Me gustan los aviones - Parte I

Estoy acomodada en el asiento de la ventana del avión. El asiento contiguo sigue vacío, espero que no me toque un parlanchín con ganas de conseguir mi número de teléfono...Cierro los ojos.

¡Cómo me gusta esto! El ruido de la gente subiendo alguna maleta, el personal de vuelo dando la bienvenida, el espacio reducido sin vía de escape... Empiezo a imaginar. Me desabrocho el par de botones de la americana y echo la cabeza hacia atrás.

Imagino a un triste agente de ventas de mediana edad avanzando por el pasillo buscando su lugar resignado. Hasta que encuentra su asiento y su estado de ánimo cambia por completo. Sentada al lado de la ventana, una joven ejecutiva con una camisola interior de seda pálida medio camuflada por largos mechones de melena castaña. Ojos cerrados, cuello hacia atrás, labios rojos. La viva imagen de la lujuria. Sube la maleta, se sienta y busca su cinturón. Ve que desaparece bajo mi trasero. Intenta hacerse con él con delicadeza pero sus tirones provocan que me contornee y me ponga de lado hacia la ventana. Adormilada, dándole la espalda y ofreciéndole la vista de un trasero respingón en pompa bajo el cual se pierde su cinturón de seguridad. Mi imaginación disfruta con su incertidumbre... ¿Será un hombre rudo que tirará sin demasiada compasión? ¿Pretenderá ser un señor y me interpelará educadamente? ¿O será un caradura excitado que aprovechará para manosear unas nalgas apetitosas?

El simple hecho de imaginar su malestar excitado hace que empiece a humedecerme. Pero mi imaginación es salvaje y traicionera. No es un hombre rudo. Ni educado. Ni caradura. El triste vendedor de mi fantasía me sorprende rodeando mi cadera hasta alcanzar su cinturón por el extremo de la ventanilla, alzando ligeramente mi pierna derecha con firmeza para pasar la hebilla de vuelta. Luego recupera el cinturón de su lado y empieza a tirar ligeramente de la cinta entre mis muslos, rítmicamente. Poco a poco. Alzando la falda centímetro a centímetro con la cinta. Desvelando el final de las medias autoadhesivas. Frotando la suave cara interior de mis muslos. Subiendo sin descanso hasta la braguita de encaje blanco que se clava entre los pliegues de mi sexo mojado.

Mmm… Buena jugada.

Cuando mis ojos cerrados me tienen con un cinturón de seguridad entre los muslos, con la libido ávida del siguiente movimiento de un desconocido imaginario, oigo ruidos indicando que mi verdadero compañero de asiento se está instalando, y le maldigo silenciosamente por cargarse el prometedor arranque de mi fantasía.

Abro los ojos y me incorporo en el asiento, mi vecino se acerca al notar mi movimiento y me dice con un ligero acento indescifrable «Buenos días, Miss, este viaje lo voy a disfrutar» mientras coloca su palma abierta sobre mi pierna. Me vuelvo inmediatamente para enfrentarme a él mosqueada y mi boca entreabierta tiene que cerrarse de golpe ya que reconozco el uniforme. Joder.

J-O-D-E-R.

Chandal granate. Escudo irreconocible. Gorra de entrenador. Parece que el asiento contiguo, le ha tocado al entrenador de los jóvenes que atormenté en la puerta de embarque.

Intento mover la pierna para librarme de su mano pero sigue allí firme. Me giro bruscamente para protestar sobre su abuso, y mi melena se mueve, él baja inmediatamente su mirada a mi camisola de seda y sonríe satisfecho cuando ve como mi cuerpo me traiciona y se endurecen mis pezones. Sube la mano desde mi pierna rozando todo mi cuerpo con total descaro. Se detiene en mi pecho libre bajo la fina tela, y me susurra a la oreja, «Prefieres que deje la mano aquí, Miss» mientras me pellizca el pezón a través de la seda.

Le aparto bruscamente y le miro muy enfadada. «Señor, si no me deja tranquila voy a llamar al personal de vuelo» le digo con la voz temblorosa… «Por favor, deje de molestarme». Él me mira fijamente, sube su mano hacia mi rostro, y con las más absoluta naturalidad, introduce su grueso dedo índice entre mis labios mientras me anuncia lentamente: «Quiero follarte la boca».

Mis labios presionan sin querer, mi lengua se mueve y él adentra su dedo entre mis carnosos labios carmín hasta la garganta. Siento como me penetra y la succión es inevitable. Con los últimos pasajeros entrando en cabina y en plena pista de aterrizaje con la estridente luz del interior del avión, aprovecha para meter un segundo dedo hasta el fondo. Los saca totalmente mojados y se recoloca rápido en su asiento. Acto seguido, llama a una azafata de vuelo para pedir educadamente una servilleta mientras muestra su mano húmeda manchada con carmín, y se olvida inmediatamente de mi.

