Me gusta follar, ¿y qué? 4
De cómo una joven mujer recién casada, sigue follando en cualquier lugar...
Cuando mis suegros me dijeron que debía ir con el casero, o José a la ciudad, me negué rotundamente.
-Ay, niña! No permitiremos que andes sola por la ciudad, que busques dinero, que andes por la ruta y todo solita, es demasiada responsabilidad, irás con José que es el hombre de nuestra confianza, y muy buena persona. Jamás permitirá que te pase nada malo. Para nosotros es un aval que José te acompañe.
Yo no opinaba como ellos, ¿buena persona?, bueno , tenía mis dudas, con respecto a la confianza que tenían depositada hacia él, era muy factible, ya que hacía más de veinticinco años que trabajaba para ellos, resumiendo, yo no había nacido, y José ya ofrecía sus servicios para la familia.
No podía negarme más tan categóricamente, porque mis suegros iban a empezar a preguntar el por qué de mi intransigencia hacia la persona de José. Opté por el silencio.
-Esta mañana muy temprano, ya hablamos con él, y nos dijo que será un placer poder ayudarte en todo lo que necesites. Sé que para ti será un día pesado, porque no les dará el tiempo para hacer todo por la mañana, ya son casi las diez, tienen dos horas de viaje
-Es verdad, tendríamos que haber salido más temprano.-Agregué lo más calma que pude.
-No hay problemas por eso, por esta zona la siesta es tradición, y los comercios cierran después del mediodía, pero ustedes pueden irse a almorzar, mientras comen, esperan hasta que los negocios abran sus puertas nuevamente, la semana próxima cuando tengan que ir de nuevo, lo harán más temprano y solucionado el problema.
Así era mi suegro, él dirigía y calculaba todo con precisos detalles. Le gustaba gobernar la vida de todos, incluida la mía.
Yo lo dejaba correr, le decía todo que si, por eso llegó a quererme como una hija, sola me dí cuenta que era la mejor manera de andar bien con el viejo, no contradecirlo en nada y tenías un amigo incondicional, en definitiva a mi no me molestaba decirle a todo que si, al final siempre terminaba haciendo lo que yo quería, como siempre.
Con esto me quería decir que yo una vez por semana debía viajar con José a la ciudad, durante todo el verano, la idea no me seducía mucho, porque a pesar de que este hombre hacía lo que quería con mi cuerpo y me llenaba de placer, en cierta manera, cuando tenía la cabeza en frío, me daba un poco de asco su aspecto abandonado y sucio, pero cuando apenas me hablaba o me maltrataba con sus palabras, me hacía excitar, ni pensar cuando me tocaba, con sus manos rudas y ásperas por el trabajo.
Debo reconocer que este energúmeno (como lo llamaba yo), me dominaba, en todo aspecto.
Me manejaba a su antojo, hacía conmigo lo que quería Recuerdo que la primera vez, antes de follarme, me sentenció.
-"Te voy a coger toda, cómo, cuándo, dónde y de la forma yo quiera"
Y esta sentencia, se estaba cumpliendo tal cual me lo dijo, la prueba más contundente fue como me folló en la ventana de la habitación de mis suegros, mientras dormían. Y yo acepté el desafío, sin medir las consecuencias, al contrario, el entorno en que me estaba dando su pene, me hizo excitar tanto que no paraba de tener corridas tras corridas y pedir más..., más... y más.
Pensaba qué nueva locura haría conmigo, qué circunstancias me haría pasar camino a la ciudad o en la misma ciudad. Este pensamiento me preocupaba, pero a la vez me excitaba muchísimo.
Sentí que mi vagina se iba humedeciendo de sólo pensar en eso, mis pezones se pusieron erectos, mi rajita latía de deseos por ser penetrada por la interesante, y larga polla de José. Esto me lo provocaba este hombre, sólo con pensar, imaginen ustedes queridos lectores, lo que me hacía sentir, si me manoseaba o me lamía.
Mmmmmmmmm, ¡qué loca delicia!
Nunca podré explicarme que me seducía de este personaje, que me trataba mal, me insultaba, me decía ramera, nunca me llamaba por mi nombre, cuando se refería a mi, era puerca, cerda, sucia, puta, etc, etc, y eso me calentaba más aún...
Sentimos el rugir del motor de la camioneta.
