defecación líquida tras ser enculada.
Pero, como me había indicado Paola, aquella no iba a ser la única sorpresa que me había dejado preparada ya que el miércoles por la mañana me encontré en el portal con Maria Nieves ( Nieves ), la menor de las dos hermanas que residían en el edificio y me gustaban a rabiar, que me estaba esperando para proponerme que madrugáramos un poco más con el propósito de disfrutar del sexo matinal. Lógicamente, acepté y aunque pensé en hacerlo en mi domicilio, me di cuenta de que, cuándo salía de él, dejaba a Covadonga durmiendo y que la fémina, cuándo se levantaba, recogía mi ropa usada para poder lavarla y dejaba la habitación en condiciones para la noche siguiente y la comida preparada a falta de que la calentara al mediodía por lo que Nieves me indicó que podíamos hacerlo en un pequeño habitáculo existente en el ático del edificio, al lado del cuarto de los ascensores, en el que, a pesar de que estaríamos un poco apretados, tendríamos la debida intimidad. A la mañana siguiente llevamos a cabo nuestro primer contacto y la cría, que estaba estudiando y tenía un cabello rubio bastante rizado en las puntas, era delgada y de estatura ligeramente baja, me pidió que fuera despacio ya que su experiencia sexual no era como para tirar cohetes por lo que, a cambio de que la comiera el coño durante un buen rato con lo que, en cuanto llegaba por segunda vez al clímax, se meaba en mi boca comenzó por “sacarme” la leche a base de restregar nuestros cuerpos desnudos antes de “cascármela” al mismo tiempo que me introducía por el culo alguno de los juguetes sexuales que usaba para satisfacerse. Pero aquel lugar, aunque estaba limpio, era tan estrecho que apenas nos podíamos mover por lo que nos teníamos que desnudar y vestir en el exterior y cuándo eyaculaba, Nieves no podía evitar que la leche la llegara a caer en la cara y en las tetas y acabar con el estómago, las piernas y los pelos púbicos empapados en lefa que solía limpiarse con la parte interior de la braga que, acto seguido, se ponía bien impregnada para pasar la mañana con la sensación de que se había meado. En cuanto me indicó que estaba dispuesta a empezar a chuparme el nabo, decidí por que me hiciera, a días alternos, en aquel lugar las pajas matinales para implantar una nueva sesión sexual diaria con mamada incluida a primera hora de la tarde en mi domicilio aprovechando que antes de las cuatro ambos habíamos acabado de comer y disponíamos de tiempo hasta las cinco en que ella comenzaba sus actividades extraescolares y yo volvía a mi trabajo. A pesar de que, al igual que Covadonga, sintió un montón de arcadas y las dos primeras veces devolvió la comida al recibir mi leche en su boca y verse obligada a tragársela, se hizo antes a esto que a meterse el pene entero en la boca ya que decía que con la largura que tenía era imposible que la entrara por completo. Lo logró tras permitir que me lo untara convenientemente en COCA COLA, producto que la gustaba y contando con mi ayuda al apretarla con fuerza la cabeza contra mi obligándola a mantenerlo totalmente introducido en su orificio bucal sabiendo que si me lo hacía bien la realizaría un completo y exhaustivo examen visual y táctil de todo su cuerpo que incluía una comida de seta y después de lamerla el ano, unos completos hurgamientos anales con los que me resultaba bastante sencillo provocarla la defecación. Como solía expulsar la caca en unos apetecibles folletes delgados y largos un día me decidí a “degustar” su mierda sin que me costara hacerme a su sabor y desde entonces, llegué a considerar al pis y la caca femenina, incluso cuándo era líquida, como auténticos manjares. Unas semanas más tarde llegó la penetración vaginal. A Nieves, a la que la encantaba ponerme la picha bien tiesa a base de acariciarme los cojones antes de que procediera a “clavársela”, se mostró bastante borde pidiéndome que me la cepillara usando preservativos. La expliqué que no me agradaba utilizarlos puesto que sólo habían sido capaces de ponérmelos en dos ocasiones y la primera vez lo perdí justo en el momento de la eyaculación por lo que la solté a la chica la leche sin protección y me costó bastante localizar el condón y extraérselo de la almeja mientras que la segunda vez explotó en el interior del chocho de otra joven a la que se lo tuve que extraer en pequeños trozos y además de emplear en ello muchísimo tiempo y examinarla una y otra vez, lo más seguro es que quedara alguno en su interior. La propuse que, en lugar de usar preservativos, la daría regularmente dinero para que pudiera proveerse de anticonceptivos orales. Nieves aceptó por lo que, después de esperar unos días para que hicieran efecto, pude “descargar” libremente en el interior de su coño y tras ello, continuar follándomela durante varios minutos más con la pilila totalmente tiesa.
A pesar de que estaba habituada a que la lamiera el ano y la hurgara en el culo hasta provocarla la defecación, me resultó más complicado lograr hacerla perder su virginidad anal ya que, como me había ocurrido con las demás féminas hasta que conocí a Paola, temía por la integridad de su trasero y me decía que era imposible que mi pirula entrara en su culo sin desgarrarla el ano por lo que decidí prepararla dándola vaselina y pasársela bien tiesa repetidamente por la raja del culo demostrando un especial interés por su ojete en donde la llegué a meter más de una vez el capullo hasta que un día, cuándo más desprevenida estaba, la abrí el ano con mis manos todo lo que pude y se la introduje entera de una forma bastante brutal. La cría, además de gritar, llegó a saltar del dolor pero como con mi pito dentro del culo no podía moverse no la quedó más remedio que aguantar lo mejor que pudo para empezar a centrarse desde el momento en que la mantuve bien abiertos con mis dedos los labios vaginales mientras con la palma la acariciaba el clítoris y a pesar de que, como era habitual, el capullo quedó aprisionado en su intestino por lo que, tras soltarla la lefa, pude encularla durante varios minutos más, el balance resultó bastante positivo una vez que Nieves disfrutó de sus primeros orgasmos anales y verificó que su ojete continuaba íntegro a pesar de que, como me había sucedido con Covadonga, sufría una persistente diarrea y sentía múltiples molestias anales por lo que, a partir de entonces, no volvió a oponerse a que la penetrara analmente con bastante frecuencia haciéndose habitual que, después de eyacular en el interior de su seta, la diera por el culo a diario, unas veces a estilo perro y otras acostada boca abajo hasta que se acostumbró a efectuarme cabalgadas anales. En vista de que liberaba con mucha facilidad el esfínter me acostumbré a provocarla la defecación antes de metérsela en el ojete con lo que lograba que aguantara perfectamente hasta el momento en que la extraía la polla. A Nieves, además, no la resultó costoso el disfrutar plenamente de las delicias de un completo fisting vaginal que, una vez a la semana, se convertía en anal para que vaciara por completo su intestino. Pero como, a cuenta del fisting y de una penetración vaginal tan regular, empezó a tener ligeras pérdidas de orina y liberaba con demasiada facilidad su esfínter, lo que la ponía en serios aprietos, tuve que reducir la frecuencia con la que la introducía el puño y alternar la penetración vaginal con la anal de manera que tales contrariedades se fueron reduciendo hasta desaparecer.
La última sorpresa fue que el jueves volví a recibir en mi despacho la visita de Elena, la amiga de Paola. La fémina, al igual que el día en que la conocí, vestía de una forma muy elegante pero sumamente ajustada con el propósito de realzar aún más sus indudables encantos femeninos y provocarme con una falda sin apenas tela. Sin andarse con rodeos me indicó que siempre había anhelado tener familia numerosa por lo que se ofreció a darme el mayor placer sexual que la fuera posible a cambio de que me la tirara vaginalmente con la pretensión de “hacerla dos ó tres bombos” con los que poder ver cumplido su deseo y demostrar a su marido que no se había convertido en estéril y que la causa de que no pudiera engendrarlos con él habría que buscarla en la escasa cantidad de leche que echaba después de cepillársela durante mucho tiempo. Para demostrarme su buena voluntad permitió que la sobara todo lo que me apeteció; me chupó el rabo como si en ello la fuera la vida pasándome frecuentemente la lengua por la abertura y el capullo consiguiendo que no tardara en eyacular llenándola la boca y la garganta de leche que, como Paola, saboreó antes de tragársela y me entregó su ropa interior con el tanga bastante humedecido como recuerdo de nuestra primera vez. La indiqué que, además de su raja vaginal, tendría que poner a mi disposición su trasero para que, después de eyacular en el interior de su almeja, pudiera encularla al menos un día a la semana condición que aceptó diciéndome que, aunque su marido no se prodigara en ello, la resultaba muy gratificante que, de vez en cuando, la dieran por el culo. Me comentó que la gustaría, puesto que la daba mucho morbo, que la mayoría de los días me la follara en mi despacho lo que comencé a hacer a partir del día siguiente a media mañana. Al igual que a Paola, la gustaba poder “cascarme” y chuparme la verga hasta dejarme a punto de eyacular en varias ocasiones para que cuándo procedía a metérsela, generalmente colocada a cuatro patas ó tumbada boca arriba en la mesa del mi despacho, tuviera la completa seguridad de que la iba a echar y bien profunda, una abundante cantidad de lefa en espesos chorros. Pero como siempre estaba liada con el comercio y sobre todo, con su actividad política, a pesar de que ardía en deseos de que me la tirara a diario sin que a ninguno de los dos nos importara hacerlo cuándo estaba con la regla ya que se trataba de una autentica golfa a la que la encantaba que me la “trajinara”, nunca llegamos a mantener más de tres contactos semanales.
