Me he follado a mi hermana
Sexo con sabor millenials
No hace mucho tiempo, cuando un puto virus no tenía condicionada nuestra vida social. No muy lejos de nosotros, sucedían historias como esta…
Jonathan pertenece a esa generación de jóvenes españoles a los que se les ha dicho implícitamente que si estudian una carrera, deberán aprender al mismo tiempo inglés o alemán, que si quieren optar a ser alguien en la vida tendrán que emigrar al extranjero, pues en la tierra que les vio nacer no tendrán un porvenir digno de sus conocimientos. Una generación que sin la preparación adecuada quedará abocada a terminar siendo mano de obra barata para las grandes superficies, las industrias hoteleras, las falsas economías cooperativas o cualquier otra tipo de empresas de servicios. Negocios donde la robótica todavía no ha podido asomar sus zarpas y todavía se deja ver como la pseudo- explotación del hombre por el hombre, dentro de ese capitalismo salvaje que de manera global parece estar apoderándose de todo.
Al igual que muchos otros tantos jóvenes, desmotivado por un sistema educativo que hace aguas por todos lados, se ha quedado postergado en la cuneta. Sin los conocimientos que se demandan en otros países europeos más ricos, forma parte de la juventud que presenta la mayor tasa de paro de la Unión Monetaria Europa. Una Unión Europea que da la sensación de haberse olvidado por completo de esta generación, a la que algunos le aplican el adjetivo de pérdida.
Una generación a la que se ha mediatizado hasta tal punto, que, para algunos de ellos, la amistad consiste en el número de seguidores que tienen en Facebook, su derecho a la propia imagen pasa por la multitud de “selfies” clónicos que cuelgan en Instagram, la fama algo que se puede obtener haciendo el ganso en un “reality” televisivo y comunicarse es algo que se consigue hacer cuando se pulsa una pantalla táctil. Unos jóvenes para los que, en algunos casos, divertirse significa beber hasta vomitar y el sexo una especie de desahogo físico del que después se puede fardar con los amigos. Muy pocos pierden la virginidad con alguien especial, muy pocos saben apreciar la diferencia entre hacer el amor y follar.
Aunque no es consciente de ello, pertenece a este grupo más o menos numerosos de jóvenes que sin ideales (ni nada que se le parezca) han ido perdiendo, y cada vez más, el rumbo de sus vidas.
A sus dieciocho años, tras terminar los estudios obligatorios, las únicas oportunidades laborales que se le han dado han sido repartiendo propaganda y poniendo copas en los chiringuitos de playa. Ambos al margen de cualquier legislación laboral y abonados con dinero negro. Pese a que es demasiado joven para haber vivido la movida punk, algo muy parecido al lema de los “Sex pistols” se repite cada mañana en su cabeza: « No tengo futuro, no tengo futuro ».
Ha necesitado presentar innumerables solicitudes en la oficina de empleo, para conseguir que lo admitan en un cursillo de Cableado de Fibra Óptica. Aunque al principio entró con mucha ilusión, comprobar que está aprendiendo poco y mal, han propiciado que la única razón para no abandonar sea la beca de trescientos euros que le abonan mensualmente y que le permite tener cierta independencia económica de sus padres.
Esta mañana ha regresado antes de tiempo a casa, pues el monitor del curso no ha acudido a la escuela taller. Como el bedel no les ha dejado firmar a sus compañeros y a él en el parte de asistencia, lo más seguro es que al final no les terminen abonando el día. Con lo que el cabreo por haberse levantado temprano inútilmente, no puede ser mayor.
Cuando abre la puerta, está visiblemente enfurruñado. Lo único que lo anima un poco es saber que no hay nadie en casa y que se va a poder fumar tranquilo la chinita de hachís que le sobró del fin de semana. Dos caladitas de un cigarrito de la risa es lo único que precisa para que todos sus agobios se esfumen (aunque sea solo momentáneamente).
Al pasar por delante del cuarto de su hermana mayor, oye voces. Sorprendido, y haciendo gala de su natural insensatez, se asoma para calmar su curiosidad. Lo que ve lo deja un poco desconcertado: su hermana está sentada en el suelo, delante de la pantalla del portátil y, a excepción de una máscara de carnaval que cubre su rostro y la hace completamente irreconocible, se haya completamente desnuda.
