Me gusta dominar 7

Empieza un nuevo fin de semana con mis dos zorritas. Por fin Elsa acepta su rol de sumisa y ambas reciben el castigo que tenían pendiente.

Los días anteriores al sábado y aparte de trabajar, los dediqué a preparar bien todo. Llené la nevera de comida y bebida y compré material que me podía ser útil en mi garaje. Conseguí más lectura sobre la temática y aquí encontré alguna idea para poner en práctica, como por ejemplo la de preparar en la pared lo que llaman una equis con enganches para las manos y los pies en sus extremos para dejar el cuerpo de la persona atada haciendo esa forma. Además me hice con fruta de tamaño adecuado, unos pepinos y unos plátanos de buen tamaño, parecerá una cosa cutre, pero en el tiempo que sucedió esta historia, y por lo menos en la ciudad en que yo vivía, no había ningún sex-shop que me pudiese surtir del material necesario. A pesar de la excitación que me produjo preparar todo, aguanté sin hacerme ni una mísera paja.

Y llegó el sábado por la mañana. Me levanté temprano y me di una buena ducha. Me tomé mi café y no eran todavía las diez cuando sonó el timbre. Me asomé para ver quién era y vi a mi zorra rubia esperando a que le abriese. Me extrañó verla sola. Bajé a abrirle.

E- Hola, ya estoy aquí.

Entró en la casa con decisión. Le pregunté por Raquel y me dijo que no podía salir de casa hasta la una o dos, que tenía que ir con su madre no sé a dónde.

Y- Y por qué no esperaste para venir con ella?

E- Tú dijiste que cuanto antes viniésemos, mejor. Y yo quiero complacerte. Lo hablamos y me dijo que le parecía bien. No te ha gustado que venga yo sola?

Y- Esta bien, zorrita. Ve a tu habitación y prepárate. Desnuda con tacones. Ah! Y peinada y maquillada.

Subimos a la parte alta de la casa y ella fue directa a la habitación y yo me quedé en la cocina con mi café. Se había adelantado la hora de comenzar pero el hecho que viniese Elsa sola me permitiría avanzar un poco más con ella. Al rato escuché los tacones por el pasillo y la vi meterse en el baño. Cuando salió y me vio en la cocina entró con decisión.

E- Ya está.

Me quedé mirándola. Como ya he contado anteriormente, no es que fuese un bellezón, pero ahora mismo, viéndola desnuda con sus sandalias de tacón, con su lacia melenita rubia y un apreciable pero no exagerado maquillaje, estaba para comérsela. Lo que si aprecié por primera vez en ella era un brillo especial en sus ojos; hasta ahora su mirada estaba confundida por lo que estaba haciendo, pero hoy se le notaba decidida, con ganas. Decidí comprobarlo por mí mismo.

Y- Date la vuelta.

Giró sobre si misma dándome la espalda. Me fijé especialmente en sus nalgas. Sin duda, su culo era la parte de su anatomía más apetecible. Vale que sus grandes tetas también eran un buen bocado, pero su culo tenía poder de atracción sobre mí.

Y- Abre un poco las piernas y agáchate hacia adelante.

Al hacerlo, hizo que su trasero se convirtiese en casi perfecto. Estuve un rato mirándola, dejándola en aquella postura. Me acerqué a ella y comencé a pasar la mano suavemente desde sus nalgas hasta el cuello. Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo. Volví con mi mano en sentido inverso y al llegar otra vez a sus nalgas descargué un fuerte azote. No dijo nada, ni tan siquiera dejó escapar un sonido; creo que intuía lo que le iba a hacer y estaba preparada para recibir la palmada en su trasero. Acaricié la nalga recién golpeada y le solté otro azote con la misma fuerza que el anterior que tampoco recibió respuesta por su parte. Volví a mis caricias por la espalda.

Y- Bien, puta. Veo que vienes dispuesta. Te advierto que me dura el enfado por lo del otro día, pero te veo arrepentida y eso va a jugar en tu favor. No me vuelvas a defraudar porque no me queda mucha paciencia.

E- No lo haré, te lo juro.

Le hice una seña para que se levantase y volvió a colocarse erguida. Puse mi mano en su pecho derecho y me puse a jugar con él, palpándoselo, sopesándolo y dándole pequeños golpes de un lado a otro. Atrapé el pezón y se lo empecé a acariciar, suavemente. Cerró los ojos y yo apreté más fuerte, retorciéndoselo con ganas. Abrió la boca lanzando un quejido que ella misma intentó parar inmediatamente. Cogí el otro pezón y se los retorcí a unísono, girando mis muñecas todo lo que pude. El lamento ahora fue más ostensible. Los solté y pasé a lamerlos y a chuparlos. Sin dejar de hacerlo, bajé la mano hasta su coño y, como me esperaba, ya estaba bastante mojado. Comencé a masturbarla, frotándole la zona y masajeando circularmente su clítoris. Al estar de pie, sus piernas se doblaron ligeramente y sus gemidos empezaron a ser más que notables. Paré de comerle las tetas y le miré a los ojos sin dejar de trabajar con la mano.

Y- Ni se te ocurra correrte.

Su cuerpo se tensó de inmediato para evitar el placer. Yo seguía con una mano entre sus piernas y pasé la otra a su trasero. Busqué el agujero de su culo y lo encontré seco. Me ensalivé dos dedos y volví a la zona. Empecé con movimientos circulares y su cerrado esfínter comenzó a distenderse. Entonces metí mi dedo corazón en su coño y comencé a moverlo en su interior. Gimió más fuerte y yo acompañé ese gemido introduciéndole el otro “corazón” en su culo. Empecé a moverlos a la vez, follándome con ellos sus dos agujeros. Ella tenía los ojos cerrados e intentaba ahogar sus gemidos mordiéndose el labio. En esta postura mi boca estaba a la altura de su oído.

Y- No te corras.

Me miró suplicante, como diciendo no voy a poder. Moví con más ganas mis dedos y no pudo más. Se corrió gritando, pidiendo perdón una y otra vez. Me hacía gracia que estuviese sintiendo tanto placer y se estuviese disculpando por ello. Cuando sus espasmos fueron a menos, saqué mis dedos de su interior y como si hubiesen sido su apoyo, cayó de rodillas en el suelo de la cocina. Se repuso un poco y alzó su cara hacia mí.

E- Perdón, no pude aguantar, me estabas dando mucho placer.

Le miré enfadado. Así de rodillas, mirándome y suplicando mi perdón estaba más apetecible todavía. Tenía justo frente a su cara el bulto que formaba mi polla en el pantalón de deporte que llevaba puesto. La tenía a punto de reventar. Ella acercó su mano a mi entrepierna pero se la aparté.

Y- Te he dicho que me toques la polla?

La llevó a su espalda rápidamente y bajó la vista.

