Me gusta exhibirme 3 y el sexo con mi primo.

La lengua de mi primo se movía por el trozo que abarcaba lamiendo desde el agujero del culo hasta el clítoris. Yo movía las caderas de delante a atrás y luego hacía una rotación circular. No tardé en lanzarle una descarga.

por Daniela Besabien.

Llegamos a la isla a las veinte horas. El coche de alquiler esperaba en el aparcamiento. De camino a la casa alabó el vestido que llevaba en el viaje.

-Un poco tarde ¿no? En media hora lo habré colgado en una percha.

Era cierto. Gustaba mucho aquel vestido verde claro con un escote de vértigo sostenido por dos tirantes. En el centro se abotonaba con bastante separación entre botones. Al sentarme se veía el tanga por la abertura entre botones. Me llegaba justo por encima de la rodilla pero la gracia era desabotonar los de abajo y los de arriba según las necesidades de mi libido.

El pasajero del asiento del otro lado del pasillo no paró de mirarme las piernas hasta que dejó de hacerlo y se centró en la caída del tirante, que casualmente era el que le quedaba más cerca. Lo frené a medio pecho dejándole ver un pedacito de mi areola. Esperé unos largos segundos y descubrí el pecho entero. Se arrellanó en el asiento y disimulo al aproximarse la azafata quien al verme el pecho fuera del vestido me preguntó si tenía algún problema. Cuando paseé mi lengua por el labio superior se percató del problema.

-¿Estarán los vecinos... ? Rigau, se llaman, ¿verdad? – Pregunté.

-Hace varios años que alquilan la casa por agencia los meses de verano. Ellos aprovechan para viajar – dijo mi primo Alberto.

Mejor, pensé, porque son dos viejos carcas.

La casa era como la recordaba. Escaleras frente a la entrada que suben al piso de las cuatro habitaciones, dos baños con duchas enormes y a la gran terraza, el mejor mirador de la bahía de Es Grau, que hace las veces de porche al jardín.

En el piso inferior una gran sala con la cocina abierta y un baño completo. Salida directa al jardín y al fondo una pequeña piscina alargada en la que es imposible dar seis brazadas.

-Es para remojarte, Daniela. Si quieres nadar, allí tienes todo un mar para ti - Aún oigo decir estas palabras al abuelo.

La casa del abuelo y la de los Rigau están separadas por un abandonada hilera de setos bajos más muertos que vivos. La intimidad no se conocía hacía años.

Colocamos el equipaje en los armarios, me di una ducha y bajé al salón. Alberto estaba hablando desde del gran ventanal de la cocina con el hombre que alquiló la casa de los Rigau aquellos días. Me dirigí a la nevera, puse cuatro cosas que traje de casa y me coloqué junto a mi primo para saludar al vecino educadamente. Hablaban en inglés. La nostalgia de las colonias siempre presente en la mentalidad inglesa.

-Es mi prima Daniela – comenzó diciendo – un hogar sin una mujer no es un hogar.

Mi primo me pasó la mano por la cintura atrayéndome a él a modo de afirmación y complicidad cuando reparó en que estaba totalmente desnuda. Me solté de su mano y salí al jardín para respirar el aire puro de la isla. El inglés seguía mirándome desde su maltrecho jardín mientras parecía continuar la conversación con mi primo.

Minutos más tarde Alberto me cogió por los hombros desde detrás – Eres una calienta pollas.

-Se tendrá que acostumbrar. Sabes que yo siempre voy desnuda, si el tiempo lo permite. Y tú no me vayas de estrecho que eres más golfo que yo.

-Pues se pondrán las botas- dijo soltando una carcajada.

-¿Y ese plural?

-Son un matrimonio con sus tres hijos. Dos chicos gemelos y una chica.

-Pues los críos estarán crecidos porque el hombre parece un abuelo- añadí.

La luz de la cocina daba una penumbra enigmática a la terraza. Sentados en dos butacas de jardín Alberto lió dos cigarrillos con premio. Los encendió y al levantarse para entregarme uno se quitó la ropa que llevaba.

-Tienes razón, Daniela, se está mejor en pelotas.

Repasé la terraza con la mirada y le propuse comprar unas hamacas para colgarlas entre los árboles. Alberto asintió mientras exhalaba el humo del medio porro.