A pesar de ello, tardé poco más de dos meses en “hacerla” el primer hijo que tuvo la desgracia de perder a cuenta de una caída bastante tonta cuándo se encontraba en el cuarto mes de gestación. Pero, además de malograrse el feto, la caída afectó al cuello del útero y a sus ovarios y los médicos la dijeron que aquello, unido a que su ovulación era cada vez más irregular, iba a ocasionar que fuera bastante complicado el que volviera a quedar preñada. Pero Elena decidió mantener aquello en secreto y como era muy tenaz y la gustaba conseguir todo aquello que se proponía, se sometió a determinados tratamientos para favorecer la fertilidad. Su perseverancia y fe en si misma dieron como resultado que, cuándo llevábamos casi dos años manteniendo relaciones, quedara en estado y por partida doble con lo que vio cumplido su anhelo y consideró que había servido para algo positivo la larga espera y sus esfuerzos. Aunque unos años antes había pasado por una situación similar, el embarazo resultó de lo más conflictivo puesto que, para continuar atendiendo su actividad laboral y política, no hizo caso a la mayoría de los consejos que los médicos la dieron y especialmente al de descansar lo necesario hasta que la dijeron que, posiblemente, no iban a poder salvar a uno de los dos niños como así sucedió puesto que, a pesar de que la hicieron la cesárea, el primer crío nació muerto mientras que el otro, al ser prematuro y tener muy poco peso, tuvo que pasar los primeros meses de su vida en una incubadora para, hasta que cumplió dos años, traer en jaque a su madre ya que apenas comía. A pesar de que le había puesto muy bien los cuernos, su marido no sospechó nada por lo que aceptó a aquel crío y al fallecido como suyos. Después de parir, los médicos la dijeron que, aunque la había acompañado la fortuna para poder quedar preñada, a partir de aquel momento la iba a ser totalmente imposible tener más descendencia. Aquella noticia la afectó mucho puesto que Elena, a pesar de que lo pasó muy mal durante el embarazo y el parto, estaba dispuesta a que la “hiciera otro bombo”. Aunque ella prácticamente no se ocupaba de nada en su domicilio puesto que tenía dos asistentas muy eficientes y su madre la ayudaba con sus primogénitas, decidió abandonar su trabajo para centrarse en su nuevo hijo, en su comercio y en las diferentes labores domésticas aunque no tardó en volver a verse inmersa y de una forma mucho más activa que antes, en la política donde, después de lograr que la concedieran la dedicación exclusiva como concejal, la ofrecieron y ella aceptó, ocupar una dirección general en la administración regional lo que acabó de convertirla en una fémina de lo más creída y pija. Aunque su nuevo cargo dificultaba aún más nuestros contactos sexuales, continuamos manteniendo relaciones con la mayor frecuencia que nos era posible que, además de en mi despacho, solíamos llevar a cabo en alguna de las viviendas que sus padres tenían deshabitadas e incluso, en habitaciones de hoteles de cuatro y cinco estrellas en los que la discreción era norma mientras Elena continuaba demostrándome que era una hembra sumamente cerda y golfa a la que parecía no importarla continuar “poniendo los cuernos” a su marido mientras disfrutaba plenamente del sexo y entregándose por completo desde que se hizo a la idea de que no podía tener más hijos. Como, hasta entonces, nunca había tenido la oportunidad de cepillarme a una directora general, me motivé y comencé a mostrarme sumamente sádico en mis relaciones con Elena para intentar sacar el máximo partido a todo su cuerpo al mismo tiempo que la poseía en plan dominante, encontrándome con que tal práctica sexual la gustaba y satisfacía al igual que, sin tan siquiera decírselo, me fui acostumbrando a quedarme con su ropa interior, siempre de primeras marcas, con el propósito de unirla a la colección que inicié con las prendas íntimas, en su mayoría tangas, de Paola y que fui ampliando con las de Covadonga, Elena y Nieves que aún conservo en varias cajas de cartón, debidamente etiquetadas con el nombre de la fémina que las usó y la fecha en que me las entregó ó las cogí, manteniéndolas individualmente en bolsas de plástico transparente con cierre de cremallera que permiten una mejor conservación.
Pero, a pesar de que mi chorra se mantenía casi todo el día empalmada, entré en un periodo de alta excitación sexual en la que, sin poder hacer nada por evitarlo, me fijaba en el culo de todas las hembras con las que me cruzaba en la calle deseando pasar, con buena parte de ellas, un rato muy agradable y placentero en el que pudiera mostrarlas mi lado más sádico antes de poseerlas. Semejante estado de fogosidad sexual disminuyó desde el momento en que extendí la práctica sádica a Covadonga y Nieves a las que me agradaba forzar por encima de sus posibilidades sin importarme que no las diera tiempo a reponerse de una sesión para otra por lo que sus fuerzas no tardaron en resentirse hasta el extremo de que Covadonga tuviera que dejar de usar braga durante una temporada ya que, al rozarla, “veía las estrellas” de lo escocida que estaba. Por otro lado y a pesar de que entre Covadonga, Elena y Nieves me “vaciaban” a conciencia y estaba satisfecho de nuestras relaciones sexuales, Paola continuaba siendo mi favorita y en vista de que no podía poseerla con tanta frecuencia como deseaba ya que solamente tenía un fin de semana libre cada dos meses siendo habitual que librara a días alternos pero siempre laborables ó que, tras trabajar diez días seguidos, la permitieran disfrutar de cuatro consecutivos de descanso que casi siempre eran de lunes a jueves, decidí ser yo el que se desplazara y para poder hacerlo los días en que Paola libraba, me tuve que inventar un montón de enfermedades y de excusas para no ir a trabajar. Aunque, entre ida y vuelta, recorría casi quinientos kilómetros para pasar unas horas con ella, de esta forma conocí a su compañera de vivienda, Yasmín, una joven que, como me había indicado Paola, aunque era española tenía unos marcados rasgos físicos orientales que la hacían sumamente atractiva y deseable para el sexo masculino. La chica, además de una belleza, era morena, de complexión delgada, estatura alta y menuda. No tardé en comprobar que, aparte de que siempre estaba en “bolas” en casa y que cuándo no vestía el uniforme se ponía una ropa de lo más sugerente que la permitía realzar al máximo sus encantos femeninos, era una autentica adicta al sexo y sobre todo al anal para lo que había llegado a recurrir al pastor alemán de una vecina, llamada Bárbara, que esta había adiestrado para que la diera todo el placer sexual que le pidiera. Una vez a la semana la vecina permitía que, delante de ella, el animal lamiera el chocho a Yasmín hasta que llegaba a mearse de gusto para que, un poco más tarde, la penetrara por el culo y se la follara echándola tres ó cuatro polvazos ya que el perro, además de tener una potencia sexual envidiable, eyaculaba abundantemente.