Y- Pon las dos manos a la espalda. Ya.

Lo hizo y yo me desnudé. Mi rabo se mostraba erguido y daba pequeños botes en el aire debido a la excitación. Empecé a pasárselo por la cara y a darle pequeños golpes en el rostro con mi miembro. Entre el roce y las primeras gotas que salían de mi capullo le estaba destrozando el maquillaje. Bajé un poco su cabeza para situarla a la altura adecuada y posé mi polla en sus labios, empujando. Abrió la boca y la recibió por entero. Agarré su cabeza con las dos manos y comencé a follarle la boca, con movimientos rápidos y violentos. Ella no hacía nada, sólo mantenía la boca lo más abierta posible para que mi falo entrase sin problemas. Me detuve para no correrme y volví a pasarle el miembro por la cara, repitiendo los golpes de polla que tanto me excitaban. La puse de nuevo en su boca y volví a la follada parando en ocasiones para dejársela lo más adentro posible. Ya no podía resistir más y acelerando mis movimientos me corrí en lo más profundo de su garganta, empujando más fuerte a cada borbotón que soltaba. Cuando la saqué de su boca ella empezó a toser y a tener pequeñas arcadas. Le permití que tomase un poco de aliento y le puse de nuevo la polla delante de su cara. Sumisamente empezó a lamerla y chuparla para dejarla limpia. Cuando acabó la aparté de mi.

Y- No te muevas, te vas a quedar ahí un rato, a pensar en lo que has hecho.

Me preparé otro café mientras la observaba. Estaba de rodillas y con las manos en la espalda y con la cara hecha un poema, con todo el maquillaje corrido por todo el rostro.

Y- Puedes sentarte en los talones.

Lo hizo rápidamente y así se quedó. Cogí mi café y me fui para el salón. Me puse a revisar unos papeles del trabajo. Como a los veinte minutos la oí desde la cocina.

E- Señor?

Y- Qué pasa?

E- Necesito ir al baño, por favor.

Y- Te jodes y te aguantas.

Pasó otra media hora, en la que yo entré a la cocina dos veces, sin hacerle caso, y seguí con lo mío.

E- Por favor, Señor.

Me levanté y me acerqué a la puerta de la cocina. Me miró con esa carita de súplica que tanto me excitaba.

Y- Vete, pero a cuatro patas.

No le gustó mucho la idea pero debía estar necesitada y se dirigió de esa forma al servicio. Al pasar a mi lado le solté un buen azote.

Y- Buena perra.

No le permití cerrar la puerta y me quedé mirando como orinaba. Se puso colorada por la vergüenza pero hizo sus necesidades bajo mi atenta mirada. Cuando estaba acabando de limpiarse me fui para el salón.

Y- Puedes venir, pero a cuatro patas.

Noté como entraba en la estancia arrastrándose por el suelo. Se quedó quieta a una distancia prudencial de mí, sin saber qué hacer.

Y- Vuelve a la posición de rodillas con las manos atrás.

Se colocó de nuevo en la posición. Desde mi punto de vista, ésta es la pose más sumisa. Yo seguí con mis papeles, mirándola de vez en cuando. Ella permanecía inmóvil, quizás unos pequeños movimientos para que sus rodillas no se quedaran agarrotadas. Me miraba constantemente esperando a que yo tomase alguna determinación con ella. Dejé de trabajar y guarde mis cosas. Me senté de nuevo y me quedé mirando para ella fijamente, durante un buen rato.

Y- Cómo estás?

E- Me duelen las rodillas. Del resto, bien.

Y- En algún momento te has arrepentido de venir?

E- No, para nada.

Y- Bien. Puedes levantarte.

Se incorporó y aprovechó para frotarse las rodillas para desentumecerlas un poco. Luego se quedó esperando nuevas instrucciones. Me levanté hacia ella.

Y- Si no hay ninguna indicación, una buena sumisa coloca sus brazos siempre a la espalda.

Llevó rápidamente las manos a la posición indicada.

Y- Otra excelente posición es la de las manos en la nuca y las piernas ligeramente abiertas. Hazlo.

Cambió de postura. Me gustaba más ésta. De esta manera, sus pechos se mostraban más en su esplendor y su coño quedaba más a mano.

Y- Me gustas más así. A partir de ahora cada vez que te presentes a mí o estés esperando órdenes, lo harás en esta posición. De acuerdo, zorra?

E- Sí, Señor.

Y- Y ahora, qué quiere hacer mi puta rubia?

E- Complacer a mi Señor.

Y- Y qué cree una zorra como tú que puede complacerme?

E- Usarme como quieras, hacer conmigo lo que desees y lo que te apetezca. Yo lo único que quiero es obedecer y así complacer a mi Señor.

Aquella parrafada no me la esperaba. Mi experiencia en el campo de la dominación no era mucha pero el avance con aquella sumisa era más que evidente. Pensé que, sin gustarme aplicar castigos físicos, a veces son necesarios; aquella hora de rodillas había hecho mella en mi sumisa rubia.

Y- Buena actitud, zorrita, buena actitud.

Quise premiar su disposición y le acaricié la mejilla. La vista se me fue a sus tetas. Se las agarré como jugando con ellas.

Y- De quién son estas tetas de zorra?

E- Tuyas, mi Señor.

Bajé la mano hasta su ya mojado coño y lo así con toda la mano.

Y- Y este coño de puta, de quién es?

E- Tuyo, mi Señor.

Su postura con las manos en la nuca y sobre todo sus palabras hicieron que mi polla se volviese a mostrar en todo su esplendor. La notaba tan entregada a mí que por un momento no sabía qué hacer con ella. No sabía si follarla, abofetearla; no sabía por dónde seguir. Me di la vuelta y encendí un cigarro para tranquilizarme. Empecé a fumar delante de ella y le solté el humo en toda la cara. Me fui para el sofá y me quedé contemplándola, sin decidir qué hacer.

Me levanté de un salto y fui a la habitación a coger un pañuelo de seda. Regresé al salón y se lo puse a modo de venda, anudándolo con fuerza. Pasé mi mano por delante de sus ojos para comprobar que no veía nada. Le cogí un brazo e hice que me siguiese. Despacio, para que no tropezase, fuimos bajando hasta el garaje. Encendí la luz y acerqué a Elsa a la pared donde había preparado la equis. Levanté su mano y le coloqué la muñequera haciendo lo mismo con la otra mano. Noté que su cuerpo temblaba tímidamente. Me agaché y enganché su tobillo a una de las correas inferiores y cuando llevé la otra pierna a la siguiente correa fue cuando abrí la boca, asustada.

E- Qué estás haciendo?

Me lo dijo muy suave, insegura por lo que pasaba. Puse un dedo en sus labios y me acerqué a su oído para decirle casi susurrando:

Y- Tranquila. No tengas miedo, sé qué hacer con una puta como tú.

