Me gusta follar, ¿y qué? 5 (Final)

De cómo una joven mujer recién casada, se sigue dejando.

Mi esposo vino a buscarme, ya había terminado el verano y las vacaciones.

Mañana ya partiríamos a primera hora para la ciudad y empezar con nuestra vida común.

Mientras cenábamos, junto a mis suegros, César me contó con mucha pena que don Cosme había fallecido de un ataque al corazón. Me dio felicidad saber que con mi pequeño aporte le había alegrado sus últimos días. También me dijo que la esposa de don Cosme, se había ido a vivir a otra ciudad, con una de sus hijas, y que teníamos un nuevo portero, bastante más joven que don Cosme.

Luego de una sobremesa ligera, nos fuimos a dormir, porque partiríamos al amanecer.

Subimos a nuestra habitación, la ventana estaba abierta, las cortinas se mecían con la suave brisa nocturna, me fui desnudando sin cerrar la ventana, sabía que José me espiaba continuamente, quería que me viera desnuda por última vez, hasta el próximo verano ya no sabría de mi.

Mi esposo se acercó y por detrás tomó mis senos, y comenzó a acariciarlos, mis pezones respondieron a la caricia poniéndose en punta.

Me dio vuelta y nos besamos en la boca fuertemente.

Apagó la luz, y me tumbó en la cama, un par de caricias fueron suficientes para hacerme poner deseosa.

Me penetró, dio un par de sacudidas, y eyaculó rápidamente, fue al baño se higienizó, me dio un beso en la frente y me dijo a dormir, que mañana salimos para casa al amanecer.

Se dio vuelta, y se quedó dormido. Yo como siempre quedaba insatisfecha, quería más

No podía dormirme, esperé un tiempo, cuando me cercioré que ya estaba profundamente dormido, me levanté, fui al baño, prendí y apagué la luz inmediatamente, esa era mi señal para que José supiera que estaba dispuesta.

Sobre mi cuerpo desnudo puse un pequeño camisón y salí por la parte de atrás de la casona.

A pocos metros, me estaba esperando José.

Nos abrazamos, nos besamos por un largo rato.

-¿Buscas polla, cerda?

-Si, ¿me darás mucha, mucha, mucha?

-La que quieras, cochina.

Nos alejamos unos pocos metros de la casa, y nos tumbamos sobre el césped con gotitas de rocío.

José levantó el camisón y se aferró a mis tetas, las besaba, mientras su mano bajó hasta mi rajita que ya estaba hirviendo, comenzó a acariciarla, su lengua se fue deslizando mansamente por todo mi cuerpo, cuando llegó a mi nidito, abrí mis piernas y le ofrecí mi vulva, con mis dedos aparté los labios externos, y me levanté unos centímetros del piso

-Chúpame entera, cómetela cabrón.

Su lengua empezó a darme lengüetazos sobre mi clítoris y me metía sus dedos por todos mis agujeros, me daba el placer que yo buscaba en un hombre y mi esposo me negaba.

Me corrí dos veces así.

José era apasionado por el sexo oral, me enterró su instrumento dentro de la boca, y comenzó a cogerme por allí.

-Perra inmunda, quiero que te llenes la boquita de mi leche, ¿si?

-mmmmmmmm ahhhhhhhhhhhh, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

-Quiero que beses a tu marido con mi leche en tu boca, ¿si?

-Si, toda tu leche en mi boquita.

Se empezó a mover más rápido, un chorro caliente y grumoso, atravesó mi garganta, fui tragando su líquido sabroso hasta dejarlo totalmente consumido.

Después de besarnos y abrazarnos, nos despedimos, hasta el próximo verano

Me acompañó hasta la puerta trasera, por ahí se entraba a un pequeño patio, lo cruzamos y en la puerta de la cocina me volvió a besar y a tocar.

-Quiero cogerte, no te cogí, solo nos chupamos, quiero llenarte el culo de leche, y que te acuestes al lado del cornudo, mientras se va deslizando por tus piernas, quiero eso

Así era él, y yo lo aceptaba.