El día en que conocí a Yasmín esta no dudó en hablarme de que una hembra que en la cama no llegara a sentirse una putita no sabía sacar el mayor provecho del sexo y que a ella, tras pasarse toda la semana volando de un lado para otro, la resultaba de lo más gratificante el poder disponer durante los días de descanso de un buen cipote que la “perforara” por delante y por detrás. Lo primero que hice, puesto que lo había deseado desde hacía tiempo, fue tirarme a Paola y unos días después a Yasmín vistiendo sus uniformes limitándome a separarlas la parte textil del tanga de la raja vaginal. Cuándo coincidíamos los tres las gustaba iniciar nuestras sesiones sexuales sin más ropa que una camiseta que las dejaba con facilidad al descubierto el “felpudo” pélvico y el coño para que mientras una me la “cascaba” lentamente y me metía todo tipo de “juguetes” sexuales por el culo, me encargara de comer la seta a la otra colocada en cuclillas sobre mi boca sin privarse, sobre todo Yasmín, de mearse e incluso, cagarse en mi boca. Ambas féminas me demostraron que eran unas autenticas especialistas en ponerme a “punto de caramelo” para, luego, evitar que echara la leche apretándome con fuerza los huevos ó presionándome la base del nabo con sus dedos en forma de tijera asegurándose de esta manera que, cuándo lo consideraran oportuno, la iba a soltar a una de ellas una copiosa y larga “descarga” láctea dentro de la almeja. Pero, tras echar la lefa y a pesar de que al no perder la erección podía cepillármelas durante bastante tiempo, necesitaba un par de horas para volver a estar en condiciones de eyacular cosa que no acababa de convencer a Yasmín que me indicó que, al haberlo utilizado con éxito su madre con varios hombres delante de ella, conocía un método infalible para solucionar aquel problema que consistía en introducirme una finísima sonda por la abertura del pene hasta que llegaba a los cojones para, a través del conducto, depositar en ellos unas inyecciones con un líquido viscoso que incrementaba la potencia sexual masculina. Cuándo me lo explicó me pareció algo realmente tenebroso pero en, una vez que consiguió que su madre la facilitara la “pócima” y comenzó a filtrarme, pude comprobar que, mientras no me moviera, el proceso, en el que Yasmín empleaba unos cinco minutos, era indoloro y sumamente efectivo ya que desde el primer día logré echarlas cuatro polvos en poco más de tres cuartos de hora para poder repetir hora y medía después lo que me permitía que cada vez me las follara más a conciencia y las pudiera echar a ambas la leche por vía anal y vaginal. La mayoría de las veces y sobre todo en las eyaculaciones pares, la lefa se juntaba con mi pis con lo que lograba incrementar aún más su placer haciendo que llegaran varias veces seguidas al clímax, que perdieran la cuenta de sus orgasmos y que, a pesar de que con el paso de los minutos se iban convirtiendo en secos y un tanto dolorosos, desearan seguir hasta agotar sus fuerzas y las mías.
Aquello me resultaba de lo más delicioso y grato pero como mi potencia sexual no aumentaba al tirarme a Covadonga, Elena ó Nieves decidí aprender la técnica de Yasmín con el propósito de poder prepararme yo mismo dándolas una sorpresa mayúscula aunque Covadonga, que no era capaz de reponerse con la misma facilidad que Elena ó Nieves de un día para otro y menos cuándo me mostraba sádico con ella, no tardó en indicarme que, aunque resultara muy placentero, prefería volver al sistema anterior echándola dos polvos diarios con un periodo de descanso intermedio. Pero aquellas filtraciones no estaban pensadas para ser usadas con mucha frecuencia y menos a diario, como en mi caso y cuándo Yasmín me advirtió de ello, mis huevos habían aumentado de tamaño, no perdía la erección y sufría pérdidas urinarias y un escozor que resultaba especialmente intenso cada vez que intentaba mear y casi siempre soltando poco pis, lo que hizo que me tuviera que olvidar de aquel remedio para no tardar en volver a la normalidad aunque teniendo el consuelo de que, sumamente excitado, llegaba a echar dos ó tres polvos seguidos sin necesidad de descansar.
Conocí a Bárbara, la vecina de Paola y Yasmín propietaria del pastor alemán, que resultó ser una hembra que hacía pleno honor a su nombre ya que estaba imponente. Además de ser muy atractiva y sensual, tenía un largo pelo moreno que llevaba recogido, era alta, de constitución delgada y estaba dotada de un físico envidiable. A pesar de ser muy joven llevaba más de tres años separada y me dio la impresión de que estaba muy resentida con el sexo masculino puesto que, en varias ocasiones, la oí comentar que todos los hombres éramos iguales y que, al ser unos cabronazos, sólo pensábamos en el sexo y en cepillarnos a una mujer para, en cuanto nos cansábamos de ella, dejarla y buscarnos a otra que nos diera más gusto por lo que no dejaba de alabar a su perro que, además de estar bastante bien dotado y disponer de una potencia sexual que mucho hombres querrían para sí, era mucho más dócil y fiel que la mayor parte de los integrantes del sexo masculino. Bárbara, que trabajaba en una fábrica de confección textil, obtenía unos ingresos extraordinarios ocupándose en su tiempo libre de los distintos quehaceres domésticas del domicilio de Paola y Yasmín que, al no ser precisamente unas virtuosas en la cocina, la mayoría de los días comían a base de productos precocinados ó recurrían a ella, además de a un self service cercano, para que se encargara de su alimentación de manera que cuándo preparaba la comida ó la cena lo hiciera en cantidad suficiente para las tres. Bárbara nunca quiso participar activamente en nuestras sesiones sexuales aunque, algunas veces, estuvo presente y mientras nos veía, aprovechaba para tocarse ó para moverle la picha al perro que no tardaba en demostrar que, a pesar de que el miembro no llegaba a alcanzar un gran grosor ni mucha largura, tenía unas eyaculaciones realmente copiosas.
Mis visitas al domicilio de Paola y Yasmín cada vez fueron más frecuentes llegando, incluso, a poner en peligro mi continuidad en el trabajo. Sabía que si Paola no estaba me encontraría a Yasmín, que era lo más habitual y como la chica sabía “ponerme”, consolidé mi potencia sexual con ella de manera que el echarla dos ó tres polvos sin necesidad de descansar se convirtiera en habitual mientras la joven me pedía que, además de prodigarme en follármela vaginalmente y en darla por el culo, me mostrara especialmente sádico y la tratara como si fuera una autentica perrita a mi servicio a la que podía hacer de todo con lo que, además de forzarlas al máximo, comencé a utilizar con Paola y con ella toda clase de artilugios sexuales al mismo tiempo que me prodigaba en efectuarlas unas largas masturbaciones pasándolas lentamente el tanga, flores de tela, plumeros y otros objetos por el chocho hasta dejarlas varias veces a punto de llegar al clímax antes de hacerlas un fisting a doble mano cuándo las introducía los puños vaginalmente ó sencillo si era por vía anal. Cuándo se los extraía y con la ayuda de un embudo, me encantaba meterlas en el trasero una de mis meadas que surtía un efecto laxante casi inmediato provocándolas unas masivas defecaciones líquidas que solían ir acompañadas de un variado repertorio de pedos. Pero lo que más me excitaba era amordazarlas y atarlas para poder azotarlas el trasero hasta que se lo ponía como un tomate con lo que, además de tener serios problemas para volver a ponerse el tanga, no eran capaces de sentarse en condiciones durante varios días; provocarlas unas meadas al más puro estilo fuente presionándolas la vejiga urinaria con mis dedos dentro de su coño; sacarlas muy despacio la caca del culo con mis dedos para, tras hacer que la olieran, obligarlas a comérsela y echarlas directamente desde una vela cera bien caliente en el ojete, los pezones y la seta en donde me agradaba introducirlas el tanga antes de que las taponaras la raja vaginal y las hiciera permanecer así durante horas hasta el momento en que, cuándo se veían reventar por una más que imperiosa necesidad de mear, procedía a eliminarlas la cera, que es una labor bastante compleja, dolorosa y lenta, con lo que soltaban una cantidad impresionante de pis y las sacaba el tanga totalmente empapado que, después de olerlo y tocarlo, agregaba a mi colección de ropa interior femenina.
Pero cuándo nuestra relación se había consolidado a través de una práctica sexual dominante, fetichista y sádica, sus superiores en la compañía aérea en la que trabajaban decidieron que Yasmín había adquirido la suficiente cualificación y disponía de un cuerpo de lo más apetecible para el sexo masculino como para ascenderla con el propósito de que, en tierra, llevara a cabo una actividad afín a la de relaciones públicas lo que, como la chica supuso, no tardó en llevar consigo su traslado a otra ciudad. Aunque se lo pensó y mucho, al final tuvo que aceptar al verse presionada por su madre, que tenía otros cinco hijos y vivía con un hombre que no era el padre de Yasmín y que, tras quedarse en el paro, se había convertido en un autentico holgazán que no pensaba más que en beber, pasar horas y horas sentado en los bancos públicos mirando pasar por delante de él a unos grandes “monumentos”, que es como solía llamar a las chicas jóvenes, guapas y seductoras y meter la pilila y tirarse a la madre de Yasmín, a la que hacía mucha falta el dinero que iba a obtener con aquel ascenso por lo que, sintiendo mucho su marcha, me quedé solo con Paola a la que denegaron su solicitud para pasar a formar parte del personal de tierra y la costó encontrar otra compañera con la que poder compartir los gastos que originaba la vivienda en la que residía que había alquilado amueblada. Después de entrevistarse con unas y con otras, se decidió por una, llamada Inés, que, además de no ser demasiado agraciada físicamente, demostró que era conflictiva, mala y rara. La hembra halló una buena diversión en espiarnos lo que, de haberlo sabido, no nos hubiera importado mucho pero lo que si que nos “jodió” es que fuera una autentica cotilla por lo que, en poco tiempo, todo el personal de la compañía estaba al tanto de la relación que manteníamos y de que Paola se dejaba someter de un modo altamente sádico por lo que algunos de sus compañeros empezaron a referirse a ella usando epítetos no demasiado cariñosos mientras otros comentaban que como era una “cerdita meona, sumisa y viciosa” nos les importaría desahogarse con ella. Aquello originó que Paola, sin querer darla explicaciones, decidiera rescindir el contrato de alquiler de la vivienda y que, tras dejar a Inés prácticamente en la calle, se fuera a vivir a un apartamento, asimismo amueblado, que alquiló con opción a compra en el que, al menos, disponíamos de intimidad para relacionarnos sexualmente de la forma que más nos apeteciera aunque pasó bastante tiempo hasta que pudo librarse de las burlas, comentarios y algún que otro acoso sexual de sus compañeros una vez que Inés había hecho el mal.