Me aparté unos pasos hacia atrás para contemplar bien la imagen que me ofrecía. Era muy excitante. Había visto fotos y algún video de una mujer atada así, pero el poder disfrutar de la visión en directo era sublime. Volví hacia ella y comencé a rozarla con mi mano, sin casi tocarle. Pasé por sus costillas, por sus piernas, por encima de sus pechos, notando cómo se le erizaba el vello de sus brazos. Su respiración estaba ligeramente agitada, no sé si por la excitación del momento o puede que por el temor que sentía al sentirse así. Palpé directamente su sexo para salir de dudas y no las disipé del todo puesto que a pesar de la humedad que desprendía, ésta no era toda la que yo imaginaba. Se lo acaricié más directamente, buscando excitarla y cuando noté que iba por buen camino, le introduje un dedo. Un gemido me hizo saber que iba bien. Seguí dándole con el dedo mientras busqué con mi boca un pezón; se lo chupé y mamé. Estaba duro como una piedra. Cuando sus gemidos eran más continuos se lo mordí con ganas, haciéndole daño, sobre todo por el grito que pegó. Me separé de ella.

Y- No tienes permiso para correrte, zorra.

Le cogí el dañado pezón y se lo acaricié suavemente. Ella dio un respingo ante este contacto, seguramente por lo dolorido que lo tenía. Volví a palparle el coño y ahora sí que estaba mojado. Fui a por la caja donde tenía la fruta que había comprado y cogí un pepino, no el más grande pero bastante grueso y le puse un preservativo. Se lo acerqué a la entrada de la vagina abriendo sus labios pero sin metérselo. Al sentir este contacto ella pegó un saltito. Volví a acercarme a su oreja.

Y- Qué eres?

E- Tu puta.

Y- Y qué quiere mi puta ahora mismo?

E- Complacerte y que hagas conmigo lo que quieras.

Al oír sus palabras le metí todo el pepino en el coño, de un golpe. Emitió un gemido largo y sonoro. Tiré del extremo del condón y fui sacándoselo despacio metiéndoselo otra vez de golpe cuando estaba casi fuera. Le agarré la barbilla con fuerza.

Y- Te gusta, zorra?

E- Sííí.

Al estar de pie, el pepino comenzó a salirse del coño así que lo volví a empujar para dentro y coloque mi mano como barrera para que no saliese, moviendo mi mano para que ella lo sintiese más.

Estábamos en estas cuando sonó el timbre de la calle. Puse un dedo en su boca indicándole que no hiciese ruido. Apagué la luz del garaje y fui a ver quién era. Por la mirilla comprobé que era Raquel. Le abrí desnudo como estaba y ella entró rápido. Al cerrar la puerta se volvió hacia mí y sus ojos se posaron en mi erecta polla.

R- Perdona pero no pude venir antes, mi madre quiso que fuera con….

Puse un dedo en su boca para que callase. Coloqué mi mano en su hombro y presioné hacia abajo para que se agachase. Entendió lo que quería y se metió el rabo en la boca, empezando a comérmela con ganas. Yo no quería correrme así que se la saqué y le indiqué que subiese. Ya arriba me miró como preguntándome qué hago.

Y- Cámbiate. Desnuda y con tacones. No te maquilles sólo los labios.

Se encaminó a la habitación pero de repente se giró.

R- Y Elsa? No ha venido?

No le contesté, simplemente le hice un gesto de que siguiese. Yo fui a la cocina a beber algo fresco y me encendí un cigarrillo. Me toque la polla que estaba dura, muy dura y fui a por las esposas. Vi pasar a Raquel al baño y como se pintaba los labios. Ella notó que la estaba observando, me miró y vio que estaba acariciándome el rabo, como si estuviera haciéndome una paja. Apuró sus labios y vino hacia mí. Yo me puse detrás de ella haciendo chocar mi miembro con sus nalgas, tiré de su pelo hacia atrás y le susurré al oído:

Y- Hola, putita mía. Vienes preparada?

R- Sí, mi Señor.

Y- Quiero que le digas a tu Señor qué eres.

E- Soy tu puta y puedes hacer conmigo lo que desees.

Atraje sus brazos a su espalda y le puse las esposas. Le agarré las muñecas y dirigí sus manos hacia mi rabo que ella agarró con ganas, acariciándolo lo que le permitía su posición. Le di la vuelta y la obligué a ponerse de rodillas quedando su cara a la altura de mi polla. Empecé a moverme de un lado a otro haciendo que mi rabo golpease su rostro. Ella abría la boca como queriendo alcanzarlo y quedárselo, lo que me hacía gracia. En una de esas lo cogió con sus labios y lo retuvo lo que aproveché para, empujando hacia adelante, metérsela por entero en la boca. No se retiró, más bien al contrario y se la introdujo por completo follándose a sí misma la garganta. Mis huevos estaban a punto de explotar pero quería posponer todavía más la corrida así que se la saqué de la boca y agarrándomela se la pasé por toda la cara, dándole golpes con ella en las mejillas y en la frente. Tuve que parar. La levanté por el sobaco y me la llevé para el garaje. Por el camino le indiqué que no hiciese ningún ruido.

Al encender la luz los ojos se le abrieron como platos ante la escena. Vio a su amiga de toda la vida atada a la pared, con los ojos vendados, sin saber muy bien qué pasaba. El pepino estaba en el suelo, se le había salido del coño. Raquel me miró y yo volví a hacerle la señal de silencio. La empujé hacia su amiga y la hice poner de rodillas con la cara cerca del sexo de su amiga. Elsa debió notar alguna presencia.

E- Señor, estás aquí?

Y- Sí que estoy, zorrita. Estás bien?

E- Sí. Se me salió, intenté que no saliese pero no pude.

Y- Vale, no te preocupes, ya trabajaremos ese chocho para que sepa retener las cosas.

Raquel me miraba, la miraba y se mostraba muy excitada. Le hice una seña para que le comiese el coño a su atada amiga y ella se puso con la labor. Al contacto de aquella lengua, la rubia pegó un salto. Debía encontrarse muy excitada porque al poco de estar comiéndole el coño empezó a gemir rápida y entrecortadamente. Me acerqué de nuevo a su oído y le empecé a lamer la oreja mientras le susurraba lo buena puta que estaba siendo; ella hizo un movimiento brusco como de no entender, si yo le lamía la oreja, quién le estaba comiendo el coño. Pero el placer pudo más que la duda y volvió a gemir y entre esos gemidos solo fue capaz a decir:

E- Puedo correrme, por favor.

Y- Sí que puedes, putita mía.