-Aquí es peligroso, puede venir alguien.

-Nadie vendrá, los viejos duermen y el que coronas, está arriba.

Así era yo, y me encantaba, ser así de puta.

Silenciosamente corrió una silla, y me arrodillé sobre ella, abrí mis nalgas, y se las brindé.

Las abrió con sus manos, su lengua en punta se topó con el orificio de mi ano, lo besó, y fue bajando hasta llegar a mi clítoris, lo lamió, y volvió para el orificio nuevamente, el recorrido que hacía era enloquecedor, metió un dedo, luego dos, entraban y salían como su miembro.

Cuando mi abertura ya permitía la entrada de su garrote empalmado, me penetró de un solo lanzamiento, no paró hasta que sus huevos golpearon mis nalgas.

Me tenía ensartada, y comenzó a atravesarme sin piedad, su estaca rígida me hacía delirar, pasó sus manos hacia delante, y metió dos dedos en mi chucha dislocada.

Me elevé hasta que mi boca quedó cerca de la suya, por el costado de mis labios saqué mi lengua, José acercó su lengua a la mía, y se refregaron una contra otra.

Mi orgasmo fue pausado, calmado

-Ahora te daré la lechita que te gusta puerca, y te acuestas al lado del cornudo, es una orden que cumplirás, perra, ¿si?

-Si, mancharé las sábanas de mi lecho matrimonial con tu leche, vamos! Qué esperas que no me la das?

Mis palabras impúdicas lo enloquecieron, comenzó a zarandearse dentro mío y sentí un chorro fuerte de su semen que se estrellaba dentro mío.

Nos volvimos a besar escandalosamente y nos despedimos.

El silencio de la casa era absoluto.

Subí a la habitación y me abracé a mi marido, mi último pensamiento antes de dormirme fue lo rico que me cogía José.

A los pocos días de haber llegado a la ciudad e instalarme en el apartamento, supe que estaba embarazada.

Mi marido se sintió el hombre más dichoso del planeta y mis suegros aseguraban que era el aire del mar que me ponían más fértil.

A los siete meses de embarazo, mi suegro quiso que nos mudáramos a la casona, que el aire del mar me iba a hacer bien, y ya nos quedábamos a pasar el verano.

Cuando volví a la casona, ya no era la mujer que había visto José la última vez, ya no tenía ese cuerpo que lo volvía loco.

Tenía un vientre inmenso, mis piernas estaban hinchadas

Mis suegros se mudaron a la habitación que ocupábamos con mi marido, en la parte de arriba, me cedieron la de ellos, mi suegro no quería que subiera y bajara las escaleras en ese estado.

Cenamos temprano esa noche y mi esposo se volvió a la ciudad quedando en volver la próxima semana.

Cuando mi esposo partió, me senté en la sala con mis suegros a ver la televisión, me quedé un rato y me fui a acostar.

Miraba televisión desde mi cama, mis suegros antes de ir a dormir, pasaron a saludarme y darme un beso. Estaban felices porque la familia se agrandaba.

Cerca de la medianoche apagué la tele y la luz, estaba acostada en mi cama, cuando sentí que alguien entraba por la ventana.

Era José que venía a hacerme una visita.

Me levanté y nos dimos un abrazo, mi panza nos separaba.

Me quitó el camisón, y sacó mis bragas.

Mis senos habían crecido el doble de tamaño, el círculo de la aureola, también era casi el doble, y mis pezones salían como dos centímetros fuera.

-Te ves muy guapetona así preñada, ¡qué rica estás, cochina!

Extrañaba el sexo que tenía con José, también sus palabras soeces, nunca nadie me había vuelto a coger o lamer como lo hacía él. Estaba deseosa de recibir esas lamidas que me daba José, habían pasado varios meses sin tener lo que a mi tanto me gustaba.

Me desvistió y contempló mi cuerpo deforme, a él lo calentaba mi vientre abultado y mis senos desproporcionados.

