Me gusta ser degenerada

Tuve que superar varias pruebas y me gustó. Este relato contiene autosatisfacción, cogidas, lesbianismo, masturbación y zoofilia.

Me gusta ser degenerada.

A G.F. Que me pidió un relato para su novela “La gata colorada”-

Estoy desnuda, tumbada en la cama. Necesito acariciarme, notar el calor y la suavidad de mi piel. Me pellizco los pezones hasta que me duelen, están tan excitados que parecen pequeñas rocas, dejo que la mano derecha vaya a mi sexo. Está mojado, sólo me toco el clítoris. Y lo hago muy despacio, mis dedos húmedos se recrean en su dureza, quiero que

la

descarga

del placer tarde en llegar mientras pasan por mi mente cosas que han sucedido desde el

día

en que Cayetana

,

la dueña de la empresa de carteras y cintos de la que soy socia, decidió que debía llevar los modelos a su palacete de

Villajoyosa

y tras su visto bueno al género presentarlos en sociedad y poder dormir.

Mi posición en la empresa es extraña, soy socia y directora general aunque es mi hija la que diseña; su novio el que controla la calidad de las pieles y la confección final; Susana, mi amante, se encarga de los envoltorios y yo... lo que tengo claro es que lo más importante es llevarme bien con la que pone el dinero, Cayetana que a su vez es la dueña de la multinacional donde trabaja Santiago, mi pareja.

Cuando me dijo que fuera a España, sola, con

2

modelos de cada cartera y

3

de cinturón, con sus cajas y fundas

,

me quedé aterrada. Santiago me tranquilizó:

Seguro que lo vas a hacer bien. Cayetana y tú os llevareis bien porque tú eres lista y ella también. Acepta sus opiniones a no ser que algo en el trabajo te parezca una chorrada. Entonces di lo que piensas. En Madrid puedes estar en casa con mi hermana que te echará una mano. Será tu

puerto

, desde donde Cayetana organizará todo para que llegues sin problemas a tu

destino

:

su casa. Y allí, a jugar la aventura de ser directora general de una empresa, tus mejores

armas

vienen de tu clase y de tu manera de ser.

Parecía fácil pero no lo era para mí. Era una aventura total en la que no sabía cómo moverme y ni siquiera qué ropa llevar, porque no sabía bien de qué iba la cosa. Me ayudó Santi

a armar

las valijas:

Tres

camisas

(

dos

blancas y

una

azul cielo)

,

un

pantalón negro de seda, una pollera gris oscuro y un vestido camisero rosa pálido sin mangas;

dos

pares de sandalias de taco alto y bombachas (

dos

culottes,

cuatro

valerinas y

un

tanga), corpiños (

cinco,

todos de aro que me levantan bien el busto). Toda la ropa interior color carne. Más un bikini por si me tocaba bañarme, pues parte del trabajo podría hacerse en el

barco

de mi jefa:

Isla de Alborán

.

Para el viaje, un jean azul oscuro, una remera blanca y un jersey gris.

Todo en

tres

maletas: En dos grandes l

a mercancía

y la ropa en un pequeño maletín de mano con ruedas. Lo que permitía el billete de business que Cayetana me había enviado.

Santiago me acompañó al aeropuerto para ayudarme a facturar y sacar el asiento.

La noche antes de salir estaba muy nerviosa, no podía dormir. Santi me ayudó a relajarme. Me cogió como él sabe, bien cogida. Hizo que me desnudara frente a él, así podía ver como se le iba levantando la polla al quitarme la ropa y acariciarme, dándole un pequeño espectáculo de strip- tease. Casi no me dejó acabar, me tumbó en la cama, me abrió las piernas y entró en mí. Me folló despacio y profundo, haciendo que me corriera. Me volvía loca que tuviera tal control sobre sí y sobre mí.

Hizo que me pusiera en

posición

de perrita, a cuatro patas, y volvió a clavarse en mí. Me dio fuerte y rápido, yo que venía de un orgasmo, entré en situación enseguida, era una travesía que no acababa. Comencé a gemir, a maullar como lo que estaba siendo, una hembra en celo a la que el macho satisface.

- Nena, ¿ que eres?,¿ una yegua?, ¿ una perrita? , ¿ una gatita?