Y tuvo un orgasmo de campeonato, agitándose todo lo que le permitían los agarres a los que estaba sometida. Cuando paró un poco de moverse le agarré un pecho y se lo estrujé ligeramente mientras le pellizcaba el pezón que además de muy duro se le notaba muy sensible. Raquel me miró con la cara llena de los líquidos de su amiga y le indiqué que siguiese y enseguida Elsa volvió a gemir y cuando los gemidos anunciaban que se iba a volver a correr, le pellizqué esta vez con fuerza el pezón, al tiempo que le avisaba.

Y- Ahora no puedes correrte.

Se tensó y paró con sus gemidos. Le quité la venda y experimentó un mal momento por el cambio de la oscuridad total a la claridad. Agitó la cabeza un poco y lentamente fue abriendo los ojos, que aumentaron de tamaño cuando comprobó quien era la autora de la comida que estaba recibiendo. Levantó su vista hacia mí, complacida, casi aliviada por saber que era Raquel y no otra persona. Raquel ante todo esto paró de lamer y me miró.

Y- Te he dicho que pares?

Y volvió a la faena y Elsa a sus gemidos, ahogados por ella misma en su intento de no correrse. Yo me acordé de la bolsa de los “juguetes” y cogí dos pinzas de madera, de las de tender la ropa. Acaricié las tetas la rubia y agarrando el pezón le puse en él la primera pinza. Soltó un grito pero de bastante menor intensidad de lo que yo presuponía. Agarré el otro pecho y le coloqué la otra pinza. Ahora ya no gritó, simplemente hizo una pequeña mueca de dolor. Amasé sus tetas como admirando la obra y le agarré de la barbilla y así cerca de su rostro, le dije:

Y- Ahora sí que puedes correrte.

Y no sé si por lo bien que lo hacía Raquel o si por todo el morbo de la situación, volvió a tener un orgasmo, de menor intensidad que el anterior, pero un buen orgasmo. Yo ya no podía aguantar más, ya me dolía el rabo de tanto aguantar. Cogí a Raquel por el pelo y la atraje hacia mi sexo y sujetándole la cabeza con las dos manos se la metí en la boca y comencé a follarla salvajemente. Cuando sentí que ya no aguantaba más se la saqué y me corrí en su cara, esparciendo mi semen por toda ella. Ella lo recibió en su rostro sumisa y agradecida, incluso lamió algunos restos que le quedaban al alcance de su lengua. Una vez repuesto, cogí un pañuelo y limpié la leche que se había depositado en sus ojos, pero el resto lo dejé como estaba. Me senté en el sillón y ella se acercó a mí de rodillas, como estaba, y empezó con ese ritual que ya era costumbre de limpiarme el sexo después de cada corrida. Cuando acabó me miró y entre los restos de leche que tenía por toda la cara esbozó una sonrisa. Acerqué mis dedos al goterón más grande y desde su mejilla se lo acerqué a la boca y ella los chupó y lamió hasta dejarlos limpios. Acaricié su cabeza.

Y- Buena zorra.

Me levanté como pude y levanté a la morena para ponerla en pie. Le quité las manos de la espalda y se las puse delante atando una cuerda a las esposas. Pasé la cuerda por la argolla del techo y tiré de ella para que sus brazos se levantaran estirados hacia arriba. Sujeté la cuerda y así quedó, totalmente estirada colgada del techo. Dándole un cachete en la parte interior del muslo supo que tenía que abrir las piernas y yo llevé mi mano hasta su coño y lo apreté con fuerza.

Y- Todavía no estás lo suficientemente mojada. Te vas a quedar ahí hasta que te resbale el líquido por los muslos. Y ni una palabra. Lo entiendes?

Y le retorcí un pezón. Ella bajó la vista en señal de aceptación. Fui a por mi otra sumisa, le quité las pinzas de los pezones con gran alivio por su parte y la desaté, con cuidado, puesto que suponía que le costaría adaptarse a los movimientos por sí sola. Le costó casi mantenerse en pie así que la dejé que se sentase en el suelo. Acerqué mi flácido pene a su cara.

Y- Creo que deberías agradecerme el placer que has tenido, no?

Elsa empezó a lamerme el sexo, se introdujo el rabo en la boca y comenzó a succionarlo. A pesar de toda la guerra que llevaba, mi polla empezó a crecer de nuevo en el interior de su boca, se la saqué e hice que me chupase los huevos. Lo hizo con glotonería llegando a meterse uno en la boca y chuparlo de esa manera. Consiguió con sus caricia bucales que mi herramienta, sin llegar a la dureza máxima, volviese a mostrarse guerrera. La aparté de mí.

Me dirigí de nuevo al sillón y ella se esforzó en ponerse en pie. Con las piernas temblorosas consiguió erguirse totalmente, las abrió ligeramente y puso sus manos tras la nuca. Raquel miraba la escena alucinada. Quise mostrarle mis avances con Elsa.

Y- Zorra, ven a cuatro patas.

Elsa se puso en posición y se acercó hasta quedar con su cabeza cerca de mí.

Y- Dile a la puta de tu amiga quién eres.

E- Soy la puta de mi Señor y hago todo lo que me pide.

Le pasé la mano por la cabeza como aprobación de sus palabras. Miré a Raquel que seguía asombrada por la actitud de la rubia y en su mirada se podía apreciar la excitación que le producía. Acerqué la cabeza de Elsa a mi polla.

Y- Bésala y lamela, nada de chupar.

Obediente, comenzó a dar lengüetazos por todo mi sexo, yendo de abajo para arriba, dándole besitos de vez en cuando, consiguiendo que reaccionase del todo y volviese a presentar todo su máximo esplendor. Yo me encontraba en la gloria, sentado en un sillón que para mí era como un trono, tenía a una zorra lamiéndome los bajos mientras otra colgaba del techo esperando, casi suplicando, que hiciese con ella lo que me diese la gana.

Me levanté de repente, desplazando hacia un lado a Elsa como si no me importase, le hice una señal de que me siguiese y fui al lado de Raquel. Su mirada no tenía nada de aquella rabia de los primeros días, ahora sus ojos suplicaban que le hiciese caso, que la usase a mi antojo. Llevé mi mano a su entrepierna y ya estaba muy mojada. Me puse a su espalda y le pasé la mano por ella, por toda ella, bajando hasta llegar a sus nalgas. Se las apreté con fuerza, las dos.

Y- Levanta las piernas, zorra.

Pareció no entender lo que le pedía, pero un fuerte cachete la animó a intentarlo. Hizo fuerza con sus brazos y alzó las piernas, encogidas. Desde mi posición trasera, le cogí una pierna con cada mano, por detrás y a la altura de las rodillas, y se las abrí todo lo que pude. De esta manera quedó con todo su sexo expuesto, abierto. Miré a Elsa que estaba a cuatro patas delante de ella.

Y- A qué esperas?

