Me gusta exhibirme 4 y el sexo con mi primo.

Soy feliz exhibiendo mi cuerpo y haciendo la puta. Creo que me viene de familia. Ya que invertían su tiempo en ponerme cachonda les encajoné en un rincón y me abrí la camisa pidiéndoles que me chuparan los pezones.

Me gusta exhibirme 4 y el sexo con mi primo.

por Daniela Besabien

Nos detuvimos en el centro comercial para aprovisionar la despensa. Al entrar al centro mi primo Alberto sugirió comer en la cafetería primero. Genial porque tenía hambre después de tantos orgasmos. Me entretuve moviendo revistas del quiosco mientras mi primo se instalaba en una mesa. Compré varias publicaciones y me uní a él.

-Me gusta que hayas escogido una mesa en la cristalera. Se ve todo el aparcamiento y la entrada al centro comercial – le dije mientras separaba las piernas para que la pareja que se acercaban con el carro por la acera me vieran. A ella no le hizo gracia.

-Ya empiezas Daniela. Pensaba que tenías hambre.

Es un self service y nos levantamos para pasar con la bandeja recogiendo platos. Alberto me adelantó y me quedé esperando a que vinieran a servirme algo que parecía pavo con salsa. Mientras esperaba desabroché todos los botones de la camisa menos uno, el correspondiente al ombligo.

Cuando apareció el señor que tenía que servir me abalancé hacia delante para que se abriera la camisa y mostrarle los pechos. El hombre quedó inmóvil y le pedí perdón recomponiendo la tela. Me puso un filete y dijo.

-Podríamos empezar de nuevo.

-Picarón, picarón. ¿Y me pondrás doble de salsa?

Desabroché el único botón y abrí la camisa de par en par aguantando así hasta que salió un señor que parecía el encargado.

-Entra que ya sigo yo- le dijo.

Cerré la camisa y me reuní con mi primo Alberto

  • ¿Veo te has divertido?

Mientras comíamos Alberto comentó que se tenía que ver con Norberto y Margarita, l0s duques que conocía de las orgías de la discoteca. Me hizo ilusión escuchar sus nombres. Nos teníamos aprecio.

Alberto me miró y dijo alterado – ¡No. No. Yno! Ni se te ocurra.

Del carro me ocupé yo. Él iba unos pasos por delante en la larga y empinada cinta transportadora en la que el carro no resbala para acceder al primer piso. Se giró para decirme que iba directo a coger las hamacas. Los dos turistas que tenia detrás se alejaron unos metros para verme mejor las piernas. No les defraudé, me apoyé en el carro y con sólo tirar de la camisa al frente subía dejando mis nalgas al descubierto. No me los quité de encima. Cada vez que me agachaba para coger algún producto tiraba de la camisa para enseñar el culo.

En la zona de perfumería esperé a tenerlos cerca para quitarme el tanga y lanzárselo. Lo olisquearon poniendo los ojos en blanco.

Desde aquel momento los productos que cogía de los estantes estaban o muy bajos, con lo que me agachaba abriendo totalmente las piernas cara a ellos y manteniendo la postura mientras leía las etiquetas o estaban muy altos por lo que la camisa subía para que apareciera mi trasero.

Soy feliz exhibiendo mi cuerpo y haciendo la puta. Creo que me viene de familia.

Ya que invertían su tiempo en ponerme cachonda les encajoné en un rincón y me abrí la camisa pidiéndoles que me chuparan los pezones. Uno en cada teta me pusieron a mil. Les toque el paquete hasta ponérselas duras a reventar. Tenía ganas de chupárselas. Comencé a bajarles la cremallera cuando llegó mi primo Alberto.

-Daniela ¡tú estás enferma!

Los turistas desaparecieron y yo me abroché la camisa.

-Vamos a casa y te das una ducha fría- dijo Alberto sin saber que antes de colocar la compra me lo follaría.

Descargamos el coche y dejamos las cosas en la mesa de la cocina. Necesitaba una ducha y mi primo también.

-Te espero en la ducha grande – dijo mientras subía las escaleras.

Me quité la camisa para ponerla a lavar y desde la ventana de la cocina vi a todos los vecinos en familia tomando el sol de las dieciséis horas. -Guiris- me dije.

Mi primo Alberto ya estaba bajo la lluvia de la ducha. Me puse detrás de el para acariciarle el pecho y bajar lentamente hasta encontrar su crecida verga.