El sonido que llamó su atención, no es otro que una voz metálica que sale por los altavoces del monitor, por lo que puede intuir, se encuentra hablando por Skype con un tipo. Con un desparpajo tremendo, y como si no hubiera hecho otra cosa en su vida, Samanta mantiene la cámara del portátil enfocada en su entrepierna, para ofrecer un buen primer plano de como mete y saca un enorme pepino en su sexo.
Aunque la primera pregunta que se hace es por qué su hermana no está en la Universidad a esta hora de la mañana, la perplejidad que le invade es tanta que no puede evitar musitar entre dientes: « ¡Qué guarrilla eres, Mana ! »
Durante unos segundos la obnubilación lo domina, deja la mente en blanco y se deleita con el hermoso cuerpo que tiene a escasos metros de él. Unos pechos redondos y firmes, ni demasiado grandes, ni demasiado pequeños; el tamaño justo que él prefiere para poder cubrirlo por completo con su mano. Un vientre plano, con un hermoso y redondo ombligo. A escasos centímetros de él, se puede ver, sobre un sexo completamente depilado, una pequeña mata de pelo rubio. La rapidez con la que el pequeño misil vegetal entra y sale de su interior, le lleva a suponer que Samanta debe estar muy cachonda y muy, muy mojada. Solo de imaginarlo, nota como la lujuria martillea su raciocinio.
La voz del interlocutor de la webcam está hábilmente distorsionada, pero no por ello deja de ser menos entendible. Escuchar las peticiones soeces que el desconocido hace a su hermana, consiguen excitarlo e, inevitablemente, su miembro viril se va llenando progresivamente de sangre. Unos instantes después siente como su polla, dura como una roca, empuja contra la bragueta del pantalón. Irreflexivamente se soba el paquete por encima de la delgada tela, mientras se deleita con la sensual exhibición que se desarrolla a escasos metros de él.
Por su semblante, da la sensación de que Samanta está completamente ensimismada con lo que se muestra en la pantalla y no se ha percatado en lo más mínimo de su presencia, por lo sigue jugueteando a introducir una mayor porción de la verde hortaliza en el interior de su vulva. La voz al otro lado de la pantalla la llama puta, zorra, perra y otros apelativos igual de ofensivos. Sin embargo, cuanto más denigrante es el insulto, mayor parece ser la excitación de la chica y sus jadeos se vuelven más intensos.
Por muy surrealista que pueda ser la situación, quiere ser consecuente con lo que está pasando. Delante de sus ojos tiene a su única hermana usando un enorme pepino para masturbarse y poner cachondo a un tío, supuestamente un desconocido. Sabe que ponerse caliente observando su desnudez no es lo más adecuado. Sin embargo, es tanto lo que le atraen esos prominentes pechos, la de veces que han servido de inspiración para sus momentos onanistas, que no considera que este rompiendo ninguna regla que no hubiera roto antes y sigue masajeando su entrepierna sin importarle lo inmoral de sus actos, ni el parentesco que le une a la mujer que despierta en él esos tórridos deseos.
Con el entendimiento enmarañado por la telaraña de la lascivia, saca su erecto pene fuera e, impulsivamente, se pone a pajearse de un modo mecánico. De nuevo la imprudencia gobierna su proceder. Ni sopesa los tabús sociales que está rompiendo al hacer una cosa como aquella, ni las posibles consecuencias de ser descubierto por Samanta. El traqueteo de su mano sobre el erecto falo provoca que la hebilla de su cinturón comience a tintinear, acabando con su discreción de manera fulminante.
Sobresaltada, su hermana corta la videoconferencia de ipso facto y vuelve la cabeza hacia donde procede el metálico soniquete. Todo sucede tan rápido para ella, que no tiene tiempo siquiera de sacarse el consolador vegetal del interior de su vagina.
—¿Qué haces con el rabo fuera, colgao ? —En su pregunta hay más furia que sorpresa, como si no le importara que su hermano la hubiera pillado de aquella guisa.
—Aquí…—Responde Jonathan con cierta desgana y sin abandonar su momento onanista —Que al capullo del profe se le ha muerto hoy el “viejo” y no hemos tenido clase. ¿Y a ti qué te pasa que no estás en clase?
—Pasa que Derecho Romano es un rollo y me he saltao las dos primeras horas. Total, no me entero de nada y para estar cogiendo apuntes como una gilipollas siempre hay tiempo. Ya se los pido a alguien y los fotocopio.
Sin dejar de masajear su verga, Jonathan la mira y haciendo una mueca de fastidio le pregunta:
—¡ Mana, te estás metiendo lo más grande! —Dice sonriendo pícaramente y sin dejar que la sorpresa camine por sus palabras —¿Por qué llevas una máscara?