Y me di cuenta que no sabía qué quería ser, si una yegua poderosa, un perra sumisa o una gata melosa, porque me sentía las tres cosas, y quería ser todo, le contesté en un susurro.

Tu mujer... tu amor... tu vida… tu puta.

Me di cuenta que de la meseta de lujuria en que me encontraba, comenzaba a escalar a la cima y, entonces, me sacó la verga del coño. Creí morir, quería sentirle dentro cuando me corría. Pero lo que hizo fue comerme la concha. Me sorbió todos mis jugos y su lengua busco mi clítoris endurecido que vibró ante sus lametones. Hizo más, me metió

tres

dedos en la vagina jugando como una polla que acariciaba mi mundo más íntimo. Yo chillaba de placer, no podía más, me vine en una cascada enorme. Y entonces en plena marejada del orgasmo, sentí dos dedos que me entraban en el ano. Fue tan fuerte el shock

que pude

traspasar la

frontera que me llevó a perder el sentido.

Fueron unos segundos en que me fui de mí, me desperté en los brazos de Santiago, me besaba con mimo la frente.

¿Estás bien?

En la gloria, has hecho que me desmaye de gusto... pero vos sigues duro.

Le agarré la polla, pensé en montarle y darle una buena cabalgada, pero estaba muerta, no podía con mi alma. Así que comencé a masturbarle, mis flujos hacían que mi mano deslizase suave por el vástago de su pija.

Te voy a sacar toda la leche.

Siempre he sido buena mamándola, y me apliqué a hacerle una chupada de antología, quería agradecer lo que yo había gozado. Cuando al

final

me llenó la boca con su semen, le besé y me quedé dormida como un bebé hasta la mañana siguiente.

El vuelo largo, dormité, comí, cené, vi un par de pelis y llegué a Barajas. Allí me esperaba Inma, mi cuñada. Estaba feliz de verme. Me abrazó y me besó en la boca. Yo, antes de estar con Susana, no había hecho el amor con otra mujer y el beso que nos dimos podría haber pensado que era inocente, pero me di cuenta que no: Estaba cargado de picardía y lujuria. Me dijo que Pelayo, el hijo de Cayetana vendría a buscarme a las 10 a su casa. Tenía tiempo para ir al baño, ducharme y poco más, añadió,

mientras se pegaba a mí y me volvía a besar:

Esa zorra te quiere probar, no es normal que te obligue a ir nada más llegar. Luego te doy unas pastillas para que estés despierta, las he usado para preparar oposiciones o cuando hay una súper carga de trabajo. Una cuando pares a tomar algo y otra a media tarde y aguantas hasta el

alba

.

Descargué el cuerpo y me duché. Inma se había desnudado y andaba alrededor mío. Me excitaba

,

pero al tiempo me gustaba esa intimidad de las dos sin ropa. Es hermosa, morena, con unos ojos negros que iluminan, la piel ligeramente aceitunada, los pechos erguidos, más pequeños que los míos pero con pezones grandes que destacan en la areola grisácea. Como yo, totalmente depilada. Ahora que había probado los placeres de Lesbos era una invitación al sexo. Me ayudó a secarme y a darme crema, no teníamos tiempo, pero sus manos recorriendo mi piel me pusieron súper caliente. Si hubiera podido me habría masturbado, pero no tenía tiempo. Me secó el pelo y me peinó, volví a enfundarme los jeans y me puse una camisa blanca. Ella me la desabrochó hasta que quedó a la vista el canalillo de mis senos.

Entonces oímos el teléfono de la calle. Ya había llegado el hijo de Cayetana. Inma le dijo que subiese a ayudarnos a bajar el equipaje. Se puso una túnica sobre su cuerpo desnudo. Las dos le dimos un beso al abrirle la puerta.

Pelayo era un hombre guapo de unos

30

años, iba como yo en vaqueros azules pero con una camisa del mismo color. Se quedó como atontado cuando vio a Inma. A contraluz se veía que no llevaba nada bajo el algodón de la túnica. Se le movían los pechos, sus tetas eran un espectáculo con los pezones que querían romper la tela y con un vaivén que hizo que al pobre se le levantara la polla marcándose en el pantalón. Bajamos los tres y metimos el equipaje en el maletero. Mi cuñada se despidió de mí. Si Pelayo estaba excitado, vernos besarnos como nos besamos en la boca le excitó aún más.