-Has tardado-

-Me he reído un poco con los ingleses. Estás en fila tumbados al sol-

-¿A estas horas?

Me puso gel en las manos para que siguiera acariciándole. Él lo hizo también pasando entre las caderas. Dejó caer la cabeza a un lado para que le besara. Nos frotamos todo el cuerpo sin esponja y a conciencia. Yo deseaba que me la metiera y se lo dije. Siguió acariciándome el clítoris un rato más hasta que por fin me la introdujo de un solo golpe.

Apoyada con los brazos extendidos y las piernas separadas mientras la lluvia me caía por la espalda él me tenía agarrada por las caderas y me manejaba a su antojo. Entraba y salía. Cambiaba de ritmo y de dibujo. Ahora rotación, ahora vaivén, ahora cambio y me la pone por el culo que tampoco le costó.

Noté que quería correrse y me separé agachándome para que terminara en mi boca. Al moverme creí ver por la ventana a alguien en la casa de al lado. Creo que es un dormitorio pequeño. Me centré en la enorme polla de mi primo. Tiene el capullo casi redondo y está operado de fimosis. Los huevos le cuelgan bastante. Creo que si tienen la polla enorme los huevos los tienen encogidos. No sé. La tiene gruesa y con un par de venas que se hinchan. Me encanta recorrer esas venas con la punta de la lengua. He probado mil veces pero los dos huevos a la vez no me caben en la boca. Se los como por separado metiéndole dedos en el culo. Le encanta. También le pongo mis plung.

Por sus jadeos supe que iba a descargar y me separé unos dos palmos sin dejar de pajearle. Como por instinto miré de nuevo por la ventana y ahora sí reconocí a la chica que tomaba el sol. Ella supo que la miraba y no se movió ni cuando la leche salió a presión y me llenó la cara. Giré la cabeza para comprobar si seguía allí y no se había movido. Aproveché para enseñarle como se come una buena polla cuando aún le cuelga leche por el capullo. Moví a mi primo para que la vecina tuviera mejor ángulo de visión. Creo que fue la comida más larga que le he hecho a mi primo. Poco a poco se le fue poniendo otra vez dura y seguí chupando y pajeando con las dos manos hasta que rato después volvió a correrse, esta vez dentro de mi boca. Luego, para que la vecina mirona disfrutara de nosotros, jugué con la leche que me quedaba en la boca sacando y metiendo hilos de lefa.

Nos volvimos a enjabonar y bajo la lluvia de la ducha nos repusimos. Ella seguía mirando.

Colocamos la compra y aprovechando la sombra del porche decidimos instalar las dos hamacas. Una individual y la otra doble o de matrimonio. Mi primo taladro en mano se subió a la escalera que yo graciosamente sujetaba para que no bailase.

La vecina se había incorporado a la fila de bronceado. Ahora la podía ver bien. Estaba muy buena. De mi edad más o menos. Pelo bastante corto, negro, buenos pechos, unos cincuenta y cinco kilos, metro sesenta y tantos y piel rosada casi roja típica de inglés en Menorca. A los chicos no les veía bien. La madre de unos casi cincuenta parecía mantenerse. El hombre pasaba desapercibido.

Alberto se puso un bañador de natación rojo con dos franjas blancas en los laterales marcando su enorme polla atravesada. Desde debajo de la escalera era una gozada verle el culo y ladeándome un poco le veía el bulto.

-Daniela, cariño. Pásame un extremo de la cuerda.

Al entregarle lo que me pedía me vio desnuda y tambaleó la escalera.

-¿Es que vas a estar en pelotas todo el santo día?

-Pues claro. Tu ya sabes como soy. Antes te gustaba ¿que te pasa ahora? Te estás haciendo mayor, Alberto.

Al oír el tono de la conversación la fila del solárium se alzó para comprobar que eran aquellas voces. Saludamos los dos a la vez y seguimos instalando las hamacas.

Las probamos y nos quedamos dormidos en la de matrimonio.

Me desperté abrazada a mi primo. Le besé la mejilla y le dije cosas tiernas al oído. Se despertó y bajamos de allí arriba partiéndonos la caja de las risas. Al final bajamos sin consecuencias.