A cuenta de ello, Paola pasó una temporada bastante mala y para poder ayudarla a superarlo con mayor rapidez me decidí a aprovechar las ventajas que me suponía el haberme convertido en la pareja de una azafata para la mayoría de los fines de semana acompañarla en los desplazamientos que tenía que realizar y poder pasar juntos los periodos que tenía libres que eran de corta duración puesto que la mayoría de las veces se volvía en el día mientras que en las demás se regresaba al día siguiente. De esta manera fui perdiendo el miedo a viajar en avión y realicé varias visitas relámpago a ciudades como Bruselas, Londres, Lisboa y París aunque los destinos más frecuentes eran Milán y Frankfurt en cuyos aeropuertos se enlazaba con vuelos de larga distancia. Como, hasta entonces, no me había planteado la posibilidad de salir fuera de nuestras fronteras y lo más lejos que había viajado era a las Islas Canarias aquellas breves estancias en el extranjero me sirvieron para comprobar que a los españoles se nos temía como si fuéramos un nublado ó como si lleváramos con nosotros alguna peste y que, en la mayoría de los lugares y especialmente en Francia, no éramos bien recibidos.
Si algún sitio siempre me había atraído de una forma especial este era el País Escandinavo por lo que, en cuanto Paola se enteró de que la iban a asignar a la tripulación que debía de efectuar unos vuelos charter con destino a Copenhague y Estocolmo, me lo dijo y me animó a aprovechar la ocasión para conocer esas ciudades ya que podía dejarme en Copenhague y recogerme dos semanas más tarde en Estocolmo. Aunque el desplazamiento se iba a producir en el mes de Enero, en pleno invierno, me apresuré a arreglarlo todo para poder disfrutar de parte de mi periodo vacacional durante aquellas fechas y a través de una agencia de viajes, me organicé un recorrido un tanto personalizado que incluía las otras dos capitales nórdicas, Helsinki y Oslo. Con Paola pasé el primer día en mi estancia en Copenhague y el último en Estocolmo para los demás moverme a mi aire de acuerdo con lo que había contratado con la agencia de viajes. Pensé que me encontraría con problemas de comunicación pero la mayoría de los escandinavos entendía y hablaba inglés e incluso, me encontré con varias personas que sabían español y aunque las comidas dejaban mucho que desear y me vi obligado a soportar un intenso frío, con unas temperaturas gélidas, me pareció que aquellos países eran de otro mundo al compararlos con España ya que disfrutaban de una excelente calidad de vida, sobre todo Noruega, a cuenta de la envidiable “renta per cápita” que tenían y que sus habitantes, lejos de pensar en fiestas, estaban centrados en sus respectivas ocupaciones por lo que prácticamente su vida se limitaba a ir de su domicilio al centro de trabajo y viceversa. Me esperaba topar con una cultura con raíces vikingas pero, en su lugar, me encontré con otra germánica llena de normas y dependiente estrictamente del reloj. Me llamó mucho la atención que fuera muy limitado el número de bares y restaurantes y que en la mayoría de los inmuebles, el vecindario se quedara con, al menos, una parte de la planta baja que adecentaban convenientemente para poder reunirse; ver partidos de fútbol; comer y cenar juntos ó practicar durante los fines de semana el denominado sexo escandinavo, es decir en grupo sin más límite que el aguante sexual de cada uno, lo que hacía que en cada comunidad existiera un ambiente de amistad y compañerismo impensable en estos lares.
Pero lo que más me agradó fue ver que hasta las nórdicas maduritas estuvieran buenísimas y disponían de un físico excepcional sin que resultara habitual encontrarse con féminas gruesas ó provistas de esos voluminosos culos que tan poco agradables nos resultan a los hombres y aunque a cuenta del clima, era impensable que pudieran realzar sus encantos femeninos poniéndose faldas cortas, buena parte de las hembras contrastaban con las bajas temperaturas permaneciendo sexualmente calientes por lo que aquello era casi un paraíso con total libertad carnal. Sabía que muchos españoles, entre ellos algunos compañeros de trabajo, se trasladaban a Cuba y ala RepúblicaDominicana para disfrutar de sexo que, aunque fuera barato, exigía una contraprestación en forma de dinero ó de ropa pero en los países nórdicos lo único que existía eran ganas de disfrutar sexualmente y las féminas, lejos de las estrecheces y desganas sexuales típicas de las españolas, siempre estaban en buena disposición de que las echaran un polvo.
Uno de los días de mi estancia en Helsinki estaba dando un paseo por un lugar poco concurrido a pesar de que en las cercanías existían varios centros escolares cuándo observé a dos adolescentes dentro de una cabina telefónica, al más puro estilo británico, dándome la impresión de que el joven se estaba cepillando a la cría. Al acercarme me di cuenta de que era la chavala quien se la estaba “cascando” al joven. Me quedé mirándoles y a pesar de que se dieron perfecta cuenta de mi presencia, continuaron con lo suyo hasta que el chico, provisto de una pirula de dimensiones bastante normales, soltó una buena cantidad de leche con la que impregnó los cristales de la puerta de acceso a la cabina. La cría le movió el pito unos segundos más para que lo “vaciara” por completo y tras mantenérsela unos instantes con la piel totalmente bajada, se la soltó de golpe y el chico, que perdió rápidamente la erección, se introdujo la polla, sin limpiársela, dentro del pantalón y después de darla un par de besos en la mejilla, salió de la cabina mientras la cría se quitaba la lefa que tenía en la mano con unas toallitas húmedas. Al acabar, se dio la vuelta y me dijo en inglés que, si quería que me moviera el rabo, entrara. Aquello se convirtió en un nuevo reto para mí puesto que con el frío que hacía pensaba que la iba a resultar costoso conseguir que la verga se me pusiera tiesa y lograr que eyaculara. La chavala, que se llamaba Lotta y tenía el cabello moreno, era alta y de complexión normal y con rasgos bastante latinos, me bajó la cremallera del pantalón e introdujo sus dos manos a través de la bragueta para, con la derecha, sacarme al exterior la chorra mientras, manteniendo la izquierda en el interior de mi calzoncillo, me apretaba los cojones. Comenzó a acariciarme diciéndome que, aunque se prodigaba en “aliviar el calentón” a sus compañeros de colegio, no era habitual encontrarse con un cipote tan apetitoso y descomunal como el mío. A través de sus caricias y de mantenérmela con toda la piel bajada logró que me olvidara del frío y que se me pusiera totalmente tiesa. Me comentó que, mientras estuviera en su país, con aquel portentoso nabo me podía pasar el día empalmado y “catando” a una hembra tras otra ofreciéndose a facilitarme a un grupo de compañeras para que me las follara y las hiciera disfrutar de las excelencias de un miembro viril como el mío. Antes de que procediera a “cascármela” se abrió el pantalón y luciendo una gruesa braga estampada de algodón me indicó que podía “meterla mano” a través de su prenda íntima para sobarla todo lo que quisiera. Comenzó a movérmela muy despacio sin dejar de apretarme los huevos y de pasarme el dedo gordo por la abertura. Me decidí a tocarla la raja del culo y la almeja, que cada vez estaba más húmeda, con lo que me fui excitando mientras sus movimientos cada vez eran más rápidos hasta que sentí un gustazo impresionante y solté una tremenda cantidad de leche con la que impregné los cristales y el suelo de la cabina mientras la cría, impresionada, me decía que nunca había visto soltar semejante cantidad de lefa. La chavala, a punto de alcanzar al orgasmo, me la siguió moviendo como si no hubiera eyaculado. Unos segundos después y manteniendo su mirada fija en mi pene llegó al clímax empapándome los dedos en su abundante “baba” vaginal que saboreé metiéndomelos en la boca mientras la cría me limpiaba la picha con unos pañuelos de papel y volvía a colocármela dentro del pantalón antes de proceder a asearse las manos. Se interesó por conocer mi nacionalidad y en que la aceptara como acompañante sexual durante mi estancia por lo que, aparte de “cascármela” durante el día un par de veces, me realizaba unas prodigiosas mamadas nocturnas en la habitación del hotel en el que me alojaba antes de que la poseyera tanto vaginal como analmente. Lotta, que me informó que a los jóvenes nórdicos de catorce años se les podía considerar unos expertos sexuales, me ofreció la posibilidad de participar al día siguiente, que era el último día de mi estancia en Helsinki, después de la cena, que solía tener lugar en torno a las siete de la tarde, en la actividad sexual escandinava que llevaba a cabo el vecindario del edificio en el que residía y en el que participaban sus padres y sus dos hermanas mayores aunque me indicó que ella todavía no tomaba parte ya que sus progenitores se lo habían prohibido pensando que era demasiado joven. Aquello resultó ser una experiencia inolvidable puesto que saqué un partido increíble a mi pilila que, en vista de sus dimensiones, estuvo muy demandada por las féminas nórdicas a las que, como pude ver, la gustaba chupar una buena pirula mientras otro hombre se las tiraba anal ó vaginalmente y el ser penetradas al mismo tiempo por ambos agujeros. A cuenta de su gran parecido físico creo que dos de las féminas a las que me cepillé fueron la madre y una de las hermanas de Lotta que, entre polvo y polvo, decidieron colaborar conmigo en una práctica sexual guarra a la que los nórdicos no estaban habituados lo que hizo que buena parte de los presentes se reunieran en torno a nosotros para ver las monumentales y placenteras meadas que las provocaba al presionarlas la vejiga urinaria con dos dedos introducidos en su chocho; al hurgarlas en el trasero hasta provocarlas unas masivas defecaciones que, asimismo, se produjeron cuándo, con la ayuda de un embudo y de otros dos hombres, las echamos el pis dentro del culo ó al hacerlas apretar para irlas sacando lentamente la caca con mis dedos. Una de las hembras, después de que me la hubiera follado a conciencia, me pidió que diera por el culo a su pareja delante de ella mientras aprovechaba para “cascarle” el pito lo que, al parecer, era bastante habitual una vez que la fémina quedaba complacida y satisfecha. Aunque nunca había enculado a un hombre, no me opuse a hacerlo por primera vez con un chico rubio al que se la “clavé” analmente. Mi potencia sexual no daba para más por lo que, aunque mi erección se mantenía y le enculé durante un montón de tiempo, no fui capaz de “descargar” dentro de su trasero, aunque sí que me meé, mientras la hembra le “sacó” dos buenas raciones de leche.