Nos pusimos en camino, estaba concentrado en conducir y en mirarme las tetas separadas y destacadas por el cinturón de seguridad que las hacía aún más grandes de lo que son. Yo al principio le di un poco de charla para enterarme que iba a encontrarme

en la casa de su madre. Solo saqué en claro que esa misma tarde habría una copa durante la cual

su madre y yo presentaríamos y subastaríamos los bolsos y cinturones que llevaba en las maletas. Me quedé dormida pensando en qué tendría que hacer yo. Me tuvo que tocar el hombro para despertarme y decir que íbamos a parar a tomar un café. Le dije que encantada y así aprovechábamos para pasar por los aseos. Apenas lo dije me di cuenta que esa era la razón del stop. El pobre se debía haber puesto todavía más cachondo con el show de mis tetas generosamente enseñadas, seguía con la polla en alto y le debían doler los cojones. Bajábamos

,

me sentí un poco perversa y le mostré más mis pechos apenas cubiertos por la blusa semi abierta y le tomé del brazo. Me pegué a él para que notara la turgencia de mis senos en su brazo y casi me empotré en él durante los pocos pasos hasta el bar. Efectivamente, apenas pidió el café con leche, marchó para el baño. No sabía por qué, pero ese encender pasiones era algo con lo que debía jugar, me había dicho Santiago, y a mí me gustaba. Volvió relajado, se había hecho una pajita y lavado la cara, mientras yo, siguiendo las indicaciones de mi cuñada me tomé una pastilla. Apenas acabamos las consumiciones volvimos al coche. Pelayo estuvo más hablador, me contó quienes irían a la copa, mujeres muy ricas de la jet, amigas de su madre. Se le notaba que la masturbación le había dejado menos tenso. La que me estaba poniendo más y más tensa era yo pensando en lo que tendría que decir.

Llegamos a destino. Era una casa grande con un enorme jardín a media ladera desde donde se veía el mar en todo su esplendor. Me quedé maravillada, era un auténtico lujo. Dos sirvientes vinieron a recoger las maletas. Cayetana nos esperaba en la puerta de la casa.

Su hijo la besó primero, luego lo hice yo.

A sus

58

años era una mujer atractiva, cuidada, la piel bronceada, delgada, con un blusón y unos pantalones blancos. Daba

una imagen de autoridad, estilo y poder. Sus ojos negros y vivos, hacían ver que el rubio de su cabello era teñido, disimulando las canas de su verdadera edad, que no la aparentaba.

Sabía mandar y organizar, las maletas con los bolsos y las carteras fueron a un inmenso salón con un ventanal enorme desde el que el azul del Mediterráneo ocupaba todo el paisaje. Mi ropa había marchado para el que iba a ser mi dormitorio. Se quitaron los plásticos de protección, se abrieron y allí se desplegó el género. Le encantó la presentación de las cajas y luego miró y remiró las carteras y los cinturones. Me propuso que almorzáramos algo mientras preparábamos la reunión. Fue una comida ligera, mucha ensalada, una merluza a la plancha, agua y, para acabar, melón. Me dio instrucciones de cual era mi rol, me pareció fácil, la voz cantante la iba a llevar ella, a mí me tocaba insistir en la calidad de las pieles y en la mano de obra artesanal, si era necesario.

Mientras tomábamos café me preguntó por Susana, por cómo

habíamos pensado la distribución de las carteras, y cómo eran los libros eróticos que publicaban. Le di el que me había dado mi amante de obsequio, para que pudiera ver su calidad, como era una joya en sí mismo. Le gustó la presentación, se quedó sorprendida cuando comenzó a ojearlo. La calidad del papel y de la impresión era óptima, pero fueron las ilustraciones lujuriosamente eróticas las que hicieron que levantara la mirada y me preguntara:

Marisa, seguro que Santiago ha visto los libros y tú también. ¿Qué le parecen a él, y a ti?

