Me hizo cornudo, así que la convertí en esclava 2

Nesto amenaza al jefe de Bea con descubrir su juego

Cuando desperté, Bea ya no estaba sobre la alfombra. En cambio un agradable aroma a café llegaba desde la cocina. Me desperecé sobre la cama y salí decidido a darme una ducha.

Lo sucedido el día anterior no se iba de mi cabeza pero la ducha me ayudó a tranquilizarme. Todavía no era muy consciente de que tenía una esclava a mi disposición para maltratarla como me viniese en gana. Pero me costaba asimilarlo. No acababa de ver a Bez como mi esclava, a fin de cuentas aunque la odiase todavía seguia enamorado de ella. Además recordarla dispuesta a poner la mano sobre la cocina encendida por no separarse de mí me ablandó un tanto el corazón. ¿Debía perdonar su infidelidad? No era capaz. Me sentía humillado por ella. Debía devolverle el daño que me había causado, aunque en el fondo estaba convencido de que me sentiría mejor devolviendo cariño y comprensión.

Entré en la cocina y allí estaba de rodillas en el suelo. Seguramente me había oído y se apresuró a humillarse por miedo al castigo.

—Buenos días, perra.

—Buenos días, amo —saludó obediente.

—No recuerdo haberte ordenado que me preparases el desayuno.

—Pensé que te gustaría, amo.

—Ven aquí —ella se acercó a gatas y cuando estuvo a mi lado le acaricié la cabeza. Noté como al contacto de mi mano se estremeció como si tuviese miedo de un golpe—. Bien pensado. Perrita buena.

Tal como esperaba, sobre la mesa había un solo cubierto. Desayuné con calma. Había que reconocer que se había esmerado, las tostadas estaban en su punto justo de cocción y el café estaba cargado como me gusta. Cuando acabé empujé el plato y me apoyé en el respaldo de la silla, mirándola. Ella seguía en el suelo, de rodillas y sentada sobre los talones con los brazos caídos a lo largo del cuerpo.

—Levántate y ven aquí —ordené. Bea se apresuró a obedecer para qeeudar al alcance de mi mano.

—Date la vuelta. Quiero ver tu culo.

Cuando se dió la vuelta vi que todavía lo tenía ligeramente colorado, pero no se veían heridas. Pasé la mano sobre ese culo que me tenía loco desde siempre. Recordé como me gustaba besarlo y las ganas que tenía de follármelo pero nunca me lo había permitido, según ella por miedo al dolor. Tenía guasa la cosa. Ahora me lo follaría siempre que quisiese. Al contacto de mi mano movió ligeramente el culo como si quisiese prolongar la caricia, así que la retiré a mi pesar. No quería darle ninguna satisfacción por pequeña que fuese.

—Gírate —lo hizo, obediente.

—Creo que te dije que hoy no quería ver ningún pelo en este coño. ¿O no te lo dije? —acusé agarrando unos cuantos vellos y tirando de ellos hasta hacerla gritar de dolor.

—Perdón, amo —contestó con gesto triste y una lágrima asomando.

—¿Te lo dije o no? —grité provocando un respingo por su parte.

—Sí, amo —contestó en voz baja, temblorosa.

—¿Y por qué cojones hay todavía pelos aquí? —insistí dando un nuevo tirón.

—No tuve tiempo aun, mi amo —gimoteó.

—Bien. Pues a lo largo de la mañana tendrás tiempo de sobras. Ya sabes. No quiero ver ni un pelo.

Pasé mi mano por su coño y me sorprendí al ver que estaba húmedo. A la muy zorra le habían bastado un par de tirones del pelo del coño para ponerse como una moto. Yo alucinaba. A esta tía la pilla la inquisición y moriría a orgasmos. Tenía un par de dudas y quería respuestas.

—Siéntate —esta vez se lo pedía, así que mi voz no sonó tan autoritaria. Aun así ella lo hizo en el suelo.

—En el suelo no. Siéntate en esa silla. Quiero saber un par de cosas y quiero ver tu cara al responder.

Me miró con miedo y obedeció. Separó la silla enfrente a mí y se sentó erguida, con el pecho amenazante. Me llamó la atención que los pezones estaban erguidos y duros.

—Quiero saber un par de cosas. Y quiero la verdad. O te marcharás de aquí. ¿Entendido?

—Sí amo —contestó con la cabeza alta pero mirando al tablero de la mesa.

—¿Te has excitado por los tirones de pelo que te acabo de dar?