Cuándo logré liberar la polla de su habitual aprisionamiento intestinal y se la saqué, el chico me habló de que existía otra especie de tradición en la que el enculado debía mostrar su agradecimiento al enculador por lo que, mientras una chica muy joven se encargaba del suyo y la supuesta madre de Lotta me chupaba el mío en busca de más lefa, el hombre me indicó en perfecto inglés que sacaría mucho más provecho de las excepcionales dimensiones de mi rabo si llegaba a mentalizarme y lo forzaba hasta que fuera capaz de echar un número ilimitado de polvos por sesión. Asimismo y para que no me faltara sexo durante el resto de mi estancia en tierras nórdicas, me animó a visitar los supermercados a primera hora de la mañana diciéndome que siempre encontraría a alguna hembra libidinosa y con ganas de sexo y que, en cuanto echara la vista a una que me agradara, la siguiera puesto que, si la interesaba, la fémina se ocuparía de buscar un lugar en el que me pudiera “desahogar” convenientemente con ella aunque, eso sí, me aconsejaba que intentara “clavársela” colocada a cuatro patas ó dejando que me hiciera una cabalgada puesto que eran las posiciones en las que las hembras nórdicas se consideraban más seguras de cara a evitar que las dejaran preñadas. Al cabo de un buen rato, la chica joven y la madre de Lotta decidieron dejar sus mamadas para “ordeñarnos” manualmente hasta que desistieron de su propósito al ver que, aunque manteníamos la verga bastante erecta, no eran capaces de “sacarnos” más leche. Abandoné aquella velada sobre la una y medía de la madrugada y aunque dormí sólo, lo agradecí puesto que me encontraba bastante cansado.
Puse en práctica sus indicaciones tanto durante mi estancia en Oslo como en Copenhague y en las dos capitales no me resultó demasiado difícil mantener contactos sexuales con féminas muy ardientes, algunas de ellas menores de edad que demostraron ser unas buenas “yeguas”, a las que solía tirarme en el water, siempre unisex, del supermercado que, al acabar, había que dejar tan limpio como lo habíamos encontrado después de hablar unos momentos con ella mientras nos tomábamos un café. Una de estas relaciones la mantuve con una fémina joven con todos los rasgos físicos escandinavos ya que era alta, delgada y disponía de un cabello muy rubio que, además de ser muy golfa, estaba dotada de la raja vaginal más amplia, abierta y húmeda y del culo más “tragón” que he tenido ocasionar de “degustar”. La hembra, llamada Frida, logró que la soltara dos polvos consecutivos y una larga meada realizándome una exhaustiva cabalgada vaginal en el water del supermercado en el que la conocí para pasar conmigo las dos noches que me quedaban de estancia en Oslo “vaciándome” de tal forma los huevos mientras ella se superaba con un número ilimitado de orgasmos y varios prácticamente seguidos, que no sentía la menor necesidad de sexo hasta que a la noche siguiente volvía a estar con ella lo que me permitió centrarme durante el día en las visitas turísticas.
Al regresar de aquel viaje, con un buen surtido de prendas íntimas y pelos púbicos de Frida, de Lotta, de la madre y de una de las hermanas de esta última y de otras féminas con las que mantuve relaciones, no tuve mucho tiempo para “saborearlo” ya que aquel año me vi obligado a gastar con mucha rapidez mis vacaciones al tener que coger Paola las suyas a partir del día 20 de Febrero. Después de pasar unos días juntos en mi domicilio nos fuimos a Puerto Rico para disfrutar allí de la primera quincena del mes de Marzo donde, relajados y tranquilos, me propuse llevar a la práctica los consejos que me había dado el joven finlandés al que había enculado delante de su pareja para incrementar mi potencia sexual. Debía de estar muy bien mentalizado puesto que, día a día, me fui superando hasta que logré echarla a Paola, que se mostraba encantada por ello, tres ó cuatro polvos y un par de meadas sin necesidad de descansar con lo que lograba que llegara a perder la cuenta de sus orgasmos y se “vaciara” por completo.
Después de volver de nuestro periodo vacacional Paola me hizo ver que estaba dejando de lado mi trabajo y que tenía que ocuparme de él, puesto que era fundamental para ambos, de la misma forma que tenía que atender sexualmente a Covadonga, Elena y Nieves. Me prometió que, aparte de disfrutar de un fin de semana libre cada dos meses, iba a intentar disponer todas las semanas del sábado ó el domingo para nosotros. Pero lo que pretendía era casi imposible y después de intentar que sucediera cada quince días, lo único que logró fue que, cada tres semanas, la permitieran descansar desde el mediodía del domingo a la tarde del jueves lo que nos ayudó mucho a mejorar la frecuencia de nuestra actividad sexual.
Estaba decidido a vivir con Paola ya que era una preciosidad, disponía de un cuerpo a mi gusto y estaba muy compenetrado con ella pero las relaciones que, a lo largo de la semana, mantenía con Covadonga, Elena y Nieves también me satisfacían y además de que las tres me atraían y me gustaban, no dejaban de demostrarme que se habían convertido en unas golfas muy guarras deseosas de darme mucho placer. Pensé que hasta que mi situación con Paola se solucionara debía de plantearme el vivir de continuo con alguna de ellas. De inicio, descarté a Nieves ya que la veía como a una cría a la que doblaba en edad y aquello iba a suponer que no fuéramos demasiado afines en muchas cosas. Elena estaba dispuesta a separarse de su marido y más desde que se había enterado de que mantenía relaciones sexuales con la hija, menor de edad, de una de sus asistentas mientras esta trabajaba en su domicilio, pero aquello me iba a obligar a hacerme cargo de sus tres hijos sabiendo que sólo el más pequeño era mío; a estar pendiente de un comercio que casi siempre estaba repleto de mujeres ansiosas por adquirir el último y más sexy “modelito” de ropa interior y a soportar sus constantes ausencias a cuenta de su actividad política ya que la sede del gobierno autónomo estaba situado en otra capital a la que tenía que ir a diario para volver por la tarde mientras Covadonga, aunque era la de más edad, había sabido adaptarse a mí y convertirse en una “yegua” excepcional que se había mostrado sumamente dócil hasta cuándo la hice pasar por momentos realmente amargos y duros al someterla mediante el sexo sádico haciéndola llegar al placer a través del dolor. Pensando en que, siendo mayores, sus hijos apenas dependían de ella me decidí por Covadonga pero, a pesar de que los tenía muy cerca y podía visitarlos varias veces al día, se mostraba demasiado ansiosa por satisfacerme en todo al mismo tiempo que estaba muy pendiente de sus descendientes lo que, unido a su trabajo, originó que, cada día, se encontrara más estresada y la resultara más difícil “explotar” al llegar al clímax mientras los orgasmos secos se presentaban con mucha más rapidez.