Se dio cuenta de lo que quería y gateando acercó su cabeza a aquel coño que se le mostraba tan dispuesto. Empezó a lamerlo, despacio, pasó la lengua por todo él entreteniéndose más en el clítoris. Raquel comenzó a gemir cada vez más fuerte. Me acerqué a su oído.

Y- Te gusta?

R- Síí.

La comida de coño tenía que ser buena porque los gemidos aumentaron. Entrecortadamente escuche una súplica.

R- Puedo correrme?

Y- Puedes, puta.

Le llegó el orgasmo con una violencia tal que si no la llego a tener cogida por las piernas podía haberse hecho daño. Los movimientos eran tan ostensibles que tuve que hacer bastante fuerza para mantenerla en la posición. Cuando bajó la intensidad, Elsa con la cara mojada paró y me miró esperando nuevas órdenes.

Y- Sigue y fóllala con la lengua. Quiero que se vuelva a correr.

Volvió a meter su cabeza entre las piernas de la exhausta morena y volvió a chupar y lamer, notándose por los movimientos adelante y atrás que de vez en cuando intentaba follar con la lengua aquel excitado coño. El tratamiento hizo efecto de nuevo y Raquel tuvo un nuevo orgasmo, intenso pero no tan salvaje como el anterior. Cuando me pareció que estaba calmada, dejé sus piernas y permití que se apoyase en ellas. Agarrándole la cintura, solté la atadura que la mantenía colgada del techo y suavemente la pose en el suelo, pero dejándola de rodillas aunque permitiéndole que apoyase la cabeza y los brazos. En esta posición, su coño y su culo quedaron perfectamente expuestos a mí.  Elsa se mantenía de rodillas a nuestro lado, pendiente de lo que pasaba y expectante a recibir algún mandato.

Y- Prepárale bien el culo que me la voy a follar.

Me fui a la bolsa de las “cosas” y saqué otro pepino, más grande que el anterior y lo enfundé en un preservativo. Me agaché detrás de Raquel y se lo fui metiendo por el coño hasta que sólo quedó fuera el nudo del condón. Ella dio un respingo pero no mucho más, no le quedaban fuerzas. Aparté a Elsa del culo de la morena y le di mi polla para que la chupase y preparase para lo que venía. Puse su mano en la entrada de la vagina de su amiga para que no se le saliese el pepino. Con el rabo lubricado, me coloqué encima de Raquel de pie, con una pierna a cada costado y agachándome un poco apunté a su ano. Hice un poco de presión y la mitad del capullo se introdujo. Un leve quejido hizo que me detuviese, un instante tan solo porque a continuación empujé con ganas y se la metí entera. Noté la presión en mi polla provocada por el pepino que se alojaba en el coño y eso me excitó todavía más si cabe. Empecé a follarle el culo con rapidez, con fuerza. Los sonidos que salían de la boca de Raquel eran una mezcla de quejidos y gemidos, aunque empezaron a sobresalir estos últimos y noté como se volvía a correr con mi polla en el culo. Mientras duró el orgasmo, la mantuve bien adentro, empujando un poco para ver si llegaba más hondo. Volví a la follada y fue entonces cuando Elsa por iniciativa propia empezó a dar lengüetazos en la zona de mi ano. Por mi postura el acceso lo tenía sencillo. Al notarlo, aceleré mis movimientos y no pude aguantar más y me corrí dentro de aquel recto, empujando más a cada borbotón de semen que expulsaba. Raquel también volvió a correrse al sentir mi leche dentro. Salí de ella y la rubia, otra vez sin decirle nada, se amorró a su amiga para no dejar que se escapase ni una gota. Lo gracioso era verla con una mano en el coño de Raquel para impedir que el pepino se saliese.

Yo caí rendido en el sillón mientras observaba la escena. Cuando acabó con el culo de su amiga y siempre a cuatro patas, vino hacia mí y me limpió bien la polla. Acabó y me sonrió. Le devolví el gesto. Le permití que se levantase y ambos miramos a Raquel. Seguía en la misma postura pero parecía muerta, solo una suave y entrecortada respiración indicaban lo contrario. Le pregunté a Elsa si era capaz de subir las escaleras sin ayuda y me contestó afirmativamente por lo que fui a levantar a la morena. Cuando iba a izarla me di cuenta que todavía tenía dentro el pepino. Tiré de él suavemente y lo saqué escuchando un pequeño gemido de la que había sido su portadora. La cogí en brazos y la subí a mi habitación. La deposité en la cama y cerré las cortinas para que descansase mejor. Cuando iba a salir del cuarto vi a Elsa en la puerta mirándome, agradeciéndome el gesto con su amiga. Al pasar junto a ella le acaricié la mejilla y le sonreí. Ella me contestó encogiendo un poco el hombro y devolviéndome la sonrisa. Fui para el salón con ella detrás.

Me senté en el sofá y encendí un cigarro. Elsa se paró y se colocó en la postura acordada.

Y- Ahora no, Elsa. Descansa un poco. Puedes sentarte.

Le señalé la alfombra a mis pies y ella se sentó a mi lado, pero en el suelo. Estuvimos un buen rato en silencio, relajándonos y descansando. Al acabar m cigarrillo rompí ese silencio.

Y- Quieres ir a tumbarte un rato?

E- Si quieres que vaya voy, pero si no quieres prefiero estar aquí contigo, estoy muy a gusto.

Y- No, no, puedes quedarte. Tienes hambre?

E- Hambre no, pero bebería un poco de agua.

Y- Pues vete a la cocina y trae dos vasos.

Se levantó y volvió con una botella de agua fresca y dos vasos. Los llenó y reparamos nuestras secas gargantas. Volvió a su posición en el suelo. De nuevo nos mantuvimos en silencio pero noté que ella movía la cabeza un poco como si estuviese dándole vueltas a algo.

Y- Quieres hablar de algo, o comentarme lo que se te está pasando por la cabecita.

Ella me miró.

E- Puedo?

Y- Sí.

E- Pues estaba pensando en lo que estamos haciendo y en que me gusta. Hasta ahora no había disfrutado del sexo como lo he hecho estos días y estoy contenta. Eres muy bueno conmigo.

Pensé para mí, ¿bueno? Muchas mujeres me acusarían de maltratador y violador y de todo lo que se les ocurriese, pero aquella zorrita decía que yo era bueno con ella. Seguí con mi papel.

Y- Es una cuestión de disfrute, nada más. Si yo no consiguiese que tuvieseis placer entonces algo iría mal y no estaría bien.

Ella se quedó pensativa ante mis palabras.

E- Gracias.

Me soltó así de repente un gracias que me dejó un poco perplejo.

Y- Por?

E- Por haber tenido paciencia conmigo y no mandarme a la mierda al principio, por hacerme ver cual era el camino que tenía que seguir.

