Me gustan los maduros

Unas vacaciones en la playa me descubren que me ponen cachondo los tíos que me recuerdan a mi padre.

Por más que me miraba y remiraba ante el espejo, no podía dejar de pensar lo mismo.

Nene, estás completamente ridículo.

Vale, mi cuerpo no estaba mal del todo. Cuatro días a la semana en el gimnasio sin excepción durante el último año, dieta a rajatabla y algún suplemento de proteínas habían hecho, si no maravillas, al menos sí algo que se le acercaba bastante. Además, el moreno me quedaba bien, qué demonios.

Siempre he tenido buen cuerpo, pero ese verano es cuando mejor he estado. No hay nada como dejar a tu novio para tomarte su aspecto físico en serio. ¿Quién dijo que a los treinta empieza la decadencia? ¡Los treinta son los nuevos veinte!

Quizá el pantaloncito era un poco excesivo. Había cogido mi vaquero más

skinny

y lo había transformado en una bermuda tan corta que, como me descuidase, se me saldrían los huevos. Los cortes estaban a ras de las ingles. Además, el pantalón original estaba bastante viejo, así que tenía alguna rozadura en el culo y en la entrepierna.

Mi modelito se completaba con unas zapatillas de correr, unas Prada bastante discretas, unas gafas de sol y un iPod enganchado al bolsillo, con los inevitables pero absurdos cascos

vintage

que se conectaban por

bluetooth

. Sin camiseta, eso por descontado.

La típica imagen de maricón que nunca me hubiese atrevido a llevar en Madrid, pero que estaba cultivando a propósito esa semanita de vacaciones en la playa. Mi lema de aquellos días de soltería recién estrenada en la playa era: cada día un polvo, cada noche un tío diferente.

¿Cómo era eso de las moras? Yo pensaba hacerme toda una mermelada.

Mientras me miraba al espejo, sentí que la polla empezaba a ponérseme un poco dura. Pensar que la gente fuese a verme así, vestido de una forma tan poco habitual en mí, me ponía cachondo.

Sin pensarlo más, abrí la puerta de mi habitación y eché a correr, con Lady Gaga taladrándome los oídos mientras me explicaba, oh sí, que

she was born this way

. Mi itinerario estaba calculado al milímetro: pasaría por delante de todos los hoteles de la zona del Yumbo de camino a las dunas, las famosas dunas donde todo era sexualmente posible si conseguías evitar que un alacrán escapado del Sáhara te mordiera el culo.

El primer encuentro lo tuve mucho antes de lo previsto. Al salir del dormitorio, me choqué de bruces con el tío del cuarto de al lado.

  • Perdona – me dijo, cogiéndome (innecesariamente) por la cintura, como para evitar que yo me cayera.

  • Perdona tú, ha sido culpa mía, que no miro por donde ando.

Los dos nos quedamos mirándonos. Él era un tipo de unos cincuenta años, con el pelo canoso cortado muy corto y una barba también entrecana de dos o tres días. Llevaba una camisa suelta que no permitía adivinar demasiado de su cuerpo, excepto una prometedora mata de pelo que asomaba de su pecho. Los vaqueros, relativamente ajustados, resaltaban un paquete de proporciones considerables, ¡más que considerables!

Su mirada, centrada primero en mis abdominales y después en mi micro pantalón, no dejaba lugar a dudas sobre el tipo de pensamientos que pasaban por su cabeza.

  • ¿Sales a correr así? – me preguntó, con una media sonrisa.

  • Sí, si quieres acompañarme…

  • Gracias, pero las carreras no son lo mío. Espero que te hayas puesto crema, porque corres el riesgo de abrasarte.

Sonreí ampliamente. Quizá no saliera a correr después de todo.

  • Ahora que lo dices, se me ha olvidado – saqué la tarjeta y abrí la puerta de mi habitación -. ¿Me das un poco de crema en la espalda?

  • Claro.

El tío entró detrás de mí y cerró la puerta del dormitorio. Yo corrí al baño, me quité los cascos y las gafas de sol y saqué un bote de crema solar, que por supuesto ya me había aplicado nada más salir de la ducha. La situación empezaba a darme morbo, con el previsible resultado de que el bulto de mi entrepierna aumentaba poco a poco de tamaño. Respiré hondo tratando de controlarme, ya que dado el tamaño del vaquerito en cuestión, cualquier erección espontánea podía asomar rápidamente al aire libre.

Le di la crema al tío y me giré, dándole la espalda. Pocos segundos después sentí sus manos, grandes y firmes, aplicando el líquido frío y viscoso por mi espalda. Sus dedos se deslizaban un poco más allá de lo estrictamente necesario, adentrándose en mi cintura y también un poco debajo de los vaqueros, hacia la región de mi trasero.

  • ¿Me das un poco en las piernas, también?

De inmediato sentí sus manos acariciándome la pierna derecha, desde abajo hacia arriba, en movimientos lentos pero contundentes. Su atención se centró en mi muslo, en la parte superior del muslo, en la ingle… Mi rabo siguió reaccionando y pronto tuve una erección completa que amenazaba con asomar por uno de los lados, así que decidí darme la vuelta para que lo viera.