Al ver que mi convivencia con Covadonga no llegaba a funcionar todo lo bien que había deseado, Nieves me animó a intentarlo con ella y aunque seguía sin ver mucho porvenir en vivir de manera continúa con ella mientras sus padres decidieron darla libertad para hacer lo que considerara más oportuno pero mostrándose en contra al pensar que era demasiado joven para atarse a un hombre de más edad que ella, que nuestra relación no duraría demasiado y que, en el caso de que se produjera, la ruptura la iba a afectar, la convivencia se desarrolló casi a la perfección, aunque contando con la colaboración de Covadonga y de la madre de Nieves que se ocupaban de las comidas y de la mayoría de los quehaceres domésticos a los que la joven no estaba acostumbrada, durante más de tres años hasta que la chavala acabó sus estudios en el instituto y comenzó los universitarios y al no disponer de plaza para poder cursar aquí la carrera que deseaba, tuvo que irse a estudiar a otra ciudad. Aunque venía casi todos los fines de semana y hablábamos muchas veces por teléfono el no poder vivir juntos el día a día hizo que nuestra relación cambiara por completo aunque Nieves, a pesar de que durante sus ausencias volví a mantener relaciones con Covadonga y Elena, seguía excitándome en el terreno sexual para que me la cepillara al presentarse la menor ocasión para ello. Pero todo se complicó desde el instante en que, sin decirme nada, decidió unilateralmente dejar de tomar los anticonceptivos al mantener relaciones sexuales solo conmigo y considerar que, si llegaba el caso, no la importaría que la hiciera un “bombo” para poder darme descendencia. Unos meses más tarde la dejé preñada. Me enfadé mucho con ella por haber dejado de tomar los anticonceptivos mientras la joven, desoyendo los consejos de sus padres y los míos, se negaba a abortar lo que hizo que me pusiera bastante violento con ella hasta que la obligué a hacerlo contra su voluntad poniéndola en manos de una supuesta profesional, de la que me habían hablado muy bien, que tenía más de lesbiana golfa que de abortista y que, junto a otra mujer de más edad que resultó ser su hermana, se recreó y a plena satisfacción con el coño y el culo de Nieves antes de decidirse a meterla el “cucharón” para, sin las más elementales medidas higiénicas, extraerla el feto. El que la hubiera obligado a abortar y dejando que aquellas mujeres la sobaran y masturbaran hasta la saciedad, la causó un trauma del que la han quedado varias secuelas. Aunque su padre no deseaba que volviera a vivir con ellos, la madre logró convencerle para que la recibiera con los brazos abiertos cuándo, después del aborto, decidió dejarme para regresar a la que había sido su casa. A pesar del tiempo transcurrido y aunque seguimos viviendo en el mismo edificio, no me ha perdonado, me rehuye y si alguna vez no puede evitarme, me demuestra que aún sigue llena de odio hacia mí.
Decidí, entonces, intentarlo con una zorrita tan deseable y seductora como Elena sabiendo que, con ella, no me iba a ser posible dar marcha atrás y que me iba a encontrar con múltiples contratiempos en nuestra convivencia. Al ser demasiado arriesgado decidí informarme sobre ella antes de embarcarme en una aventura de aquel tipo y a pesar de que quienes la conocían no se mostraron demasiado partidarios de hablar de ella, me acordé de una antigua compañera de trabajo, llamada Yolanda ( Yoli ), que, aunque estaba separada, había vivido debajo del piso de Elena durante su corto matrimonio. Me costó dar con la residencia actual de Yoli pero la fémina no puso el menor inconveniente a contarme todo lo que sabía sobre ella por lo que me enteré de que Elena no había llegado a donde estaba por meritos propios si no más bien por poner desde su juventud la raja vaginal a disposición de dos altos cargos del partido político al que su padre la había afiliado que, una vez cada uno, la habían dejado preñada. Como ambos estaban casados, tenían hijos y nos deseaban que aquella relación extramatrimonial saliera a la luz además de pagarla los abortos, la dieron dinero y se encargaron de que encontrara un trabajo bien remunerado para lo que contó con su apoyo y unas referencias inmejorables. Parecía que, tras aquello, su relación sexual había quedado en el olvido pero uno de los dos hombres, al que Elena le encantaba, decidió volvérsela a follar con cierta regularidad hasta que la hizo un “bombo” doble. Esta vez, la chica se negó a abortar y diciéndole al padre que no le iba a pedir ninguna responsabilidad, decidió continuar adelante con su embarazo y convertirse en madre soltera al parir a sus dos hijas. Como agradecimiento, el político que se las había engendrado decidió abrirla el comercio de complementos y prendas íntimas femeninas del que era propietaria, la buscó un chico alto, guapo y joven, aunque al parecer no lo suficientemente dotado y potente como para satisfacerla, con el que poder casarse para guardar las apariencias y se ocupó de su ascenso político mientras su pareja, que según Yoli resultó ser un autentico mujeriego, aprovechaba sus continuas ausencias para tirarse a varias féminas entre las cuales había menores de edad y dos de las hembras más asiduas ejercían la prostitución en un conocido club de alterne. Al principio no di demasiado valor a aquella información pero, cuándo me enteré de que las dos niñas llevaban los apellidos de Elena lo que indicaba que las había parido estando aún soltera, pude verificar que era cierta por lo que deseché mi idea y decidí romper con ella, a pesar de que llegó a amenazarme con tomar represalias hasta verme bien “hundido en la mierda”, diciéndola que, aunque estuviera muy buena y fuera una autentica fulana, me había engañado muchas veces y que, como estaba desilusionado, no quería seguir más tiempo con su juego.
Pero el entrevistarme con Yoli para obtener aquella información sobre Elena hizo que la fémina se diera cuenta de que estaba buscando una convivencia mutua continuada con una hembra por lo que comenzó a llamarme por teléfono a la oficina. Cada vez nuestras conversaciones eran más largas y como andábamos detrás de lo mismo, no tardamos en decidirnos a salir juntos. Yoli tenía año y medio más que yo, un abundante cabello negro que casi siempre llevaba casi en forma de moño, era de complexión normal y estatura ligeramente baja y estaba dotada de un culo de lo más apetecible que se la marcaba a la perfección en los ajustados pantalones que usaba con asiduidad aunque también era bastante adicta a ponerse botas altas con faldas muy cortas debajo de las cuales y sin usar tanga, llevaba mallas tan ceñidas y finas que, en cuanto el aire la levantaba la falda, se la marcaba a la perfección la seta y la raja del culo. Desde muy joven había sido una entusiasta de las motos y había tenido varios novios pero con ninguno había llegado a consolidar nada hasta que, sin apenas conocerse, contrajo matrimonio con un compañero de estudios y aquello fue un autentico desastre que duró seis meses. Su intención era estabilizar su vida junto a un hombre que fuera de su agrado y al parecer, me había elegido para ello. Logró que siempre que me era posible la acompañaba a todos los sitios y como era muy moderna y lo que más la preocupaba era la moda y estar a la última con su ropa, me convertí en asiduo en compartir con ella los probadores de determinadas tiendas incluso, cuándo decidía comprarse ropa interior lo que me permitía recrear mi vista viéndola totalmente desnuda y poder tocarla y sobarla hasta la saciedad las tetas, el culo mostrando una atención muy especial por el ojete y su abierta y húmeda almeja mientras Yoli “calibraba” el grosor y la largura que llegaba a alcanzar mi chorra al mismo tiempo que me “ordeñaba” manualmente con movimientos rápidos. Aunque ardíamos en deseos de que se produjera un acercamiento sexual, cada vez que nos proponíamos llevar a cabo nuestro primer contacto en condiciones no sé como lo hacíamos pero siempre terminábamos discutiendo. Al principio fue a cuenta de que Yoli pretendía que me la cepillara provisto de condón para evitar dejarla preñada puesto que no quería usar ningún método anticonceptivo alegando que todos tenían sus contraindicaciones mientras que yo me negaba a utilizar preservativos ó por cosas sin la menor importancia que daban al traste con lo que, en verdad, nos interesaba. Como, a cuenta de ello, nuestra relación no empezaba demasiado bien decidí descartar la posibilidad de vivir juntos y dejar que aquella amistad que había resultado un tanto atípica fuera quedando en el olvido, como otras muchas, con el transcurrir del tiempo.