—¡Pero qué colgao estas! ¿Para qué va a ser? Para que la peña no me reconozca.
—¡Ah!
—¡Qué cor-ti-to eres! El cabezón solo te sirve para llevar la gorra.
—Cabezón este —Contesta Jonathan mostrando su polla orgullosa, a lo que su hermana responde haciendo un mohín de desagrado.
Sobrepasada la tirantez inicial, y como si hubiera dejado la tarea inconclusa, la muchacha prosigue incrustando el pepino en su caliente gruta y sin dejar de mirar como su hermano sigue buscando el placer sobándose la polla de forma casi mecánica. Ninguno de los dos vuelve a hacer mención al hecho de que están masturbándose delante del otro. Como si con obviarlo pudieran negar lo evidente: un desorbitante e irremediable deseo ha empezado a cabalgar entre ellos y ninguno de los dos se ve capaz de poder hacer nada para frenarlo.
La mirada de la muchacha se clava impúdicamente en el grueso y enorme miembro de su hermano, sin poderlo evitar la lujuria comienza a gobernar su proceder y, haciendo alarde de la poca sensatez que ambos han venido haciendo hasta el momento, le dice:
—¡Vaya rabo que te gastas, cabrón! A la que se lo metas, la dejas reventa una temporada.
—No te creas, a la mayoría les suele entrar sin mucho problema y si la tuviera más gorda y más grande, ¡más le entraba!
—Pero alguna que otra se quejara…
—Sí, mana, pero por lo que se queda fuera —Al decir esto, le vuelve a mostrar su erecto falo, tal como si se tratara de un monumento a su hombría.
—¡Que bestia eres, enano!
—Lo que soy es sincero.
Samanta conoce bien la arrogancia de su hermano. Sabe que es un desinformado que no mide sus palabras, que presume de llamar a las cosas por su nombre y lo que hace la mayoría de las veces es poner en evidencia su inmadurez. Aunque se tienen cierta confianza, se pueden contar con los dedos de una mano la veces que han abordado el tema sexual en sus conversaciones y, tiene que reconocer, que siempre había sentido cierta curiosidad morbosa por conocer las preferencias en la cama de Jonathan.
La cotilla que lleva dentro ve una oportunidad de oro para informarse de todo aquello que quiso saber y que jamás se atrevió a preguntar. Sin pensárselo un segundo, deja de juguetear con el pepino y, adoptando la pose más solemne que la ocasión le permite, comienza a interrogarlo.
—¿Cuándo follaste por primera vez?
—Recién cumplido los dieciocho años.
—¿Con quién?
—Con Tamara, una chavala de mi clase.
—¿Dónde?
—En su habitación del hotel durante el viaje de fin de curso, mientras los demás estaban bañándose en la piscina.
—¡Qué romántico! —Dice con cierto retintín —¿Qué es lo máximo que has hecho con una tía?
— Menos la doble penetración, casi de todo.
—¿Y la doble por qué no?
—¿Qué quiere que te diga? Me da un poco de cosita darle caña a una tía y que mi rabo se pueda rozar con el del otro tío… No sé me parece bastante asqueroso y casi de mariconas.
—¡Típico de los machitos! Pero seguro que te pone que dos tías se lo monten delante de ti.
—¡Jo, ya te digo! ¡El rollo bollo mola taco! Lo mismo va a ser un sesenta y nueve de dos titis comiéndose el chichi, que dos tíos mamándose el rabo…¡Qué asco!
Samanta lo mira con cierto desprecio, como perdonándole la vida y, mientras se pregunta: « ¿Por qué algunos hombres tendrán el cerebro en la punta la polla », prosigue con el pequeño tercer grado al que está sometiendo al chaval.
— ¿Follas mucho?
—Ya sabes…lo que me dejan… pero no quejo que tengo colegas que no se clavan una mierda y están mataos a pajas. Se llevan todo el día viendo porno en el móvil y meneándosela más que los simios del parque.
—La verdad es que no me extraña nada, eres muy guapo y tienes un buen pollón. La pena es que seas un puto tarado —Al decir esto último le saca la lengua de modo burlesco —. Aun así hay algunas tías que conozco a las que le pones taco y no les importaría hacerte un favor o los que hicieran falta.
El inesperado piropo es el alimento que el ego del muchacho necesita para dejar de cuestionarse lo que está haciendo, movido por la soberbia prosigue pajeándose, sin dejar de conversar con su hermana, y de un modo de lo más distendido.
