Me la monté en Atenas (1)

(con sonido)...ya podía divisar la tienda de libros antiguos que estaba en el no. 2 de la calle Tanatos.

Me la monté en Atenas: Parte 1

1 – Soy Tony

El taxista me entendió bien por gestos y con las pocas palabras que le dije. Cuando paró, ya podía divisar la tienda de libros antiguos que estaba en el número 2 de la calle Tanatos. Le pagué (afortunadamente seguía usando euros allí) y me bajé a la acera. La calle estaba enfrente. Era estrecha y donde no había coches aparcados y que subía al principio levemente y luego se inclinaba mucho. El viaje hasta la librería fue inútil, pues un hombre con una de las antiguas batas de tela de color crudo, me dijo que el hombre que debería atenderme era Vasilis Koronios y que éste sólo iba por las mañanas. Decidí entonces dar una vuelta y volver al hotel.

Daniel no se había quedado demasiado conforme con anular otras galas y tener que quedarse con Alex, así que decidí llamarle por teléfono. Estaba verdaderamente preocupado, pero se tranquilizó al saber que ya había encontrado el lugar buscado. Reconocí que le había dejado una carga, pero le hice hincapié en que Alex era un niño delicioso y que bastaba con tratarlo con cariño; mucho cariño.

Al entrar en el hotel me acerqué a la recepción y pedí la llave. Un joven con camiseta de rayas horizontales azules y blancas y unos pantalones amplios, como un marino, se ofreció a acompañarme a la habitación. Hablaba mucho, pero yo no entendía nada de lo que decía, así que lo tomé por el brazo en el pasillo de arriba y le dije:

Einai o Tony. Me llamo Tony, chaval ¡Joder, a ver si me entiendes!

Y ante mi sorpresa, se acercó a mí, me sonrió y dijo: «Einai o Andrea».

¡Andrea! Un chico de mi edad, aunque aparentaba algo menos, de cuerpo redondeado, cara redondeada, ojos redondeados y expresivos… Allí siguió en silencio mirándome y dijo luego algo que no entendí, pero hizo algo que sí entendí, porque me cogió la mano, la levantó y la besó; se acercó un poco más, miró a un lado y a otro del pasillo y me besó los labios.

¡Vamos a la habitación! – se lo dije con signos - ¡Estás que te cagas de bueno!

Poco español – me dijo -, mejor francés.

¿Quieres que hablemos en francés? (se lo dije ya en francés).

Sí, Tony – me dijo despacio -, en francés lo entenderé todo.

Me tomó de la mano y me llevó a la habitación: «¡Abre!».

En cuanto cerré la puerta y se encendieron las luces, se puso a apagarlas dejando encendidas las de la entrada y quitándose la camiseta. Ufffff, tenía un pecho delicioso, bien moldeado y formado, algo velludo bajo los pezones. No quise decir nada. Me miró sonriente y me dijo en francés algo así como que él era una «gentileza de la casa».

¡Siéntete como en tu habitación, Andrea! – le dije -, aunque supongo que no podrás entretenerte mucho

Falta la hora de cenar – me dijo entonces -, yo puedo quedarme toda la noche pero no puedo pagar la cena.

No me parece que eso sea un problema – me acerqué y le besé -, queda un par de horas. Bajaremos a cenar, yo pago, y subiremos luego. Pediremos… algo de beber ¿Te gustaría?

No esperaba que pagaras la cena, es la verdad – me dijo -, pero así tendremos mucho tiempo para hablar. Ahora tenemos dos horas.

Me acerqué, lo tomé por la cintura y nos besamos pegando nuestros cuerpos.

Muchas veces – dijo - estoy con otros hombres, pero siempre estoy sólo con los que me gustan. Esto te lo van a cobrar, Tony, pero no es caro. Yo no estoy con cualquiera que aquí llega.

Saqué un billete de quinientos euros, se lo mostré de cerca y, como el pantalón no tenía bragueta, le metí el billete por arriba hasta palpar su polla. Me pareció gruesa y corta y empecé a tener enormes deseos de vérsela y de hacer algunas otras cosas con ella. Cuando vio que yo había tanteado la suya, puso su mano sobre mi pantalón y agarró la mía cada vez con más fuerzas y sonriendo: «Esto puede valer una rebaja en el precio. Me gusta. ¡Follemos!».

Mientras él iba abriendo mis pantalones y bajando mi portañuela fui tirando de sus pantalones hacia abajo y comenzaron a verse unos calzoncillos como boxers ajustados pero más cortos y de color celeste. Seguíamos en pié y mirándonos mientras nos mordíamos los labios. Con un pie me quité un zapato y luego el otro y él hizo lo mismo, pero se agachó luego y puso sus labios sobre mi paquete mientras me quitaba los calcetines.