-Ahí está José, vamos Andrea, toma tus cosas, que ya parten para la ciudad.
Yo me había vestido con ropa acorde al calor que hacía, un cortísimo vestido muy liviano de algodón blanco que apenas tapaba mi trasero, el vestido era muy escotado por atrás, asi que decidí no usar sostén, sólo llevaba debajo una minúscula braguita blanca.
Recogí mi rubio y largo cabello en una cola de caballo, estaba notando que el sol había aclarado mucho mi cabello, y con el bronceado, mi piel lucía muy dorada, lo que acentuaba más mi pequeño vestido.
José estaba con cara de pocos amigos, instalado ya en el volante, ni siquiera abrió la puerta de la camioneta, ni me ayudó a subir, como lo hubiera hecho cualquier caballero, tampoco me miró, ni me saludó al subir a la camioneta.
Cerré la puerta y arrancó rápidamente para la ciudad, nos esperaba un viaje de casi dos horas, se me mezclaban los sentimientos, sentía mucha ansiedad por pasar tanto tiempo solos y alejados de la casona, no sabía que reacción tomaría hacia mi persona.
No me dirigió la palabra en todo el viaje, manejaba diestramente, mirando hacia adelante, como si viajara solo.
Yo cruzaba y descruzaba mis largas piernas, el vestido apenas me tapaba, el señor iba imperturbable.
Tomé un cd de música y lo puse, con un movimiento brusco, lo sacó y lo tiró por la ventanilla.
-Pero ¿qué hace? ¿por qué me tira mi cd de música favorita? Volvamos hacia atrás, quiero recuperarlo.
No me contestó nada, como si yo no hubiese hablado, aceleró más la camioneta, y siguió su camino sin siquiera mirarme.
-Usted está loco, es un demente...
Me contestó:
-Pero cómo te gusta mi verga cochina, como te gusta que te folle...
-Es un ordinario, mal educado, sin vergüenza... Estaba llena de ira, Estaba tan furiosa que mi voz salía discontinua, mis manos sudaban, de lo rabiosa que me sentía.
-O te callas la boca o te bajo aquí mismo, y te dejo sola en medio de la ruta, que te calcines bajo el sol, no hables más, si-len-cio ¿ok?
No hablé más porque seguro me dejaba al rayo del sol, y sola en la ruta.
Cuánta irritación me producía, el energúmeno este, en ese instante lo odiaba con toda mi alma.
Puso la radio y escuchó las noticias, la puso a todo volumen, lo hacía para molestarme, le daba placer hacerme renegar.
No hablamos más, cuando llegamos a la ciudad se dirigió al banco, y me dijo, que hiciera mis trámites que él me esperaba en el bar de enfrente, le dije que no me dejara sola que iba a retirar dinero, y podían robarme.
-Estoy en el bar de en frente, no te demores mucho que tengo hambre.
Me dejó sola en el banco, sentía un desprecio total por esa persona. Lo detestaba.
Saqué el dinero, lo puse en mi cartera, y me dirigí al bar de enfrente.
José estaba en la barra, conversando y riéndose con gente del lugar.
Al entrar al bar, los hombres se daban vuelta al verme pasar.
Me acerqué, y muy seria, le dije:
-Ya terminé lo del banco.
Sin siquiera mirarme, extendió las manos y saludó a sus amigos, y nos encaminamos hacia la camioneta.
Estaba de mal humor, enfadada conmigo, porque este salvaje, me excitaba muchísimo, yo había ido dispuesta a dejarme toquetear, durante todo el viaje, esperaba que parara en algún descampado y me follara incansablemente y luego continuar viajando, pero este personaje era imprevisible, y eso era lo que más me atraía de su personalidad.
No podía entender porque mi vagina estaba tan húmeda y latente, y el por qué de mis pezones erguidos, esperando una caricia, un roce, algo de él, pero José ni me miraba, yo no existía.
Toleraba las ganas que tenía, no iba a insinuarme, ni demostrarle lo que me inspiraba, pero ¡cuánto lo deseaba!!!
Subimos a la camioneta, y me dijo:
-En este lugar la siesta es sagrada, así que mientras la gente descansa, iremos a comer.
Por supuesto, ni se me ocurrió sugerir nada, pues iríamos a donde él dijera, y sin protestar, pues era inútil hacerlo.