—¡¿A qué mola mi ciruelo?! — Pregunta dejando ver una visible sonrisa de satisfacción —. Tus peras también están taco de guay.
—¿Quieres tocarlas? —Pregunta Samanta levantándolas orgullosa con las manos, como si su adecuado tamaño se tratara de un logro personal en vez de un regalo de la madre naturaleza.
—¡Venga va!—El joven recorre la pequeña distancia que los separa y, una vez llega junto a ella, se pone a magrearle las tetas de un modo mecánico, aunque no carente de pasión.
Los dedos de Jonathan recorren suavemente la delicada superficie, deleitándose primero en hacer incontables círculos sobre las aureolas, para concluir acariciando unos firmes pezones que reclaman ser pellizcados. Como si obedeciera la silenciosa orden, oprime las tetillas entre sus dedos y consigue que unos grititos de placer broten de los labios de Samanta. Animado por la lujuriosa banda sonora, aprieta con más fuerza los pequeños montículos.
—¡No seas tan bestia, capullo! —Exclama la chica, mostrando una mueca mitad sumisión, mitad fastidio.
El chaval le sonríe picaronamente en señal de disculpa, pero continúa aprisionando los pequeños botoncitos entre su pulgar y su índice.
La chica levanta la mirada y, en una manifestación de lo mucho que está disfrutando con lo que hace, se encuentra con la morbosa imagen de su hermano mordiéndose levemente el labio de abajo. Al contemplar su juvenil rostro, no puede evitar pensar sobre lo guapísimo que es. Unos ojos verdes, un cabello negro como el azabache, una piel aceitunada y una boca carnosa son buena muestra de ello. Irreflexivamente, concluye deslizando la vista hacia su entrepierna. La vibrante estaca de carne parece estar reclamando sus caricias. Sin meditarlo ni un segundo, atrapa el palpitante falo entre sus dedos y comienza a masturbarlo con mesura.
Jonathan suelta un pequeño bufido, saca a pasear al desvergonzado bocazas que lleva dentro y le dice:
—Es guapa mi polla, ¿ein?
—¡Está de lujo!
La atracción de lo prohibido obnubila a los dos adolescentes y, olvidándose de su parentesco, dejan que sus actos se enreden impulsivamente con sus deseos. Si minutos antes ambos habrían mantenido ciertas reservas ante lo que se disponían a hacer, se les acelera el pulso de manera trepidante ante el contacto del otro que en su solo quedo lugar para un pensamiento: echar un buen polvo. Ajenos a que, posiblemente, estén cambiando un momento de placer por una convivencia, cuanto menos, extraña, se deslizan impulsivamente por el tobogán de la lujuria y dejan la moral aparcada en la calle del olvido. Pues si no se acuerdan, quizás esto no haya pasado nunca.
Jonathan con su ego inflado por las palabras de su hermana, sin florituras de ningún tipo, le pregunta:
—¿Te gustaría cambiar mi rabo por el pepino?
—¡Venga va! —Responde la chica sin pensárselo ni un segundo — Pero espérate que tengo que hacer una cosa…
El muchacho se queda un poco pasmado ante la reacción de su hermana, no tanto porque le haya pedido que la aguarde un momento, sino por la tranquilidad y rapidez con la que ha accedido a su petición. Es imaginar que el sueño que considraba irrealizable se puede hacer realidad y su miembro viril parece cimbrear de la emoción.
Una amalgama de pensamientos incoherentes pasan por la cabeza del chaval cuando ve cómo Samanta, y de un modo bastante impersonal, se saca la hortaliza de la vagina, se levanta y se dirige hacia el armario cercano. Abre la puerta lateral de este, extrae un bolso y se pone a registrar en su interior. Una vez localiza lo que busca, y sin contemplaciones de ningún tipo, se lo lanza a su hermano diciéndole:
—¡Anda, ponte una gomita!
El chico recoge al vuelo el envase con el profiláctico, poniendo una cara extraña. Si se dispone a decir o preguntar algo, las palabras mueren en su garganta, pues se hermana, quien se ha adueñado por completo de la situación, añade en un tono bastante chabacano:
—¿No querrás que te salga un sobrino-hijo tonto?
La ocurrencia de la chica roza el mal gusto, por lo que Jonathan se limita a encoger la nariz con cierta desgana. Se dispone a ponerse el preservativo, pero es interrumpido de nuevo por su acompañante quien le dice:
—Mejor no te pongas el condón todavía.
