Me gusta oler a hombre. Parte 1.

Sólo deseo poder identificarme.

Soy proveniente de una familia casi normal, aunque como algunos sabrán, soy hija única. Muchas personas en la misma condición que yo se sienten dichosas de serlo. Todo mundo considera que eres la persona más afortunada y consentida del mundo y en efecto, así era mi vida. Cuando vives de esta manera obtienes toda la atención de papá y mamá, pero no tanto la atención de jugar contigo o acompañarte sino más bien de comprarte cosas, dejarte tener amigos y amigas que acudan a tu casa a tratar de llenar ese vacío que un hermano deja cuando no lo tienes, etc. Me obsequiaban mascotas para cuidarlas, me compraban ropa, obsequios, viajes y todo eso que se supone hacían a una niña feliz pero a mí no.

“Niña común, con deseos y aspiraciones comunes pero con falta de experiencia y falta de malicia con los demás y que muestra conductas no muy “normales” para su edad y género. Es cierto que deben dejarla explorar el mundo ya que se encuentra bastante sobreprotegida además de que… tiene rasgos conductuales de un niño y deben dejar que viva esa etapa de identificación”. Esto decía mi psicólogo.

Mis visitas al psicólogo eran por esa causa: prefería tener amigos hombres, jugar con ellos, nunca compartir cosas con las demás niñas de mi edad que sólo pensaban en muñecas y esas cosas. Tenía cajas llenas de juguetes con los cuales siempre recreaba escenas de contenido sexual donde mis barbies tenían relaciones con su novio Ken. Fui una niña muy precoz, de pensamiento sucio y bastante incestuoso gracias a las relaciones que mantenía con mis primos. Nada de esto era suficiente para satisfacer mis deseos de conocer, de explorar…

Mi closet estaba lleno de vestidos lindos que me regalaba mi madre aunque yo prefería usar pantalones, ropa casual y cómoda que me permitiera trepar árboles, jugar futbol, correr libremente y esas cosas. Mi familia, mis amigos y todos los que me rodeaban me hacían sentir mal:

-Eres tan fea, vistes como niño- me reprimían continuamente.

Yo quería ser aceptada, nadie me dejaba ser como me gustaba y eso me frustró bastante. Recuerdo que en una ocasión, cuando tenía 8 años mi madre salió de casa, dejándome sola por lo que quise sorprenderla poniéndome un vestido, sus zapatos altos y mucho maquillaje en la cara, quería verme como ella.

-¡Mira mamá, soy una niña hermosa como tú!- recuerdo que le grité sonriente cuando la vi llegar a casa.

Mi sonrisa fue borrada a base de golpes. Me dijo que parecía una puta barata, que eso no se me veía bien. Me talló la cara hasta que se puso roja y me dijo que jamás quería volverme a ver así. ¡Todo era tan confuso! No sabía cómo ser la niña linda de mami, ya no quería ser fea pero no encontraba el método para ser agradable a los demás.

Desde ese día me dejó de importar el ser como todos querían. No tenía amigas mujeres, sólo hombres. Me volví reservada y amargada en mi conducta. Lo peor fue cuando entré en la adolescencia:

-Pareces niño- decía mi mamá cuando me negaba a usar vestidos y faldas.

-Las niñas normales deben jugar con otras niñas, no con niños- me señalaban mis maestras en el colegio cada que por nuestras travesuras, mis compañeros y yo destrozábamos algo por accidente.

-Tienes 13 años, debes saber cómo hacer de comer, para cuando te cases seas una buena esposa- me regañaba mi abuela cada que yo oponía resistencia a aprender labores de la casa.

-Hija única y luego niña… siempre quise que fueras hombre- palabras de mi padre que me hacían deprimir y llorar. No era lo que ellos deseaban de mí, no lo era.

¿Quién son ellos para decirme qué hacer? Sólo era una adolescente sola, que sufría ante las ausencias de mi madre por sus viajes de hasta un mes, de las ausencias de mi padre que llegaba de trabajar hasta altas horas de la noche y a veces ni siquiera llegaba.

Mis constantes depresiones me atormentaban. Lloraba por no sentirme aceptada pero siempre he sido una persona fuerte así que me propuse un reto.

-Vamos a ver qué se siente ser como las demás chicas- pensé un día.

