Me gusta follar, ¿y qué? 3

De como una joven mujer recién casada es humillada, y a ella le encanta...

Y por fin llegaron las esperadas vacaciones.

El padre de mi marido, hacía muchos años había comprado una gran casona, en una ciudad costera, casi a orillas del mar.

La construcción de la casa era de principios del siglo XX, pero a medida que se fue agrandando la familia, se fueron agregando habitaciones, era como un petit hotel.

Estaba en medio de la campiña, el vecino más próximo estaba a un kilómetro, la casa no estaba habitada por nadie, había un casero y su esposa en una casa más pequeña en la parte de atrás que se dedicaban a cuidar el jardín, la limpieza y el césped de la casa principal.

La familia compuesta por mis suegros, se mudaban los tres meses de verano, y en invierno, solíamos ir a pasar algún fin de semana largo.

Mi esposo se tomaba 10 días de vacaciones corridas, y nos mudábamos para allá, yo me quedaba con mis suegros todo el verano y mi esposo viajaba fines de semana por medio, durante todos los veranos.

No hubo manera de convencerlo de esos diez días corridos que tenía, de irnos a otro lugar los dos solos, él quería pasarlo con su familia, ya que no los veía mucho el resto del año por cuestiones de tiempo.

Lloré, supliqué de irnos solos por ahí, quería una segunda luna de miel, no hubo caso, era un tema que ya no se tocaba más, porque no había arreglo posible en esta cuestión.

Así que contrariada, viajé con él y mis suegros, hasta la casona.

Para mi era terriblemente aburrido, pues no conocía a nadie, y de pensar que tenía tres meses por delante en ese lugar me fastidiaba mucho.

Como yo era consciente de que me portaba mal con él, por ponerle los cuernos, aceptaba, en cierta manera era un poco de cargo de conciencia, lo que me hacía ceder, conformarlo y darle una alegría.

La familia de César era muy conservadora, y si alguno de ellos sospechaba de mis terribles y continuas infidelidades, seguramente me hubieran condenado a la hoguera, por eso debía ser muy cuidadosa y bajo ningún concepto llamar la más mínima atención, debía pasar desapercibida, para ellos y los amigos cercanos de la familia.

Con mis suegros, me presentaba como una chica algo tímida, y muy seria, y por sobre todo fiel, ni se le pasaba por la cabeza que su nuera era una traga pollas, muy puta, pues yo ante ellos aparentaba ser todo lo contrario a lo que en realidad soy. Estaba tan compenetrada en ese personaje, que hasta yo me lo creía.

El día antes de mi partida, visité a don Cosme en su oficina, estuvimos cerca de dos horas juntos, con la puerta cerrada y la luz apagada, don Cosme sabía que por tres meses no me tendría entre sus brazos, así que desatendió su trabajo, me hizo una despedida llena de sexo y lujuria, él me dijo que me iba a dar tanto que por tres meses iba a quedar satisfecha, y no iba a necesitar buscar nada por allí, me daría para que tenga y guarde por mucho tiempo.

No atendió a nadie que llamara en la oficina, ni el teléfono, ni siquiera a su esposa, que vino a golpear la puerta varias veces interrumpiendo nuestros actos pecadores, era tal la calentura que el viejo tenía conmigo que hacía oídos sordos a los golpes o a las llamadas telefónicas, al tercer timbrazo del primer llamado telefónico, mientras me comía el coño, con una mano libre lo descolgó, y siguió lamiéndome tranquilo.

Se podía venir el mundo abajo, que don Cosme no dejaba de hacer circular su lengua por toda la superficie de mi cuerpo desnudo. Lo hizo por un largo rato.

Estuvo dándome placer continuamente, besos, abrazos, lamidas, penetradas, chupadas, corridas al por mayor de mi parte. Yo no lo soltaba y le exigía más y más, ya que por dos meses no nos veríamos, debía aprovecharme y hacerme gozar más que nunca. El vejete cumplió, sabiendo que él también perdería algo muy rico, por un tiempo.