Santiago fue el que me habló de la colección erótica de nuestros amigos, me dijo que era un grupo de ricos y famosos que podían estar

interesados en nuestros bolsos de alta calidad. Y luego yo... Con Susana preparamos la presentación.

Pero a ti, ¿qué te parecen los libros?

Muy bonitos... Hermosos... Pero un poco fuertes —

dije haciéndome la elegante, pero un poco atrevida. La verdad es que me encantaban, su contenido me ponía a mil, eran motivo de inspiración en mis encuentros con Susana, me calentaban tanto que sacaba lo más puta de mí, que había descubierto que

era mucho.

Cayetana sonrió, no dijo nada, sólo me acompañó a mi dormitorio por si quería descansar y arreglarme para la reunión. Cuando le pregunté que me ponía, me dijo que una blusa blanca y un pantalón negro estarían bien para la reunión. Cuando me quedé sola, todos los nervios y las tensiones eróticas acumuladas me cayeron encima. Después del viaje en avión, otro en coche con Pelayo, tan caliente, tan excitado, tanto que pensaba que había tenido que masturbarse y luego la reunión con Cayetana, en la que me jugaba mi futuro económico. Todo eso hacía que estuviera con los nervios desatados. Me quité los jeans y la bombacha y mi mano bajó a mi sexo. Estaba empapado y el clítoris duro, me metí el índice y el corazón en la boca, los ensalivé bien y comencé a hacerme una paja. Necesitaba que fuera rápida para descargar toda la tensión que llevaba encima. Y lo fue. Me miré en el espejo y vi otra mujer, yo ya no era aquella viuda un poco pacata de hacía algo más de un año, ahora era una hembra que sabía lo que quería e iba a intentar conseguirlo.

Me tumbé en la cama, me quedé relajada descansando. Sonó el teléfono de la habitación, era Cayetana recordándome que me esperaba en media hora. Me duché rápido, sin mojarme la cabeza, me vestí y me tomé la segunda pastilla antes de bajar.

- En cinco minutos empiezan a llegar, tranquila y a ganar... Una cosa, ¿los libros de tu amiga sólo te parecen un poco fuertes...? Estás preciosa... entiendo lo que Santiago ha visto en ti.

Y llegaron nuestras clientas posibles.

Eran

8

mujeres ya hechas, ninguna muy joven pero tampoco ninguna vieja. Todas elegantes, todas bien vestidas con pantalones y blusas como yo, o con algún vestido informal pero muy bueno y muy caro. Yo

estaba nerviosa pero me contuve mientras me presentaban. Cayetana empezó a hablar, dijo que eran piezas de una colección muy limitada, que no podrían encontrarlas en ninguna tienda, que solo era para los más de lo más. Los números 1, los había regalado a unas amigas más importantes, una griega-española, otra argentina-holandesa, no las citó pero se entendía que se refería a las reinas de ambos países. Sólo la más joven, de unos

37 o 38

años, un poco más joven

que yo

,

una rubia preciosa, elegante, que se notaba que le sobraban los millones hizo una pregunta sobre de qué tipo de piel eran las carteras y los cinturones. Cayetana y yo habíamos hablado de cómo responder y yo lo hice: Era de terneros recién paridos, sacrificados para obtener la piel, de un campo con características particulares en el medio de la Pampa. Era mentira, pero lo conté de modo que creo convenció y sobre todo conmovió.

Y de ahí se pasó a la puja por los bolsos y cinturones. A una media de

64

mil euros se vendieron las carteras, y de

84

cuando les acompañaba el cinto. Me dejó impresionada la rubia, la más joven y la que se veía que tenía más pasta. Se quedó con

cuatro

modelos. Seguimos tomando, unas, como yo,

café o té, otras se dieron a bebidas más serias como vino, champagne o whisky. Llegó la hora de recoger y empezaron a desfilar camino de la puerta, dándonos un beso a Cayetana y otro a mí. La señora joven y rica se entretuvo en mirarme con fijeza cuando se despidió antes de besarme levemente en la mejilla.

Quedaba la última, una morocha de la misma edad que Cayetana, delgada pero con tetas interesantes, ni grandes ni pequeñas que se mantenían tiesas o bien por la cirugía o por la gimnasia, porque se notaba que no llevaba corpiño, se le marcaban los pezones de un modo rotundo.