Hace falta ducharse antes – me dijo -. Tengo normas.

Se bajó los calzoncillos y los arrojó a una silla. Todo en él era redondeado: su polla y su culo también. Tenía un cuerpo fuerte y precioso de los que hubiera servido de modelo a uno de aquellos famosos escultores y, mientras me esperaba, incluso observé en su cuerpo la curva praxiteliana.

La ducha fue rápida; sólo como parte de un aseo obligatorio, pero corrió luego a la cama envuelto en la toalla sin secarse y yo corrí tras él.

¡Hijo mío! – dije en español - ¡Esto es como follar con una estatua de carne!

Nos revolvimos en la cama sin parar; de un lado para otro; sin dejar de besarnos. Su lengua era una como una víbora venenosa cuyo tosigo me iba drogando por momentos hasta que me agarró por los hombros y me puso boca abajo en la cama. Volví la cabeza y le miré. Me besó con todas sus fuerzas y empezó a penetrarme no muy despacio. Sentía cómo se abría al máximo mi esfínter y cómo topaba su glande en mi interior. No dijo nada más; comenzó a sacarla y meterla entera, de tal forma, que al principio sentía más dolor que placer, pero comenzó unas caricias que nunca había sentido y vinieron a mi cuerpo cientos de placeres juntos. Aquel movimiento rápido y duro me empezó a matar de placer hasta que comenzó a gritar alzando una mano con un puño cerrado. Se echó luego sobre mí y siguió el movimiento hasta correrse. Nos quedamos inmóviles y en silencio un rato hasta que la sacó de golpe. Se echó boca abajo a mi lado y me besó y me lamió toda la cara: «¿Es que no me vas a follar?». Me subí sobre él intentando hacer lo que había hecho conmigo, pero me daba tanto placer que me di cuenta de que aquello no iba a durar mucho, así que decidí follármelo a mi estilo y, por su mirada y su sonrisa, me pareció que le gustaba.

2 – La cena y el consejo

Me dejó asombrado cuando llegó la hora de cenar. Me dijo que le esperase un momento, salió de la habitación con sus ropas marineras y volvió con una bolsa:

En el comedor no se puede entrar con ropa cualquiera – dijo en mal francés y despreocupadamente -. Yo siempre guardo esto.

Abrió la bolsa y sacó un traje. No sabía si reír o llorar; todo estaba preparado. Nos fuimos vistiendo y él me ayudó a ponerme mi traje y yo le ayudé a ponerse el suyo. Se convirtió en un hombre elegante enfundado en un traje elegante. Lo besé con pasión.

Bajamos a cenar y hablamos de muchas cosas. La comida era por un lado deliciosa y por otro extraña. Nunca había comido una ensalada con yogur. En cierto momento le dije que pasaríamos una noche deliciosa si él quería, pero que tenía que estar temprano en mi trabajo. Sólo me quedaba un día para la vuelta. Al decirle que venía buscando un libro se extrañó mucho y me dijo que en España había más y mejores libros que allí y tuve que aclararle que buscaba un libro un tanto especial. Tanto insistió y tanto se iba acentuando nuestra amistad que le dije que iría a buscar ese libro por la mañana a la calle Tanatos. Su rostro se descompuso, se limpió muy educadamente los labios con la servilleta y bebió algo de vino.

¿Tienes negocios con Vasilis? – preguntó mirando a otro sitio -.

No - le dije -; ni siquiera le conozco. Traigo un recado y tengo que averiguar algunas cosas sobre un libro, pero no sé de qué.

Volvió su rostro lentamente y me miró a los ojos con tristeza:

Debes tener cuidado – dijo -; a casi nadie le gusta Vasilis. En su tienda sólo hay libros sobre cosas… raras.

¿Raras? – le pregunté extrañado - ¿Qué quieres decir con «raras»?

Se quedó pensando un poco y siguió comiendo; paró luego y se dio cuenta de que yo no sabía a dónde iba.

Es una casa del libro secreto – dijo -, esotérico. Tarot, diablo, fantasmas. No me gustaría que fueses allí, pero si es tu trabajo

No, no es mi trabajo – me enojé -; soy músico; toco la guitarra eléctrica y canto y compongo. Ese, ese es mi trabajo. Pero la vida de alguien depende de un libro. Tengo en la habitación una copia de una nota escrita en griego, Andrea. Me gustaría que la leyeses y me dieses tu opinión. Me han dicho que en esa librería hay un libro que puede salvar la vida de alguien.

No vas a contar conmigo sólo para follar – se rió -. Me caes muy bien y voy a ayudarte, si quieres. Déjame leer esa nota y te diré qué pienso.

Subimos a la habitación y ya antes de entrar me estaba recordando que le enseñase la nota. Ni siquiera nos quitamos la chaqueta. Abrí la maleta y busqué el sobre con la copia del texto, lo abrí y se lo entregué.