Y llegó el día del viaje, fuimos en nuestra camioneta, detrás nuestro venían mis suegros, que habían contratado a un chofer que los llevara, pues ellos al considerarse personas ya mayores, no se animaban conducir por tanto tiempo, ya habíamos quedado que cuando mi esposo no estuviera ya en la casona, la que iba a conducir e ir al pueblo a hacer las compras o cualquier cosa que necesitáramos sería la encargada yo, cosa que me alivió mucho, ya que en esos momentos me liberaría de los viejos, y yo haría lo que me gustara en la ciudad cercana, esa sería mi excusa, la de ir a la ciudad, por víveres, o a la peluquería, o hacer compras, era una suerte para mi que los viejos no se animaran a conducir, de esa manera podía escaparme con alguna excusa a la ciudad, cuando quisiera.

Los diez días en que mi esposo estuvo con nosotros, se hicieron largos, tediosos, y haciendo lo común que hace todo el mundo, ir a la playa o estar en la piscina de la casona, jugar a las cartas, ver alguna película por la televisión, etc, etc.

De los diez días que estuvo mi esposo, hicimos el amor siete veces, como siempre tuve que esperar que él se durmiera, para ir al baño y terminar de satisfacerme sola, pues él era un hombre bastante frío, y eyaculaba muy rápido, a veces pensaba que yo no lo atraía lo suficiente, porque no entendía su manera de actuar, por supuesto al ser educado por una familia tan tradicional, esos temas no se tocaban, mi marido no tocaba temas sexuales con nadie, por lo menos en mi presencia, no se si cuando estaba solo con sus amigos cambiaba, así que como sabía todo esto, yo lo aceptaba en silencio, total yo tenía mis desahogos por otros lados, pero eso si, con sumo cuidado y discreción.

Mi esposo partió de vuelta al trabajo un domingo después del mediodía, rogándome que cuidara muy bien de sus padres, y que a la mañana siguiente fuera a la ciudad por víveres, y a buscar dinero al banco.

Después que César se fue, le dije a mis suegros que lo iba a extrañar mucho.

-Niña, -dijo mi suegro- César estará aquí dentro de dos semanas, mientras tanto puedes distraerte yendo a la playa, nuestra piscina está fantástica

-Así es, mañana iré a la ciudad a buscar dinero y aprovecharé para hacer compras, le pido por favor que me hagan un listado de todo lo que necesitan, también iré a alquilar algunas películas.

-Muy bien, ahora me iré a dormir la siesta ¿qué harás tú?

-Iré a la piscina a refrescarme un poco.

-Nos estamos viendo luego, dijo mi suegro y se fue por su siesta.

Fui a la piscina y me puse a nadar, y luego me puse a tomar sol, mientras mi cuerpo se iba dorando cada vez más, me puse a pensar en don Cosme, en todas las cosas que me hacía, cómo me lamía entera durante mucho rato, realmente estaba extrañando y necesitando sexo, moría por tragarme una polla o dos juntas, mis pensamientos hicieron que mi vagina se humedeciera.

Miré hacia los costados, no había nada, solo silencio, comencé a tocarme sola, necesitaba sexo urgente, tenía que desahogarme y sacarme esa calentura de alguna manera, mis dedos se fueron metiendo dentro de mi vagina, me acariciaba mi clítoris sediento por una lengua como la de don Cosme, me lo rozaba con la yema de mi dedo, iba rodeándolo, y comencé a tocarme cada vez más rápido, clavé los talones en el piso, elevé mis caderas, mi orgasmo ya llegaba y no pude contenerme más.

-Ahhh!!!, -salió un suspiro suave, cuidando de que nadie me escuchara pues había mucho silencio.

Me incorporé un poco, y detrás de uno de los árboles del jardín, vi una silueta que se movía.

-Dios!! Quién será?, seguro que vió que me estaba masturbando!.

Me acerqué hasta el árbol, ya no había nadie, pero yo estaba segura que alguien me había estado espiando.

Miré hacia los costados, no se veía ni escuchaba nada, fui bordeando los árboles, a medida que iba caminando por allí, más me alejaba de la casa.

Yo había sido muy imprudente al masturbarme allí, al costado de la piscina, las únicas personas que estaban en la casona eran mis suegros durmiendo la siesta, a no ser que

Fui internándome entre los árboles, el césped no era muy alto, así que mis pisadas eran amortiguadas, caminé unos metros más, allí empezaba la zona de las rocas, que se iban elevando a medida que avanzaba.

Me fui acercando a las rocas, me puse en puntas de pie, y espié que es lo que había por el otro lado.

