Me la monté en Atenas (2)

(con sonido) Volvía a España con una reliquia más valiosa que la página de un viejo libro.

Me la monté en Atenas – Parte y 2

1 – El texto

" Me iré a España. Buscaré a ese niño que llaman Juan Oliva y que dicen que con sólo estar a su lado alarga la vida casi para siempre. Ya sé el lugar donde se encuentra, pero el único problema es que no puede alejarse de allí. Buscaré la forma de quedarme con él y vivir para siempre. Otros dicen que si se retira de aquella casa acaba con la vida que está a su alrededor y vuelve a donde estaba. No volveré, pero no puedo decir dónde estaré ".

Leí estas frases del libro en el taxi varias veces y no saqué nada más que una clara conclusión: Alex no podía retirarse del molino; la vida de los que le rodeasen corría peligro. Nuestras vidas corrían peligro. No podía decir esto a Daniel, así que pensé en decirle que no pude conseguir una copia fiable de aquella página. Si lo que allí se decía era cierto, en 1933, Alexander Dináderakis estaba pensando en buscar a ese niño, cuyo verdadero nombre era Juan Oliva y ya estaba muerto en aquella época. El dibujo del molino describía una situación que se había producido ante nuestros ojos. Posiblemente, Alexander se casó con Matilde valiéndose de que ésta iba buscando su dinero y puso al niño su nombre: Alex. En 1933 Alex ya tenía doce años y había caído del tejado. Si la compañía del niño daba una vida muy larga (o eterna) ¿por qué murió Alexander? Tal vez aquel dibujo era premonitorio, pero Ernesto me había dicho que no me llevase nada de aquel lugar y me había dado una suma de dinero muy grande. Tenía que saber más cosas. Quizá pudiera él entender mejor lo que estaba pasando.

Llegué al hotel casi a medio día y me fui corriendo a recepción buscando a Andrea.

Lo siento, señor – me dijo el conserje en inglés -, Andrea sólo viene por las tardes.

Es urgente; muy urgente – le dije -. No le pido que me diga dónde está, sino que si usted lo sabe le diga que necesito que venga a almorzar conmigo.

Se volvió a mirar en un mueble, habló con un compañero que me miró sonriente y descolgó un teléfono con aspecto de ser antiguo.

La espera me pareció eterna hasta que le vi colgar y levantarse, se acercó a mí muy serio e hizo un gesto como si se lamentase.

Verá, señor – me dijo -; Andrea está ocupado. Me ha dicho que vendrá a la hora de siempre, pero a esa hora todavía hay almuerzo.

Llámeme a mi habitación en cuanto llegue – le ordené -; es muy importante.

2 – Amigos

Llamaron repetidas veces a la puerta y me levanté de la cama de un salto. Al abrir, encontré a Andrea mirándome seriamente. Me empujó con la palma de su mano en el pecho hacia adentro de la habitación y comenzó a hablar sin parar, en griego, como si estuviese muy enfadado.

¡Espera, espera! – le dije en francés -, si me hablas así no voy a poder saber por qué estás enfadado. Tranquilízate y habla en francés y despacio. Te prometo hacerte caso.

Se sentó en la cama y respiró profundamente. Luego me miró más tranquilo pero no me sonreía.

¿Por qué dices a nadie que quieres almorzar conmigo? – comenzó a hablar -. Ahora van a venir preguntas y yo no quiero preguntas. Ayer vine aquí a follar contigo. Nadie debe pensar que somos amigos. Si somos amigos, yo no cobro.

Lo siento, Andrea – le dije acercándome a él despacio -; no sabía eso. Pero yo estoy dispuesto a pagarte lo que te nieguen. Mañana me voy, pero además de que me gustaría estar contigo esta noche, creo que he cometido el error de tomarte como a un amigo de verdad.

Le cambió la expresión.

¿Un amigo? – me dijo levantándose asombrado - ¿De verdad me tomas como un amigo?

¡Claro que sí, Andrea! – le dije -; no me pasa esto con cualquiera; pensé que nos habíamos hecho amigos.