Un tanto desmoralizado porque, tras perder a Elena, Nieves y Yasmín y no llegar a consumar mi relación con Yoli, a las únicas que me continuaba follando era a Covadonga y más esporádicamente a Paola, me ocupé de confeccionar la oportuna solicitud para que esta última pidiera, una vez más, su traslado al personal de tierra basándome en que, con ello, se nos facilitaría el vivir juntos con vistas a poder contraer matrimonio en un futuro. Como la contestación se demoraba demasiado la comenté que podía lograr que la dieran trabajo en la empresa en la que, desde hacía muchos años, venía desarrollando mi actividad laboral y a plena satisfacción de mis superiores que, además de tenerme en una gran consideración y no haber negado nunca nada, me consideraban como imprescindible. Pero Paola, sabiendo que me gustaba mucho, estaba mucho más centrada en conseguir que la ascendieran a azafata jefe que en comenzar a vivir juntos de una manera continuada al pensar que estaba lo suficientemente atado a ella como para seguir deseándola sexualmente y ser capaz de esperar unos años más hasta que, al ir perdiendo parte de sus atractivos físicos por la edad y sin necesidad de que lo pidiera, la asignaran al personal de tierra.
Pero las cosas no sucedieron como ella había pensado puesto que, en unos de los viajes que hice para visitarla, al llegar a su domicilio me encontré con una nota suya en la que me indicaba que la habían asignado, a última hora, un vuelo en sustitución de una compañera que se encontraba afectada por un proceso gastrointestinal. Ante semejante contrariedad pensé en emprender inmediatamente el viaje de regreso pero, cuándo me disponía a abandonar la vivienda, sonó el teléfono. Era Bárbara que me dijo que tenía que hablar con Paola. La contesté que no estaba y la chica me comentó que se encontraba muy mal y me pidió reiteradamente que la visitara en su domicilio. Pensando que estaba enferma me dirigí hacía allí y al abrirme la puerta me di cuenta de que, aparte de no haberse arreglado, se encontraba bastante demacrada. Me dejó pasar después de indicarme que estaba deprimida y que no tenía ganas de fiestas y saraos y menos de sexo. En cuanto me senté a su lado en el sofá del salón empezó a llorar y a decirme que esta vida era una mierda. La abracé con fuerza y dejé que se repusiera acariciándola el pelo con su cabeza apoyada en mi hombro derecho. Más tranquila me comentó que había perdido su trabajo al negarse a ser condescendiente con el encargado de la fábrica de confección textil en la que desarrollaba su actividad laboral que llevaba bastante tiempo acosándola y al final, la había obligado a entrar con él en el water donde había intentado besarla y al verse rechazado, se puso bastante violento “metiéndola mano” a lo bestia para sobarlas las tetas al mismo tiempo que la exigía que le realizara una mamada a lo que ella se negó. El hombre, fuera de sí, la propinó una bofetada, la bajó el tanga y sacándose el cipote al exterior, la cogió fuertemente del culo para apretarla contra él y comenzó a frotar el nabo en su chocho. Enseguida se le puso bien tieso por lo que haciendo que se pusiera de cara a la pared y se doblara, la quitó el tanga y la falda, la hizo abrir las piernas y procedió a “clavárselo” vaginalmente para tirársela con movimientos muy rápidos lo que originó que en un par de minutos “descargara” en su interior para continuar “trajinándosela” hasta que perdió la erección momento en el que la sacó el pene y la dijo:
“Ha sido bastante agradable pero siendo una puta tenías que haber colaborado más para darme un mayor gusto” .
El hombre la tocó repetidamente el coño notando que devolvía parte de la lefa que acababa de recibir mientras Bárbara, que llevaba un rato intentando retener su salida, no pudo aguantarse más y se hizo pis. El hombre, mirándola fijamente la seta, comentó:
“Vaya, además de puta, eres una guarrilla meona” .
En cuanto terminó de mear volvió a tocarla diciéndola que debía de tener siempre la almeja tan mojada como en aquellos momentos; colocó su picha dentro del calzoncillo; se subió la cremallera del pantalón; recogió del suelo el tanga de Bárbara y tras restregárselo por la cara llamándola zorra, la escupió y salió del water con la prenda íntima en la mano. Sintiéndose humillada y ultrajada, Bárbara permaneció varios minutos sentada en el inodoro llorando, presa de un estado de gran ansiedad, para, finalmente, recoger su falda, ponerse bien la ropa y reintegrarse a su puesto. Varias de sus compañeras notaron que algo la había sucedido pero como sabía que sus superiores iban a hacer más caso al encargado, que se limitaría a negarlo todo, que a ella decidió no comentar con nadie lo ocurrido. Al ir a fichar al finalizar su jornada laboral se encontró con la carta de despido. Pero aquello no fue todo puesto que, al ir a apuntarse al paro, la dijeron que no tenía derecho a percibirlo al haber cotizado por ella, únicamente, durante el periodo de prueba cuándo, en realidad, había trabajado allí más de seis años. Como me indicó que no conservaba las nóminas y que muchos meses no se la daban, la animé a localizar entre sus compañeras, actuales y pasadas, a alguna que estuviera dispuesta a acreditar su periodo real de trabajo para denunciarlos pero me contestó que ninguna iba a querer meterse en semejante follón ya que, seguramente, la harían la vida imposible ó la echarían. Al pagarla el salario mínimo no la daba para ahorrar y como había dejado de percibir los ingresos extraordinarios que obtenía de Paola y Yasmín al ocuparse de su domicilio, se había visto obligada a desprenderse de Kim, su perro, vendiéndoselo a una amiga de una compañera para poder alimentarse. Al hacer mención al animal y recordarlo, sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas por lo que, de nuevo, la abracé pero, esta vez, me di cuenta de que Bárbara abría bastante las piernas por lo que me decidí a acariciárselas y como no hizo nada por impedirlo, fui subiendo hacía arriba hasta que, tras tocársela a través del tanga, la separé la parte textil de su prenda íntima de la raja vaginal y la masturbé intentando que disfrutara con el “mete y saca” de mis dedos. Enseguida noté que la joven empezaba a mover su culo y que contraía la zona pélvica lo que, junto a una respiración agitada y sus gemidos, denotaba la proximidad del orgasmo que no tardó en alcanzar con una intensidad y rapidez portentosas echando una copiosa cantidad de flujo para, acto seguido, mearse al más puro estilo fuente poniéndolo todo perdido, cosa que no pareció importarla. Bárbara, entre gemidos, me dijo:
“Por favor, jódeme todo lo que quieras pero ahora mismo puesto que no te puedes imaginar lo mucho que deseo que me poseas y me hagas tuya” .
Sin movernos del sofá y sin necesidad de desnudarnos, me bajé el pantalón y el calzoncillo, me eché sobre ella, la metí la pilila totalmente erecta “hasta los huevos” y procedí a follármela con tanto entusiasmo y ganas que me dio la impresión de que también la había estado deseando durante mucho tiempo. Mientras Bárbara llegó al clímax en cuanto la penetré para repetir con frecuencia, en poco más de un cuarto de hora la había soltado dos polvos y una larga meada en el interior del chocho con lo que me dio la impresión de que había quedado mucho más reconfortada. Después de acariciarla durante unos minutos su húmedo coño decidimos descansar para comer antes de que me la volviera a tirar y en esta ocasión, dándola por el culo lo que me resultó de lo más agradable y placentero. Una vez que la eché la leche dentro del trasero seguí enculándola hasta que pude liberar mi pirula de su habitual aprisionamiento intestinal. En cuanto se la saqué, la hice ponerse a cuatro patas y la hurgué con mis dedos en el culo sacándola con mis dedos un poco de caca antes de provocarla la defecación. Noté que iba a expulsar un follete bastante grueso por lo que la saqué los dedos y la apreté con fuerza el ano para que lo retuviera un poco más en su interior. La mierda empezó a hacer fuerza mientras Bárbara sentía una imperiosa necesidad de echarla fuera. En cuanto liberé su ojete la caca apareció por el orificio anal y me pareció tan deliciosa que, sin dudarlo, me decidí a “degustarla” bien caliente. Mientras la chica apretaba para que saliera más se dio cuenta de que me estaba comiendo su mierda y me preguntó que si no me daba asco y repugnancia hacer tal cosa. La contesté que era de lo más apetitosa y exquisita y recogiendo con mis manos el segundo follete, que fue de un grosor parecido pero de menor longitud, se lo ofrecí para que pudiera “catarlo”. Bárbara lo olió y con cara de suma repugnancia, se lo fue metiendo en la boca poco a poco hasta ingerirlo completo reconociendo que no la había resultado tan desagradable como pensaba. Un poco después y como muestra de agradecimiento por su nueva experiencia, me chupó el pito con un deleite muy especial hasta que eyaculé en su boca. Observé que, al contrario que Elena y Paola, se tragaba la lefa a medida que la iba recibiendo. Al final, Bárbara reconoció que el hacerlo conmigo la llenaba bastante más que cuándo lo hacía con Kim. Viendo que todavía estaba bastante entera la hice una completa y exhaustiva exploración visual y táctil del interior de su seta y de su culo, que la resultó tan placentero que en su transcurso la muy guarra llegó al clímax en dos ocasiones prácticamente consecutivas; se hizo pis al más puro estilo fuente; se tiró una buena colección de sonoros pedos y finalmente y sin casi darse cuenta de ello, liberó el esfínter y volvió a cagarse antes de efectuarla un largo fisting vaginal moviendo mi puño en todas las direcciones consiguiendo que se “vaciara” por completo e inmersa en una sensación sumamente placentera, en cuanto la atravesé el útero y la toqué con mis dedos los ovarios. Después de extraerla el puño, tras haber alcanzado dos orgasmos bastante secos y mientras la dejaba recuperarse, me ofrecí a ayudarla económicamente pero Bárbara se negó rotundamente diciéndome que, aunque la gustaba convertirse en una fulana muy cerda cuándo me la cepillaba, no era ninguna puta. La hablé de la posibilidad de recurrir a su familia pero me contestó que sólo tenía a un hermano con el que siempre se había llevado mal y a una tía, hermana de su madre, que también lo estaba pasando mal ya que se acababa de separar después de que su marido hubiera decidido irse a vivir con la que había sido la mejor amiga de la fémina. Desde aquel día reduje mis visitas a Paola para centrarme en Bárbara a la que, poco a poco, fui introduciendo en el sadismo y la sumisión.