Ha bastado un intercambio de 10 segundos para hacerme sentir indignada, confundida, ultrajada, muy cabreada... y extremadamente excitada. Jodido cabrón.

Cuando vuelve la azafata con su servilleta, él se dedica a lanzarle cumplidos descarados y a comérsela con los ojos. Yo he dejado de existir.

Me acurruco en mi asiento totalmente avergonzada, esperando que nadie me haya visto con sus dedos llenándome la boca. Es como si mis habituales fantasías en el avión se hubieran confundido con la realidad y me hubiese dejado llevar. Suerte que ha parado. Dios mío. Le miro de reojo y veo su mano encima de su pantalón de chandal abultado. Sonrío para mis adentros. Busco el cinturón de seguridad para atarlo en corto alrededor de mi cadera e intento dormirme antes de que se alce el vuelo.

Esto NO ha pasado. Cierro los ojos. Intento fantasear pero solo me vienen imágenes de los últimos diez minutos.

Al final, consigo dormirme.

Me despierto un tiempo después con las luces del vuelo apagadas.

Me desperezo y veo que el asiento contiguo está vacío. Debe estar ligándose a la azafata, pienso adormilada. Tengo que aprovechar la oportunidad de ir al servicio sin tener que pasarle por encima. Me levanto descalza y con los ojos soñolientos y avanzo a trompicones hacia el morro del avión.

Luz roja.

Espero distraída hasta que la puerta se abre. De golpe, la luz me deslumbra. Veo un perfil fornido a contraluz. Mi vecino de asiento. Siento como la mirada del entrenador me recorre de arriba a bajo mientras se aparta ligeramente para dejarme entrar, casi caballeroso. Hago un paso adelante y entro extrañamente aliviada. Hasta que noto un cuerpo duro que se pega a mi espalda y oigo el sonido metálico del pestillo al cerrarse.

Todo sucede muy rápido.

Me sube la falda, me sujeta muy fuerte, me dobla en dos encima del retrete, y sin mediar palabra, se arrodilla detrás y empieza a devorarme el trasero con rudeza. Palmada. Mordisco. Lengua.

«Suéltame» le digo con voz entrecortada, pero él responde tirando de mis braguitas hasta romperlas y vuelve a lamer. Morder. Palmada. Su lengua empieza a jugar con mi ano.

Intento voltearme... «Por favor» le suplico temblorosa, pero el espacio es minúsculo y él me sujeta muy fuerte. Me retuerzo por orgullo porque en realidad este capullo consigue excitarme y él aprovecha mi movimiento para introducir la punta de su grueso dedo en mi trasero. Empieza a penetrarme, jugando duro… «No pretendas que no te gusta, Miss» me susurra mientras me lo clava entero sujetándome fuerte por la nuca.

Quiero resistirme, quiero. Pero la situación es tan extremadamente excitante que mi cuerpo me traiciona y empieza a menear ligeramente las caderas. Él se ríe. Me da otra palmada y entra un segundo dedo fuerte. Mmm. Acelera el movimiento. Ahh.. Duro. Ahh!

Sin piedad. Ahh!

Sus dedos entran y salen partiendo mi trasero abierto a ritmo frenético.

Ahhh... Ahhhh!

Y cuando me tiene totalmente abandonada a su meced, doblada en el baño del avión a punto de correrme, añade una palmadita suave y para de golpe.

Sin una palabra... me levanta y me baja la falda.

Me voltea con delicadeza y me sienta en el retrete.

Me levanta la cabeza y entreabre mis labios lentamente.

Se arrodilla hasta quedarse a la altura de mis ojos y me dice muy serio «Te voy a dejar como dejaste a los chiquillos, Miss. Muerta de hambre.»

Coje mis braguitas rotas del suelo, se levanta y abre la puerta para salir.

Fuera, se ha formado una cola en la puerta del baño, con algunos de sus chavales. El primer chico abre los ojos atónito cuando le ve saliendo del baño y me ve a mi detrás intentando recobrar la compostura. Los demás se dan codazos y empiezan a vitorearle entusiasmados... ¡Qué crack, tío! ¡Tigree! ¡Campeón! Él entrenador se ríe, enseña mis bragas rotas delante de sus chicos, las huele pausadamente, y cuando se cruza con el chico que me tomó las fotos, se las coloca en el pecho y le dice sonriendo: «Un regalo.»

Atentos pasajeros del vuelo Madrid - Atlanta… CONTINUARÁ