Marisa, Sara me ha dicho que si no te importaría acompañarla a su dehesa, ya que sabes de animales, a un trabajo... un poco fuerte. Os puede llevar Pelayo y traerte de vuelta . Mañana no hay prisa... Si no quieres ir no hay problema, entiendo que estés cansada.

Me acordé de lo que había dicho mi cuñada, esa arpía me quería poner a prueba y la verdad es que si me quedaba no iba a poder dormir, las pastillas de Inma me habían despejado y estaba como una moto.

- Cayetana, si vos crees que debo ir, voy. Eres la jefa y sabes más que yo lo que hay que hacer.

Me sonreí de mi agudeza, había devuelto la pelota a su pie.

- Sí, puede venir bien que vayas. Creo que puede ser interesante. Sara, Marisa es la pareja de Santiago.

Estaba claro que era una prueba, así que a pasarla. Creo que la reunión se había dado bien, habíamos ganado un montón de pasta y yo había estado discreta en mi rol Ahora

otro test, tenía que aprobarlo.

Cuando Pelayo se

enteró a dónde íbamos se plantó con el coche en menos de un minuto. Delante Sara y él, yo detrás. Anochecía, anduvimos una media hora hasta que llegamos. Era una casa blanca grande en dos plantas, detrás parecía que hubiera unos corrales. Entramos a una nave en la que estaban cuatro hombres con batas. Vinieron a saludar, abrazos a todos nosotros, me di cuenta que me apretaban con un exceso de cariño, valorando el género.

Sara, ya estamos acabando con los toros. La Josefa, encantadora como siempre, hace que en cuanto la huelen se les ponga la pija en disparen. Y la pobrecita, como amagan y no meten, pues cada vez más cachonda. ¿Quieres recoger tú al último de la noche? .

Sara me miró, sonrió y dijo con dulzura:

Seguro que a Marisa le será más novedoso. Allá, ¿cómo es la inseminación de las vacas?

No supe qué contestar, así que sólo pude añadir:

No sé pero si hay que ayudar, yo ayudo.

El hombre que llevaba la voz cantante, un tipo de unos cincuenta años, calvo y fuerte, me ofreció una bata como la que él llevaba y me dijo muy serio:

Póntela por si te manchas. Si quieres quitarte la camisa y el pantalón, por si las moscas, yo te lo aconsejo si es tu primera vez, hazlo detrás de aquel biombo.

Aquello de poderme manchar la primera vez, me puso nerviosa, aunque no me iba a echar para atrás. Me

saqué camisa y pantalón y me puse la bata, tapada por el biombo, y salí muy seria, dispuesta a todo.

Hasta ese momento, no me había dado bien cuenta de donde estaba. Al fondo de la nave había un extraño artilugio, en el que había una vaca atada, colocada entre unas barras. El pobre animal mugía lastimosamente, como si necesitase agua.

Me llamo Marco —

dijo el calvo mientras me llevaba hacia la vaca. Allí me esperaban el resto del grupo. Me dieron unos guantes grandes de látex que me llegaban por arriba del codo. Percibí el olor, una mezcla ácida y salada de sudor fuerte, me impactó. Nunca había estado en uno, pero me sentí como en un sucio burdel de puerto.

Yo soy Marisa y soy argentina. ¿Qué es lo que hay que hacer?-

Me contestaron entre risas y sonrisas:

-—Recoger el semen de Ventoso, que ahora está viniendo. No te asustes cuando lo veas. Usa esto. —

M

e dieron una funda grande de una goma transparente—.

Se lo pones en la verga y cuando lo suelte, procura que no se escape.

Y entró Ventoso, era un toro enorme, grande, poderoso, todo fuerza. Lo traían con un lazo al cuello. Cuando olió a la vaca, aceleró el paso, los dos hombres que lo traían lo llevaron hacia una caja abierta tras la tal Josefa que levantó el rabo dejando a la vista su sexo ansioso. A mí me habían colocado junto a la caja donde metieron al toro que levantando las patas, las apoyó

en unos troncos... Yo estaba atontada de la impresión. Volví en mí cuando oí:

¡AHORA!

Y me empujaron hacia el animal.