  • ¿El pecho? – pregunté.

Él se puso de pie, se echó crema en la mano y empezó a aplicármela por el vientre, por los hombros, por el pecho, hasta que de pronto me pellizcó ambos pezones.

  • Mmmm – dije.

Sin apartar la mirada de sus ojos, me quité las zapatillas y los calcetines.

  • Desnúdate del todo – me dijo él.

Yo me desabroché el pantaloncito y dejé que cayera al suelo, a mis pies. Mi polla saltó en todo su esplendor, con el glande rojo y brillante bien expuesto y los huevos, completamente depilados, colgando en libertad.

  • Buena polla – me dijo, sin moverse.

Yo le desabroché la camisa y se la quité, descubriendo un torso fuerte y peludo, con algo de barriga. Mis manos acariciaron los rizos de su pecho y después fueron hacia abajo, acariciando su tripa. Le desabroché el vaquero, abrí la cremallera y le bajé un poco los pantalones, descubriendo ese gigantesco paquete cubierto por un slip negro. Me puse de rodillas y enterré la nariz en la zona de sus huevos, aspirando el olor a macho.

  • Joder… - dije.

Empecé a chuparle los cojones por encima de la ropa interior. Su polla estaba pasando rápidamente de morcillona a estado imperial, así que no pude aguantar más el deseo de verla y le quité el slip. No me decepcionó. Era grande, gorda, viril, y tenía ese olor irresistible que te hace arder en deseos de metértela en la boca. No me hice esperar: la cogí con ambas manos y empecé a chuparle el capullo, para después seguir bajando hasta tenerla entera en la boca. Coloqué mis manos en su culo, apreté y sentí cómo mi nariz se apretaba contra los pelos de su pelvis mientras su rabo se hundía en el fondo de mi garganta. Él, a su vez, me cogió la cabeza y comenzó a follarme la boca, primero despacio, después cogiendo más velocidad.

Temiendo que la cosa fuese demasiado rápido y que él se fuese a correr, me separé y me tumbé boca abajo encima de la cama, con las piernas abiertas de un modo bastante poco sutil.

  • Venda, anda.

El cabrón se hizo esperar mientras se desvestía, pero en cuanto acabó, tuve su cara enterrada entre mis nalgas comiéndome el culo. Diré que es una de las cosas que más me gustan en el mundo… sobre todo si es el preliminar de algo aún más interesante…

  • Mmmm, sí, cómo me gusta… - murmuré.

  • Tienes un culo estupendo – me dijo.

  • Pues fóllamelo.

  • ¿Tienes condones?

Alargué la mano hasta el cajón de la mesilla y le lancé una caja. Mientras, él siguió penetrándome con su lengua, mientras un par de dedos ayudaban en el necesario trabajo de dilatación. Cuando sentí que la cosa iba bien, me di la vuelta y le miré a los ojos.

  • Túmbate boca arriba.

Así lo hizo, con el condón ya puesto en su polla palpitante. Su me subí a horcajadas y me clavé su rabo bien adentro. Llevado un poco por la emoción, me hice un poco de daño, pero él me plantó un beso en los labios que pronto me hizo olvidarme del dolor.

Nos enrollamos durante un rato, siempre con su polla dentro, hasta que mi culo se hubo acostumbrado a la invasión. Después empecé a moverme, a cabalgarlo, a hacer que su inmenso miembro entrara y saliera de mí golpeando todas las zonas de placer posibles. Planté los pies encima de la cama, me elevé un poco y le dije:

  • Fóllame fuerte.

Él empezó a moverse como un salvaje, mentiéndomela y sacándomela con todas sus fuerzas, mientras yo sentía que me partía en dos. No me atrevía a tocarme la polla, porque sabía que no duraría mucho con aquel macho dentro de mí, pero aún así, mi cuerpo entero se consumía en deseos de liberarse en un único y poderoso orgasmo. Iba a rendirme a mis instintos y a empezar a pajearme cuando él, con un brusco movimiento, nos hizo cambiar de postura de forma que yo estaba tumbado boca arriba con las piernas bien abiertas y la cadera ligeramente elevada mientras él me follaba una y otra vez.

  • ¿Te gusta? – me preguntó.

  • Joder, me encanta.

Me cogió con sus brazos y me apretó, haciendo que mi polla quedara prisionera entre nuestros dos cuerpos. Siguió follándome sin clemencia, su boca en mi boca, mi polla entre su tripa y mi abdomen, y la fricción hacía que mi orgasmo estuviera cada vez más cerca…

  • Me voy a correr, tío – grité.

  • ¡Yo también! ¡Me corro!

Una embestida, dos embestidas, tres embestidas y mi polla empezó a disparar su leche entre nuestros cuerpos, mientras él gritaba de placer y se corría dentro de mí. Nos besamos durante un par de minutos sin  cambiar de posición, hasta que al fin nos miramos a los ojos y sonreímos.

  • Qué polvazo – susurré -. ¿Cómo te llamas?

  • Llámame Papá.

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