Entiendo – dijo -, que en la página 103 de un libro debe haber una clave. Ese libro se llama Alexander, pero la frase del final me parece que está mal escrita y quiere decir otra cosa

Se quedó pensativo y no aparté mis ojos de los suyos.

Creo que, en realidad – dijo -, quiere decir que este libro es de ese hombre llamado Alexander, así que Alexander debe decir en esa página cuál es la solución a tú problema. Vasilis te va a pedir mucho dinero por dejarte ver o copiar esa página.

Mucho dinero… - dudé en preguntarle - ¿cuánto puede ser?

Si es algo que puede salvar una vida – contestó - ¿quién sabe? ¿Cuánto vale una vida? ¿Quinientos mil euros? ¿Un millón?

¿Un millón por copiar una página?

No, Tony – contestó -, es un error. Vasilis no cobraría una copia de una página; cobraría una vida. No lleves mucho dinero. Asegúrate de que ese libro resuelve tu problema y llévale luego lo que pida. No sé si eres rico.

¿Rico? – le sonreí -; rico estás tú. Vete quitando ese traje que voy a darte las gracias por tu consejo.

Primero ducha – dijo -. Tengo normas.

Pasamos toda la noche entre la cama y la ducha.

3 – Visita a Vasilis

Era temprano cuando me despertó Andrea:

Tony – me dijo susurrando -, deberías levantarte ya y partir para la librería.

Le miré sonriendo y puse mis labios sobre los suyos. Me abrazó un rato y volvió a insistir:

Tony, no te preocupes que yo voy a esperar abajo a que tú vuelvas, pero prepárate ya. No lleves ropas lujosas. Vasilis pensará que eres rico y pedirá más. Si no tienes ropa normal yo puedo dejarte.

Traigo pantalones vaqueros y camisetas – le dije -; quizá sea eso lo mejor.

Sí, sí – contestó contento -, y no insinúes que tienes dinero. Llora por esa persona que quieres salvar. Si no lloras, pagas.

Gracias, Andrea – le dije emocionado -, me gustaría darte algo a cambio de tus consejos.

Ya me lo has dado – me besó -.

Era temprano pero hacía calor. Cuando entré en la librería vi a un hombre trajeado y con pajarita antigua. Me acerqué a él y lo saludé en inglés:

Good morning, Sir.

¡Ah! – contestó con mucho acento -, un español ¿Qué busca usted aquí?

Es usted el señor Vasilis Koronios, supongo – le dije -. Con ese señor quiero hablar.

Con ese señor está usted hablando, joven – dijo sin mirarme -, y está ocupado en cosas importantes.

Saqué de mi bolsillo la copia de la nota y la puse sobre el mostrador. La tomó y la leyó sin gesto alguno. Poco después la dejó caer delante de mí.

No entender eso – dijo -; ni griego ni español.

Me acerqué a él acechante y levanté la voz:

¡Escúcheme, Vasilis! No he venido desde España para que me reciba con este desprecio. Si no entiende lo que dice ahí, yo mismo se lo diré hasta en tres idiomas, a ver si así llegamos a un «acuerdo».

¿Me amenaza, joven? – dijo asombrado -. Me veré en situación de llamar a la policía.

No es necesario, Vasilis – le dije -; hagamos negocio.

Se abrieron sus ojos y cambió su cara.

¿Negocios?

Sí, Vasilis – le dije -, pero no aquí, sino en un sitio privado. Ya ha leído la nota y sabe lo que busco.

Me hizo señas para que le siguiera y me llevó a un despacho muy desordenado y lleno de polvo: «Siéntese».

Ya ha leído la nota – le dije malhumorado - ¿Tengo que darle explicaciones?

¡Oh, no, joven! – respondió -, pero libro lejos de bolsillo con pocos euros.

Primero quiero que sepa – le dije apuntándole con el dedo -, que no tenga en cuenta mi edad ni mi ropa y, segundo, llámeme Tony o señor Terreros si no le importa. Luego, explíqueme cosas sobre ese libro.

Primeras explicaciones – tosió – valen dinero.

Saqué un billete de quinientos y golpeé con él sobre la mesa

¿Esto? – grité sacando otro billete - ¿O esto más?

¡Oh, oh, señor Tony – dijo asustado -; uno solo billete bien para explicaciones. Otro para detalles.

Empiece por la explicaciones – me relajé en la silla – y cuando lleguemos a los detalles soltaré el otro.

Se acarició la barbilla y comenzó a sonreír y a hablar:

Libro «Alexander» está escrito en español y en griego. Hay dibujos - ¡Oh, sí! -, muy bellos. Todos los libros se editan para vender ¿Mil copias? ¿Cinco mil?...