Allí encontré a un hombre masturbándose, seguro que era el que estaba espiándome mientras me masturbaba.

Al ver que yo me asomaba por entre las rocas, me mostró su pene, y empezó a masturbarse pomposamente, se puso bien frente mío, y me lo ofreció con un gesto obsceno.

-¿Te gusta perra?-Me gritó.

Yo no atiné a nada, me di vuelta y salí corriendo para la casona, a los pocos metros, sentí que cuando pasaba me tomaban de los tobillos, y me rodé boca abajo sobre el césped.

Era el casero, él conocía el lugar muy bien, mientras yo volvía a la casona por arriba, el corrió en diagonal por la zona de las rocas y me esperó, y me tiró al piso.

Estaba acostada boca abajo sobre el césped, el casero se subió arriba mío, se sentó sobre mi trasero, y me tomó de las muñecas y me llevó los brazos hacia atrás.

-Por favor, me está haciendo mal, voy a gritar desgraciado, ¿qué se piensa?.

-Grita todo lo que quieras, perra, nadie te escuchará, el ruido del mar te tapará, puedes gritar cien años seguidos, nadie te escuchará, mucho menos el viejo y la vieja que están durmiendo su siesta, conozco la rutina de la casa, y tengo como dos horas para hacerte lo que te gusta, y bien que te gusta, cerda, a mi no me engañas.

Realmente era un tipo desagradable, de unos cincuenta y cinco años, con el cabello entrecano muy largo, graso y desprolijo, le faltaba un diente, y, su sonrisa era perversa.

-¿Te piensas que no te ví como te tocabas, puerca?. A mi no me engañas con esos aires de vampiresa que tienes, a ti te gusta mucho la polla, y yo te la daré, la quieras o no, te la tragarás todas las veces que yo quiera, cuándo y dónde quiera.

Seguía sentado sobre mi trasero, me dolían los brazos de cómo me los apretaba, apoyó su tremenda polla entre mis nalgas, me la refregó, con una mano se la sacó afuera del pantalón y me la restregó por toda la espalda.

-De ti depende, pero que te la tragas te la tragas. Verás que rico lo que te espera.

Sentado sobre mi trasero, se reclinó y sacó su larga y babosa lengua y comenzó a lamerme los hombros, toda la espalda, tiró de los breteles de mi bikini y me lo arrancó, con la parte de delante de la bikini, me ató las manos, dejándome totalmente indefensa.

Me puso de frente, restregó toda su polla por mi cara.

-¿Te gusta?, te la quieres comer puta?

Me la fregó por la frente, mientras se movía sus cojones golpeaban en mis ojos, y siguió pasándome su verga larga y dura por toda la cara, acercó su boca a la mía, intentó besarme, y yo di vuelta la cara.

-Perra, si te portas bien, será peor para ti, porque te voy a coger y mucho.

Fue bajando su lengua, hasta mis pezones, comenzó a lamerlos, y con una mano corrió hacia un costado la pequeña braga de mi bikini, me metió un dedo, y luego otro, con un movimiento envolvente sacudió mi clítoris, lo masajeaba intensamente, mientras tanto su lengua siniestra seguía apaleando mis pezones.

Sentí que una corriente eléctrica invadía mi cuerpo, mi vagina húmeda empezaba a delatarme que me estaba gustando el juego de su lengua y sus dedos, logró que me relajara y empezara a disfrutar de sus caricias, aunque yo no quería demostrarle que estaba empezando a gozar con sus caricias.

Al verme más floja, me quitó la bikini, y me empezó a besar la entrepierna, con la punta de su lengua rozó muy suavemente mi botoncito, instintivamente abrí mis piernas para recibir una mamada de vagina excepcional, su lengua tórrida, se movía con una rapidez exquisita que en pocos segundos logró que me corriera.

Pero no se conformó con eso, se quitó el pantalón y el calzoncillo mugroso que llevaba, acomodó su verga que ya no despreciaba, y me la fui tragando de a poco, le pedí que me soltara las manos, me sentó sobre el césped, él se paró, y me metió todo su aparato en la boca, mientras se la chupaba, fue aflojando el nudo de mis muñecas, cuando quedé suelta, tomé su hermosa herramienta con ambas manos, y comencé a masturbarlo, mientras le besaba los huevos, y el ano, el casero jadeaba…me insultaba:

-Puta, no me equivoqué, eres una verdadera ramera encubierta.