Y- Lo que me gustaría es que dentro de un tiempo ambas os acordaseis de esto y entonces sí que me estuvieseis agradecidas. Por ahora estamos en el buen camino pero nos falta trecho por cubrir. Anda, ve a descansar un poco. Acuéstate con Raquel y duerme un poco, te vendrá bien.

E- Vale, si tú quieres eso, lo haré.

Se levantó y tras un pequeño paso por el baño se fue con su amiga. Yo no tenía sueño pero sí que estaba cansado. No me apetecía prepararme nada para comer y me vestí un poco y bajé a un bar cercano a mi casa. Comí un poco y me tomé un café tranquilamente. Llegaron unos habituales del local y como siempre, propusieron jugar una partida de cartas. Pensé que me relajaría y me uní a ellos. Siempre recordaré aquella partida, que por cierto perdí, por la sensación de estar jugando mientras tenía a dos mujeres sumisas en mi cama.

Tardé en volver a mi casa más de lo que había planeado. Cuando entraba por la puerta pensé en lo que me encontraría. Podían estar durmiendo todavía o podían estar ya dispuestas y listas para seguir aceptando su sumisión. Por un lado me encantaba esto último, pero por otro todavía no me encontraba con las fuerzas suficientes para la batalla, así que si todavía dormían, mejor.

No oí ningún ruido en la casa y fui a la habitación. En penumbra, distinguí los cuerpos de mis dos sumisas, dormidas. Sonreí y me fui a tumbar al salón. Me acosté en el sofá y sin darme cuenta me quedé dormido. Cuando desperté escuche ruido de cacharros y voces en la cocina. No sabía el tiempo que había pasado así que abrí los ojos como pude y miré la hora. Las once de la noche. Vaya si había dormido. Me levanté y fui hasta la cocina para ver qué coño pasaba allí. Me hizo gracia. Mis dos zorritas sumisas se afanaban en preparar la cena. Lo más simpático era que lo estaban haciendo desnudas, con los zapatos puestos, pero desnudas; bueno, Elsa, que al parecer era “la jefa de cocina”, se había puesto un mandil que la cubría por delante pero dejaba descubierta su parte trasera. Hablaban tranquilamente de la cena y al hacer un movimiento en busca de algo, Raquel descubrió mi presencia en la puerta. Le dio un manotazo a su amiga que se volvió rápidamente y las dos quedaron quietas frente a mí. El verme con la cara sonriente les tranquilizó.

Y- Hola, zorritas. Qué hacéis?

R- Estamos preparando algo de cenar. Esperamos que no te importe. Estabas tan dormido que no quisimos despertarte.

Entré y me acerqué a los fogones a ver qué estaban haciendo.

Y- Está bien. Qué estáis preparando?

E- Hemos preparado algo para picar y para después “espaguetis a la boloñesa”.

Cogí una cuchara y probé la salsa que estaban haciendo.

Y- Está bien. Veo que os puedo dejar solas. Me da tiempo a ducharme antes de la cena?

E- Sí, esperaremos.

Y- No tardo nada.

Me fui a despejarme a la ducha. Con el contacto del agua mi mente volvió a pensar qué hacer con aquellas dos. Me desconcentré con una llamada a la puerta.

R- Quieres que entre y haga algo?

Y- No, acabad de preparar la cena que yo salgo ahora.

Acabé de secarme y fui para el salón. La mesa ya estaba preparada con la comida lista y mis “chicas” esperaban de pie mi llegada. No les hice ni caso y me senté a la mesa, sin decir nada. Les miré y ambas respondieron a mi mirada inquiriendo una orden o un deseo.

Y- Estando ahí de pie, quietas y sin adoptar la postura adecuada, no os reconozco.

Inmediatamente adoptaron la posición con las piernas abiertas y las manos en la nuca. A Raquel no le había dicho nada de la “postura”, pero imaginé que lo habían hablado entre ellas. Comprobé que se habían maquillado y peinado perfectamente. Las tuve así un rato mientras yo empezaba con los entrantes.

Y- Podéis sentaros.

Se sentaron a la mesa y se lanzaron a comer con ganas, se nota que tenían hambre. Yo las miraba pero sin decirles nada, por lo que ellas tampoco hicieron ningún comentario. Acerqué mi plato a Elsa para que me sirviera la pasta y luego se sirvieron ellas. Acabamos de cenar.

Y- Habéis preparado café?

R- No, no sabíamos si querías.

Y- Después de una buena comida siempre tomo café. Recoged todo y prepararlo. Lo tomaré en el sofá.

Empezaron  y mientras una preparaba el café en la cocina, la otra iba y venía para dejar todo recogido. Trajeron el café y ellas también tomaron. Se les notaba la intranquilidad producida por la falta de órdenes. Yo seguía sin hablar nada y ellas no se atrevían y esperaban, cada vez más impacientes, mis decisiones. Al vaciar mi pocillo, me puse un poco más serio.

Y- La cena ha estado bien pero os ha faltado algo.

Las dos se quedaron sorprendidas preguntándose qué había faltado.

Y- No habéis preparado el postre. Tendré que arreglarlo yo. En posición.

Eso sí que fue una orden y ellas obedecieron rápidamente. Me levanté y fui a la nevera a por un bote de nata. Al llegar junto a ellas empecé a agitarlo, sin dejar de mirarlas; estaban expectantes por lo que iba a pasar. Eché un poco de nata en el pezón de Raquel y me la comí, chupándoselo para dejarlo limpio. Luego hice lo mismo con Elsa. Repetí la operación con los pezones que todavía no había chupado. Volví a echarle más nata a Raquel esta vez en los dos y le dije a Elsa:

Y- Cómete el postre.

Se acercó, con las manos en la nuca, y los limpió a fondo. De nuevo repetí la operación en los pechos de la rubia.

Y- Ahora tú.

Los ojos de ambas brillaban. Se les notaba excitadas por el juego y por la situación. Cogí a Raquel por el brazo y la hice tumbarse en la mesa, abriéndole totalmente las piernas. Eché nata por todo su sexo y comencé a lamérselo comiéndome todos los restos que por él había. Volví a echarle más, en mayor cantidad, incluso en la entrada de su vagina. Le hice una señal a Elsa y metió su cabeza allí, lamiendo, succionando, chupando todo para dejarlo bien limpio. Raquel comenzó a gemir. Cuando ya casi no le quedaba nata, volví a echarle otro poco para que siguiera recibiendo placer. Me dio la impresión de que estaba cerca del orgasmo y como ya no le quedaba nata, mandé parar a la zorrita rubia que, la verdad, se había afanado mucho en su labor. Las cambié de posición y ahora era la morena la que comía la nata que estaba en el coño de la rubia, de nuevo hasta que vi que se acercaba peligrosamente a correrse.