No tardamos en preparar algo para cenar. La intención era bajar luego a la zona del pequeño puerto de pescadoras donde está el único bar del pueblo y alargar la noche. Es entonces cuando me acuerdo del abuelo – Esta casa es para venir a desconectar-

Desconectar y aburrirse si no follas.

Desde la casa hasta el bar son cinco minutos de bajada por la calle de la urbanización. Al entrar al local oímos el primer sonido desde que Alberto dejó el taladro. Las habaneras típicas de la isla sonaban por lo bajo en un viejo tocadiscos de vinilos. Eramos los únicos clientes y nos sentamos en una de las tres mesas del local. Gin y unos cacahuetes para provocar más sed.

Le comenté a mi primo que el lunes por la tarde vendrían unos conocidos a merendar. Él llegaría a media tarde porque tenía trabajo.

-Ahora entiendo la cantidad de comida y bebida que compraste. ¿Te pasarás el día preparando la merienda?

-Cuando comience a calentar el sol me pondré a preparar los canapés y demás – respondí.

La puerta del bar se abrió y aparecieron los vecinos. Ya eran conocidos del local. El hombre se quedó en la barra hablando con el dueño y la señora y los hijos tomaron asiento en la mesa contigua a la nuestra. Nos saludamos amablemente y los niños que no eran tan niños, unos dieciocho les puse, me miraban tímidamente. La chica no apartaba la mirada cuando se cruzaba con la mía. Decidí presentarme. Me incorporé hacia ellos y levanté la mano pronunciando mi nombre ellos respondieron con el suyo. La vecina mirona que estaba sentada en frente y al lado de mi primo dijo llamarse Lisa. Antes que le hiciéramos el comentario aclaró...

-Sí. Como la niña de Los Simpson.

Nos reímos y me dio paso a entablar conversación con ella. No hablaban español.

-Alberto, deja que Lisa se siente en tu lugar. Tenemos que hablar de cosas de chicas- ja ja ja.

Mi primo rompió el hielo con los chicos y la señora al ver que tenía a los polluelos entretenidos se unió a la conversación de la barra.

Lisa me comentó lo aburrida que es la zona. Playa y sol en la terraza es lo único que se puede hacer en doce kilómetros.

-Si te aburres ven a casa. Mi primo se irá a trabajar cada día y yo estaré sola.

-Podemos bajar a la playa para que no fisgoneen mis viejos- dijo.

-Y los niños, que a mí no me importa pero ya les he pillado espiándome- comenté mirándole a los ojos

-Es que... como vas desnuda todo el día...

-Ya. Tienes razón. Son costumbres. No me molesta que me vean desnuda. Ya se acostumbrarán – dije para tranquilizarla.

-Mañana si te apetece paso a desayunar y traigo un kake. Me encanta la cocina- dijo con cara de expectación.

Me alegró un montón oír aquellas palabras pero quise ir un paso más allá y le dije

-Ya sabes que en casa vamos desnudos... y hasta nos duchamos juntos. Esto último lo pronuncié escrutando su reacción.

  • Tu sabes que también lo se- contestó haciéndome saber que las dos nos vimos por la ventana.

-Me dais mucho morbo- respondió– y tu primo está muy bueno -añadió mordiéndose el labio inferior .

Y tan bueno. Con su metro noventa y sus músculos. Parece un marine americano. El pelo corto, rubio y su polla inmensa.

Cuando pronunció la palabra “morbo” y mi cabeza la unió con “Me encanta la cocina”

Le comenté que el lunes daba una pequeña fiesta, que estaba invitada y si me podía ayudar con el tema de la cocina.

-¿Desnuda o vestidas? Preguntó

-Vaya preguntas me haces. Con la gente que viene nos conocimos ya desnudos.

Luego recordó que el lunes salían a dar la vuelta a la isla en un catamarán y no regresaban hasta el martes por la noche.

Tracé el plan perfecto.

-Mañana vamos a la playa y por la noche finges no encontrarte bien. Un golpe de calor es muy frecuente entre los turistas. Dices que te quedas en casa y que ellos vayan a la excursión. Si quieres di que yo no tengo nada que hacer y vendré a cuidarte- A mentiras nadie me gana.

-La verdad es que puede funcionar – dijo- mis padres son muy tacaños y la excursión está pagada hace un mes y no se puede cancelar... Buen plan. Seguro que funciona.

Un beso de tu Daniela.