-Hay unas que son de dos plazas que van perfectas para enrollarse mientras se balancea.

-Se nota que han venido a limpiar la casa y el jardín – observé.

-Y la piscina que tanto odias- dijo riendo como un loco.

El olor a aire puro se enrareció con la fumada. Nos dio sueño y nos acostamos.

Sábado soleado y sin viento. Día perfecto para ir a la playa. Bajé para abrir todas las ventanas para que se ventilase la casa. Entraba el aire puro de Es Grao.

Al poco rato ya olía a café recién hecho y tostadas. Alberto bajó siguiendo el rastro de los aromas.

La mesa de la terraza ya parecía otra cosa con los platos y tazas del desayuno. La naranjada era de garrafa. Todo lo traje de mi casa.

-De regreso de la playa tenemos que comprar. Aquí no hay nada - le dije mirando de reojo la terraza del piso superior del vecino. Tres cabezas se escondían entre los aloe vera plantados en unas jardineras. No comenté nada porque igual a Alberto se le ocurría decir que nos vistiéramos.

Después de desayunar paseé por el jardín sabiéndome observada. Me agaché en diversas ocasiones, unas sin doblar las rodillas, otras quedando en cuclillas y las piernas abiertas para mostrarles todo mi esplendor con la escusa de arrancar florecillas del suelo.

Mi primo tomó rumbo a una de sus pequeñas y desconocidas playas. Dejamos el coche y andamos unos cinco minutos hasta llegar al paraíso de arenas blancas y aguas turquesas. No mide más de cincuenta metros de largo y la franja de arena unos quince de ancho. Desde lo alto se veía a dos chicas en uno de los extremos de la arena. Ocupamos el centro de la playa. Alberto ya me dijo que estaría un rato y se ausentaría porque tenía que ver a un constructor. Pasaría más tarde a recogerme.

Me quité la camisa blanca y el tanga negro. Mi primo que todo lo vé observó – a esta blusa le faltan botones. Te he estado viendo las tetas todo el trayecto -

-Mejor, así estarás más cachondo.

Nos tumbamos sobre los pareo y dejamos que el sol de la mañana nos calentara los cuerpos. Poco tardé en ir a refrescarme. Alberto me piropeó al ver como movía las caderas sobre la arena. Lo cierto es que me quemaba.

-Ese culo... cuando vuelva me lo como.

Y volví. Sin miramientos me puse de rodillas dejando mi coño justo en su boca.

-¿No quería mi culo?

( No te lo he dicho pero supongo que ya te lo imaginas. Playa desierta con dos enfermos sexuales sobra decir que estamos desnudos ).

Quedé de espaldas al mar para que su comida nos fuera más provechosa. La lengua de mi primo se movía por el trozo que abarcaba lamiendo desde el agujero del culo hasta el clítoris. Yo movía las caderas de delante a atrás y luego hacía una rotación circular. No tardé en lanzarle una descarga. Busque su polla pasando un brazo hacia detrás. Estaba enorme y dura. Me giré para ver si nos observaban las dos chicas del extremo. Afirmativo. Salí de encima de mi primo y me puse para hacernos un sesenta y nueve bien visible desde el extremo. Le comía la polla muy despacio con la lengua afuera y agarrándole los huevos por la base por lo que sobresalían bajo la inmensa polla. Las dos chicas se sentaron en las tollas y con las gafas de sol puestas encendieron dos cigarrillos. Era evidente que teníamos público. Mi primo no tenía ángulo y no sabía que eramos observados. Me desplacé hacia delante gateando hasta llegas a que dándole la espalda me introduje su polla. Subía y bajaba y me la quedaba un momento dentro para remover el culo – me encanta sentirla dentro y apretar mi vagina como si estrujara tu polla.

Ahora si le dije que nos observaban. Levantó ligeramente la cabeza y preguntó - ¿los dos que están haciendo snorkel?

Aguanté en aquella postura hasta que las rodillas me comenzaron a doler. ¿Quieres correrte en mi boca?

-¡Claro!

-Pues mientras te la como mira al otro extremo de la playa.

Tardé poco en notar que le venía la corrida y me la saqué de la boca para terminar pajeándole con la mano para que las dos chicas y los don submarinistas vieran como lanzaba un géiser de leche. Cuando termino de salir el líquido no muy espeso la volví a meter en la boca y seguí mamándola hasta que se puso blanda. Nos fuimos al agua y seguimos besándonos y limpiándonos el uno al otro.