Les ordené volver a su posición y mostrándoles el bote de nata les pregunté si querían más. Hicieron un gesto afirmativo. Me senté en una silla y esparcí un buen chorretón por todos mis genitales y por mis tetillas. Casi se abalanzaron sobre mí. Raquel como veterana fue directa a mi sexo mientras que Elsa se lanzó a mi pecho. Con tanto lametón y chupeteo, mi polla se irguió completamente, mostrándose en todo su esplendor. Derramé más producto sobre ella y permití que ambas me la limpiasen al tiempo. Pensé que no podía seguir con ese juego porque se iban a hartar de tanta nata, así que una vez bien limpio les ordené que volviesen a su posición. Me levanté y palpé sus mojadísimos coños. Me separé de ellas y encendí un cigarrillo.

Y- Bien, ha llegado el momento de aplicaros los castigos que tenéis pendientes. Bajad al garaje y me esperáis allí.

He de reconocer que en sus caras pude ver un poco de temor a lo que les iba a pasar, pero salieron diligentes hacia su destino. Fui a mi habitación a coger un cinturón de cuero, bastante ancho y bajé junto a mis zorritas. Habían encendido la luz y me esperaban en el centro del habitáculo, en posición de espera. Cogí primero a Raquel y la llevé a la pared de la “equis” y la sujeté a las correas. Comprobé que estaba bien inmovilizada. Le pasé la mano por el coño y recogí algo del líquido que soltaba y metí mis dedos en su boca para que los chupase. Mientras lo hacía le miré directamente a los ojos y comprobé que estaba preparada para lo que fuera. Fui entonces hacia Elsa, bajé sus manos a la espalda y le coloqué las esposas. Pasé una cuerda por la argolla del techo y la até a las esposas, tirando de ella, lo que hizo que sus brazos se elevasen a su espalda. Le agarré de las caderas e hice que diese dos pasos hacia atrás y con una patada en los tobillos le obligué a abrir las piernas. Tensé la cuerda y até el extremo de nuevo a los grilletes. Me aparté para contemplar mi obra. Estaba perfecta. Su cuerpo estaba como si estuviese apoyado en una mesa pero suspendido en el aire, con el culo ofrecido para hacer con él lo que se quisiera y su cabeza a la altura perfecta para mi polla. Sus brazos estaban estirados al máximo hacia arriba, tenían que dolerle, pero más lo haría si flexionaba un poco las piernas. Me puse frente a ella y agarrando su barbilla hice que su mirada se encontrase con la mía. Una mueca similar a una sonrisa me hizo saber que podía seguir adelante.

Y- Bien, mis queridas putas. A lo mejor pensasteis que me había olvidado de castigar vuestros errores, pero entonces sería un mal AMO, y dos buenas zorras sumisas como vosotras merecéis uno bueno. No os voy a defraudar. Quiero que tengáis en cuenta una cosa; como siempre vosotras tenéis la opción de parar y sólo con pronunciar la palabra “alto” yo dejaré de hacer lo que sea y esa persona podrá salir para siempre de esta casa y no volver a verme nunca. Estamos de acuerdo?

Las dos contestaron casi al unísono un “sí, amo” que sonó a música celestial en mis oídos. Hasta ahora, amo era una palabra que no me agradaba utilizar, me parecía de esclavistas o algo por el estilo y a mí lo que me gustaba era someter pero sin dejar de mantener una mínima dignidad a la persona sometida. Sin embargo, y creo que por el cariz que estaba tomando la relación con aquellas dos mujeres, he de reconocer que me gustó escucharla.

Me dispuse a preparar lo necesario encima de la mesa. Puse el cinturón, una vara de bambú muy fina que silbaba en el aire al moverla, varias pinzas de madera, dos pepinos, unos plátanos y unos preservativos. Por lo primero que me decidí fueron las pinzas, cogí un par y acercándome a Raquel y sin dejar de mirarle a los ojos, se las puse en sus duros pezones. Hizo un pequeño gesto de dolor con cada una de ellas pero enseguida tornó su rostro de nuevo al de complaciente. Iba a ponerle otras dos a Elsa, pero al ver aquellos dos buenos pechos colgando y balanceándose por su peso, desistí para tener mejor acceso. Luego cogí la vara y la moví con fuerza varias veces por el aire hasta que descargué un golpe seco en la mesa. Creo que ambas se pusieron a temblar. Hice lo mismo con el cinto, como si estuviese comprobando su funcionamiento; a cada chasquido contra la mesa ellas daban un pequeño salto imaginándose que eran sus cuerpos los que recibían el golpe. Ni se me pasaba por la cabeza golpearlas con tanta fuerza, pero el crearles aquella tensión me estaba haciendo disfrutar mucho.

Y- Bueno, estamos preparados. Por quién empiezo? Creo que por la zorra morena. Te tengo que castigar por haberte ido de la lengua. La cosa no ha salido mal pero pudo haberlo hecho.

Cogí la caña en mis manos y Raquel se estremeció al verme dirigirme hacia ella. Al estar a su lado y sin apartar mi mirada de sus ojos, blandí en el aire la vara.

Y- Quieres decir algo antes de recibir tu castigo?

Mirando de vez en cuando el movimiento del palo que tenía en la mano y con voz temblorosa pero a la vez decidida, me dijo:

R- Que me merezco el castigo y que intentaré no volver a fallarle a mi Amo.

Y cerró los ojos como pidiéndome que empezase ya. No quise defraudarla. Para probar la fuerza con la que debía golpear, dejé caer la vara en la parte interna del brazo. No lo hice con mucha fuerza pero la zona es dolorosa aunque ella no se quejó; enseguida una línea roja apareció en la zona golpeada. No me gustó pero decidí atemorizar un poco más e intentar no marcarla mucho. Le di varios golpecitos en la parte alta de sus pechos, por encima de la pinza. Ella se mordía el labio pero sin una mínima queja. Bajé la caña y acaricié con ella toda su entrepierna y ante este contacto noté como un escalofrío recorrió su cuerpo. Le di entonces varios toques, rápidos y suaves, por la cara interior de los muslos y luego presioné con la vara en toda la raja de su coño, separando con ella los labios de su vagina. Cuando se lo quité lo acerqué a mi mano y comprobé que lo había mojado. A pesar de todo esto, la verdad es que no me estaba gustando cómo iban las cosas; la “equis” está bien para sujetar a alguien y jugar pero no para castigar debidamente. Le di dos manotazos en su húmeda entrepierna y me aparté de ella.

Y- Luego seguiré contigo que no he acabado.

La dejé allí para que contemplara lo que iba a hacer con su amiga. Cogí el cinto y me acerqué a ella y empecé a rodearla y a pasárselo por la espalda. Ella se estremeció al sentir el cuero sobre su piel.

Y- Elsita, Elsita. Ahora vamos a salir de dudas. La verdad es que hoy has sabido comportarte como una buena zorra sumisa pero quiero saber si puedo contar contigo de verdad, para siempre, no por una horas. Quieres decirme algo, como por ejemplo, alto?