Me agaché y le saqué el bastón que ya estaba empezando a ponerse tieso.

Lo llevé a mi boca… y comencé a saborearlo frenéticamente, lo había soñado todo el tiempo que no lo ví.

Tomé su falo firme, y me lo devoré desquiciadamente.

Me tomó de los brazos y me levantó, comenzó a acariciar mi panza cariñosamente.

-Esto que está en tu panza, es mío verdad?

-Si, es tu hijo, pero por favor guarda silencio, te lo ruego.

-Apenas me lo dijo el viejo, supe que yo te había preñado. El inútil de tu marido, no sirve ni para preñarte, bien merecido se tiene los cuernos, el imbécil

Sus palabras me excitaron.

-Vamos, sigamos haciéndolo cornudo, vamos fóllame mucho.

Comenzó una carrera con su lengua que volvió a convertirme en una hembra hambrienta de polla, lamidas y chupadas

Mi cuerpo ya no respondía como antes, estaba más torpe y lento, me puso de costado sobre la cama, mi vientre abultado, se desparramó entre las sábanas, abrió las caderas regordetas que tenía y comenzó a paladear mi trasero, su lengua iba y venía de mi clítoris hasta mi orificio, sus babas me iban lubricando la zona, con sus dedos lo fue dilatando.

Cuando ya estaba abierto lo suficiente, me penetró despacio al principio, mi ano se iba agrandando a medida que su palo rígido iba entrando.

Me penetró hasta el final, empezó con un mete y saca enloquecedor, lo hacía muy lento, haciéndome sentir cada milímetro de su carne en barra.

Comencé a masturbarme, mientras José me cogía por atrás, tuve una corrida y otra, luego llegó su semen abundante y me llenó el trasero de su pócima exquisita. Se quedó a mi lado acariciando mi vientre hasta muy tarde.

Todas las noches vino cogerme, hasta que ya mi cuerpo no daba más.

Tuve mi primer hijo por cesárea. Fue un varón de 3.50 kg. Con el cabello rubio como yo, y los ojos negros de José. Todos decían que era igual a mi marido… ¡ja!

Mi esposo estuvo a mi lado en todo momento, mientras me recobraba de la cesárea, a José no lo vi durante ese tiempo. A los quince días de parir ya estaba recuperada, así que César volvió a la ciudad y yo me quedaba hasta que terminara el verano.

La noche que partió mi marido, mis suegros como todas las noches antes de subir, pasaron a saludarme y a ver al bebé.

El bebé se despertó a la medianoche reclamando su comida, lo tomé en mis brazos, y me senté en el sillón a amamantarlo.

Su boquita se prendió de mi pezón enorme y comenzó a nutrirse muy lentamente.

Vi que por la ventana abierta entraba José, me saludó y me acarició el cabello. Desde que había parido, no nos habíamos tenido ningún tipo de contacto.

José se puso de rodillas, arrimó su boca a mi pecho libre, con sus labios apretó el pezón, y comenzó a chuparlo, mi leche comenzó a manar y se fue deslizando, abrió su boca, y empezó a succionar mis senos, y a saborear mi leche maternal que salía a caudales de ambos senos.

José paladeaba mi leche, mi excitación era extrema, abrió mis piernas, yo estaba sin bragas, y comenzó con ese juego excitante que me hacía siempre con sus dedos, metía dos en mi vagina, y con el dedo gordo revolvía mi clítoris.

Una ola de fuego invadió mi cuerpo, de mi garganta se escapó un suspiro de placer, José no paraba de chuparse mi leche, y de tocar mi clítoris, sentí que mi corrida era urgente, ya no había vuelta atrás, logró hacerme perder el control mientras amamantaba a mi bebé.

Después de correrme, se paró y refregó su palote duro por toda mi cara, lo pasaba por mis ojos, mi frente, mi nariz, por mi oreja, lo acercó a mi boca, la abrí, y la fue entrando despacio, la fui tragando de a poco, hasta que la tuve entera dentro de mi boca.