Cuando se secó con el sol se vistió, me dio un largo y cálido beso y desapareció loma arriba.

Me tumbé de espaldas para broncearme y oí voces. Ladeé la cabeza y vi que los dos chicos del snorkel salieron del agua y se tumbaban a escasos tres metros de mí.

Acababa de follar pero estaba muy cachonda. El polvo con mi primo había sido como unos preliminares. Me di la vuelta para quedar boca arriba, aunque yo lo que quería era quedar tetas arriba. Funcionó.

(Mira que sois previsibles)

A los tres segundos me aparece una polla con un par de hermosos huevo con poco pelo a cada lado de mi cara. Miro a un lado y a otro y las dos me gustan. No me muevo y espero que se pronuncien.

-Disculpa – dice la polla de la derecha – venimos nadando y no llevamos tabaco. Te importaría invitarnos a un par de cigarrillos.

Se sentaron en la arena uno a cada lado mientras yo innecesariamente me puse de rodillas y de culo a ellos gateé sobre el pareo para rebuscar dentro de la bolsa. Me dí un par de cachetes en las nalga y las separé un par de veces simulando quitar arena pegada a la piel. Les dejé disfrutar de la vista un minuto y me senté con las piernas abiertas de par en par frente a ellos. Les entregué el paquete y el librillo de papel. Cada uno se lió el suyo y el que parecía mayor hizo uno para mí. Me lo entregó encendido.

-Lástima que no tengamos una piedra- dijo el joven.

-Una piedra no, pero... – volví a ponerme de rodillas y a estirarme de nuevo para sacar un termo de la bolsa. También me tomé mi tiempo. Me notaba mojada. Que sensación más placentera que me estén escrutando el coño sin un sólo pelo brillante y húmedo. Me coloqué de rodillas frente a ellos y levanté el termo.

-¿Qué tenemos aquí? Daré una sola pista y quien lo adivine dará dos tragos y me pondrá crema- Se había abierto la Caja de Pandora.

-Es la bebida típica de la isla- dije como pista sabiendo que ya era evidente. A la vez contestaron – ¡Gin!

Lo de llevar la ginebra en el termo es para que no se caliente. Obvio.

Le dimos buena cuenta mientras nos presentábamos y vi que sus pollas perdían fuelle.

-Chicos. Un trago más y a ponerme crema que ya parezco una gamba.

Ese fue el trago más largo que dieron. Me tumbé de espaldas y les dije – Como habéis contestado al mismo tiempo, la crema la ponéis a cuatro manos -. Las dos pollas se elevaron un par de centímetros de golpe.

El mayor tomó la iniciativa marcando territorio. Con el bronceador trazó una raya de lado a lado de mi cintura, roció las dos nalgas y entregó el bote a su colega que se situó frente mi cabeza. Cuando la levantaba para dar una calada al otro cigarrillo que liaron tenía su capullo frente mi boca. Él se dio cuenta y le creció un poco más.

Me puso algo de crema y comenzó a magrear la espalda sin presión.

Su amigo, con todo el descaro dijo – Qué buena que estás Daniela – me separó las piernas casi de par en par para meterse de rodillas entre ellas. Sabía tocar las nalgas. Daba apretones alternos y pasaba las manos haciendo círculos de diferentes tamaños. Luego cambió la boca de pecho para morderme con vicio. Comencé a gemir. Bajé mis manos para sacarle la polla y la acaricié. Era enorme y dura. Le ofrecí una palma de la mano para que escupiera y yo también escupí. Suspiró al sentir mi mano mojada con las salivas resbalando por su polla.

Me ponía cada vez más caliente sentir las cuatro manos sobándome. El que me apretaba las nalgas, que dijo llamarse David y comenzaba a pasar los dedos entre las nalgas. Le lancé una señal, que recogió, soltando un leve gemido. Volvió a entrar entre las nalgas pero ahora con intención. Llegó hasta el ano y se detuvo para ver si tenia permiso. Alcé las caderas y las removí para autorizar sus antojos. Debió lanzar crema porque al mover el dedo y presionar entró dentro de mi culo como una seda. La otra mano acariciaba mi vulva resbaladiza. Levanté la cabeza y vi la polla de Juan, que así se llamaba el otro, tiesa como un palo y saqué la lengua para darle lametazos al capullo. El se acercó más y bajó hasta que me la pude poner en la boca.