El adolescente se queda mirándola con cierta perplejidad y, esperándose lo peor, le pregunta con cierta desilusión
—¿Por?
—Porque quiero chupártela un poquito, después de correrte no lo voy a hacer, porque no me gusta demasiado el gusto que me deja en la boca la lefa.
Escuchar aquella parrafada de boca de su hermana, le deja claro a Jonathan, que tal como suponía, su hermana era una guarrilla de tomo y lomo. Por mucho que se las diera de estudiosa de las Leyes delante de sus padres, el único concepto de la abogacía que parecía tener súper claro era el Derecho Natural, pues era como le gustaban las pollas: Derechitas y sin Viagra de por medio.
Con total descaro, el adolescente agarra la sensual pértiga que brota de su entrepierna y, como si se tratara de un cucurucho de helado, se la ofrece a Samanta diciéndole:
—Pues es toda tuya y chupa todo lo que te dé la gana, que no se gasta. Al contrario, cuanto más chupe, más grande y dura se pone.
La espontaneidad y poca vergüenza de su hermano sacan una leve sonrisa a la chica, quien de forma casi mecánica se agacha ante el muchacho, coge la enorme tranca y comienza a lamer el brillante capullo.
Si hasta el momento el chaval tenía claro que la muchacha no era una santa, le basta comprobar la forma magistral que tiene de practicar el sexo oral, para llegar a la conclusión de que habían sido muchas ya las pollas que había mamado. Circunstancia que consigue que, si aún conservaba algún pequeño recato sobre lo que se proponía hacer, este se mitigue por completo. « Qué más le daba un nabo más o menos, con todos los que se habrá comido ya», piensa para auto justificarse y así callar los posibles remordimientos.
La chica, tras envolver el violáceo glande con sus labios, intenta devorar por completo el enorme y vigoroso mástil que tiene ante sí. Le cuesta un poco, pero soportando en lo posible las pequeñas arcadas consiguen unir sus labios con la pelvis del adolescente, quien entre bufidos comienza a proferir palabras soeces, como puta y guarra. Insultos que no parecen molestar a la muchacha, sino que por el contrario la animan a seguir tragándose el enorme sable, de un modo más apasionado si cabe.
—¡Para, so puta, si no quieres que me corras! —La voz del joven casi roza el enfado cuando aparta con un gesto violento la cabeza de su hermana de su miembro viril.
Samanta, quien su comportamiento deja ver que le pone el rollo duro de los improperios, levanta la mirada y se encuentra con los ojos de su hermano que, tras la brutal mamada que le acaba de meter, da la impresión que se quisieran salir de sus cuencas.
—¿Te gusta cómo la mamo?
—Sí, sí, mola mucho. ¡Tus buenos rabos que te has debido de tragar!
—Colega, solo se es joven una vez y hay que vivir al máximo. ¿No te pensarías que por ser tía, iba a estar esperando mi príncipe azul , en vez de disfrutar de la vida como lo haces tú?
La pregunta de su hermana coge a Jonathan fuera de juego. Aunque en el curso que está realizando, ha venido una psicóloga para darle una charla sobre la igualdad de género y sus padres, al igual que sus profesores, siempre los habían educado en un entorno no discriminatorio, la gente con la que se relacionaba a diario parecía pensar y comportarse de modo distinto respecto a ese tema.
Pese a que, porque les traía sin cuidado, no discutían cosas como si debían tener el mismo sueldo que un hombre o tener los mismos derechos laborales, había una cosa que si tenían bastante clara: el tío que estaba con muchas tías era muy macho y la tía que follaba con muchos tíos era una puta. No era algo que dijeran ni tan explícitamente, ni tan claro, pero se podía deducir fácilmente de algunos de los comentarios despectivos que soltaban sobre el género femenino.
Incapaz de decir algo medianamente coherente balbucea lo primero que se le pasa por la cabeza, intentando por todos los medios no enfadar a Samanta y estropear con ello el estupendo polvo que prevé va a echar.
—Para nada… para nada…
—Seguro que tú eres de los que solo vas buscando correrte tú y te la suda si las tías nos lo pasamos bien o no.
—No…. —Musita el joven, un poco acobardado por la actitud dominante de su hermana —. A mí también me gusta que os corráis, lo que pasa es que a veces no me entero porque algunas tías sois muy especiales.