Fue alucinante, comenzó a salir una verga larga, rosada, como una serpiente con vida propia que iba hacia el coño de la vaca. Me di cuenta que tenía que hacer. Sin dudar le encesté la enorme pija en la bolsa que me habían dado. Apreté en la base para que no se escapara y entonces el toro empezó su vaivén rapidísimo, brutal y una lava de semen llenó el saco. Yo estaba excitada, mojada, ansiosa, nunca había sentido lo que estaba sintiendo, una violencia y un deseo sexual tan profundo que me venía de los ovarios hasta la boca de la concha como si toda la fuerza de aquel toro me llenara de lujuria.

Había sido muy rápido, estaban retirando al animal y yo temblaba. No podía creer lo que había vivido. Se me debía notar, porque aunque la bata no dejaba ver que estaba mojada, mis pezones se habían puesto duros y, pese al corpiño, tensaban la tela como prueba de mi excitación.

Sara me abrazó. Yo me deje acariciar, era un mimo entre cómplices de una experiencia.

¿Qué te ha parecido?, ¿Te ha impresionado?, ¿Quieres tomar algo?

Un vaso de coca o de agua. —

M

e acordé del consejo de Inma de no tomar alcohol—.

Y

sí , ha sido un poco fuerte.

¿No quieres una copa?

Mi cuñada me ha dicho que no me conviene beber alcohol con las pastillas que me ha dado.

Sara se rio, me apretó más contra ella y me miró a los ojos con una sonrisa apreciativa.

Marisa, debes tener algo. Tu cuñada te cuida con mimo, dándote unas pastillas para que no te duermas. Cayetana te tiene de socia, te prueba hoy con el club de las pijas y hace que te invite al laboratorio para probar si eres una estrecha como la ex de Santiago, ya sabes la rubia esa que ha comprado más bolsos que ninguna. ¿Sabes que lo dejaron porque ella decía que Santiago es un degenerado vicioso? Él, todo un caballero, porque lo es, solo comentó: Es un poco antigua, se baña en agua bendita. Creo que todos andan buscando que os caséis. Si lo haces seguro que Cayetana te da una recompensa fuera de serie. No le gusta tener a sus altos ejecutivos solteros. Me ha dicho que tiene muchas esperanzas puestas en ti.

Yo no sabía nada de la ex de mi pareja, ni mucho menos el motivo de su separación, quería preguntar más, pero Sara me dio una coca, me tomó del hombro y me llevó de nuevo hacia donde estaba la vaca que calentaba a los toros.

Creo que Pelayo puede tranquilizarla mientras vamos a la recogida de leche. ¿Te parece bien, jefa? —

P

reguntó Marco, dirigiéndose a Sara pero mirándome a mí.

Me parece una buena idea, sois cinco. No sé si Marisa nos quiere ayudar.

Yo te ayudo sin problemas. —

Tenía claro que en aquella noche me estaban probando, y yo desde luego no me iba a echar atrás. Lo que fuera, sería. Yo no era esa pazguata de ex de Santiago, soy una mujer de cuarenta años, viuda, con una pareja, un amante y una amante. Estaba dispuesta a todo, pero aceptando lo que viniera, dije:

Sara, qué tiene que hacer Pelayo

y en qué te tengo que ayudar.

Pelayo, fíjate que se ha puesto un guantelete en el brazo, tiene que metérselo a Josefa por el coño para que crea la pobrecita que algún toro se la ha follado y nosotras... Bueno, aquí también tenemos un banco de semen de hombres y los chicos se descargan. Nosotras les podemos ayudar a que les sea más fácil y más grato. ¿Tienes algún problema?

Si vos consideras que puedo ayudarte, yo intentaré ser útil.

No quise pensar en cómo ayudarles, pero me agarré de su brazo, me pegué a ella y la seguí. Entramos en una sala blanca, con una luz tenue, música suave, temperatura algo cálida. Sentados en unas pequeñas butacas nos esperaban Mario y dos de sus ayudantes desnudos.

