Me gusta que me coman el chocho

Él era un hombre oscuro y turbio. Estábamos en un parque al atardecer. Él se acariciaba la polla y yo estaba cachonda, caliente, deseosa de sentir sus labios abrazando mi clítoris. Me folló sobre la hierba brutalmente.

Soy una mujer de 35 años, esto ocurrió cuando tenía 19, me gusta el sexo, mucho, me pone que los hombres se restrieguen contra mí en los transportes público, notar su deseo, sentir sus pollas arrimadas a mi culo. Ummm. ¡Cómo me ponen! Soy morbosa, ya lo habréis notado. Por eso busco situaciones en las que mis sentidos se pongan a mil. Eso me pasa por las tardes en los parques cuando las parejitas se meten mano y hay hombres oscuros merodeando. A mí también me da morbo mirar y que me miren. Sé que atraer a los hombres es muy fácil, pero yo quiero tíos imaginativos, turbios. Hace un año conocí a un tío así. Yo salía al parque a hacer un poco de gimnasia en los aparatos que hay allí. Iba con unos leggins muy ajustados, sin nada debajo, me marcaban el culo y los labios del chocho, me encanta que me lo coman, ay, madre, me derrito sola al escribirlo. Soy una tía con un buen culo, aunque esté mal que lo diga. Llevaba un top y la cintura al aire. Yo me veía sexy –no soy una tía guapísima, os lo digo, no os hagáis una imagen falsa—. Aquel día estaba atardeciendo, hacía calor. En los aparatos de gimnasia sólo había un chico jovencito. Me puse a caminar en una especie de elíptica. Noté que me miraba descaradamente el culo. “Demasiado chulo”, pensé. Me gustan más tímidos, que se les vea nerviosos. Se acercó hacia mí. “¿Y si damos un paseíto juntos? No quiero que ese culito pase hambre”, me dijo. “¿Contigo?”, le miré de arriba abajo con desgana. No era mi tipo. “Tú te lo pierdes, guapita”. Yo ya me había fijado en un hombre que estaba medio escondido detrás de un árbol. Era moreno, alto, fuerte, llevaba una camiseta ajustada, resaltaba sus brazos poderosos. Vestía un pantalón corto de deportes. “Buenas piernas”, pensé. Aparentaba unos cuarenta años. No me quitaba ojo desde que llegué al parque. Me bajé de la elíptica y caminé hacia una barandilla solitaria que estaba al fondo del parque. Él me siguió desde lejos. En un banco una pareja de jovencitos se comían la boca ajenos al mundo. Ella estaba subida encima de él, con las piernas cruzadas agarrando las caderas del chico. ¡Qué restregones se daban! Me quedé mirando envidiosa y volví la vista para ver al hombre que me seguía. Le guiñé un ojo señalando a la pareja. Él se acarició la polla y sacó un poquito la lengua. “Sí, sí, en el chochito me la tienes que poner”, pensé.

Caminé un poco más lejos y apoyé el culo en la barandilla. Me quedé mirando al camino por el que venía el hombre, se quedó quieto. Estaba como asustado, yo creo que de sí mismo. Me toqué el muslo, pasé mi mano por mi chocho y me lo acaricié. Estaba caliente. Me bajé un poco los leggins, sólo un poquito. Dejé al descubierto una parte de los pelos del coño, seguí bajándolos lentamente hasta que quedó la mitad de mi triángulo al aire. Noté que una mancha oscura había aparecido en mis leggins a la altura de mis labios vaginales. El tío seguía acercándose, estaba a diez metros de mí. Miraba con los ojos muy abiertos. Yo bajé un poquito más los leggins, me recosté en la barandilla y me acaricie el clítoris, mis dedos se movían imparables. El tío estaba a tres metros. Se empezó a acariciar el pene, noté el bulto que le salía en el pantalón. Le miré fijamente la polla, quería verla sin romper el encanto de la excitación. El temblaba. Moví la cabeza de arriba abajo, quería que siguiera. Se metió la mano en los pantalones y se acarició, se sacó la polla. Estaba dura. Era grande y oscura. Yo sólo tenía ojos para ese pene. Me había bajado los leggins hasta las rodillas. Mis dedos jugaban con mi clítoris, entraban y salía en mi vagina, pensaba que iba a dejar un charco de los flujos que salían de mi coño. El desconocido se tocaba la polla a un metro de mí. Entonces extendió la mano, tocó los pelillos de mi chochito, metió su dedo corazón y me apretó el clítoris. Sentí un calambrazo, un estremecimiento. Se acercó mucho a mí y con una voz profunda, grave, me dijo al oído: “Eres una putita provocadora”.