—No, chaval, las tías no somos muy especiales, lo que pasa es que la mayoría de los tíos sois unos muermos y se creéis que con tener un buen cuerpo y una buena polla ya lo tenéis todo ganado. Un orgasmo femenino hay que currárselo y la mayoría de los tíos no tenéis ni zorra idea, ni siquiera, de donde está el clítoris.
La contundencia de la que su hermana mayor hace alarde al defender sus argumentos, deja sin palabras a Jonathan, que cada vez tiene menos claro que vaya a usar el preservativo que le ha dado y al final, como tantas otras veces, termine meneándosela en su cuarto inspirándose en el redondo y duro culo de su hermana mayor. Sin ganas de discutir y con el único objetivo de meterla en caliente, se limita a asentir con la cabeza de un modo que resulta hasta un poco bobalicón.
—¡No me des la razón como a los locos! ¡Vaya personaje que estás hecho!
—No, Mana, a mí me gustan que las titis que estén conmigo se lo pasen de lujo.
Aunque en la chulesca afirmación del muchacho hay mucha verdad, no es del todo sincera pues, como todas las verdades a medias, ocultan los motivos reales que hay tras ella.
Él es de la opinión que entre las mujeres, al igual que hacen los tíos, se cuentan todo lo que hacen. Cree que si deja satisfechas a las chicas con las que folla, estas se lo dirán a sus conocidas y estas otras querrán estar con él. Una interpretación del boca a boca que solo se sostiene en la ingenua mente de un joven tan arrogante para algunas cosas y tan simple para otras como él.
Sin embargo, a su hermana que lo conoce bastante mejor de lo que él supone, le está encantando ponerlo entre la espada y la pared, saberse dueña de la situación le proporciona al momento sexual con su hermano un morbo de lo más insospechado, por lo que no duda en tensar la cuerda un poco más.
—¿Y qué es lo que le haces, si se puede saber, para que se lo pasen bien?
—Antes de follármelas, les como el chochito hasta que se mueren de gusto —Contesta el muchacho con aplomo, intentando disimular que sus preguntas lo tienen más nervioso de lo que le gustaría reconocer.
—¿ De verdad que te gusta comer chochitos? —Pregunta Samanta con cargante sensualidad.
Jonathan asiente con la cabeza, de nuevo el poder que su hermana mayor ejerce sobre él se deja ver y el chaval, incapaz de tomar la iniciativa, espera a que ella sea la que dé el primer paso.
—¡Ven pacá, agáchate ahí y cómemelo! Y ya te diré yo que tal lo haces —Dice su hermana tendiéndose en la cama y abriéndose de piernas, mostrandole de forma impúdica el carnoso interior de su sexo.
El muchacho no da muestra de sorpresa alguna y actúa como si esperara esa reacción por parte de ella. De forma sumisa se arrodilla ante la cama, mientras acerca su boca a la rosácea gruta. Busca su mirada y, con total arrogancia, le dice:
—Prepárate, porque te voy a comer el chochito como no te lo han comido nunca.
Sin dar lugar a que su hermana pueda replicar algo, hunde rápidamente la cabeza entre sus piernas y acerca sus labios a la rica ambrosia.
A pesar de su aparente seguridad, el muchacho teme dejarla insatisfecha, por no hacerlo todo lo bien que debiera, con lo que se iría al traste la ocasión que tiene de poder follársela. Intenta tranquilizarse y piensa que lo único que debe de hacer es lo mismo que ha hecho otras veces. Esas otras veces que las chicas les han suplicado, tras el segundo orgasmo, que le metiera su enorme polla sin más contemplaciones.
Se aproxima un poco más a la entrepierna de su hermana y le lame tímidamente los muslos, simultaneando los movimientos de su lengua con pequeñas mordiditas y besos que consiguen que la chica comience a jadear sutilmente.
Motivado por el pequeño concierto de suspiros, pone su lengua más cerca aun de su sexo, muy en el interior del muslo. Lenta y sutilmente acerca sus labios a la vulva. Abre lentamente con sus dedos la gelatinosa piel y nota ya lo mojada que se encuentra, constatando que si él está cachondo por lo que se dispone a hacer, su hermana no lo está menos.
Tranquilizado por saber que los deseos de ambos son similares, aproxima su boca a la gruta de placer y decide que es el momento idóneo para empezar a comerle el coño. Coloca la lengua sobre el clítoris y, con movimientos circulares, comienza a lamerlo. Al principio muy despacio, para ir aumentando el ritmo paulatinamente. La entrepierna de Samanta palpita de un modo tal, que ni siquiera le hace falta oír sus ahogados jadeos para suponer que lo está haciendo estupendamente.