Anduvimos unos diez minutos, estacionó la camioneta en una posada de lo más ordinaria, bueno... como él, ¡qué podía pretender yo!
Estábamos a unos pocos kilómetros de la ciudad. No había nada alrededor, era una posada muy solitaria, rodeada de muchos árboles que daban una buena sombra, y a la vez se apreciaba una gran sensación de frescura.
Entramos al lugar, estaba casi vacío, había muy pocas mesas ocupadas solamente tres personas que comían silenciosamente..
José se dirigió a los reservados, que estaban apartados del comedor común. Para llegar hasta allí, salimos por una puerta lateral del salón, esta parte era totalmente independiente.
Allí no había nadie.
Estaba bastante bien arregladito ese lugar, la mesa al igual que los sillones salían desde la pared, los sillones eran enteros, uno frente a otro, en cada sillón entraban tres personas, eran muy amplios y mullidos, me recordaba a las mesas y sillas del comedor de un tren. Las mesas tenían un largo mantel impecablemente blancos y como centro de mesa había un ramo de violetas.
En una actitud caballeresca, algo nada usual en él, me dio paso, así que quedé del lado de la pared, él se sentó a mi lado en vez de hacerlo frente a mi, como lo haría cualquier persona normal que comparte un almuerzo, pero él era así y a mi no me quedaba más que aceptar todo, porque si se ponía bravo , no quería pasar un mal momento.
Apoyé mis brazos en la mesa, José se acercó y me dijo muy cerca del oído:
-Quítate la braga
-¿Qué?, usted está rematadamente loco.
-O te la quitas o lo hago yo, y no creo que quieras eso.
Con ímpetu levantó mi vestido hasta la cintura, corrió mis piernas...
-Ok, ok, tranquilo, lo haré yo.
Fui deslizando la pequeña braga por mis muslos, la dejé entre mis tobillos.
-Ya está.
-Dámela.
No me quedó más remedio que sacarla y dársela, las tomó entre sus manos y se la guardó en el bolsillo del pantalón.
Mi vestido estaba levantado hasta la cintura, con una de sus manos me abrió las piernas, y empezó a tocar mi vagina.
-Pero si eres perra, ¡estás toda mojada. estás más caliente que una estufa!.
De un empellón metió dos dedos dentro de mi rajita, elevé mis caderas unos centímetros, para que los dedos entraran hasta el final, me fui acomodando lentamente, mientras con el dedo gordo rozaba mi clítoris, los dos dedos que tenía dentro los movía haciendo círculos, y hacían fricción en mis paredes vaginales, su otro dedo en mi clítoris cada vez lo batía con más prisa. Lo hacía con una destreza única, yo no podía resistirme, me tenía cautiva por el placer que me daba, había descubierto mis lados más sensibles, sabía dónde y cómo hurgar en mis partes más íntimas.
Vi que la puerta del apartado se abría, se acercaba el cantinero, venía hacia nuestra mesa, y mi corrida era inminente, salió un suspiro entrecortado y discontinuo. ¡Pero qué buena corrida sosegada había tenido!!
Para cuando el mesero llegó, las manos de José, ya estaban sobre la mesa, tomó la cartilla con el menú y rápidamente pidió un pescado al horno con papas, una ensalada variada y un vino blanco.
-La señora comerá lo mismo.
Mi corazón latía con fuerza, por el maravilloso orgasmo que había tenido, y la adrenalina de ver venir al mesero, acentuó mi éxtasis, y lamenté no tener el cabello suelto, para esconder mi cara en ellos.
Cuando el cantinero fue a hacer el pedido, le dije:
-Ni siquiera me consultas que quiero comer? o si el pescado es de mi agrado?
-Tú comes pollas, lo demás no cuenta.
Levanté mi mano para darle una bofetada, la tomó con fuerza en el aire, y me dio un beso en la boca, su lengua buscó la mía, y la refregó con fuerza, mientras bajaba su mano, y, nuevamente insertó dos dedos dentro de mi vagina, y otra vez con el dedo gordo me empezó a mancillar el clítoris, su dedo gordo lo frotaba encantadoramente suave y en círculos contra mi clítoris, produciéndome un placer indecible, su lengua y mi lengua se juntaron y se refregaron en un largo y húmedo beso, esta vez mi corrida fue mientras le mordia los labios, y relamía su lengua que recorría toda mi boca, comencé a revolverme sobre el sillón que estaba empapado entre mis jugos y mi transpiración. Nuestras bocas seguían unidas, y nuestras lenguas se frotaban ardientes, mis quejidos por un nuevo orgasmo quedaron apagados dentro de su boca.