Se acercó aún más mirándome fijamente y comenzó a sonreír poco a poco. Me tomó por la cintura y me besó:

Me haces sentirme un chico normal por primera vez.

Se fue hacia el armario y sacó su traje:

Primero ducha – dijo sonriendo -, luego almuerzo.

Nos sentamos en una mesa un tanto apartada, junto a las ventanas, y durante el almuerzo comenzamos a hablar de lo que había ocurrido por la mañana.

¿Mil quinientos? – preguntó extrañado -. Es mucho dinero para mí pero es muy poco dinero para Vasilis.

¿Qué quieres decir? – tomé su mano -. Necesito tu opinión.

Pienso que Vasilis sabe que esa copia no sirve para nada – me explicó -; vender algo que no sirve para nada por mil quinientos es buen negocio.

¿Crees que sabe que el libro es falso o el contenido no es real? – pregunté -; él me dijo que como obra de arte no tenía valor, sino que sólo existe un libro como ese. Eso le da el valor. Pero yo no he querido comprarle el libro.

Así, te ha engañado ¿no? – sonrió -; es mucho dinero por una fotocopia que no sirve para nada.

¡Exacto! – lo miré muy contento -; ahora es donde viene tu papel, Andrea. Eres un joven que te dedicas a… bueno… pero al hablar contigo se nota que eres culto ¿Por qué un muchacho joven gana el dinero así siendo culto?

Eres muy listo, Tony – me dijo bajando la vista -, y haces que me avergüence. He estudiado filología francesa, pero no hay trabajo ahora. Estar contigo no es trabajar; es descansar y gozar.

Alguien que ha estudiado filología – le dije -, puede ayudarme. Necesito que me ayudes. Te narraré los hechos sin demasiado detalle; leeré para ti en francés el texto copiado. Intenta buscar ahí una clave.

Somos amigos – me dijo -, pero no digas eso a nadie aquí. No quiero perder este trabajo. Cuando estemos en la habitación, además de follar con pasión, voy a ayudarte mucho, aunque tardemos muchas horas en buscar algo.

Haremos un descanso, Andrea – le dije -, no quiero que acabemos demasiado cansados de follar y de pensar. Necesito comprar algunos regalos para llevar ¿Me acompañarás?

¡Sí, claro! – me miró feliz -, me gusta mucho comprar y conozco sitio aquí cerca para regalos.

Le conté mi situación desde que conocí a Daniel, lo que ocurrió cuando fuimos a tocar al molino, cómo fui conociendo la historia, el incendio de la casa de doña Matilde y alguna cosa más. Luego le expliqué nuestra situación actual.

No me gustan las cosas raras – dijo – y ese niño tiene cosas raras. Primero leerás la copia y yo la escribiré en griego. Puedo hacer varios análisis si hay contenido. Escucha uno, escucha otro y decide.

3 – La lectura

Le mostré a Andrea la copia de la página y le expliqué cada detalle de los que se veían en el dibujo. Coincidió conmigo en que no se pudo dibujar en 1933 algo que había sucedido de un año a esta parte. Le leí el texto en francés con cuidado de no cambiar el sentido de las palabras y lo fue anotando en griego y haciendo signos. Luego comenzó a hablar sobre lo que había oído:

Dice a dónde irá, a España, pero al final aclara que no puede decir dónde estará. Ya sabía lo que quería: encontrar a ese niño. Si Alex es el niño, debería tener ahora bastante más de doce años y si daba poder para vivir para siempre a su lado, a) era mentira, b) no quiso que Alexander viviera por siempre. Supongamos que no quiso a Alexander como su padre ¿Por qué lo mató? ¿Cómo se salvó él de la caída? ¿Por qué parece que es él el que quema a su madre y sus hermanas? Si no hace mucho que las quemó ¿por qué en 1933 Alexander lo dibuja aquí? Nada tiene sentido; falta una pieza, pero tienes que querer mucho a ese niño para dejarlo en tu casa. Hay dos posibilidades: a) este niño no hace daño b) este niño es peligroso. Si piensas en duda… piensa en b). Puede hacerte un día lo que le hizo a Alexander.