Más me insultaba, más me excitaba

Le pedía la polla, que me la diera que hacía mucho no veía una así que la quería en todas partes.

-Te voy a encular, cerda.

Me tumbó boca arriba, y me penetró apenas, tomó mis piernas y se las acomodó en sus hombros, empujó con fuerza, y recibí su rabo, largo, grueso y estático hasta el final, se movía como un atleta, sus bolas golpeaban con fuerza contra mi vagina, me corrí nuevamente.

Sacó su polla y me la puso en la boca, comenzó a follarme por la boca, yo estaba casi atragantada por el grosor que tenía, cuando notó que se corría, la sacó y regó toda mi cara con su abundante semen espeso.

Su leche caía por mis ojos, y él se encargó de esparcirla por toda mi cara.y cabellos.

Juntó un poco de su semen con su dedo índice, sus uñas estaban negras de mugre y me lo hizo chupar, le encantaba humillarme, por ser una puta amante de las pollas.

Me alcanzó la bikini y me dijo que fuera hasta el mar y me diera un baño, porque mi aspecto era deplorable, que tenía la cara de una puta de las más perversas.

Hice lo que me dijo y en silencio volví a la casona, mis suegros por suerte aún estaban durmiendo la siesta, subí a mi habitación y me dí un baño refrescante, me acosté y me dormí, me desperté justo para cenar.

Después de la cena vimos una película mis suegros y yo en la sala, a medianoche ellos se fueron a dormir, y yo me quedé mirando televisión.

Los viejos tomaban pastillas para dormir, así que me quedé esperando un rato hasta que se durmieran, y decidí ir a dar una vuelta alrededor de la casona.

Era una típica noche de verano, el cielo estaba lleno de estrellas, una luna llena iluminaba mi camino, mi intención era encontrarlo nuevamente al casero, me había dado una follada maravillosa, y yo estaba sedienta de polla, deseosa de ser empalmada por un macho como él.

Me despertaba una libido increíble ese mugroso ser, pero cogía como los dioses, desde su casa el podía ver todos mis movimientos, quizás si estaba despierto, me veía salir y me seguía.

Había recorrido unos pocos metros cuando el casero se apareció por detrás de mí. Dándome un soberano golpe en las nalgas, me dijo:

-¿Estás buscando polla puerca?

Me sobresalté, pero no contesté. Lo miré impávida a los ojos, sin entender ni siquiera yo que era lo que me atraía de tan desagradable persona.

Me tomó entre sus brazos, me alzó y me llevó a la parte de atrás de la casa, justo debajo de la ventana del dormitorio donde estaban durmiendo mis suegros.

La ventana estaba abierta, la suave brisa corría y movía las cortinas, la luz del baño estaba encendida como todas las noches, mis suegros la dejaban prendida por si se levantaban en la noche, no estuviera todo oscuro.

Me asomé por la ventana y pude divisar a los viejos que dormían plácidamente.

El casero se sentó en el marco de la ventana, y sin ningún reparo sacó su pene por fuera del pantalón, comenzó a acariciarlo, poco a poco fue aumentando su volumen, me lo ofreció y con una sonrisa nefasta me dijo:

-Toma y chupa, esto es tu perdición, cerda.

-No aquí no, es peligroso.

Me tomó fuerte de un brazo y me obligó a arrodillarme entre sus piernas.

-Lo digo por última vez, chupa tu perdición, cerda, ya!

Sus dos manos tomaron fuertemente mi cabeza, y me hizo reclinar, me puse de rodillas entre sus piernas, y tomé su hermoso instrumento y lo llevé a mi boca deseosa de tenerlo adentro.

Pensé que le iba a pegar una mamada descomunal, me lo iba a deglutir entero, no se que pasaba conmigo que este energúmeno me hacía calentar tanto.

Abrí mi boca descomunalmente, y llevé ese pene duro, estático y erecto hasta mi garganta, lo saqué, lo lamí por afuera, lo tomé con ambas manos y comencé a masturbarlo, mientras corría mi cabeza hasta llegar a sus cojones, los cuales chupé sin pudor, ni recato, le lamí hasta los pelos, volví a su polla, con los labios húmedos le apretaba suavemente el glande, se lo bordeaba con mi lengua.