—Sí, amo —bajó la voz, vergonzosa,

—Bien. ¿Te excita que te humille?

—Sí, amo —no tenía un gran repertorio de contestaciones pero a mí me bastaba.

—¿Me estás diciendo que ahora mismo estás cachonda? Tus pezones están duros, así que parece que sí.

—Sí, amo. Como la perra que soy —Vaya. Había aumentado el vocabulario.

—Eso quiere decir que eres más feliz ahora que antes. ¿Es así? Te fallé como marido.

—No, amo. Tú no me fallaste. Fui yo quien debía haberte dicho como soy. Pero te amaba tanto que temí perderte —sus ojos se llenaron de lágrimas. Sus hombros se estremecían al compás del llanto. La creí.

—Bueno. Tranquila. No pasa nada. Al menos ahora nos contamos lo que debimos habernos contado hace mucho.

—Tenía mucho miedo, amo. No quería perderte. Sin tí me moriría —su llanto parecía ir en aumento.

—Tranquila. Ven aquí —ella se apresuró a acercarse, cuando estuvo a mi lado se arrodilló obediente y yo tomé su barbilla para levantar su cara.

La vergüenza hizo que cerrase los ojos para no mirarme a la cara. Arrastré una lágrima con el dedo y me la llevé a la boca. Verla así, indefensa, llorosa ante mí me hizo desear abrazarla para decirle que todo estaba bien, que no me perdería. Pero las cosas habían cambiado. El estado de ánimo de Bea era real, sus pezones habían menguado de tamaño y ahora apenas sobresalían de la areola. Aun así era una visión excitante y mi virilidad lo advirtió.

—¿Quieres que te folle?

—Sí, amo. Si tu lo deseas —abrió los ojos para mirarme en los que ví el deseo y un amago de sonrisa.

—Entonces ven —dije tirando de ella.

La tumbé sobre el tablero de la mesa, boca arriba y acerqué su pelvis al borde. Abrí sus piernas hasta que la postura resultó incómoda y le ordené mantenerlas así con sus manos. Obedeció sin rechistar, con los ojos cerrados, esperando mi estaca en lo más profundo de su ser. Me deleité con la visión de su coño totalmente abierto esperándome. Vi que comenzaba a humedecerse con la simple tortura de la espera. Di un par de tirones más de su vello púbico que la hicieron retorcese de dolor y placer. Se escaparon un par de gemidos de sus labios. Vi que se los mordía para no gritar. No sabía si de dolor o de gusto. Bajé el pantalón y el boxer y apunté mi polla contra su raja ya totalmente mojada. Lo pasé a lo largo de su vagina un par de veces. En la tercera lo metí de un solo golpe hasta el fondo. Estaba tan húmeda que entró sin problemas hasta el fondo. Me eché un poco hacia delante y agarré ambos pezones que volvían a estar duros como piedras.

Sin piedad tiré de ellos hasta que las tetas parecían querer despegarse del pecho. Eso arrancó un grito de dolor que murió convirtiéndose en un murmullo de genuino placer cuando aflojé un poco. No por eso los dejé en paz. Tiré, retorcí, pellizqué aquellos duros botones con ganas mientras bombeaba y ella se retorcia de placer sin dejar de gemir presa de un intenso orgasmo como nunca habia logrado proporcionarle. Después seguramente se acusaría de haberse corrido sin mi permiso, pero en realidad no se lo había negado. Tenía que probar eso. Seguro que era un espectáulo genial. Tras varios minutos más bombeando con ansia me corrí hasta descargarme por completo. En cuanto recuperé un poco el aliento me salí de ella. Bea mantuvo estóicamente la posición esperando mis órdenes.

—Ven aquí y límpiame la polla.

Se bajó de la mesa enseguida para arrodillarse ante mi y chupar de nuevo con ansia. Como si quisiese arrancarme la polla chupando. La dejé seguir un rato hasta que sentí que perdía firmeza. Entonces la aparté de un empujón, como si no tuviese derecho a disfrutar de mi rabo.

—Ya está bien, puta. Puedes ir a ducharte y dejar ese coño más pelado que tu culo. Si no los próximos golpes serán ahí.

—Sí , amo. Gracias, amo —dijo retirándose de rodillas.

—Ponte en pie anda. Si no aún te caerás. Por cierto. ¿Por que me das las gracias?

—Por follarme, amo. Espero haberte complacido.

—Si, mucho —contesté condescendiente mientras volvía a vestirme.