Endurece la lengua todo lo que puede y golpea repetidamente con ella el húmedo botón del placer. Durante todo el rato su hermana no para de lanzar grititos, de gemir y de mojarse cada vez más. A él le encanta que ella goce tanto, pero la polla le duele ya de tiesa que la tiene y, o la penetra ya o va a tener que masturbarse mientras le practica el cunnilingus. Lame la caliente vulva de arriba abajo por última vez, despega los labios del delicioso manjar y busca la mirada de su acompañante para preguntarle con cierta chulería:
—¿Qué tal, Mana ?
Pese al momento lujurioso que está viviendo, la joven es capaz de sobreponerse y lanzar una cariñosa puyita:
—No lo hace mal el niño para ser de barrio…
Jonathan recoge la broma, se vuelve a coger su miembro viril de forma obscena y se lo muestra con la mayor desvergüenza del mundo, diciéndole:
— Mana, tú lo que quieres es que te meta el “Manolito” hasta los huevos… Entonces va a ser cuando te vas a quedar a gusto.
Si en algún momento ha habido alguna tensión entre los dos hermanos por lo que se disponen a hacer esta queda difuminada por el buen rollo que empieza a surgir entre ellos. Aunque entre ambos existe el cariño que da compartir una vida en el mismo hogar, en este momento no se miran como parientes, no hay afecto fraternal en sus actos, solo un abrumador deseo que, a cada segundo que pasa, enmaraña más sus pensamientos y la única forma de apagarlo es compartiendo la pasión que rezuman sus cuerpos.
Mientras se coloca el preservativo, acaricia cautivadoramente los esbeltos muslos. Sus miradas se cruzan y es aplastante la complicidad que ha llegado a surgir entre ellos. Sintiéndose amo y señor del momento, el muchacho introduce uno de sus dedos en el interior del mojado sexo y lo impregna de los flujos que emana. Con total descaro se los lleva a la boca y los chupa. Aquel gesto consigue engatusar por completo a la chica, que a cada segundo que pasa, ansía con más ganas ser atravesada por el enorme trabuco.
—Enano, ve con cuidado que tienes un rabo que es lo más grande … —Musita Samanta de un modo que suena hasta suplicante.
—Tranquila, Mana … Ya te he dicho me gusta que las tías que están conmigo se lo pasen de lujo y tú no vas a ser menos.
Se tumba sobre ella, aproxima su miembro viril a la caliente raja y empuja suavemente, unos segundos le bastan para comprobar que la lubricación natural dejara pasar fácilmente su firme ariete. Unos breves empellones más tarde, su virilidad se va adentrando en la sexual gruta hasta que sus huevos parecen hacer de tope.
Está tentado de darle un beso en la boca, pero le da un poco de reparo. Dado que ella tampoco está por la labor se limita a poner su cabeza junto a la suya mientras ambos suspiran gozosamente.
Acoplados como una llave en su cerradura, los dos muchachos se empiezan a mover efusivamente en una carrera por conseguir el mayor de los placeres.
Acomodada en el lujurioso acto, las piernas de Samanta abrazan al muchacho, obligándolo con sus pies a profundizar en la penetración. Al notar como la cabeza de su sexo choca contra la pared de su vagina, le ordena que comience a moverse despacio que quiere disfrutar al máximo de ese polvo. El chaval obedece, pero poco a poco y sin querer va incrementando el ritmo de sus arremetidas, al tiempo que aparta las manos de sus caderas y las lleva a sus firmes pechos.
—¡Bésame las tetas! ¡Dame pequeñas mordiditas en los pezones! ¡No sabes cómo me pone eso, Enano! —Grita la chica completamente fuera de sí.
Jonathan sin dejar de penetrarla, hace lo que le piden. Riega con sus labios los redondos senos y muerde, con una ternura impropia de él, las prominentes peras.
—¡Vamos a cambiar de postura! — Lo interrumpe Samanta de un modo histrionico, hasta tal punto de que lo empuja levemente para que deje de penetrarla.
Sin siquiera dejar reaccionar a su acompañante, se pone de rodillas sobre la cama.
—¿Qué quieres que te dé por el culo?
—¡No, colgao ! Me la sigues metiendo por delante, pero de esta manera me da más gusto.