El casero me tomó fuertemente de los cabellos, y retiró mi cabeza, porque ya me largaba su lechita, se levantó, me quitó de un tirón el vestido y me sentó ahora a mí en el marco de la ventana.

-¡Cerda, ¡qué la chupas rico!. ¡Ahora verás el cielo, puerca.

Me sacó las bragas, abrió mis piernas y comenzó a lengüetearme la vagina, que ya para ese momento estaba muy húmeda, me lamía el clítoris sin cesar, me mordí la palma de una mano, para que mis gemidos no despertaran a los viejos, tuve una corrida, y otra, mis piernas enroscadas en su cuello, y su lengua haciendo vericuetos en mi rajita ya inundada de jugos y saliva.

Apenas terminé se puso en pié. Me dio vuelta, quedé dándole la espalda.

-Ahora te voy a culear bonito, me voy a comer ese trasero, hoy me quedé con ganas de cogerte ese culo tremendo que tienes, cerda…, puerca…, y te lo voy a regar de leche,

Me puso de frente, me penetró de un solo envión, se quedó quieto un segundo, me quitó el corpiño, lamió mis senos, mordió y pellizcó mis pezones, su verga se desplazaba plácidamente por mi vagina lubricada, entraba y salía, su polla tocaba las paredes de mi chonchita y me hacía saltar ante tamaña delicia, me corrí una y otra vez. Buscaba su boca, lo besaba largamente, nuestras lenguas se refregaban, se enroscaban, y entre sus labios abiertos ahogaba mis corridas lo más silenciosa que podía.

Me hizo poner de pie, de espalda, apoyando mis brazos en el marco de la ventana, me tomó de las caderas y me dijo que me iba a romper el culo en mil pedazos.

Saqué mi trasero hacia fuera, el casero se agachó y empezó a besarme el ano, su lengua lujuriosa iba desde el agujerito, hasta mi clítoris, iba y volvía, incansablemente, abrió con sus toscas manos mis nalgas, me fue dilatando con sus dedos amarillos de nicotina, de a poco, fue introduciendo un dedo, luego otro, yo sacaba mi trasero para atrás cada vez más, intentó penetrarme la primera vez y falló, volvió a intentarlo, hasta que al fin pudo introducir los primeros cinco centímetros, se quedó quieto por unos instantes, luego de un solo empellón la clavó hasta el final.

Y ahí estaba yo, la nuera virginal enculada por el casero casi en las propias narices de mis suegros.

Me voltee hacia delante, la mitad de mi cuerpo estaba dentro de la habitación de mis suegros, y la otra mitad fuera de la ventana, penetrada, cogida y follada por el culo, por el casero. Era la peor herejía que podía hacerle a la familia de mi esposo.

Pero en ese momento no me importaba nada, solo quería que este hombre, feo, sucio y que le faltaba un diente me diera polla, como me la estaba dando, hasta hacerme perder el sentido, corridas tras corridas, lo hacía con sus dedos, su lengua y su polla que era una maravilla, las sensaciones que me hacía sentir.

Sentí un fuerte chorro caliente dentro de mi ano, retiró su pene, me dio vuelta y quiso que se lo limpiara, me agaché y dejé su polla limpita, lustrosa, él se agachó, metió su dedo índice en mi ano, juntó leche y me obligó a chuparle el dedo, lo hizo las veces necesarias hasta que no quedó más nada. Se levantó los pantalones y desapareció en la oscuridad.

Yo me fui a descansar, satisfecha de la follada que había recibido, mi último pensamiento fue que no sabía como se llamaba el casero, pero qué bien me follaba.

A la mañana cuando me levanté, después de darme un buen baño, recordando cómo, cuánto y qué bien me había follado el casero, fui a la cocina, encontré a mis suegros desayunando.

-Hola querida, me saludaron ambos, con una sonrisa, felices de tener a u nuera en la mesa.

-Hoy irás a la ciudad, ¿verdad?, aquí está la lista de lo que tienes que comprar.

-Si, cuando termine de desayunar iré a hacer esas compras.

-Pero no irás sola, irás con José, para que te ayude y te cuide.

-¿Quién es José?, pregunté.

-José, se llama el casero. Y es la persona que más confianza le puedas tener