En ese momento sonó su móvil. Lo cogí y abri el whatsapp. Era el hijo puta de su jefe. Le exigía estar en el hotel en media hora. Miré como contestaba normalmente y escribí “Hoy no puedo. Estoy enferma”.

Al instante apareció el mensaje de vuelta: “Que te pasa?”. Lo pensé un segundo antes de contestar: ”Gonorrea”. Tal como esperaba comenzó a sonar la llamada del cabrón. Rechacé la llamada. Volvió a llamar insistente, así que quité el volumen al aparato. Entré en la agenda y me envié a mi teléfono el número del cerdo aquersoso aquel. Después tiré el teléfono sobre el sofá.

Entré en el baño para advertir a Bea. Estaba bajo el chorro de agua. ¡Joder, que visión! Estaba tan espectácular que me daban ganas de mandar todo a la mierda y meterme vestido y todo con ella en la ducha. A duras penas aguanté las ganas de hacerlo.

—No volverás a ese despacho. Ya te ha enviado un mensaje el hijoputa reclamándote para dentro de media hora pero le he dicho como si fueses tú que no irías. Le dije que estás enferma. De gonorrea —añadí. Una sonrisa asomó a su cara pero se borró enseguida, de repente avergonzada—. No quiero que contestes ninguna llamada ni mensaje de ese cabrón. ¿Está claro? A partir de ahora tratará conmigo.

—Sí, amo —contestó. Creo que noté un cierto tono de alivio en su contestación.

Pues me voy. Hasta luego.

—Hasta luego, amo.

La mañana transcurrió con normalidad, si puede llamarse normalidad al vuelco que había dado mi vida en apenas 24 horas. Recibí un mensaje de Bea diciendo que tenía más de una docena de mensajes del hijoputa, los últimos amenazantes. Le ordené que los ignorase pero comprendí que erá lógica su preocupación, así que en cuanto pude me largué para casa. Mientras abría la puerta llegó el que esperaba. Al fín había llegado el mensaje del cabrón. Lo ignoré y entré. Bea estaba arrodillada en el salón esperándome.

—Hola —saludé—. ¿Esá lista la comida?

—Sí, amo. Buenas tardes.

—Buena perra. Así me gusta. Levántate y ven aquí —quería ver su coño.

Se levantó sin hacerse de rogar y se acercó con la cabeza gacha. Se detuvo, con los brazos caídos a los costados en cuanto estuvo al alcance de mi mano. Podía sentir su aroma y me volvía loco. Mirándola a la cara acerqué mi mano hasta su sexo. Lo toqué con suavidad para comprobar que no quedaba ni un pelo. Su pecho se agitó al sentir el contacto de mis dedos. Dejé resbalar mis dedos por el exterior de sus labios. Vi que se mordía el labio inferior y su respiracion se aceleraba. Su pecho subía y bajaba acompasado y sus pezones comenzaron a amenazarme. Enseguida su coño estuvo encharcado. Deseaba que la follase, pero decidí que debía esperar. La acaricié igual que a la perra que representaba.

—Buena chica. Vamos a comer.

Sobre la mesa solo había un plato tal y como yo esperaba. Adelantándose a lo que seguramente esperaba, había dejado un plato para ella al lado de la mesa, en el suelo. Pero quería hablar con ella, así que le ordené que lo pusisese sobre la mesa.

—Gracias, amo —contestó animada.

—Antes que nada, dame tu móvil.

—Si, amo —contestó mientras se levantaba para cogerlo.

Examiné los mensajes que le había enviado el cerdo mientras comíamos. Tal y como me había dicho empezó por impacientarse y los últimos eran de amenzas claras que iban desde la agresión física hasta enviarme las fotos a mí. El hijo puta sabía que Bea los había leído pero no había contestado ninguno. Después revisé las llamadas. Tenía cinco llamadas perdidas de la misma sabandija y un par de mensajes en el buzón de voz del mismo estilo. Perfecto. Le hice un par de preguntas a Bea sobre el depacho y sobre el tipo. Quería saber cuanto poder tenía en la empresa y resultó ser el dueño. Por lo visto estaba casado y tenian un par de hijos aunque ni la mujer ni los hijos habían aparecido nunca por allí y nadie los había visto ni en foto. Ahora iría a por el hijo de puta.

—Ahora necesito estar solo. Recoge la cocina y luego puedes descansar un rato —le ordené a Bea.