Me soltó y se quedó un rato quieto, el mesero llegó con nuestro pedido, sirvió el vino y se retiró silenciosamente.
Nos pusimos a comer, con una mano sostenía el tenedor, y bajó su otra mano, abrió la cremallera y sacó hacia afuera su pene duro.
Se corrió hacia atrás, tomó una de mis manos y la llevó hasta su verga empalmada, con su cabeza majestuosa, con gruesas venas azules que parecían que iban a estallar en cualquier momento, su cabeza gruesa apuntaba hacia el techo.
Atrapó mi mano, la llevó abajo, no pude dejar de acariciársela y comencé con un movimiento de lo más suave a rozarla.
Suavemente iba subiendo y bajando gradualmente, él seguía comiendo, como si nada pasara, miré para todas partes, estábamos solos, me reclíné, y me llevé su pene a mi boca, empecé a besárselo endemoniadamente.
Mi excitación era extrema.
Él era un provocador, fanático del sexo oral, y de las situaciones riesgosas, le gustaba hacerlo en lugares comprometidos, en eso nos parecíamos mucho, y esto hacía que nos gozáramos plenamente ambos.
Quería devorarle la polla, yo era una puerca tal como me llamaba él, pero mi instinto salvaje era más fuerte, ya no me importaba nada más que comerme esa polla, y tragarme y saborear todo su líquido cremoso.
Mi lengua empezó su recorrido por afuera, empecé a bordearle la cabeza, mi lengua viciosa la recorrió de punta a punta, llegando hasta el final, volví a subir hasta la cabeza, cada vez se iba poniendo más tiesa, tomé el tronco con ambas manos, con los labios mordisqueaba su frenillo, su respiración empezaba a agitarse, abrí mi boca y fui introduciendo su polla, suave y plácidamente hasta llegar a mi garganta.
José me acariciaba los cabellos, bajó el mantel para que no estuviera tan expuesta si venía alguien de improviso, mis movimientos se hicieron más poderosos, mi ritmo más rápido, entraba y salía de mi boca empapada de mi saliva, sus quejidos me alertaron que el orgasmo estaba ya por llegar.
Sentí un primer hilo de semen que se hacía cada vez más abundante, hasta que mi boca quedó llena de su leche tibia.
Fui tragando su esperma de a sorbos, saboreando su líquido hasta que ya no quedó una gota.
-Puerca, qué lindo la chupas, eres una puta sucia, pero esa boquita hace milagros.
Tomó su pene, lo guardó y terminó los restos de comida que ya a esa altura estaba fría.
Salimos para hacer las compras que habían quedado pendientes, fuimos a buscar la camioneta que había dejado estacionada a la sombra de los árboles, no sé que pensamiento pasó por su cabeza llena de situaciones de lo más truculentas, siempre expuesto al peligro y la a las más locas aventuras, que lo excitaban continuamente.
Abrió la puerta de la camioneta, para darme paso, puso su en mi pecho, me empujó hacia atrás quedando mi espalda contra el tronco de un frondoso árbol.
Fue levantando mi vestido hasta los hombros, lo quitó, quedé completamente desnuda, lo colgó de la puerta de la camioneta, se volvió hacia mí.
Co sus dos manos tomó mis senos redondos y turgentes, comenzó a masajearlos, los amasaba, subiéndolos hacia arriba y hacia abajo.
Acercó su boca pecaminosa, y su lengua empezó a jugar con mis erguidos pezones, a bordearlos, ellos se pusieron duros, respondiendo a sus lamidas poniéndose cada vez más las puntas hacia fuera, los mordía mansamente, provocando en mi cuerpo una llamarada exquisita, haciéndome susurrar palabras de aliento para que siguiera estimulando de esa manera tan exquisita y delicada.
Estuvo un buen tiempo relamiéndome los pechos que se habían inflado como globos.
Me frotaba el pene tieso por mi entrepierna, con mis manos fui abriendo su pantalón, lo busqué, y lo encontré empinado y rígido, listo para darme batalla.