Este libro sólo tiene diez copias. No es libro para vender, señor, es libro para repartir entre personas. No sé dónde están las otras copias. Sólo conozco esta. Eso da mucho valor, pero el libro no es bueno. No dice nada. Escrito por hombre de mucho dinero que se llama Alexander Dináderakis y desapareció de Grecia hace muchos años. Libro no en venta. No tiene valor como obra de arte, pero no siempre se hacen sólo diez libros y desaparecen nueve.

Se echó a reír y comencé a pensar en algo extraño. Si el título del libro era Alexander y estaba escrito por Alexander Dináderakis, debería ser una especie de autobiografía. ¿O tal vez hablaba de Alex? Necesitaba ver esa página 103 y comencé mi segunda estrategia.

Supongo, señor Vasilis – le dije -, que no va a cobrarme por mostrarme el libro y… concretamente, esa página 103.

Posible que ya enseñar libro – dijo – sea dar «detalles», señor Tony.

Está bien – le dije -. Dejemos este otro billete de quinientos aquí aparte hasta que yo vea «detalles». Podría ser que haya algún billete más como este si me deja hacer una copia de esa página; sólo esa página.

Me miró con los ojos abiertos de un avaro pensando en que hacía un gran negocio. Me pareció que no sabía la importancia que podría tener aquel libro, aunque sabía que la tenía para mí. Se levantó y se acercó a un armario de madera tallada con motivos decorativos más bien turcos que griegos y con tres cerraduras. Sacó unas llaves del bolsillo de su chaleco y abrió una puerta. Sacó de allí una caja rústica de madera de poco tamaño y la puso sobre la mesa cerrando la puerta del armario. Tiró de la tapa que se deslizó hacia abajo y apareció el libro.

Tenía aspecto de libro de primeros del siglo XX y bastante deteriorado. Lo tomó con cuidado en sus manos y me mostró el lomo. Ponía sencillamente «Alexander». Me enseñó luego las primeras amarillentas páginas donde ponía en griego (según me dijo) que se habían imprimido diez copias en 1933; en Atenas.

Ahora vienen detalles, señor Tony – me dijo frotándose las manos -; abrir libro por la página 103 y dejar leer, sin tocar. Si interesa copia, un solo billete más como esos

¿Me pide quinientos por leer una página y otros quinientos por copiarla? – le dije con enfado - ¿Me toma por un rico tonto?

Le tomo por rico listo, señor Tony – me contestó dejándome mudo -, porque poco hombre viene a Grecia a buscar una copia de una página de un libro.

Pensando en el millón que tenía de refuerzo, me pareció que aquel hombre valoraba bajo el dejarme sacar una copia, así que asentí.

Buscó con sumo cuidado la página y fui viendo algunos dibujos y texto. Al llegar a la página 103, le dio la vuelta al libro para que yo lo leyese con comodidad.

Leer – dijo -, no tocar.

4 – El arcano

Se me heló la sangre. La mitad superior de la página mostraba un dibujo bastante detallado del molino de Matacabras. Sobre él se veía un destello. Más abajo, por debajo del alero, se veía colgar un niño de la pared. Los árboles eran más pequeños que los que yo ya conocía y fuera de la perspectiva normal del dibujo, se veía por detrás una casa en llamas.

Contuve la respiración y me sequé rápidamente el sudor con las manos.

¿Se encuentra mal, señor Tony? – dijo Vasilis -. Mejor sentarse otra vez antes de leer.

No se preocupe, señor – le dije -, es usted muy amable. Mi problema es la ansiedad. Padezco de ansiedad y aquí hay poca ventilación. No se preocupe, ya se me pasará.

Justo debajo había algo de texto, pero de letra grande y no muy complicado. Estaba en español y al leerlo volví a sentirme mal.

Perdone, señor Vasilis – me levanté de la silla -, necesito salir a la calle a tomar un poco de aire. Puede acompañarme, no voy a irme. Quiero una copia de eso. Aquí tiene otros quinientos.

Le acompañaré, señor Tony – me dijo preocupado -, no quiero verle enfermo de asma.

Es ansiedad – le aclaré -; ansiedad, no asma.

Sonido: Asma: http://www.lacatarsis.com/Asma.MP3

Respiré algo de aire de la calle y le pedí a Vasilis que me hiciese la copia. Pasamos otra vez al interior y echó unas viejas cortinas de terciopelo rojo oscuro:

La ley no permite hacer copias de libro – dijo -, pero ¿quién sabe?

Me dio la copia y le entregué otro billete. Lo tomó en las manos muy contento sin saber que, seguramente, me había dado la clave que iba buscando.

Daniel, cariño – le dije por teléfono a mi ser querido -, ya tengo la copia de esa página. No lo vas a creer, pero aún hay que descubrir dónde está escondida la clave.