Esta elección la tomé después de ver que a mis catorce años recién cumplidos, me volví una jovencita muy linda, de piel morena, sin imperfecciones, alta, de buen cuerpo y la que tenía más pechos que todas mis demás compañeras. Usaba mi típico uniforme escolar, con faldas que empecé a usar y las cuales subía más de lo permitido, escotes, maquillaje, perfume, quería ser una niña linda como todos deseaban. A todas esas personas que me juzgaban por ser “diferente” en gusto a las demás quería callarles la boca de una vez por todas. Yo también soy hermosa.

Tenía varios pretendientes, tanto compañeros de colegio como de fueras, que me hacían halagos diarios, lo que me proyectaba un sentimiento similar a la seguridad, ya no era fea, era linda y me querían. Debo admitir que no era suficiente, no me sentía al 100% bien por lo que en ocasiones, elegía a algún chico guapo de mi escuela y lo llevaba a mi casa a besarnos y tocarnos. Jamás tuve relaciones sexuales con nadie. La situación de estar sola en casa y con un chico que me ayudaría a descubrir mi sexualidad era excitante pero no lo suficiente, no me producían esas ansias locas de entregarme al deseo, me hacía falta algo más y no sabía qué era. Estuve así por 2 años, sin sentirme plena ni feliz del todo.

Después, pasados los 16 años adopté una vida distinta. Mi madre todo el tiempo estaba en casa por lo que mi libertinaje no pudo seguir. Me encontraba en una nueva etapa de mi vida, empezaba a relacionarme con mis compañeros de bachillerato. A mí siempre me resultó aburrido hacer nuevas amistades, me tenía sin ningún cuidado si alguien quería hablarme pero sin embargo siempre terminaba teniendo amigos, los cuales como  de costumbre, eran hombres. Los prefería por su honestidad y forma tan sencilla de ser, sin todas esas banalidades de las jovencitas de mi edad. Jamás me decían como ser, cómo vestirme, simplemente me escuchaban.

En una ocasión, me hicieron inscribirme a una actividad escolar obligatoriamente. Elegí clases de arte, puesto que me encanta la pintura y la música. Para hacer más sencilla mi vida en ese lugar me hice amiga de una compañera muy amable, la típica chica que siempre está a tiempo y al día con todo, se llamaba Elena. Ella me ayudaría a ponerme al corriente con las técnicas vistas en las clases anteriores a las que había faltado puesto que no había acudido porque no me interesaba.

-Mañana saliendo de clases me acompañas a comprar lo que necesitas para hacer la tarea- me dijo sonriendo como siempre.

Asentí con la cabeza e hice una mueca de sonrisa, más a fuerza que de ganas pero tenía que hacerlo sino reprobaría el semestre completo. Llegó el “mañana” que ella había dicho. La esperaba en la entrada de la escuela, sentada en el suelo, escuchando música como siempre cuando en el viento pude respirar un olor delicioso, era un perfume, sin duda, perfume de hombre. Cerré los ojos para disfrutarlo; jamás había percibido algo así, era como si pudiera tocarlo, comerlo, no sé, era como si lo pudiera sentir con mis 5 sentidos.

-Hola Martha- me saludó Elena muy contenta, sacándome de mi trance casi celestial.

Abrí los ojos y con tono molesto alcé la mirada para saludarle y noté que venía acompañada.

-Te presento a mi amiga Clara, espero no te moleste que nos acompañe- Dijo.

Clara era diferente, lo supe desde el principio. Estatura media, piel muy blanca, ojos cafés de pestañas espesas, sonrisa extremadamente encantadora, de dientes blancos y perfectos. No tenía ni una sola gota de maquillaje en su rostro, ni alineación en sus cejas, nada. Simplemente era ella. Su complexión no era muy delgada ni tampoco robusta. Vestía el uniforme deportivo de la escuela pero lo que más me sorprendió es que de ella emanaba ese dulce y embriagador olor a perfume de hombre que segundos antes me hizo salir de mi plano astral normal.

-Nos vamos, ¿o qué?- dijo Clara en tono relajado y directo.

Me puse de pie y nos fuimos de compras.

Ese primer día lo describo como especial. No lo he olvidado aún. La personalidad de Clara me parecía tan maravillosa. Mujer de amplio conocimiento lingüístico que como comúnmente se dice, tenía el “don de la palabra”. Se expresa tan correctamente, usando un tono de sarcasmo y acidez que provocaba impresión de agresividad y dominancia que me intimidaba, directa en todo momento, me hizo sentir cómoda aunque a veces agredida. Sentía que era como hablar con una especie de hombre pero en forma de mujer. Su olor activaba mis fibras más sensibles en mi cuerpo y mente, me erizaba, sencillamente me encantaba estar con ella.