Yo misma lo fui guiando para que me penetrara, su palo duro y musculoso, fue entrando resueltamente, y sus enviones, se fueron haciendo cada vez más rápidos. Me perforaba la chuchita, con movimientos de ida y vuelta.
Nos besábamos como dos desaforados, sin mirar hacia nuestro alrededor, pues estábamos bajo un árbol a pocos metros de la posada. La calentura que sentíamos, no nos hacía razonar, lo primordial era follarnos sin pensar en nada más.
En ese preciso instante en mi mundo, sólo me importaba la terrible polla que me estaba tragando.
Me tomó de las caderas, y sentí que de su caño rígido empezó a surtir su
esperma que me iba llenando la vulva de su poción caliente, que fue cayendo en pendiente por mis piernas.
Retiró su instrumento rociado de nuestros jugos, me agaché y con mi lengua, los fui saboreando y a la vez limpiándole su espada, los sabores de su polla eran entre ácidos y salados, los degusté con el mayor de los placeres.
Me ayudó a calzarme el vestidito, subimos a la camioneta y salimos rápidamente sin mirar atrás.
Nos encaminamos hacia la ciudad, para realizar las compras que habían quedado pendientes.
Me senté muy cerca suyo, cada tanto corría su mano y me daba una caricia o un roce, o tocaba mis senos, lo que hacía tenerme excitada continuamente.
Hicimos las compras, estaba completamente desnuda debajo del vestido, José me había quitado las bragas y no me las había devuelto, y yo salí sin sujetador por el gran calor que hacía. Estuvimos más de dos horas visitando diferentes comercios.
Cuando terminamos, José compró un par de latas de cerveza, y me dijo que íbamos a ir por el viejo camino de tierra que ya no se usaba desde que se había construido la nueva autopista, me comentó que el paisaje era maravilloso, solitario, ya no lo usaba nadie, y lo más maravilloso era que me iba a coger sin parar, lo dijo con toda naturalidad.
Emprendimos el camino de regreso. Me ofrecí a conducir yo, así él podía descansar un poco, lo que me agradeció.
Me puse frente al volante y José se acomodó muy cerca de mí, sus manos no dejaron de tocarme continuamente. No paraba de estar siempre caliente, mojada y deseosa.
El camino era zigzagueante, a los lejos se veían las dunas, y como él me había dicho el paisaje era maravilloso, y solitario.
Cuando faltaban pocos kilómetros para llegar a la casona, me dijo que doblara hacia la izquierda, que muy cerca había una pequeña ensenada, dónde podíamos bajar a beber las cervezas.
Seguí sus indicaciones, me dijo que parara allí mismo.
Salimos de la camioneta, y buscamos las cervezas, que estaban en la parte de atrás, levantó la puerta, y sacó la bebida, me alcanzó una y nos pusimos a beber, José me recorrió con sus ojos, y una mueca libidinosa se dibujó en sus labios.
Una ráfaga de calor recorrió toda mi osamenta, teniendo en claro que él haría con mi cuerpo lo que quisiera, y yo no podía resistirme, tenía un dominio total sobre mí. Y él era consciente de que despertaba en mi una lujuria constante.
Se sentó sobre el borde de la camioneta y mientras me quitaba el vestido.
me dijo:
-Te voy a hacer delirar chupándote esa rajita de puta caliente que tienes.
Sus palabras produjeron el efecto ya consabido, por ambos.
-Te la voy a chupar hasta dejarte extenuada, ya verás cochina.
Me atrajo hacia él, y pasó su lengua por mi ombligo. Se paró y me hizo extender medio cuerpo dentro de la camioneta, dejando mis piernas hacia fuera.
Se arrodilló, abrió mis piernas con sus dedos apartó mis labios externos vaginales, mi clítoris inflamado asomaba altanero, demandando por su lengua.
Comenzó a recorrer cada milímetro de mi vulva, subía y bajaba, se metía en mi agujerito como un pene, entraba y salía.
Luego la puso en punta y comenzó a menearla, orlando mi clítoris, lo aprisionó con sus labios, lo sacó hacia fuera y hacia dentro, y volvió a la carga con su lengua en punta a revolverlo sin piedad.
