Me gusta mostrarme sin ropa interior 2

Dejé que me tocara un desconocido y me mojé

Pues de nuevo les escribo para contarles más de mis aventuras. Sus comentarios me animaron a compartir estos relatos que me han pasado y mientras pasa la prolongada cuarentena les puede acompañar.

Ya les conté que la primera vez que me quedé sin ropa interior fue casi un accidente, sin preverlo, ni pensarlo. Pero la sensación que tuve la primera vez fue full, así que ahora cada que puedo salgo a la calle sin ropa interior. Esto pasó también en un viaje a la Ciudad de México, iba por dos días y llevé una maleta pequeña con dos cambios muy formales. Pero de pronto hubo un cambio radical de planes pues mi maleta se extravió, aunque me dijeron que la recuperaría en cuestión de horas, yo no tenía ningún cambio. Estaba molesta por el extravío de equipaje, lo bueno es que llevaba mi bolso de mano y algo de dinero para un extra.

Busqué un taxi para ir a mi hotel y esperar mi primera reunión, pero ya más tranquila le pregunté al taxista si por donde pasábamos habría algún sitio donde comprara ropa. Le conté que mi maleta se había ido en otro viaje y tal, bueno, para no alargar más el cuento, me dijo que había muchos lugares. Pero donde se detuvo, me dijo que ya no podía esperar, que caminara y habría varios lugares. Estaba en el centro de la ciudad de México, siempre con mucho movimiento, el caso es que pensaba más en buscar algo formal pero me topé con un sexshop y de pronto mi imaginación voló. Me animé a entrar y ver unas prendas increíbles, aunque no llevaba mucho dinero, compré una microtanguita que me fascinó y que además venía con una especie de negligé transparente, que tenía buen precio. Salí de ahí y a pocos pasos encontré la tienda que me sacó del asunto, había de todo y elegí una falda económica de licra y una blusa más o menos formal, solo una esperando la famosa maleta. Y ya me fui muy contenta a mi hotel, me registré y todo el protocolo. Pues resultó que la falda me quedaba justa y respingaba mis nalgas. No estaba tan corta, pero pensé que podría probar sin ropa interior, así que me gustó cómo se veía, no muy atrevida pero ajustada. Apenas me dio tiempo de arreglarme y cuando terminó mi primera reunión de trabajo tenía hambre. Así que busqué algo de comer antes de irme de nuevo al hotel. Debo decir que no me sentía muy cómoda en la reunión porque de pronto imaginaba qué pensarían si supieran que no llevaba nada debajo de la falda. Pero ya cuando estaba de nuevo en la calle me salió lo putita y seguí caminando, mientras mi faldita se movía hacia arriba y quedó por mitad de la pierna. Ya no me esforcé en bajarla, me sentía mojadita caminando en la calle sin ropa interior y con una falda que se subía cada paso que daba. Para llegar a mi hotel faltaban unas 30 cuadras, según lo que vi en el GPS y decidí seguir caminando, había una especie de camellón central, así que me cambié de acera. Y ahora sí, le hice un doblés a mi falda en la cintura, lo que la convertía más corta. Se veía como minifalda pero a media pierna. Pero como les dije, cuando caminaba se subía. Me divertía eso. Así que le hice otro doblés y ahora sí, era una putifalda, cortita. Uf, mi conchita brincaba y sentía cómo iba humedeciéndose. Vi que había una especie de cafetería con mesitas afuera y las de adentro se veían por los cristales que daban a la calle. Así que decidí probar suerte. Entré y pedí un baguette, elegí una de las mesitas que estaban adentro pero que quedaba cerca de la calle, por donde las puertas de cristal.