Tenía toda su mano en mi chocho y movía sus dedos dentro de mí. Yo estaba entrando en éxtasis. Tenía los leggins en los tobillos y notaba su polla tremenda en mi culo. El tío me daba golpecitos con ella.

—Quieres polla, ¿eh, putita?

Me agarró por el pelo y me hizo ponerme de rodillas. Su polla quedó a la altura de mi cara.

—Chupa, chupa, que está polla va a entrar por todos tus agujeritos de niña mala.

Metió la polla en mi boca con violencia y con sus dos manos apretaba mi nuca y me movía la cabeza rítmicamente. “¡Qué bestia!”, pensé. Ya no era un hombre tímido y nervioso, sino un hombre con hambre de sexo.

—Voy a devorarte, putita –repetía una y otra vez—. Quiero comerte ese chochito húmedo que tienes para provocar a los hombres.

—Sí, sí, comémelo,  por favor, lo estoy deseando.

Me tumbó en una praderita de hierba y se lanzó sobre mí con desesperación. Notaba sus labios en mis pezones, sus dientes arañándome con rabia. Tenía los pezones enhiestos, me los chupaba brutalmente mientras su mano jugaba con mi clítoris. Yo gemía de placer y más cuando sus labios fueron bajando desde mis tetas hasta mi ombligo. Me dejaba saliva por donde pasaba. Notaba su lengua deseosa acercándose a mi monte de Venus. Su mano taladraba mi chocho. Cuando su boca abrazó mi clítoris estuve a punto de estallar. Una corriente eléctrica me recorrió de arriba abajo.

—¿Te gusta, putita?

Yo no podía hablar. Su boca se bebía todos mis jugos mientras sus dedos entraban en mi ano.

—También quiero ese culito para mí.

Yo estaba levitando, aquel desconocido me comía el chocho como no lo había hecho nadie hasta entonces. Era un glotón, un obseso.

—Dime que quieres que te folle, putita –me dijo al oído con esa voz de acero que no he olvidado nunca.

—Tengo la polla lista para ti, putita. Te la voy a clavar en ese chochito de ninfómana que tienes.

Yo solo quería tener esa polla dentro de mí, que me la metiese de una vez, que me cabalgase a lo loco, pero sus palabras aumentaban el morbo.

—Ya tengo la polla en la entradita de tu chochito. Siéntela, putita. ¿La notas, putita? ¿La quieres, putita?

—Sí, sí, métemela ya, métemela ya, por favor.

Yo estaba derritiéndome al contacto de su polla. Era grande, la más grande que me habían metido hasta entonces.

—Toda para ti, putita.

Entonces empujó toda su polla dentro de mí y noté como si todas las estrellas bailasen a mi alrededor. Él se movía enloquecido.

—Toma, toma –gritaba.

Y yo movía la cintura, me movía para sentir más esa polla entrando hasta mis entrañas. Creo que me corrí un montón de veces.

—Ahora quiero tu culito –me dijo al oído.

—No, no, eso no.

—Quiero tu culito, putita.

Se puso de pie, me agarró con fuerzas, me hizo ponerme como un perrito. Después se puso detrás de mí como si fuera otro perrito. Puso su lengua en mi ano e hizo circulitos alrededor. Me echó saliva.

—Quiero tu culito, putita.

Su dedo corazón acarició mi ano, me metió el dedo lentamente, me metió dos dedos, me lo fue dilatando. Yo empecé a notar que otra vez me ponía cachonda.

—Sigue, sigue.

Con la lengua y los dedos, con los dedos y la lengua, caricias en el clítoris, en los pezones. Me puso otra vez a cien mil. Estaba como borracha de sexo y placer. Entonces sentí la cabeza de su polla. Estaba sentado encima de mí, con la polla mirando hacia abajo, me daba golpecitos en el culo y en el chocho.

—Ese culito la está deseando.

—Sí, sí, cabrón, sí, sí.

—Toma, toma.

Primero metió el glande muy suavecito, después empujé, noté que tenía media polla dentro. Siguió y siguió. Yo volví a ver las estrellas. Se movió  y se movió veloz y salvaje, también embriagado por el morbo y el sexo.

—Sí, sí, putita,sí, sí.

Se corrió como una bestia. Y entonces ocurrió lo más extraño, se subió los pantalones y salió corriendo, pero no tardaría en volver a encontrarle. Otro día os lo contaré. Me dejó allí tumbada y desnuda. Fue entonces cuando descubrí que la parejita que se metía mano en el banco me estaba mirando. Pero eso también os lo relataré otro día si os ha gustado esta historia. Decidme. Espero vuestros comentarios.