José entraba y salía quedamente, con sus dedos rozaba mi pecho libre, pellizcaba mi pezón que sobresalía notablemente, salía mi leche y se iba resbalando hacia ni vientre, él la iba esparciendo por mi piel, estaba toda pegajosa, al perverso lo excitaba luego lamer ya la leche seca en mi piel, le gustaba el sabor dulce que quedaba adherido en mi cuerpo, luego me lamía entera, no dejando un solo rastro del líquido maternal dispersado por sus manos.

Mientras desparramaba ni leche, yo seguía tragando su polla, se la lamía toda, estuvimos así hasta que el niño dejó de mamar y quedó con medio pezón en sus labios, José lo tomó delicadamente, lo besó y lo acostó en su cuna.

Yo había vuelto a ser la cerda de siempre, ni la maternidad había calmado mi salvajismo.

José acomodó al bebé en la cuna, ya venía por mí, me gustaba provocarlo, me puse en cuatro patas, como una perra alzada, sobre el borde de la cama, levanté mi camisón, y dejé mi culito al aire.

-Tómame por favor, quiero que me folles.

José acarició su pene hasta dejarlo nuevamente rígido, le ofrecía mi trasero, pero él me penetró por la vagina.

Me cavó su verga de un solo envión, su falo tieso llegó al fondo de mi vagina, y se quedó allí, entrando y saliendo incansablemente, me tomó de las caderas y comenzó a moverse rápido, se movía haciendo círculos, revolviendo y golpeando las paredes de mi vagina, produciéndome un placer inagotable.

-Toma, toma cerda. Te llenaré de leche, te dejaré preñada nuevamente por cochina sucia. Porque el inútil de tu cornudo marido, no sirve ni para preñarte

Le pedí por favor que no lo hiciera, como estaba amamantando los médicos no me dieron pastillas anticonceptivas, le rogué…le supliqué

Me hizo correr dos veces más antes de largar todo dentro de mi vagina.

Todas las noches, mientras amamantaba el bebé venía, y, también lo amamantaba a él, mis pezones largos y con la punta enorme hacia fuera alimentaban su líbido.

Le gustaba que lo montara yo, de esa manera tenía mis ubres frente a su cara.

Me sentaba sobre su cachiporra estática, y lo cabalgaba.

Apoyaba mis rodillas sobre su costado, comenzaba a zarandear mis caderas, hacia dentro y hacia fuera, hacia un costado, hacia el otro, él me tomaba los senos y los succionaba, la leche goteaba de mis pezones y nos empapaba dejándonos pegoteados.

Se quedaba tres o cuatro noches enteras conmigo, mientras mi marido no estaba.

-¿Qué le dices a tu esposa cuándo faltas tantas noches en la casa?

-Ella está acostumbrada, siempre lo hice, sabe que voy a jugar poker con los amigos.

Las noches que se quedaba dormíamos poco y cogíamos mucho.

Por supuesto volvió a embarazarme.

Al año siguiente cerca de la misma fecha, volví para parir a la casona, esta vez una niña.

José me dijo que a él le convenía embarazarme de esa manera mis suegros me llevaban a la casona y él podía cogerme mucho más. Y lo volvia loco, cogerme embarazada, y luego del parto, sobarme las tetas llenas de leche.

Mis suegros fallecieron al tiempo, la casona se vendió, y se repartió la herencia entre los hermanos, con el dinero que recibimos, compramos una casa más grande para mudarnos, ya que con dos niños, el apartamento nos quedaba chico.

No supe más nada de José, ni lo volví a ver, sus hijos quedaron conmigo y mi marido, su supuesto padre.

De José me quedaron mis dos preciosos hijos, y el recuerdo de las folladas más intensas que tuve en mi larga vida de infidelidades, porque después de José, pasé por distintas camas, y seguí tragando pollas y más pollas.

No había caso conmigo, me gustaba follar, ¿y qué?

Tuve que dedicarme a los arreglos de la nueva casa, dónde conocí gente nueva… pero eso ya es otra historia, que contaré en una nueva serie.