¡Espera! ¡No sigas! – le dije -. No había pensado todas esas cosas de tan poco texto y en tan poco tiempo.

Puedo decirte más – exclamó -; pero falta algo. ¿Dónde está el dinero de Alexander? ¿Se quemó en la casa o sigue escondido en el molino con olor a canela?

Me quedé mudo, me acerqué a él y lo besé con verdadero cariño. Me sonrió y comenzó a quitarme la ropa.

Olvidé normas – dijo -; vente a la cama.

Hicimos un 69 muy lento y muy suave. Cada vez que uno de los dos notábamos que nos llegaba el placer y nos íbamos a correr, avisábamos y parábamos. Aquella deliciosa y relajante mamada doble duró más de una hora hasta que nos corrimos de forma estrepitosa. Nuestros cuerpos se retorcieron en la cama y nuestras bocas se llenaron de leche. La suya tenía un sabor muy especial; un poco salado y otro poco dulce. Unimos nuestras bocas en un beso y mezclamos allí las leches y las salivas respirando aceleradamente por la nariz. Después de un rato, tomó unos pañuelos de la mesilla y escupimos allí aquella preciosa mezcla.

Me gustaría llevarme esto de recuerdo tuyo – le dije -, pero se secará y perderá tu olor.

No. Vamos a la ducha y a las compras – dijo seguro -. Cenamos y te dejaré hacerme una mamada como tú quieras. Compraremos un pequeño bote limpio y lo pones ahí. Yo quiero tener tu leche así también. Hay mucha noche para follar.

Me eché a reír:

¡Sí! Y mucho vuelo para dormir. Pero tú tendrás que trabajar otra vez mañana ¿no?

No. Nunca sé. Cuando veo quién entra por la puerta, yo decido. El hotel paga. Por eso no podemos ser amigos para ellos.

Fuimos a unos almacenes de recuerdos y regalos y compré alguna cosa para todos; incluso para Miguel, que una noche se quedó esperándome en el jardín. Entre las compras iban dos botecitos pequeños y muy bonitos de cristal y en forma de ánfora colocados en un soporte de madera que dejaba verlo. Como en un ritual ancestral, se colocó Andrea en una postura cómoda para él y para mí y le hice una mamada lenta. Necesitaba que sintiese mucho placer y que llenase mi boca de mucha leche. Cerca de mi mano tenía el botecito. Cuando empezó a llegarle el gusto me avisó en griego, pero no hubiera hecho falta. Se tensó y apretó mis muñecas repitiendo una frase para mí incomprensible. Se llenó mi boca de su leche en varios chorros fuertes y calientes y eché su semen enseguida en el botecito y lo tapé con su curioso tapón de corcho. Repetimos la operación. Me puse en la misma postura que él había adoptado y comenzó una mamada perfecta (griega, me dije) hasta que el placer comenzó a aflorar por mi espalda y comencé a tensarme. Repetí aquello que él había dicho tantas veces sin entender su significado. Su boca tuvo que llenarse de mi leche porque salieron bastantes chorros con fuerza. Tomó su bote y puso allí mi semen. Lo tapó y lo puso en el suelo empujando enseguida mi cuerpo hasta llevar mi cabeza a la almohada. Nos fundimos en un abrazo y, sin espera ninguna, comenzamos otro juego erótico que acabó en un polvo casi doloroso. Se dejó caer a mi lado en la cama:

Hoy no hay normas – me dijo -. Seguiré gozando de tu cuerpo y de ti hasta que tú quieras.

Follamos varias veces más hasta que caímos rendidos.

¡Tony, Tony! – oí en susurros -, queda poco tiempo para preparar equipaje y salir. El aeropuerto está lejos. Déjame acompañarte.

Tras una bonita y corta despedida y sin querer apartar mis ojos de aquella estatua de carne, pasé a la sala de embarque. En poco tiempo, miraba por la ventanilla cómo me iba elevando y quedaba abajo la ciudad que nunca más iba a olvidar.

Sonido - Volveré a verte: http://www.lacatarsis.com/Alex_final.MP3