Yo me desnudo, así se estimulan y se masturban hasta soltar la leche. ¿No te importa desnudarte tú también? Eres muy guapa, más joven y nueva y seguro que se animan más —

me dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Me pareció fuerte, pero sabía que me estaban probando y no me iba a echar atrás. Así que la imité, ella tardó más, con falda y blusa tenía más prendas que yo. Paré para ver cómo seguía y ahí la copié. Corpiño y bombachas cayeron al suelo. Las dos desnudas, ella tenía un buen cuerpo para pasar de los cincuenta, las tetas pequeñas pero firmes, la cintura estrecha, el vello formando un pequeño corazón. Ella se movía al ritmo de la música, yo hice lo mismo. No podía apartar la vista de los tres hombres, la mano en la verga dura, adelante y atrás dejando ver los capullos, no tenían prisa, se masturbaban a conciencia, concentrados, disfrutando de la paja. Yo estaba más que caliente, me sentía tan deseada como la vaca por el toro, creo que se me debía oler como a la pobre Josefa mi deseo lujurioso, mi celo de hembra.

Sara sonreía, le gustaba lo que hacía y creo que le divertía hacerlo conmigo, que estaba haciendo algo que nunca había hecho. Me tomó de la mano y me acercó a ella para bailar juntas. Sólo nos rozábamos pero su piel desnuda, sus pezones que chocaban con los míos, las dos los teníamos duros, hacía que yo estuviera con sólo un deseo: Descargar aquella tensión sexual. No podía más. Pero tenía que poder. No podía parar ni echarme atrás.

Marisa, ¿te importa ayudar a Marco? Es el jefe y normalmente yo le doy los últimos toques. Como eres una primicia, seguro que se pone muy contento si cooperas a sacarle la leche.

No dije nada, me acerqué al hombre, tenía un buen cuerpo, lleno de vello, en la mano su polla, gorda, más que larga, con un ciruelo que brillaba. Me paré ante él, debió olerme porque sus ojos brillaron de deseo, yo me incliné, mis tetas quedaban a la altura de su rostro, con las nalgas en pompa y tomé su verga. Le agarré la botella donde iba a recoger su semen, sonreí malévola y aceleré el ritmo de la paja. Se lo hice duro, sin miramientos, empujando con mi mano que le empuñaba hasta el fondo, dejando el glande todo libre y luego volviendo. Sabía que no podía aguantar mucho más, tenía de derramarse de un momento a otro.

¡Hostias qué bueno! —

chilló cuando la lava de su pija empezó a salir en la botella que le apliqué al glande para no derramar una gota, como él me había enseñado con el toro. Sus manos fueron a mis tetas, las agarraron con fuerza mientras se corría.

Me separé de él cuando acabó. Puse cara de no romper un plato. Los dos chicos también habían acabado. Ellos empezaron a vestirse. Sara tomó dos vasijas de recogida de semen y me dijo con aires de aprobación.

Vamos a acabar con Juanín y Pelayo. La verdad que has cumplido. Tienes lo que hay que tener. Ya le diré a Cayetana que vales. Ella quiere que te cases con Santiago. Y creo que puedes valer.

Pero qué ocurre con Santiago. Yo le quiero, me gusta, me parece estupendo pero...

Tiene algo, seduce. Lo que ocurre es que las chicas no le duran. No le duró ni Pilarín, su ex, y eso que es guapa y muy muy rica. Pues la dejó. Parece que hay que seguirle un ritmo un poco degenerado, según Pilar. Tú puedes valer, no te asustas por nada.

Lo de hoy no lo había hecho nunca... Pero sí, me gustaría casarme con él.

Eso sí, después de que se case mi hija. Y para eso quedan unos meses.

Pues ya sabes, a por él. Que el regalo de Cayetana será inolvidable.

Hablando, con las probetas en una mano y la ropa en la otra llegamos a la nave principal. Estaba vacía, yo no sabía qué hacer, me quedé desnuda como Sara. Éramos un show, las dos sin ropa, con sandalias de taco alto, hablando, ella siguió insistiendo en dos ideas: Que me casara con Santiago porque me convenía mucho y que creía que era suficientemente degenerada para poder engancharlo. Y en eso entraron los dos jóvenes. Se quedaron parados mirándonos atontados.

¡

Desnudaros que no tenemos toda la noche!. Marisa debe estar muerta de cansancio.