Ya tenía una mano dentro de la vagina que removía los dedos con frenesí. Era la ostia. Me encontró el punto y lo castigaba. Me corrí como una cerda y chupé la polla de Juan con más ganas que antes la de mi primo. David estaba entusiasmado de poder meter los cinco dedos dentro de mi coño y le dije que me follara el culo con los otros cinco. Levanté la cintura hasta poder quedar de rodillas con el culo subido. Los codos apoyados en el pareo dejaban mis tetas sueltas para que Juan me las destrozara.

Las dos chicas del extremo se acercaron caminando por la orilla cogidas de la mano hasta llegar frente a nosotros. Se sentaron donde rompe el agua y entre caricias y besos nos iban mirando. Eran hermosas. Las dos en diferente tono de rubio y el corte de pelo parecido. Dos cuerpos redonditos y bronceados con el pubis recortadito. Cuanto placer estaba recibiendo. Mi coño no paraba de soltar líquido y el culo perdía de todo. Noté que Juan se iba a correr y aceleré los movimientos de la mano hasta que me la puse en la boca sin dejar de pajearla. Buena corrida y buen sabor. El chico se retiró hacia atrás y siguió meneándosela. Me limpié las comisuras y me giré tetas arriba – Tu amigo Juan ya está fuera de combate de modo que te ha tocado a ti metérmela por donde quieras.

Se tumbó encima y me la metió en el coño encharcado. Cogía tal velocidad que el chapoteo parecía un bulldog bebiendo agua. Me corrí un montón de veces y él se corrió también pero siguió follándome sin que se le bajara. Las dos chicas se sentaron a nuestro lado y Juan les dio a beber unos tragos de Gin y se liaron unos cigarrillos. La más rubia me miraba a los ojos con deseo. Alargué la mano hasta tocarle la rodilla. Se acercó, arqueó el cuerpo hasta llegar a mi boca y me besó. Se llevó parte de la corrida de Juan que aún se estaba paseando por mis dientes. No pareció importarle.

Me besaba y acariciaba las tetas con una mano. La otra la puso entre el cuerpo de David y el mío para tocarnos a los dos a la vez. David no duró mucho y se corrió por segunda vez. Siguió embistiendo hasta que la rubia lo separó al tiempo que dejó de comerme la boca y bajó hasta mi coño para comenzar a chuparlo. Aquello estaba lleno de leche y de corridas mías pero no le importaba. Metía los dedos y la lengua dentro y me masturbaba para que saliera todo de dentro de mí. Era una cerda guarra que me estaba llevando al mejor orgasmo de la mañana. Le agarré la cabeza para que no dejara de meter la lengua por donde salían más jugos que los que ya se había tragado.

Entramos todos en el mar y nos salpicamos como críos. Sin demasiados disimulos nos limpiamos de fluidos y demás. Aprovechamos para presentarnos más formalmente. David bromeó diciendo – ahora que ya hemos follado ¿cómo os llamáis?- Risas y más salpicadas.

Ellas dijeron ser Laura y Sofía. Aún no se quien es cada cual pero me da igual.

Tuve la idea de invitarles a la casa de mi abuelo el lunes por la tarde. Dijeron estar de vacaciones y aceptaron. Pensé en preparar una merienda cena y follar un buen rato. Luego les anoté la dirección y les comenté que mi primo no tenía que enterarse. Sería una sorpresa. David y Juan se calzaron las aletas y se perdieron entre las rocas del extremo de la playa. Sofía y Laura volvieron a sus quehaceres en el otro extremo. Mi primo Alberto me envió un WhatsApp que decía que en treinta minutos me recogía en ella carretera. Miré el extremo de la playa y las chicas aún se estaban enrollando y yo tenía veinticinco minutos para compartirlas. Me acerqué y no hizo falta mediar palabra, Sofía se abrió de piernas invitando a mi boca que la degustara. Laura se acopló a mi vulva con sus labios llenándome de placer. Cuando sonó la alarma que instalé en el móvil nos soltamos y terminamos lo que quedaba en el termo.

-Te veo muy fatigada, Daniela – dijo mi primo al besarme.

-La playa cansa mucho.

Un beso de tu Daniela.