Ella contestó como de costumbre y corrió a hacer lo que le había ordenado, obediente. Saqué el móvil y vi que tenía ya dos mensajes del tipo. Eran dos de las fotos que había visto en el teléfono de Bea. En la primera se la veía chupando una polla mientras miraba a cámara con los ojos llorosos y en la segunda se veía que era un selfie hecho contra un espejo mientras el tío le daba por detrás. No había texto ninguno. Decidí empezar la partida.

—Quien eres? —escribí.

—Eso no importa.

—Que pretendes con esas fotos? Dinero?

—No quiero tu puto dinero.

—De donde las has sacado?

—Eso no importa. Te gustan? Tu mujer es muy puta.

—Las he visto mejores. De hecho te voy a enviar una —contesté después de seleccionar una donde se veía perfectamente la jeta del picha floja.

Como me temía se hizo el silencio durante un buen rato. El tío no contaba con eso. Ahora estaría desesperado pensando qué hacer. En ese momento Bea salió de la cocina. Se arrodilló en cuanto cruzó la puerta y se quedó allí, mirándome con cara de preocupación.

—¿Qué sucede? —pregunté soprendido por su actitud y su gesto.

—¿Puedo preguntar una cosa, amo? —su voz decía que estaba preocupada.

—Dime.

—¿Puedo saber que harás; amo? Tengo miedo.

—¿De qué? —le pregunté sorprendido. Ella parecía pensar como preguntar sin provocar mi ira­—. Contesta.

—Perdóna, amo. Tengo miedo de que hagas algo que pueda volverse contra ti. Don Antonio es una persona muy poderosa. —debo reconocer que en ese momento su preocupación me conmovió.

—No te preocupes. Por poderoso que pueda ser siempre hay alguien con más poder. Cuanto más altos, mas dura es la caída. Anda ve a descansar.

—Gracias, amo —dijo como despedida.

—Y levántate del suelo, anda. O acabarás sin rodillas —decidí que andar todo el dia de rodillas no sería bueno. La obligaría a humillarse ante mi de vez en cuando, pero no todo el rato. Ella pareció agradecerlo con una sonrisa.

Yo había vuelto mi atención a los móviles. No tardó en responder el tal Don Antonio.

—Que quieres?

—Un trato justo. Tú te has tirado a mi mujer. Yo me tiraré a la tuya. Y ese móvil.

—Para que quieres mi móvil? —por lo visto lo que menos le importaba era que pretendiese tirarme a su mujer. Eso era interesante.

—Para desacerme de las fotos. No temas que no quiero ningún dato tuyo. Puedes borrar tus contactos y mensajes. Pero quiero el móvil.

—Y en caso contrario?

—Será tu mujer la que reciba las fotos. Las mías son mejores.

—Pretendes que le diga a mi mujer que se acueste contigo sin mas?

—Hazlo como quieras. Tú verás. Pero tienes tres días. Cuando lo hagas avísame.

Apagué el móvil. Como sospechaba le envió un par de mensajes a Bea, pero también lo apagué sin hacer caso y me fui a dormir una siesta. Bea estaba tirada sobre una manta a los pies de la cama. Pasé por su lado ignorándola. Me desnudé y me eché sobre la cama con una manta ligera sobre el cuerpo.

—Quiero que me despiertes a las … —consulté el despertador—. Las cinco. Con una buena mamada. ¿Está claro?

—Sí, amo —respondió desde el suelo.

No tardé en quedarme dormido. Fue un sueño reparador y tal como esperaba, a las cinco sentí una boca envolver mi polla. Bea estaba arrodillasda a mi lado poniendo todo su interés en complacerme. Envolvía mi polla con su lengua intentando que despertase. No tardó en lograrlo. Yo acerqué una mano a su lampiño coño. Cuando sintió mi mano se detuvo.

—Nadie te ha mandado parar. Chupa, puta.

—Perdón Amo. Creí…

—Encima respondona —reí. Le di una sonora palmada en el culo—. Calla y chupa.

Ella gimió de dolor y volvió a chupar. Yo metí un par de dedos en su coño. Como sospechaba comenzaba a humedecerse. Localicé su clítoris y lo agarré con los dedos y tiré de golpe. Bea soltó un alarido dejando de chupar. La obligué empujando su cabeza de nuevo contra mi miembro.

—Que chupes te digo —rugí en voz baja mientras le daba una nueva palmada en las nalgas.