Obedecieron en menos que canta un gallo. Estaban buenos, fuertes, musculosos, morenos, con unas pollas en alto que decían comedme, pero que debían tener otro uso más científico.

Marisa, házselo a Pelayo que seguro le apetece mientras yo ordeño a Juan.

Me gustó la palabra ordeño porque era lo que iba a hacer: Sacar toda la leche de Pelayo. Así que me acerqué a él con la botella en la mano. Me paré, pegué mi cuerpo al suyo. Él ardía, yo también. Le agarré la verga dura y empecé a masturbarle rápido, sin dejar de mirarle a los ojos. Él estaba súper caliente, yo también, así que aquello duró muy poco.

Sara pajeaba a Juanín con mano rápida y experta. Dijo en voz alta:

Cuando os vayáis a correr, avisad. Que no se pierda nada de semen.

Apenas lo dijo, avisaron los dos con un YAAAA que indicaba que nuestros manoseos habían alcanzado su objetivo. Pelayo soltó su leche en la botella. Yo la sujetaba con el glande dentro y meneando el resto de su polla. Parecía una mera actuación científica pero yo ya no podía más de lo caliente que estaba. Dudaba si mis flujos dejaban huella en el suelo de aquella habitación.

Llevad los frascos al almacén mientras nosotras nos vestimos.

Los hombres obedecieron, Sara me tomó del brazo, y apoyándose en mí me llevó hacia una puerta de la sala. Yo notaba su brazo contra mi pecho, lo apretaba acariciándolo.

Antes de vestirnos, vamos a ducharnos y aliviarnos, que con tanta verga en mano, una no es de piedra y se calienta. ¿Te parece bien?-

Yo lo que digas, sabes más que yo —

dije con voz de niña buena, sin querer decir que o me hacía una paja o mojaba la braga de lo empapada que estaba.

La puerta daba a unas duchas, dejamos la ropa en un banco, yo entré en una de ellas, iba a abrir el agua cuando Sara estaba a mi lado ofreciéndome un gorro de pelo para el baño.

Así no nos mojamos el pelo. ¿Quieres que te ayude?

Sí —

respondí con un suspiro. Si era lo que me estaba imaginando aquella señora iba acariciar mi conchita depilada hasta llevarme al orgasmo.

Abrió el agua, dejó que cayera sobre nosotras y su mano tomó contacto con mi coño. No se entretuvo en florituras, atacó mi clítoris inflamado como único objetivo. Di un gemido de gusto.

Si quieres , tú también puedes ayudarme —

me dijo con voz ronca d deseo.

Lo intentaré aunque no lo he hecho nunca. —M

entí. ¡Menudas pajas nos hacíamos Susana y yo! Pero era mi secreto.

Y así las dos, tapadas las cabezas, nos masturbamos la una a la otra. Fue muy morboso. No nos besamos, no nos acariciamos el resto del cuerpo con la mano libre, sólo con la derecha nos tocábamos el sexo una frente a la otra, eso sí nuestras miradas ardían, y no podíamos evitar que a veces nuestros pechos entraran en contacto, rozándose los pezones. No fuimos con prisa, al contrario fue una paja lenta en la que nuestros ojos devoraban el placer de la otra.

Así como estoy haciendo ahora, procurando que esta caricia me lleve al más allá del placer, pero disfrutando del relajo de estar en la cama, sola, aguardando el sueño y pensando en todo lo que me ha ocurrido y en cómo soy ahora. Puede que Cayetana y Sara tengan razón, y Santiago sea un degenerado, porque es verdad que antes de estar con él, yo era una viuda que solo había conocido a mi marido y luego tras su fallecimiento a dos parejas ocasionales y desde que empecé con él: me he liado con mi cuñado, que antes me daba una mezcla de asco y miedo, me he juntado con otra mujer, Susana y encima me ha encantado. Y en este viaje he hecho pajas a un toro, a dos hombres, a una mujer.

Mientras me vengo en un río que fluye en el mar del orgasmo tomo una decisión: Casarme con Santiago y además si hay que ser degenerada, lo seré porque me gusta.

Esta historia es parte de la serie Marisa y Santiago que la autora va publicando en TR. La autora está abierta a sugerencias y variaciones sobre dicha serie de parte de l@s lector@s.