Metió dos dedos dentro de mi coño, ya a esta altura, todo empapado, los metía y sacaba con una rapidez sorprendente. Le tomé la cabeza con ambas manos, y lo empujaba hacia dentro mío, mi orgasmo llegaba urgente, acompañado de mis quejidos de placer.
Apenas terminaba de correrme, me penetró bruscamente, reclinó su cuerpo sobre el mío, empezó con un mete y saca lento, su boca fue a mis pezones, los tomaba con sus labios y los sacaba hacia fuera, mientras su herramienta se mecía dentro mío.
Mis caderas oscilaban... hacia arriba hacia abajo a un costado al otro
Mi cuevita atrapaba su rabo y lo recibía placentera, comencé con mis gemidos roncos, y tuve otro orgasmo maravilloso.
José salió empalmado de mi interior y volvió a arrodillarse, y nuevamente sometió a mi clítoris a las lamidas a lo largo y ancho con la sinhueso, extendió ambos brazos hacia arriba, y con sus dedos pellizcaba las puntas rígidas de mis pezones.
No paraba de tocarme cada partícula de mi cuerpo y yo no paraba de tener orgasmos.
Levantó mis dos piernas hacia arriba, y las volcó hacia atrás, de esa manera, mi vagina y el agujero de mi ano, quedaban a su alcance, su lengua desprejuiciada, me recorría todo el ano y de allí iba a mi clítoris, se quedaba unos segundos haciéndome desfallecer de placer.
Metió su dedo índice en el orificio de mi trasero, lo metía y lo sacaba, hasta que se fue dilatando, luego metió dos, mi ano fue respondiendo a sus arremetidas y se fue abriendo, para recibir su rabo rígido.
Fue entrando lentamente, sentí un tirón fuerte, como que me partían en dos, esperó unos segundos hasta que el ano se fue acostumbrando a su tranca tiesa.
En la posición que estaba mi chochita había quedado bien arriba, tenía mi clítoris al alcance de la mano, como lo hacía siempre, colocó dos dedos dentro de mi vagina, y con el dedo gordo frotaba mi clítoris insaciable.
Llevé mis manos a mis senos, y comencé a tocarme los pezones.
En ese momento me cavó su matraca entera dentro mi culito.
Sentía un placer inmenso, y rogaba, suplicaba que no parara, que me diera fuerte.
Mi nuevo orgasmo fue tan intenso que mis ojos se pusieron en blanco mis quejidos fueron cada vez más pronunciados. El éxtasis que había logrado al tener incentivadas la mayoría de mis partes erógenas, hacían que este hombre a veces detestado por mi, en ese preciso momento fuese el más amado en la tierra, casi nadie había logrado hacerme sentir tan perra, como lo hacía él.
José disfrutaba al darse cuenta lo que conseguía conmigo, sacó su verga, y me la metió brutalmente en mi boca.
Su punta tocó mi garganta, la fui retirando suave hacia fuera, y la metí con fuerza para adentro.
José estaba parado, ahora me cogía bien cogida por la boca, abrí ahora yo sus piernas, y con mi lengua lo fui lamiendo todo, hasta llegar a su ano, el cual chupé, y la apoyé en su orificio cerrado, igual lo lamí, y volví hasta sus testículos, los chupé por largo rato, mientras lo iba masturbando con mi mano
-¡¡¡Ahhhh, ahhhh, siiiiii, asíiii, cómete todo ya!!! !!! Cerda inmunda, ven abre tu boquita que quiero te tragues toda mi leche.
Obediente abrí mi boca, y me llevé su verga adentro, comenzó a moverse rítmicamente, hasta que su semen empezó a circular dentro de mi boca.
Lo tragué a sorbos, de a poco, como se toman y disfrutan los buenos vinos, saboreándolo y relamiendo mi lengua sobre mis labios.
Nos tomamos el resto dela cerveza, nos vestimos y nos fuimos para la casona.
Llegamos al atardecer, mi estimado suegro, estaba en la sala jugando un solitario, mi suegra en la cocina con la esposa de José preparando la cena.
Fui al baño a ducharme, mientras José bajaba y acomodaba la mercadería en la cocina.
Mientras cenábamos le conté a mis suegros lo vivido en la ciudad y el hermoso paisaje que pude apreciar, le conté todo, por supuesto, lo que se podía contar
CONTINUARÁ