De nuevo el adolescente atiende la petición sin rechistar. La nueva postura le agrada, le permite agarrarle los pechos y cabalgarla salvajemente al mismo tiempo. Paradójicamente, la posición elegida por su hermana le hace sentirse como un jinete que monta a una yegua y por primera vez en todo el rato, se siente completo dueño de la situación. Su trotar se convierte en un trepidante galopar que concluye con sus huevos rebotando contra el cada vez más mojado sexo de Samantha.
Con el ego alimentado por la libido, una idea tonta cruza su cabeza: El momento que está haciendo es irrepetible y como tal se ve en la obligación de inmortalizarlo. Irreflexivamente, saca el móvil del bolsillo de su pantalón, deja que su lado narcisista controle la situación y hace varios “selfies” de ambos. El sigilo que demuestra al hacerlo, unido a que no para el ritmo de los envites, consiguen que su hermana, sumida en una amalgama de sensaciones satisfactorias, no consiga percatarse de la taimada jugada lo más mínimo.
Con la misma cautela que lo sacó, vuelve a guardar el teléfono y prosigue con la salvaje cabalgada. Una cabalgada que cada vez le cuesta más mantener pues su cuerpo, como un potro desbocado, le grita sin descanso que necesita eyacular. Unas cuantas arremetidas más y saca su polla de la caliente vulva. De forma atolondrada se quita el preservativo y deja que un pequeño geiser de vida muerta explote sobre la zona lumbar de su hermana.
Una excitante escena que ha visto cientos de veces en películas pornográficas y que ha asimilado como algo de lo más normal, pues lo muchísimo que sabe del sexo, como tanta gente de su generación, lo ha aprendido de los actores de la industria para adultos.
—Lo siento… —Musita entre jadeos —, ya no podía más.
—No te preocupes, yo me he corrido dos veces —Responde la chica con una pasmosa tranquilidad tal, que suena un poco chabacana e impersonal.
Mientras Jonathan se recupera de la brutal corrida, su hermana mira el reloj del cabecero de la cama y dice:
—¡Uy, qué tarde es! ¡Me ducho rápido que sino tampoco llego a Derecho Civil!
Mientras Samanta corre precipitadamente hacia el baño. El muchacho se sienta en la cama para reponer fuerza e irreflexivamente busca su móvil. Al ver las imágenes del polvo reciente, una sonrisa se asoma a su rostro. Su felicidad es tal que se pone a contemplar las fotos una y otra vez de forma compulsiva durante unos largos cinco minutos. Está tan ensimismado con la pantalla del dispositivo que ni siquiera se da cuenta que su hermana ha regresado de ducharse.
—¡Oye, Enano! De esto que ha pasado ni una palabra a nadie —Lo amonesta muy seria la muchacha mientras se viste.
—Sere una tumba —Responde el chaval sin dejar de trastear con la pantalla del teléfono.
—Y como no, ya me encargaré yo de cavártela —Si la acritud con la que pronuncia las palabras no fuera suficiente, Samanta levanta el dedo de modo amenazador —¡Anda, salte de mi cuarto, que esto no es un hotel!
El adolescente con cierta desgana y sin retirar la mirada del móvil. Se termina de vestir , sale de la habitación de su hermana y se va a la suya.
Una vez allí, recuerda que tiene una chinita en el doble fondo de un cajón. Sin pensárselo mucho, se prepara un porro que va a servir de colofón al asombroso momento sexual que acaba de experimentar.
Con la mente nublada por el hachís, sigue toqueteando la pantalla táctil, mirando una y otra vez el pequeño “reportaje” que se ha hecho mientras penetraba a su hermana. Con la “sensatez” que lo caracteriza, comparte las fotos con el grupo de WhatsApp de sus colegas, añadiendo el texto: “Me e foyado ha my ermana”, por si alguien no tenía suficientemente claro quién era la chica que se lo hacía con él.
Cuando pulsa la tecla de enviar, desconoce que va a transformar en viral, algo que le han pedido que mantenga en secreto. Es lo que tiene la inmediatez de las redes, que nos convierte en estúpidos con mucha mayor rapidez.
FIN
El viernes que viene publicaré la cuarta parte de seis de “Tu entrenador quiere romperte el culo” llevará por título “Saboreando un plátano maduro” y será, obviamente, en la categoría Gay ¡No me falten!
Estimado lector, espero no te haya disgustado demasiado mi primera incursión en la categoría “Amor filial”. Puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría de temática gay. Espero servir con mis creaciones para apaciguar el aburrimiento en esto que se ha dado por llamar la nueva normalidad, por muy anormal que esté resultando ser.
MUCHAS GRACIAS POR LEERME!!!