Ella volvió a introducirse obediente mi rabo en la boca pero su cuerpo se retorcñia cada vez que castigaba su clítoris. Estaba chorreando jugos. La muy puta se lo pasaba de miedo. Empujé su cabeza hasta que sentí como mi polla tropezaba al final de la boca provocándole una arcada, pero no protestó. Intentó tragarse ese pedazo de carne que cada vez estaba más duro. Aflojé la presa para que pudiese respirar. Siguió chupando hasta que estuve a punto de correrme.

—Voy a correrme. Quiero que te lo tragues todo. No desperdicies ni una gota —le advertí.

Ella intensificó sus esfuerzos para conseguir mi eyaculación que se produjo enseguida. Vi que le costaba trabajo chupar mientras tragaba toda mi leche, pero lo consiguió.

—Abre la boca. Quiero ver si has cumplido —ordené.

Ella obediente abrió la boca para mostrarme como efectivamente se había tragado hasta la última gota.

—Bien. Ahora límpiala —le dije empujando su cabeza de nuevo contra mi miembro.

No se hizo repetir la orden y se aplicó a limpiar cada milímetro de mi polla con dedicación. Cuando sentí que perdía firmeza la aparté de un empujón.

—Ya está, zorra. Puedes ir a hacer lo que te salga del coño hasta la hora de cenar. Quiero la cena a las ocho —dije mientras me levantaba.

—Sí, amo —contestó arrodillada todavía en la cama.

—Pues venga —la eché de la cama con una fuerte palmada en las nalgas que le dejaron mi mano marcada en rojo. Ella soltó un pequeño grito mezcla de placer, dolor y sorpresa y obedeció al instante. Cuando pasó a mi lado la detuve un instante y eché la mano a su coño. Seguía encharcada.

—¿Te has corrido? —le pregunté.

—No, amo —respondió bajando la cabeza como si temiese mi reacción.

—¿Quieres hacerlo?

—Solo quiero complacerte, amo.

—Eso no es una respuesta. ¿Quieres correrte, sí o no?

—Sí, amo —admitió.

—Bien, arrodillate en el borde de la cama.

Lo hizo al instante dejando su culo expuesto. Sin dudarlo metí dos dedos hasta el fondo en su chorreante coño arrancándole un grito de sorpresa. La follé con dos dedos hasta que su coño se aflojó tanto que metí un tercer dedo. Su cuerpo había caído hacia delante levantando más el culo. Ahogaba sus gritos y sus gemidos contra la colcha que sus dedos aferraban con fuerza. Con la otra mano agarré su clítoris y lo retorcí consiguiendo que la intensidad de sus gritos aumentase. Su cuerpo se estremecía en un delirio de placer y dolor.

—No se te ocurra correrte hasta que yo te lo ordene —la idea me la había dado ella misma y me apetecía ver en qué acababa.

—No, amo —contestó obediente.

—Abre más las piernas.

Sin responder hizo lo que le ordenaba. ¿Se había olvidado o me provocaba para que la golpease? Pòr si acaso le di una fuerte palmada en la nalga que todavía mostraba la marca del anterior golpe. Ella intentó reprimir un grito pero no lo logró del todo, así que lo ahogó contra la colcha.

—Avísame cuando estés a punto de correrte —le advertí al notar que llevaba ya más de un minuto retorciéndose de placer mientras se mordía los labios intentando no gritar.

—Hace rato que estoy a punto de venirme, amo —reconoció agitada.

—Pues te esperas hasta que yo quiera que lo hagas —en el fondo deseaba ver ese orgasmo retenido desde hacía tanto rato. Así que la masturbé durante un minuto más intensificando el movimiento de mis dedos y las “caricias” en su clítoris.

—Vale, puta. Puedes correrte.

No hubo que esperar respuesta. Su cuerpo se arqueó mientras sus piernas convulsionaban apretando mis manos mientras daba rienda suelta a su orgasmo. En ningún momento dejé de empujar mis dedos dentro de su coño aunque mi otra mano perdió la presa de su clítoris, sus gritos de placer morían ahogados en la colcha aunque yo creía que debían de oírse en todo el edificio. Estaba alucinado. Nunca en mi vida había visto semejante estallido de placer. Era el orgasmo más salvaje que había visto en mi vida. Parecía a punto de sufrir un ataque al corazón. Pero su cara de satisfacción decía que no le importaría morir así. El verla disfrutando tanto hizo que mi virilidad despertase de nuevo. Estuve tentado a follármela de nuevo pero tenía cosas que hacer así que lo dejé pendiente para después de la cena.