Crucé las piernas, que se veían casi completas y no era tan obvio que no traía nada debajo. En lo que esperaba a que me trajeran mi comida, entró una pareja y un grupo de tres chicos. La pareja eligió una de las mesas de afuera y los chicos una que quedaba justo enfrente de mí, pero ni siquiera me miraron. Pensé que iba a ser una tarde aburrida y hasta pensaba en pedir mis cosas para llevar. Cuando de pronto entraron dos hombres maduros, por su aspecto se notaba que tampoco eran de la ciudad, sino estaban de paso. Y salieron, se quedaron en una de las mesitas de afuera que justo daba hacia mi. Vi que les llevaron una cerveza a cada uno y el que quedaba enfrente sí miraba mis piernas, pero yo hice como que no me daba cuenta y comencé a jugar. Cuando el veía yo me volteaba y seguía comiendo, pero cambiaba la pierna y así hasta que no las crucé más mostrando las piernas abiertas. Fue muy rápido pero obvio que lo notó, pues me hizo un además de salud con la cerveza. Volví a cruzar la pierna y miré su entrepierna, ya traía un bulto que me puso loca. Para entonces ya había pasado una media hora y yo terminé mis alimentos. Pedí la cuenta y me dijo la chica que no era nada ¿cómo que no es nada, si acabo de comer?, le dije. No, me dijo, el señor de allá afuera me dijo que cubriría su cuenta. Le sonreí coqueta y me levanté para salir, y aproximarme para agradecerle. Oiga, muchas gracias, no se hubiera molestado, le dije. ¿Cómo que ya te vas? me tuteó y me dijo, no, siéntate, digo, si no estás muy apurada. Nosotros nada más nos refrescamos, estaremos un ratito. Bueno, le dije, espero no interrumpir. Yo estaba bien caliente ya y quería justo eso, que me invitara a estar ahí más tiempo. Su compañero se quedó mirando como sacado de onda y me dijo, mucho gusto, soy Manuel. Mi nuevo anfitrión ni siquiera me dijo su nombre, pero se cambió de silla de tal forma que yo quedara junto a él y yo arrinconada en la pared de cristal. Sin preguntarme pidió una cerveza más y me puso la mano en la pierna. Yo no sabía qué hacer, si quitarla o no, pero moví en automático la pierna y la cambié pero pues obvio que la cercanía hizo que mirara bien lo que llevaba rato tratando de descubrir. Platicaban que les había ido bien las cosas y que estaban celebrando no entendí qué, pero el tipo ya no quitó su mano y jaló descaradamente la silla para quedar más juntos. Yo no había tomado casi la cerveza y me dijo, tómatela de una vez. ¡Toda, toda!, me dijo su compañero. Así que me la bebí casi de un sorbo, y había pedido una más. Ya no, le dije, mañana debo trabajar temprano y la cerveza me marea.

¡Sí!, otra, otra nada más. El caso es que ya iban tres cervezas y los tipos parecían haberse olvidado de que ya se iban. Yo trataba, ahora sí, de acomodarme la falda para que no se viera tanto pues ya estábamos en la calle. Aunque la gente que pasaba ni siquiera volteaba a ver qué pasaba. Y el tipo que después supe se llamaba Raúl, ya no quitaba la mano, al contrario, trataba de subirla más tratando de tocar mi panochita. Y yo ya empezaba a marearme, ya llevaba cuatro cervezas y me faltaba una más. De pronto dijeron que ya, pidieron la cuenta y en lo que venía la chica para cobrar, me dijo que a dónde iba. Yo voy a descansar a mi hotel, les dije. Ya es hora y mañana debo trabajar. Espérate, me dijo, nosotros traemos auto y si quieres te llevamos. Me daba un poco de temor irme con dos desconocidos, pero ya mareada y caliente, imaginarán la combinación. Me quedé y ya no esperaron el cambio, se levantaron y también me levanté acomodando mi falda. Sentía muy embotada la cabeza, pero intenté caminar normal. Así que me fui con los dos y caminamos unas cuatro cuadras, para llegar a su automóvil que resultó ser un vocho viejo y solo con un asiento atrás y el del piloto. Jajaja yo ya no me quería subir, pero ya encarrerados, pues ni qué. Raúl se puso al volante y su amigo Manuel iba conmigo atrás, ahora sí, mirándome las piernas, que por cierto no las crucé, pues ya estaba súper prendida. ¡No mames!, no enciende, dijo Raúl. A ver, acércate, en lo que enciende esta fregadera. Su amigo Manuel se acercó y le dijo, tú no, ella. Y los dos se rieron. Yo me acomodé en medio del asiento trasero y tenía sus manos en mis piernas. Me sobaban y me metían el dedo, los mojaban con su saliba y me apretaban la panocha bien rico. Fueron unos minutos de encanto y ya encendió el auto, y me dijo ¿a dónde vamos? Les dije dónde me estaba quedando. Pero ya es muy largo el relato, mejor en una siguiente les platico qué pasó después. Gracias por leerme, estén pendientes de lo que sigue.