E- Soy tuya, mi Señor,ehh, mi amo. Haz lo que creas que debes hacer conmigo.

El final de sus palabras coincidieron conmigo cerca de su culo, así que sin más solté un azote que sonó como un estallido en el local. Hasta la mano me dolió un poco. No hizo un mal gesto. Volví a levantar la mano y la descargué con la misma fuerza en la otra nalga. Le miré el culo y se podían ver perfectamente mis dedos marcados en la piel. Alcé el cinto entonces y lo descargué en las coloradas nalgas, una vez a cada una y así hasta diez veces, seguidas, sin parar. No quise seguir. Se las acaricié suavemente y provoqué un pequeño movimiento por el dolor que le producía este mínimo contacto. Miré a Raquel y la vi con el rostro compungido por el dolor que sufría su compañera. Me fui delante de Elsa  y le levanté la cara para mirarle a los ojos. Unas lágrimas corrían por sus mejillas pero un amago de sonrisa me dio a entender que todo iba bien.

Y- Estás bien?

E- Soy tuya, mi amo. Haz conmigo lo que quieras.

Esas palabras hicieron que mi polla, ya dura por todo lo que estaba pasando, pegase un bote en el aire. La acerqué a su boca y ella empezó a lamerla de arriba abajo y como pudo se la metió en la boca y se puso a chuparla con más ganas que nunca. Con los movimientos que hacía para metérsela más adentro, le tenían que estar tirando los brazos una barbaridad, pero ella seguía mamando con intensidad. Se la saqué de la boca y se la pasé por la cara y ella no dejaba de sacar la lengua para lamer lo que podía, hasta se inclinó un poco más para pasarla por mis huevos. Me aparté y volví a su parte de atrás. El rojo de sus nalgas se estaba tornando oscuro, más violáceo; palpé el coño e increíblemente estaba empapada. Apunté con mi polla a la entrada y se la metí de un solo empujón. Ella soltó un lamento mezclado con un gemido. El dolor que le producía el contacto de mi cuerpo en sus nalgas al penetrarla hasta el fondo se unía al placer de sentir mi rabo en su interior. Estaba tan excitado que me dio igual el dolor y me puse a follarla sin ningún miramiento, clavándosela con fuerza en cada envite, acelerando los movimientos cada vez más. A pesar del dolor que sufría, Elsa tuvo un orgasmo que no sabría definir muy bien puesto que el placer era apagado por mis topetazos en su culo. Yo ni quería, ni podía, por lo menos de momento, correrme dentro de su vagina, así que me salí de ella y poniéndome frente a su cara, me masturbé y eché toda mi corrida por su cara.

Me aparté de nuevo y sin descanso me acerqué a la otra zorra. Ahora su cara lastimosa se había vuelto de nuevo viciosa. La desaté apresuradamente y cogiéndole del pelo la arrastré justo en frente de la cara de la rubia.

Y- Ponte como por la mañana, con el culo en pompa.

Adoptó la postura indicada, de rodillas y con la cabeza en el suelo, alzando mucho el culo. Con una toalla limpié la zona de los ojos de Elsa, quería que viese bien lo que iba a hacer. Cogí el cinturón de nuevo y comencé a descargar golpes en el culo de la morena, de la misma manera y cantidad que antes había hecho en el culo de la rubia. Tampoco en esta ocasión hubo el mínimo reproche o gesto de dolor. Al ser más morena de piel, los efectos de los cintazos eran menos ostensibles en estas nalgas que en las otras. Pasé la mano por su coño y, como no, estaba también mojado. A todo esto, y aunque parezca mentira, mi polla estaba otra vez tiesa como un palo. Pasé dos dedos por la cara de Elsa y cogí parte de mi anterior corrida que todavía resbalaba por ella. Lo deposité en la entrada de su culo y posé allí mi capullo. De un golpe se la metí entera y empecé a follarme aquel culo sin piedad, casi con rabia. Los gemidos y alaridos que soltaba Raquel hacían que yo me excitase todavía más. Estuve bastante rato taladrándola pero quería otro final para aquel momento y se la saqué y de un empujón le di la vuelta y cayó de espaldas al suelo. Me arrodillé entre sus piernas, se las abrí todo lo que pude, acerqué mi rabo a la entrada de su vagina y se la introduje todo lo que pude. Aquello más que una follada parecía una violación en toda regla. La tenía sujeta por las manos y no hacía más que meterla y sacarla, una y otra vez, con todas las fuerzas que me quedaban. Mi zorra morena empezó a encadenar un orgasmo con otro; creo que le conté hasta cuatro pero no estaba yo como para andar contando. Cuando ya no pude aguantar más me corrí dentro de ella, empujando todavía más. Mi cuerpo cayó encima del suyo y estuvimos así un buen rato, con las respiraciones entrecortadas entrelazándose, una al lado de la otra. Noté, por la reducción de su tamaño, que mi miembro se salía de la cueva en la que estaba y me incorporé, muy despacio, de otra forma me hubiese sido imposible. Miré a Elsa y ésta me sonrió. Decidí liberarla de sus ataduras e intentando no hacerle daño la solté del techo. Cayó de rodillas fulminada y dejándose caer más se tumbó en el suelo, de espaldas con los brazos a los lados, inertes y doloridos. Yo me fui a sentar al sillón para recuperarme un poco.

Desde mi asiento miré la estampa que presentaba mi garaje. En el suelo tiradas había dos mujeres que acababan de ser golpeadas y folladas hasta la extenuación. Parecían casi muertas si no fuese por el movimiento agitado de sus pechos en la busca del aire reparador. Estuvimos así los tres durante un buen rato hasta que noté algo de fresco, por la inactividad supongo. Me acerqué a ellas y agachándome para acercarme a sus caras les indiqué que teníamos que subir para la casa. Se fueron levantando lentamente y casi a trompicones fueron hacia las escaleras y apoyadas la una en la otra llegaron a la parte de arriba. Al llegar a la puerta del salón se detuvieron y girándose hacia mi esperaron la indicación de hacia dónde iban. Les indique que a mi habitación y al entrar fueron directas a la cama donde cayeron desfallecidas. Les quité los zapatos y las coloqué en una buena posición para dormir. Las arropé un poco, les di un besito y apagando la luz, las dejé que descansasen. Me fui para el salón y me tumbé en el sofá. Me dolía todo el cuerpo pero sobre todo, la polla que casi me escocía del tute que había llevado. Me puse a reflexionar sobre lo acontecido e incluso pasaron por mi mente cosas que podíamos hacer, pero finalmente el cansancio me venció y me quedé dormido.

P.D. Perdón por la extensión de este capítulo, pero no encontré el sitio donde cortarlo. Gracias a los que me valorais y sobre todo a los que me animais con vuestros comentarios.