—¿Como se dice?

—Gracias, amo —contestó con la respiración entrecortada.

—Buena perra. Si te portas bien se repetirá.

—Gracias, amo —repitió desmayada.

La dejé y fui hasta el salón. Encedí los móviles y revisé los mensajes. Tal y como esperaba el hijoputa había contestado. Por la hora lo había hecho al minuto de leer mis exigencias. No parecía importarle demasiado que otro tío se zumbase a su mujer. Éramos muy distintos. De hecho yo no tenía pensado follarme a su mujer. La pobre no tenía culpa de tener un dejenerado por marido. Le dije que debería estar en el hotel donde él se tiraba a Bea al día siguiente por la tarde. La contestación no se hizo esperar. Un simple ok y la conversación se acabó.

Me puse a planear cómo llevaría la entrevista con su mujer. ¿Le entregaba las fotos sin más en cuanto entrase? ¿Le explicaba con pelos y señales de qué iba todo eso? Decidí esperar a ver cómo se desarrollaba la entrevista. Un nuevo mensaje me sacó de mis pensamientos. Abrí la aplicación y a continuación los ojos como platos. Decía ser la mujer del cabrón.

—Me niego a que nos veamos en ese hotelucho de mierda donde Antonio lleva a sus putitas.

—Entonces? —pregunté tras pensarlo unos instantes.

—Hotel Condal. La hora la decide usted —contestó al instante.

—No es por nada. Pero no me apetece gastar tanto —se trataba del hotel más caro de la ciudad y aunque una noche me la podía permitir, era demasiada pasta.

—No se preocupe. Pago yo. Hay trato?

—De acuerdo —admití asombrado. ¿La tía estaba dispuesta a dejarse follar por otro y encima ella pagaría el hotel? Era increíble.

Llegué a casa y puse a Beaa al tanto de mis planes. No tenía por que hacerlo. Pero quería que supiese que me iba a encargar de acabar con el desgraciado que había abusado de ella. En cierto modo lo hacía por ella, no solo por mí. Por vengarla. Ella se había sentido humillada violada, y había puesto en peligro su matrimonio por culpa de ese desgraciado. Lo mínimo que se merecía era ese pequeño acto de justicia.

—¿Te parece bien? —le pregunté cuando acabé de contarle mis planes.

—Sí, amo —contestó sollozando.

—¿Y ahora por qué lloras? —pregunté sorprendido.

—Porque eres demasiado bueno, amo —sollozó de nuevo.

—No entiendo.

—Tienes todo el derecho a acostarte con esa mujer, amo…

—Corta con lo de amo un rato, que no me entero —la interrumpí.

—Es que no puedo reprocharte que te acostases con esa mujer. Y Don Antonio tampoco. Y sin embargo eres tan bueno que no te quieres aprovechar de tu posición.

—Ella no tiene ninguna culpa. ¿Por qué habría de castigarla por el daño que haya causado su marido? Solo le voy a demostrar con qué hijo de puta está casada.

—Pero ella está dispuesta a pagar el precio que tú has impuesto. Y sin embargo no te quieres aprovechar. Cualquier otro lo haría —contestó sin dejar de llorar.

—Yo no soy cualquier otro —le dije levantando su barbilla para que me mirase a los ojos—. Yo no me aprovecho de las debilidades de los demás —en ese momento pensé que mentía como un bellaco.

—Lo sé. Eres demasiado bueno para mí y sé que no te merezco —reconoció rompiendo a llorar desconsolada.

—Venga. Deja de llorar. A partir de mañana te puedes olvidar de Don Antonio y de la puta que lo parió —dije acariciando su rostro con sincero cariño.

No me apetecía maltratarla más. Yo no era así. Dejé que la tarde trancurriese sin golpes ni maltrato de ningún tipo. Después de cenar vi un rato la televisión y le permití verla desde el suelo, acurrucada junto a mis pies como una perra obediente. Aunque me gustaría sentirla a mi lado, arrebujada contra mi cuerpo, había decidido que sería tratada como una esclava y me obligué a mi mismo a cumplirlo. Pensé que tal vez me había precipitado en mi decisión.

—¿Tienes frío? —le pregunté.

—No, amo —contestó. Su voz, si bien no demostraba alegría, sí que decía que se encontraba bien. Tal vez ella disfrutaba más de la situación al sentirse humillada que yo a pesar de ostentar el poder.

Próximamente el tercero