Pero la mujer tenía un montón de problemas desde que la habían echado del trabajo por lo que, muchas veces, no llegaba a disfrutar plenamente del sexo. Un día me comentó que había encontrado otra ocupación laboral, aunque mal pagada para, según expresión textual, “fregar retretes” en la que duró cuatro días y cuándo volví a estar con ella a la semana siguiente me indicó que, al llevar tres meses sin pagar el alquiler, el propietario pretendía desahuciarla y que, en su situación, lo único que podía hacer era irse a vivir con Paola pero que por más que la llamaba nunca la encontraba en casa. La indiqué que, por muy amigas que fueran, no estaba demasiado seguro de que Paola deseara compartir su apartamento con nadie tras la mala experiencia que había tenido con Inés. Como su situación, lejos de mejorar, empeoraba por semanas y cada vez resultaba mucho más agobiante la propuse que, antes de verse en la calle, dejara aquella vivienda y se viniera a vivir conmigo ofreciéndola alojamiento y comida además de algo dinero para que pudiera comprarse regularmente ropa a cambio de que se ocupara de las labores domesticas de mi vivienda y de poder disfrutar libremente de todos sus encantos femeninos siempre que quisiera. Pensando en que a Covadonga también la vendría bien, la mencioné que tenía una amiga íntima que, seguramente, estaría dispuesta a pagarla por atender la suya y que la era posible compaginar perfectamente ambos domicilios puesto que se encontraban en el mismo edificio. Bárbara me indicó que la estaba proponiendo convertirse en una “chacha para todo” y que, aunque el llegar a ser una dócil perrita a mi servicio no la importaba e incluso la agradaría que realizáramos tríos para que me la follara al mismo tiempo que a una hembra madura como Covadonga, no se planteaba el llegar a mantener relaciones sexuales lesbicas puesto que nunca se había sentido atraída sexualmente por ninguna mujer. La contesté que, si algo tenía claro, es que Covadonga era completamente hetero y que no tenía el menor deseo de llevar a cabo contactos con otras hembras. Quedamos en que se lo iba a pensar. Al día siguiente por la mañana me llamó a la oficina para decirme que aceptaba y que, una vez que recogiera todas sus cosas, me volvería a llamar para que fuera a buscarla y la trajera a vivir conmigo lo que se produjo el domingo siguiente.
De esta forma comenzó nuestra convivencia mutua que se sigue manteniendo en la actualidad. Como había previsto, Covadonga estuvo de acuerdo en que Bárbara se encargara de su vivienda al igual que de la mía y no la importó lucir su cuerpo delante de la joven para que pudiera tirármelas tanto juntas como por separado. Una vez superado el periodo de mayor furor inicial, lo más normal es que diariamente, al terminar de comer, me cepille a Bárbara durante algo más de una hora y que por la noche, que es cuándo se une a nosotros Covadonga, hagamos un trío ó que me folle a esta última delante de Bárbara para volver a dar debida cuenta de la joven al despertarme a la mañana siguiente. La actividad sexual sádica, con un amplio surtido de “cochinadas”, con la que sufren un importante desgaste la limitamos a los fines de semana para que una de las dos se encuentre al día siguiente en condiciones de ocuparse de todo mientras la otra se recupera por lo que los viernes suelo forzar a Bárbara hasta el límite de sus fuerzas mientras que los sábados me ocupo de hacer lo propio con Covadonga lo que me ha hecho considerar que la “medicina” sádica es la mejor forma de “poner” al máximo a un buen número de féminas a las que las encanta recibir un trato despectivo y vejatorio.
Paola, que continúa viviendo sola en su apartamento que finalmente compró, consiguió medio año después su anhelado ascenso a azafata jefe lo que la permitió disponer de cuatro días libres después de trabajar diez seguidos y que estos se desarrollaran de viernes a lunes por lo que cada quince días se desplaza para pasar sus periodos de descanso con nosotros y poder participar activamente en nuestras sesiones sexuales sin que tardara en convertirse en la cabecilla de las féminas implantando algunas cosas como el que las provocara la defecación hurgándolas con mis dedos en el trasero antes de darlas por el culo para que pudieran aguantar perfectamente la penetración anal y no liberaran su esfínter, al menos, hasta recibir dentro de su trasero mi leche y en su caso, mi pis; que Bárbara y Covadonga se acostumbraran a comerla la almeja y a masturbarla con asiduidad al igual que Paola hacía con ellas hasta que vieron como algo normal que otra mujer las diera gusto; que se habituaran a restregar sus cuerpos, con una especial atención a su chocho y a sus tetas, para aumentar aún más su excitación sexual antes de que procediera a “clavarlas” mi polla; que bebieran el pis caliente de los demás cada vez que meábamos y que, colocado a cuatro patas, me hurgaran con sus dedos en el culo hasta provocarme la defecación mientras Paola se ocupaba de moverme lentamente el rabo haciendo que retuviera al máximo mi eyaculación. Al principio, las gustaba verme cagar delante de ellas pero Paola, tras darlas ejemplo, las comentó que mi mierda estaba tan exquisita y sabrosa como mi lefa ó mi pis y que era casi un sacrilegio desperdiciar aquel manjar por lo que tanto Bárbara, con mucha asiduidad al vivir de continuo conmigo, como Covadonga se tuvieron que hacer a ingerir la caca bien caliente según iba saliendo por mi ojete. Además, con sus hurgamientos anales lograron que volviera a ser regular en mis deposiciones. Paola participa cada dos semanas en las sesiones de sexo sádico en las que me gusta obligarlas a que me chupen la verga en múltiples ocasiones manteniéndola totalmente introducida en su boca para poder tirármelas a conciencia cuándo están exhaustas. Al disponer del lunes para recuperarse, la tarde de los domingos la dedicamos en exclusiva a forzar sádicamente y al máximo a Paola, hasta que acaba como una autentica braga, contando para ello con la colaboración de Bárbara y Covadonga aunque esta última participe de una manera menos activa al no haberse recuperado del desgaste sufrido la noche anterior cuándo se lo hacemos a ella.
Aunque Covadonga sigue pendiente de sus hijos, nuestra convivencia está resultando bastante sublime puesto que Bárbara asumió perfectamente su papel de “criada para todo” mientras Covadonga desempeña el de dama madura elegante, pero cerda y viciosa, deseosa de que su hombre la eche un par de polvos y Paola el de amante condescendiente y golfa. Llevamos así más de tres años y me siguen excitando como el primer día cada vez que las poseo al cepillármelas ó cuándo las fuerzo y las ultrajo de la una manera extremadamente sádica. Como los años van pasando y me voy acercando a los cuarenta las tres hembras están, actualmente, estudiando la posibilidad de que deje preñada a Bárbara ó a Paola, que por fin está a punto de que la asignen al personal de tierra, pero el tener descendencia que forme parte de la familia es algo que nunca me he llegado a plantear y como mi único deseo es seguir disfrutando de ellas, no creo que llegue a permitir que Bárbara se quite el DIU ni que Paola deje de tomar anticonceptivos para que puedan engendrar hijos.